Manuel C. Martínez M.

 

Sadelas

Acerca de la velocidad de la luz

Cuando se afirma que la velocidad de los fotones (de la luz) es alrededor de 300MKm/s solemos imaginarnos unas micropartículas que a esa increíble velocidad se trasladan desde el foco emisor hasta un sitio que dista de este  semejante longitud. 

Esa apreciación prima facie se parece a la que tenemos cuando se nos habla de las aves migratorias a las que nos imaginamos  volando incansablemente desde su partida hasta el sitio donde invernarían. Y nada más falso, habida cuenta que ellas se limitan a timonear y planear en las corrientes eólicas con las que se desplazan en esas oportunidades tanto de ida como de vuelta.

En el caso de la luz, se nos invita a creer que la misma irradiación deslumbrante que parte y nos llega desde el Sol atraviesa la bicoca de 144MM de Km  durante los 8' luz aprox. que este astro dista de la Tierra.

Ahora bien, si consideramos que las micropartículas materiales se generan a partir de determinadas y elevadas cuantías de empujes energéticos que colisionan con el emboscado y abigarrado mundo circundante, gaseoso y plasmático, nos vemos obligados a inferir que los fotones que inicialmente parten de un foco ad hoc, en determinada dirección y sentido prevalecientes, terminan su vida de luminosidad tan pronto colisionan con el entorno inmediato, y generan así una nueva porción de fotones nuevos que desencadenadamente siguen su rumbo chocando y generando ad infinítum más lotes de fotones, a tal punto que, si respetamos los números de la v. de la l. actualmente establecida, al cabo de 1 s los fotones iniciales habrían generado nuevos fotones en el otro extremo de una trayectoria cuya longitud es de esos 300M Km.

De manera que es revisable el concepto de velocidad de la luz, en tanto y cuanto sígase afirmando y creyéndose que los fotones viajan  como podría hacerlo una piedra lanzada al vacío. Sólo la pequeñez corpuscular de conducta ondulatoria, sumada a la ingente *rapidez* de formación, explica cómo puede propagarse una porción de  luz que se *encienda* en un punto del espacio (y si este se halla *vacío*, mucho mejor-léase: un medio plasmático de mínima resistencia corporal), del espacio, decimos,  a distancias virtualmente infinitas,  y con respeto de la ley de conservación de la energía  ya que esta sólo intervine en los sucesivos  momentos de encendido cuánticamente desarrollados.

Por analogía, obsérvese, por ejemplo,  que no es la porción de agua afectada en el choque inicial  de la piedra que cae en el estanque la que se desplaza en los círculos correspondientes, sino la porción de energía que cada vez y en cada onda se va trasmitiendo al resto del agua hasta su anulación por choque de valores encontrados en su regreso. Sólo queda el efecto calórico de disipación involucrado durante el proceso.

Asimismo, no son los fotones iniciales los que viajan por el espacio, sino la energía de formación que en cada fase se va regenerando por liberaciones de fuerzas equivalentes de las capas electrónicas que se hallan en el camino recorrido.

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