147_21_07_KK3                                                                                                                                    Manuel C. Martínez M.

SADELAS

Sociedad Amigos de la Salud

Los costes de la ganancia

Cuando todo empresario entra en posesión de algún supuesto monto de ganancia  (patriarcas, señores feudales, aristócratas o, más recientemente,  los denominados inversionistas industriales), en cualquier régimen de explotación de unos hombres por otros, el manejo de esa explotación, su   administración, conservación y contabilidad suponen una inversión en sí misma, dirigida, pues, a la apropiación concreta   de dicha ganancia. Ni qué añadir que esta ha sido obtenida con estricto apego a la Ley de Oro de la Economía: *Mínimos desembolsos, y máximas entradas *, es decir, que no sólo obtiene ganancias individuales de sus trabajadores  in situ, sino que vende más caro  lo que compró a precio menor, cuestión que si en verdad se anula macroeconómicamente, también termina extrayendo y agotando los ahorros viejos de los pequeños capitalistas y consumidores.

Con los desembolsos capitales que el inversionista practica se genera mentalmente un espejismo que esconde el origen de las ganancias. El caso es que los patronos terminan creyendo que su beneficio industrial proviene de su capital como un todo y que, gracias a su <<sana>>y sigilosa  administración,  terminan con saldos positivos en su balance anual.

De tal manera que  hacer economías aquí  y allá, vigilar los inventarios, evitar robos y mermas, reducir salarios, vender bien caro, en fin, controlar exhaustivamente el uso y destino de cada bolívar invertido pasa a tomar el papel de fuente  de ganancias, y, lógicamente, cuanto mejor resulte un patrono, en materia  de sigilosidad y empresarismo, mayor será su prosperidad. Una prosperidad que siempre lucirá como bien habida, ya que, obtenida la ganancia, resulta obvio tener que incurrir luego en nuevas inversiones o costes de mantenimiento, de conservación y de empleo de la ganancia misma.

A esos costes materiales y laborales que aplica el patrono damos en llamar  costes de la ganancia, y en esto descansa fuertemente la  negativa del patrono para reconocer su papel de explotador de terceros, y , en caso de quiebras reales es mucho más difícil admitir y comprender que un empresario quebrado haya podido explotar a alguien, a pesar de haberlo hecho.

El punto es que también la tenencia del dinero y del capital supone una empresa de costes definidos que se superpone a los costes primarios de producción de la ganancia previa. Y, como si fuera poco, estos costes de conservación de la explotación ya practicada terminan generando nuevas ganancias que requerirán de nuevos costes, y, así, ad infinitum mientras el sistema resista.

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