La Casa del Hada

                                           
ADA

  
                                     
         Por Luz E. Macias

    
                                                  Cuando aspir�is a elevaros
                                                           mir�is hacia arriba, y yo
                                                           miro hacia abajo porque
                                                          estoy en las alturas.
                                                                             Zarathustra

Est� muerta. Nos asegur�bamos que todo estuviera perfectamente  organizado. No falt� el menor detalle para el entierro, desde llamar por tel�fono a todos los hombres que la cortejaron, a todos los que la amaron, a todos los que deseaban ser amados por ella. El �nico que faltaba era aquel muchachito commelin�ceo que desde siempre la acompa��. No sab�amos d�nde encontrarlo.
  
Busc�bamos a ese chico rubio, de grandes ojos verdes, que estaba a su lado desde que la vimos por primera vez en el lago. Lugar muy concurrido por todos los que dese�bamos encontrar enamoradas. Nos pase�bamos dando vueltas a la fuente incansable del agua que ca�a como gotas de amor ba�ando a todos los j�venes que �bamos con las mejores ropas domingueras por el asfalto que rodeaba  la fuente. Ella misma, Ada, se re�a de �l: Tan bello, pero no puede ser ... �Ah! se quedaba calladita sin decir m�s palabras. Era como una tumba para los secretos. As� como est� ahora, tan silenciosa. A veces pens�bamos que ella se burlaba de nosotros, que era m�s inteligente, y por respeto call�bamos. Muchos hombres la arrullaron. Ella fue la que uni� nuestras vidas. Fue la que cambi� el rumbo de nuestros instintos. Fue la maga de todos.

Nos conocimos una tarde de junio en la fuente de soda Puerto Rico, que estaba en una de las esquinas del lago. Sentados festej�bamos todas las noches nuestro encuentro. Lugar de reuniones fortuitas, sitio donde llegaban las parejas que se conoc�an en las vueltas y revueltas alrededor de la pila inagotable de Cupido. Se sentaban aqu� para platicar. Era en este paraje donde se hac�an los mejores convenios pasionales. Donde todos los ruidos se escuchaban, desde la sirena de los bomberos hasta las discotecas ruidosas que se le-vantaban como el vientre de una madre para recoger a todos estos reci�n conocidos en su seno, pero nada nos inquietaba. Nos sent�bamos para verla pasar. Conoc�amos muy bien su hora de dar la vuelta al lago y despu�s de tres giros a su alrededor se marchaba. Recuerdo que a m� se me hac�a un nudo en la garganta al verla. Sentado frente al gran ventanal que daba a la carrera s�ptima, recto a la esquina por donde deb�a cruzar. Yo era un gran madrugador porque me ubicaba exactamente en el mismo sitio, para mirarla desde que asomaba en la esquina de la acera que est� frente a m�. Sent�a que mi rostro se enrojec�a, mi pulso se agitaba fuertemente, mi coraz�n lat�a aprisa y mis manos sudaban. Inconscientemente, me llevaba las manos a los bolsillos, para disimular mi turbaci�n y entre agudos esfuerzos echaba un chiste sobre la mujer m�s guapa que ven�a hac�a nosotros. Era m�s bien para enga�arlos por mi conmoci�n, pero tambi�n para observar a mis amigos, que como  yo, estaban atribulados.

Apostaba a qui�n ser�a el primero que se levantara a acompa�arla. Qui�n ser�a el que ir�a a su encuentro y la traer�a aqu�, donde todos esper�bamos con ansias el poder escuchar su voz. Era en verdad una mujer hecha para el amor. Su cuerpo bien distribuido se balanceaba como los cisnes en las pasarelas de nuestra imaginaci�n. Su pelo azabache, ondulado, ca�a a media espalda como los velos de novia seductores. Otras veces la mir�bamos por detr�s y no cab�a la menor duda que era el pavo real m�s delicioso que hab�amos hallado. Las esperas se hicieron tan frecuentes y tan necesarias que como un acuerdo mutuo todos lleg�bamos al mismo sitio: la fuente de soda. Nos deleit�bamos escuchando la m�sica de Tchaikovski; "La bella durmiente," era nuestro favorito. �Qu� m�sica! Nos met�amos en ella para esperarla. Record�bamos con dulzura la melod�a de fondo que nos acompa�� la primera vez que la vimos pasar: "Las cuatro estaciones", y la seguimos escuchando cuando pasaba por la puerta en donde como so�adores la esper�bamos. Ya el encargado sab�a qu� m�sica colocar en la vitrola, a la hora exacta que ella pasaba, y en el preciso momento le sub�a el volumen para que ella escuchara nuestros corazones enardecidos de calor por las copas que ya hab�amos bebido. Al encargado de los discos le d�bamos propinas por su colaboraci�n. Aunque �l tambi�n se un�a al cortejo de enamorados, sal�a desde el fondo de la fuente, zigzagueaba por entre las mesas, para ver la realeza de nuestra maga que se acercaba a la puerta. Mientras que su acompa�ante, con las manos en los bolsillos, se paraba frente a nosotros. El nos sonre�a maliciosamente. Ese d�a, ella llevaba un traje azul marino muy pegadito a su cuerpo. Era una minifalda que se��a la uniformidad de sus caderas. Sus senos redondos esperaban al eterno amante. �Dios, c�mo nos sent�amos al verla!; todos estos atrevidos salieron para silbarla. No faltaron las miradas y piropos insinuantes que ella aceptaba muy galante. �Qu� coqueta!, dec�a para m�; hasta esos dientes blancos, provocadores a nuestras bocas, seducen a un hombre de buenos principios. Desde ese d�a pens� muy bien c�mo la pod�a enamorar sin que estos donjuanes se divertieran con ella.

Todos apostaban a conquistarla. Yo, en silencio, los miraba como se jugaban hasta sus vidas. Se ofrec�a mucho dinero al primero que la llevara a la cama. Claro que entre nosotros hab�a hombres muy guapos que con facilidad podr�an aparejar con ella. Al principio, cuando todos estaban locos por enamorarla, yo opt� por mirar otras chicas que entraban a la fuente. El recinto era bastante grande, con espejos en las paredes y en el techo. Nos mir�bamos como tr�pticos y nos multiplic�bamos con las copas, las mesas y las sillas, dando a nuestros ojos una sensaci�n de mundos repetitivos. De verdad que aqu� llegaban mujeres muy bellas, quiz�s mejores que ella. Me dediqu� a conquistar a chiquillas muy ricas que se sentaban frente a nosotros, fumaban cigarrilos y jugaban a ser mujeres expertas e inteligentes. La fuente ten�a una reputaci�n bastante buena para encuentros amorosos y amantes de Tchaikovski, de Mozart y de Vivaldi, si se quer�a pasar una buena noche con m�sica barroca, cena y una buena cama. Este era el rinc�n escogido por los buenos amantes que jugaban a ser hombres. Era el predilecto para las mujercitas que deseaban vivir. Pero yo no s� por que a todos nos encegueci� esta trigue�a, esta hembra que se paseaba como un Danubio por toda la S�ptima hasta perderse en la lejan�a. Cuando ya desaparec�a, nos sent�bamos de nuevo en nuestras sillas a comentar su hermosura. Saboreamos ese dulce amargo que quedaba en nuestro cuerpo.

Trat� de persuadirlos, era un error, tratar con mujeres desconocidas. Reconoc�amos que era muy guapa pero nada sab�amos de ella, se nos esfumaba de las manos como la arena que se toma entre ellas y se desliza por nuestros dedos. As� era ella y su guarda- espaldas: marasmo, blanco y garboso que se balanceaba como un andamio de Semana Santa. Nos mirabas c�mo gaviota de mar, acechabas c�mo la observamos. La desnud�bamos con la vista, para deleite tuyo que nos invitabas con tus ojos lascivos a seguirla. Aunque, yo era muy hombre me resguard� un poco. Sent�a miedo de enredarme con esta Venus hecha para los hombres. Yo era un joven que no hu�a de las mujeres, al contrario, donde se sirve se come, y ella se nos brindaba melada en el panal. Como un hombre correcto y moralista, dud� muchas veces de este chico que la segu�a como un fantasma, cuid�ndola de todos. Pero en su mirada hab�a una invitaci�n, era su sensualidad, su caminar, su manera de moverse, su ojos deleitosos que se posaba en nuestros ojos a los que le tem�a. As� estuvimos por dos meses jugando a enamorarla. Apostando a sentarla aqu� junto a nuestra mesa, para que bebiera de nuestro vino, para escuchar su voz. Ya para ese entonces nos hicimos grandes amigos este grupo que naci� aquel buen d�a que ella hizo su aparici�n en el lago. Compart�amos hasta el m�s m�nimo secreto.

Una tarde lleg� a la fuente el rubio de ojos zarcos. Nos salud� muy amable. Se sent� en nuestra mesa. Bebi� de nuestro vino y tom� unas cuantas cervezas. Lo vimos como un chico simp�tico, aunque dud�bamos de �l por su coqueter�a, asegur�bamos que ella lo hab�a enviado como un anuncio para galantearla. Hall�bamos en �l nu-estro aliado. Despu�s de compartir con �l esa tarde, planeamos c�mo entrar en sus vidas. En �l no vimos nada anormal, excepto que no quiso aceptar a ninguna de las mujeres que estaban frente a muestra mesa, a las que le enviamos bebidas, las que pag�bamos. Era una aceptaci�n de irse con nosotros esa tarde, d�a de calor para encuentros amorosos. El, muy discreto, se despidi� sin decirnos nada, cosa que no fue bien vista por hombres como nosotros. Despu�s de su partida fui el primero en irme para el motel con la m�s trigue�a, que se parec�a a la mujer que nos un�a para regresar a las ocho porque nuestra Ada pasar�a por aqu� y me perder�a su andar seductor. Esa noche convinimos todos que la �bamos a conquistar, ya ten�amos a su camarada de nuestro lado.

Yo no era tonto, primero quer�a probar si ella era tan amplia para con nosotros. Juan fue el que decidi� que esa noche se ir�a con ellos con el pretexto de acompa�arlos a su casa. Nosotros nos quedamos vi�ndolos desaparecer entre la luz fosforescente de las l�mparas de la avenida. Juan no regres�, dato que nos llen� el coraz�n de alegr�a. Era s�bado. Sab�amos que al otro d�a a la misma hora nos sentar�amos en la fuente a commemorar su conquista. Domingo en la tarde lo esper�bamos con impaciencia. Lleg� retrasado; nos sorprendi�, ven�a alegre. Nos sonri� y nosotros le preguntamos intrigados qu� paso. Por respuesta nos dio una sonrisa muy simp�tica y nos desafi� a probar suerte.

En la noche, al verla venir como siempre me qued� inm�vil observ�ndola, quer�a ver entre Ada y Juan esa mirada secreta de eterno amor. Ella lo contempl� con sus ojos vivaces llenos de pasi�n lujuriosa, con esa perspicacia voraz de mujer en celo, pero el r�pidamente mir� al hombre, su conserje, que lami� sus labios, ense�� sus blancos dientes, su lengua de anguila larga se mec�a muy r�pida para despu�s lamer y morderse los labios. Su mirada provocadora y exquisita me hizo sentir un hormigueo. Ella mir� a Juan y a su acompa�ante y su risa seca, gruesa, hombruna, trono por los aires. Todos est�bamos intrigados, de ese andar, de ese llamar secreto entre ellos, con la lujuria con que se devoraban sus cuerpos, de Ada con su gestos varoniles, con su sentar de hombre en nuestra mesa, con sus manos gruesas, velludas, su voz afeminada llenaba nuestros sentimientos de duda. Sin embargo, quer�amos ir atr�s, pero por un acuerdo llegamos a la conclusi�n de que de uno en uno saborear�amos su cuerpo. Esa noche se habl� que Pedro ser�a el siguiente. Juan silenciosamente nos mir� y sonri�.

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Luz E Mac�as (Colombia, )  narradora, ha publicado  Los Pasos cuentos del cielo y del infierno, (2000) y Los fantasmas en el espejo, (2003). Fundadora de la revista literaria La Casa del Hada, desde 1994 y editora de La Cueva de la Sibila. El Hijo Buenitoooo (drama) fue producida por el festival de verano I.A.T.I. New York 1990. Dirigida por Manuel Martin rese�ada por el New York Newsday y prologada por el dramaturgo mexicano Emilio Carballido. Invitada a la feria del libro de Bogot� 2004 y la feria internacional de Miami 2001. Sus cuentos han sido publicados en varios revistas literarias, peri�dicos  y revistas virtuales.
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