Sadelas

                      (Sociedad Amigos de la Salud)

         Antidialéctica del cambio

               Manuel C. Martínez M.

Preguntémonos sin ánimo de engañarnos, sin objetivos políticos burocráticos: ¿qué tanto sustancial y humanamente ha cambiado el mundo terrestre, aparte de las innovaciones mercantiles eufemísticamente  calificadas  como tecnológicas?

Efectivamente, desde el rocoso texto aziliense hasta el  vocálico griego, del grafito al computador, de la honda al misil, a pesar de los innegables logros en medios de transporte y longitud de rutas recorridas, la problemática social colectiva ha seguido aterrada e incólumemente su mismo y reciclable camino.

Pareciera que los cambios han sido sólo en el ropaje de harapos  más o menos floridos, más  o menos escuetos y descoloridos.

El caso que que a la par con rascacielos, con naves espaciales lunares y marcianas, los ranchos, tugurios, y la caminata a patas sueltas, siguen vigente como cuando Jesús  el crucificado  anduvo por el mundo oriental y hasta más allá en  el  cobijante hábitat del cavernícola   prehistoriado a la fecha.

Ante semejante cuadro de quietud sociológica, de inamovibilidad popular y de viciosa reproducción, debemos solicitar la   reformulación de    las  fundamentales   categorías filosóficas elaboradas  hasta ahora por quienes más han  tratado el asunto de la evolución, del progreso, del desarrollo  y del cambio en nuestras sociedades humanas.

Ahí está la literatura filosófica con sus preciosas leyes dialécticas ora idealistas, ora materialistas.

La referente al cambio de medidas cuantitativas por cualitativas, y de estas por aquellas,  requiere urgente revisión.

Salvo en la serie de números  naturales y   afines, no observamos por ningún lado cumplimiento alguno de dicha ley, que ni se cumple ni nadie la hace cumplir. Entonces inferimos que pierde su condición de tal, habida cuenta que como ley sería inviolable

El caso visible es que los trabajadores de siempre, quienes han batido el cobre el hierro, el estaño, el bronce, la plata   y el oro, siguen, con ligeras modificaciones tecnológicas, dependiendo de la manera más nómada de uno que otro mutante patrono, de uno que otro acontecer del día;  que si llueve, que si truena, que si sale el Sol o que no lo hace; que si le alcanza la vida para vivirla, o la comida para trabajar.

Curiosamente, y al margen de esa ley de las metamorfosis, hay literatura donde se elucubra si las circunstancias exógenas nos determinan, o si el hombre endógenamente lo hace con aquellas.

Entonces vamos cayendo en la cuenta de que sólo los románticos concibieron la medición numérica de los cambios de cara a que llegado cierto e infranqueable límite en condiciones normales, el salto  sobrevendría solito, como caído el cielo, como lo hacen las unidades simples aritméticas en su tránsito cualitativo de decenas a centenas, de estas a millares, de estos a millonares y luego a millardares, billonares . trillonares y  poliares de nunca acabar.

Total, que de cambios  cuantitativos, aparecerían   indefectiblemente c. cualitativos que se trastrocarían en   nuevos cambios cualitativos,  pero esto es teoría pura porque en lo  concreto no hay manera alguna ni  concebible  en  paralelo  de hacer corresponder uno a uno la serie infinita de números   con los objetos unitarios enumerados  con  aquellos que  hipotéticamente podríamos medir para tales efectos de correspondencia. Recordemos a Cantor, el matemático apasionado por los problemas de la inconmensurable infinitud 

Y si en la matemática el cambio no es viable, ni qué cosa  decir para que  lo sea en aspectos sociológicos.

 ¡Ah!, pero eso es porque hasta ahorita y en común para todas las sociedades conocidas sin el goce de cambios sustanciales, estas teorías, estas categorías y estas leyes han sido concebidas, diseñadas, editadas, vendidas y enseñadas por los mismos prepotentes de siempre, y de Perogrullo  mal podrían esos autores   respetar   una romántica, falsaria e  inexistente ley del cambio que les violaría su ley de la antidialéctica del cambio.

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