La Casa del Hada
                        La cita

    
                                      
   Por Jes�s I. Callejas

 

�Ah, el amor, el amor todo lo vence! Sublime frase expresada por Virgilio. No, eso lo expreso yo. Lo que Virgilio dijo en sus Eglogas, fue: "El amor lo vence todo; somet�monos, pues, al amor." �No es acaso lo mismo? No, no lo es. Nada de sometimiento. As� pienso mientras asisto a la cita con esa rubia a quien conoc� en una exhibici�n de pintura y en quien no percib� la apat�a sosa que mujeres similares tratan de aparentar y que en nada se parece a la aut�ntica serenidad. As� que estudias arte, coment�. S�, y t�, Diplomacia, �no? As� es. Y, �en qu� trabajas? indag�. Soy asistente de un editor. �Qu� bien! Y, �t�?, ripost�. Yo ahora s�lo me dedico a mi carrera; mis padres me ayudan. �Qu� suerte! La invit� a un par de tragos y nos besamos. �Ma�ana, entonces? S�, a las seis, respondi� sonriente. �Tendr� que entretenerla con una charla insulsa tipo Reader's Digest y llevarla a beber un "caf� capuchino"? Cuantioso esfuerzo para que me permita mitigar los furores org�nicos exacerbados incesantemente por la soledad y de cuyas motivaciones me librar�a si supiera c�mo. El silencio aporta perfecci�n a la materia de los elegidos, pero eso es algo que todav�a -�todav�a?- no asimilo. Anhelo conseguirlo sin necesidad de convertirme en un anacoreta o sin explotar definitivamente; s�lo con la inmediata intuici�n de la verdadera inteligencia. La tarde resuena azulada con incrustadas perlas en los escondidos parajes de la claridad e intento ir con buena disposici�n al encuentro de una bella mujer. Bueno, eso lo que mi tedio me obliga a creer, para no voltear ahora mismo y regresarme, porque los deseos que me conminan no son otros, pero no, no har� lo que el decadentista Des Esseintes en Al rev�s de Huysmans, quien habiendo planeado un complicado viaje de Francia a Inglaterra, lo cancela abruptamente a punto de embarcarse y regresa a casa, profundamente hastiado de lo que anticipa. Es casi invariable en estas situaciones que toda fascinaci�n oral sea entorpecida con la dureza gestual del hielo en quebradizo puente de verano y las bocas, graduales visajes, se deshagan desembocando en la ramplona fon�tica de la imbecilidad. No, no; todo se presenta bien. �Por qu� resistirme? Es bella, indudablemente, y me extasiaron su mirada baja de falaz pudor, la creciente confianza entornada cual poema humeante en expectante boca, fresa invernal enardeciendo hexagonales p�mulos, y los ojos, los ojos, fiordo asomando al evangelio de los sue�os. S�, es realmente bella. No puedo negar que cuando me bes�, y sin yo saberlo entonces, un ef�mero rayo de ternura se arremolin� en mi garganta. No todas son iguales. En ese banco una escu�lida mujer lee la dieta del Dr. Faking; en aqu�l un ni�o devora una hamburguesa de varios pisos y hojea tiras c�micas de vomitivos mu�ecos; aquella pareja -parecen dos jamelgos- trota con sendas botellas de agua purificada y sonr�e con heroicidad dom�stica. Lo usual; tan usual como que yo me afane por esta cita. �Cu�nto esfuerzo invertido, cu�nto pre�mbulo sofocante por una miaja de sensorial placer! Debo tranquilizar mi esc�ptica amargura. Salgo del parque, cruzo la calle bajo la agradable llovizna y me refugio bajo el toldo de la cafeter�a coquetamente situada en la esquina. Me siento en una de las mesas en la acera, argumentando la m�s inimaginables justificaciones: No vendr� o llegar� tarde. La fragancia de las flores, allende los escasos metros de la empedrada calle filtrada por el cielo nebuloso, incide en mi pecho con extra�a opresi�n de optimismo y se desborda vertiginosa contra el hermoso panorama de la invadida vegetaci�n de rosa, rojo y amarillo. Ah� viene, reduciendo a polvo mi malsano pesimismo. �Hola! �Hace mucho que esperas? No, reci�n he llegado. La acerco con afectuosa lubricidad, mientras se prende de mi brazo cari�osamente y me besa sonrojada: �A d�nde me invitas? Sonr�o y un chorro fr�o me sube hasta el es�fago: �Te gustar�a quedarte aqu�? Hace un delicioso moh�n: No, mejor vamos a un restaurante que conozco a la vuelta. Y as�, empalagosamente enroscados, caminamos y mis latidos se acrecientan con tal violencia que me parece que voy a desmayarme. Oprimo la cintura cercior�ndome de su presencia entre mi brazo, temiendo que una desconocida fuerza la arrebate de mi lado y me deje s�lo la ceniza del aire congelado. Es infaliblemente hermosa, concluyo al verla chequear el men�. El cabello, falsamente descuidado para sugerir encantadora naturalidad y menos rubicundo de lo esperado, est� cronometrado por los graciosos movimientos de la cabeza juguetona y cuando r�e, el lunar que porta su cuello se estremece con seductora brevedad. Sus gris�ceos ojos no dejan escapar detalle alguno; atienden al men�, a la camarera, a la fuente en la rotonda deformada por un vitral de dicha y a m�, con id�ntica precisi�n comunicativa. La falda se acomoda sobre sus rodillas con elegante resignaci�n y una pierna se balancea infantilmente sobre la otra, asemejando un er�tico p�ndulo que me rastrea r�tmicamente. Ya estoy lista, dice haci�ndome salir de mi sopor dichoso, cuando la camarera se acerca con la pedante displicencia de un gendarme. Rutilantes cabellos definen la sonrisa irresistible y sirven de eco a la di�fana voz: Como "hors d'oeuvre", ... estoy indecisa entre mel�n con jam�n o caviar rojo con tostadas ... no, mejor un "p�t� de foie gras". Sopa "gratin�e de champignons"; ensalada a la "vinaigrette". De plato principal, tal vez un pescado "cote D'Azur", aunque me apetece m�s ... s�, prefiero una langosta "diable". Al final ver� qu� postre elijo; quiz�s alguna "cr�pe" en lugar de queso y frutas. Yo escucho y miro enredado en una sopor�fera neblina, mientras la camarera sonr�e embelesada y su enorme boca, cual gigantesca manga volteada, parece a punto de tragarse el rostro: �Y de beber? Una botella de champ�n; que sea "brut" de "Perrier Jou�t". La camarera me enfoca con su faz de deformante espejo: �Y, para el caballero? Para m� ... para m�, un caf�; no mejor un vaso de agua, exclamo ante la perplejidad que se retira suavemente. Con una mirada llena de furiosas espinas, mi rubia parece a punto de saltarme al cuello: �Un vaso de agua! �Acaso me quieres poner en rid�culo? �El gasto ser� descomunal!, digo atropelladamente. Y, �qu�?, responde con altaner�a. �C�mo que y qu�! No tengo ese dinero conmigo. Tendr�s que ayudarme a pagar la cuenta. Enrojece y se levanta disparada por la indignaci�n: �Ayudarte a pagar la cuenta! �Nunca me hab�an humillado de este modo! Si no tienes dinero, �por qu� me invitas? �C�mo saber que ibas a pedir una cena digna de los Romanoff! Ya sentada, habla con exasperante lentitud: Qu� penosa justificaci�n; un verdadero caballero siempre est� preparado para estas circunstancias. Adem�s, deber�as agradecer mi delicadeza al no pedir un champ�n m�s caro; un "Dom P�rignon" de "Mo�t Chandon" o un "Taittinger", por ejemplo. Mucho agradezco tu consideraci�n. Me observa con fastidio: �Te gusto? Sabes que s�. �Tienes tarjeta de banco? S�, por supuesto. Muy bien. A una cuadra de aqu� hay uno. Lo s� ... D�jame terminar. Si deseas volver a verme, ve a ese banco y regresa con el dinero. Est� bien. No deber�a esperarte; esto ha sido el colmo. Camino como un aut�mata y mis propios pasos me provocan escozor en la ingle preludiando un terremto estomacal. A varios metros del cajero autom�tico del banco quedo aferrado a un risco pegajoso y siento que no avanzo. Abismado a la confusi�n, dejo que el sonido en la acera humedecida me transporte y prosigo arduamente. El eco de los pasos se oye lejano y detenido en su fastidioso machacar me hace recorrer la interminable ruta de Santiago de Compostela. Sin dejar de caminar, atisbo en direcci�n contraria; el banco queda ya a una cuadra detr�s de m�. Se aleja m�s; un poco m�s. Estoy ya a cinco cuadras del fatal paraje y camino empapado de brisa y nubes insinuantes, sintiendo que no soy ajeno a todo lo que me rodea; dej�ndome llevar por la amenazante suavidad de este lluvioso d�a. Me alivia ver a esas palomas, sincronizadas por el inequ�voco movimiento de la perpetuidad, aguijonear part�culas de pan y sacudir la infamia de sus alas con el precioso af�n de proseguir la vida ba�adas de pureza, es decir, de fe. No tengo de qu� preocuparme; ella debe tener tarjeta de cr�dito. �Ah, qu� placidez me absorbe! Es cierto; es el colmo.

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Jes�s I. Callejas (Cuba). Actualmente reside en Miami, Florida. Ha publicado varios
libros de relatos: Diario de un sibarita (1999), Los dos mil r�os de la cerveza y otras historias (2000),Cuentos de Callejas (2002) y Cuentos bastardos (2005). Adem�s, Proyecto Arcadia (Poes�a, 2003); y la novela Memorias amorosas de un afligido (2004). Sus rese�as de cine aparecieron en varias revistas locales, as� como en otras virtuales (La Casa del Hada). Tiene un libro de prosas po�ticas in�dito y se encuentra escribiendo otra novela, paralelamente desarrolla un libro sobre la influencia del cine en su vida, a la vez que expone en el mismo rese�as y cr�nicas de caracter hist�rico-cr�tico. Sus cuentos y novela han sido rese�ados por peri�dicos y revistas algunos de sus cuentos aparecen en el portal www.geocities.com/lacasadelhada y  El Rinc�n Literario.

Jes�s I. Callejas es descendiente de Manuel Curros Enr�quez, junto a Rosal�a de Castro, el mejor poeta de lengua gallega.
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