Jesús y María
en Prado Nuevo
de El Escorial



ÍNDICE






ENERO 1984

MAYO 1984

JUNIO 1984

JULIO 1984

SEPTIEMBRE 1984



MENSAJE DEL DÍA 5 DE MAYO DE 1984

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)



Al principio del santo Rosario, cuando Amparo está diciendo las intenciones del primer misterio, concretamente por una chica que adolece de cáncer, entra en éxtasis, y tras hondos suspiros, exclama:

¡Qué pronto has venido! ¡Ay! (Con satisfacción). La santísima Virgen contesta:



LA VIRGEN:

'Hija mía, quiero que vuestra oración salga de dentro de vuestro corazón; que no sea mecánica vuestra oración. Si todos los humanos rezasen el santo Rosario, el mundo, hija mía, se hubiera salvado.

No quiero, hija mía que sólo recen el Rosario el mes de mayo; Quiero que me recen el Rosario todos los días del año, hija mía. (La santísima Virgen habla en idioma desconocido y luego continúa):

Ya te lo he dicho, hija mía, la primera trompeta ha sonado; Pero en este momento va a sonar la segunda; ¡va a sonar, hija mía! (Amparo comienza a llorar). Si los hombres, hija mía, hubieran acatado las leyes de Dios, Dios no hubiera mandado las plagas de castigo sobre la tierra.

Tampoco me gusta, hija mía, que la juventud se quede en sus casas, sin venir a rezar el santo Rosario. Sólo van a Misa las personas mayores, los ancianos, hija mía. ¡Cuál dicha sentiría mi Corazón si viese que toda la juventud cumpliese con los Mandamientos de la Ley de Dios!

Los hombres mismos, hija mía, han buscado su propia condenación. Ellos buscan las guerras, no buscan la paz. Por eso pido hija mía, hay que hacer mucho sacrificio acompañado de penitencia y de oración.

Ya te dije, hija mía que, aunque muchos verían, no lo creerían. ¡Cuántos, hija mía, no han dado su testimonio! Pero ya dije en una ocasión, hija mía (prorrumpe Amparo en suspiros de gozo) que no todos estos, hija mía, disfrutarán de las moradas celestiales.

Mira las almas, hija mía; (Amparo respira profundamente y vuelve a llorar), pero mira este otro lado, pues esto es horrible, hija mía. El que diga que no hay infierno esta mintiendo, hija mía. Te lo he repetido: Dios es infinitamente bueno y misericordioso. Estáis a punto de pedir misericordia y de pedir perdón.



EL SEÑOR:

Dios no os condena, hijos míos; os condenáis vosotros con vuestros propios pecados. Y, ¡ay de aquel que no cumpla con la palabra de Dios! Más le valiera no haber nacido. Estas mismas palabras se las dije a uno de mis discípulos; más vale que no hubiera nacido, que se colgase una piedra de molino al cuello y se arrojase al mar.

Todo no es infierno, hija mía; también hay gloria; y esta gloria es para la eternidad, hija mía. La eternidad es la condenación y la salvación.

Vas a beber unas gotas del cáliz del dolor, hija mía. Ya te dije que queda poco; se está acabando. Y, cuando el cáliz se acabe..., será horrible, hija mía.

Yo no os quiero asustar, hijos míos, quiero que os pongáis a bien con Dios para salvar vuestra alma (Amparo bebe se le oye tragar y toser). Está amargo el cáliz, hija mía pues esta amargura siente mi Corazón por todos vosotros, hijos míos. ¡Por todos, sin distinción de razas!

Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados (Amparo se inclina lentamente y besa el suelo). Este acto de humildad, hija mía - te lo he repetido siempre - sirve para la salvación de las almas.

Ningún ser humano, hija mía, si no tuviese una misión que cumplir, como te he repetido muchas veces, vería mi rostro. Tú piensa que no has podido ver el rostro del Padre Eterno. Es imposible, hija mía, que ningún ser humano pueda ver su cara, porque su cara es la luz, y la luz daña a veces en los ojos, hija mía; la luz exterior del cuerpo, no la interior. Por eso te pido, hija mía:

Tened cuidado porque están acudiendo a este lugar muchos profetas falsos. ¡Alerta, hija mía, estad alerta! Están cogiendo de aquí y de allí para confundiros, hija mía. Por eso te pido, hija mía; sé astuta como una serpiente; pero sé sencilla y humilde como una paloma, hija mía.

Pide por mis almas consagradas, Mis almas consagradas, hija mía. ¡Las ama tanto mi Corazón!... Y, ¡qué mal corresponden a Mi amor! (Amparo solloza).

Mira mi Corazón, como está cercado de espinas. Cercado de espinas, hija mía, por todos los pecadores del mundo. Vas a quitar dos espinas, hija mía. Se han purificado dos. Tira sin miedo, hija mía (sigue Amparo emitiendo tristes suspiros llorosos). Mi Corazón sangra de dolor por toda la humanidad, hija mía, ¡por toda!

Hijos míos, rezad las tres partes del Rosario. Es mi plegaria favorita. La que más os cuesta, hijos míos; pero la que más agrada a mi Corazón.

Mi mensaje es corto, hijos míos, porque os lo tengo todo dicho. Y os he dicho que se cumplirá desde el primer mensaje hasta el último.

Ya ha sonado la segunda trompeta. Estad alerta, hijos míos, pues el enemigo quiere apoderarse de vuestras almas. Pero con sacrificios y con oración el enemigo no podrá nunca con vuestras almas. ¡Cuántos de los aquí presentes, habéis pedido gracias y os han sido concedidas, hijos míos; y luego no habéis cumplido con vuestra Madre, hija mía!

Os dije, hijos míos, que habría grandes sequías, y las hubo. Pero mi Corazón tuvo misericordia de vosotros y le pidió al Padre que cayera lluvia sobre la tierra. Lluvia os ha dado, hijos míos. Pero estad alerta, porque, cuando la luna empiece a enrojecer y los astros empiecen a perder su brillo, el tiempo se aproxima. Hijos míos. Observad que esto está sucediendo.

Vuelve a besar el suelo, hija mía, por las almas consagradas (vuelve Amparo a inclinarse lentamente y besa el suelo). Por las almas consagradas, hija mía, para que sean fieles a Cristo y para que el enemigo no se apodere de sus almas. ¡Pobres almas! Porque esas almas pagarán por sus pecados y por las almas que arrastran al abismo, hija mía. Por eso os pido, hijos míos, pedid mucho por ellos. Son débiles, hijos míos, y se dejan engañar por los placeres del mundo.

También os digo, hijos míos, que améis a vuestro prójimo, porque, si no amáis al prójimo, no amáis a Dios.

Besa el pie, hija mía, en recompensa a tu sufrimiento.

¡Cuántos, hija mía, cuántos hay aquí presentes -podría señalar hacia ese lugar, hacia este lugar- que no creen en mi existencia, hija mía, en la existencia de su Madre! (Amparo llora y simultaneando sus sollozos, la Virgen lamenta):

He dicho, hija mía, que los mensajes se estaban acabando; pero mi Corazón está lleno de dolor y tiene que avisar como una madre a sus hijos del peligro que les acecha,

SEGUIRÉ HACIENDO MI PRESENCIA EN ESTE LUGAR, HIJA MÍA, HASTA QUE SE CUMPLA MI PALABRA. Aunque todo lo tengo dicho.

Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos. (Silencio durante la bendición). Prosigue la Virgen: Todos estos objetos, hijos míos, han sido bendecidos, ¡TODOS!, hija mía.

Ninguno de los que estáis aquí presentes podréis disculparos cuando lleguéis ante el Padre, porque mi Corazón derrama gracias para vuestra conversión. Pero no queréis aceptarlo, hijos míos. ¡Pobres almas, hija mía!; ¡QUÉ PENA DE ALMAS! (Amparo llora con desconsuelo y clama suplicante):

Por ellas, ya pido por ellas, ¡Ay, ay! Sé que hay muchos que no creen aquí; pero Tú lo prometiste, que les darías las gracias. Ayúdales..., ayúdales. (Le contesta la santísima Virgen:)

Las gracias, hija mía, estoy dando hace cientos de años. (Prolongados sollozos de Amparo que insiste):

Son; bueno, lo has prometido, ¡lo has prometido Tú! Y Tú lo vas a cumplir ¿eh?

Hija mía, no seas soberbia. No me digas que Yo tengo que cumplir.

Yo cumpliré, hija mía, pero si ellos corresponden a mi amor.

Ayúdalos, ¡ayúdalos! Muchos no creen en Ti, ni en tu Hijo tampoco.

Yo prometí ayudarles, hija mía; pero que quede claro: PROMETO AYUDARLES CON SU AYUDA. Si ellos no quieren corresponder a esa ayuda, Yo no podré hacer más por ellos, hija mía. Estoy constantemente sujetando el brazo de mi Hijo para que no se descargue sobre vosotros, hija mía, ¿qué más queréis, hijos míos? (Mientras la Virgen formula estas quejas, Amparo sigue sollozando. Prosigue sus amorosos reproches nuestra celestial Madre:)

Con las oraciones y con el santo Rosario podríais haber evitado estos grandes castigos, hijos míos; pero el mundo no ha cambiado, hija mía; el mundo sigue cada día peor.

Voy a dar mi bendición, hijos míos. Y esta bendición será especial para todos. ¡Mira si derramo gracias, hija mía! El que no corresponda a esto, aunque me viese con sus propios ojos, hija mía, no creería. Y, si mi Hijo bajase, lo volveríais a crucificar, hija mía. (Entre los gemidos llorosos de Amparo se oye clara la bendición de la Virgen):

Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice, por medio del hijo y con el Espíritu Santo. (Todavía insiste Amparo tiernamente llorosa):

¡Madre mía!, ¡Madre mía!, ¡Madre!... Yo te lo pido... (Con expresión de maternal cariño la santísima Virgen se despide):

¡Adiós hijos míos, adiós!





MENSAJE DEL DÍA 6 DE MAYO DE 1984

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)



LA VIRGEN:

"Hijos míos, hoy en el día de todas las madres, vengo a felicitaros, hijas mías, porque sois madres y os preocupáis de vuestros hijos. Pero bienaventuradas aquellas madres que no se preocupan sólo del cuerpo, que se preocupan del alma, hijos míos. También Yo Soy Madre, por eso he venido a felicitaros. Yo soy Madre de toda la humanidad.

Rezad, hijos míos, rezad el santo Rosario; me agrada tanto esta plegaria, hijos míos... (hondos suspiros) Cuántas madres, hijos míos, os preocupáis sólo del cuerpo de vuestros hijos. Educadlos en la doctrina de Cristo, hijas mías, vosotras vais a ser responsables cuando os presentéis ante el Padre, hijas mías; por eso os pido: educad a vuestros hijos, pero educadlos desde niños, porque el árbol se le educa desde pequeño, como a un niño, hija mía; se le cuida, se le riega para que crezca y dé buen fruto. Eso os pido, hijos míos, que crieis a vuestros hijos en el santo temor de Dios.

¿Cómo este día, hijos míos, podía faltar vuestra Madre para felicitar a esas madres que son esclavas de sus hijos?. Pero aquellas madres que por sus diversiones no se preocupan de sus hijos, que no hacen nada más que coquetear y gastarse lo que Dios les ha dado... Bienaventurados hijos míos, aquellos que habéis tenido el don de adquirir riquezas y las distribuís con los pobres y no las gastáis en lujos, hijos míos, tendréis que dar cuenta. (Suspiros de satisfaccion).

Mira, hija mía, en, una ocasión te dije, hace mucho tiempo, que, cuando llegue el momento, de que los ancianos sueñen y los niños vean, el tiempo se aproxima. El fin de los fines. Cuántos ancianos han venido diciendo que han soñado con las maravillas del cielo. Es verdad, hija mía, porque ¡esto es verdad! (Ámparo suspira con pena y dice):

¡Y yo no haber hecho caso de eso...! Yo había pensado (entre sollozos sólo se entiende): ¡Ay..., ay..!

Tú piensas, hija mía, que mi Hijo te ha dado esto de la luz para saber lo que es verdad y lo que es mentira. (Siguen los sollozos). Pero por eso te advierto que seas astuta también, hija mía. Pero escucha a aquellos ancianos y aquellos niños, pues son inocentes, hija mía. Cumplid con el Evangelio de Cristo. Todo el que cumpla con el Evangelio de Cristo, (simultaneando con los sollozos) promete el reino del cielo, hija mía.

Hoy sólo he venido a felicitaros, madres, madres de todos los hijos de la tierra, porque Yo soy Madre de toda la humanidad. (Sigue Amparo con sollozos de íntima paz).

¿Ves como las oraciones purifican a las almas, hija mía, y los sufrimientos? Saca tres espinas de mi Corazón. Se han purificado tres. (Expresión de alegría en Amparo).

¡Ah... ah! ¡Cómo están en el Corazón! ¡Ay...!

Está lleno de espinas porque los hombres son cada día peor, hija mía. ¡Cuánto me agradan los Rosarios! Hace mucho tiempo que no se rezaba el santo Rosario en este lugar, hija mía. También me agradaban los cánticos que se oían detrás de los misterios, hija mía, (sollozos de Amparo). Quita una espina primero y detrás quita las otras dos que están más profundas. (Intensificando el gemido):

¡Ayyy...! ¡Ay!

Tira sin miedo.

Están muy profundas, ¡Ayyy, ay! ¡Ayyy!

Están profundas esas dos, hija mía, porque ha costado mucho su purificación. Besa el suelo, Hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo (silencio mientras Amparo lentamente besa el suelo). Este acto de humildad, hija mía, sirve para la salvación de las almas. Ya te lo he dicho mucha veces: Hazte muy pequeña, hija mía. Humíllate para que puedas gozar de la presencia de Dios. Eres víctima de reparación y las victimas tienen que sufrir, hija mía (largos gemidos de Amparo), pero sin lágrimas, hija mía. (Habla Amparo entre sollozos).

Ya no podré; no puedo padecer tanto. Eso es mucho... mucho.

Nunca digas que es mucho, hija mía. Jesucristo en la cruz no rechistó, hija mía, no dijo nada hasta morir perdonando a sus enemigos.

Me gusta, hija mía, que después de cada misterio cantéis una cancion de aquellas que cantábais anteriormente:

"Con flores a Maria, que Madre nuestra es". Soy vuestra Madre, hijos míos. Es verdad. Por eso me agrada esa plegaria, hijos míos.

Ahora os voy a bendecir a todos. Y muchos de vosotros seréis marcados con una cruz en la frente, hijos míos.

Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice, por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Ahora, hija mía, en este momento, voy a marcar a muchos de los aquí presentes (silencio; hondos suspiros mientras, la Virgen marca). Di cómo son marcados, hija mía, con un crucifijo igual a éste (Amparo levanta el crucifijo de su rosario girando de un lado a otro) pero de otro tamaño, hija mía; en forma de Y, son marcados con una cruz en la frente. Sólo con hacer con la cruz así, por el perdón de todos los humanos, hija mía, todos estáis sellados con la cruz; con la cruz de los escogidos, hijos míos (profundas y prolongadas respiraciones de Amparo). Este sello, hijos míos, es el sello de los escogidos; el sello de la cruz. Por eso, hijos míos, tenéis que coger la cruz y seguir a Cristo por el camino del dolor. Vale la pena con este Sello seguir a Cristo, hijos míos. ¿De qué valen al hombre todas las riquezas del mundo, todos los placeres, si en un segundo va a perder su alma, hijos míos? Ya sabéis que tenéis una obligación con Cristo; estáis sellados con el sello de los escogidos (Amparo exterioriza honda satisfacción y exclama):

¡Ah, aay, ay, aay, qué alegría! ¡Ay, lo has cumplido, ay, qué alegría! ¡Ay! ¡Ay, Madre mía, qué alegría más grande! ¿Y si no te corresponden...?

Yo les daré una gracia, hija mía, para que respondan a ese sello. (Gozosa satisfacción de Amparo que dice):

Aunque me digas que soy muy soberbia, ¡cuánto te lo he pedido, Madre mía! ¡Cuánto te lo he pedido! (recalcando las sílabas) ¡Ay, Madre mía, qué alegría, ay, ah, ah, ay, qué alegría siente mi corazón! Mi corazón está lleno de alegría, Madre mía.

También el Mío, hija mía, porque sé que estas almas van a corresponder a mi sello. Lo sé, hija mía, que corresponderán a mi amor. También te pido yo que me agrada que después de cada misterio, cantéis esta canción: 'Venid y vamos todos con flores a María (así lo dice) con flores a María, que Madre nuestra es". Luego sigue otra estrofa, hija mía. Pero hacedlo, os lo pido, hijos míos. Así iréis salvando a muchas almas.

¡Ah, ay, ay, ay, ay, qué alegría! Mirad arriba.

Mirad arriba, hijos míos. Mirad y dad testimonio (se oye murmullo de admiración de la gente), hijos míos. Todo es hermoso eso de arriba, hijos míos cada color es el de una morada, hijos míos. ¡Qué maravilla! Estoy haciendo maravillas en este lugar, hijos míos. Corresponded a estas gracias que os estoy dando: milagros del alma. Milagros de cuerpo también he dado. Y las maravillas de ver mi rostro reflejado en el sol (gritos de admiración impiden oir claramente). Mirad mi rostro, hijos míos, ¿no es una maravilla? ¡Qué colores más maravillosos! Y seguid mirando, hijos míos, no os canséis de mirar, hasta que desaparezca este color, hijos míos. ¡Cuántas maravillas está obrando mi Corazón en este Prado, hija mía! (Entre las voces de admiración de la gente se oye a Amparo):

¡ah, ah, ay, Madre! Haz que algunos no lo vean, algunos; porque si no, van a decir que es una sugestión. ¡Que todos no lo vean, no! (Sollozos de Amparo emocionada).

¡Qué dicha, hijos míos, qué dicha siente mi Corazón cuando habéis quedado sellados con el sello de amor, hijos míos! Seguid observando los colores tan maravillosos. ¡Cómo vibra el sol, hijos míos! ¿Quién puede hacer eso si no es Dios? Ningún ser humano puede hacer estas maravillas. (Prosigue la Virgen recalcando cada sílaba). Hijos míos, ¡cómo rebosa mi Corazón de alegría! ¡Qué alegría siente mi Corazón de que veáis todas estas maravillas! ¡Dichosos los ojos que ven y los oídos que oyen, hijos míos, porque ellos también entrarán en el reino del cielo! Pero aquellos oídos que oyen y no quieren cumplir con mis mensajes serán castigados gravemente, hijos míos.

Levantad todos los objetos. En este momento que muchos de vosotros observáis el rostro, mi rostro en el sol, hijos míos, os bendigo todos los objetos. (Hondos y prolongados suspiros de Amparo) ¡Qué maravilla! Han sido bendecidos todos los objetos. No es sugestión, hijos míos. Estáis viendo con vuestros propios ojos. (Profunda satisfacción de Amparo) ¡Qué color, hijos míos! (murmullo de la gente diciendo lo que ven). También está el rosa, hijos míos. Observad qué rosa más maravilloso, hijos míos. (Gozoso murmullo de la gente afirmando con ¡Sí, sí, sí! (que sí lo ven). Dichosos estos ojos que estáis viendo, hijos míos. Dichosos los ojos que ven esto. Pero tampoco se pongan tristes aquellos que no lo ven, porque si no, sería (palabras en idioma extraño).

¡Llévame ahí contigo! (llorosos anhelos de Amparo). Ahí contigo. Quiero subirme contigo ahí. (Los anhelantes sollozos de Amparo dificultan enormemente entender lo que dice entre suspiros), a quedarme aunque sea en este sitio. Yo no quiero volver otra vez al otro sitio. Yo no quiero. Quiero quedarme aquí en este sitio mismo. Pero en el otro no quiero estar. Quiero estar aquí cerca; pero allí abajo no. No me bajes allí abajo. No puedo sufrir más. Yo quiero estar aquí. Antes de irte llévame allí. ¿Ya te vas? No te marches. ¿Ya me dejas aquí? Antes de irte llévamne aunque no me subas más arriba. Yo quiero estar aquí antes que abajo. (Muy apenados sollozos) ¿Me vas a volver al otro sitio?

Estaréis observando un rato más este prodigio, hijos míos. (Se oye murmullo de admiración de la gente. Amparo sigue sollozando con vivos anhelos).

¡Qué bonito es! ¡Ay, qué bonito es eso...! ¡Llevadme... Ay!

No seáis incrédulos, hijos míos. No queréis mirar. Mirad para ver, hijos míos; porque sois muchos como, Santo Tomás, que tenía que meter la mano en la llaga para creer. Pues habéis visto, ahora, ¿cómo corresponderéis a este privilegio, hijos míos?

Entonces, ¿no me dejas aquí? ¿Me mandas otra vez allí abajo? (Llorando) ¡Ay, otra vez! ¡Ay, qué sufrimiento estar abajo...!

Pero te estás labrando tu morada, hija mía.

Sí, pero ya está bien eso: "te estás labrando". ¡Ya está bien!

No te quejes, hija mía.

¿Que no me queje? ¡Si no me quejo! Pero es que, después de ver esto, ¡ay! me mandas otra vez....

Mi prodigio seguirá, hijos míos; pero os voy a decir adiós, aunque siga el prodigio.

¡Adiós, hijos míos, adiós!

Se continúa el rezo del santo Rosario que se había interrumpido al iniciarse el cuarto misterio. Pero durante la meditación se le oyen a Amparo unas palabras ininteligibles y se inicia un diálogo entre la santísima Virgen y ella en el que solamente se oye a Amparo:

...Otro primer sábado que hay más gente. Entonces si que los marcas a todos. (Con confianza) No soy egoista, no; es que quiero que los marques a todos con ese sello. Porque también dices que el enemigo está marcando. ¡Bueno! pues el primer sábado lo haces, ¿eh?

Bueno, yo también haré lo que Tú me pides; pero te lo pido de corazón, ¿eh? ¡Hazlo! No quiero que me digas que soy soberbia por pedirlo; pero es que las almas.., pues a mi me da tanta alegría cuando veo que se convierte un alma, que -ya lo he dicho muchas veces- esa noche duermo muy feliz.

¡Ay! espérate al primer sábado, que estén muchos. Y cuando estén todos, séllalos con ese mismo sello, ¿lo, vas a hacer?

¡Bueno! yo también te prometo eso que Tú sabes. Pero ¡hazlo! porque son hijos tuyos. Igual que yo tengo mis hijos, pues Tú tienes todos los demás.

Te pido también por mis hijos. También te lo pido que los salves. ¿Los has sellado también? Pero, ¿y los otros que no están? Séllalos también aunque sea allí.

¡Bueno, Madre! Eso te pido y quiero que lo hagas, aunque tenga que sufrir toda la vida. ¿Me lo prometes? ¡Prométemelo otra vez! (Ahora se oye contestar a la Stma. Virgen):

Sí, hija mía, te lo prometo.

Bueno, pues eso quiero. Te pido por mis hijos también. Pero también por los que no están aquí. ¡Hazlo! por lo que yo sufro, hazlo. Pero séllalos porque haré lo que me pidas. Y por todos los del primer sábado también, ¿eh?

Ya te he pedido muchas cosas; pero no son para mí, porque son para todos los demás. Yo quiero que me ayudes a sufrir; pero sálvalos a todos. No sé si seré egoísta; pero quiero que salves primero a mis hijos. Los otros también. Pero os pido por todos, no por ellos solos, no: ¡Por los demás! Hazlo y yo te prometo sufrir (con la voz apagada por la emoción) más y más para salvarlos a todos con mi sufrimiento. Pero me tienes que ayudar, porque es que yo sola no voy a poder con todo eso.

¡Ay, cómo estás! ¡huy, se me mete dentro ese rayo que tienes en la cara...! ¡Uy, has hecho esta tarde..., has hecho muchas cosas! Has estado mucho tiempo sin hacerlo... ¡Tanto como te lo he pedido...! Bueno; que estoy muy contenta, ¡muy contenta!

¿Vas a seguir ahí? Pero sólo el resplandor del sol es como estar allí. Está otra vez igual, ¿qué es esto? ¡Si estaba todo nublado...! ¿Y cómo Dios hace estas cosas? ¡Ay, Dios mío! Estaba casi lloviendo; pero todo... ¡Ay! ¡ay! ¡ay! Eso sí que es bonito. Pues llévalos ahí. Primero a los míos. Luego, a los otros. ¡Qué amarillo! Ese amarillo, ¿para quién es?

Bueno; ya no te voy a cansar más; no te quiero cansar. Nada más pedirte que lo hagas otra vez, aunque se rían de mi aquellos presentes que se están riendo. Pero Tú sálvalos porque no saben ¡ pobrecitos! están muy necesitados, y han tenido alguna cosa que los han engañado. Pero en su interior te quieren, aunque creas Tú que no. Ellos... les estás haciendo por dentro de su alma una cosa muy grande. No creas que no te quieren; que te quieren todos, ¡todos! Yo te digo a Ti que todos los que están aquí están con el corazón lleno de alegría, aunque no lo demuestren; pero sí, lo se yo.

Ya no te quiero decir más cosas, Madre mía. Sana a Charo también. ¡Pobrecita! está sufriendo mucho; pero acórtale Tú el sufrimiento. Con esos sufrimientos que ella está pasando, aunque su vida ha sido muy ligera..., pero Tú ¡perdónala! Que esté poco tiempo sufriendo; te lo pido; y, si es que es tu voluntad..., pues haz lo que quieras; pero que se purifique.

Piden otras cosas materiales; pero es que yo no puedo pedir esas cosas. Tú hazlo, si lo sabes. Cosas materiales... (pide con confianza y extrañeza) Ya lo sabes. Y otra, otra señora que está muy grave; también te lo pido: que la salves porque es muy mayor ¡pobrecita!

Bueno; ya se me está acabando el diálogo contigo... Pero, ¿cuándo volverás otra vez a tener este diálogo conmigo, eh? Bueno; yo, aunque no tenga diálogo..., séllalos a todos el primer sábado.

Y ya no soy más pesada. Me voy a santiguar. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. (Volviendo en sí con extrañeza) ¡Ay! ¡Ay! ¡ah, ah...!

¡Vaya! ¡Vaya sol! ¡Ay! Hay muchas moradas en ese sol, muchas; se ven muchas. ¡Ay! ¡ay! ¡aaay! ¡Qué buena eres! ¡Qué buena es la Virgen! ¡Oh! Todavía sigue ese color ahí. Pero ¡bueno! (suspirando con honda satisfacción) Todos están amarillos, verdes y rosas. ¡Estáis todos con un color...! ¡Ay, qué color tienen todos, qué color! Amarillo, rosa, verde... ¡Ay, las joyas...! (con la misma profunda satisfacción) ¡Ah! ¡Ay! ¡Ah!

Bueno; ahora vamos a seguir el Rosario, ¿no? (Como recuperándose y con extrañeza) ¡Ah! Bueno; sólo... están marcados todos (suspiros de sosiego, ya recuperada, responde al murmullo de la gente):

No..., o sea, aquí no..., aunque ha sellado a todos, hay muchos que no creen. Por ejemplo: ese señor, se le ve el sello perfectamente; al señor de las gafas.

Bueno; pero, si la santísima Virgen lo ha dicho, bueno, pues están sellados. Pero que no crean que todos los que han venido, a pesar de estar sellados, ¿eh?, creen, ni están en gracia de Dios tampoco. Pero lo que hay que hacer es corresponder a esa gracia que la santísima Virgen ha dado. Que no es... no creáis que no es una gran gracia estar sellados con el sello de la Virgen; porque no sé si sabréis que en una ocasión me dijo la santísima Virgen que el sello del enemigo es el 666. O sea, que hay personas que tienen el 666 en la frente y en una mano, en la mano izquierda. Pero que hoy ha sellado aquí a todos; a creyentes y a no creyentes, para que correspondan a esa marca, pues...., ya no quiere salvarse; porque no quiere; porque la santísima Virgen les ha dado esa gracia; y esa gracia es, muy especial.

Lo más importante es eso: Que están sellados todos.





MENSAJE DEL DÍA 12 DE MAYO DE 1984

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)



LA VIRGEN:

"Hijos míos, voy a daros mi santa bendición.

También os doy las gracias porque acudís por centenas. Acudid al santo Rosario; acudid, hijos míos.

EL ROSARIO SERÁ VUESTRA SALVAClÓN, SIEMPRE QUE ESTÉIS, HIJOS MÍOS, EN GRACIA DE DIOS.

Con el Rosario alcanzaréis todas las cosas del mundo, hijos míos. Mi mensaje es éste, hijos míos: SACRIFICIO, SACRIFICIO Y PENITENCIA.

(Amparo se pone a llorar mientras la santísima Virgen sigue hablando):

Estos son para todos aquellos que no cumplen, hija mía, en este lugar; porque mi Corazón es misericordioso, mientras el Padre Eterno es Juez, hijos míos. (Estas palabras en cursiva no se entienden claramente en la cinta).

Os sigo repitiendo, hijos míos; no os riáis de mis mensajes. ¡Cuántos se están riendo de mis mensajes, hija mía! ¡Pobres almas!

Os voy a bendecir, hijos míos. Ya lo tengo todo dicho. Os bendigo como el Padre os bendice, por medio del Hijo, y con el Espíritu Santo.

Hijos míos, levantad todos los objetos. (Pausa). Todos los objetos han sido bendecidos.

Adiós, hijos míos, ¡adiós!"

Prosigue el rezo normal del quinto misterio: La Coronación de la santísima Virgen como Reina de cielos y tierra. Amparo enuncia las peticiones:

En este quinto misterio vamos a pedir a la santísima Virgen por todos aquellos que escuchan doctrinas falsas, para que el Señor les dé luz para comprender su verdadera doctrina.

Vamos a pedir por los niños, para que los conserve durante toda su vida con esa pureza...; y por todos los ancianos, especialmente por aquéllos que están desamparados.

También vamos a pedir a la santísima Virgen por todos los que estamos aquí presentes, para que nos ayude a llevar las cruces que el Señor nos manda, ya sea una enfermedad, ya sea cualquier cosa que venga del cielo, que la sepamos llevar con humildad y la sepamos ofrecer por la salvación de las almas.

(Durante este misterio se nota a través de Amparo la presencia de la santísima Virgen. Terminado el rezo del quinto misterio, se reza una ''Salve'' a la santísima Virgen y, a continuación, dice Amparo):

Ahora, en acto de desagravio al Corazón de Jesús por tantos agravios como se cometen en la Eucaristía, tantos sacrilegios, tantas ofensas como se cometen diariamente al Señor, vamos a rezar un Credo. Terminado el Credo, propone el rezo de tres avemarías "por el Vicario de Cristo para que la Stma. Virgen lo proteja" (Sigue en coloquio con la celestial Señora, en voz muy baja: Lo proteges y le llevas por donde..., por allá... Alza la voz):

Para que lo protejas por todos los sitios que vaya. ¿Ya lo estás protegiendo mucho? ¡Bueno! (Las tres avemarías las alterna con la invocación: "Oh María, sin pecado concebida...', con una efusiva ternura filial como hablando despacio y cordialmente con la celestial Madre. En el "Santa María' de la segunda avemaría se le oye preguntar en voz muy baja):

¿Todos esos que hay ahí son de los mártires? (En la tercera vuelve a preguntar):

¿Todos esos son los mártires? (Terminado el ''Gloria al Padre...'', dice con voz más inteligible):

'Mater'', ¿se abre eso? ¿Eses son todos los mártires de...? ¡Aaay, ayy! ahora te voy a pedir por todos los difuntos...

¿Todo ese camino es... de los mártires? (Con satisfacción profunda). ¡Aaay, ayyy! por eso no hay que tener miedo a los " Morirás!'' ¡Ay, aay, ay! Todo ese camino que va hasta allá es grande, muy grande... ¿Todos han sido los mártires que han matado aquí, en...? Pero ¿en la tierra? ¡Ay! Pues vale la pena ser mártir, ¿eh? ¡Aay! A mi no me importa ser mártir, si me llevas a ese camino tan grande tan bonito... ¡Bueno! (Con mucho énfasis):

¡Ay, Madre mía...! Ahora te pido por todas las almas. Pero por las que están muertas. Pero no permitas que se condenen todas las que se mueren... No, si ya lo sé que se salvan también muchas. Pero eso no lo puedo ver en este momento. Bueno; ya me lo enseñarás en otro momento. ¡Ay...!

Voy a pedirte por todos los difuntos. Bueno por las almas de esos que mueren, y especialmente por todos los que estamos aquí, por nuestras familias, para que tengas más compasión de ellos. Sí, ya lo sé que tienes de todos compasión; pero..., de los nuestros un poquito más, ¿eh?

¡Bueno! Vamos a rezarte el Padrenuestro, ¿eh? Padrenuestro (rezan todos en voz alta el ''Pater'' y el ''Ave". Amparo añade):

Para que sea más fácil que descansen en paz... Eso es. ¡Ay, cómo salen! (Ayes de profunda satisfacción). ¡Ay, cómo salen...¡ ¡ Aaah, ah! ¿Todos se pueden salvar con nuestras oraciones...?

¡Ay, Dios mío! Pero ¿ya te vas a ir tan pronto? ¿Con ellos, con todos ellos...? ¿Los has sacado Tú de ahí? (con intenso gozo): ¡Ay, aay. aaah...! (Larga pausa mientras vuelve totalmente en si. Muestra profunda decepción al hallarse de nuevo en el mismo sitio):

¡¡En este sitio...!! ¿Estoy igual que antes...? ¡Ya podía haberse acordado de mí también...! (Con leve gemido expresa disgusto por hallarse aquí abajo de nuevo. Entona "Bendita sea tu pureza". Las aves acompañan con sus trinos).





MENSAJE DEL DÍA 13 DE MAYO DE 1984

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)



LA VIRGEN:

"Hija mía, es una fecha muy importante. En estas fechas, hace años, me aparecí a unos niños; hice mi presencia..., pero ¡cuánto costó creerlo!, hija mía; pues los niños sufrieron mucho;... pues por eso te digo hija mía, que tú tienes que sufrir mucho.

No sería fácil que todo saliera como tú quieres, hija mía. Haced penitencia, hijos míos, sacrificio y oración, porque el tiempo se aproxima y la eternidad está cerca, hijos míos. Es para toda la eternidad.

Pedid al Padre Eterno, hijos míos. El Padre Eterno os ama y os tiene preparados a cada uno vuestra morada.

Todo esto, hija mía, no creas que es fácil; se consigue a base de sacrificio, de penitencia y de oración. Por eso este día es muy señalado, hija mía. ¡Cuánto cuesta creer en mi presencia! Los humanos son crueles, hija mía (Llora Amparo).

Piensan, como te he dicho en otras ocasiones, que yo no puedo aparecerme en cualquier lugar del mundo ¿Quién son ellos, hija mía, para decirme a Mí dónde Yo tengo que aparecerme y cuándo tengo que manifestarme? (Amparo sigue llorando) ¡No será fácil, hija mía!

Piensa que, siempre que me he manifestado, la incredulidad de los humanos ha sido muy grande. Por eso te pido, hija mía, y os pido a todos, sacrificio y penitencia, como pedí a aquellos niños. Con sacrificio y penitencia podréis salvar muchas almas, hijos míos. Pues empieza, hija mía; que este camino no es fácil. ¿Qué significado tendrías tú en la vida si mi Hijo te pusiese los caminos fáciles? Sí, sacrificio, hijos míos, sacrificio y penitencia para poder alcanzar las moradas; pues las moradas están preparadas.

Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos... Estos objetos, hijos míos, tienen gracias especiales para convertir a las almas.

Yo he dado mi mensaje, hija mía. Bebe unas gotas del cáliz del dolor. (Amparo bebe y se siente la deglución). ¡Qué amargo está este cáliz! -te he repetido muchas veces, hija mía-. Piensa que lo poco que queda del cáliz..., es poco lo que queda para el gran Castigo que va a caer sobre la humanidad.

Piensan que Dios es misericordioso y no va a castigar a la humanidad. Dios es misericordioso; pero, si no perdonó a su Hijo que muriese en una cruz para salvar a la humanidad, ¿cómo va a ser misericordioso con vosotros si no queréis pedir perdón de vuestros pecados?

Todos aquéllos que cumplan con los Mandamientos de la Ley de Dios serán salvados, hijos míos. Seguid el camino del Evangelio de Cristo no os aferréis a las riquezas del mundo; no suelen servir al hombre nada más que para condenarse.

Tú, hija mía, piensa que no te va a ser fácil este camino; pero, si está Dios contigo, ¿a quién puedes temer, hija mía? No tengas miedo a los humanos, los humanos, a veces, son crueles y no tienen caridad con el prójimo, hija mía. Pero vale la pena el sufrimiento si luego se alcanza la eternidad, hija mía.

¡Ay!, ¡qué cosas! ¡Ay, Dios mío! ¿Qué es eso tan grande? ¿Me dejas en este lugar ya? ¡Ay...! ¡Ay! ¿Todavía no he sido humilde para alcanzarlo?

No, hija mía. Tú tienes que quedarte todavía para dar testimonio de mi presencia; se están convirtiendo muchas almas. Muchas vienen a buscar el milagro, también, hija mía; pero se van con el alma limpia. En seguida que salen de aquí, de este lugar, buscan a un confesor, hija mía, para curar sus culpas.

Pero... ¿yo ya estoy salvada? ¿Estoy salvada ya?

No, hija mía. Hasta el final no se sabe quién se salva o se condena.

¡Ay...! (Amparo llora) ¿Todavía dices que no me voy a salvar?

Con todo esto... ¿no me salvo? ¿No me dijiste que tenia la llave de la morada?

Te salvarás, hija mía, según tus méritos. Por eso te pido, humildad, hija mía; humildad, acompañada del sacrificio.

¡Anda! ¿He de hacer más sacrificio? Hacer... ¿dónde me llevas, a ese lugar?

Ya te he repetido muchas veces, hija mía, que no seas soberbia, que seas humilde.

Sí, pero yo quiero irme de este lugar, ya. Yo no quiero condenarme al final... Si no me voy a salvar, pues entonces, ¿de qué vale este sacrificio que hago?

Este sacrificio, hija mía, sirve para la salvación de las almas.

Y... la mía... ¿qué?

La tuya...; ya sabes que hasta el final no sabe nadie si salvará su alma. Mi Hijo te escogió víctima; pero tienes, hija mía, que corresponder a ese sacrificio.

¿Más todavía? No sé qué quieres que haga más.

Que seas humilde, hija mía.

¡Ayúdame a ser humilde! ¡Ayúdame a ser humilde! (Amparo llora). Yo quiero ayudar a las almas, pero sálvanos a nosotros también. Yo no puedo estar aquí más, en este sitio.

Te voy a transportar a un lugar importante, hija mía.

¡Ah! ¡Ah! (Amparo hace exclamaciones de gozo y satisfacción) ¡Aaah!

¡Qué felicidad, hija mía. Tu cuerpo siente una felicidad... y gloria, hija mía...!

¡Ah! ¡Ay!... Si después de ver esto... me mandas al infierno... ¡Vamos! No me mandes al infierno porque, si no..., no haberme enseñado esto... ¡Ay, ay! ¡Déjame en este lugar; no me mandes abajo! Yo prometo que ya no vuelvo a ser soberbia.

Aquí no entra carne; en el cielo, hija mía... Te he hecho ver esta visión...

¡Ay!, pues déjame otro rato más. ¡Ay! ¡Ay! ¡Ah! ¡Aaay! No me mandes para abajo. Yo no quiero ir para abajo. ¡Ay! Yo no quiero...; yo estoy aquí muy bien. No quiero bajar ahí abajo. Yo no quiero. No me digas que soy soberbia, porque es que yo quiero quedarme, quiero quedarme aquí. Ya se han salvado bastantes almas. ¿Qué quieres que haga ya más? ¡Se han salvado muchas! ¿No dices que, cuando salvas una, tú tienes la tuya salvada? ¿Por qué no podré salvar la mía por esas almas?

No, hija mía, porque tu misión es sufrir y sufrir. Sabes que de niña, desde niña te escogió mi Hijo para el sufrimiento.

Pues para eso... ¡ya está bien! Para el sufrimiento... Y Madre, yo dije que, -en una ocasión que estaba el Señor- que no podía ser Dios así de cruel, contestaste que no era cruel, que era misericordioso, lleno de amor. Entonces, ¿por qué me manda otra vez para abajo? Déjame aquí, que yo no quiero volver otra vez allá abajo. ¡Ah! ¡Ah! ¡Otra vez abajo... a sufrir! No; no quiero. Ayúdame, ayúdame porque es mucho lo que tengo... (sigue llorando). Y ¿qué va a pasar con eso que Tú sabes? Cuando vaya mañana, ¿estarás allí Tú?, ¿qué...?

No, hija mía. Es una prueba más para que te defiendas. Pero, si Dios Padre iluminó a los Apóstoles, ¿cómo no te va a iluminar a ti, hija mía, en ese momento?

Sí, ya; pero... ¡que son cinco y nosotros, tres! A ver lo que haces... (algo ininteligible) con eso que te pido, ¿eh? Déjame otro poquito aquí; otro poquito. ¡Ya! Ayúdame a sufrir abajo porque si consigo esto...; pero tiene que ser con tu ayuda; porque la tierra... ¡Ay, Madre mía, lo que pasa!... Me llaman loca, me llaman endemoniada; me llaman tantas cosas...

Ya te dije, hija mía, que el discípulo no es más que su Maestro. Y, también, a mi Hijo se lo llamaban.

¡Claro! Pero El sabía que era Hijo de Dios; pero yo, ¿qué? Soy hija de Dios; pero soy floja. (Llora) ¡No puedo!... ¿Qué? Ya me vas a mandar abajo... ¿verdad? No me mandes allí. Si eres Madre... ¡déjame aquí!... ¡Déjame aquí!...

Sí, hija mía; tu prueba todavía no se ha acabado. Que te llamarán loca... y otras cosas más fuertes, hija mía... Pero ofrécelo a Cristo Jesús.

¡Claro! ¡Qué bien! Sí, claro. Las cosas, ¡qué bien se dicen! Pero, si no ayudas..., no podré hacerlo.

Mañana, hija mía; no creas que va a salir bien; no te lo creas. Aunque los veas...; muchos de ellos son lobos vestidos con piel de oveja.

Pues..., ¡vaya! ¡Lo que tiene la tierra! Sí..., sí ¡son consagrados! Vaya... ¡cómo son! Saber por qué tengo que sufrir más por ellos, si no quieren... Tócales Tú el corazón para que se salven. ¡Porque están...! Ah... ¡cómo están, Dios mío! Déjame que sólo te toque el manto; sólo el manto. (Amparo hace ademán de tocar el manto de la Virgen).

¡Ah! ¡Aaah! ¡Ay! ¡Ay! ¿Ya no me dejas más aquí?

Se acabó la felicidad, hija mía. Sufrir, te toca sufrir. Coge la cruz y sigue a Cristo.

¿Más cruces? Pues, ¡anda ya! No sé ya cuántas cruces. Ayúdame; yo quiero ser humilde, pero si no me ayudas... Es que oigo tantas cosas; y todos se meten conmigo...; mucha gente...

Te he dicho, hija mía, que pienses en Cristo Jesús.

Sí, pienso en Cristo; pero... pero que soy un ser humano...

Por eso no podrás entrar en el reino de los cielos hasta que mi Hijo te pula bien pulida, hija mía.

Pulirme, ¿qué es? Pulirme, ¿qué es? ¿Qué es pulir? ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay santificarme! ¡Ah, pues anda! que... hasta que me santifique. ¡Ayúdame, ayúdame, Madre! ¡Ayúdame! Que prometo; te lo prometo ser humilde. Lo que pasa es que hay veces..., que es que no puedo. ¡Ay! Pero ¡sólo de ver estos lugares...!

¡Esto no es un lugar! ¡Ay! ¡Esto es la gloria, hija mía! ¡Una de las glorias, hija mía!

Yo quiero que sea en esta gloria; aunque sea en ésta. ¡Ah! (Suspira felizmente).

No creas que es fácil salvarse, hija mía. Por eso doy tantos avisos a los humanos, porque por la puerta estrecha entran muy pocos, y por el camino ancho van millares y millares de almas.

Pues yo te prometo que les voy a ayudar a salvarse. Pero yo no quiero a cambio que me des nada. Tú sabrás lo que estás haciendo. Pero haced caso de lo que te estoy diciendo. Yo lo dejo en tus manos. Tú, luego, hablas con tu Hijo, y... tu Hijo... pues que hable con el Padre y... luego, el Padre.., a ver lo que hace... Pero te pido por todos, ¡por todos! ¡Que se salven todos!

¡Ay! ¿Nos vas a dar la bendición? ¡Pero... ya estoy en el otro lugar! ¡Pero yo no lo veo!

Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice, por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

¡Adiós, hijos míos! ¡Adiós!".





MENSAJE DEL DÍA 15 DE MAYO DE 1984

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)



Ante la presencia de la Stma. Virgen, Amparo intensifica su emoción y reza muy pausadamente. Emite prolongados suspiros y gozosa admiración. Habla la Virgen:



LA VIRGEN:

"Hoy, hija mía, hago mi presencia porque para los humanos este mes es muy importante; pero no sólo este mes tenía que ser importante. Todos los meses del año y toda la vida soy vuestra Madre, hijos míos; no sólo en este mes. Pero yo complazco a los humanos porque sé que en este mes les agrada rezar, no todos, pero muchos de ellos, el santo Rosario.

Tú, hija mía, has sido muy poco astuta, muy poco astuta. Te lo avisé anticipadamente que fueses astuta, porque muchos de los que tú... -ya sabes, hija mía- no quiero dar nombres pero son astutos. También tú tenias que haber sido astuta. Ya te dije, hija mía, que eran lobos, pero forrados con piel de cordero. (Amparo llora amargamente al escuchar estas palabras). Pero no tengas miedo, hija mía, porque tu astucia no sirvió como la de ellos.

Ahora vienen las pruebas gordas, hija mía. Enfréntate a ellas. Ya te dije que no sería fácil. Pues esto va a suceder. También te he dicho que te fueses a hablar con el Arzobispo hija mía; directamente a él.

A ver, ¿cómo iba yo allí a hablar, si no me dejan? ¿Si no me dejan...?

Piensa que los que llevaron a Cristo a la cruz, hija mía, fueron todos éstos. Que te he dicho que fueras astuta, hija mía. No creen, hija mía, no creen, muchos de ellos, en mi existencia. Por eso ahora vendrá la lucha; pero ya lo has hecho, hija mía, y 'lo escrito, escrito está''.

Pero Tú... Tú, hazlo; haz algo Tú. Si yo he ido donde habéis dicho; han dicho que fuera, que fuese obediente; y yo he ido porque he obedecido.

La obediencia es muy importante, hija mía; pero la astucia también.

Yo, yo lo he hecho todo. Ellos serán los culpables. Yo he dicho que, si me decían que no viniese, que no venía. Pero, si Tú vienes aquí, yo vengo. Yo vengo, aunque lo he dicho: Que no.

Tú piensa, hija mía, que ellos serán los responsables. Yo me he manifestado en este lugar. Y no hay nadie que pueda quitar el que Yo me he manifestado en este lugar. Siempre, siempre este lugar será consagrado a mi Corazón, hija mía. Para que lo comprendas mejor: Para Mí cada lugar, en que he hecho mi presencia, es sagrado para Mí, hija mía.

También te digo, hija mía, que no pienses más en todas estas cosas. Ya están hechas, hija mía. No hagas lo que Judas hizo; que, después de matar a Cristo, -porque fue él el que lo mandó a la muerte-, quiso arrepentirse; pero ya estaba hecho todo.

Yo no sé qué he dicho que estaba mal ¿Qué he dicho que estaba mal? Porque yo he dicho todo lo que estaba bien.

Para ti está bien, hija mía, todo lo que has dicho. Pero ya te he dicho que todos, todos no aman a mi Corazón. Y, si no me manifiesto en este lugar, me manifestaré en otro, hija mía. Pero este lugar es sagrado, porque han pisado mis pies sobre este lugar. Piensa que, en otras ocasiones, también han quitado que vayan a ver mis manifestaciones; pero no lo han podido conseguir, hija mía; porque, si no es dentro, es fuera. Pero seguiré manifestándome.

Piensa, hija mía, que a lo largo de la historia, ha habido grandes santos; pues ha habido muy grandes santos; y hoy, hija mía, precisamente hoy, es el dia de uno de ellos. Y, ¡cuántas calumnias le levantaron, hija mía, mientras oraba y los ángeles de Dios hacian sus trabajos y él iba a orar! Le calumniaban, hija mía. Por eso te digo que no te ocupes mucho de las cosas terrenas; ocúpate de las cosas de Dios, hija mía.

Yo no he dicho nunca que Tú eres más que Dios. Yo no he dicho nunca que Tú eres más que Dios. Yo he dicho que Tú eres después de Dios. Primero Dios y luego, tu Hijo y Tú. Pero yo nunca he dicho que Dios era después de todo; de tu Madre, Señor, Señor. Tú lo sabes también. ¡Ay, Señor! ¡Ayyy, Señor! (Júbilo de Amparo por la presencia del Señor).



EL SEÑOR:

Sí, hija mía. Soy Yo también en este momento. Te advierto, hija mía, que has sido poco astuta. Pero no sufras, hija mía. Peor para aquél que vaya con la astucia por delante, hija mía. Pero los humanos son crueles. No quiero nombrar los nombres. Te he dicho como mi Madre, hija mía.

¡Ay... ay... ay! (exclamaciones de gozo).

No tengas miedo, hija mía. Estando Dios contigo, ¿a quién puedes tener miedo?

¡Ay!, ¿a quién? ¡A los hombres! Pero no a estos hombres ¡Ay, ay, ay! A éstos, no; son a los otros que Tú sabes. ¡Ay, Señor...! Y, ¡que digan que no puede ser esto! ¡Ay... ay... ay! (de gozo).

Esos, son los hombres, los que dicen que no puede ser. Yo me manifiesto, como mi Madre, a quien quiero y donde quiero. Me manifiesto a los humildes para confundir a los grandes poderosos.

¡Ay, Dios mío! ¡Ay, ay, ay...! (de satisfacción).

Por eso te pido, no tengas miedo, hija mía. Si está Dios con vosotros, ¿a quién podéis tener miedo?

Sed firmes, hijos míos. No dejéis de acudir a este lugar. Ya sabéis que este lugar está consagrado porque los pies de mi santa Madre han pisado en este lugar.

¡Ay, ay...! Si lo prohiben, ¿qué hago? ¡Ay! ¿qué hago si lo eligen que no? ¡Ay...!

Tú obedece, hija mía. Pero todos aquéllos, que de verdad quieren la presencia de Dios y han acudido a este lugar; que sean firmes, que sigan acudiendo a este lugar, que no se dejen por la astucia del enemigo, que es cuando entonces verán que este lugar ha sido sagrado, hija mía.

Esto mismo, hija mía, esto, que te está sucediendo a ti, sucedió a mis discípulos, hija mía. Los perseguían en cuanto hablaban de Cristo, los apedreaban, los tiraban, los echaron al abismo de los leones... ¿Sabes quién me entregó, hija mía? Todos éstos. (Aquí habla el Señor una lengua extraña).

¿Ellos fueron? ¡Ayyyy, ayyy! ¡Ellos fueron, ellos...! (llora amargamente)

Sí, hija mía, fueron ellos. Pero sabes ¿por qué? Porque querían ser más que Dios. Tampoco fueron todos, hija mía. Todos no fueron; pero muchos de ellos me entregaron a la muerte.

¡Ay, qué valor! ¡Ay, ayyy! No me extraña que Tú sigas diciendo que vayan todos ellos... ¡Ay, qué...! ¡Ay, ay!

No creen, hija mía, que la ira de Dios es grande. Pues sí; está escrito, hija mía. Lo que pasa..., que no han leído ni los santos Evangelios muchos de ellos para ver que está escrito; que la ira de Dios es terrible. Aunque Dios es misericordioso, es su ira muy grande, hija mía.

¡Aaah! Pero, por lo menos, sálvanos a nosotros, ¡ay! Aunque yo te pido por ellos también; pero... es que ellos... Sí, son así ¡ay!, pues no se puede más ya por ellos pedir... ¡Aaaay! ¡Claro! ¡Cómo viven! ¿Eh? ¡Aaah! ¡Claro! ¡Ay! Pero, ¿no puedo decir los que son? ¿Ni siquiera decirlos? Pues..., ¡vaya con los secretos que me estáis dando!

No, hija mía; no podrías decirlo porque destruirías la Iglesia de mi... (Se corta la voz con sollozo).

Pero la Iglesia, ¿de quién es la Iglesia? ¿La Iglesia es tuya? La Iglesia es de Dios.

Ya te dije, hija mía, que todos sois Iglesia. Pero dentro de la Iglesia quiero templos vivos; no quiero templos muertos. Y la mayoría de esos templos están muertos, hija mía.

¡Ay, pobrecitos! Pues, si están muertos. Tú resucítalos. Pero que nosotros no nos condenemos, ¿eh?; ya que hoy estás Tú también aquí. ¡Ay!... Es que yo lo sentía dentro. Lo sentía que ibas a venir aquí. ¡Ayyy! ¡Sí! ¡Ay! (Con fruición).

Fijaos en una tormenta. Cuando una tormenta desparrama los rayos por toda la faz del mundo... Así será la ira de Dios Padre; peor que una tormenta.

Pues entonces ¡vaya... vaya! ¡Ooooh! ¿Tan grande es su ira? ¡Ay!, pero no nos tiene que dar miedo.

Al contrario, hijos míos. Todos, todos aquellos que cumpláis con los Mandamientos de la Ley de Dios, seréis salvados, hijos míos. Porque ahí entra todo, todo lo que instituyó Dios por medio de Moisés, hija mía.

Bueno, pues entonces... ¿no te puedo ni tocar hoy? ¡Ay! ¡Ay! Pero, ¡déjame que te toque un poquito! ¡Ay!

¡Ay! Sólo el pie. Yo no quiero nada más que un cachito de esto que llevas puesto; de la túnica. ¡Ayyy! ¡Huyyy!

¿Nos vas a bendecir Tú? ¡Ay...! Después, ¡ayyy!, las dos bendiciones. Venga, ¡ay!, ¡ay!

Sí, hija mía, todo este mes de Mayo serán las manifestaciones seguidas de mi amada Madre.

¿Tanto la quieres? ¡Oooy! Pero, ¿es que los hijos quieren tanto a su madre?

Todos los hijos, hija mía, tendrían que respetar a sus padres, como Yo respeté a los míos. Desde 12 años me fui al Templo a explicar la doctrina de Dios Padre. Mi padre adoptivo me crió en un santo temor y en un amor al prójimo. Por eso os pido, hijos míos, que criéis a vuestros hijos con ese santo temor.

¡Ay! Ya lo pone en un Mandamiento: "Honrarás a tu padre y a tu madre". Y, ¡ay de aquel que no honra a su padre y a su madre! Como él dijo, también será castigado, como el padre ha castigado al hijo.

¿Y el padre que no quiere a los hijos? ¿Qué le pasará? ¡Ay! ¡Ay!... Yo los quiero mucho; pero, a veces, tambien soy soberbia con ellos. Pero... ¿sabes por qué? Porque quiero que sean buenos y que cumplan... con todo. Pero yo los quiero, ¿eh? Lo que pasa... ¡Anda que seguirte a Ti...! Es duro ¿eh?

Seguirme a Mí es duro, hija mía, pero no pensáis que para Mí fue duro también lo que escogió mi Padre para salvaros: la muerte. Y esa muerte de cruz no fue una muerte, una muerte placentera, hija mía. Yo lo llevé con humildad hasta la muerte: pero... ¡qué dolor sintió mi Corazón en la cruz muriendo y viendo que los hombres seguían pecando; seguían pecando, hija mía!

¡Ay...!, ¡ay...! Pero no me has contestado de los padres que no quieren a los hijos. ¿Qué les pasará? ¿eh?

Pues lo mismo que a los hijos que no quieren a los padres. Será el mismo castigo.

¡Ay! ¡Ay! ¿Tú te crees que yo me voy a salvar? ¡ay!, porque, ¡si no me salvo...! ¡Vamos!

Te lo dijo mi Madre: hasta el final nadie, nadie puede decir que está salvado. Y, aunque yo supiese que tu alma está salvada, tampoco te lo diría, hija mía.

Pues, ¡vaya!, ¡ anda!, que así yo, aunque me lo dijeras, seguiría igual.

No. No seguirías igual. Entonces el enemigo se apoderaría de ti, hija mía.

¡Ay!, ¡ayyy!, ¡ayyy! Venga ya, danos la bendición a todos.

Os bendigo como el Padre os bendice por medio de Mi y con el Espíritu Santo.

¡Ooooh! Pero esa bendición no es igual...

Esa bendición es la bendición de mi cruz, porque mi cruz fue en esta forma, hija mía.

Señálala. (Amparo hace con la mano un signo semejante a una Y). Así y así y así. ¡Ay!, pero la otra cruz no es igual. ¡Ay!, pero lo tenemos que hacer todo lo que digan, ¿eh?

Claro, hija mía; porque dijo Cristo: "Lo que atareis en la tierra será atado en el cielo; lo que desatareis en la tierra será desatado en el cielo". Por eso cumplid con mi Iglesia, hijos míos; santificad las fiestas, dedicad el séptimo día a Mí, hija mía. No sólo a Mí; porque si lo dedicáis a Mí, lo dedicáis a mi Padre, y también honráis a mi Madre.

¡Ay!, ¿ya te vas? Pero acompaña a tu Madre. ¡Oh!, no la dejes ahí. ¡Aaay!

Yo me voy, hija mía, porque sigo preparando las moradas de mi Padre celestial. Todavía faltan muchas que preparar.

O sea, ¿que hay muchas más? ¡Ay!, ¡ay!... ¡ay! ¡Aaaayyy...!



LA VIRGEN:

Hija mía, ¡qué día más importante!; aunque parece que es un día como otro cualquiera. ¡Se ha manifestado mi Hijo!

Pero... ¡cómo vienes! ¡ay, qué alegría!... ¡Ay!, que digan que no puede ser... ¡Vamos! ¡Ay!, que me digan que si lo veo dentro..., que si no es así... ¡Vamos! ¡Si es que lo he tocado! Y si ya lo he tocado más de una vez... ¡Ay!, pues, aunque me metan en un manicomio, yo digo que lo he tocado y lo he tocado. (Expiración de satisfacción).

Claro, hija mía. Tienes que ser fuerte. Y piensa que aquél, que niega a Cristo en la tierra, le negarán delante del Padre los ángeles celestiales.

Por eso te digo que, aunque me maten, aquí me estoy; pero yo no digo que no.

¡Ay!, ¡ay!, ¡qué grande eres Madre mía! ¡Y no poder estar aquí para siempre! ¡Vamos! ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay! Yo te he pedido que antes de que yo ofenda ninguna cosa de Dios y que la niegue, que me lleves. Llévame para que no niegue las cosas que he visto, que no las niegue. Llévame antes. ¡Ay!, porque ¿qué sé yo lo que están haciendo?

Aquí empiezan las pruebas, hija mía. Es el principio.

Pero yo te digo que si ves que yo me pongo un poco... me llevas, ¿eh? No, que no tengo miedo a nada, ya lo sé; pero si tú estuvieras delante..., ¡verías!

Estoy delante de todos los humanos, hija mía. Y en todos los lugares del mundo al mismo tiempo. Es difícil creer este misterio, como otros tantos misterios que hay en el cielo, hija mía; pero procurad alcanzar el cielo, y se os revelarán los secretos que hay, hija mía.

¡Ayyy! ¡ayyy!... ¡Ayyy...! (de satisfacción y gozo).

Levantad todos los objetos, hijos míos. (Mientras la bendición Amparo refleja en el rostro y con sus ayes el gozo que la embarga). Todos han sido bendecidos, hija mía.

¡Cuántas gracias derrarna mi Corazón y qué poco caso hacen a estas gracias que mi Corazón derrama!

Humíllate, hija mía; que el que se humilla será ensalzado; y el que se ensalza será humillado.

¡Ay!, son todos iguales. Tienen la misma cara todos. ¡Ay! En ese lado, ¡ay, qué caras...! Y, ¿por qué son todas iguales, todas esas caras de esos ángeles? Pero tienen la misma cara. ¡Huyyy!

Porque para Dios no hay nada imposible, hija mía. Dios, lo mismo que formó al hombre, puede hacer las cosas que quiera, hija mía.

Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

adiós, hijos míos, ¡adiós!".

1"Aunque lo he dicho: Que no''. Ni el Señor, ni la Virgen ni ella quieren este pueril alarde de astucia. En este mismo mensaje pregunta ella: "Si lo prohiben, ¿qué hago?' Y le contesta el Señor: "Tu obedece, hija mía''. Así se lo tiene dicho lo Virgen. Y eso es lo que ella sabe y afirmó que está resuelta a hacer.





MENSAJE DEL DÍA 19 DE MAYO DE 1984

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)



LA VIRGEN:

"Hijos míos, vengo a daros mi santa bendición, como os he prometido. También os voy a hablar un poquito de Cristo, hijos míos.

Acercaos al sacramento de la confesión y al sacramento de la Eucaristía. Seguid el camino del Evangelio; quien come el Cuerpo de Cristo y bebe su Sangre, vivirá eternamente, hijos míos.



AMPARO:

¡Ay, ay, ay! ¡Ay...!



LA VIRGEN:

Hija mía, te he dicho en otras ocasiones que ¡cuántas ovejas han vuelto al rebaño de Cristo! Estaban descarriadas y han vuelto al camino de Cristo, hija mía.



AMPARO:

¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!



LA VIRGEN:

Cristo, hija mía, dio la vida por sus ovejas; por eso quiero que sus ovejas correspondan a esa Sangre que derramó Cristo; hijos míos. Las ovejas del rebaño de Cristo sois cada uno de vosotros. Por eso os pido, hijos míos: con sacrificio y con oración, podréis alcanzar la vida eterna, hijos míos.

No penséis que todo aquel que confiesa directamente con el Padre celestial será salvado, hijos míos. Dios Padre puso a esas almas para que os humilláseis a confesar vuestros pecados, hijos míos. Ya te dije a ti, hija mía, en una ocasión, que sólo un hombre de carne y hueso puede comprender como ofendéis a Dios, hijos míos. Un ángel del cielo nunca podría comprender de esta manera que ofendéis a Dios, hijos míos. Por eso os pido sacrificio, hijos míos, y acercaos al sacramento de la confesión y haced penitencia, recibid a Cristo, que, cuando Él subió al Padre, se quedó para daros fuerzas, en el Santo Sacramento, hijos míos.

No concibe mi Corazón cómo los hombres, hijos míos, sois tan crueles con Cristo, y ofendéis tanto al Padre Eterno.

Hay quien dice que Cristo no sufre. Cristo sigue sufriendo diariamente, hijos míos, porque vosotros no habéis dejado de pecar. Como seguís pecando, Cristo sigue muriendo en la cruz para redimir a toda la humanidad; pero el sufrimiento más grande, hijos míos, es que no se va a poder salvar toda la humanidad. Por lo menos queremos salvar la tercera parte de la humanidad.

¿Cómo se consigue, hijos míos? ¿Cómo se consigue la presencia divina, de Dios Padre? Cumpliendo los Mandamientos que Él instituyó. Cada uno de sus Mandamientos hay que cumplir, hijos míos, porque todo aquel que no cumpla uno de esos Mandamientos, nunca verá la presencia del Padre, si no pide perdón a Dios Padre.

Mi Corazón, hija mía, cada vez está más cercado de espinas, pero te voy a dar una gran alegría, porque se han purificado cinco, por eso digo que con el sacrificio y con la oración, hijos míos, podéis salvar muchas almas.

Vas a sacar tres espinas de mi Corazón. Tira sin miedo, hija mía



AMPARO:

¡Ay! ¡Ay! ¡Ayyy...! ¡Ay! ¡Ayyy...!



LA VIRGEN:

Tira sin miedo, hija mía.



AMPARO:

Está muy profunda metida... ¡Aya ay!



LA VIRGEN:

Tira, hija mía, está purificada; pero sus pecados han sido más horribles, hija mía.



AMPARO:

¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Qué dolor, ay... qué dolor! ¡Ay, qué dolor!



LA VIRGEN:

Sientes dolor, hija mía; pero hay cinco almas que se han purificado.



AMPARO:

¡Ay!, pero tengo dolor al tirar..., ¡ay!, ¡Ay!, ¡Ay! siento ese dolor adentro.



LA VIRGEN:

Pero ponte muy contenta, hija mía, se han purificado cinco almas, y por una sola alma, hija mía, ese día hay una gran fiesta en el cielo.



AMPARO:

¡Ah, ah, ah! ¡Ay, ay...!



LA VIRGEN:

Ahora vas a hacer un acto de humildad, hija mía; vas a besar el suelo para que se vuelvan a purificar más almas, hija mía. Este acto de humildad sirve para la purificación de las almas. Por eso te digo, hija mía, que vale la pena sufrir, porque aquí todo se acaba; pero todo luego es eterno, hija mía.



AMPARO:

¡Ay! Enséñame otras cosas de ahí. Otras cosas de las que he visto antes ¡enséñame! ¡Ay!, ¡Así me ayuda más a sufrir! ¡Ay! Enséñamelo! ¡Ah! ¡Ayyy! ¡Ayyy! ¡Ayyy!

¡Ay, llévame allí! ¡Ay, llévame! ¡No me dejes más aquí, llévame! ¿Cuántas veces quieres que te lo pida? ¡Uy! ¡Uy! ¡Ay! ¡Ay, qué felicidad! ¡Ay, que digan que no hay de esto! ¡Vamos! ¡Ay, otro poquito, déjame nada más otro poquito, porque quiero disfrutar de cada una de ellas para saber "cuala" es la mejor! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! Mira que si luego no consigo ir a ninguna de éstas, ¿eh? ¡Ay! sólo te pido una ¿eh? Aunque sea la última ¿eh? ¡Ay! Todavía hay más, pero hoy no quieres enseñármelas ¿eh? ¿Que ya he visto bastantes...? ¡Otro poquito!, ¡Otro poquito! ¡Ay! sólo es lo último que te pido, ¡Ah! ¿Que me enseñes la siguiente? ¡Ay!, pero ¡bueno!, ¡Ay! Esas piedras, ¿qué son? ¿Brillantes?, ¿Oro...? Pero y esos carros que hay ahí, ¡si son de oro!, pero hay en forma de un bicho, ¿no?, ¡Ah! de una langosta, ¡ay, esos qué bonitos son! Al levantar de atrás, eso que tienen atrás, ¿a ver qué sale? ¡Uy! ¡Uy! ¡Ay, ay, ay! ¡Ay, desprende fuego de ahí! ¡Ay! ¡Ay! Pero, ¿cómo desprende fuego? ¡Ay! ¡Ay! ¡Que no me quema! ¡Ay! ¡Ay!, ¡Ay Madre mía!, pero ¡bueno! ¿Por qué desprende ahí eso? ¡Ay...!



LA VIRGEN:

Hija mía, porque cuando la lucha llegue, éstos serán los que luchen y desprendan fuego por sus colas, hija mía, y arrasarán la mies seca de la tierra. Estos son los carros del Señor.



AMPARO:

¡Ay! pero ¡no son iguales! ¡Ay, qué forma tiene eso! ¡Ay! ¡Aaayyy!



LA VIRGEN:

También los tiene el enemigo, hija mía; pero el enemigo matará a todo ser que está sellado con su sello; pero no tocará a ningún sello viviente que sea marcado por el Angel del Señor o por Mí, hija mía.



AMPARO:

Eso quiere decir el sello ¿verdad? ¡Ah! ¡Huya! ¡Uy...! Lo que veo, lo que veo allí, más allá, ¿qué es aquello? Eso ya lo he visto otra vez; esos veinticuatro hombres ¿qué son? ; pero no son tan viejos, con esa barba ¡Ay! Esos son los que van a... ¡Ay! ¿Que no lo diga? Pues dímelo Tú. Yo lo sabía de otra forma, pero...

(La santísima Virgen habla en el idioma celestial).

¡Ah! bueno, pues eso te lo prometo, que esto es secreto. ¡Cuántas cosas hay ahí arriba!, y ¡qué pena que se condenen tantas almas! ¡Ay! ¡Ay! Ayúdalos Tú, porque vale la pena aquí sufrir, pero para ver luego todo eso. ¡Ay! ¡Ay! Todos ¿No irán ahí, todos? Pero ¿por qué si Dios es grande?



LA VIRGEN:

Pero es sumamente justo, hija mía.



AMPARO:

¡Bueno! pero que perdona; porque si Él nos ha hecho, pues, a ver ¿por qué pecamos? Tú has dicho que nos condenamos nosotros; pero no nos queremos condenar, ¿por qué un hombre se va a querer condenar? ¿No es Dios el que nos juzga?



LA VIRGEN:

Sí, hija mía; pero, si se presenta con las manos vacías, ¿qué premio va a recibir, hija mía? Procurad, hijos míos, cuando os presentéis ante el Padre, ir con las manos llenas de obras, ¡veréis que gran premio!



AMPARO:

¡Ay! Yo, si quieres que bese el suelo veinte veces, lo beso; pero si se salvan más almas, estoy besándolo todo el día. ¡Ay! ¿Tú crees que si beso tanto el suelo se salvan?



LA VIRGEN:

Eso es un acto de humildad que puede servir, hija mía, para ayudar a las almas; pero no es que se salven las almas, aunque estés todo el día besando el suelo.



AMPARO:

Pues entonces, ¿a qué me mandas besar todas las veces el suelo? ¡Ah! ¿Otra vez? ¡Bueno!, pues sí sirve para algo... Ya lo he besado otra vez. A ver qué haces ahora Tú, porque si no tiene valor, ¿por qué me agacho? ¡Vamos! ¡Ah, ah!



LA VIRGEN:

Claro que tiene valor, hija mía. Ya te he dicho muchas veces, que, orando con la cabeza en el suelo, imitaréis a Cristo, porque Cristo así estaba durante todo el día.



AMPARO:

Pero, ¿todo el día, todo el día? ¡Ay!, no se puede resistir todo el día.



LA VIRGEN:

No quiero decir que estés todo el día con la cabeza en el suelo, hija mía; pero Cristo lo hizo por salvar a la humanidad: Dio su Vida, y pensad que Dios Padre no es el culpable, porque Dios Padre puso a su Hijo y le dio muerte de cruz para salvar a la humanidad. Claro que con vuestros pecados llegó a la cruz, hijos míos, porque si, cuando en Sodoma y Gomorra vinieron los ángeles a avisar, el mundo se hubiese convertido, no sufriría Cristo, hijos míos, pero claro...



AMPARO:

¡Oh! ¡Claro! Como somos así..., pues manda el castigo y ya está, y verás cómo espabilan todos, porque es que les estás diciendo las cosas y no se lo creen. Pues haz Tú alguna cosa y verás cómo ya se enteran bien de todo.



LA VIRGEN:

Ya te dijo mi Hijo, en una ocasión, que, si bajara en estos momentos, volveríais a crucificarle, hijos míos.



AMPARO:

¿Yo también? ¡Vamos! ¡Ah! ¿Yo también iba a crucificarle?



LA VIRGEN:

Tú harías lo mismo que todos, hija mía.



AMPARO:

¡Ay! Yo no quiero. Yo quiero que te aparezcas y que te vean todos, para que luego no digan que Tú no te apareces en este lugar.



LA VIRGEN:

Yo haría mi aparición, hija mía, y tu misión se había acabado. Eso sí que te gustaría, ¿verdad?



AMPARO:

¡Ay!, no es que me guste, pero... ya no tendría tantas cosas ¡vamos! Tú fíjate otra ahora todo lo que estás haciendo ahí, ¡a ver cómo salgo yo de ésta! A ver, a ver, a ver: si Tú no me pones en el camino..., ¿quién es el que lo hace? ¡Ay, ay!



LA VIRGEN:

Esas son las pruebas, hija mía; las pruebas empiezan en este momento. Ya te he dicho, hija mía, que... qué fácil sería... (habla en idioma celestial).



AMPARO:

¡Claro! ¡Qué bien sí...! pero para mí si que sería fácil.



LA VIRGEN:

Y yo haré mi presencia en el momento que a Mí me apetezca, hija mía. Sí me verían y aún dudarían. ¿No han visto mi presencia en el sol, y la presencia de Cristo y muchos lo han negado?



AMPARO:

Pues que no lo vean esos, o que lo vean los que no lo nieguen; porque si lo niegan, no sé para qué les haces que lo vean.



LA VIRGEN:

Porque ya tienen más responsabilidad hacia Cristo, hija mía.



AMPARO:

¡Bueno! pues Tú harás lo que quieras, pero yo quiero que un día te aparezcas, y que te vea todo el mundo ¡todos!



LA VIRGEN:

Tampoco lo creerían, hija mía; dirían que estáis sugestionados y que todos habéis visto lo mismo.



AMPARO:

Pero es que todos no lo han visto lo mismo. Y no dicen igual. A ver; Tú ayúdanos a todos los que podemos ir a donde Tú dices, porque si no... a ver dónde me pongo yo, allí ¿en la puerta hasta que se haga lo que Tú quieres? Y ya está ¡Ah! Yo me pongo, pero luego... ¡verás lo que

hacen conmigo!



LA VIRGEN:

Tú piensa, hija mía, que si Yo me he manifestado y te he comunicado este secreto, tendrás oportunidad de poder revelarlo.



AMPARO:

Sí, ¡ya!, ¡Claro! Pero a ver ¿cuándo? ; porque si estás diciendo que tardo, que tardo..., ¡a ver! Cuando lo del Obispo que el Cardenal; cuando el Cardenal que el Obispo. Pues si no había Obispo, ¿por qué decías que Cardenal? Y si había Obispo ¿eh? ¿Dices que Cardenal?



LA VIRGEN:

Eso son las pruebas. Piensa que los grandes santos han tenido pruebas muy duras; más duras que las tuyas. ¡Ay! tú no eres una grande santa.



AMPARO:

Sí, ya lo sé que yo no soy santa; sí ya lo he dicho yo, que yo no quiero estar en el altar; yo lo único que quiero es cumplir lo que dices; pero que Tú ayudes porque sola, a ver cómo puedo solucionarlo todo esto ¡a ver! Y si tenemos que morir, pues morimos; pero ayúdanos.



LA VIRGEN:

Por eso te pongo, hija mía, a muchas personas que pueden ayudarte en tu camino.



AMPARO:

Esas personas están como yo ¿eh? ; porque no saben por donde empezar ¿eh? ¡A ver qué vamos a hacer! Tú ayúdanos y ponnos, pero un camino para que lleguemos a donde Tú quieres; porque si esta es la prueba, ¡a ver cómo llegamos!

¡Ay Madre mía! Si ya lo sé que eres ¡más guapa! ¡Ay! ¡No poder estar siempre ahí contigo! ¡Otra vez aquí abajo! ¡Vamos!, ¡Ay Madre mía! Pero, ¿cómo se puede alcanzar el ir ahí? ¡Vamos! ¡Ay! ¿Qué dices: que me está puliendo tu Hijo? Pero... me debe de faltar bien de pulir, ¿eh? ¡Ah! Porque... con todo lo que está pasando, ¡vamos! Y todo lo que no te quiero decir, que Tú sabes, y yo quiero hacerlo; pero es que me dicen que me estoy asesinando ¿Tú crees que porque haga eso me asesino?

Sí, es sacrificio, es penitencia, y sacrificio es de una forma y la penitencia de otra, ¿no? El sacrificio es en el cuerpo ¿no? ; y la penitencia es ¡Ah! Pero... ¡bueno!, eso ya lo sabía yo, que es en la comida..., en el postre... en los alimentos..., en una cosa que te gusta. Pero el sacrificio es de la otra forma. Pues eso. Pues nada; aquí no puedo hacerlo tampoco (habla confidencialmente). Ayúdame Tú para que lo pueda hacer; pero que no se enteren, Tú hazlo de una forma cuando nadie te vea, ¿eh? Me lo das, y yo hago lo que Tú dices, ¡bueno! ¡Ah! Pero Tú nos quieres a todos mucho, ¿verdad?



LA VIRGEN:

Si no os hubiese querido, hijos míos, no me hubiese manifestado hace cientos de años para avisaros del gran peligro que os espera. Y también me manifesté hace mucho tiempo en este lugar; pero nadie ha querido..., nadie ha querido sacar adelante esta manifestación; la han confundido, hija mía.



AMPARO:

Bueno, y si te presentaste aquí, ¿por qué no dijeron que te habías presentado aquí? ¡Vaya lío ahora! ¡Ah!... Yo no lo puedo decir, no; no, no, no, no. ¡Uy! ¡Qué lío!... ¡Vamos, pues lo que me faltaba ahora! ¡Ay! ¿Y qué pasó?

(Contesta la Stma. Virgen en lengua extraña).

Pues ¡Sí qué están bien también los de arriba! ; pero, no me hagas que lo diga ¿eh? Porque entonces ¡Madre mía! ¡Lo que se armaría!... ¡Uy! Bueno, ¡hala! ¿Nos vas a bendecir los objetos antes de irte?



LA VIRGEN:

Sí, hija mía. Levantad todos los objetos, todos serán bendecidos.



AMPARO:

¡Ya! ¡Ah...! Yo aunque me muera, que me muera, no lo voy a decir. ¡Ay! Pero hay cosas que te pueden sacar para decirlo ¿no? Pero yo no voy a esos sitios y no lo pienso decir. Tú sabrás lo que haces.

¡Ay! ¡Déjame que te toque un poquito el pie!, ¡Sólo el pie!..., ¡Ay! ¡Ay! ¡Qué frío está! ¡Ay! ¡Si parece, parece que estás mojada! ¡Ay...! ¡Qué pie tienes más bonito! Bueno, no tienes nada feo ¿eh? Todo lo tienes bonito, ¡todo! ¡Cómo habrá gente...! Pues ¿cómo se dice?



LA VIRGEN:

Hija mía, nunca digas gente, es tu prójimo.



AMPARO:

Pues bueno, pues mi prójimo, ¿cómo habrá...? El prójimo mío es todo. Y todos somos prójimo: pero aquí se llama gente, ¡y que no crean lo que Tú estás haciendo, Madre mía! pero haz algo gordo.

¡Ay! Sí, ¡claro...! La salvación de las almas, ¡ya! ¡Claro!, pero lo otro también es bueno, ¿por qué? Yo te lo pido, que lo hagas; y ¡tantas veces!



LA VIRGEN:

Eso es ser soberbia y meterte, hija mía... (palabras en lengua extraña).

AMPARO:

¡Ay! pero si yo no quiero eso, pues ¿qué quieres que haga por soberbia?



LA VIRGEN:

Besar otra vez el suelo.



AMPARO:

Pues, ¡sí estamos bien!... Ya he besado otra vez el suelo, ¿no dices que no tiene importancia? ¿Por qué me mandas tantas veces besar el suelo? ¡Bueno! Pues esto se queda para Ti y para mí. Nadie; pero ¡nadie! Te lo prometo ¡Ay!, ¿Vas a estar viniendo? Bueno, pues Tú dices que el mes de mayo y nos dices a nosotros que sólo te rezamos en el mes de Mayo; y Tú sólo..., vas a aparecer así todo el mes de Mayo, ¡ay!, pues aparécete también a diario; en otras ocasiones, no sólo en el mes de Mayo.



LA VIRGEN:

Yo podría, hija mía, manifestarme en todos los lugares del mundo al mismo tiempo; pero no; no quiero manifestarme porque hay personas...



AMPARO:

¡Ay, bueno! personas, ya es otra cosa.



LA VIRGEN:

Hay personas que ni viendo ni oyendo, hija mía, hacen caso de mis mensajes, podrías levantarte en este momento, -pero sería vergonzoso- y señalar uno por uno de los que no creen, hija mía.



AMPARO:

¿A qué vienen entonces? Pues... que no vengan. ¡Oh! ¡Uy!, ¡Uy! ¿Así suben, así? ¡Uy! ¿Así todos? ¡Ay!, pero déjalo. Que los que no crean, peor para ellos; que no van a subir ahí. ¡Ay! Ábrelo así más. ¡El camino! ¡Uy!, ¡Qué camino! ¡Ay!, ¡Ay!, ¡Ay...!



LA VIRGEN:

Ningún ser humano, hija mía, podría soportar esta presencia si no fuese por una misión. Por eso te digo que no hagas caso de los profetas falsos, porque no pueden ver mi rostro y quedarse como... (habla en idioma celestial).



AMPARO:

¡Ay! pues se lo he dicho; a muchos, se lo he dicho. ¡Ay!, pero bueno, y las almas que se salvan, ¿qué?

¡Ay, no te vayas! ¡Ay, no te vayas! ¡Ay! déjanos otro poquito aquí, no te vayas... ¡Ay! ¡Ay! ¡Uy!, lo que he visto de fino, ¡uy! Esto no es de la tierra ¿eh? Pues ¡vaya cosas que tenéis por arriba! ¿Eh? ¡Ay!

Bueno, quiérenos mucho, porque nosotros te queremos mucho; todos mucho. ¿Eh? Aunque haya aquí alguno que no; pero verás como te quiere, porque yo te lo voy a pedir, y... ya sabes lo que yo voy a hacer.

¿Nos vas a bendecir? ¡Ah! pero, ¿de qué forma? Porque es que tu Hijo nos bendijo de una forma que... ¡vamos! ¡Otro lío! Porque, si pone la cruz de esa forma, y la cruz aquí es de otra forma, pues ya tenemos el lío, ¡ah!



LA VIRGEN:

Yo te señalo, hija mía, con la cruz en que murió Cristo, pero tu sigue la cruz de aquí, en el globo terrestre.



AMPARO:

Bueno, pues a ver cómo fue la de tu Hijo; a ver si la haces igual; y luego nos das la otra.



LAVIRGEN:

Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice, por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.



AMPARO:

¡Ah! Pues ahora danos la otra. ¡Ah! ¡Ah! Es igual, igual, que lo he visto yo, igual.



LA VIRGEN:

Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice, por medio del Hijo, y con el Espíritu Santo.



AMPARO: ¿Ya te vas?



LA VIRGEN:

Adiós, hijos míos, adiós" .





MENSAJE DEL DÍA 20 DE MAYO DE 1984

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)



AMPARO: En este segundo misterio vamos a pedir a la Santísima Virgen en primer lugar, por todos los que estamos aquí presentes para que seamos fieles, hasta la muerte, a Cristo; y para que sepamos aceptar con humildad todas las cruces que el Señor nos mande. Esas pruebas que a veces son tan dolorosas como tener un hijo subnormal, o un inválido, o unas pruebas tan dolorosas; para que sepamos aceptarlo con humildad y también... (Amparo no sigue. Entra en éxtasis al aparecer la Stma. Virgen se santigua y comienza el siguiente diálogo):

¡Ay, Madre mía, ay, qué hermosa vienes!



LA VIRGEN

Estoy aquí, hija mía, como os he prometido, durante todo este mes para daros la santa bendición. También os voy a bendecir todos los objetos. Levantad todos los objetos, hijos míos. Todos han sido bendecidos.

Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice, por medio del Hijo, y con el Espíritu Santo.



AMPARO.

No te vayas todavía.



LA VIRGEN

Os tengo que decir poco, hijos míos, pues todo os lo tengo dicho. Sólo os pido como siempre, hijos míos, sacrificio y oración, pues no se hace sacrificio, hijos míos; y para salvar vuestra alma tenéis que hacer sacrificio; porque Cristo os dio ejemplo muriendo en una cruz para enseñarnos al... (habla en idioma desconocido...)

Pero todo el que cumpla con los Diez Mandamientos, hija mía, será el que entre a este lugar. ¡Cuántas veces te he repetido que pocos serán los que entren por esta puerta estrecha! Y ¡cuántos se irán por ese camino que ves tan ancho! Es más fácil, hija mía, seguir al enemigo que seguir a Cristo; pues Cristo os enseñará a sufrir para alcanzar cada uno la morada que le corresponde. Porque El os dio ejemplo, hijos míos. Os lo he repetido muchas veces: no os apeguéis a las cosas terrenas, porque no sirven al hombre nada más que para condenación. Y todo aquel que ha tenido la dicha de recibir riquezas, que las distribuya con los pobres; porque los pobres -ya lo dijo Cristo-: De los pobres será el reino de los cielos. Pero también de aquellos que sepan administrar sus riquezas y las distribuyan con los pobres. Hijos míos, el camino de Cristo es duro; pero la eternidad es larga. Y la eternidad puede ser la salvación o la condenación.



AMPARO: Pero Tú no nos condenas, porque Tú pedirás al Padre que nos perdone todos los pecados. ¡Ay! Todos queremos salvarnos, todos; pero depende de nosotros, como nos has dicho.



LA VIRGEN:

Hijos míos, depende de vosotros vuestra condenación y vuestra salvación. También repito otra vez:

QUIERO QUE SE HAGA UNA CAPILLA EN ESTE LUGAR: PUES ESTE LUGAR -te he dicho- ESTA SAGRADO PORQUE MIS PIES HAN PISADO EN EL.



AMPARO:

¡Aaay! ¡Ay, ay, ay, qué alegría! ¡Ah, ah! Eso que sobresale, ¿qué es? ¡Aaah, ah! ¡Ay, qué difícil es salvarse! ¡Aaayyy! Pero Dios es misericordioso; no nos puede condenar...



LA VIRGEN:

Hijos míos, si El no os condena. Os condenáis vosotros con vuestro pecado. Por eso, si alguien os dice que el infierno no existe, hijos míos, no le hagáis. caso. Cumplid la palabra de Dios. Y cumplid con los santos Evangelios.

PUBLICAD POR TODAS LAS PARTES DEL MUNDO LA PALABRA DE DIOS. Hijos míos, ¡OS ESTAIS DEMORANDO MUCHO TIEMPO! Os lo he repetido muchas veces: QUE VAYAIS DE PUEBLO EN PUEBLO. NO DE DOS EN DOS, COMO ESOS FALSOS TESTIGOS: SINO DE GRUPO EN GRUPO, PUBLICANDO LOS SANTOS EVANGELIOS DE CRISTO.

Imitad a Cristo en la pobreza, pues El sólo tuvo una túnica; y no tenía otra de repuesto, hijos míos.



AMPARO:

¿Por qué te apareces tantas veces? Así, dicen que no puede ser.



LA VIRGEN:

Yo me aparezco, hija mía, donde quiero y cuando quiero. Todo aquel que diga que no puede ser, ¿quién es él para decirme a Mí cuándo y dónde tengo que manifestarme? Os aviso, hijos míos, como una madre avisa a su hijo cuando corre un gran peligro; pues hay un gran peligro, hijos míos, que va a caer sobre la humanidad por hombres sabios; que el demonio se ha metido en sus mentes para fabricar artefactos

atómicos, hija mía, para destruir el mundo. Pero no se podrá destruir todo el mundo y hasta el fin, el fin del mundo, hija mía... Será horrible, hija mía: la tierra temblará de espanto. Pero con sacrificio y con oración, hijos míos, podréis evitar una gran guerra. Pero está muy próximo el castigo. Varias naciones quedarán en ruinas,

hija mía. Ya te he dicho que lo que los hombres han construido, en un segundo será destruido.



AMPARO:

¡Ah,ah,aaay! Nos metes miedo...



LA VIRGEN:

No os quiero meter miedo, hijos míos. Sólo os aviso porque no quiero que os condenéis.



AMPARO:

¿No? Pues... ¡ayúdanos! Que no hacen caso de lo que Tú dices.



LA VIRGEN:

¡Pobres almas, hija mía, pobres almas! Que hace cientos de años estoy dando avisos y no hacen caso de mis avisos. Ya he repetido en otras ocasiones: "Mas les valiera no haber nacido".



AMPARO:

Madre mía; pero Tú tienes que hacer que vean algo...



LA VIRGEN:

Muchos no podrán verme, hija mía; pero si cumplen con los Mandamientos de la Ley de Dios, ya me verán, hija mía. También ha habido varias curaciones pero que no han dado el testimonio, hija mía. Son velas encendidas esos testimonios para la salvación de las almas.



AMPARO: Tu Corazón está triste. Tienes muchas espinas en él...



LA VIRGEN:

Pedid por las almas consagradas, hija mía. ¡Pobres almas! ¡Las ama tanto mi Corazón...! Y, ¿cuántas son las que corresponden a este amor? Pocas, hija mía, pocas son las que corresponden.

Vas a sacarme cuatro espinas, hija mía, para que veas que los sacrificios y las oraciones tienen mucho poder. Estas cuatro espinas son de almas consagradas.



AMPARO:

¡Ah, ah, ay, ayyy...!



LA VIRGEN:

¿Siente tu corazón? Puedes estar bien contenta de ver con qué alegría se han purificado cuatro almas.



AMPARO:

¡Qué miedo al tirar de ellas! Al tirar, ¡qué miedo! Parece que se viene el Corazón para acá



LA VIRGEN:

Si tú sufres, piensa, hija mía, cómo estará mi Corazón. ¿Lo ves cómo está cercado de espinas? Pero los sacrificios pueden purificar a las almas. Por eso, no creáis que estáis salvados, hijos míos. Si alguien os dice que estáis salvados, está mintiendo, hijos míos. Sin sacrificio y sin oración, no se salvarán las almas.

Vas a escribir un nombre, hija mía, en el libro de la vida. Primero escoge tú uno; y luego, Yo te diré dos... Ya hay uno de los que tú has escogido. Escribe otros dos, hija mía.



AMPARO:

¡Ay, qué alegría! Tres nombres y cuatro purificaciones... ¡Ay, qué alegría!



LA VIRGEN:

¡Ay, hija mía! A pesar de mis manifestaciones, siguen los hombres burlándose. Yo no quiero decir que son los hombres, porque los humanos da lo mismo hombres que mujeres. Se ríen, se ríen de mi existencia, hija mía. Pide por esas almas. Tú sabes cuáles son. Cuando salgas de este lugar echa una mirada sobre ellas.



AMPARO:

¡Si se ríen...! Pues peor para ellos.



LA VIRGEN:

No digas eso, hija mía. Pide por ellas y haz sacrificios por ellas. Se llaman hijos de Dios, pero no son buenos hijos de Dios. Hoy lo vas a pasar todo, hija mía, todo, hasta el cáliz del dolor. Y vas a beber sólo una gota...



AMPARO: ¡Ah, ah...! ¡Ay, ay, ay, qué amargo! ¡Ay...!



LA VIRGEN:

¿Está amargo, hija mía? Tú piensa qué amargura siente mi Corazón cuando millones y millones de almas se precipitan en el fondo del abismo. Vas a presenciar un cuadro, hija mía.



AMPARO:

¡Ay, ay, ayyy! ¡Ay, eso es horrible! ¡Ay! ¡No puede ser, no puede ser que Dios haga eso! ¡Ay, ay! ¡No puede ser, no, no! ¡Ay, ay, ay! ¿No pueden salir de ahí ya más? ¡Ay! ¿Que no...? ¡Ay! ¡Ay...!



LA VIRGEN:

¡Para siempre, para siempre, hija mía! ¡Para toda la eternidad! Y no es Dios; son ellos por su propia voluntad.



LA VIRGEN:

No para ti sólo, hija mía; sino para todos: Sacrificio, sacrificio y penitencia, acompañado de la oración. Rezad el santo Rosario, hija mía, todos los días. Pensad que es mi plegaria y yo os puedo dar muchas gracias.



AMPARO: ¡Es horrible eso! Es horrible.



LA VIRGEN:

Esto les hice ver, hija mía, a esos tres niños, y... ¡cuánto les hicieron pasar.! ¡Cuántas crueldades, hija mía! Pues este mismo aprieto tuvieron ellos.



AMPARO: Pero es espantoso; ¡es espantoso eso! ¡Ay, ay! ¡Ah...!



LA VIRGEN:

Pide por las almas consagradas, hija mía.



AMPARO: Sí, pido por ellas; ya pido por ellas.



LA VIRGEN:

Id de pueblo en pueblo publicando el Evangelio, que vosotros también lo podéis hacer, hijos míos; no sólo las almas consagradas, porque la palabra de Dios se puede hablar por cualquiera de los humanos; cualquier humano puede hablar de Dios, hija mía, en cualquier lugar.

Besa el suelo, hija mía, en acto de humildad por los pobres pecadores... ¡Por los pobres pecadores, hija mía! Y lo vas a volver a besar por las almas consagradas para que ellas al demonio lo rechacen, hija mía, porque el demonio les pone los placeres del mundo para apoderarse de sus almas. ¡Pobres almas! Besa el suelo otra vez, hija mía... Por las almas consagradas, hija mía, ¡las ama tanto mi Corazón...! Por eso os pido sacrificios, -os lo repito muchas veces- ¡Sacrificio! Sacrificio y oración para poder salvar la tercera parte de la humanidad. Por lo menos quisiera salvar esas almas.

Y tú, hija mía, sé humilde; no seas soberbia. Sigue ayudando a esas almas. ¡Qué gran obra, hija mía! Tú no sabes mi Corazón cómo ha rebosado hoy de alegría.



AMPARO:

¡Ay! Pero, ¿lo he hecho bien? ¿Lo he hecho bien como Tú has dicho? ¿Todo ha salido bien, todo? ¡Ay! ¡Qué alegría tan grande cuando veo que va un alma... va corriendo y quiere hablar, y sólo con unas palabras se convierte! ¡Qué alegría, Madre mía! Pero muchos no quieren confesar. ¿Sabes lo que dicen? Que han confesado con Dios y que como han confesado con Dios, no van a confesar con un hombre. Pero Tú repite lo que dices: que hace falta que se confiesen. Repítelo Madre mía.



LA VIRGEN:

Sí, hijos míos, el sacramento de la confesión es muy importante. Os he dicho otras veces que, si Dios hubiese puesto un ángel para confesaros, el ángel no podría comprender cómo sois tan crueles para ofender a Dios constantemente. Por eso os que ha puesto un hombre, a un hombre que está consagrado, pero que es lo mismo que vosotros para que comprendáis y él os comprenda a vosotros, hijos míos. Acercáos al sacramento de la confesión y acercaos al sacramento de la Eucaristía. Visitad a mi Hijo, hijos míos, que está triste y solo en el Sagrario.



AMPARO:

¡Hay tanta gente y tantos que no te aman, Dios mío...! ¡Ay, Dios mío! Díselo Tú a tu Hijo, que les dé un poquito de luz para que puedan convertirse. ¡Ay, Dios mío! Yo ya no puedo hacer más cosas; pero, si Tú me pides otras cosas, yo lo haré. Pero dime cómo, para que se conviertan.



LA VIRGEN:

Piensa que vieron morir a Cristo en la cruz y todavía siguen pecando, hija mía. Es imposible que se pueda salvar toda la humanidad, porque los hombres siguen pecando cada día más, hija mía, y la ofensa al Padre Eterno es terrible. Las almas consagradas ofenden tanto a este Corazón, hija mía, que estoy...



AMPARO:

Pero ellos también son débiles. Ayúdalos también Tú, porque, si los hubieras puesto como los ángeles, no pecarían. Ayúdales Tú también. Yo pediré mucho; pero Tú tienes que ayudarles.



LAVIRGEN:

Si todas las almas consagradas rezasen diariamente el Rosario, el mundo estaba salvado, hija mía. Pero, ¡cuidado! que para rezar el santo Rosario, primero hay que cumplir bien con Dios. Primero está Dios, hija mía; luego está Cristo; y luego estoy Yo. Pero Yo soy la intercesora para acudir a Cristo. Para subir al cielo, imploro constantemente a mi Hijo para que os perdone los pecados y os dé

gracias para arrepentiros, hijos míos. Y ya lo tengo todo dicho; hijos míos; y lo he repetido muchas veces: Todo se cumplirá, desde el primer mensaje hasta el último. Poneos a bien con Dios, hijos míos. No os acostéis sin antes poneros a bien con Dios. Pensad que la muerte llega sin avisar.



AMPARO:

Ahora dame que te bese el pie otra vez. ¡Ay! ¡Sólo un poco los, dedos! ¡Ay! ¡Qué fino...!



LA VIRGEN:

Hijos míos, seguid rezando mi plegaria favorita. Me agrada tanto, hijos míos… Me agrada tanto el santo Rosario... Pero vosotros, ¡cuánto os cuesta rezarlo, hijos míos! Agradadme, hijos míos, aunque sólo sea un Rosario diario. Me gustaría que fuesen las tres partes; pero me conformo con una sólo, hija mía. Es para el bien de vuestras almas y para la salvación de la humanidad. Evitaréis muchas guerras y muchos castigos terrenos con vuestras oraciones.

Hijos míos, ¡adiós!".





MENSAJE DEL DÍA 26 DE MAYO DE 1984

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)



AMPARO: ¡Ay, Madre mía, Madre mía, ay, ay...!



LA VIRGEN:

"Hijos míos, os vengo a dar, mi santa bendición. Os pido, hijos míos, que pidáis perdón de vuestros pecados.

Pensad que Dios, os creó sin vuestra voluntad, pero para salvaros hijos míos, tiene que ser con vuestra voluntad.

Mirad para arriba al cielo, hijos míos, observad lo que estáis viendo en él.

Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo.

Es muy importante el alma, hijos míos. Pensad en el alma. ¡Cuántos estáis pidiendo por el cuerpo, y vuestra alma esta en pecado! Yo os pido, hijos míos, que todos aquéllos, que no os hayáis acercado al sacramento de la confesión, lo hagáis hoy mismo, hijos míos; es muy importante ponerse a bien con Dios.

Mirad, cómo veréis mi imagen, hijos míos. ¡Qué dolor, hijos míos, que aún viendo no creáis!

¡Qué color más espléndido, hijos míos!

'Y todos aquellos, que no cumplan con los Mandamientos de la Ley de Dios -porque Dios los instituyó por medio de Moisés para vuestra salvación-; ya os he dicho hijos míos, que os creo Dios, sin vuestra voluntad, pero para salvaros, tiene que ser, por vuestra propia voluntad. De vosotros depende la salvación o la condenación, porque Dios Padre dio libertad a todo ser humano, para que supiese (habla en idioma celestial).



AMPARO: ¡Ay, qué color!



LA VIRGEN:

Estad atentos, hijos míos. ¡Cuántos después de haber visto todo esto, lo negaréis, hijos míos!

Vuestra Madre os quiere salvar, y pide al Padre Eterno, por vuestra salvación, hijos míos, decid, muy a menudo:

SANTO DIOS, SANTO INMORTAL. LIBRA AL MUNDO DE TODO EL MAL;

hijos míos, de todos los peligros que acechan al globo terrestre. El mundo está en peligro, hijos míos, como no cojáis el arma en las manos. Que el arma vuestra sea vuestro Rosario, para poder salvar a la humanidad, hijos míos. El Rosario es un... (continúa en idioma celestial).



AMPARO:

Dilo Tú de otra manera. ¡Ah, que fuiste Tú, la que lo dijiste, por primera vez!



LA VIRGEN:

¡Ay qué colores hijos! Observad el cielo, ¿no os parece maravilloso en un día como éste, y todo este resplandor que sale sea de Dios, hijos míos? Mi imagen está allí observadla, hijos míos... que nadie os diga, hijos míos, que es una sugestión vuestra. Lo estáis viendo, hijos míos, que nadie os confunda. El mundo está en un gran peligro, por que el mundo, hijos míos, será destruido, si no sois capaces de ír de pueblo en pueblo publicando el Evangelio, hijos míos. Publicadlo por todas las partes. Por artefactos atómicos, hijos míos, el mundo está en gran peligro. Pedid a vuestra Madre, para que vuestra Madre pida a su Hijo, y su Hijo pida al Padre, hijos míos. No os acordáis del Padre Eterno, Dios que es el Juez y será el que juzgue a toda la humanidad, porque Cristo vino a salvar al mundo, pero Dios Padre será el que juzgue, hijos míos.

¡Qué maravillas, hijos míos! ¡Dichosos esos ojos que ven, y esos oídos que están oyendo todas estas palabras que salen de mi Corazón!

Vuelve a besar el suelo, hija mía, servirá para la salvación de las almas... Este acto de humildad, hijos míos, sirve para salvar a las almas.

Estad alerta, hijos míos, y estad preparados; os he avisado muchas veces que la muerte llega como el ladrón sin avisar, y puede llegar en cualquier momento.

Las maravillas del cielo, hijos míos, no pueden confundir a nadie. Estad alerta y mirad al cielo. Estad alerta, hijos míos, y luego cada uno, de aquellos que habéis visto, dad testimonio, hijos míos, porque servirá para ayudar a las almas.



AMPARO:

¡Ay qué maravilla! ¡Ay qué azul, ay qué azul! ¡Ay, ay qué cosa más bonita! ¡Qué bonito es, ay, qué bonito! ¡Madre mía, qué cosas más bonitas estoy viendo! Pero las veo con los ojos del alma, no con los del cuerpo. ¡Ay, qué azul y qué rosa, ay qué cosa más grande, ay, ay, qué maravilla! ¡Madre, como da vueltas, ay, ay, qué grande es esto! ¡No hay otra, cosa más grande como esto! ¡Ay, ay, ay!



LA VIRGEN:

Pero para que veas que todo no es gloria, hija mía, verás una parte de infierno.



AMPARO::

¡Ay, ay, ay, ayyy...! Pero ¡bueno! ¡Ay, ay, ay..!



LA VIRGEN:

Esas llamas que salen de su boca, es porque han publicado doctrinas falsas.



AMPARO:

¡Ay!, ¿Y están siempre así ? ¡Ay, ay, ay! ¿Y ese brazo está ardiendo también?



LA VIRGEN:

Cada miembro, que ha cometido un pecado, será atormentado, hija mía.



AMPARO:

¡Ay!, a esos retírales las llamas. ¡Si yo eso no lo había visto de las llamas! Parecen hierro los cuerpos que están ardiendo, como un hierro está al rojo, lo tiran para arriba y para abajo. ¿Eso es siempre?



LA VIRGEN:

Estas almas, hija mía, están constantemente diciendo: "Maldita boca, malditos brazos, y todo mi cuerpo sea maldito", que no me ha servido nada más que para la condenación, "maldito sea mi cuerpo".



AMPARO:

Pero esos ¿no pueden salir de ahí? ¿No? ¿Tampoco? ¡Ay, Dios mío!



LA VIRGEN:

Los miembros de vuestro cuerpo, hijos míos, que hayan cometido un pecado serán eternamente atormentados. Por eso os digo, hijos míos: Si vuestro ojo os hace

pecar, arrancáoslo y tiradlo lejos. Y si vuestro brazo os hace pecar, arrancaoslo fuerte y tiradlo muy lejos, porque más vale entrar sin ojos y sin brazos en el cielo, que no con todo el cuerpo en el infierno.



AMPARO:

Pero ¿cuántos infiernos hay?, porque ya son muchos.



LA VIRGEN:

Cada infierno, hija mía, cada infierno será según su pecado.



AMPARO: Pero ya está bien, todos los que tiene.



LA VIRGEN:

Porque a todos no se os puede dar el mismo castigo, hijos míos. Dios Padre le dará a cada uno según el castigo que merece. Como las moradas, hijos míos, cada uno iréis según vuestras obras.



AMPARO:

Si a cualquier morada vas ¿se sufre? ¿no?



LA VIRGEN:

No, hija mía, en todas es felicidad, todo es amor; pero unos están más cerca de Dios Padre que otros; pero no sienten ningún dolor, ni ningún tormento y no necesitan de nada, están gloriosos, hija mía.

No creas que es sólo mi Corazón el que está cercado de espinas, mira el Corazón de Cristo.



AMPARO:

¡Ay, ay, ay! Pero ¿también el Tuyo? ¡Ay! de ese Corazón ¿no se pueden quitar espinas? Déjame que te quite alguna a Ti también.

¡Ay, ay, ay, qué hermosura! ¡Ay Señor, ay! ¡Qué cosa más guapa! ¡Ay, si cada día eres más guapo! ¡Ay, déjame que te toque un poquito!, ¡ay, ay, ay!

¡Ay! ¿No puedo sacar una espina de tu Corazón? ¡Anda, déjame que la saque, como la he sacado de tú Madre! ¡Ay!, ¡Qué pena!, ¡Cómo está tu Corazón también! ¿No tienes bastante con la cruz?



EL SEÑOR: Te la voy a cargar un momento, hija mía. Cógela y cárgatela.



AMPARO:

¡Ay, ay, ay…! ¡ Cuánto pesa…! No me la quites déjamela, ¡déjamela! ¡Pesa mucho! ¡Ay, ay, ay!



EL SEÑOR:

Sólo un segundo. Hija mía, dame esa cruz.



AMPARO:

¡Ay! No, no quiero, déjamela a mí, déjamela.



EL SEÑOR:

Dame la cruz, hija mía.



AMPARO:

Tómala, Tú que quieres, Tú toma. ¡Ay!, que quite una espina, sólo una espina de tu corazón. ¿Cuál es la que puedo sacar?



LA VIRGEN:

La del centro del Corazón que está en Cristo.



AMPARO:

¡Ay Señor!, te voy a sacar una, no sé si te voy a hacer daño. ¡Ay!, yo la veo muy clavada. ¡Ay, ay, ayy, cómo sangra ese Corazón tuyo también!



LA VIRGEN:

Sangra, hija mía, por toda la humanidad, por toda, porque está llegando el momento de que los ángeles bajen a segar la mies seca de la tierra. Mira el ángel de la ira de Dios, hija mía.



AMPARO:

¡Uy!, pero ¿cómo va a poder hacer eso? ¡Ay!, pero ¿cómo puede hacer eso el ángel?



LA VIRGEN:

No es el ángel, hija mía, es mandado por Dios Padre. Vendrán ejércitos, ejércitos de ángeles, para recoger los buenos frutos, y tirar lejos, muy lejos, la mala hierba: quemarla, hijos míos.



AMPARO:

¡Ay!, pero ¿cómo puedes hacer eso? ; pero si es que hay menos frutos que mala hierba. Mucha más hierba y muy pocos frutos, ¿Qué vas a hacer con todos estos que no quieren saber?



EL SEÑOR:

Estoy pidiendo al Padre misericordia, y mi Madre pide misericordia por la humanidad; pero ya os he dicho otras veces que no consiento más el sufrimiento de mi Madre; que no hay cacharro en el mundo, donde pudieran recogerse las lágrimas de mi Madre.



AMPARO:

Bueno, entre los dos lo podéis hacer; entre los dos. Ayudándonos un poquito, lo hacéis y nos salváis a todos.



LA VIRGEN:

No, hija mía, porque la ira de Dios está próxima. ¿Sabes cómo está el ángel preparado?, con la…(esta palabra no se entiende), y la guadaña, para segar la mies de la tierra.



AMPARO.

Pero ¿con qué la va a segar, con eso que sale por la cola de ese carro? ¡Ay, pero ten misericordia de todos Tú!, porque Tú eres Madre, y todas las madres cuando queremos a nuestros hijos, pues aunque sean malos, los seguimos queriendo.



LA VIRGEN:

Yo intercedo a mi Hijo, hijos míos, pero es el Padre el que descargará su ira, y nadie os acordáis de rezar al Padre Eterno, y el Padre Eterno es el Juez.



AMPARO:

Yo sí que me acuerdo, yo me acuerdo de rezar. Por eso has dicho que digamos eso, ¿no? Pero el Señor, no será el que juzgue. ¡Ay!, bueno, pues lo que Tú quieras.

Eso es oro, lo que llevas en esa parte. ¿Es oro? ¿Ese Rosario es de oro? ¡Ay!, yo creía que no te gustaba el oro a Ti. ¡Ay!, llevas un Rosario de oro. ¡Ay!, pero el oro es donde hay riquezas, y si Tú no quieres las riquezas... ¿por qué pides, que seamos pobres, y Tú llevas ese Rosario de oro tan grande? Pero si te lo ha dado el Padre..., yo no digo nada, ¿eh? (Amparo se dirige al Señor).

¡Ay!, bueno, pues si Tú te vas ya también..., déjame un poquito que bese también tus pies, como los de tu Madre.



LA VIRGEN:

Lo que te pido es humildad, para poder salvar a las almas. Hay que dar ejemplo, hijos míos: con la humildad, y con vuestra pureza, podréis salvar la humanidad; la caridad es muy importante también con el prójimo; es la primera virtud hijos míos: la caridad.

Sí no hay caridad no puede haber amor a Dios.



AMPARO:

Eso sí que es verdad, porque el que no quiere a la gente no puede querer a Dios. Eso ya lo he dicho yo tantas veces..., pero a ver ¿qué quieres que les diga? ¿De qué forma se lo digo?



LA VIRGEN:

Con tu sacrificio, y con tu humildad, darás ejemplo, hija mía. Ya sabes, que el camino de Cristo, es el camino del sufrimiento, y del dolor.



AMPARO:

¡Ay!, más y más y más, pues, anda, que ya está bien.

¡Ay!, déjame que te voy a dar un beso, pero en el pie, me conformo con el pie. ¡Ay...!, pero ¿la

mano? ¡Ay, ay, qué mano...! ¡Ay pero qué fría está!, pero ¿dónde estáis, que estáis tan fríos?

¡Ay, Madre mía!, pero ¿me lo puedes decir? Aunque sea en el idioma que Tú sabes. ¿Dónde estáis?

(Contesta en idioma celestial).

Pues anda, que sí que está bien. Pues a nosotros ponernos a vuestro lado, no lejos de vosotros.

Muy lejos no, ¡ay!, porque si encima nos mandas lejos..., ¡vamos ya!, yo no sé lo que pasaría.

¡Ay! ¿Tú también vas a bendecir? ¡Ay!, qué alegría, porque así todos estos que no creen, recibirán esa luz. Venga, bendícenos.



LA VIRGEN:

Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice, por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.



AMPARO:

Ya estamos otra vez con la cruz, pero hazlo de la otra forma, porque verás qué lío se va a armar. ¡Vete tú diciendo ahora, que yo hago la señal de la cruz así de esa forma! Bueno, yo la hago como Tú digas, pero cuando no me vean, porque si me ven, van a decir, que eso no es tuyo. Así que Tú verás lo que haces, díselo a los demás, o manifiéstate; díselo, ¿por qué me cargas a mí todo? ¡Ah, claro! yo sola no puedo defenderme. ¡Ay!



HABLA EL SEÑOR:

Piensa en esos tres niños, cómo se enfrentaron, hija mía, si eran niños..., ¡cómo los humillaban, para que negaran la existencia de mí Madre!



AMPARO:

Sí, pero eran tres y yo soy sola, ¿qué? Yo sola con todos ¿eh?, y ellos tres, pero yo sola... vamos a ver, con quién me refugio yo.



EL SEÑOR:

Ya te he dicho que te refugies sobre mi Corazón, que cuando estés triste, te refugies sobre mi Corazón.



AMPARO:

Sí, ya, un rato ¿y luego? ¡Hala!, todo entero. (Continúa en otro tono de voz)

¡Solo un ratito y luego, todo, todo, para mí sola!

¡Ay!, pero Tú harás lo que quieras, porque yo estoy aquí para que lo hagas Tú, y después, para que me premies también ¿no?, o me vas a dejar después sin ese premio ¿eh? No, sin premio no. ¡Ay!, dirás que soy muy egoísta; pero, es que ¡cualquiera se mete en el infierno! ¡Ay, por Dios, ¡qué horror!, si es horrible; no lo permitas Tú ¿eh? porque, si lo permites..., además, ¿sabes lo que pasa?, que me enfado muchas veces contigo, porque es que te pido cosas, y no me las haces; claro, por eso me enfado. Si soy soberbia, pues yo pediré perdón, pero es que..., eres tan cuco Tú también. Claro, no te gusta que te diga que eres cuco, ¡ay! pero yo te lo digo porque es que eres cuco de verdad. ¡Ay, qué grande eres...! , pero te lo digo porque te quiero, no porque te quiera insultar; es que Tú eres muy cuco para salvar a las almas. ¡Ay!, pero ayúdame ¿eh? Bueno, pues aquí me quedo con tu Madre; y Tú, tienes que hacer lo que te pida. Bueno, no lo que te pida, lo que convenga ¿eh? ¡Ay, ay, qué cosa siento en mi corazón...! Es que me quema dentro, ¡ay...! Seguro que hasta tengo una herida dentro, porque siento que me quemas; ese rayo que te sale de ese lado del Corazón... Ese rayo ¿de dónde viene? Pues si es como el sol ¡Ay...! ¡Ahí está el misterio, claro! Ya, ya, ya, como me señalas ¿eh?, ¡Qué grande! Por eso estás en todos los sitios ¿eh? Claro, claro, ¡ay, ay, Jesús mío, qué hermoso eres!, ¡Ay, es que tiembla mi cuerpo de emoción! ¡Ay, qué cosas Dios mío! ¡Y... que sean así los hombres! ¿Eh? ¡Que no hagan caso de lo que les digo...! Pues mira, ellos se lo pierden, porque si luego no te ven, peor para ellos.



EL SEÑOR:

Bueno, hija mía, humildad te pido. Sin humildad no conseguirás el cielo.



AMPARO:

Vaya, estaría bien, que tampoco consiguiera el cielo. ¡Ay, dame más, bueno...!

¡Ay, ay, ay, otra vez...! ¡Ay que cosa más grande, Madre mía! Tu Hijo es lo más hermoso. Pero es que Tú tampoco te quedas atrás ¿eh? ¡Cómo eres de guapa...!

¡Ay, ay, Madre mía! Ayúdanos para que todos..., dales una luz para que todos se arrepientan, porque he ido a un hospital, y ¡Tú no veas esa mujer... qué ojos me echaba! Y decía que no quería saber nada de Ti. Fíjate, ni en ese momento. ¡Ay, pero bueno! ¿cómo puede hacer Dios eso?, o ¿no es Dios quién lo hace?



LA VIRGEN:

No, hija mía, son los hombres, porque ya te he dicho que Dios es Misericordia y Amor. Pero es Juez, y deja a cada uno la libertad para salvarse o condenarse.



AMPARO:

Pues no nos tenía que haber dado libertad, porque para condenarnos...

¡Vaya, lo que es eso! ¡Vamos...! ¡Ay...! Pues tu Corazón está más vacío de espinas. ¡Qué alegría! ¡Ay!, ¿por qué habrá sido eso?



LA VIRGEN:

Con vuestros sacrificios, y con vuestras oraciones. Lo digo en plural, hija mía; pero muchos, muchos, no habéis hecho sacrificio.



AMPARO:

Bueno, pues ya lo harán, ¡ay!, es que es tan duro eso... pero yo creo que con, la oración también...



LA VIRGEN:

Pero la oración sin sacrificio, ¿de qué sirve, hijos míos? Como esa oración que sale mecánica de vuestros labios.



AMPARO:

Bueno pues desde ahora saldrá de nuestro corazón, te lo prometemos todos los que estamos aquí, porque, si no lo hacemos, fíjate lo que nos espera... ¡Ay, qué alegría de ver el Corazón así!



LA VIRGEN:

Pero, hija mía, pero las almas siguen pecando y pecando. El hombre es cruel, y no se arrepiente de sus pecados. Por eso pido sacrificio para todo aquel que no quiere recibir la gracia divina.



AMPARO:

Que la rechaza o que no quiere... ¡Ay, ay! Yo quiero también besar tu pie, porque si me ha dado la mano tu Hijo, pues yo quiero el pie tuyo... ¡Ay, lo que siento dentro...! Yo no sé si esto será... una cosa que me pasa aquí... ¡Qué alegría, porque se están salvando más almas, ay!

¿Quieres que levantemos los objetos?, o ¿hoy no quieres bendecirlos? Bendícelos, anda.



LA VIRGEN:

Mira, hija mía, voy a daros otro premio de bendición en todos los objetos.



AMPARO:

Pero con indulgencia ¿eh?



LA VIRGEN:

Todos han sido bendecidos, hija mía, y estos objetos como me has pedido tienen indulgencia para la conversión de los pecadores, para los moribundos, para que en ese momento reciban la luz divina de Dios.

AMPARO:

¡Ay! Pues ya nos podemos dedicar a ir a los hospitales ¿eh?, porque están todos... ¡Vamos!

¡Ay, Madre mía, ay, qué cosas siente mi corazón!, es una cosa tan grande... ¡Ay! ¿Luego otra vez a la misma historia?

¿Ya te vas a ir? ¡Ay, bueno! ¡Ay! Ya sabes que te queremos mucho todos, aún los que no creen te quieren; que están aquí, y el corazón les está haciendo bien de palpitaciones. Venga, ¡ay! ¿nos vas a bendecir?



LA VIRGEN:

Hijos míos, os bendigo, como el Padre os bendice, por medio del Hijo, y con el Espíritu Santo.



AMPARO:

Tú eres una cruz y tu Hijo otra. Anda, que, ¡vaya lío!



LA VIRGEN:

Pero, hijos míos, debéis obediencia a la Iglesia, y si en la Iglesia está esa cruz, vosotros seguid con esa cruz.



AMPARO:

Bueno, pues seguiremos con ella; pero yo cuando estoy sola lo hago de la otra forma también. No, no creo que te enfades...



LA VIRGEN:

No puedo enfadarme, hija mía, por una cosa que ha hecho mi Hijo.



AMPARO:

Venga ¿ya te vas a ir? Bueno, pues ¿cuándo vas a volver? (Contesta en idioma celestial...) Bueno, pues sí, yo quiero que hagas una cosa grande.



LA VIRGEN:

¡Ay! para ti lo más grande ¿qué es: que me vean o que se conviertan, hija mía?



AMPARO:

Hombre, que, si te ven, se convierten.



LA VIRGEN:

Pues no; me verían y no se convertirían.



AMPARO:

Pues, vaya corazón. Bueno, pues si haces algo, bien, y si no, lo que Tú quieras ¿eh? Pero yo haré lo que Tú quieres también. ¡Hala! Adiós, Madre, adiós, Madre mía.

Adiós!





MENSAJE DEL DÍA 27 DE MAYO DE 1984

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)



AMPARO:

¡Ay! ¿Sólo vienes a darnos la bendición? Dinos alguna cosa.



LA VIRGEN:

"Os digo, hijos míos, que acudáis al Padre Eterno, está muy triste y enfadado, porque nadie se acuerda de Él. También quiero que seáis humildes y puros, muy puros, para poder alcanzar la morada que os corresponde, hijos míos.

Mi Corazón está triste, muy triste. Pero ¿sabes, esta tristeza que siente mi Corazón por quién es, hija mía? Por esas almas consagradas que no cumplen con sus votos. ¡Pobres almas, hija mía! Haz un acto de humildad y besa el suelo por esas pobres almas... Este acto de humildad sirve para la salvación de esas almas. ¡Pobres almas! Se van por el camino de la perdición, porque el enemigo, les muestra los placeres del mundo. Aunque mi Corazón tiene menos espinas, hija mía, sufre por todas esas almas, porque mi Corazón las ama tanto... y ¡qué mal corresponden a ese amor! Se apegan a las cosas mundanas, y no se acuerdan de seguir el camino del Evangelio. ¡Pobres almas!



AMPARO (solloza, dice una palabra extraña, después hace un ruego...).

Pido perdón por ellas; que son también débiles como nosotros perdónalos; pide lo que Tú quieras para que las perdones.



LA VIRGEN:

Es que esas almas, hija mía, esas almas..., el pecado de esas almas, está clamando al cielo venganza, y la venganza es terrible, hija mía.



AMPARO: Sí, pero que se salven también.



LA VIRGEN:

Porque todos los pecados claman al cielo venganza, pero los de estas almas, hija mía, ¡es terrible!



AMPARO:

Pero quiero que las perdones, pues las perdonas como a nosotros, porque, si el demonio se mete dentro... Prométemelo. ¿Las vas a perdonar?



LA VIRGEN:

Hija mía, si la condenación depende de ellos mismos, porque si... (palabras en lengua extraña...)



AMPARO:

Pero es que el mundo está tan mal... y, claro, ellos con todo lo que hay en el mundo caen en pecado. Pero perdónalos. Como te he dicho, pide Tú a tu Hijo, tu Hijo se lo pide al Padre, y que los perdone. ¿Lo vas a hacer? Porque también son tus hijos, por eso tienes que pedir por ellos.



LA VIRGEN:

Por eso os doy estos avisos, hija mía, porque los ama mi Corazón tanto... ¡tanto los ama mi Corazón..., que estoy sangrando de dolor por ellos!



AMPARO:

¡Ay!, ¿sangras? ¡Ay! Dicen que no puedes sufrir Tú porque estás gloriosa.



LA VIRGEN:

Pero tú en estos momentos no me ves gloriosa, y sí llena de dolor y angustia de ver que el mundo está cada día peor.



AMPARO:

Pero yo creo que se va a poner mejor el mundo, porque vamos a hacer más sacrificio y más oración.



LA VIRGEN:

¡Qué poco es el sacrificio que hacen esas almas, hija mía!



AMPARO:

Pero lo hacemos nosotros por ellos, y por eso Tú los perdonas. Pero no permitas que se condenen, porque son buenos; pero ¿sabes quién es el culpable? el demonio, que es el que se mete en sus mentes.



LA VIRGEN:

Pero ellos tienen un don de inteligencia para distinguir lo bueno de lo malo; por eso te digo que, si se condenan, se condenan por su propia voluntad.



AMPARO:

¡Pobrecitos! Por su voluntad no se condenan, es por la voluntad del enemigo, por eso Tú tienes que ayudarles.



LA VIRGEN:

¡Qué pocas almas consagradas hay, hija mía, que amen mi Corazón; que estén apegadas sólo a las cosas celestes! Están apegados a las cosas materiales, y el castigo que les espera... Tú has visto uno de esos castigos de un alma consagrada por publicar doctrinas falsas. Piensa que Cristo cogió sus discípulos y les decía: "Seguidme, dejad todo para seguir a Cristo". Por eso ellos tienen que hacer lo mismo: no estar apegados a las cosas materiales, porque el alma es lo que importa, no es el cuerpo, hija mía.



AMPARO:

Hoy te ha dado por ellos ¿eh? Hoy no es por nosotros, o ¿también estamos nosotros ahí?



LA VIRGEN:

Todos, hija mía, todos, pero esas almas, llenan mi Corazón de dolor, ¡tan inmenso, hija mía...!, y mi Corazón derrama gracias y no quieren aceptar esas gracias.



AMPARO: Pues Tú que puedes hazlo de otra forma; porque la gente...



LA VIRGEN: Pero tienen libertad para hacer lo que quieran, hija mía.



AMPARO: Pues no sé por qué nos das la libertad, para que nos condenemos.



LA VIRGEN:

Porque el hombre, para buscar su salvación, tiene que luchar, hija mía, ir por

el camino del dolor para alcanzar la morada que le corresponde.



AMPARO:

Bueno pues..., a sufrir y ya está. Yo se lo diré a todos los que puedan hacerlo; pero, si no hacen caso, ¡a ver qué quieres que haga yo!, pero ¿los vas a sellar, para que no se metan en las manos del enemigo? Séllalos a ellos también. ¡Ay!, y a los que selles pues hablan a los otros, y los otros hablan a los otros, y así se corre todo porque ellos lo van dando, y se van a Ti, Madre mía. ¡Ay, pero no seas tan severa porque eres Madre!



LA VIRGEN:

Madre de Misericordia y Amor, hija mía. Mi Corazón rebosa de alegría cuando un alma se convierte; en el cielo hay una gran alegría, y hay una gran fiesta, hija mía.



AMPARO:

Pues con todos los que se han salvado aquí, habréis hecho un montón de fiestas. Si cada día hacéis una fiesta..., pues ¡que alegría! Iré a hablar a todas las almas que están en pecado para que te sigan. ¡Aaah! Bueno.



LA VIRGEN:

Que sigan a Cristo y que sigan el camino del Evangelio, pero que no lo publiquen y ellos no lo cumplan. Que lo publiquen y lo cumplan, hija mía; que le imiten en la pobreza, en la pureza, y en la humildad.



AMPARO:

¡Ay!, yo quiero que otra vez me enseñes a tu Hijo. ¡Ay!, enséñamelo. Solo quiero que hable dos palabras. ¡Ay!, pero ¿quién es, el que trae al Señor? ¡Ay! pero ese hombre con esa barba..., pues si en el cielo no hay carne. ¡Aaah! ¿Elías? ¡Ah!, ¿y ese será el que venga? Pues anda, te esperamos. Di unas palabras Señor, para que se les meta en el corazón.



EL SEÑOR:

Quiero, que las almas consagradas sean pobres, humildes y sacrificadas. Eso es lo que pido, hijos míos. Esas almas hacen lo contrario de lo que yo pido. Viven una vida de placeres y se meten en el mundo, hija mía; están apegados a las cosas terrenas.



AMPARO

¡Ay!, pero todas no son igual. ¡Ay!, pero bueno... ¿Y todas esas se condenan? ¡ay!..., permitas que se condenen.

¡Ay!, éstas.., éstas sí que están en el purgatorio. Pero es que no es como lo están diciendo aquí en la tierra que el purgatorio es así. ¡Ah, claro!, o sea que no se acaba aquí todo, todo, pero Tú ya sabes de lo que te digo. Respóndeme a la pregunta. (Contesta el Señor en idioma celestial).

Anda otra vez, de nuevo. Bueno... pero ¿es secreto? ¿No puedo decirlo? Pues no se lo diré a nadie, a nadie.

¡Ay!, danos tu bendición Señor, ¡porque es una cosa tán grande...!

¡Qué guapo! Estás cada día más guapo. Pues ¿qué te hacen por ahí arriba, para estar tan guapo?

¡Hala!, bendícenos. Pero ¿cómo nos vas a bendecir? ¿De esa forma? Va a ver un lío con esto ¿eh? ¡Ay! Tú dilo para que no haya lío.



EL SEÑOR:

Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice, por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.



AMPARO:

No salgo de un lío, me metes en otro. ¡Ay, Madre mía, con esta cruz! Pero hazlo de la otra forma. Yo no lo digo; cuando esté sola lo hago, pero ¿quién les dice que yo hago esa cruz, no? ¡Ni hablar...!, porque entonces sí que me dicen que estoy endemoniada.



EL SEÑOR:

A Mí me llamaban el endemoniado, el vagabundo, y mira, hija mía, te he dicho, que el discípulo no es más que su maestro.



AMPARO:

Si yo no soy más que Tú, pero, Tú podías soportar las cosas con la ayuda de tu Padre, pero a mí aquí me dejáis sola, ¡hala! que me ventile sola, y no puedo.



EL SEÑOR:

Ya te he dicho, que estando Dios contigo, ¿a quién puedes temer, hija mía?



AMPARO:

¡Ay!, qué bien se ven las cosas, pero Tú... te quería ver a Ti también, en mi puesto.

¡Ay Madre mía!, sólo quiero tocarte un poquito el pie. ¡Ay..., ay, ay...! ¡Qué grande! ¡Ay! ¿Ya te vas? ¡Ay!



EL SEÑOR:

Me voy; pero dejo a mi Madre, para que os dé avisos; porque he puesto a mi Madre como medianera de la humanidad; pero no hacéis caso, hijos míos. Me voy, como os dije al pie de la cruz "Me voy pero ahí se queda mi Madre"; pero si no hacéis caso ni a mi Madre, hijos míos, ¿cómo podré salvaros a todos? Por lo menos, la tercera parte de la humanidad quiero salvar.



AMPARO:

Pues qué pocos vas a salvar, de tres uno... ¡Huy, Madre mía!, pues donde haya siete ¿qué haces?, ¿y si esos siete son buenos?



EL SEÑOR:

Ya te he dicho que todo el que cumpla, con los Mandamientos de la Ley de Dios, llegará a conseguir las moradas.



AMPARO: ¡Ay!, ¿ya te vas? ¡Ay, ay....!



LA VIRGEN:

Hijos míos, como os ha dicho mi Hijo, me ha puesto por medianera, para salvaros a todos, hija mía. Estaré en la puerta del cielo, para implorar a mi Hijo, y al Padre Eterno. Primero al Padre, luego al Hijo, hija mía; Yo tengo que pasar por estas dos (Continúa en idioma celestial dos o tres Palabras).



AMPARO: Bueno, y ¿Tú sola no lo puedes hacer?



LA VIRGEN:

Todo depende de Dios, hija mía. Pero que Dios no os condena, os condenáis vosotros con vuestro pecado. Por eso os pido, hijos míos, que os acerquéis al sacramento de la Eucaristía, pero cuidado con todos aquellos que no han ido antes al sacramento de la confesión: están cometiendo muchos sacrilegios.

HUMILDAD Y CONFESAD VUESTRAS CULPAS, HIJOS MÍOS.



AMPARO:

Yo te aseguro que se van a confesar todos los que yo hable con ellos.

¡Ay!, qué grande eres..., qué guapa, ¡ay!, pues por ahí es que no hay nadie feo ¿eh?, ¡ay!, porque hasta ese que ha venido con barba, ¡cuidado qué cara tiene! ¿eh?



LA VIRGEN:

Es que todo el que está en gracia de Dios, nunca puede ser feo, hijos míos. A lo mejor veréis, a un niño que está subnormal por fuera, lo veréis feo, hijos míos; pero cuantas veces os he dicho, que por dentro tienen el alma pura, muy pura, y tú lo que ves es el alma de muchas personas.



AMPARO: Pero si yo no veo alma, yo veo cuerpo.



LA VIRGEN:

Te parece que ves el cuerpo en forma de alma, hijos míos. Por eso os digo, que hagáis sacrificio, para poder alcanzar las moradas, pues están preparadas las moradas, para todos aquellos que queráis seguir el Evangelio de Cristo.

Vuelve a besar el suelo, hija mía, por los pobres pecadores, por los pobres pecadores, hija mía. ¡Pobres almas que ofenden a Dios! Diles que no ofendan a Dios tanto, que ya le han ofendido bastante, y su cólera va a caer de un momento a otro sobre el globo terrestre, hija mía.



AMPARO:

¡Ay! dales más tiempo para que se conviertan. ¡Ay!, pero ¿todo eso va a suceder? Pero espérate un poco más.



LA VIRGEN:

Ya viste el ángel, el ángel de la ira de Dios está preparado, hija mía, y sus ejércitos también están preparados, con un solo dedo que mueva Dios Padre, será segada la mies seca de la tierra. Así os pido, hijos míos, y os estoy dando avisos muy a menudo para que os convirtáis, porque hace cientos de años que me he aparecido en muchos lugares; pero hacen desaparecer mi nombre en muchos lugares en los que mi presencia hice, hijos míos. Donde Yo he hecho la presencia, han hecho desaparecer el nombre de su Madre.



AMPARO:

Aquí no; no aquí, ya veremos a ver lo que pasa, pero yo lo diré... y se lo diré a todo el mundo y todo el mundo lo sabrá, y si me matan..., aunque me maten ayúdame, pero yo no quiero negarlo ¡No quiero negarlo!



LA VIRGEN:

En otros lugares, hija mía, han negado mi existencia, porque han coaccionado a esos niños, hija mía, y han negado por miedo.



AMPARO:

Yo no quiero por miedo negar nada. Ayúdame, yo seré fiel, te prometo que no quiero ofender a Dios y quiero hacerlo todo, pero si todavía dices que no me he ganado la morada no me la he ganado todavía... Pues anda, pues ¿cuánto se nécesíta para llegar a la morada?



LA VIRGEN:

¡Cuántas gracias os estoy dando, hijos míos! Habéis visto mi imagen en el sol, el Rostro de Cristo lo habéis visto también, hijos míos. Cuántas veces lo habéis visto, y nunca, observad en este momento cómo muchos lo verán, pero otros no podrán ver, hijos míos.

Primero veréis los colores y luego será la imagen de vuestra Madre, observadla con atención, hijos míos, estad atentos en los colores; son maravillosos.



AMPARO: ¡Ay, qué colores!



LA VIRGEN:

Estad alerta, hijos míos, porque ya os he dicho, que cuando haya señales en el sol, en la luna y en las estrellas, el tiempo se aproxima, y todo esto está sucediendo. Algunos de los aquí presentes, no podrán ver, hija mía, no porque sean peor que otros, sino porque dirían que estáis sugestionados, hijos míos. Por eso mirad, mirad hacia el sol, veréis lo que veis: mi Rostro está allí, y el Rostro de Cristo, en esos colores tan maravillosos. ¡Qué colores hija mía! esto no existe en el globo terrestre.



AMPARO :

¡Ay, qué bonito es eso, ay! Pero lo que tienes que hacer es bajar aquí, no ahí tan arriba; para que te vean bien.



LA VIRGEN:

Si aún viéndome, haciendo esta prueba, hijos míos, no habéis creído muchos de

vosotros, aunque bajara, no creeríais en mi existencia. Observad con atención el cielo, hijos míos. Los colores son maravillosos. ¿Quién puede hacer esto? Sólo Dios Padre puede hacer girar... (La santísima Virgen habla en el idioma celestial).



AMPARO:

¡Ay Madre mía! Ayúdanos, para que seamos santos, pero no para que nos pongas

en el altar; para que subamos al cielo a uno de esos cielos. El altar a mí no me importa, porque ¿para qué quiere estar una estatua ahí si no consigo el cielo?, no, yo quiero ser santa pero en el cíelo, y pido por todos los que hay aquí presentes, que les des una gracia, para que se conviertan muchos de ellos. Hazlo, Madre mía, que lo vean.



LA VIRGEN:

Observad con atención, hijos míos, observad, ¿no veis cómo eso no puede hacerlo

ningún hombre de la tierra? Ningún ser humano puede hacer girar el sol, y con esos colores tan maravillosos.



AMPARO:

¡Ah!, pero cuántas cosas estás haciendo, que más quieres ¿eh?, y, nos estás conquistando ¿eh? ¡Ay! pues qué bien para que no nos condenemos. ¡Ay!, haz lo que quieras para que las almas se conviertan. Si es por eso que se conviertan, pero que vayan al sacramento de la confesión, porque, como Tú dices, muchos no confiesan, y se guardan los pecados que quieren ¿sabes?, los que no les conviene no los dicen; eso es un sacrilegio ¿a que sí?



LA VIRGEN:

Pero eso está pasando constantemente hija mía, esos sacrilegios, hasta en las mismas almas consagradas, tapan esos pecados, para que ante la humanidad los tengan por santos, pero luego ante Dios están condenados hija mía.

Seguid contemplando hijos míos, seguid contemplando esos colores tan maravillosos. ¡Qué azul, qué rosa, hija mía!



AMPARO:

Qué amarillo más bonito, Madre mía, ¡ay, qué verde y azul, ay! pero yo ¿Cómo los veo, cómo me dices que los veo?



LA VIRGEN: Los ves con los ojos del alma no con los ojos del Cuerpo.



AMPARO: Pero el alma ¿tiene ojos? No me digas que el alma tiene ojos.



LA VIRGEN:

Ya te lo explicaré esto más despacio, hija mía, te lo explicaré a ti sola, el significado del alma (continúa una palabra de la Sma. Virgen en idioma celestial).



AMPARO:

¡Ay, Madre mía!, haz que se conviertan todos los que no han venido para verlo sino que han venido para curiosear, que se conviertan, dales esa gracia.

¿Nos vas a bendecir los objetos? Bueno, pero que tengan una gracia especial ¿eh?, porque con estos objetos se estan salvando muchas almas ¿eh? Y además, pero personas que no han confesado nunca, y se van corriendo a confesar; hasta de 91 años fíjate, fíjate 91 años sin saber nada de Ti….



LA VIRGEN: Levantad todos los objetos, todos serán bendecidos.



AMPARO: ¿Es especial esta gracia?



LA VIRGEN:

Sirve, hija mía, PARA LA SALVACION DE LAS ALMAS, Y PARA LOS AGONIZANTES, PARA QUE EN ESE MOMENTO, SE ARREPIENTAN DE SU MALA VIDA, TODOS AQUELLOS QUE HAN LLEVADO ESTA VIDA, DE PECADO, HIJA MÍA, Y DE OFENSA A DIOS.



AMPARO:

¿Otra vez me vas a mandar besar el suelo? Pues sí que me mandas veces, pero ¿para qué sirve? Si te lo he dicho otras veces, y parece que no les das importancia. ¿Tiene mucha importancia besar el suelo?



LA VIRGEN:

Cristo lo besaba diariamente, un acto de humildad. Se humillaba, hija mía, diariamente, para salvar a las almas.



AMPARO:

Pues bueno, pues vamos a besar el suelo otra vez..., ya lo hemos besado muchas veces, pero si cada vez que besamos el suelo, se puede convertir un alma, pues yo me estoy todo el día besándolo ¿eh?, pero Tú haces lo demás; yo lo beso, y Tú haces lo demás.

¡Ay Madre mía!, quién pudiera estar ahí contigo siempre, siempre, no volver otra vez allí con todos ¡ay Madre mía!, no sabes qué dolor es volver otra vez a ese lugar; aquí en este lugar ¡se está tan bien!, déjame otro poquito, sólo un segundo. ¿Oye y tus segundos cuánto tiempo son?, porque eso es lo que yo no entiendo el tiempo de Jesús, ¿qué tiempo es? ¿es igual al de la tierra? (Contesta la santísima Virgen en idioma celestial).

Bueno, pues todos son secretos, pues ya me lo puedes decir, para que lo avise.



LA VIRGEN:

Lo más importante, hija mía, es que estéis preparados, y no tengáis miedo, ni a la muerte, ni a quien os pueda perseguir por Dios, hijos míos. Aquél que sea perseguido por la causa de Dios, bienaventurado será, y entrará en el reino del cielo.



AMPARO:

Pues a mí me han perseguido y todavía dices que no tengo la morada ganada, entonces ¿qué tengo que hacer ahora? ¿Más todavía? Pero ¿me queda mucho?



LA VIRGEN: Un poco, hija mía.



AMPARO:

Pero yo lo que quiero saber es ese poco ¿cómo es? ¡Ah...! ¡Ay que no puedo! Pues sí aproximadamente dímelo. ¡Ay! pues bueno lo que Tú digas.

¡Ay! pero quiere a todos los que han acudido a este lugar, y a los que no han acudido también ¿eh? Te lo pido como hija tuya que soy, y piensa que soy hija tuya de toda la vida, porque yo no he tenido madre nunca, no la he conocido, y sabes que aún no creyendo en nada, a Ti te quería tanto (esta palabra la acentúa mucho). ¡Tanto te quería Madre mía...!



LA VIRGEN:

Por eso, estabas preparada, hija mía, para este sufrimiento, para irte puliendo aquí poco a poco, y se te ha ido puliendo desde niña, aunque has sido pecadora; pero mi Hijo escoge a los pecadores no escoge a los justos; ya sabes por qué escoge a los humildes y a los pecadores, para confundir a los grandes poderosos.



AMPARO:

Y ¿quién son los grandes poderosos? ¡Ay! aquí en la tierra no tiene que haber poderosos, porque por eso vienen todos los pecados, por los poderosos. Si no tuviéramos ni dinero, y Tú nos mantuvieses como a los pájaros, como dices Tú, y a las flores, pues no teníamos que andar pecando.



LA VIRGEN:

Ese es el castigo del ser humano, el que comerá el pan con el sudor de su rostro; pero no comerá el pan con el sudor del rostro de los demás. Por eso, hijos míos, no os apeguéis a las cosas terrenas, sí sirven para condenaros.



AMPARO:

Pues yo estoy un poco apegada a mis hijos ¿sabes?, porque, com... yo es que no lo comprendo que pueda querer más a Dios que a mis hijos, pero también yo quiero mucho a Dios ¿sabes?, a Dios... Bueno yo no a Dios, a Jesús, porque yo al Otro no le he visto. ¿Me explicarás también ese misterio que tenemos que dejarlo todo por Cristo?, ¿de qué forma? Porque, ¿cómo no vas a querer a tus hijos, vamos, y vas a dejar a tus hijos, por querer antes a Dios?



LA VIRGEN: Qué soberbia eres, hija mía.



AMPARO(solloza y dice):

No quiero ser soberbia, es que lo veo muy difícil, porque yo al Señor, le quiero mucho, mucho, mucho, pero, es que es de otra forma ¿eh?; yo cada día le quiero más pero... todavía tengo esto.



LA VIRGEN:

Piensa en los discípulos, que dejaron todo por seguir a Cristo.



AMPARO:

Sí, pero ellos eran ellos; pero yo... a ver cómo los dejo y me voy, ¡anda!, ¡qué cosas tienes, vamos! ¿Y te crees que yo no me metería en un Convento para siempre? primero tengo mis hijos, y no creo que me vayas a pedir eso, vamos, porque a mi me gustaría, pero aquí puedo hacer más que dentro ¿eh?



LA VIRGEN:

No, hija mía, tienes el deber de cuidar a tus hijos, como madre que eres, pero ante Dios no hay nadie.



AMPARO:

Bueno pues entonces lo intentaré, que ante Dios no haya nadie, pero detrás de Dios...,y de Ti, mis hijos ¿no? Bueno, el Señor, pero... como son lo mismo, pues si quiero al Señor lo quiero a Dios porque ¿no son los tres iguales, el Padre, el Hijo y el Espiritu Santo?, porque salió del Cuerpo de ese Hombre tan grande, que llegaba hasta el cielo, pero que esa Cara yo no se la pude ver, porque estaba el sol en su Cara. ¡Ay qué Hombre!, pero... sin cara, yo no he visto una cosa igual, un Cuerpo sin cara, sólo el sol en esa Cara, y salían del Cuerpo esos rayos, y se formaba el Señor y luego una Paloma de ese Cuerpo, con rayos ¿cómo puede ser con los rayos?



LA VIRGEN:

Pues lo mismo que hizo los Mandamientos por medio de Moisés: con esos rayos formó las tablas de la Ley.



AMPARO: Vaya misterios que tenéis por ahí, ¡Madre mía..., el día que se descubran!



LA VIRGEN:

Nadie, nadie, ni el hombre más sabio del mundo, podrá descubrir los misterios del cielo.



AMPARO:

Pues sería mejor que los descubriéramos, porque así yo creo que se convertirían más almas.



LA VIRGEN:

No, hija mía, el hombre tiene que ganarsc a pulso, su salvación o condenarse por su propia voluntad.



AMPARO:

Bueno, pues yo ya no te pido más cosas, nada más que, que a todos los que están aquí, los que no han confesado, Tú, cuando se acuesten, les haces alguna cosa para que confiesen. Haz algo Madre mía, porque es que yo sola..., me dejas sola como dicen ahí en la tierra, sola ante el peligro, no creas que no estoy... ¡ay!, por un lado y por otro, pero yo me defenderé como pueda. Te prometo ayudarte, y Tú a mí déjame que te bese los pies, porque me das una fuerza dentro que me quema el corazón. (Amparo besa el pie de la santísima Virgen...) ¡Ay... ay, ay, ay, el corazón, el corazón...! ¡Ay, que se me derrite y que parece que se me quema, y eso que estás fría! ¿eh? ¡Ay, Madre mía! ¡Ay, por Dios, qué cosa más grande es esto! ¡Y que digan que no...! Vamos, vaya zoquetes ¿eh? Todos esos que dicen que no, qué cabeza tan dura tienen, pero Tú tienes que ablandársela, porque Tú tienes..., bueno..., poder no quiero decir más que Dios, pero también tienes mucho poder.

Ya no te pido más, sólo quiero que no nos abandones, y que a mí sobre todo, me des fuerza, para no negar nada, nada, aunque me maten.



LA VIRGEN:

Tú piensa en esos momentos, aunque te veas sola, hija mía, que Cristo está contigo, y si Cristo está contigo, ¿a quién puedes temer, hija mía?

¡Ay, a quién temo...!, a los humanos, ¿a quién voy a temer? Vamos. ¡Ay! pero aquella vez me abandonasteis del todo ¿eh? Ahí sola, sola, ante tres hombres que me iban a matar, y yo no os veía por ningún sitio, por ninguno. ¡Ay que astucia tenéis! Sí la prueba; pero sin vuestra ayuda, no voy a poder.



LA VIRGEN:

Pero, hija mía, piensa que pasó hasta donde Cristo quiso. Mira cómo cuando intentaron ese pecado de deshonra, Dios no lo permitió.



AMPARO:

¡Cuántas gracias te doy por haberte conocido Madre mía! Pero pido tu ayuda. Tú me ayudarás y yo te ayudaré a Ti a salvar almas. Cuando salvo un alma ¡qué contenta me acuesto! pero cuando se rebela ese alma ¡qué pena siento! ¡Ay Madre! no me extraña que Tú sufras.



LA VIRGEN:

Sí, hija mía, mi Corazón sufre por toda la humanidad porque todos son hijos de mi Corazón ¡y los ama mi Corazón Inmaculado tanto...!, y quiero que pidan a este Corazón Inmaculado porque mi Corazón Inmaculado reinará sobre toda la humanidad.



AMPARO:

Bueno, Madre mía, ¿ya te vas a ir? ¡Ay, qué pena otra vez mandarme al mismo sitio! ¿Nos vas a bendecir? Bueno, pues venga.



LA VIRGEN:

Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice, por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Adiós, hijos míos, ¡adiós!".





MENSAJE DEL DÍA 31 DE MAYO DE 1984

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)



LA VIRGEN:

"Os vuelvo a repetir, hijos míos, el milagro sigue sucediendo en el sol. Los colores siguen tan maravillosos como siempre. Mi imagen está ahí presente, hijos míos, pero de todos aquellos que estáis aquí presentes muchos no lo veréis.



AMPARO: ¡Ay qué cosa más grande eres! ¿eh?



LA VIRGEN:

Hijos míos, os doy un aviso, como siempre os estoy avisando:

NO OFENDAIS A DIOS PADRE, PORQUE ESTA MUY OFENDIDO. PEDID PERDON DE VUESTROS PECADOS.

Os ruego, hijos míos, que escuchéis mis súplicas, HACED ORACION Y PENITENCIA, HIJOS MÍOS; ofrecedlo por la Conversión de Rusia, Rusia está a punto de esparcir sus errores sobre todo el mundo, hijos míos.

HABRA GRANDES GUERRAS, SI VOSOTROS CON VUESTRA ORACION NO LO EVITAIS. SACRIFICIO, HIJOS MÍOS, SACRIFICIO Y LA PENITENCIA.

Sí, hija mía, en esta gran guerra se verán cadáveres por todas las partes del mundo, porque Rusia, os he dicho hace muchos años, es el azote de la humanidad.

Estamos, hijos míos, estamos aquí presentes mi Hijo y Yo. Mirad al sol, hijos míos.

Os aviso, hijos míos, porque estáis en un tiempo muy crítico; por eso no deja vuestra Madre de avisaros. Con el sacrificio, hijos míos, podréis salvar a la mayor parte de la humanidad. Todos unidos, hijos míos, podéis hacer tantas cosas y salvar ¡tantas almas!

Ya te he avisado antes, hija mía, lucharán hermanos contra hermanos, suegra contra nuera y padres contra hijos; y esto está sucediendo, cuando se aproximaba este tiempo, avisé hace muchos años, estad preparados.

Dios Padre quiso engendrar a mi Hijo por obra del Espíritu Santo, y lo hizo Hombre para salvar a la humanidad. Murió en la cruz, para redimir al mundo, pero ¡qué poco caso hacen a mis avisos! ¡Qué ingratos son los humanos!

Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo. Por todos los pecados del mundo, hija mía, en reparación de esas ofensas que diariamente cometen hacia mi Corazón, hija mía. Yo te dije que, si vosotros me ayudabais, el mundo estaría salvado, hijos míos. Pero, por lo menos, quiero salvar a la tercera parte de la humanidad.

Cuando llegue este momento, hijos míos, todo aquél que esté en sus casas y en sus campos, de tres será escogido uno; pero si de esos tres están preparados, y están cumpliendo con los Mandamientos de la Ley de Dios, serán esos tres salvados, hijos míos. Uno será tomado y otro será dejado, pero es porque cumplís muy poco con los Mandamientos de la Ley de Dios.

Mira, hija mía, habrá muertes por todos los sitios, y el aire pestilente de esas muertes se fijará por todos los rincones de la tierra. Y estad alerta, hijos míos, porque el anticristo está entre la humanidad, con todos sus secuaces, por eso tenéis que estar atentos, hijos míos, porque quiere apoderarse de vuestras almas. Querrá sellaros, con el número 666. No os dejéis sellar por el enemigo, hijos míos.



AMPARO:

Tú ayúdalos, ayúdalos Tú. Señor, ayúdalos. ¿Está tán pronto todo esto?



EL SEÑOR:

Si los hombres no cambian, está muy próximo, hija mía.



AMPARO: Tú ayúdalos también. Tú Señor, Tú puedes más que tu Madre.



EL SEÑOR: Pero no puedo más que el Padre, hijos míos.



AMPARO: Pero puedes ir al Padre derecho, y pedir que se salven todos.



EL SEÑOR:

Ya te he dicho, hija mía, que ya vine a salvar la humanidad; pero la humanidad está vacía no quiere salvarse.



AMPARO: Sí quieren salvarse muchos, ayúdalos Tú.



EL SEÑOR:

Ya he dicho, hijos míos, os puse a mi Madre por mensajera, para salvar a la humanidad, y ¿qué hacen?, se burlan de mi Madre, hijos míos, se mofan de sus mensajes; ya no puede más su Corazón dolorido, hijos míos.



AMPARO:

Otra vez, otra vez está lleno ¡qué poco le ha durado! ¿Se ha purificado alguna?



LA VIRGEN:

Una gran alegría, hija mía, se han purificado cinco almas. Los sacrificios y la oración tienen mucho poder, hija mía, para purificar a las almas. Quita cinco espinas de mi Corazón.



AMPARO:

¡Ay, pero están muy metidas...! ¡Ay, ay, ay... ay, qué dolor, al estirar, ay, parece se viene el Corazón!



LA VIRGEN:

Sientes dolor, hija mía, pero al mismo tiempo siente alegría porque se están purificando muchas almas. Además, vas a tener el privilegio de escribir cuatro nombres en el libro de la vida.



AMPARO:

¡Ay, qué alegría! ¡Ay, ay, cuántos, ay, pero uno es de los que Tú sabes! ¡Ay! aunque sean uno a uno, pero, que se vayan salvando todos. Y si hago más sacrificio, ¿me haces que apunte dos y dos?



LA VIRGEN:

Ya te he dicho, hija mía, el sacrificio tiene mucho valor; pero, si todos unidos, hijos míos, hicieseis sacrificio y penitencia acompañado de la oración, ¡cuántas almas salvaréis!, pero antes, hijos míos, tenéis que poneros a bien con Dios, confesando vuestras culpas y acercándoos al sacramento de la Eucaristía.

Vuelve a besar el suelo, hija mía, por las almas consagradas... por las almas consagradas, hija mía, ¡las ama tanto mi Corazón, y pobres almas! ¿Cuántas almas consagradas están correspondiendo a este amor que siente mi Corazón? ¡Qué pocas, hija mía! Pedid por ellos, hijos míos, son débiles, y el enemigo es muy astuto para mostrarles las cosas del mundo, y caen una y otra y otra vez; pero no es que caigan es que no quieren arrepentirse de su pecado.



AMPARO: (llorando) Pido por ellas; pido, pero, si no quieren...



LA VIRGEN:

¡Cuánto me agradaría, hija mía, que se hiciese la CAPILLA en este lugar! y que todos unidos, ¡todos! de todas las partes del mundo, vinieseis a meditar la pasión de Cristo. ¡Cuántas almas podréis salvar hijos míos!



AMPARO:

Pero nosotros no podemos. Díselo Tú, para que podamos hacerlo; que Tú eres Madre, pues hazlo por todos, y, si no nos pones las cosas fáciles, porque cada vez nos estás metiendo en más líos... no salimos de uno y ya estamos en otro...



LA VIRGEN:

¿Que te crees, hija mía, que a esos pastorcillos fue fácil? ¿Y a esa Bernadette fue fácil? No, hija mía, no, costó mucho sacrificio hasta alcanzar lo que Yo pedía.



AMPARO:

Pues entonces no nos digas que vayamos, porque si todavía tenemos que hacer más cosas. ¿Tú quieres que lo hagamos enseguida?



LA VIRGEN:

Enseguida, hija mía, porque el tiempo ha pasado, y los hombres no han cambiado, por eso corre prisa, hija mía. Pero ya te he dicho que no es fácil; es más fácil alcanzar lo malo que lo bueno.



AMPARO:

Claro, porque todo lo malo es bueno para los demás, y lo bueno es malo. Pero Tú

ayúdanos y con tu ayuda podemos conseguirlo todo.

¿Y lo de la cruz de tu Hijo? Ya te he dicho que vaya lío, ¿eh? con esa cruz, porque ya me están diciendo que si es esa cruz... y ya verás Tú lo que va a pasar; así que, además la otra cruz...



LA VIRGEN:

Te voy a enseñar una imagen de Cristo en crucifijo, hija mía.



AMPARO: Pues si ya lo he visto muchas veces.



LA VIRGEN:

Pero estáte alerta, ¿cómo ves a Cristo? ¿A lo largo y lo ancho, o en forma de

una Y griega?

AMPARO:

¡Ay! yo no sé porque a veces, parece que está abierto los brazos y otras está como los brazos para arriba.



LA VIRGEN: Fíjate en esta imágen.



AMPARO: ¡Ah!, no es una imágen, es que es de verdad, ¡ay!



LA VIRGEN.: ¿Qué forma tiene? Señálala, hija mía.



AMPARO:

Sí, otra vez. ¡Ay Madre mía!, ¡lo que me vas a buscar! La voy a señalar. ¡Ay! Así tiene los brazos, aquí y aquí, y luego para abajo. ¡Ah!, ya decía yo que eso era tan difícil ¡ay,ay Señor, ay! y ¿por qué pusisteis la otra cruz? Pero bueno, menuda me has metido, pues yo sigo con la otra.

Cuando se pase un montón de años que yo no esté, entonces dices que hagan la otra.



LA VIRGEN:

Esa cruz, hija mía, lo tiene mi Hijo dicho: "Lo que atareis en la tierra será atado en el cielo, y lo que desatareis en la tierra, será desatado en el cielo". No sólo esto del sacramento del matrimonio, sino para todas las cosas que la Iglesia manda. La Iglesia Católica, Apostólica.



AMPARO:

Pues sí; ¡vaya lío con la Iglesia ahora! Yo no puedo ir a decir que si yo soy de la Iglesia; pero yo, ¿como digo que es esa cruz? Cuándo me lo pregunten, ¿qué digo?



LA VIRGEN:

Tú dices que Cristo murió en la cruz que ves, pero luego sigue las normas de la

Iglesia.



AMPARO:

La de la Iglesia es ésta, ésta, ésta, ésta y ésta ¡Ah!, ¿y la otra, la de tu Hijo?. Pues entonces haré las dos, para que no se enfade ni tu Hijo, ni Tú tampoco, porque si Tú eres Madre de la Iglesia... Pues la Iglesia ¿de quién es? ¡Ah!, la Iglesia de Cristo, claro. ¡Ay Madre, cuántos líos! ¿Eh? ¡Ay! no creas que no es difícil desenredar esto ¿eh?, ¡ay! pero, la Iglesia Católica y Apostólica y ¿qué más?... y Romana. ¿Esa es la verdadera?, y todos los que van a las otras Iglesias ¿qué?



LA VIRGEN.:

Todos son pastores falsos, hija mía, como todos estos que dicen que ven a Cristo o que ven (continúa en idioma celestial).



AMPARO:

Anda pues sí, pues dilo que lo entiendan todos, y aquí ¿hay también? vaya, vaya...

¡Ay, pero yo no dejo de ver lo guapa que estás!

¡Ay, Tú qué guapo estás! Te lo diré siempre, porque aunque pasen los años Tú igual ¿eh? y los demás aquí nos estamos arrugando. ¡Ay Madre mía!



EL SEÑOR: Un cuerpo glorioso, nunca envejecerá, hija mía.



AMPARO:

Pero bueno, si no hay cuerpo ¿eh? ¿Apropias el cuerpo al alma gloriosa o qué? ¡Anda que yo lo que veo son cuerpos. Tú ¿qué dices a esto? ¡Ay! ¿eh?



EL SEÑOR:

Te hago ver los cuerpos, pero son la luz del alma, lo que ves tú, hija mía.



AMPARO:

Pues vaya, un alma con ojos. ¡Ay! entonces dentro de nosotros ¿tenemos los ojos también?



EL SEÑOR:

Es un modo de ver, hija mía, ya te he dicho, que los misterios del cielo, ningún sabio podrá descubrirlos.



AMPARO:

Bueno, pero descúbremelos a mí ahora ¡Ah! ¿Y Cuándo viene lo último, lo ultimo de todo?



EL SEÑOR: Sólo Dios Padre sabe el castigo final.



AMPARO:

¿Ni Tú tampoco? Pues ¡vaya un Padre, no decírselo a su Hijo! Ni Tú tampoco no sabes nada más que lo que va a pasar ahora, pero lo de lo último ¿no? ¡Ay, pues vaya! ¿Cómo no tiene confianza contigo, si Tú eres el Hijo y el Padre, y si sois iguales, por qué no te lo dice? ¡Ah!, es otro misterio. Pues vaya estáis llenos de misterios.

¡Ay qué cosa más grande, ay lo que se sale! que se me sale una cosa.



EL SEÑOR:

Ya te he dicho que lo estás viendo todo con los ojos del alma.



AMPARO:

Pues por eso te digo que tiene el alma ojos, que todos tenemos ojos en el alma. ¿Sólo en el cielo?, y ¿todos esos que hay ahí? ¡Ay, Dios mío, qué cosa más grande!, pero ¿cómo sabéis hacer todas esas cosas? ¡Ay!



EL SEÑOR:

Dios Padre hizo el mundo y Dios Padre tiene poder para hacerlo todo.



AMPARO:

Ya lo creo que tiene poder, ya lo creo. ¡Ay! si quieres beso cuatro veces el suelo y me dejas aquí. ¡Ay!, seré soberbia pero ¿quién ata esto de estar aquí? ¡Vamos, que... volver otra vez a lo mismo...!

¡Ay, ay Dios mío, ay! yo te digo a Ti, Señor, porque a Dios, es imposible poderle ver el Cuerpo. Ese Cuerpo que vi, ¿de quién era? Claro, pero la cara era el sol. Otro misterio ¡Ay! si quieres vuelvo a besar el suelo otra vez, pero este beso, para que salves muchas almas ¿eh? Lo beso cuatro veces si quieres. ¡Ay déjame que lo bese, ay, ay!



LA VIRGEN:

Sí, besar el suelo, hija mía, es un acto de humildad. Cristo lo besaba, diariamente hija mía, se humillaba, para la salvación de las almas, como se humilló en la cruz.



AMPARO:

¡Ay, pero yo quiero verlo así no con la cruz, ay, quítale la cruz que yo no quiero verlo con esa cruz ahora!

¡Ay! pero si sé que no estáis arriba, ni estáis arriba, ni estáis abajo, entonces ¿dónde estáis? ¡Ay, voy a volverlo a besar! ¡Ay qué feliz soy, ay! ¡ya te digo que soy tan feliz...! Esto parece como cuando estás enferma, y te dan una medicina y te pones buena. Pues así parece como si me hubiérais dado una medicina, pero esa medicina no es de la tierra. ¡Ay, qué difícil es alcanzarla! ¿eh?

¡Ay!, ¿Tú ya no nos dices nada?

¡Ah, bueno!, pues por lo menos bendícenos; pero a ver cómo Tú quieres bendecimos. Primero Tú y luego tu Madre.



EL SEÑOR:

Os bendigo como el Padre os bendice, por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.



AMPARO:

¡Ah! ya estamos otra vez ¡ay! pero ¿será posible? Y ahora no sé cuál cruz voy a hacer ¿eh? Bueno, yo haré la que ha dicho Tú Madre, y cuando esté sola hago la tuya; pero las dos valen ¿no?



EL SEÑOR: Claro que valen, hija mía.



AMPARO:

¡Ay! déjame que te toque un poquito, eso que llevas por encima, como la otra vez. ¡Anda déjame! ¡Ay!, no me extraña que se enamoren de Tí ¿eh?, ¡porque cuidado que eres guapo! ¿eh? ¡Ay, yo no he visto un hombre igual!

¡Ay, ay, Madre!, ahora ¿qué nos dices Tú? Venga. ¡Vaya Hijo que tienes! ¿eh? ¡Ay! ninguna madre tiene igual que tu Hijo. Ninguna, ninguna como ese Hijo, ¡ay! de guapo y de todo ¿eh? ¡Qué cara Dios mío! sino podría decir ni como es.

¡Ay, yo no sé lo que veo!, ¡ay! por la espalda no os veo. ¿Qué misterio es ese también?, que os vais para allá y para acá para arriba y para abajo, y la espalda ¿dónde está? Ya no te pregunto más porque dirás que es otro misterio.



LA VIRGEN:

Yo os pido, hijos míos, humildad y sacrificio. Si no sois humildes, no podréis alcanzar el cielo.

Amad a vuestros semejantes, hijos míos, porqué, si no amáis a vuestros semejantes, no amáis a Dios, porque Dios está en cada uno de vuestros semejantes.



AMPARO:

Pues eso digo yo. Pero que de amar, nada ¿eh? Estará en los semejantes, pero...¡qué poco nos amamos! Aunque yo ahora estoy queriendo a mucha gente ¿Eh? ¡Ay, si nos amásemos todos...! A que Tú le ayudabas a tu Hijo para que tu Hijo fuese al Padre a salvarnos. Pero es imposible eso, ¡somos tantos!

¡Ay! ¿Vas a bendecir los objetos? Pues ya han servido muchos de ellos para convertirse ¿eh? Y también para curarse.



LA VIRGEN:

Levantad todos los objetos... Todos han sido bendecidos, y todos estos objetos seguirán derramando gracias para la salvación de las almas. Y ahora os voy a dar mi bendición, hijos míos: Os bendigo, como el Padre os bendice por medio del hijo, y con el Espíritu Santo.

Adiós, hijos míos, ¡adiós!"



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