Yi yi de Edward Yang (Taiwán / Japón, 2000)

In the mood for love (Beijin Summer) de Kar-wai Wong (Francia-Hong Kong, 2000).

El tigre y el dragón (Crouching Tiger, Hidden Dragon) de Ang Lee (China / Hong Kong / Taiwan / USA, 2000).


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Yi yi


ORIENTALES

amores imposibles


No excluyen la exuberancia, la inquietud formal y narrativa (jalada de orejas para el cine exclusivamente norteamericano), y, sin embargo, la fábula de estas cintas "orientales" redunda en una especie de ascetismo sexual y moral. Como si la precisión artística --que no elude la épica y lo "novelístico", y que amplía y multiplica las perspectivas--, confluyera en una sentencia lírica, un proverbio que equilibra / desequilibra lo rimbombante, el ruido constante y sonante.


Yi yi de Edward Yang (Taiwán / Japón, 2000) historia de una familia taiwanesa ostentosamente conectada con los negocios, y encarnación alegórica de la sociedad bienestar capitalista de la isla. Desde el inicio este bienestar es muy visible, al extremo de resultar, cuando menos, inquietante. La historia hace patente que los modos capitalistas son paradójicos, hasta cierto punto imaginarios, fluidos y neurotizados como las inversiones bursátiles. Estas marcas capitalistas no han anulado un trasfondo espiritual, los personajes aparecen carentes de respuestas fundamentales, la educación y la cultura son decididamente autoritarias, y, entre tanta imaginación, hay lugar para el naturalismo pero también para la poesía, a partir de la matriz (madre / nación) que podría recoger los fragmentos que fluyen en el mercado y darles sentido. La historia del boom capitalista taiwanés aparece como un "acto fallido" o, lo que en este caso es casi lo mismo, una búsqueda del tiempo perdido.

La historia familiar inicia con una boda y acaba con un funeral. La narración es reposada, los encuadres cerebralmente llevados, la consigna parece ser: no hipocresías con este supercrecimiento económico, el que tiene su casi publicitaria expresión plástica. La boda es como el arranque de una saga que desentierra el pasado y las fuerzas dormidas. La narración fluctúa entre la ironía cómica neurótica y consumista (se presenta la novia anterior reclamando poderes, las niñas burlan al niño que, al final, se consuela comiendo McDonald mientras papá con cara resignada espera) y la melancolía propia de la ceremonia que resguarda los arquetipos relacionados con el pasado. Al pie de un ascensor N.J. (Nien Jen Wu) re-encuentra a la antigua novia, Sherry (Ke Suyun), hoy casada con un norteamericano de Chicago. Casi inmediatamente después de la boda la matriarca de la familia (Tang Ruyun) sufre un derrame cerebral que la dejará en coma por un tiempo. Estos dos motivos principales hablan de lo perdido, y de las exasperaciones de un tiempo de bienestar construido sobre ciertos olvidos y tareas impuestas. También hay una especie de mirada doblemente alegórica, la antigua nación que decae y duerme, y la nueva "casada con un [poder] norteamericano" que se hace imposible de alcanzar, y que sólo florece en el intento vano de recuperar el tiempo perdido.

En torno a estos principios centrales, se tejen otras historias no menos bien llevadas y atractivas, y que no ceden a una sola tendencia genérica, sino que son intrincadas, saltan de la ironía a la melancolía, de la ilustración moral al convencimiento poético. Min-min (Eliane Jin), mujer de N.J., conmocionada por la enfermedad de la madre, trata de redescubrirse retirándose con cierta secta espiritualista (el cobro para N.J. llega puntualmente cuando se presenta el propio "profeta" del movimiento: otro movimiento irónico). A la madre dormida hay que hablarle de vez en cuando, la neurosis de Min-min es no tener nada que decirle, una neurosis que comparten sobre todo los adultos. Los dos hijos, la adolescente Ting-ting (Kelly Lee) y el niño Yang-yang (Jonathan Chang), viven ambos sus propias aventuras no exentas de la disciplina social (la escuela) y el aprendizaje comunal. Para ellos, sin embargo, la cercanía con la abuela dormida es una posibilidad mucho más abierta. En un viaje a Japón N.J. y Sherry tratan de revivir el perdido romance, y en una situación poética pero anticlimática (nunca consuman el amor) devuelven lo perdido a lo perdido. A la par Ting ting vive también su primer encuentro amoroso, y el niño Yang yang se apresta a las más disímiles y anticartesianas tareas. Fotografiar moscas o las cabezas vistas por atrás, lo que nunca podemos ver. Esta metáfora es también fundamental porque la película intenta esa revelación de una cultura que viviendo el presente no se percata de su conformación y sus verdades. Los hijos (nuevas generaciones) se comunican con la abuela en la parte final de la cinta. La muchacha en una especie de sueño / epifanía, y el niño con una carta que le habla a la abuela ya muerta. Inmersa, al parecer, en los cánones culturales de Taiwán, Yi yi trata con cierto desapego (o al contrario idealización) a las mujeres: son la raíz, la interrupción, la impertinencia, la salacidad, la neurosis, lo perdido. Mala nota (desde aquí) en una película de épica sostenida y que en sus casi 3 horas de duración enseña otras muchas cosas que lo que permite explicar una reseña.


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In the mood for love

In the mood for love (Beijin Summer) de Kar-wai Wong (Francia-Hong Kong, 2000). Una impecable historia de amor ubicada en Hong Kong en los años 60s. Aquí la fábula es sobre el secreto que debe ser sepultado en un hueco para la eternidad. In the mood for love hace recordar la anécdota de Flaubert y La educación sentimental: amores no logrados y que se condensan en la memoria. Es otra vez el ascetismo, cercano en cierta medida al de Yi yi. Kar wa Wong parece un realizador, es decir, alguien con óptica, inteligencia y habilidad narrativa. El Hong Kong que vemos es el de los pequeños empleados. Desde el inicio, con tomas cercanas y respiración demorada, sentimos (presentimos más bien) la aglomeración de unas casas de alquiler, abarrotadas de empleados y dueñas, en donde simultáneamente Chow Mo-wan (Tony Leung Chiu-wai) y la señora Chan (Maggie Cheung) se trasladan con sus respectivas familias. Ambos viven una intensa historia de amor sin sexo, basada en la probabilidad de no ser comunes, de no ser como ellos. Ellos son sus respectivos consortes los que tienen un romance y se han marchado de Hong Kong. Para no ser esos comunes amantes, Chow y la señora Chan se interrogan constantemente, en las cenas y las reuniones a escondidas, sobre esa imposibilidad. Él es un periodista que aspira a dedicarse a escribir novelas de artes marciales, y ella, secretaria de una empresa naviera, es lectora de tales aventuras, y podría ayudarle a él a escribir. Pero la verdadera historia inscrita (capricho metaficcional) es la de ellos mismos.

Si es éste el tema de In the mood for love, la tesitura la ofrece, en cambio, la alineación social, la confluencia de actos fallidos y rutinas, y, ante todo, la observancia moral de una sociedad que no desarmará su retórica. La narrativa se orienta por lo fenomenológico (hay que analizar y merodear por el asombroso, bello y larguísimo talle de Maggie Cheun en sus viajes a comprar espagueti), por lo dramáticamente claroscural (pasillos que no terminan, lluvia que insiste, cuartos carentes y anónimos que devienen en escondites), por la reescritura metaficcional (ambos amantes se saben fábulas de una historia imposible). Las preferencias narrativas de Kar wa Wong parecen provenir del cine francés y son románticas en el mejor sentido del término. El amor interruptus de la historia, concluye la película con un ritmo justo y frustrante que lleva a la identificación de mucha mejor manera que el convencional patrón del final feliz (que es un invento reciente y comercial). El final "universal" de Romeo y Julieta o el de la ya mencionada La Educación Sentimental, no son menos "convencionales" pero su fuerza expresiva reside en el descubrimiento de lo bello en lo perdido y no logrado, por un parte, y en el vértigo "trascendente" de "apagar" la narración. Kar wa Wong, Maggie Cheun y Tony Leung Chiu-wai, lo logran de forma admirable. Otra nota destacable: los inesperados boleros que en boca de Nat King Cole acunan este amor imposible.

Artículo recomendado: Mantén los ojos cerrados (Sobre Ojos Bien Cerrados de Stanley Kubrick, 1999)


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El tigre y el dragón

El tigre y el dragón (Crouching Tiger, Hidden Dragon) de Ang Lee (China / Hong Kong / Taiwan / USA, 2000). También, como en Yi yi y In the mood for love, en El tigre y el dragón hay un amor imposible, o mejor dicho, dos. Los dos guerreros consagrados, Li Mu Bai (Yu Fat Chow) y Shu Lien (Michelle Yeoh) deben sublimar su amor, primero en un tiempo inmemorial (no contado por la película) en que la disciplina guerrera los ha mantenido separados; después, porque él muere. Esta muerte trágica viene de la mano de la bella muchacha que tiene en el corazón el tigre acechando y el dragón dormido, Shy Lien (Ziyi Zhang). Las ambiciones y el capricho de esta muchacha (una especie de Scarleth O'Hara de las artes marciales) provocan aquella muerte trágica y su propio suicidio. De manera que la otra historia de amor, la suya con Lo (Cheng Chang), se ve frustrada, en el vuelo y la "flotación" (ella se suicida tirándose desde un templo alto, que es también el de una fábula que le cuenta el novio).

Ang Lee ha movido el género de artes marciales a la levedad. Acostumbrados a ver flotar a los guerreros por razones de racionalismo (la paradoja es justa: se trataba de crear superhéroes), esta vez los vemos quintaesenciarse en el vuelo, hablar de la sublimidad y el ascetismo en esas danzas. Por supuesto, El tigre y el dragón no está exenta de ironías, pero su base dramática está tan excelentemente llevada que pesa más la fábula moral de la narración que la fragmentación irónica. Con El tigre y el dragón, Ang Lee se prueba versátil y conocedor de su oficio. Si en el cine se tratara de mover masas inertes que se correspondan, rimen, se contradigan, ganen batallas y mueran, pues es él un conocedor y creador muy completo. La lección es plurivalente, sin embargo, desde como insuflar bríos y vida a un género peligrosamente idiotizante, hasta como ubicarse en su historia, bien asido de la dramaturgia que fluye, para reiniciarlo, dando por sentado lo que la historia cultural (y la recepción del público) ya ha codificado. No hay aquí más que alusiones al genérico entrenamiento y la clasificación de las técnicas de guerreras. Ang Lee sabe que a partir de lo ya ganado y establecido, puede "volver" a los viejos temas épicos y las fábulas que como antiguos arquetipos, siempre esperan.

Artículo recomendado: Del karate, la redención y el idiotismo (sobre MATRIX de los hermanos Wachowski, 1999)

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