Magisterio de la Iglesia

Communium rerum
Carta encíclica


11. Necesidad de predicar las grandezas de la fe a toda clase de personas

   En estas públicas calamidades debemos elevar Nuestra voz, y predicar la grandeza de la fe, no solamente al pueblo, a los humildes, a los afligidos, sino también a los poderosos, a los ricos, a los gobernantes y a todos aquellos en cuyas manos se halla el destino de las naciones; y demostrar asimismo a todos las grandes verdades que la historia confirma con sus terribles y cruentas lecciones, a saber, que "el pecado hace miserables a los pueblos"(32), "los poderosos serán grandemente atormentados"(33), de donde aquél aviso del Salmo 2º: "Ahora bien, reyes, prestad atención, y aprended, jueces de la tierra. Servid a Dios con temor... Abrazad la disciplina, no sea que se aíre el Señor y os apartéis del camino verdadero". Y hánse de esperar las más terribles consecuencias de estas amenazas, cuando las culpas sociales se multiplican, cuando el pecado de los grandes y el de1 pueblo consiste en la exclusión de Dios y en la rebelión contra la Iglesia de Cristo: doble apostasía social que es fuente de anarquía, de corrupción y de un cúmulo infinito de desgracias para individuos y para la sociedad.

   Y como quiera que callando y contemporizando podemos ser cómplices de estas culpas,  -lo cual ocurre no raras veces entre los buenos-, cada uno de sagrados pastores tome como dicho para sí, e incúlquelo oportunamente a los demás, lo que escribió ANSELMO al poderoso REY DE FLANDES: "Os ruego, suplico, exhorto y aconsejo, como fiel amigo de vuestra alma, mi Señor, que nunca creáis que se disminuye la alteza de vuestra dignidad, si amáis y defendéis la libertad de la Esposa de Dios y madre vuestra, la Iglesia, no penséis que os abajáis, si la exaltáis, ni que perdéis fuerzas si la fortificáis. Atended, mirad a vuestro alrededor: a la mano están los ejemplos; considerad qué aprovechan, a dónde llegan los gobernantes que persiguen o desprecian a la Iglesia. Es demasiado evidente y no hay para qué decirlo"(34). Lo mismo repite y más claramente, con la fuerza y suavidad que le eran propias, al gran BALDUINO, Rey de Jerusalén: "Como amigo fiel os exhorto y os suplico encarecidamente, y pido a Dios que, viviendo bajo su ley sometáis en todo vuestra voluntad a la voluntad divina. Porque sólo entonces reináis para vuestro provecho cuando reináis según la voluntad de Dios. No penséis, como lo hacen muchos malos reyes, que la Iglesia de Dios os ha sido encomendada como a un amo, para que os sirva, sino que os ha sido entregado como a su abogado y defensor. Ninguna cosa ama Dios más en este mundo que la libertad de su Iglesia. Los que pretenden no tanto ayudarla como do minarla, son sin duda enemigos de Dios. Quiere El que su Esposa sea libre y no esclava. Aquellos que la respetan y la honran, como hijos a su madre, demuestran verdaderamente ser sus hijos e hijos de Dios. Pero los que pretenden que les esté sujeta, no son sus hijos, sino extraños, y por tanto son justamente privados de la herencia y de los bienes que a ella han sido prometidos"(35).

   Así desahogaba su espíritu lleno de amor a la Iglesia, en esta forma demos traba su entusiasmo por la defensa de su libertad, tan necesaria en el gobierno de la familia cristiana como querida por Dios, según lo afirmaba el mismo egregio doctor en aquella sentencia concisa y enérgica: "Ninguna cosa ama Dios más en este mundo que la libertad de su Iglesia" Y Nosotros, Venerables Hermanos, no encontramos una manera mejor de expresaros Nuestros pensamientos, sino repitiéndoos una y otra vez estas hermosas palabras.

12. Avisos del Santo a reyes y poderosos

   Asimismo, parece que son muy oportunos otros avisos del mismo santo dirigidos a los reyes y a los grandes. Así por ejemplo, escribía a la Reina MATILDE DE INGLATERRA: "Si queréis recta y eficazmente dar gracias a Dios con las mismas obras, tened presente aquella reina que a El plugo elegir como Esposa en este mundo... Tenedla, digo, a ésta, bien presente, engrandecedla, honradla, defendedla, para que podáis con ella y en ella agradar a Dios, y vivir juntamente con ella en la eterna bienaventuranza"(36). Pero sobre todo, cuando os encontréis con algún hijo que, envanecido con el poder terreno, vive sin acordarse de su Madre amantísima, o que se revela contra ella, entonces traed a la memoria estas palabras: "Es vuestra obligación... el sugerir éstas y otras cosas semejantes, con frecuencia, oportuna e importunadamente; y debéis exhortarla a que se muestre, no señor, sino defensor de la Iglesia, no hijastro sino hijo muy querido de ella"(37).

   Porque nosotros, sobre todo nosotros, debemos inculcar también aquel otro dicho de ANSELMO tan noble y tan paternal: "Cuando oigo alguna cosa de vosotros que no agrada a Dios ni os es provechosa, si me descuido en avisaros, ni temo a Dios, ni os amo como debo"(38). Y si entendiéremos que "tratáis las iglesias que están en vuestro poder, de una manera diversa a la que a ellas y a vuestra misma alma conviene", entonces, imitando a ANSELMO, debemos nuevamente rogar, aconsejar y avisar "que consideréis con diligencia todas estas cosas, y si vuestra conciencia os manifiesta que debéis corregiros en algo os dispongáis a hacerlo"(39). "Porque no debe descuidarse nada que pueda corregirse, porque Dios pide cuenta no sólo de las malas obras, sino también de haber omitido corregir aquellos males que podían enmendarse. y cuanto mayor es el poder que tienen para corregirlos, con tanto mayor rigor les exige Dios que según la potestad que misericordiosamente les ha sido comunicada, quieran hacerlo y lo pongan en práctica como es debido. Y si podéis hacerlo todo de una vez, no debéis por esto dejar de esforzaros por ir de bien en mejor;  porque suele Dios conducir benignamente a la perfección los buenos propósitos y los buenos deseos, y retribuirlos con gran generosidad"(40).

   Estos y otros avisos semejantes, tan sabios y tan santos, que ANSELMO daba a los señores y a los reyes de la tierra, son también muy oportunos a los Pastores y a los Príncipes de la Iglesia, a quienes está principalmente encomendada la defensa de la verdad, de la justicia y de la religión. Es verdad que las dificultades son cada día mayores, y son tantas las emboscadas que se nos arman que apenas nos queda lugar donde movernos sin algún peligro, Por que mientras se sueltan los frenos al vicio y a la impiedad, se oprime a la Iglesia con fiera obstinación, y conservando como un sarcasmo el nombre de libertad, se multiplican de mil manera los obstáculos para impedir vuestra acción y la de vuestro clero; de tal manera que no es de admirar si no podía hacer todo aquello que es necesario para apartar a los hombres del error del pecado, para corregir los abusos para inculcar en las almas la noción: de lo verdadero y de lo bueno, y para aliviar, en fin, a la Iglesia, de los múltiples males que la acongojan.

13. Es propio de la Iglesia vivir entre luchas, dificultades y aflicciones. 

   Pero existen razones que deben levantar nuestro espíritu. Porque vive el Señor que hará que "todo se convierta en bien para aquellos que le aman"(41). De estos males El sacará bienes, y tantos obstáculos opuestos a su obra por la perversidad humana, hará brillar con más esplendor los triunfos de Iglesia. Es éste el consejo admirable de la divina Sabiduría, son éstos, en el orden actual de la Providencia, "misteriosos caminos"(42), -"porque no son mis pensamientos iguales a los vuestros, ni mis caminos  son vuestros caminos, dice el Señor"(43); de tal manera que la Iglesia de Cristo renueva en sí cada vez más la vida de su divino Fundador, que tanto padeció, de modo que en cierta forma complete "aquello que falta a la pasión de Cristo"(44). Por lo cual, su condición de militante en la tierra es la de vivir entre las luchas, las dificultades y las incesantes aflicciones para poder de este modo "entrar en el reino de Dios... por medio muchas tribulaciones"(45), y unirse  al fin con la iglesia triunfante del cielo.

   Así desarrolla ANSELMO, sobre esta materia, aquel lugar de SAN MATEO: "Jesús obligó a sus discípulos a subir la barca": "Según la interpretación mística se describe aquí el estado de la Iglesia desde la venida del Salvador hasta el fin del mundo... La barca pues era batida por las olas en medio del mar mientras Jesús permanecía en la cumbre del monte; porque desde que el Salvador subió al cielo, la Santa Iglesia ha sido sacudida en este mundo con grandes tribulaciones, dispersada con muchas tempestades de persecuciones, vejada de diversas maneras por la perversidad de hombres malvados y tentada de infinitos modos por los vicios. Pues el viento le era contrario, porque el soplo de los espíritus malignos siempre le es adverso para que no pueda llegar al puerto de la salvación; se esfuerzan por hundirla en las olas de las adversidades del siglo, levantando contra ella todas las dificultades que les son posible"(46).

   Están pues muy equivocados los que creen y esperan para la Iglesia, un estado permanente de plena tranquilidad, de prosperidad universal, y un reconocimiento práctico y unánime de su poder, sin contradicción alguna; pero es peor y más grave el error de aquellos, que se engañan pensando que lograrán esta paz efímera, disimulando los derechos y los intereses de la Iglesia, sacrificándolos a los intereses privados, disminuyéndolos injustamente, complaciendo al mundo "en donde domina enteramente el demonio"(47), con el pretexto de simpatizar con los fautores de la novedad y atraerlos a la Iglesia, como si fuera posible la armonía entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y el Demonio. Son éstos, sueños de enfermos, alucinaciones que siempre han ocurrido y ocurrirán mientras haya soldados cobardes, que arrojen las armas a la sola presencia del enemigo, o traidores, que pretendan a toda costa hacer las paces con los contrarios, a saber, con el enemigo irreconciliable de Dios y de los hombres.

14. Caridad y no cobarde neutralidad y culpable condescendencia en el gobierno pastoral. 

   A vosotros, Venerables Hermanos, a quienes la divina Providencia ha constituido pastores y guías del pueblo cristiano, incumbe la obligación de procurar resistir con todo empeño a esta funestísima tendencia de la moderna sociedad, de adormecerse en una vergonzosa inercia, mientras recrudece la guerra contra la religión, procurando una cobarde neutralidad e interpretando falsamente los derechos divinos y humanos, por medio de rodeos y convenios, y sin acordarse de aquella categórica sentencia de Cristo: "el que no está conmigo está contra mí"(48). No queremos decir que los ministros de Cristo deban hacer caso omiso de la caridad paterna, ya que a ellos se refieren principalmente las palabras del apóstol: "Me he hecho todo a todos, para salvarlos a todos"(49), ni que no convenga a veces ceder algo del propio derecho, en cuanto sea posible y según lo exija la salvación de las almas. Pero a vosotros, que os halláis animados por la caridad de Cristo, nadie podrá achacaros esta culpa. Por lo demás, esta justa condescendencia, no implica ninguna falta en el cumplimiento del deber, ni viola en lo más mínimo los inmutables y eternos principios de la verdad y de la justicia.

   De este modo vemos que ocurrió en la causa de ANSELMO, o mejor dicho, en la causa de Dios y de la Iglesia, por la cual tuvo que sostener él tan largas y tan rudas luchas. Así pues, luego de haber cesado tan prolongada guerra, Nuestro Predecesor PASCUAL, del que tantas veces ya hemos hecho mención, le dirigía estas elogiosas palabras: "Creemos que gracias a tu caridad y la insistencia de tus oraciones, se ha logrado que la misericordia divina viniese en auxilio de ese pueblo confiado a tus cuidados". Y respecto a la piadosa condescendencia que usó el mismo Pontífice con los culpables, añadía: "Ten entendido que hemos condescendido tanto, para poder levantar con este afecto y compasión a los que se hallaban caídos. Porque el que está en pie, si alarga la mano al caído para levantarlo, nunca logrará su intento, si no se inclina también él un poco. Por lo de más, aunque el inclinarse parezca acercarse a la caída, sin embargo, no es de temer que pierda el equilibrio de la rectitud(50).

   Pero al hacer Nuestras estas palabras de Nuestro Predecesor, escritas para consuelo de ANSELMO, no queremos disimular el vivo sentimiento del peligro, que asalta aun a los mejores Pastores de la Iglesia, por temor de sobrepasar los límites debidos en la con descendencia o en la intolerancia. y de estos temores son testimonio las ansias, las dudas, las lágrimas de varones santísimos, que sentían profundamente la terrible gravedad del gobierno de las almas y la gravedad del peligro. Pero sobre todo es testimonio de ello la misma vida de ANSELMO, el cual, llamado de la soledad y de la vida del claustro y de los estudios, para ser elevado a tan alta dignidad, en tiempos tan difíciles, se vio atormentado por las preocupaciones y las más angustiosas congojas, temiendo principalmente el ser descuidado en trabajar por la salvación de su alma y de su pueblo, y por el honor de Dios y de la Iglesia. Pero en medio de esta angustia y del dolor tan vehemente que le ocasionó la culpable deserción de muchos, aun de sus hermanos en el episcopado, no encontraba otro consuelo mayor que la con fianza en Dios y el recurso a la Sede Apostólica. Así pues, "en medio de naufragio... y al embravecerse las tempestades, se refugiaba en el seno de su madre la Iglesia", solicitando del Pontífice Romano, "inmediato y piadoso auxilio y consuelo"(51). Quizá permitió Dios que este hombre tan sabio y tan santo se viese oprimido con tantas calamidades, para que fuese para nos otros consuelo y ejemplo en las grandes dificultades y aflicciones de la vida Pastoral, de tal manera que cada uno de nosotros pudiera sentir y desear lo mismo que PABLO: "Con gusto me gloriaré en mis debilidades, para que habite en mi el poder de Cristo...; pues cuando soy débil, entonces soy poderoso"(52).

15. Unión con la Sede Apostólica y recurso a ella. 

   Y no son tan diferentes a éstos los sentimientos que expresaba ANSELMO escribiendo en esta forma al Papa URBANO II: "Santo Padre, me pesa de ser lo que soy, me pesa de ser lo que fui; me pesa de ser Obispo porque por mis pecados no cumplo con el oficio de Obispo. Mientras me conservaba en mi estado humilde, tenía la impresión de hacer algo, pero colocado en lugar tan alto, oprimido por tan pesada carga, ni hago nada provechoso para mi, ni soy útil a los demás. Su cumbo bajo este peso, pues me veo privado más de lo que se podría creer de las fuerzas, de la virtud, de /a industria y de la ciencia necesarias para tan alto oficio. Deseo abandonar una carga que no puedo sobrellevar, un peso que me oprime, pero al mismo tiempo temo ofender con ello a Dios. El temor de Dios me obligó a aceptarlo, y este mismo temor me obliga a retenerlo... Pe ahora, como se me oculta la voluntad de Dios, no sé qué hacer, y estoy dudoso y angustiado, sin saber qué decisión tomar"(53).

   Así suele Dios hacer sentir, aun a los hombres más santos, su debilidad, para que se manifieste mejor en ellos la fuerza del poder divino, y para que con el sentimiento humilde y sincero de la propia insuficiencia, se conserve mejor la adhesión a la autoridad de la Iglesia. Esto ocurrió en ANSELMO y en otros obispos que luchaban por la libertad y la doctrina de la Iglesia a las órdenes de la Sede Apostólica; todos los cuales obtuvieron como fruto de su obediencia la victoria en la guerra, con firmando con su ejemplo la sentencia divina de que "el hombre obediente cantará victoria"(54). La esperanza de premio semejante brilla sobre todo para aquellos que obedecen a Cristo en su Vicario en todas aquellas cosas que se refieren, o al régimen de las almas, o al gobierno de la Iglesia, o que están en alguna forma relacionadas con ello "puesto que de la autoridad de la Sede Apostólica dependen la dirección y los consejos de los hijos de la Iglesia"(55).

   Cómo se haya señalado ANSELMO en este género de virtud con qué ardor y fidelidad conservó siempre la unión perfecta con la Sede Apostólica, puédese también deducir de lo que escribía en otra ocasión al mismo Pontífice PASCUAL: "Con cuánto gusto se adhiere mi espíritu, según mis fuerzas, a la reverencia y obediencia a la Sede Apostólica, lo demuestran las muchas y graves tribulaciones, conocidas únicamente por Dios y por mí mismo... Espero que en esto  no mereceré ser reprendido por Dios. Por lo cual, en cuanto me fuere posible, quiero someter todos mis actos a la disposición de esta misma autoridad, para que los dirija, y si fuere necesario, los enmiende"(56).

Magisterio de San Pío X

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