Sadelas

(Sociedad Amigos de la Salud)

La educación como hábito mercantil

 Manuel C. Martínez M.

Decía en anteriores entregas que la educación masiva, popular y gratuita venezolana es característica del pasado siglo y, propiamente de su segundo tercio.

Ya, para ahora, nuestra educación  ha dado muestra de ser una partida del gasto familiar  en la que el peso relativo de los aportes gubernamentales se torna relativamente decreciente  y poco a poco va convirtiéndose en  una educación que cada vez más corre a cargo de los propios y devaluados bolsillos ciudadanos (salvo para los muy necesitados, quienes carentes de honrilla alguna exhiben su miserias a las puertas de los dadivosos gobernantes de turno, y hasta por los canales de TV).

Ejemplo incuestionable de esos asertos  lo representa la pobreza de calidad que actualmente caracteriza  los centros de estudios en todas sus fases hasta la universitaria, pobre calidad que se manifiesta en falta e inestabilidad en materia de cupo estudiantil, en  improductivos paros e interrupciones frecuentes e intespectivos, en decocciones programáticas, en politicismo académico-estudiantil y profesoral, en crónicos déficit bibliotecarios así como de suministros administrativos; en conflictos obrero-patronales, etc.

Todos esos rasgos la acidad educativa venezolana tipifican palmariamente una producción educativa de tercera ante la cual los padres y representantes menos menesterosos vense obligados a buscar la alternativa correspondiente, esto es: a prescindir de esos centros públicos  y contratar  con entes privado- mercantiles o, si puede decirse así, centros lucrativos, o a conformarse con esa educación de tercera en plena correspondencia consigo mismo como clase social que de tercera esos padres y representantes representan en una sociedad que apenas les garantiza u ofrece un salario de baja subsistencia.

Pero, cometen crasos yerros quienes atribuyen irresponsabilidad  a nuestros gobiernos de las últimas décadas, como supuestos violadores del derecho constitucional de la Educación Gratuita. Las constituciones también son históricas; surgen en momentos socioeconómicos cuya coyuntura impone el texto mismo de cada una de sus taxativas disposiciones.

Bien, la coyuntura  del caso venezolano fue aquel  medio analfabetizadamente *gomecista* que llenó más de las tres primeras  décadas del Siglo XX (gomero, decían los analfabetos de marras quienes nunca leyeron: Gómez, y se limitaron a decir: Gome). En semejante medio los hábitos de escolaridad estaban aún por adquirirse por parte de las grandes masas populares. Para la mayoría de los padres y madres no era  ningún problema si su hijos iban, o no, a la Escuela.

Y sucedió   como ocurre con toda industria incipiente:  el consumo de útiles escolares   impuso una fase de intensa promoción tendente a la formación de hábitos para la demanda de semejantes e innovadoras mercancías que, como tales, debían ser  compradas y obviamente se tradujo  una novísima partida de gasto para el presupuesto familiar y gubernamental: textos, cuadernos, lápices, gomas de borrar, sacapuntas, cartulinas, portafolios, luncheras, diccionarios, instalaciones, edificios, pupitres, contrata de burócratas de la docencia, etc.

Como quiera que durante esos lustros postgomecistas semejantes gastos no estaban incorporados al salario medio de los trabajadores de entonces, el Estado se subrogó esas obligaciones presupuestarias por la vía de subsidios, subvenciones, y lo hizo en  obediencia a mandatos constitucionales que fueron retomados con la caída del dictador.

Tal es el origen y explicación de la  transitoriedad(1) que se ha venido   revelando para el cacareado  carácter gratuito de la Enseñanza Pública, afirmado este en un decreto presidencial del S. XIX (Antonio Guzmán Blanco  1829/1899): Ahora, prendidos  como están los hábitos de consumo escolar y que se traducen en una suerte de complejo de inferioridad para cualquier familia cuyos hijos pareciera que morirían en caso de no ser enviados a colegios, ahora, decimos, tales familias bien pueden, a juicio de los industriales y gobernantes  involucrados, costear directamente con sus salarios la educación de sus hijos, porque  a estas alturas  la industria de la educación*  cuenta con una amplia  clientela cimentada con hábitos de consumo para la compra de las mercancías escolares, mismas estas que durante la fase de promoción industrial los capitalistas  impusieron que fueran adquiridas con cargo al Erario Público, es decir, costeados indirectamente por la familias mediante tributos e impuestos diversos.

 Inferimos así que las perspectivas en esta materia son una sostenida y acelerada   p r iv a t i z a c i ó n  de los institutos docentes para los  cuales la educación es una industria para consumidores cuyos hábitos culturales y educativos son ahora vulgares hábitos mercantiles.

 

SADELAS-PUBLICACIONES

FAChADA

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     029_19_08_1985, (ant. 31_19-08-1985)           

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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