SADELAS

Sociedad Amigos de la Salud

 

DIVERGENTE MORAL y ENCONTRADAS LUCES

Manuel C. Martínez M.

 

11 feb. KK3

 

Cada cultura, y con ella las luces irradiadas sobre la población que la cultiva, termina produciendo y multiplicando inmorales con muchas luces, y analfabetos de elevada moral. Esta contradicción social se explica por la división clasista que en todas las saciedades conocidas hasta ahora han practicado los agentes de mayor poder de convencimiento pedagógico. No puede haber una moral común para una población con tan distintos recursos económicos, con tan diferentes fuentes informativas, ni con tan distintos dioses a quienes alabar y rogar. Concordantemente, no se concibe un patrón común de enseñanza para un universo demográfico que saca de los centros de estudio a los más, y llena sus pupitres con los menos.

 

Harto conocida por productiva es la estrategia de los grupos de poder, según la cual, por medio de la enseñanza sistematizada, la publicidad comercial y hasta aparentemente no lucrativa, así como a través de la cultura popular trasmitida de persona a persona, van perfilando un ciudadano medio que, mientras más se instruye sistemática y tendenciosamente, menos libre es de las amenazas ideológicas que le son bombardeadas desde su cuna misma. Y viceversa. Esta fea realidad nos  plantea una urgente revisión de hasta qué punto y de qué calidad debe ser la enseñanza popular, así como de sus límites distributivos.

 

Pareciera, pues, que aquella estrategia ha sido mal entendida   por parte de sus diseñadores y practicantes, habida cuenta que, contradictoria y paradójicamente, para ellos, a mayor marginalidad, menos control ideológico. Efectivamente: practicar viejos ritos  religiosos, manejar un vocabulario anacrónico y desintelectualizado tienen la ventaja de impermeabilizar la piel y mente de aquellos ciudadanos a quienes, a pesar de hallarse oprimidos económicamente (y por la misma razón)  se van dotando de una mayor autonomía de pensamiento y sindéresis. Sólo de quienes hayan sido rígidamente disciplinados es expedita una obediencia incondicional para el halago y seguimiento de quienes los  opriman en la empresa, a pesar de que les  den un mejor trato social en la academia y centros culturales afines.

 

¿Será, acaso, más demagógico repartir mejor la riqueza y dar una común educación a todos los ciudadanos para que,  in sólidum, respondan subyacentemente a quienes controlan los hilos del poder? ¿hasta qué punto podrán seguir sosteniendo los opresores sociales una doble moral, un doble discurso y una doble enseñanza, en una sociedad que cada vez se hace más resistente a las viejas lecciones educativas  que tanto entusiasmaron a los analfabetos de otrora?

 

Porque hasta ahora los intelectuales y alfabetizados  en general han estado demostrando ser la porción más   reaccionaria frente a los brotes revolucionarios que las mayorías, menos ilustradas y menos académicas del planeta, con sus mayores dosis de independencia ideológica están emprendiendo. Para ello, han ido descubriendo que detrás de cada libro burgués, de cada centro cultural, de cada cuadrilátero televisivo  y de cada docente se halla un potencial de veneno ideológico que sólo ha buscado la conservación del desigual estado social que (?) afortunadamente ha impedido, paradójicamente, que esa masa de marginales haya  caído en las sutiles redes del aburguesamiento estúpido y complaciente.

 

De resultas: cada clase con su divergente moral, y cada una de ellas  con sus distintas luces, mientras ser culto signifique cuadrarse para  convalidar  el sistema, y ser marginado, depurarse preventivamente del veneno ideológico de unas luces que cuando han llegado inexplicablemente más nos han oscurecido el camino a la libertad y la justicia.  

 

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