Magisterio de la Iglesia

Menti Nostrae
Exhortación Apostólica

II. LA IMITACIÓN SACERDOTAL DE CRISTO

14. Íntima unión con Jesús

   El principal impulso que debe mover al espíritu sacerdotal es el de unirse íntimamente con el Divino Redentor, el aceptar íntegra y dócilmente los mandatos de la doctrina cristiana, y el de llevarlos a la práctica, en todos los momentos de su vida, con tal diligencia que la fe sea la guía de su conducta y ésta, en cierto modo, refleje el esplendor de la fe.

15. Mirada fija en Cristo, modelo del sacerdote

   Guiado por el esplendor de esta virtud, siempre tenga fija su mirada en Cristo; siga con toda diligencia sus mandatos, sus actos y sus ejemplos; y hállese plenamente convencido de que no le basta cumplir aquellos deberes a que vienen obligados los simples fieles, sino que ha de tender cada vez más y más hacia aquélla santidad que la excelsa dignidad sacerdotal exige, como ya prescribe el Código de Derecho Canónico: El clérigo debe llevar vida más santa que los seglares y servir a éstos de ejemplo en la virtud y en la rectitud de las obras[21].

16. Compendio de la vida de Cristo: vida cristocéntrica

   La vida sacerdotal, del mismo modo que se deriva de Cristo, debe toda y siempre dirigirse a El. Cristo es el Verbo de Dios, que no desdeñó tomar la naturaleza humana, que vivió su vida terrenal para cumplir la voluntad del eterno Padre, que difundió en torno a sí el aroma del lirio, que vivió en la pobreza, que pasó haciendo el bien y sanando a todos[22]; que, en fin, se inmoló como hostia por la salvación de los hermanos. Ante vuestros ojos tenéis, amados hijos, el cuadro de aquélla tan admirable vida: empeñaos con todo esfuerzo por reproducirla en vosotros, acordándoos de aquélla exhortación: Os he dado ejemplo para que vosotros hagáis como yo he hecho[23].

17. Práctica de la humildad, base de la santidad

   El comienzo de la perfección cristiana está en la humildad. Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón[24]. Pues si bien consideramos la tan excelsa dignidad a la que por el bautismo y por la sagrada ordenación fuimos llamados, y si reconocemos nuestra propia miseria espiritual, necesario es que meditemos aquélla divina sentencia de Jesucristo: Sin mí nada podéis hacer[25].

18. Desconfianza de sí mismo y desprendimiento

   El sacerdote no deberá confiar en sus propias fuerzas, ni complacerse con desorden en sus propias dotes, ni andar buscando el juicio y alabanza de los hombres, ni aspirar ambicioso a las más altas dignidades, sino imitar a Cristo, que no vino para ser servido sino para servir[26]; niéguese, pues, a sí mismo, según el mandato del Evangelio[27], y no se apegue en su ánimo a las cosas terrenales con demasía, para así poder seguir, más fácil y más libremente, al Divino Maestro. Todo cuanto él tiene, todo cuanto él es, se deriva de la bondad y del poder de Dios; por lo tanto, si de algo quisiere gloriarse, recuerde bien las palabras del Apóstol: Mas por lo que toca a mí mismo, no me gloriare sino de mis debilidades[28].

19. Triple inmolación 

a) la voluntad en la obediencia

   Semejante espíritu de humildad, iluminado por la luz de la fe, obliga al hombre a inmolar, en cierto modo, su voluntad mediante la obligada obediencia. Fue el mismo Cristo quien estableció, en la sociedad por él fundada, una legítima autoridad, encargada de perpetuar la de El para siempre; por ello, quien obedece a los superiores, en la Iglesia, obedece al Redentor mismo.

20. b) El juicio propio: necesidad de la obediencia

   En tiempos como los nuestros, cuando el principio de autoridad es quebrantado con audacia y temeridad, es absolutamente necesario que el sacerdote, además de mantener firmemente en su espíritu los principios de la fe, reconozca y en conciencia admira tal autoridad no sólo como obligada defensa del orden religioso y social, sino también como fundamento de su propia santificación personal. Y puesto que los enemigos de Dios, con cierta astucia criminal, ponen todo su empeño en excitar y seducir las desordenadas ambiciones de algunos para que se rebelen contra la Santa Madre Iglesia, deseamos Nos elogiar, como es merecido, y sostener con paternal ánimo a ese tan gran ejército de sacerdotes que, precisamente por proclamar abiertamente su obediencia y por guardar incólume su más íntegra fidelidad hacia Cristo y hacia la autoridad por El constituida, fueron encontrados dignos de sufrir contumelia por el nombre de Cristo[29], y no sólo contumelia, sino también persecuciones, cárceles y hasta la misma muerte.

21. c) La dedicación a las cosas de Dios y la renuncia en el celibato

   La actividad del sacerdote se ejercita en todo cuanto al orden de la vida sobrenatural se refiere, pues le corresponde fomentar el crecimiento de la misma y comunicarla al Cuerpo Místico de Cristo. Por ello ha de renunciar a todas las ocupaciones que son del mundo, cuidarse tan sólo de las que son de Dios[30]. Y porque ha de estar libre de las solicitudes del mundo y consagrado por completo al divino servicio, la Iglesia instituyó la ley del celibato, para que cada vez se pusiera más de relieve, ante todos, que el sacerdote es ministro de Dios y padre de las almas. Y gracias a esa ley de celibato, el sacerdote, lejos de perder por completo el deber de la verdadera paternidad, lo realza hasta lo infinito, puesto que engendra hijos no para esta vida terrenal y perecedera, sino para la celestial y eterna.

22. La castidad sacerdotal - Excelencia de la pureza

   Cuanto más refulge la castidad sacerdotal, tanto más viene a ser el sacerdote, junto con Cristo, hostia pura, hostia santa, hostia inmaculada[31].

23. Medios para conservar la castidad sacerdotal

   Mas para conservar con todo cuidado y en toda su integridad esta castidad sacerdotal, cual tesoro de valor inestimable, necesario es de todo punto atenerse con toda fidelidad a aquélla exhortación del Príncipe de los Apóstoles, que todos los días repetimos a la hora de Completas: Sed sobrios y vigilad[32].

24. La vigilancia y la oración, custodia de la castidad 

   Sí, mis amados hijos, estad muy vigilantes, porque vuestra castidad ha de enfrentarse con tantos peligros, así por la plena ruina de la moralidad pública, como por los atractivos de los vicios, que hoy con tanta facilidad os asedian, ya finalmente por aquélla excesiva libertad de relaciones entre personas de distinto sexo, tan corriente en la actualidad, y que a veces llega audaz a querer penetrar aun en el ejercicio del ministerio sagrado. Vigilad y orad[33], acordándoos de que vuestras manos tocan las cosas más santas; acordaos asimismo de que estáis consagrados a Dios, y de que sólo a El habéis de servir. Hasta el habito mismo que lleváis os advierte, que no debéis vivir para el mundo, sino para Dios. Empeñaos, pues, con ardor y valentía, confiando en la protección de la Virgen Madre de Dios, en conservaros cada día nítidos, limpios, puros, castos, como conviene a ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios[34].

25. Evitar las familiaridades

   Y a este propósito juzgamos oportuno exhortaros de modo especial para que, en la dirección de asociaciones y cofradías femeninas, os mostréis tales como corresponde a los sacerdotes: evitad toda familiaridad; y, siempre que fuere necesaria vuestra actuación, sea ésta como de ministro sagrado. Y en la misma dirección de tales asociaciones encerrad vuestra actividad en aquellos límites que vuestro ministerio sacerdotal exige.

26. El desprendimiento apostólico de los bienes terrenos 

   Pero no juzguéis que sea bastante el que por la castidad hayáis renunciado a todos los placeres de la carne, y que por vuestra obediencia hayáis sometido plenamente vuestra voluntad a vuestros superiores; necesario es, asimismo, que vuestro espíritu se halle cada día más alejado de las riquezas y de las cosas terrenales. Una y otra vez os exhortamos, amados hijos, a que no améis demasiado las cosas caducas y perecederas de este mundo; procurad, más bien -con suma veneración-, tomar como modelos a los grandes santos de tiempos pasados y de los nuestros; pues ellos, uniendo la renuncia necesaria de los bienes temporales a una suma confianza en la divina Providencia y al más ardiente celo sacerdotal, realizaron las obras más admirables confiados tan sólo en Dios que nunca niega los medios que sean necesarios. Aun los mismos sacerdotes "seculares", que no hacen profesión de pobreza por voto especial, deberán conducirse por un amor a la pobreza, que se muestre claro, así en su vida -sencilla y modesta-, como en su habitación -sin suntuosidad- y en su largueza generosa para con los pobres. Y, sobre todo, se abstengan de participar en las empresas económicas, que les apartarán del cumplimiento de sus deberes pastorales, y harán disminuir la consideración de los fieles hacia ellos. Porque el sacerdote, obligado como está a procurar por todos los medios la salvación de las almas, debe considerar como suya aquélla sentencia del apóstol San Pablo: No busco vuestras cosas, a vosotros busco[35].

27. Reproduciendo a Cristo en todas sus virtudes 

   Si ahora fuera oportuno el tratar detalladamente de todas aquellas virtudes, por las cuales el sacerdote ha de reproducir en sí, en la mejor forma posible, el divino ejemplar de Jesucristo, iríamos desarrollando muchas cosas que en Nuestra mente están presentes; hemos querido, sin embargo, inculcar de modo especial a vuestra mente tan sólo todo aquello que singularmente parece necesario en estos nuestros tiempos; cuanto a las demás virtudes, baste recordar esta sentencia del áureo libro de la Imitación de Cristo: El sacerdote debe estar adornado de todas las virtudes y dar a los demás ejemplo de recta vida. Su conversación no sea según las vulgares y comunes maneras de los hombres, sino como de ángeles y hombres perfectos[36].

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