Magisterio de la Iglesia

Menti Nostrae
Exhortación Apostólica

III. EDUCACIÓN DE LOS CANDIDATOS 

83. El cultivo de las vocaciones, un gran deber

   Si muchos sagrados pastores están gravemente preocupados por la disminución de las vocaciones, no menos preocupación les sobrecoge cuando se trata de la formación de los jóvenes que han entrado ya en el Seminario. Reconocemos, Venerables Hermanos, cuán arduo es vuestro trabajo y cuántas dificultades presenta; pero, del cumplimiento obligado de tan grave deber, tendréis grandísimo consuelo en cuanto, como recuerda Nuestro predecesor León XIII, de los cuidados y de las solicitudes puestas en la formación de los sacerdotes, recibiréis frutos sumamente deseables y experimentaréis que vuestro oficio episcopal será más fácil de ejercitar y tanto más fecundo en frutos[72].

84. Normas prácticas

   Estimamos, por lo tanto, oportuno daros algunas normas sugeridas por la necesidad, hoy más que nunca sentida, de educar santos sacerdotes.

85. Ambiente familiar sano y sereno

   Ante todo es preciso recordar que los alumnos de los seminarios menores, que son formados en los primeros estudios, no son sino adolescentes separados del ambiente natural de la familia. Es necesario, por ello, que la vida que esos jóvenes lleven en el seminario corresponda en cuanto sea posible a la vida normal de su edad; se dará, por lo tanto, gran importancia a la vida espiritual, pero en forma adecuada a su capacidad y a su grado de desarrollo; y cuidese de que todo ello se desenvuelva en lugares espaciosos y capaces. Pero, también en ello, obsérvese la justa medida y moderación, no sea que quienes han de ser formados en la abnegación y en las virtudes evangélicas, vivan en casas suntuosas, en refinadas delicadezas y con todas las comodidades[73].

86. Formar el carácter, el espíritu de iniciativa, de responsabilidad y adaptación 

   En general, se ha de procurar la formación del carácter propio de cada niño; procúrese, de modo especial, el que se desarrolle cada vez mejor la conciencia de cada uno, examinando cómo se enfrenta con los peligros, cómo juzga de los hombres y de los acontecimientos, cómo, finalmente, se desarrolla en él el espíritu de iniciativa. Por esto, los que dirigen los seminarios deberán ser muy moderados en las reprensiones, aligerando, a medida que los jóvenes crecen en edad, el sistema de la vigilancia rigurosa y de las restricciones, para así lograr que los jóvenes lleguen a guiarse por sí mismos, a sentirse responsables de sus propias acciones. No sólo les concedan cierta libertad de acción en determinadas iniciativas, sino que habitúen a los alumnos a la propia reflexión para que más fácilmente lleguen a asimilarse las verdades teóricas y las normas prácticas; no teman tenerlos al corriente de los acontecimientos del día y, además de darles elementos necesarios para que puedan formarse y expresar un recto juicio sobre ellos, no rehuyan la discusión sobre los mismos, para así ayudarles y habituarles a juzgar y valorar con equilibrio los hechos y sus causas.

87. Educarlos en la honradez, integridad y sinceridad

   Si estas normas se guardaren con prudencia, los jóvenes formados en la honradez y en la lealtad, al estimar -en sí y en todos los demás- la firmeza y rectitud del carácter, llegarán al mismo tiempo a sentir aversión hacia toda forma de doblez y de simulación. Si se lograre esta rectitud y sinceridad, los superiores podrán ayudarles con mayor eficacia, cuando se trate de examinar si verdaderamente están llamados por Dios a la sagrada ordenación.

88. Evitar un ambiente artificial aislado enteramente del mundo 

   Si los jóvenes -especialmente los que han entrado en el seminario en tierna edad- se han formado en un ambiente demasiado retirado del mundo, cuando después salgan del seminario podrán encontrar serias dificultades en las relaciones con el pueblo y con el laicado culto, y puede así ocurrir o que tomen una actitud equivocada o falsa hacia los fieles o que consideren desfavorablemente la formación recibida. Por este motivo, es preciso disminuir gradualmente y con la debida prudencia la separación entre el pueblo y el futuro sacerdote, para que cuando éste, recibidas las sagradas órdenes, inicie su ministerio, no se sienta desorientado; lo cual no sólo perturbaría gravemente su espíritu, sino que también disminuiría mucho la eficacia de sus actividades sacerdotales.

89. La formación intelectual, literaria y científica ha de ser completa 

   Otro grave cuidado de los superiores ha de ser la formación intelectual de los alumnos. Tenéis presentes, Venerables Hermanos, las órdenes y disposiciones que esta Sede Apostólica ha dado a este propósito y que Nos mismo hemos recomendado a todos desde el primer encuentro que tuvimos con los alumnos de los seminarios y colegios de Roma al comienzo de Nuestro Pontificado[74].

90. No inferior a la de los seglares

   Aquí queremos recomendar, ante todo, que la cultura literaria y científica de los futuros sacerdotes sea, por lo menos, no inferior a la de los seglares que asisten a análogos cursos de estudios. De este modo no sólo se asegurará la seriedad de la formación intelectual, sino que se facilitará también, en cada caso, la elección de los candidatos. Y, así formados, los seminaristas se sentirán con la más plena libertad, cuando traten definitivamente de su elección de estado; y no habrá el peligro de que, por falta de una suficiente preparación cultural que pueda asegurarles una colocación en el mundo, alguno se sienta en cierto modo obligado a proseguir un camino que no es el suyo, haciéndose las cuentas del administrador infiel: Para cavar no valgo, de mendigar me avergüenzo[75]. Y si ocurriese que alguno, sobre el que había concebido buenas esperanzas la Iglesia, se alejara del seminario, esto no debe preocupar, porque el joven que ha conseguido encontrar su camino, más tarde no podrá menos de recordar los beneficios recibidos en el seminario, y con sus actividades podrá proporcionar una notable contribución de bien en las obras del laicado católico.

91. Necesidad de la formación filosófica y teológica 

   En la formación intelectual de los seminaristas, aun no olvidando los demás estudios, entre los que debemos recordar los pertenecientes a los problemas sociales, hoy tan necesarios, dése la máxima importancia a la doctrina filosófica y teológica, según la norma del Doctor Angélico[76], que deberá ir unida con un pleno conocimiento de los problemas y errores de nuestros tiempos. El estudio de estas cuestiones y doctrinas es de suma importancia y utilidad, lo mismo para el espíritu del sacerdote que para el pueblo. Y los maestros de la vida espiritual afirman que tales estudios, con tal de que se enseñen del modo debido, son una ayuda eficacísima para conservar y alimentar el espíritu de fe, refrenar las pasiones, mantener el alma unida a Dios. Añádase que el sacerdote, que ha de ser la sal de la tierra y la luz del mundo[77], debe entregarse con todo empeño a la defensa de la fe, predicando el Evangelio y refutando los errores de las doctrinas adversas, diseminados hoy entre el pueblo por todos los medios. Mas no se pueden combatir eficazmente tales errores sino se conocen a fondo los inconmovibles principios de la filosofía y de la teología católica.

92. Método tradicional de la Iglesia, el escolástico

   Y en ello no está fuera de lugar el recordar que el método de enseñanza que tiene ya tanto abolengo en las escuelas católicas, tiene particular eficacia así para dar conceptos claros como para demostrar que las doctrinas confiadas en sagrado depósito a la Iglesia, maestra de los cristianos, están entre sí orgánicamente conexas y coherentes. No faltan, sin embargo, quienes actualmente, desentendiéndose de las más recientes enseñanzas de la Iglesia, y descuidando la claridad y la precisión de las ideas, no sólo se alejan del sano método escolástico, sino que abren el camino a opiniones falsas o falaces, como una triste experiencia demuestra.

93. Exhortación a la vigilancia

   Para impedir, por lo tanto, que en los estudios eclesiásticos hayan de lamentarse vaivenes o incertidumbres, os exhortamos, Venerables Hermanos, a que vigiléis asiduamente para que las normas precisas dadas por esta Sede Apostólica sobre tales estudios sean fielmente acogidas y llevadas a la práctica en toda su integridad.

IV. FORMACIÓN ESPIRITUAL Y MORAL

94. Peligros de la sola ciencia

   Si con solicitud tanta, en virtud de Nuestro deber apostólico, hasta aquí Nos hemos ocupado de la eficaz preparación intelectual que al clero ha de darse, no es difícil entender cuánta es Nuestra preocupación porque la formación espiritual y moral de los jóvenes clérigos sea lo más recta posible; pues si de otro modo sucediere, su ciencia, por muy eminente que fuere, a causa de la soberbia y de la arrogancia, que fácilmente se adueñan de los corazones, podría ocasionar las máximas ruinas. Por ello la Santa Madre Iglesia quiere, sobre todo, que en los seminarios se pongan sólidos fundamentos de santidad a aquellos jóvenes; santidad, que el ministro de Dios deberá luego ofrecer y practicar en todo el decurso de su vida.

95. Crear convicciones y fomentar la vida interior 

   Como ya hemos dicho de los sacerdotes, así ahora insistimos en que todos los seminaristas deben tener una plena convicción, sincera y muy profunda, de la necesidad de una exquisita vida espiritual, constituida por todas las virtudes, que con todo empeño han de tratar de conservar luego con fortaleza y aun aumentarlas con entusiasmo durante su vida, una vez que antes las hubiesen adquirido.

96. Piedad con convicción

   Cuando en el decurso de cada día, casi siempre a las mismas horas, los jóvenes seminaristas lleven a cabo las diversas prácticas religiosas, puede temerse el que un movimiento interior de su alma no responda plenamente al exterior ejercicio de la piedad; lo cual, en virtud de la costumbre, pudiera resultar habitual y hasta agravarse cuando, ya fuera del seminario, el ministro de Dios se encuentre como arrebatado por la obligada necesidad de acción en el desempeño total de sus ministerios.

97. Vida interior y espíritu de fe

   Así, pues, póngase el máximo empeño y cuidado para que los jóvenes seminaristas se formen plenamente en una vida interior alimentada por un espíritu sobrenatural y movida por el mismo espíritu sobrenatural que la gobierna. Que ellos lo hagan todo guiados por la luz de la fe y unidos íntimamente con Cristo Jesús, plenamente convencidos de que éste es un grave deber de conciencia que se impone a quienes más tarde habrán de ser consagrados sacerdotes y deberán, por lo tanto, representar a la misma persona del Divino Maestro en la Iglesia. Ha de ser la vida interior, para los seminaristas, el medio más eficaz para que logren adquirir las condignas virtudes sacerdotales, para vencer totalmente toda clase de dificultades, y para llevar a la práctica plenamente los más altos propósitos.

98. Virtudes eclesiásticas básicas 

   Quienes están consagrados a la formación moral de los seminaristas han de tener siempre muy presente el hacerles conquistar todas aquellas virtudes que la Iglesia exige a sus sacerdotes. Ya hemos tratado de ellas en otra parte Nuestra Exhortación; por ello no es necesario volvamos a repetir lo dicho. Pero, entre todas las virtudes que han de adornar a los aspirantes al sacerdocio, no podemos Nos menos de incitarles singularmente a que procuren aquellas sobre las cuales, como sobre firmes fundamentos, se apoya toda la santidad sacerdotal.

99. Práctica de la sumisión

   Muy necesario es que los jóvenes adquieran de tal modo el espíritu de la obediencia que se acostumbren a someter sinceramente su voluntad a la voluntad de Dios, manifestada siempre por medio de la autoridad de los superiores del seminario. Y así, en su modo de obrar nunca haya nada que no esté conforme a la voluntad divina. Obediencia, que debe siempre inspirarse, para los jóvenes, en el modelo perfecto del Divino Redentor, que en la tierra tan sólo tuvo este programa: que yo haga, Dios mío, tu voluntad[78].

100. Obediencia al Obispo

   Que los jóvenes seminaristas se dispongan, ya desde los primeros años a obedecer filial y sinceramente a sus superiores, de suerte que en su día estén dispuestos a obedecer con la máxima docilidad a la voluntad de sus Obispos, según el mandato del muy invicto atleta de Cristo, Ignacio de Antioquía: Obedeced todos al Obispo, como Jesucristo a su Padre[79]. Quien honra al Obispo, honrado es de Dios; quien obra algo a escondidas del Obispo, al demonio sirve[80]. Nada hagáis nunca sin el Obispo, guardad vuestro cuerpo cual templo de Dios, amad la unión, evitad las discordias, sed imitadores de Jesucristo como El lo fue de su Padre[81].

101. Sólida formación en la castidad y el celibato sacerdotal 

   Suma diligencia y solicitud, además, ha de emplearse para que los seminaristas estimen, amen y defiendan en su espíritu la castidad, porque su elección del estado sacerdotal y la perseverancia en él dependen en gran parte de esta virtud. Y estando ella tan sujeta a peligros tan grandes, dentro de la humana sociedad, ha de ser sólidamente poseída y largamente probada por quienes aspiran al sacerdocio. Por ello, en el momento oportuno, sean bien instruidos los seminaristas sobre la naturaleza del celibato eclesiástico y la consiguiente castidad que ellos han de guardar[82], así como sobre los deberes todos que lleva consigo, y no dejen de ser bien avisados acerca de todos los peligros que en esta materia les pueden ocurrir. Asimismo, los seminaristas han de ser muy bien prevenidos, aun desde su edad más tierna, a guardarse bien de los peligros, recurriendo fielmente a todos los medios que la ascética cristiana aconseja para refrenar las pasiones; porque cuanto más firme y eficaz sea el dominio sobre éstas, tanto más podrá el alma avanzar en las demás virtudes y tanto más abundantes serán en su día, los frutos de la actividad sacerdotal. Por todo ello, si en esta materia algún seminarista mostrare torcidas tendencias, y, dado algún tiempo para una prueba conveniente, se mostrara incorregible en tan perversa inclinación, absolutamente deberá ser despedido del seminario, antes de ser admitido a las órdenes sagradas.

102. Devoción al Santísimo sacramento y a la Virgen Santísima 

   Esta y todas las demás virtudes que dignifican al sacerdote, y de las que hemos hablado, las deberán adquirir fácilmente los seminaristas, si ya desde jóvenes se alimentaren con aquella sincera y tierna piedad hacia Jesucristo, presente verdadera, real y sustancialmente, entre nosotros, en el augusto Sacramento de su amor; y si al mismo tiempo fueran movidos por el mismo Cristo y sólo en El vieran el fin de todas sus acciones, así como de sus aspiraciones y sacrificios. Y muy grande será la alegría de la santa Iglesia, si ya desde jovencitos, a la piedad hacia el Santísimo Sacramento de la Eucaristía vinieren a unir una singular devoción filial hacia la Santísima Virgen María; devoción y piedad decimos, en virtud de la cual su alma se abandone totalmente a la Madre de Dios, sintiéndose movida a imitar los ejemplos de sus virtudes, porque jamás podrá faltar el fruto de un ministerio ardiente y celoso en un sacerdote, cuya adolescencia se haya nutrido principalmente del amor a Jesús y a María.

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