En
el mundo de Gatolandia, habitaban
dos bonitos gatitos: Gatintín
y Gatorrón. Pero ellos, aunque
eran hijos de la misma mama gata,
no se llevaban muy bien. Por eso,
para evitar más riñas
y discusiones, decidieron en su universo
natural construir un horrible tabique
de trampas ratoneras para que ninguno
osara pasar del lado del otro.
Los hermanos gatos
eran gemelos y además, idénticos,
la pelambre era negra y abundante,
y tenían la misma cola azabache
y frondosa con un penacho blanco como
la nieve que coronaba la punta. Gatintín
mantenía precioso su retazo
de mundo gatuno. Lo cuidaba y limpiaba
con esmero todos los dias. Nunca cortaba
un árbol sin plantar otro.
Gustaba mantener limpia la fuente
donde venían a beber los pajarillos
todas las mañanas. Gatintín
no se atrevía siquiera a manosear
las avecillas porque le encantaba
mucho el trino de sus amiguitas. El
gatito tenia de compañera una
vaca: “campanita” que
le prodigaba su leche todos los días
de alimento.
Gatorrón por
el contrario era un completo desastre.
Como era un gato sucio y perezoso,
no le gustaba hacer nada como no fuera
corretear a las ratas que le servían
de alimento. Su terruño se
había quedado sin árboles
por falta de riego y todo estaba repleto
de suciedad y desorden. Siempre estaba
enfadado, nunca estaba contento con
su mitad de Gatolandia y envidiaba
a su hermano.
¡Un día
Gatorrón planeó cosas
horribles! Decidió invadir
por la fuerza el territorio de su
hermano, pues allí el aire
era puro y limpio, tenia una vaca
que proporcionaba el alimento sin
tener que corretear a los ratones
y había por toda la estancia
miles de lindos pajaritos que Gatorrón
deseaba desplumar hasta destrozarlos.
E invadió por sorpresa la mitad
de Gatolandia de su gemelo: "¡Yo
me quedo aquí, tú te
vas al basurero!” Gritó
a Gatintín, que se encontraba
medio atolondrado por la repentina
cruel violencia de su hermano. Y de
una fuerte patada, Gatintín
voló expulsado de su lindo
lugar para ir a caer adolorido y mayugado
al basurero de Gatorrón. ¡¡Pobre
Gatintín!!
Entonces Gatintín,
recuperado del porrazo, comenzó
a trabajar incansable, sin darse por
vencido, en su labor de reconstrucción
y limpieza. Aseo todo el feo lugar
de su hermano, filtró el agua
y construyó una fuente donde
puso muchos pececillos multicolores.
Sembró la tierra con árboles
y flores. Así fue trabajando
el buen gatito poco a poco.
Del otro lado, su
hermano Gatorrón se encontraba
feliz con su nueva morada. Desperdiciaba
todo a garras llenas. Correteó
a los pajarillos que volaron del otro
lado de Gatolandia donde habitaba
ahora Gatintín. Hasta la vaca
“Campanita” se negó
a darle su leche al malvado Gatorrón.
Cada vez que el gato malo se le acercaba,
la vaquita que antes era mansa, se
armaba de coraje y lo correteaba por
todo el potrero dándole de
coces. Las plantas, que con tanto
desvelo cuidaba Gatintín, se
fueron marchitando por el descuido
del gatote bandido y pronto el lugar
se fue llenando de suciedad y el desastre
volvió.¡¡Oh Infortunio!!
Gimió Gatorrón quejándose
de su mala suerte.
Gatorrón que
no era un gato tan malo, sino perezoso
y descuidado, sollozó desconsolado,
porque ahora creía que ambos
lados de Gatolandia eran una completa
catástrofe. Ya no tenía
ni siquiera el consuelo de saber que
el lado de su hermano era un lugar
bello para vivir, y lloró de
remordimiento queriendo morir.
Un día, se asomó el
malvado a hurtadillas al otro lado
del tabique de ratoneras que lo separaba
del mundo de su gemelo bueno, muy
arrepentido por lo que había
hecho, y... ¡Qué sorpresa
se llevó! ¡Su basurero
ahora era un jardín!
¿Cómo
lo has hecho? Preguntó a su
hermano muy sorprendido.
Hay que cuidar el mundo Gatorrón,
vive conmigo y te enseñaré
le dijo Gatintín. Se asieron
por el penacho de la cola y se hicieron
nuevamente amigos los hermanos.
Gatintín se dedicó con
esmero a educar a su confundido gemelo.
Mira qué bonito
es Gatolandia ahora. La leche de “Campanita”
alcanza para los dos, las flores nos
alegran la vida con sus múltiples
colores y los pajarillos nos cantan
sus gorgeos cuando viene a beber del
agua de la fuente. Ahora todo es limpio,
sano y bien cuidado, el tabique de
ratoneras lo hemos derribado. Y lo
mejor:
¡Ahora somos
los mejores hermanos!
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