La Casa del Hada













La Crucifixi�n Rosada de Alejandra Azc�rate



                                     Por
JORGE G�MEZ PINILLA

Este texto pertenece a un cl�sico de la literatura universal (Gargant�a y Pantagruel, Fran�ois Rabelais, 1494-1555), muestra a Panurgo en trance de enamorar a �una gran dama de Par�s� y fue escrito en los albores del muy inquisidor siglo XVI, pero a los ojos de un guardi�n de la doctrina cat�lica moderna pasar�a por un libelo de alg�n escritor blasfemo de SOHO, sujeto por tanto �autor y medio- a sanci�n penal:

�Sabed, se�ora, que estoy tan enamorado de vos que no puedo mear ni cagar. Como comprender�is, puede sobrevenirme una enfermedad y, �qu� ocurrir�a entonces?
-         �Idos, idos! �dijo ella. Eso a m� no me importa. Dejadme rezar.
-         Bien, pero haced un anagrama con: �En el monte vi a la condesa�.
-         No s� qu� quer�is decir.
-         Esto �dijo �l-: �A la condesa le vi el monte�, y sobre esto rogad a Dios para que me d� lo que vuestro noble coraz�n desea; y dadme, por favor, ese patern�ster.
-         Tomadlo y no me importun�is m�s.�

Seg�n el diccionario de la RAE, patern�ster es el �padrenuestro que se dice en la misa y es una de las partes de ella�. En el texto citado, el personaje de Rabelais equipara en trascendencia a la m�s sublime oraci�n cat�lica con lo que le parece asaz sublime, el sexo de la mujer que pretende. Y no s�lo emplea el s�mil como arma de seducci�n sino que, vaya sorpresa, logra su objetivo.

La cita viene a colaci�n con motivo de la denuncia que instaur� �un grupo de cat�licos ofendidos en sus sentimientos religiosos� ante el juez tercero municipal, Edgar Castellanos, quien la acogi� y orden� llevar a juicio al escritor Fernando Vallejo, al director de la revista SOHO, Daniel Samper Ospina, y a los �modelos� �entre ellos Carlos Gaviria, ex candidato a la Presidencia de la Rep�blica- de unas fotograf�as publicadas por la revista, sustentado en el art�culo 203 del C�digo Penal que castiga con c�rcel y/u onerosas multas el �da�o o agravio a las personas o cosas dedicadas al culto�.

Es inmensa la distancia hist�rica y geogr�fica entre una y otra publicaci�n (Gargant�a y SOHO), pero tienen en com�n que a los ojos de un fundamentalista �agravian�, como agraviada se debi� sentir la m�s rancia ortodoxia islamista que puso precio a la cabeza de Salman Rushdie y que, en la pr�ctica, ya ha sentenciado y ejecutado a centenares de �infieles�.

Produce cierto estupor comprobar que una obra tan irreverente con los s�mbolos sagrados de la �poca como Gargant�a y Pantagruel no hubiera desaparecido bajo el embate de un simple baculazo papal o su autor no hubiese sido condenado a la hoguera, mientras en pleno siglo XXI unas simples fotograf�as art�sticas estar�an a punto de enviar a prisi�n al autor de un art�culo repleto de adjetivos y al director de una revista de entretenimiento, y obligar�a de paso al grupo de personalidades nacionales que pos� para la c�mara a pagar una alt�sima reata, entendida reata como �de conformidad ciega con la voluntad o dictamen de alguien�. (DRAE)

Rabelais no era un malandr�n de siete suelas, del mismo modo que Daniel Samper Ospina no es el pelafust�n a quien pudieran llamar al orden o pedir cuentas por su comportamiento. Era por el contrario �un m�dico erudito que ejerci� su profesi�n con toda dignidad, que am� la libertad y se mantuvo prudente y reflexivo en los momentos dif�ciles�. (A modo de obligado par�ntesis, dur� casi 30 a�os escribiendo su gran obra en forma de fasc�culos que distribu�a en los mercados, cuya continuidad la gente esperaba cada semana con reiterado entusiasmo, y fue recogida despu�s de su muerte en los cinco libros que conforman tan voluminoso y divertido compendio).

Con casi quinientos a�os de diferencia en su g�nesis, Gargant�a es un puente de filosof�a human�stica tendido entre la Edad Media y el Renacimiento, mientras que un episodio como el de SOHO pareciera anunciar el reversazo de una �tica supuestamente liberal a un oscurantismo incierto. �D�nde estriba la raz�n de fondo para que el peso de una ley dictada por una sociedad civil deba aplicarse con rigurosidad extrema, ante lo que s�lo constituye una radical diferencia de opiniones religiosas? No sin temor a equivocarnos (crecimos en el temor a Dios, ojo) estamos tentados a creer que fue el poeta Eduardo Escobar quien en reciente columna de EL TIEMPO hendi� el dedo en la llaga: �a sus demandantes los asustaron las tetas�.

En esta ocasi�n la ofensa no estar�a en que la recreaci�n gr�fica de La Ultima Cena o de La Crucifixi�n puso a un hombre desnudo, sino en que reemplazaron a Jesucristo por una mujer torsidesnuda. Esto llen� la copa, despert� la ira de un fanatismo ciego, incapaz de tolerar que la imagen intr�nsecamente masculina de su Dios hubiese encarnado en un cuerpo femenino, as� se tratase de un cuerpazo.

En sustento a esta hip�tesis, algunos han llegado a comparar por ejemplo el castigo infligido a santa Juana de Arco con la leve sanci�n moral que recibi� un obispo ped�filo mexicano, perteneciente a los Legionarios de Cristo. En busca de una argumentaci�n m�s amable y seductora, est�n las palabras que se le escucharon a un seminarista arrepentido, ante La Crucifixi�n Rosada de Alejandra Azc�rate: �Me advirtieron sobre el mundo, el demonio y la carne, pero poco o nada me dijeron de la mujer, que es un demonio con un mundo de carne�.

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