La Casa del Hada

  LA SOLEDAD SE EQUIVOCO DE CAMINO




                        Por Elizabeth Zevallos Tenorio





Primer Premio Categoria Cuento del Concurso Literario

organizado por el periodico "La Prensa" de Vancouver en 1994.



Tenia los ojos color del horizonte. Perdido en su propio eje, llego a saludarnos, como todos los dias, el hombre de la camisa gris. Lo llamaban por diversos nombres, y, por no quedarnos atras, nosotras lo bautizamos como Gabriel. En cada calle se tropezaba con amigos que celebraban sus fachas generosas y la forma de empunar el cigarrillo. Lo que mas nos atrajo fue como ejecutaba el violin: cuando llegaba el crepusculo iniciaba su practica que no era mas que lamentos. 



- De donde vienes? - le preguntamos un dia.

- De tan lejos que me duele el presente - respondio.



Siempre lo buscabamos en parques donde el verano traslucia gozoso sus huellas. Al pie de las antorchas de Memorial Park confeso haber muerto muchas veces.



- Aun no he resucitado del todo - dijo, mientras atravesabamos el parque a traves de una angosta vereda. Una mujer en bicicleta se cruzo y, mirandolo sin mirar, partio aprisa. 



- Los fantasmas siempre vuelven al lugar del crimen - exclamo Gabriel sin ganas de reirse.



El sitio donde habitaba era un cuarto con afiches que hablaban mil lenguajes. Nos llamo la atencion aquel que decia con letras temblorosas: " La soledad entra para quedarse ".

- No para siempre - dijimos, antes de dejarlo solo con la radio a todo volumen. La musica era de violin y fue la misma que le escuchamos tocar en una taberna donde, sentado en el rincon mas oscuro, nos conto que habia vuelto a escribir.



- Es la historia de un hombre que lucha por vencer su soledad - dijo, y nos atrevimos a preguntarle si lo hacia feliz el haber retomado la literatura.

- Si y no, aun me falta algo - respondio, mirando al vacio.



Estabamos tan pendientes de Gabriel, que decidimos invitarlo a comer. Nuestro hogar era un apartamento decorado con muebles de segunda, los cuales hacian juego con los tenedores de plastico y la vajilla de aluminio que pusimos en la mesa sin mantel. La comida consistia en pedazos de historias condimentadas con anecdotas risibles y una ensalada de ocurrencias que no lograron arrancarle una sonrisa a Gabriel. Desesperadas por hacerlo reir, le hablamos de la luna llena y de esa poesia que recondita habita en los pastos humedos.



Sin resultado servimos el postre, y sin saber que hablar, nos miramos en silencio, hasta que todos juntos apagamos imaginariamente las luces de la estancia. Al descubrirnos tibios y enredados, Gabriel dijo:



- En esta tierra la soledad se equivoco de camino -



Enseguida, los tres nos miramos uno a uno con sorpresa. El mas sorprendido era el, porque entre nosotras habia una discusion que resolver.

- Despidete de ella - le dije luego con tristeza, y, entendiendo el mensaje, Gabriel le dijo adios a mi sombra.





Vancouver, Canada, 1994
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