Sadelas

Los vestidos no hacen la belleza

Manuel C. Martínez M.

Desde que apareció el vestido de verano, y con ellos los diferentes y cambiantes vestidos que han engalanado el cuerpo de todos nosotros, mujeres, hombres y niños, más que por razones climáticas han privado las de carácter frívolo, y eso no es del todo despreciable, pero debemos considerar hasta qué punto esa vestimenta y ese calzado nos embellece, o somos nosotros los que vitalizamos y embellecemos a esos trapos y cueros de mutante presentación.

El inolvidable  cronista español Julio Camba citó en una de sus siempre extraordinarias entregas el caso : *Sobre las mujeres-Penagos*. Allí apreció  Camba que era tan  difícil reconocer en los lienzos del pintor a las modernizadas y revestidas y enzapatadas madrileñas como reconocer en estas las pinturas de aquél. Porque ora Penagos las modeló, ora P. las creó tal como iban acomodándose a las modas de la alta, mediana y baja costura, según se inspiraban en la rica pinacoteca de sus creaciones.

Es que cuando observamos las artificiales bellezas del hombre vestido y calzado, así como las de   sus contratrapartes; cuando se nos priva de ver in situ con la transparencia  e in púribus ,   pies, bustos, caderas, brazos, muslos, cabezas y etc.,  debido a las preciosas y atractivas coberturas cual pieles exógenas, de  pertenencia ajena e incorpórea, caemos en   cuenta de que no necesariamente la belleza que exhibimos pertenece al vestido o al calzado, sino que tal  belleza nos pertenece   por naturaleza propia, y que  la atribuida a aquellos son más bien préstamo o proyección de esta.

Inferimos, pues,  que hombres y mujeres están predotados de belleza de una belleza  subyacente y que ni el  vestido ni el calzado tienen belleza per se.

 

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