Magisterio de la Iglesia

Exul familia nazarethana
Constitución Apostólica

53. La solicitud por los prisioneros de guerra y los desplazados. 

   Concedimos a los prisioneros, refugiados, desterrados y a los demás hijos Nuestros que por una causa u otra andaban errantes lejos de su patria, y especialmente a los tiernos niños y los pobres huérfanos, en todas y cada una de las obras de caridad, por los iniciados o promovidas o recomendadas para subvenir las innumerables e inauditas calamidades y penalidades originadas por la guerra que afligían a casi todos los hombres. Mas como todos conocen bien estas obras -constan en documentos históricos- no hay por qué exponerlas detenidamente: séanos permitido, sin embargo, enumerar de paso algunas.

54. Las Oficinas, Consejos y Comisiones de socorro del Vaticano. 

   Apenas comenzado el conflicto armado, Nos, imitando los ejemplos de Nuestro Predecesor Benedicto XV, de cuyos servicios de caridad fuimos administradores en el furor de la primera guerra, creamos una Oficina especial en Nuestra Secretaría de Estado para ayudar por doquiera a todos los pobres y menesterosos; en el transcurso del conflicto procuramos la creación de otra Oficina para buscar a los prisioneros y enviar y recibir informaciones y otros Consejos más, entre los cuales Nos place recordar el Consejo para consolar a los desgraciados por la guerra especialmente los refugiados y detenidos en lugares de prisión pública, reemplazado más tarde por Nuestra Comisión de Socorro s a todos los indigentes. Conviene tener presentes aquí también las "Misiones" para Alemania y Austria, más de una vez estimuladas por Nuestra Secretaría de Estado, especialmente con el fin de atender la salud de los refugiados y desplazados.

55. La Pontificia Oficina de Migración y la Oficina en Ginebra. 

   Mas por cuanto de día en día urgía más la necesidad, puesto que los asuntos no se habían arreglado aún en definitiva paz, se procuró socorrer a la multitud de los refugiados de los cuales muchísimos se hallaban impedidos de volver a su casa y como no pocos hombres de las naciones más populosas acuciados por la indigencia, deseaban emigrar al extranjero, establecimos por decreto una Oficina de Migración en la misma Secretaría de Estado la que abarca dos secciones, una para la emigración libre y otra para la emigración forzosa. A la Oficina de migración en la ciudad de Ginebra, Nos enviamos a un clérigo a fin de que asistiera a todas las reuniones o congresos internacionales qu e allí se celebran, y últimamente, aprobamos la Comisión Católica de Emigración a la que incumbe unir y confederar las fuerzas de todas las Asociaciones o Comités existentes en cualquier parte del mundo, favorecer las iniciativas y obras que ellas sostienen en favor de los emigrantes o desplazados, consolidarlas y coordinarlas.

56. Los Comités en favor de los refugiados. 

   No debe pasarse en silencio que en casi todas las jurisdicciones y diócesis se promovieron, por Nuestros Nuncios o Delegados u otros eclesiásticos enviados especialmente para el efecto, comités o comisiones en favor de los refugiados indigentes y también de los emigrantes, ayudando por cierto los Ordinarios o ministros sagrados o miembros de la Acción Católica y de otras Asociaciones de apostolado y hombres probos por cuya diligente actividad, que gustosamente elogiamos, ya vemos que han surgido muchísimos beneficios que han de contribuir a la protección de emigrantes y desplazados.

57. Ayuda a los refugiados en Palestina y a los árabes refugiados. 

   Nuevas causas de aflicción y duelo trajo la guerra, estallada en el año 1948 en Palestina; refugiados sin cuento abandonaron lo suyo, azotados por inefables dolores y obligados en todas partes a ir a otras tierras, es decir al Líbano, Siria, Jordania, Egipto y la región de Gaza; los que se vieron asociados por las comunes calamidades, ora ricos o pobres, ora fieles o carentes de la luz de la fe, ofrecían un espectáculo horrendo y deplorable. Nos, pues, en seguida proporcionamos consuelo, a medida que lo permitían Nuestros medios, consuelo que la Iglesia Católica procuraba llevar por doquiera a los afligidos y abandonados. Para ese fin Nos creamos Nuestra Misión Pro-Palestina, por la cual, como ya se solía hacer en los tiempos apostólicos subvenimos hasta el presente día por todas partes las necesidades de los árabes refugiados, valiéndonos particularmente de la Asociación especial fundada por la Comisión General de los Obispos de los Estados Unidos de Norteamérica.

58. Afanes por las personas desplazadas por la segunda guerra mundial. 

   Nos afanamos con todo empeño por disponer favorablemente los ánimos de todos en beneficio de los refugiados y desterrados como de hermanos más indigentes: expusimos, pues, varias veces la miseria de su vida, vindicando sus derechos, y más de una vez apelamos a la generosidad de todos los hombres especialmente de los católicos en mensajes radiofónicos, en alocuciones o sermones, que, dada la ocasión, pronunciamos, y en cartas o epístolas dirigidas a los Arzobispos y Obispos. "Especialmente, parece estimular por el momento y urgir vuestra caridad y la del clero de Alemania -así escribimos a los Venerables Hermanos Arzobispos y Obispos y Ordinarios de lugar de Alemania- la necesidad de atender con toda ayuda y auxilio del ministerio sagrado tanto a los refugiados de vuestra Nación que viven en vuestra diáspora como a los refugiados extraños que, después de haber perdido a menudo los familiares, bienes, casas, están obligados a tenderse en la mayoría de los casos en promiscuidad bajo carpas colocadas en los campos, arrastrando una vida miserable y aflictiva. A esa clase de prójimos, agobiados dirijan los buenos alemanes sus ojos y espíritus, especialmente los ministros sagrados y socios de la Acción Católica, para que aquéllos no echen de menos ningún servicio de Religión y caridad."

59. Denunció el mismo problema en 1949 en la Encíclica "Redemptoris Nostri".

   Igualmente, al hablar de los Santos Lugares en Palestina Nos quejamos acerbadamente en Nuestra Encíclica "Redemptoris Nostri" de este modo: "Efectivamente, todavía Nos llegan los lamentos de quienes justamente deploran daños y profanaciones de santuarios y sagradas imágenes, destrucciones de pacíficas habitaciones de comunidades religiosas; nos llegan todavía los lamentos de tantos y tantos prófugos de toda edad y condición, a quienes la reciente guerra ha obligado a vivir en el destierro o ha esparcido por campos de concentración, exponiéndolos al hambre, a las epidemias, a peligros de toda clase." "Nos no ignoramos lo que muchos organismos públicos y organizaciones privadas han hecho para aliviar la suerte de esa multitud que ha sufrido tanto. Y Nos mismos, continuando las obras de caridad que emprendimos desde el principio de Nuestro pontificado, hemos hecho y hacemos todo lo que podemos para satisfacer todas sus necesidades más urgentes. Pero la situación de estos prófugos es tan incierta y tan precaria que no podrá durar mucho. Por eso mientras exhortamos a todas las almas nobles y generosas para que socorran, según sus posibilidades, a estos desterrados, enfermos y privados de todo dirigimos un cálido llamamiento a aquellos a quienes corresponde proveer para que se haga justicia a cuantos, obligados por el huracán de la guerra, abandonaron sus casas y no ambicionan otra cosa que reorganizar sus vidas en paz."

60. Agradecimiento a todos, a Obispos, sacerdotes y fieles, especialmente Estados Unidos de Norteamérica y Australia. 

   Nos manifestamos en cambio, Nuestros más profundos agradecimientos a Nuestros dilectísimos hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes y a todos los ciudadanos de cualquier clase, a los magistrados públicos y las celosas organizaciones que con obras y consejos ayudaron a los hombres que por los más diversos motivos se habían refugiado o emigrado. Entre otras, es preciso hacer mención aquí de la Carta que enviamos gustosamente al Presidente de la Conferencia del Consejo General de los Obispos de los Estados Unidos de Norteamérica para Incremento de la Causa Católica, y también la Carta quirógrafa que con Nuestras congratula ciones dedicamos a los Obispos de Australia, los cuales celebran el 50 Aniversario del comienzo auspicioso de la Confederación de aquellos estados.

61. Insistencia ante los gobiernos, especialmente en favor de la justicia. 

   Nos dirigimos, además, con insistencia a los supremos gobernantes de los Estados, a los presidentes de organizaciones y a cuantos hombres rectos y bien dispuestos había para que consideraran con mucho detenimiento y resolvieran el problema gravísimo de los refugiados y emigrantes, que removieran al mismo tiempo los peligros que a causa de la guerra corrían todos los pueblos y pensaran cuáles eran los remedios que habían de aplicarse para reparar los males; ponderaran, finalmente, cuanto importaba a la sociedad humana que todos, uniendo ideas y esfuerzos, subsanaran rápida y eficientemente tantas de las más urgentes necesidades de esos hombres infortunados, coordina ndo los postulados de la justicia con las exigencias de la caridad: "Ciertamente, muchas de las injustas condiciones existentes en el campo social puede de algún modo remediar la caridad, pero esto no basta. Pues, primero se necesita vigorizar la justicia, hacerla prevalecer y realmente lograr que se imponga."

62. Exposición del derecho natural a la migración. 

   Desde el principio de Nuestra aceptación de la servidumbre apostólica dirigimos atentamente Nuestra mirada igualmente a todos los hijos emigrantes preocupándonos con toda la solicitud de Nuestro corazón tanto de su bienestar eterno como temporal. Por eso, en el 50 aniversario de la Encíclica "Rerum Novarum", en la fiesta de Pentecostés, el 1º de junio de 1941 hablamos del derecho de migración, basado en la naturaleza de la misma tierra en que los hombres habitan; de ese discurso Nos place citar algunas sentencias (traducidas al latín): "En nuestro planeta, que posee tan extensos océanos, mares y lagos, con montes y llanos cubiertos de nieves y de hielos perpetuos, con dilatados desiertos y tierras inhóspitas y estériles, no faltan, sin embargo, regiones y lugares vitales abandonados al capricho vegetativo de la naturaleza y que se prestan al cultivo por la mano del hombre, para sus necesidades y sus operaciones civiles; y más de una vez es inevitable que algunas familias, emigrando de acá para allá busquen en otra región una nueva patria. En este caso, según señala "Rerum Novarum", se respeta el derecho de la familia a un espacio vital. Donde esto suceda, la emigración logrará -según a veces confirma la experiencia- su fin natural, esto es, la distribución más favorable de los hombres en la superficie de la tierra que se preste para colonias de agricultores; superficie que Dios creó y preparó para el uso de todos. Si las dos partes, la que concede permiso para dejar el lugar de origen y la que admite a los emigrados, se mantienen lealmente solícitas para eliminar cuanto pudiere impedir que nazca y se desarrolle la verdadera confianza entre el país de emigración y el país de inmigración, todos los que participen en tal cambio de lugares y de personas reportarán sus ventajas: las familias recibirán un terreno que para ellas será tierra patria en el verdadero sentido de la palabra; las tierras de densa población se verán aligeradas, y sus pueblos se crearán nuevos amigos en territorios extranjeros; y los Es tados que acogen a los emigrados se habrán ganado unos laboriosos conciudadanos. De esta suerte, las Naciones que dan emigrados y los Estados que los reciben contribuirán a porfía al incremento del bienestar humano y al progreso de la civilización. Volvimos al señalar esos mismos principios generales de derecho natural, al año siguiente, en la Alocución de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo ante el Sacro Colegio de los Padres Purpurados y la reunión de Obispos.

63. Insistencia en el derecho natural de migración a los Obispos de Estados Unidos de Norteamérica 

   El 24 de diciembre de 1948, empero, escribimos sobre este tema abiertamente a los Pastores sagrados de los Estados Unidos de Norteamérica lo que sigue: "Sabéis con qué angustiosos pensamientos y ansiedad Nos preocupamos de los que por la subversión del orden público en su patria o urgidos por la falta de trabajo y alimento abandonan sus domésticos lares y se ven constreñidos a trasladar su domicilio a naciones extrañas. El amor al género humano aconseja no menos que el derecho natural el que los caminos de la emigración se franqueen para ellos, pues, el Creador de todas las cosas creó todos los bienes principalmente para beneficio de todos: por eso, aunque el dominio de cada uno de los Estados debe respetarse no debe aquel domino extenderse de tal modo que por insuficientes e injustas razones se impida el acceso a los pobres, nacidos en otras partes y dotados de sana moral en cuanto esto nos se oponga a la pública utilidad pesada con balanza exacta." "Vosotros conscientes de Nuestra advertencia, hace poco os empeñasteis y esforzadamente lograsteis que, a fuerza de un próvido decreto al cual esperamos han de seguir otros más amplios, no pocos desterrados de su tierra podrán entrar en vuestro país e igualmente atendéis, mediante la labor apropiada de hombres excelentes, a los emigrantes, sea cuando partan de su casa, sea cuando arriben a vuestras playas, convirtiendo en bella realidad aquel precepto de benevolencia sacerdotal: "Es deber del sacerdote no perjudicar a nadie y querer servir a todos".

64. El Papa siente la angustia del problema de desplazados e insiste en una paz justa también para los refugiados. 

   A nadie, que oyó las palabras pronunciadas por Nos tanto en la Vigilia de la Natividad de Nuestro Señor en el año 1945 como en las Alocuciones dirigidas a los Cardenales recién creados, el día veinte de febrero de 1946 y al Colegio de los representantes ante la Santa Sede, el día 25 de ese mismo mes, a nadie, decimos, podrá escapar con qué angustia y desasosiego del corazón se conmovía el Padre de todos los fieles. En esas alocuciones y mensajes radiofónicos condenamos con palabras enérgicas los principios del "Totalitarismo" e "imperialismo" del Estado como también las doctrinas de un desorbitado "nacionalismo" por cuanto el los, mientras por un lado restringen, a su arbitrio, el derecho natural de los hombres a la emigración y la fundación de colonias, por el otro obligan a pueblos salir de otras parte, deportando a los habitantes contra su voluntad y osan criminalmente arrancar a los ciudadanos a su familia, su hogar y su patria. En la recordada alocución dirigida a los representantes y embajadores de diferentes naciones Nos quisimos refirmar una vez más Nuestra voluntad, ya antes a menudo manifestada, en presencia de esa solemne reunión, de propiciar una paz justa y segura; el otro camino que señalamos para alcanzar esa paz favorece las mutuas relaciones entre los pueblos de tal modo que permite, finalmente, regresar a casa a los desplazados y refugiados y a emigrar a otras regiones a los que carecen de fortuna o sea los que, en casa, se hallan destituidos de lo necesario para la vida.

65. Alegato papal en favor de la migración, especialmente la del Japón. 

   En la Alocución a los Padres Purpurados en la festividad de Nuestro Patrono, pronunciada el mismo año volvimos a invitar a las Naciones que se distinguieron por la vastedad de su territorio y carecen de un correspondiente número de habitantes a que aceptaran hombres que viven en regiones superpobladas, entre las cuales, como a nadie escapa, figura actualmente en especial el Japón. Lo mismo auspiciamos en la Vigilia de la Natividad de Nuestro Señor, el año 1948: "Debe favorecerse la emigración de familias, decíamos, en regiones que pueden proporcionarles lo necesario para la vida, más bien que enviar a los prófugos las enormes erogaciones de los impuestos". Por eso exhortamos nuevamente a los Senadores de los Estados Unidos de Norteamérica que trabajan en el Departamento Pro-Inmigración, hace algunos años venidos a Roma, a que trataran de aplicar en cuanto estuviera a su alcance, con mayor liberalidad las leyes muy severas que vigían acerca de la inmigración en su país Nos no omitimos proclamar y urgir lo mismo a los ilustres legisladores del Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica que presiden los asuntos de los refugiados emigrantes de Europa y recibimos gustosos a los adscriptos a la Comisión de la dirección de gastos; y de nuevo hace poco, cuando dirigimos un discurso al amado pueblo del Brasil el día 4 de junio del año en curso.

66. Normas internacionales de migración. 

   Nos insinuamos también que era muy oportuno dar normas o reglas internacionales que favoreciesen la emigración, en la Alocución dirigida el 2 de julio de 1951 a los asistentes al Congreso Internacional de los Católicos, celebrado en Roma para mejorar las condiciones de vida de los campesinos. Más tarde, en la Audiencia concedida a algunos hombres preclaros que se habían reunido en Congreso en Nápoles para tratar el problema de la emigración, les expusimos la gravedad de este problema.

67. Enumeración de las obras Pontificias en favor de prisioneros y desplazados. 

   Por eso damos gracias eternas a Dios dador de los bienes que asistió benignamente a su Santa Iglesia. Con su divino auxilio después de solícito estudio y trabajo de todos los Consejos u Oficinas se han podido llevar a cabo, entre otras cosas, los siguientes proyectos de beneficencia y obras de piedad: Las colonias de verano para niños y niñas aún con constante alimentación, las cuales recibían con atención plena también a los niños de los emigrados que venían de varias naciones; Instituciones de amparo de huérfanos o infantes en desgracia por la guerra; Cocinas o comedores para alimentar a los indigentes; albergues para recibir a los refugiados recién vueltos o prisioneros que regresaban a su patria, y asistencia a hombres y a sus familias que iban a emigrar al extranjero; aguinaldos entregados por Nuestra orden a niños y cautivos, becas concedidas a jóvenes de cualquier nación a fin de que, lejos de su patria, en las Universidades extranjeras pudieran reemprender los estudios interrumpidos por la fuerza; no pocas reuniones en varias naciones europeas para llevar ayuda, alimentos, vestidos y medicinas a los indigentes y a los perjudicados por la guerra; hogares de recreo para los soldados que lejos de su patria hacen el servicio de armas.

68. Extensión de los servicios de socorro en los edificios Pontificios en Roma.

   Cuando, rugiendo aún la horrible guerra, una enorme muchedumbre de hombres, niños, mujeres, enfermos y ancianos que salían de las ciudades y pueblos destruidos por incursiones enemigas, especialmente de las tierras despobladas de Italia, casi hora a hora confluían en Roma para pedir salvación y amparo al Padre común, Nos ensanchamos en forma, la más amplia posible, los ámbitos de la caridad; pues, tocaba Nuestro corazón tanto gemido de desterrados y refugiados, y, conmovidos por la compasión Nos hacía repetir aquella queja del Señor: Siento compasión de la muchedumbre... . Por eso todos Nuestros edificios, sea los del Vaticano, sea los del Letrán, sea principalmente los de Castelgandolfo y las casas anejas a las Basílicas Romanas, los Institutos de los religiosos, los Seminarios y Colegios eclesiásticos de la Urbe estaban entonces abiertos de par en par. Por tanto, mientras casi el mundo universo ardía en odios implacables y derramaba sangre hermana la Urbe sagrada de Roma y los edificios recién nombrados se convirtieron en sede y domicilio de caridad.

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