Sadelas

 Sociedad Amigos de la Salud *

La metasensorialidad

En materia de sensorialidad humana, nos   acostumbraron  a una interpretación mecanicista y puntual (de primer grado). Así, tenemos entendido que, dado un estímulo óptico, una descomposición luminosa, por ejemplo, nuestra retina sabe percibirla o retenerla con  el lenguaje de  sus correspondientes ondas,   y luego enviarlas al cerebro mediante  su traducción electroquímica, para que  finalmente  sean procesadas y reconvertidas en los diferentes colores que inicialmente   un objeto alumbrado le  ofreció a nuestra curiosa vista.

Otro tanto podríamos decir de la sensación sonora, de la olfativa, de la gustativa y de la táctil. Digamos que un cielo despejado lo vemos azulado, los acordes emitidos por el violín los percibimos agudos, y el jugo de limón, con su acidez correspondiente. Pero la sensorialidad cerebral va más allá. Para nuestro cerebro las variopintas sensaciones aparecen  supersutil o azarosamente combinadas, a veces yuxtapuestas,  a veces imbricadas,  a veces contrariadas, pero todas concomitante, articulada y armoniosamente   empaquetadas en una suerte de menú memorístico que va alargándose o enriqueciéndose con cada una de nuestras metasensaciones de cualquier tipo.

Porque, pongamos por caso, un objeto de color de rosa necesaria e inevitablemente evoca rasgos de otros objetos, de ciertos  olores, de ciertos gustos y sonoridades. Toda  una percepción de multisensaciones interrelacionadas  que son procesadas automáticamente cada vez que ponemos en marcha alguno de nuestros particulares órganos sensoriales.

Digamos que a cada paquete exógeno de sensaciones captadas que impresionan nuestros sentidos, se suman endógenamente   las informaciones precedentes ya convertidas en recuerdos debidamente estructurados. A las informaciones externas y netamente objetivas nuestro cerebro añade todas las metainformaciones *subjetivas*, u objetivas de segundo grado o más, en una cadena explosivamente  envolvente de datos cuyos detonantes requieren estímulos extraídos  del mundo exterior,  cuando nos hayamos en vigilia, pero cuyas percepciones cerebrales  terminan autonomizándose cuando soñamos, o   cuando, estando    despiertos, nos abstraemos del mundo exterior e inmediato para penetrar metasensorialmente dentro de nuestro propio Yo a fin  procesar toda esa información acumulada desde que se sensibilizaron todos nuestros órganos primosensoriales.

Tal vez usted  haya experimentado el irrefrenable y complejo flujo de ideas que suelen venirnos a la mente  cada vez que oímos a un interlocutor, cada vez que comemos determinado plato u oímos determinada pieza musical. A tal punto de que  eventualmente llegamos a *perder* la concentración in situ para adentrarnos  en la encrucijada de mil caminos, y la lectura del caso, el sabor del caso, o la    audición correspondiente,  si bien siguen impresionando nuestros sentidos, para ese entonces nuestro cerebro divaga a sus anchas por el copioso cúmulo de recuerdos que están allí precisamente para alimentar  nuestras reacciones ante tal o cual experiencia sensorial de reciente factura. De otra manera estaríamos padeciendo de demencia senil o del embogado *mal de Alzheimer*.

Es esa metasensorialidad la que marca la diferencia entre informaciones subjetivas y objetivas claramente reconocibles pero que tanta confusión ha inspirado entre pensadores objetivitas y subjetivistas , y redundado en la precipua división filosófica entre idealistas y materialistas, no respectivamente.

             

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 * Sociedad, en su  sentido holístico, porque cada ser humano la representa. Sólo por desviaciones del pensamiento aún no enderezadas, tendemos a  salirnos de ella, como si   la primera  estuviera allá, y el segundo, acá.

Manuel C. Martínez C.

270_12/06/2007

 

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