Magisterio de la Iglesia

Communium rerum
Carta encíclica


San Pío X
 Con motivo del Jubileo Sacerdotal del Papa
 y el octavo centenario de San Anselmo
 
21 de abril de 1909 

Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica

1. La caridad fuente de la piedad actual del pueblo cristiano. 

   En medio la acerbidad de los tiempos y las recientes calamidades que oprimen de dolor Nuestro corazón, Nos alegra y anima la piedad unánime de todo el pueblo cristiano que no ha dejado de ser aún "espectáculo para el mundo, los Ángeles  y los hombres(1), Esta piedad, movida quizá con más ardor a la vista de los presentes infortunio s, proviene sin embargo, como de causa única, de la caridad de Nuestro Señor Jesucristo, Pues, como ninguna virtud digna de este nombre, ha florecido en el mundo, ni puede florecer sino por Cristo, únicamente a El se han de atribuir todos los frutos que de ella se derivan entre los hombres, aun entre aquellos que son más remisos en la fe o enemigos de la religión; en los cuales si se encuentra algún vestigio de la verdadera caridad, se debe a la bondad que Cristo trajo a este mundo, y que no han podido aún arrancar de sí mismos ni de la sociedad cristiana.

Motivo: Agradecimiento por las manifestaciones a propósito del jubileo sacerdotal del Papa. 

   Al comprobar el deseo unánime de los fieles por consolar al Padre y aliviar a los hermanos en las calamidades comunes y privadas, sentimos conmover se Nuestro corazón de tal manera que no hallamos palabras con que expresar Nuestro agrade cimiento. Y aunque ya muchas veces lo hemos significado en particular a cada uno, queremos ahora dar a todos públicamente Nuestras más expresivas acciones de gracias, y en primer lugar a vosotros, Venerables Hermanos, y por vuestro medio a todos los fieles que se hallan confiados a vuestros cuidados.

   Asimismo deseamos declarar públicamente Nuestra gratitud, por tantas y tan brillantes demostraciones de amor y benevolencia, con que Nuestros queridísimos hijos celebraron en todo el mundo Nuestro jubileo sacerdotal. Todo lo cual fue muy grato a Nuestro corazón, no tanto por lo que se refería a Nosotros, sino más bien por causa de la religión y de la Iglesia, porque fue un valiente testimonio de fe, y como una demostración pública del honor debido a Cristo y a la Iglesia, por medio de la veneración de aquel, a quien el Señor ha colocado para gobernar a su familia.

Otras fiestas: Norteamérica, Inglaterra y Francia. 

   Pero también N os han alegrado grandemente otros frutos que de ello se siguieron. Así, las fiestas con que varias diócesis de Norte Amé rica celebraron con religiosa solemnidad el primer centenario de su erección, bendiciendo al Señor, por haber llama do tantas almas a la luz de la verdad y al seno de la Iglesia Católica; así, el magnífico homenaje que se tributó nuevamente a Cristo, presente en la divina Eucaristía, por miles de creyentes y con la asistencia de muchos de Nuestros Venerables Hermanos y de Nuestro Legado, en la nobilísima isla de Inglaterra; y así también, el consuelo de la afligida Iglesia de Francia al contemplar los espléndidos triunfos del augusto Sacramento, especialmente en el santuario de Lourdes, cuyo quincuagésimo aniversario, celebrado con tanta solemnidad fue para Nosotros motivo de grande alegría. Por estos y otros hechos, sepan todos y entiendan los enemigos de la Iglesia, que el esplendor de las ceremonias y el culto de la Augusta Madre de Dios y los mismos filiales homenajes tributados al Sumo Pontífice, se refieren en último término a la gloria de Dios: para que Cristo sea to do, y esté en todas las cosas(2); de modo que, establecido el Reino de Dios en la tierra, puedan lograr los hombres la salvación eterna.

2. Retorno de los hombres a Dios y adhesión de las naciones a la Iglesia. 

   Este triunfo de Dios sobre la tierra que debe esperarse en los individuos y en la sociedad, no es otra cosa que el re torno de los hombres a Dios, mediante Cristo, y a Cristo, mediante la Iglesia, como lo habíamos anunciado Nosotros, según el programa de Nuestro Pontificado, al dirigiros por primera vez Nuestra palabra en la ENCÍCLICA "E supremi apostolatus cathedra"(3), y como lo hemos declarado luego en diversas ocasiones. Esperamos confiados este retorno, y para que se verifique cuanto antes, dirigimos a ello Nuestros intentos y Nuestros deseos, como a un puerto, en donde se vean apaciguadas aun las tempestades de la vida presente. Y no por otro motivo, Nos han sido tan gratos los homenajes ofrecidos a la Iglesia en Nuestra humilde persona, sino porque, con la ayuda de Dios, son indicio de este retorno de las naciones a Cristo y de una más intensa y pública adhesión a Pedro y a su Iglesia.

   Este grado de unión con la Sede Apostólica no existió ciertamente en todas las épocas ni en todas las clases de hombres, en la misma proporción ni con las mismas manifestaciones exteriores. No obstante, puede afirmarse con toda verdad, que por disposición especial de la divina Providencia, tanto más estrecha esta unión, cuanto más adversos, como ocurre en nuestros días, fueron los tiempos, ya para sana doctrina o la disciplina sagrada o bien para la libertad de la Iglesia. En otras épocas dieron ejemplo de unión los santos, al recrudecer las persecuciones contra la grey de Cristo cuando los vicios corrompían más al mundo, oponiendo providencialmente Dios a estos males, su virtud y su sabiduría.

3. Octavo centenario de la muerte de San Anselmo. 

   Entre estos santos queremos recordar ahora a uno de una manera especial, cuyo octavo centenario de su gloriosa muerte celebramos este año. Nos referimos a SAN ANSELMO DE AOSTA, doctor de la Iglesia y defensor acérrimo de su doctrina y derechos, ya como monje y Abad en las Galias, ya también como arzobispo de Cantorbery y Primado de Inglaterra. Y no creemos que será inoportuno, pues de las fiestas jubilares celebradas con brillante esplendor en honor otros dos santos doctores de la Iglesia SAN GREGORIO MAGNO y SAN JUAN CRISÓSTOMO, gloria el uno de la Iglesia occidental y el otro de la oriental, dirigir Nuestras miradas hacia otro astro que, si "se distingue, en claridad"(4) de los dos anteriores, sin embargo, emulándolos en sus ascensiones, difunde  en torno suyo no menor luz con su doctrina y con sus ejemplos. Más aún, podría decirse que en cierta forma es mayor, en cuanto que ANSELMO se encuentra más cercano a nosotros, por la época, el lugar, el carácter, los estudios, y porque se asemejan más a nuestros tiempos, su género de lucha, la forma pastoral que adoptó, y el método de enseñanza que aplicó y difundió él y sus discípulos, confirmado principalmente por sus escritos, "los cuales compuso en defensa de la religión cristiana para provecho de las almas, y que sirvieron luego como norma para todos los teólogos, que después de él enseñaron las sagradas letras según el método escolástico"(5). Por tanto, así como en la oscuridad de la noche, mientras unas estrellas se ocultan, aparecen otras para iluminar el mundo, así también, para ilustrar a la Iglesia, a los Padres se suceden los hijos. Entre éstos brilla SAN ANSELMO como astro de primera magnitud.

Lumbrera de santidad y de sabiduría.

   Ya la verdad, en medio de las tinieblas de los errores y de los vicios en que le tocó vivir fue tenido SAN ANSELMO por los mejores de sus contemporáneos, como una lumbrera de santidad y de sabiduría. Pues "fue de hecho una de las principales columnas de la fe, honra y prez de la Iglesia... una gloria del episcopado, un hombre que superó a los mejores de su tiempo"(6) , "Sabio y bondadoso, orador brillante y de agudo ingenio"(7), su fama llegó a tan alto grado, que mereció se escribiese de él que nadie en el mundo "habría podido decir: Anselmo es inferior o semejante mí"(8); por lo cual fue muy acepto a los  reyes, a los príncipes y a los Romanos Pontífices, y fue querido, no solamente por sus hermanos en religión y por los fieles, "sino aun por sus mismos enemigos"(9). Aquel grande y valeroso Pontífice GREGORIO VII, le escribió, cuando aún era Abad, una carta llena de estima y de afecto, en la cual "encomendaba a sí mismo y a la Iglesia Católica a sus oraciones"(10), También URBANO II le escribió una carta en que reconocía su "superioridad en la piedad y en la ciencia"(11). PASCUAL II se dirigió a él en muchas ocasiones y con especial afecto, alabando la reverencia de su devoción y perseverancia de su piadosa solicitud, reconociendo asimismo "la autoridad de su vida santa y de su ciencia"(12), lo cual le movía a acceder a todos sus pedidos llamándolo abiertamente el más sabio y el más piadoso de todos los Obispos de Inglaterra.

4. Su humildad, mansedumbre y grandeza. 

   Sin embargo ANSELMO se tenía sí mismo por un hombrecillo despreciable, desconocido, de escasa cultura y de vida pecadora. Pero aunque sintiese tan bajamente de sí, ello no disminuía en nada la alteza de sus pensamientos, como suelen pensar los hombres corrompidos moral e intelectualmente, de los cuales dice la Sagrada Escritura, que "el hombre animal no prende las cosas que son según el espíritu de Dios"(13). Pero lo más admirable es que su magnanimidad y su invicta constancia, aunque fueron probadas con tantas adversidades, persecuciones y destierros, estuvo siempre unida a una mansedumbre y amabilidad tales, que lograban apaciguar la de sus mismos adversarios y ganarse su voluntad. Así pues, aquellos "cuya causa Anselmo contradecía, "alababan no obstante su bondad"(14).

   Se hallaban por tanto de acuerdo en él dos cosas que el mundo juzga falsamente irreconciliables y contradictorias, a saber: la simplicidad con la grandeza, humildad con la magnanimidad, la fuerza con la suavidad, la ciencia en en fin con la piedad; de tal manera que, tanto en los comienzos de su vida religiosa como durante todo el tiempo de su vida, fue tenido por todos, "de una manera singular, como un modelo de santidad y de doctrina"(15).

5. Su lucha pública por la justicia y la verdad. 

   Este doble mérito de ANSELMO no se contuvo entre las paredes domésticas ni en el ámbito de las clases, sino que como de una palestra militar, salió a mostrarse en campo abierto. Porque habiendo vivido en tiempos tan difíciles, como antes dijimos, tuvo que sostener violentas luchas por la justicia y por la verdad. Y sien do él por naturaleza, más bien propenso a la contemplación y al estudio, se vio inmiscuido en muchas y graves ocupaciones; y luego, cuando tuvo que atender al gobierno de la Iglesia, se encontró en medio de la lucha de esa época agitada. Así pues, siendo de carácter dulce y apacible, por el amor a la sana doctrina y a la santidad de la Iglesia tuvo que renunciar a la vida tranquila, a la amistad de los poderosos, al favor de los grandes, a los dulces vínculos con que se hallaba unido a sus hermanos en religión y a los de más Obispos, sus colegas en el trabajo, viéndose obligado a luchar con toda clase de adversidades y preocupaciones. Porque encontró a Inglaterra llena de odios y de peligros, y hubo de luchar contra reyes y príncipes usurpadores y tiranos de la Iglesia y de los pueblos, contra los ministros débiles o indignos de desempeñar los oficios sagrados, contra la ignorancia y los vicios de los grandes y del pueblo, sin que nunca se disminuyese su ardor, que hizo de él el defensor acérrimo de la fe, de las costumbres, de la disciplina y libertad de la Iglesia, y por tanto de su doctrina y de su santidad. Se hizo pues entera mente digno de este otro elogio del ya citado Papa PASCUAL: "Gracias sean dadas a Dios, porque en ti permanece siempre la autoridad propia del Obispo, y porque aunque vivas entre bárbaros no cesas de anunciarles la verdad, ni por temor a la violencia de los tiranos, ni por conservar el favor de los pode rosos, y sin temor a la hoguera ni la guerra". y en otra ocasión: "Nos ale gramos, porque con la ayuda de Dios, ni las amenazas te perturban, ni las promesas te hacen mudar de propósito"(16).

   Por todo esto es muy justo que tam bién Nosotros, Venerables Hermanos, luego de transcurridos ocho siglos, nos gocemos como Nuestro Predecesor PASCUAL, y haciéndonos eco de sus palabras demos asimismo las gracias a Dios. Deseamos igualmente exhortaros a que fijéis vuestra vista en este ejemplo de doctrina y de santidad, el cual partiendo de Italia, brilló durante más de tres años en Francia y por más de quince en Inglaterra, y fue un baluarte común y una gloria para toda la Iglesia.

6. Su unión con Cristo y ron su Iglesia. 

   Además, si grande fue ANSELMO "en obras y en palabras", es decir, en la ciencia y en la vida, en la contemplación y en la acción; si en la paz y en la guerra consiguió espléndidos triunfos para la Iglesia y notables provechos para la sociedad civil: todo se debe a la íntima unión con Cristo y con la Iglesia que tuvo durante toda vida y en todo el tiempo de su magisterio.

Imitación del modelo

   Si grabamos todas estas cosas en nuestra memoria, Venerables Hermanos, en la solemne conmemoración de tan eximio Doctor, encontraremos en ello preclaros ejemplos que admirar y que imitar. De esta consideración obtendremos también nosotros con abundancia, la fuerza y el consuelo necesarios en el cuidado afanoso del gobierno de la Iglesia y de la salud de las almas, de modo que no descuidemos nuestra obligación de cooperar con todo empeño para que todas las cosas sean restauradas en Cristo y  para que Cristo "sea formado en todas las almas"(17), principalmente en aquéllas que son la esperanza del sacerdocio, para sostener constantemente la doctrina de la Iglesia, para defender con valor la libertad de la Esposa Cristo, la santidad de sus derechos divinos y la plenitud en fin, de aquellos auxilios que exige la defensa del sacro Pontificado.

Tiempos calamitosos

   Porque veis muy bien, Venerables Hermanos, -y lo habéis deplorado muchas veces juntamente con Nosotros-, cuán lamentables son los tiempos en que vivimos y cuán adversas las condiciones en que nos encontramos. Además de los públicos infortunios que N os han producido profundo pesar, se ha aumentado nuestro dolor a causa de las calumnias levantadas contra el clero, a quien se acusa de haberse mostrado indolente en las presentes calamidades obstaculizando la benéfica labor de la Iglesia en favor de los hijos desolados y despreciando su solicitud y providencia maternales.

Magisterio de San Pío X

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