El arte de la guerra de los antiguos mexicanos
Del Tlachtli o “Celestial Juego de Pelota”

Por: Ma. Esther Piña Soria

La paz y la armonía reinaban por esos tiempos en estos lares de la tierra; entre los pueblos del Anahuac gran calma se vivía, las guerras que los ejércitos de la Triple Alianza lanzaran en contra de los vecinos Estados mazahua, otomí y matlatzinca habíanse terminado.

Las huestes invencibles de los Estados aliados de Tlacopan, Texcoco y Tenochtitlan fueron licenciadas, todos los miembros del ejército, los regulares o los llamados a reserva regresaron con los honores y riquezas conquistadas a sus tierras y hogares.

Los bravos guerreros aztecas restablecidos de las heridas, avatares y cansancios sufridos en combate habíanse reincorporado a sus actividades cotidianas, a sus tareas en el campo, a sus trabajos en los talleres de pintura, orfebrería o escultura; con gran contento asistían a sus transacciones comerciales en el mercado llevando para cambio sus productos y trayendo los necesarios para sus familias, sobre todo, se ocupábanse con gran cuidado de la educación de sus hijos, de lo que sobre sus oficios debían saber los que fuesen varones y las que fuesen hembras, del comportamiento que a según debiesen mostrar y de las cosas de los dioses que debiesen saber y practicar.

---Mira, escucha, advierte, así es en la tierra: no seas vana, no andes como quiera, no andes sin rumbo. ¿Cómo vivirás? ¿Cómo seguirás aquí por poco tiempo? Dicen que es muy difícil vivir en la tierra, lugar de espantosos conflictos, mi muchachita, palomita, pequeñita…

He aquí tu oficio, lo que tendrá que hacer: durante la noche y durante el día, conságrate a las cosas de Dios; muchas veces piensa en él, que es como la Noche y el Viento. Hazle súplicas, invócalo, llámalo, ruégale mucho cuando estés en el lugar donde duermes. Así se te hará gustoso el sueño…---

Informantes de Sahún, Códice Florentino

Las tierras comunales de los calpullis que brindaban alimento a los macehuallis, las de los pillis dedicadas a la manutención de los muy principales señores del Estado Mexica y las que debiesen ser cultivadas para el sustento de los Teopixques o sacerdotes se vistieron de verde, todo era orden y abundancia en la ciudad capital tenochca, mientras su muy principal Tecutli, el “señor rostro de agua”, el valiente Axayacatl ocupábase en sanar de las heridas que durante la última empresa bélica había recibido.

Por su parte el muy sabio y viejo Cihuacoatl, el insigne consejero Tlacaelel, se puso a la tarea muy suya de vigilar todo cuanto a la administración del poderoso señorío azteca correspondía, hizo llamar de todas las provincias sometidas y guarniciones militares establecidas a sus Tekiuajkej o gobernadores, a los administradores de las tributaciones y a los generales Tlacatecatl y Tlacochcalcatl que se encargaban de su defensa, para que ante él rindieran informe de todo cuanto hubiese acontecidos en sus ciudades y pueblos durante la ausencia del Tlatoani Axayacatl, “el que tiene el don de la palabra”, durante las últimas guerras.

Y así vinieron hacia la gran Tenochtitlan los gobernantes, administradores y capitanes de los señoríos del cerca y del lejos que rendían vasallaje al Anahuac, así llegaron e informaron de todo cuanto en sus regiones hubiese acontecido y acontecía, poniendo gran empeño en el trabajo que ellos realizaban para el mantenimiento de la regla y la obediencia. En dichas reuniones menester era que el conquistador del universo, el muy principal señor Tlacaelel vigilase que el tributo fluyera hacia el estado mexica sin contratiempo alguno y si acaso uno hubiera, si este fuere, porque cierta provincia hubiese caído en desgracia por designios de la naturaleza, que con los recursos de la gran Tenochtitlan se le reconfortara, pero si otra ha que no cumpliese por caer en rebeldía, pronto los ejércitos aztecas apostados en la zona hicieran caer sobre ella gran destrucción para escarnio y ejemplo del resto de los sometidos.

En tanto trabajo y armonía se encontraba la gente de Tenochtitlan cuando el príncipe Tlilcuetzpalin, el valeroso y arrojado guerrero otomí a quién Axayacatzin, Huey Tlatoni azteca había perdonado de la muerte ritual, fue sanado de las mortales heridas que durante el sacrificio gladiatorio los guerreros ocelotl y águila le habían propinado; con grandes esfuerzos e incalculable pericia los curadores de estas tierras y sus plantas medicinales habían logrado arrancar de las puertas de la casa de “nuestro señor el descarnado”, Mictantecuhtli, al héroe de Xiquipilco.

La tremenda fortaleza y juventud de Tlilcuetzpalin habían sido fundamentales para su pronta recuperación, en tiempo muy corto se encontró repuesto y listo para ejercitarse en su nuevo hogar, el Cuauhcalli o “casa de las águilas”, donde moran todos aquellos muy principales en el arte de las armas, los más diestros y avezados generales mexicas.

Sin desconfianza o recelo alguno el célebre guerrero había sido bien aceptado por sus compañeros águilas, quienes sin siquiera saber más acerca de él o su ascendencia sólo hacían por alabar los grandes dotes que para luchar poseía y las hazañas prodigiosas que le habían visto acometer; halagos y lisonjas a las que Tlilcuetzpalin respondía, con la mayor sencillez, agradeciendo lo dicho sin ahondar nunca en los detalles.

Una vez que los médicos hubieron estado convencidos de su total recuperación, la cual el proclamaba con anterioridad, ocupóse entonces este señor de Xiquipilco en conocer y maravillarse de la cosas tan majestuosas y hermosas que hubiesen en el “ombligo de la luna”, la majestuosa ciudad de México Tenochtitlan.

Así fue en mucho sorprendido el otomite por la distribución que de los cuatro grandes barrios o calpullis que conformaban la ciudad se tenía, por cómo el comercio en gran cantidad y la comunicación de la ciudad con las provincias vecinas se hacia en canoas a través de las aguas que rodeaban la ciudad, por el gran bordo que para evitar las inundaciones construyera el muy principal señor y poeta de Texcoco, Nezahualcoyotl logrando que se repartieran las aguas de

Tenochtitlan en dos grandes lagos, y que siendo uno de agua salada y el otro dulce ambos se juntaran sin perjuicio de mezclarse.

---La cual dicha provincia es redonda y está toda cercada de muy altas y ásperas sierras, y lo llano de ella tendrá en torno hasta setenta leguas, y en el dicho llano hay dos lagunas que casi lo ocupan todo, porque tienen canoas en torno más de cincuenta leguas. Y la una de estas dos lagunas es de agua dulce, y la otra, que es mayor, es de agua salada...Y porque esta laguna salada tan grande crece y mengua por sus mareas según hace la mar todas crecientes, corre el agua de ella a la otra dulce tan recio como si fuese caudaloso rió, y por consiguiente a las menguantes va la dulce a la salada.---

Hernán Cortés, Cartas de Relación

Hábilmente aprendió a movilizarse con gran rapidez a través de las aguas en las acallis o canoas este Tlilcuetzpalin y así visitó y se asombró con el inmenso, ordenado y colorido mercado de Tlatelolco muy recientemente anexado al poderío de los tenochcas, conoció y se sorprendió de las grandes cantidades de hermosos y majestuosos Cu que en esta capital existían para honor y gloria de las deidades, asistió y se conmovió con las ceremonias que en el gran Teocalli de Tenochtitlan se realizaban para alimentar y honrar al “colibrí zurdo de la guerra”, el cruel dios Huitzilopochtli, al servicio del cual ahora se encontraba.

Que siendo su provincia natal Xiquipilco tan pequeña, el jamás había visto tanta riqueza y magnificencia por lo que de todos los lugares que visitaba quedaba prendado, los jardines y los grandes palacios, los templos y las escuelas, los talleres de los artesanos y las casas de los comunes, los mercados y las plazuelas, nada hubo en Tenochtitlan que a sus ojos no maravillaran, sin embargo, de todo aquello lo que más lo cautivaba, lo único por lo que el afamado guerrero, vencedor del propio Tlacatecuhtli azteca realmente se sentía vibrar de emoción era por el tlachtli, el arte del divino juego de la pelota.

El signo de su destino sintió marcado este príncipe Tlilcuetzpalin al momento de cruzar por vez primera los portales del celestial juego de pelota, el gran Teotlachco de Tenochtitlan, su sangre sintió arder nuevamente dentro de sus venas al observar las impresionantes escenas del ritual magníficamente labradas en frisos, retablos y cornisas que decoraban los edificios gemelos que en paralelo cercaban el campo; fue entonces, mientras con sus manos acariciaba los imponentes Tlachtemalacatl, los retadores anillos marcadores y con sus plantas paseaba por el Tlecotl, la mágica línea verde que parte por la mitad exacta la cancha donde han de enfrentarse eternamente los contrarios, que el bravo y arrojado guerrero otomí entendió del designio de los dioses, de su empeño por mantenerlo vivo no para otra cosa sino para que se convirtiese en gran campeón en el arte del juego de la pelota.

---En medio de este cercado había dos piedras fijadas en la pared frontera la una con la otra: estas dos tenían cada una un agujero en medio el cual agujero estaba abrazado de un ídolo el cual era el Dios del juego: tenía la cara de figura de un mono la cual fiesta como en el calendario veremos se celebrara una vez en el año y para que sepamos de que servían estas piedras es de saber la piedra de la una parte servía de á los la una banda para meter por aquel agujero que la piedra tenía la pelota y la otra del otro lado para los de la otra banda y cualquiera de ellos que primero metía por allí su pelota ganaba el precio.---

Fray Diego Duran,
Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme

Y siendo esta práctica tan común por todas estas tierras, que desde nuestros antepasados más remotos los Olmecas, los recientes Toltecas y los dioses en Teotihuacan lo jugaran, no había pueblo, ciudad o provincia que no lo practicase de alguna u otra manera; en esta ciudad, la capital del indomable señorío azteca era tanto el gusto por esta costumbre en la diversión y en lo ritual que traíase desde las provincias cautivas en la selva hasta diez y seis mil pellas de hulle como tributo, que si bien es cierto muchas otras cosas se fabricaban con este caucho, lo principal fuese siempre estas veloces pelotas de hasta tres kilogramos de peso.

La decisión para acometer en su nueva tarea la tomó el héroe de Xiquipilco durante un torneo, mientras admiraba como hacían botar y rebotar el caucho orbicular con destreza colosal y fuerza indómita los mexicas de Tenochtitlan; ante el subir y bajar de los jugadores por la cancha, ante el cadencioso vuelo de la esfera cual astro divino al surcar los aires del campo su corazón y su rostro hincharonse de felicidad, presto se acercó entonces hasta las tribunas donde presidían el rito los muy principales señores de esta ciudad, a los pies del todo poderoso Cihuacoatl, el sabio y anciano Tlacaelel Tlilcuetzpalin se postró pidiéndole su mediación, su aprobación para convertirse en jugador.

El primer consejero del reino, la dualidad divina en el poder mexica ordenó ahí mismo y sin demora que el valeroso y arrojado otrora capitán otomí fuese presentado en el Calmecac, centro de enseñanza en las avanzadas artes, la guerra y el juego para los muy principales hijos del Anahuac, allí sus funciones serían: una, la de enseñar a los jóvenes aztecas las habilidades que en el manejo de las armas poseía al enfrentar la batalla y otra, la de aprender con esmero todo aquello que su cuerpo y espíritu precisaran para ejercer la venerada actividad del ullamaliztli.

Desde su primer día en el centro de entrenamiento con gran tesón ocupóse este Tlilcuetzpalin en ejercitar su cuerpo, no había trabajo o tarea que cansara sus ánimos y empeños para conseguir con inmensa fuerza, presteza y certeza golpear la sagrada pelota, poniendo eso sí, mucho cuidado en recibirla, atajarla y relanzarla, ya que de harto peligro resultaba este arte de no tener buen cuidado, no pocos aspirantes eran que en el sólo intento hubiesen perdido la vida.

---A algunos de estos sacaban de aquel lugar muertos y la causa era que como andaban cansados y sin huelgo tras la pelota á un cabo y á otro viendo venir la pelota por lo alto por alcanzar primero que otros á recudilla les daba en la boca del estómago ó en lo hueco que sin huelgo ninguno venían al suelo y algunos morían de ello en aquel instante de aquel golpe por meterse con codicia de alcanzar la pelota antes que ninguno de los demás…Con estos botiboleos padecían detrimento grandísimo en las rodillas ó en los muslos de suerte que los que por gentileza usaban de ellos a menudo quedábales el cuadril tan magullado se hacían sajar aquellos lugares con una navaja pequeña y esprimían aquella sangre que allí habían llamado los golpes de la pelota”.---

Fray Diego Duran, Historia de las Indias de Nueva España e islas de Tierra Firme

Mucho ejercitóse también este príncipe otomí en el cómo y con qué golpear la pelota sacra, difícil tarea resultaba en la práctica el no cometer falta e irreverencia, prohibido y penado era el tocar la bola con cabeza, manos o pies, sino sólo con las partes del antebrazo, caderas, hombros y espalda érase permitido.

Y para librarse de tanto peligro físico y espiritual menester era ser diestro en ceñirse con protectores el cuerpo, los cueros de venado que se enrollaban para cubrir los codos, rodillas y ante piernas, los yugos para proteger la caderas y los cascos para la cabeza; arreos todos ellos lujosamente ornamentados que a más de proteger a los jugadores los asemejaban a los dioses.

--- “…era un juego de mucha recreación para ellos y regocijo especialmente para los que lo tomaban por pasatiempo y por entretenimiento entre los cuales había quien lo jugase con tanta destreza y maña que en una hora acontecía no parar la pelota de un cabo á otro sin hacer falta ninguna solo con las asentaderas sin que pudiese llegar á ella con mano ni pie ni con pantorrilla ni brazo.---

Fray Diego Duran,
Historia de las Indias de Nueva España e islas de Tierra Firme

Mayor empeño puso sin embargo Tlilcuetzpalin en aprender aquello referente a la divinidad del juego, la cosmogonía que regía al gran rito, porque bien sabido lo tenía por sus maestros que si en esta práctica del juego no mucho honor y devoción ponía cual los viciosos se perdería, pues eran muchos aquellos que embriagados con este hábito de la pelota en pos de fama y fortuna su sentido religioso habían abandonado y en costumbre impía lo trastocaron, apostando y perdiendo en ello familia, hogar y la vida misma.

---Lo que esta gente baja jugaba eran preseas de poco valor o estima y como el que poco caudal tiene presto lo pierde necesitábanse á jugar las casas las sementeras las trojes de maíz los magueyes y á vender los hijos para jugar y aun á jugarse a sí mesmos y volverse esclavos para después ser sacrificados si con tiempo no se rescataban como atrás queda dicho”---.

Fray Diego Duran, Historia de las Indias de Nueva España e islas de Tierra Firme

Consagróse el otomite con gran esmero al estudio de los secretos que encerraba el sagrado ullamaliztli, a la comprensión que a través de él los mexicas hacían del cosmos; aprendió cómo gracias a esta ceremonia sagrada, que de igual forma practican hombres y dioses, fue creado el universo, cómo el gran concierto que planetas y estrellas sostienen en su tránsito por el espacio responde al bote y rebote de la pelota durante el juego y, cómo también, el renacimiento del sol cada madrugada ha de responder al triunfo que sobre la cancha obtienen día tras día las fuerzas de la luz sobre las tinieblas.

Necesario era por todo esto que los hombres de tanto en tanto recrearan el rito del juego, los fieros golpes que a la pelota, cual astro solar se daban, el eterno combate entre contrarios y la sangre de los sacrificados por decapitación en la cancha, aseguraban la ofrenda humana de sangre y muerte que brindaba no sólo continuidad al orden universal, sino fertilidad a la tierra y supremacía a los gobernantes de los pueblos.

Muchas lunas transcurrieron en la cuenta del calendario para que Tlilcuetzpalin pudiese mostrarse cual jugador experto en el Teotlachco; acercabase el tiempo de las festividades del dios Painal, “el que es llevado de prisa”, advocación del voraz Huitzilopochtli en la batalla, cuando el arrojado otomí fue nombrado capitán del equipo de Tenochtitlan, el cual, durante los festejos que se celebrarían el último día del mes de Panquetzaliztli debiese enfrentar en la ceremonia ritual, en el sagrado juego de pelota a la aliada nación de Texcoco.

Y como fuese necesario al finalizar el torneo decapitar cuatro cautivos que con su sangre fertilizaran las tierras de la nación mexica, el valeroso y arrojado otomite ocupóse como gran general Tlacochcalcatl que era de hacer la guerra florida, junto a sus guerreros águila, al otro lado de los volcanes luchó cuerpo a cuerpo, logrando de propia mano someter a los cuatro tlaxcaltecas que serían sacrificados.

-…allí mataba cuatro cautivos, dos a honra del dios Amapan y otros dos a honra del dios Oppatzan, cuyas estatuas estaban junto al tlachco; en habiéndolos muerto arrastrábanlos por el tlachco –ensangrentábase todo el suelo con la sangre, que de ellos salía yéndolos arrastrando-,”---

Fray Bernardino de Sahagún,
Historia General de la cosas de Nueva España

El gran día, de los templos anexos al recinto del Tlachtli dedicados a los dioses regidores del juego Amapan y Oppatzan, “banderas de papel” salió después de ofrecer su sangre en sacrificio Tlilcuetzpalin bendecido, sahumado con el copal sagrado. La efigie del dios patrono, aquel que movía a la gente para que saliese a pelear en la guerra contra el enemigo, el sanguinario Painal entraba en andas después de su procesión por los barrios de la gran Tenochtitlan al gran Teotlachco, acompañándolo arribaban también al estadio los muy principales señores y sacerdotes de la nación mexica, el “señor rostro de agua”, el aguerrido Axayacatl y su Cihuacoatl, el anciano consejero real Tlacaelel tomaron sus asientos presidiendo el juego.

Gran sorpresa se dibujo en el rostro del Huey Tlatoani azteca cuando a la cabeza de su equipo vio desfilar al insigne joven Tlilcuetzpalin, quien con gran destreza fue vestido junto a los seis miembros de su equipo, ataviaronle los sumos sacerdotes del rito con rodilleras y coderas, con casco y protector de cadera bellamente confeccionados en fina piel de venado ornamentada con caracolas y chalchihuites preciosos que lo embestían en deidad, que lo transmutaban en Xolotl, dios principal del sagrado juego de pelota, el cielo vespertino de Venus, el divino gemelo de Tlahuiscalpantecuhtli Quetzalcoatl.

---Todos los que jugaban este juego lo jugaban en cueros puestos encima de los bragueros que á la continua traían unos pañetes de cuero de venado para defensa de los muslos que siempre los traín rapando por el suelo. Ponianse en las manos unos guantes para no lastimarse las manos con que siempre andaban afirmando y sustentándose por el suelo. Lo que jugaban eran joyas esclavos piedras ricas mantas galanas aderezos de guerra ropa y aderezos de mujeres. Otros jugaban las mancebas lo cual se ha de entender que era como dejo dicho entre gente muy principal de Señores y capitanes y hombres de valor y estima al cual juego acudía gran multitud de Señores y caballeros y jugabanlo con tanto contento y regocijo remudandose unos agora y otros después y otros de ay á un rato para gozar todos del regocijo y solaz que se les ponia el Sol en aquel contento.---

Fray Diego Duran,
Historia de las Indias de Nueva España e islas de Tierra Firme

Gallardo, esplendoroso y altivo al centro de la cancha inició el encuentro Tlilcuetzpalin golpeando por única vez en el juego la sagrada pelota con la mano, con magistral destreza los compañeros de equipo del otomite corrían por la cancha alcanzando en toda vez con hombros y antebrazos los lances de sus contrincantes, la corpulenta figura de Tlilcuetzpalin de continuo caíase y levantabase, torcíase y enderezabase logrando a cada movimiento lanzar el caucho orbicular velozmente contra sus adversarios; al tocar la divina esfera en su fugaz vuelo las diferentes marcas del campo uno y otro equipo asestaban puntos, el partido, cual enfrentamiento en guerra tornabase a cada instante más y más difícil, los competidores de ambos equipos, maestros en el arte del juego de pelota se esforzaban en cada tiro, sin decaimiento en su animo pero con el cansancio reflejado en cara y cuerpo una y otra y otra y otra vez por sostener el cruce de la pelota por el espacio sagrado del campo.

Por más de cuatro horas los fieros peleadores se enfrentaron sin falta alguna por tocar malamente la bola o no alcanzarla, los puntos del marcador siempre avanzando al parejo daban de tiro en tiro a cada uno de los equipos por triunfador; los espectadores, pueblo y nobles de ambas naciones contrincantes rugían a cada golpe asestado, la paredes y pisos del Teotlachtli estremecíanse con los gritos, las danzas y la música que acompañaban la ceremonia.

El éxtasis era generalizado, parecía ser que sin desmayo alguno los semidioses del juego, los contrarios en la cancha proseguirían en la competencia hasta menguar su existencia, la pelota iba y venía en un eterno continuo hasta que en un rebote de pared Tlilcuetzpalin, barriéndose certeramente por el suelo logro con un golpe de cadera proyectar la divina esfera por entre el agujero del anillo marcador.

Tal hazaña marcaba el final del encuentro, desde la sillerías eufóricos los de Tenochtitlan se lanzaban presurosos contra los de Texcoco para arrancarles joyas y vestidos apostados; el ruido provocado por la algarabía cimbraba la tierra de la gran Tenochtitlan ante el nuevo y apoteótico triunfo del héroe de Xiquipilco.

La euforia que sintieran los muy principales señores de Tenochtitlan, el Tlacatecuhtli azteca, su Cihuacoatl y todos los demás nobles invitados de las ciudades vecinas y aliadas con aquella demostración de gran maestría en el ullamaliztli fue tanta, que sus corazones sintiéronse entonces fortalecidos, prestos para la volver a las guerras de conquista.

Y fue así como el muy principal señor de Xiquipilco, el arrojado guerrero otomite Tlilcuetzpalin quien durante la conquista de su tierra hiriera ferozmente la pierna del Tlatoani mexica y que después escapase de la Tlamiquilistli o muerte ritual del sacrificio gracias a la destreza y habilidad tan grande que en el pelear poseía, convirtióse en gran campeón del tlachtli, el arte del divino juego de la pelota.

Maria Esther Piñasoria Calderón.


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