Magisterio de la Iglesia

Quadragesimo anno

PÍO XI
Sobre la restauración del orden social en perfecta conformidad con la ley evangélica, al celebrarse el 40º  aniversario de la Encíclica "Rerum Novarum" de León XIII
15 de mayo de 1931

Venerables Hermanos salud y Bendición Apostólica

1. Introducción   

   Cuarenta años han transcurrido desde la publicación de la magistral encíclica "Rerum Novarum", de León XIII, y todo el orbe católico se apresta a conmemorarla con la brillantez que se merece tan excelso documento.

   A tan insigne testimonio de su solicitud pastoral Nuestro Predecesor había preparado el camino con otras Encíclicas, sobre el fundamento de la sociedad humana, o sea la familia y el venerado Sacramento del matrimonio(1), sobre el origen del poder civil(2) y su coordinación con la Iglesia(3), sobre los principales deberes de los ciudadanos cristianos(4), contra los errores socialistas(5) y la perniciosa doctrina acerca de la libertad humana(6) y otras de esta clase, que expresaban abundantemente el pensamiento de León XIII. Pero la encíclica "Rerum Novarum" se distingue particularmente entre las otras, por haber trazado, cuando era más oportuno y aun necesario, normas segurísimas a todo el género humano para resolver los arduos problemas de la sociedad humana, comprendidos bajo el nombre de "cuestión social".

Ocasión   

   Cuando el siglo XIX llegaba a su término, el nuevo sistema económico y los nuevos incrementos de la industria en la mayor parte de las naciones hicieron que la sociedad humana apareciera cada vez más claramente dividida en dos clases: la una, con ser la menos numerosa gozaba de casi todas las ventajas que los inventos modernos proporcionan tan abundantemente; mientras la otra, compuesta de ingente muchedumbre de obreros, reducida a angustiosa miseria, luchaba en vano por salir de las estrecheces en que vivía.

   Era un estado de cosas, al cual con facilidad se avenían quienes, abundando en riquezas, lo creían producido por leyes económicas necesarias; de ahí que todo el cuidado para aliviar esas miserias lo encomendaran tan solo a la caridad, como si la caridad debiera encubrir la violación de la justicia, que los legisladores humanos no solo toleraban, sino aun a veces sancionaban. Al contrario, los obreros, afligidos por su angustiosa situación, la sufrían con grandísima dificultad y se resistían a sobrellevar por más tiempo tan duro yugo. Algunos de ellos, impulsados por la fuerza de los malos consejos, deseaban la resolución total, mientras otros, que en su formación cristiana encontraban obstáculo a tan perversos intentos, eran de parecer que en esta materia muchas cosas necesitaban reforma profunda y rápida(7).

   Así también pensaban muchos católicos, sacerdotes y seglares que, impulsados ya hacía tiempo por su admirable caridad, a buscar remedio a la inmerecida indigencia de los proletarios, no podían persuadirse en manera alguna que tan grande y tan inicua diferencia en la distribución de los bienes temporales pudiera en realidad ajustarse a los consejos del Creador Sapientísimo(8).

   En tan doloroso desorden de la sociedad buscaban éstos sinceramente un remedio urgente y una firme defensa contra mayores peligros; pero por la debilidad de la mente humana, aun en los mejores, sucedió que unas veces fueron rechazados como peligrosos innovadores, otras encontraron obstáculos en sus mismas filas de parte de los defensores de pareceres contrarios, y que, sin encontrar un camino despejado entre tan diversas opiniones, dudaron hacia dónde se habían de orientar.

   En tan grave lucha de pareceres, mientras por una y otra parte ardía la controversia, y no siempre pacíficamente, los ojos se todos se volvían a la Cátedra de Pedro, que es depósito sagrado de toda verdad y esparce por el orbe la palabra de salvación. Hasta los pies del Vicario de Cristo en la tierra acudían con desacostumbrada frecuencia los entendidos en materias sociales, los patronos, los mismos obreros y con voz unánime suplicaban que por fin se les indicara el camino seguro(9).

   Largo tiempo meditó delante del Señor aquel prudente Pontífice este estado de cosas, llamó a consejo a varones sabios, consideró atentamente y en todos sus aspectos la importancia del asunto, y por fin, urgido por la "conciencia de su oficio Apostólico"(10), y para que su silencio no pareciera abandono de su deber(11) determinó hablar a toda la Iglesia de Cristo y a todo el género humano con la autoridad del divino magisterio a él confiado.

   La palabra tanto tiempo esperada resonó el día 15 de mayo de 1891, y ella fue la que, sin miedo a la dificultad del asunto, ni debilitada por la ancianidad, antes bien con nuevo vigor, señaló a la familia humana nuevos caminos para solucionar la cuestión social.

Puntos capitales

   Os es, Venerables Hermanos y amados Hijos, conocida y muy familiar la admirable doctrina que hizo célebre para siempre la Encíclica "Rerum Novarum". En ella el venerable Pastor, doliéndose de que tan gran parte de los hombres "se hallara sumida inicuamente en condición mísera y calamitosa", había tomado sobre sí el empeño de defender la causa de los obreros, "que el tiempo había entregado solos e indefensos a la inhumanidad de los dueños y a la desenfrenada codicia de los competidores"(12). No pidió auxilio ni al liberalismo ni al socialismo; el primero se había mostrado completamente impotente para dirigir legítimamente la cuestión social, y el segundo proponía un remedio que, siendo mucho peor que el mismo mal, arrojaría a la sociedad humana a mayores peligros(13).

   El Pontífice, en el uso de su pleno derecho y consciente de que se le habían encomendado de un modo especial la guarda de la religión y la administración de los intereses estrechamente unidos con ella, puesto que se trataba de una causa "en la que no podía esperarse éxito probable ninguno sino con la intervención de la religión y de la Iglesia"(14), fundado en los inmutables principios derivados de la recta razón y del tesoro de la revelación divina, con toda confianza y "seguro de su poder"(15), señaló y proclamó "los derechos y las obligaciones que regulan las relaciones de los ricos y proletarios, de los que aportan el capital y el trabajo"(16), la parte asimismo que toca a la Iglesia, a los gobiernos de los Estados y a los mismos interesados.

   No en vano resonó la apostólica voz. La oyeron con estupefacción y la acogieron con el mayor favor no sólo los hijos obedientes de la Iglesia sino también muchos que estaban lejos de la verdad y de la unidad de la fe, y casi todos los que en adelante se preocuparon, en sus estudios privados o al hacer las leyes, de los problemas sociales y económicos.

   Pero quienes con mayor alegría recibieron aquella Encíclica fueron los obreros cristianos, que ya se sentían defendidos y vinculados por la suprema Autoridad de la tierra, y no menor gozo cupo a todos aquellos varones generosos que, preocupados hacía tiempo por aliviar la condición de los obreros, apenas habían encontrado hasta entonces otra cosa que indiferencia en muchos, y odiosas sospechas, cuando no abierta hostilidad, en no pocos. Con razón, pues, éstos han ido acumulando tan grandes honores sobre aquella Carta apostólica, y suelen renovar todos los años su recuerdo con manifestaciones de gratitud, que varían según los diversos lugares.

   No faltaron, sin embargo, quienes en medio de tanta concordia experimentaron alguna conmoción; de donde provino que algunos, aun católicos, recibiesen con recelo y algunos hasta con ofensa de doctrina de León XIII, tan noble y profunda, y para los oídos mundanos totalmente nueva. Los ídolos del liberalismo, atacados por ella sin temor, se venían a tierra, no se hacía caso de prejuicios inveterados, era un cambio de cosas que no se esperaba; de suerte, que los aferrados en demasía a lo antiguo desdeñaron de aprender esta nueva filosofía social, y los de espíritu apocado temieron subir hasta aquellas cumbres. Tampoco faltaron quienes admiraron aquella claridad, pero la juzgaron como un ensueño de perfección, deseable más que realizable.

Objeto de la presente Encíclica

   En todas partes se va a celebrar con fervoroso espíritu la solemne conmemoración del cuadragésimo aniversario de la Encíclica "Rerum Novarum", principalmente en Roma, en donde se reúnen obreros católicos de todo el mundo. Creemos oportuno, Venerables Hermanos y amados Hijos, aprovechar la ocasión para recordar los grandes bienes que de ella brotaron en favor de la Iglesia Católica y aun de la sociedad humana, para defender la doctrina social y económica de tan gran Maestro contra algunas dudas y desarrollarla más en algunos puntos; por fin, para descubrir, tras un diligente examen del moderno régimen económico y del socialismo, la raíz de la presente perturbación social, y mostrar al mismo tiempo el único camino de salvadora restauración, o sea, la reforma cristiana de las costumbres. Todas estas cosas, que nos proponemos tratar, constituirán los tres puntos, cuyo desarrollo ocupará toda la presente Encíclica.

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