SADELAS

Sociedad Amigos  de la Salud

El subplusvalor de Carlos Marx

Manuel C. Martínez M. 

Karl Marx erró: Sólo el trabajo primario, agrominero, da PLUSVALOR. Prejuicios fisiocráticos indujeron a los tratadistas económicos a asimilar la misma rentabilidad al trabajo asalariado.

Como una hipótesis que busca explicar la crisis del régimen burgués, agotados los mercados vírgenes, y en plena época globalizante o plusmacroeconómica, desde aquí nos proponemos dar unas líneas gruesas que sirvan de base para una mejor elucidación sobre tan interesante e irresoluto problema. Hablamos del  origen del valor, una categoría insistente y tercamente negada hasta por los más promiscuos académicos de la Economía burguesa, y tan deficientemente convalidada hasta por los más entusiastas epílogos del marxismo.

Hasta el Medioevo fisiocrático o prolegómenos del industrialismo burgués, la economía mundial giró en torno a la producción mineroagrícola, una actividad donde las fuerzas inerciales y estacionales de la Naturaleza daban cuenta del mayor aporte, organización y acabado de los principales bienes que conformaban la demanda de marras. Los artesanos y hombres, quienes apenas complementaban los procesos naturales, representaban sólo una continuación o ayuda hacia la Naturaleza, muy al contrario de lo que pasaron a convertirse cuando su capacidad productiva empezó a ser reemplaza por máquinas e instrumentos de producción que polarizaron y parasitariamente absorbieron para sí parte de su productividad original.

Frente a esa nueva coproducción llevada acabo por los medios artificiales y el mismo trabajador, el empresariado comenzó a contabilizar costes de alojamiento, de mantenimiento y de consumo para una buena parte de su capital; en este caso del denominado capital fijo, un lastre económico que ha estado pesando gravemente sobre la constante productiva del mismo trabajador ahora conocido como asalariado.

El patrono industrial ha echado manos al sobretrabajo y al trabajo impago que necesita para cubrir sus costes de  conservación, recuperación y rentabilidad de unas inversiones estérilmente invertidas en complementos <<productivos>> que ha tenido que cargar a los rendimientos naturales de sus trabajadores.

Todo comenzó con las jornadas de sobretiempo, o llamada plusvalía absoluta, y desembocó en la denominada plusvalía relativa, una cantidad de tiempo laboral que constantemente el hombre atemporalmente ha sacrificado para dar cuenta de su autoalimentación, y que   hoy por hoy, mutatis mutandis, sigue siendo la misma, pero acompañada de un tiempo de trabajo  excedentario mucho mayor que el que necesitaban los feudales y patronos preburgueses, habida cuenta que  esa renta que el señor de la gleba le arrancaba a los siervos y campesinos, en cierto modo, se la estaban arrancando a la Naturaleza por intermediación de sus trabajadores.

Toda la plusvalía incipiente y preburguesa  venía dado gracias a los aportes naturales del medio exterior, a diferencia de hoy donde Naturaleza ha sido parcialmente reemplazada por una cibernética de amplio espectro, que pesa en los costes de producción; que aparece como ayudante  del proceso productivo, pero que ciertamente representan nuevos justificativos técnicos para arrancarle a los trabajadores una porción de su valor agregado mucho mayor que la plusvalía tradicional, procedente del PLUSVALOR preindustrial, y que, de resultas, nos presenta una cuadro desproductivo donde el asalariado termina siendo más explotado cada vez más  por causa de la distracción de valor que parasitariamente sustrae para sí una naturaleza artificial mecanizada, y que finalmente ha convertido  al PLUSVALOR en subplusvalor. 

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