186_28_09_KK4 Manuel C. Martínez M.
Sadelas
Sociedad Amigos de la Salud
Bolas Chinas en movimiento orbital
Secretos de la inteligencia formal
(Hipótesis)
Hemos venido elucubrando sobre el origen recóndito que podría dar cuenta de la diferenciación cuantitativa imperante entre los conciudadanos del mundo en materia de *inteligencia*, abstracción hecha de rasgos étnicos, económicos o culturales que pudieran coadyuvar con esa variable. Conste que no dudamos de la inteligencia común de los seres humanos.
De entrada, es bueno observar la etología cognoscitiva de muchos animales. Del caballo, por ejemplo, se dice que obra maravillas, y hasta sirve de mofa a muchos seres mejor dotados en la escala zoológica. Nunca he tenido uno bajo mi observación directa, pero sí muchos perros y perritas: Mi Irlanda, mi Paipo, mi Jaspita, mi Monona, mi Lucky, mi recordatísima Edil. Todos han dado demostraciones de saber desenvolverse excelentemente.
¿Qué explicaría, groso modo, esa *inteligencia* animal? Podría ser su innata capacidad para no distraerse con tantas influencias externas de encantadoras manifestaciones externas a nuestra pelleja. Pero, Sociólogos Psicólogos y Psiquiatras y Filósofos están contestes en que la realidad de afuera recibe mandatos de nuestro propio ego, y este de aquella.
El hombre, por el contrario, vive rodeado de fuertes y poderosos atractivos de los que muy difícilmente puede abstraerse. Entre mis anécdotas como profesor universitario está aquella sesión de clases cuando me vi obligado a girar en 180 grados el mobiliario y a sus correspondientes usuarios. La puerta del salón era una pantalla donde a cada minuto, cual pasarela sin fines de lucro, desfilaban preciosos y tentadores especimenes de ambos sexos.
La concentración del alumno ha sido exigida como requisito sine qua non para una mejor y más pronta asimilación de los temas tratados por el docente de marras. Y ha funcionado bien.
Entonces, podemos aventurarnos a disparar la siguiente flecha: La capacidad intelectiva de todo ser humano, estadística y medianamente hablando, es de partida igual para todos. Sólo que hay personas con una mayor sensibilidad genérica para reaccionar ante las variables de su entorno y sus polivalentes manifestaciones.
Ante ese escenario de múltiples y paralelos fenómenos y actores, el cerebro de cada quien se ve conflictuado en mayor o menor grado, para unos y otros, de tal manera que un buen método para *sobreinteligenciarnos* sería la el aislamiento o congelación de todas las variables o sucesos menos uno, para que sea este el que máximamente nos polarice toda nuestra potencial capacidad de observación, de inferencias, comprensión y demás acciones constituyentes de lo que solemos llamar inteligencia.
De Perogrullo, la inteligencia es una variable más que se mueve entre los distraídos lunáticos y los geniales de aposentos cerrados con olor a probetas y demás parafernalias propias de la investigación tecnocientífica, razón por la cual nadie puede emprender con éxito ninguna tarea sino pone de su parte, mediante una máxima concentración en lo que aisladamente nos propongamos conocer y dominar.
De allí que si bien el azar (Cfere. Sadelas: El clonaje antiidiotas) daría cuenta de nuestra variada composición neuronal en el tablero de la carga genética, una sensibilidad dependiente de nuestras recónditas endocrinas nos potenciaría en más o en menos para el buen, regular, excelente o pésimo empleo de nuestra inteligencia formal, mediante la sana administración y advertencia del polarizante magnetismo propio de los estímulos circundantes.