La Casa del Hada

                             
La cava


                                          
Por Jes�s I. Callejas


De la mesa # 1, cat� Domecq Manzanilla y Marqu�s de Arienzo Gran Reserva. Mientras vaciaba la copa en esta remota catarata, mis ojos, distorsionados por el abrumado cristal, atend�an a la ondulaci�n impecablemente estimulada por las cinturas de dos morenas que, vestidas de negro pasaron junto a m�, dejando una estela de perfumada sincronizaci�n. Empu�ando la libreta de notas y la estramb�tica pluma propiciadas al comienzo de la escalinata -voluminosa en su paralizado fluir, escueta en textura de mon�logo impasible-, avanc� hacia la mesa # 2; all� me esperaban Alto Cuevas Blanco, Campi�o Tinto y Palacio del Conde Crianza. Prob� los tres ceremoniosamente. Fungiendo como ayudante de una amiga eslovaca de la prensa hab�a podido entrar en la Feria Anual de Vinos Espa�oles, con sede en el renancentista Hotel Toledo. En lo que ella se dirig�a a saludar a varios colegas inopinadamente surgidos yo abord� la mesa # 3 y me decid� por un Granbaz�n Albari�o. La arquitectura del sal�n, refluido tablero de ajedrez, me conden� a sentirme una paup�rrima ficha divina colocada en aquel cuadrado de m�rmol, extra�amente id�ntico a una jaula cuyos barrotes invisibles se robustec�an de aire viciado m�s por la vulgaridad del entorno que por el imprecativo alcohol de mis vivencias. Todos los bartenders son el mismo, �nico gran sacerdote de la ebriedad, me o� decir cuando llegaba a consumir lo prometido por la mesa # 4: Faustino I y Santana Viura. Observ� la chimenea de proporciones delirantes y entonces mi atenci�n fue distraida por las ingentes puertas suspendidas hacia la terraza; la brisa de inesperada dulzura agit� los cortinajes de mi supuesta alma al un�sono con la sedosa pasi�n que condecoraba los transl�cidos ventanales. Mi amiga, desde el otro extremo del sal�n y sumida en impreciso grupo, me indic� una breve se�a, prometiendo reunirse pronto conmigo. Preocupado por la mesa # 5, la abord� para que mi paladar entrevistara, con discreta euforia, a un Torre Albeniz Reserva. Libreta y pluma a descansar en un bolsillo del saco. Durante mi estancia en las dos primeras mesas, la borrachera se iniciaba bajo las manifestaciones de una taquicardia r�tmica y casi l�brica. Tal efecto se mantuvo inalterable hasta enfrentar a Clos de Torribas Crianza, Pinord Chardonnay y Pinord Moscatel, ejemplares de la mesa # 6, a cuya diestra se detuvo una pelirroja sonriente, enfundada en blanco. Conversamos sobre budismo zen -no recuerdo por qu� elegimos semejante t�pico- y tras dos copas me entreg� su tarjeta y se retir�; ignoro a d�nde. Los humanos convocados en aquel circo de enajenado licor devenieron cuasi inexistentes para m� y el vino exacerb� en m� todo probable s�ntoma de criterio sentencioso. Proced� a tasar el cielorraso; las apabullantes l�mparas ca�an sobre m� con la tersura insoportable que transita en el placer. Ya en la mesa # 7, mis sentidos dictaminaron, en acre voluptuosidad, que la esta boca desaforadamente abierta en pos del vino se tragaba todas las l�mparas del sal�n con su bagaje de et�lica cristaler�a. Incluso cre� que cada pieza di�fana era una botella de vino en miniatura; miles de botellitas juguetonamente divergentes llov�an sobre mi lengua, que sedienta a pesar de la catarata de sabores diversos, escabullida a trav�s de mi estancia medular, sonaba como un granuloso cart�n de lija al atrapar a Glorioso Reserva, Cosme Palacio Blanco y Pe�ascal Rojo. La eslovaca me alcanz� en la mesa # 8, donde ambos consumimos alborozados de Carlos I Brandy de Jerez Solera Gran Reserva, Gran Duque de Alba Brandy de Jerez Solera Gran Reserva y Lepanto Brandy de Jerez Solera Gran Reserva en aut�ntico fest�n de l�quido consuelo. En la mesa # 9 encontr� a mi amiga quien se quej� de mareos prematuros, retir�ndose con ejemplar equilibrio hacia el tocador. Considerando impropio desairar a un Castell de Vilarnau Semi-Seco y a un Cristalino Brut, disfrut� ambos, haciendo descansar la copa sobre el humedecido mantel, lo que me provoc� satisfacci�n inesperada; quiz�s la falsa promesa de lo inagotable. La mesa # 10 ofrec�a un Gran Feudo Rosado, que beb� con af�n de apresurarme a la siguiente; a la siguiente mesa  o a la siguiente copa. La celeridad en el desplazamiento provoc� un campanazo insoportable en las abovedadas paredes de mi cr�neo engavetado y de ah� a los desprevenidos m�sculos. No obstante avanc� hacia la mesa # 11, en la que, elegantemente, rend� honores a un Conde de Valdemar. Ocup� un div�n cercano, permitiendo que el �ntimo ta�ido amortigura sus ecos de un extremo al otro de mi occipital y de all�, a la disminuci�n de su poderoso amasijo sonoro en el recuperado torso. Antes de salir a la terraza en busca de algunos excitantes refrigerios, visit� la mesa # 12, ocup�ndome de Gran Feixes Blanc y La Gitana. De pronto, me pareci� ver que una aut�ntica gitana descend�a de la chimenea flotando en un humo coloreado de burgundy y se acercaba a m� con interminables pasos, me besaba con furia y succionaba mi boca hasta exprimirla como un bu�uelo de ensalivada alm�bar. Atrapado entre un velo de desider�tum negro y la interminable piel bronceada, mis labios dilu�anse en la desconocida noche y la gitana me hac�a subir con ella en un v�rtigo espantoso. Flotaba. Mi desarticulada cabeza me arrastr� haci�ndome caer de espaldas en una explosi�n de gelatinosa agua. Quiz�s era la mesa # 13, la que me ofreci� Contino Crianza e Imperial Reserva. Abr� los ojos y vi, con bizco adem�n, ante los m�os, el rostro de la pelirroja y la terraza se cerni� sobre nosotros. Le dije algo en una frase dizque veh�culo para un trabalenguas depravado. Despu�s de un rato volte�se con delicadeza, haciendo estremecer las caderas regocijadas por la exactitud del giro inalcanzable. Mi mano libre -olvid� cu�l- alcanz� a palpar con inefable fruici�n una porci�n de su conmoci�n trasera y la vi pasar detr�s de una columnata ajada, recordando que sus ojos portaban luz de verde derretido entre las llamas. Me orient� vacilante hacia la mesa # 14; Oro de Castilla y Tinto Arroyo Joven esperaban mi arribo para consolarme homeop�ticamente de una borrachera acrecentada por el reciente desconcierto. La eslovaca regres� cuando me hallaba en la mesa # 15; solicitamos un Hacienda Monasterio y un Rueda Superior. Me sent� en otro div�n, �ste, borroso en demas�a, y mir� al sal�n que crec�a desmesurado, como en esas pesadillas en las que uno se aterra ante el espectro de la desintegraci�n letal. Me levant� y escolt� a mi acompa�ante hasta la mesa # 16; all�, en tanto ella conversaba con otra colega period�stica, alta de cabello lacio y sonrisa inmanente a su palidez, yo me enfoscaba entre Lagar de Cervera Albari�o, Bar�n de O�a y Vi�a Ardanza. Mezclando tragos, mir� al sal�n con af�n diverso; segu�a igual de espeluznante con todas aquellas hormigas humanas bajo invariable algarab�a. Un hipo eructante me reverberaba en el est�mago y merodeaba inquieto en torno a mi garganta, por lo que me sent� sudoroso. La eslovaca permaneci� dialogando con la escu�lida y yo, demolido, rept� hacia el ba�o y me precipit� en el �ltimo compartimento; apenas cerr� la puerta el tronido del v�mito, similar a la el�stica lengua de un lagarto, pareci� arrastrarme en su ca�da al pavoroso reino de la desesperanza. Sobreviv� sentado en el cerrado toilet un eterno intervalo de veinte minutos, empap� mi cabeza bajo un martilleante grifo y aparec� en el mareado sal�n para proseguir mi recorrido ansioso  hasta la mesa # 17. El sal�n est� borracho, yo no. Ligeramente recuperado supuse que nunca hab�a llegado a la terraza, por lo que me lanc� en pos de la comida, no sin antes degustar prolijamente de Faustino Rivera Ulecia, Dob Fabian y Valconde. Afuera, un c�firo espl�ndido me golpe� cual fr�gil guante en la mejilla derecha y respir� profuso al sentir el retorno del temido mareo. El cielo, azul viol�ceo, con caprichos fijados en relieve de ventisca hermosa, manifest�se temible y c�lido, distantemente alcoholizado en su inexplicable funci�n c�smica. Es una noche hermosa, hoy no hay estrellas en ese pozo invertido. Incapaz de dilucidar las im�genes que ro�an mi mastuerzo pensamiento, vislumbr� el lejano toldo del buffet. Impaciente abandon� la fila y prosegu� mi ronda en busca de la mesa # 18. En el camino tropec� con una rubia que me derram� media copa encima; se  empe�� en limpiar mi saco negro. Apenas se nota, no se preocupe. Como desagravio acomp��eme a donde voy, insist� risue�o. Accedi� y compartimos Prado Rey y Finca Luz�n Merlot muy afablemente. La arrastr� hasta la mesa # 19 y probamos El Coto Crianza y Juvenals Cabernet Sauvignon. Siempre que pod�an, mis brazos rodeaban sus blancos hombros y mis dedos se enredaban con torpeza encantadora bajo los rojos tirantes de su vestido seductor. Al bajar el trago ocasional y recibir su tarjeta, mi conturbada atenci�n apunt� al vac�o concentrado en la proa de mi nariz; de pronto descubr� que a pesar de seguir sumida en su conversaci�n, la eslovaca me enviaba un telegrama de advertencia. La rubia se retir�, no sin escapar de un casto beso en una mejilla. La recrudecida jaqueca me empuj� a pasar a la mesa # 20, en la que consum� un Aria Estate Brut. En la # 21 permanec� m�s de lo planeado gracias a Antonio Barbadillo Very Dry Manzanilla y a Ochoa Tempranillo Crianza. Furibundo intent� anotar sobre cada esp�cimen probado, pero los garabatos se tornaban dantescamente ininteligibles. La eslovaca me sorprendi� al colocar una mano nimbada alrededor de mi adolorida cabeza y colocarme ante los tiritantes dientes una bandejilla de variados entremeses. �No sigas, es demasiado!, me sugiri�. Imposible, debo llegar hasta la mesa final en esta cruzada alucinante, en este viacrucis inmolatorio, le espet� y la conduje hacia la mesa # 22 y, por ende, hacia Torre Fornelos Alabri�o. La muchedumbre era ya un monstruoso tumulto de gritos y pastosa sensaci�n de vor�gine. Abord� pues la mesa # 23, para probar el De Soto Fino Ranchero, cuando mis pasos se tornaron densos; a pesar de ello, llegu� a la mesa # 24, donde me esperaba un Marqu�s de C�ceres Gran Reserva, de diversas especificaciones: Antea, Blanco, Rosado, Satinela. Una queja silenciosa rugi� en cada puerto de mis dispersos huesos, al creer que jam�s llegar�a a la mesa # 25: �Soy un n�ufrago! Intent� nadar con mayor furia, pero no llegaba a la mesa, hasta que me dej� ser con la fe del movimiento err�neamente considerado aut�nomo. Al arribar, me esperaban un Marqu�s del Puerto Blanco y un Roman Paladino Gran Reserva. Tras la �ltima copa hice una graciosa genuflexi�n al marqu�s y reinici� mi agobiado itinerario. En la mesa # 26 enfrent� al Conde Osborne Brandy de Jerez Solera Gran Reserva, Osborne Amontillado Sherry y Montecillo Reserva, ya enojados por mi tardanza. Comprend�, tras dos horas de intoxicada caravana, que todos los vinos me sab�an igual y as� lo consign� en la libreta. Es que est�s completamente borracho, dictamin� la eslovaca. �No es cierto! -le grit�-. Esto tiene que ver con la integraci�n del yo inferior con el yo superior. Todo es igual, o sea todo es! Busquemos la pr�xima mesa. Ya no puedo m�s, suspir� ella. �S�gueme!, la tom� de una mano y as� llegamos a la mesa # 27, donde T�o Pepe Fino Sherry, nos recibi� afectuoso. En la mesa # 28, el Vi�a Bosconia Reserva me provoc� un chillido en los o�dos. Encargu� a la eslovaca de la mesa # 29, no sin rendirle homenaje a Fefi�anes Albari�o y Lagar de Cervera Albari�o, para viajar nuevamente al cuarto de ba�o. Nada sucedi�, excepto por la aceleraci�n de mis desconcertantes latidos durante minutos interminables. Permanec� est�tico; respir� con libertad completa y, ya fuera, evalu� el sal�n. Aquel sitio de putrefactas sensaciones, se hac�a m�s y m�s compacto, se abigarraba; todo ennegrec�ase: m�rmol, ventanales, columnas, vidrios, gente. Llegamos a la mesa # 30 y topamos con el Cardenal Mendoza Brandy de Jerez Solera Gran Reserva, el Marqu�s de Riscal Rueda y Siglo Crianza. Vi entonces c�mo aquellos prolijos manteles comenzaban a flotar heroicos, el majestuoso velamen nos rodeaba con delicada incitaci�n y creciente empe�o de felicidad. La sala entera era una gran c�pula de blanca oscilaci�n, un gale�n on�rico, y las botellas flotando entre las blancas velas, iniciaron un periplo circular denominado comprensi�n universal, es decir amor. Nos sumerg�a el vino dadivoso y los colores se besaban integrados en arcoiris trepidante. �El gran diluvio se origina en la tierra! Nos vamos, exclam� la eslovaca. Un profundo rapto de alegr�a inund� mis arterias: �S�, nos vamos, zarpemos en la nave del alcohol en pos de nuevas tierras de felicidad, de nuevos para�sos, con Dionisos como timonel! �Nos vamos! -repiti� ella-. No me entiendes, est�n recogiendo todas las mesas. La tristeza golpe� mi frente con el insulto de lo temporal y abr� los ojos. Pueden llevarse lo que queda sobre las mesas, exclamaron varios edecanes en confusi�n un�sona. De las cuatro restantes hice la siguiente selecci�n: de la # 31, un Torre Oria Superior; de la # 32 Espejo Moscatel y Torremor�n; de la # 33 Gran Coronas y Gran Vi�a Sol; y de la # 34 Ederra, La Vicalanda y Vi�a Pomal. La eslovaca carg� dos botellas, yo seis. Enfund� una en cada bolsillo del pantal�n, dos en el saco, y atesor� dos m�s entre mis c�lidos abrazos; port�, adem�s, una copa de vino tinto, que derram� con majadero estr�pito en la alfombra del auto de mi paciente amiga. Lo �ltimo que recuerdo de aquel evento deslumbrante es ver colocadas en fila, cual selectiva pr�ctica de tiro al blanco, las espl�ndidas botellas sobre la meseta de mi cocina y c�mo proced� a libar de cada una con despreocupaci�n excelsa, mientras me o�a lejano: No temas, todo fluye, todo fluye. Esa noche el insomnio no se atrevi� a rondar el m�stil de mis sue�os. �Salud!

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Jes�s I. Callejas (Cuba) ha publicado los siguientes  libros de relatos: Diario de un sibarita (1999), Los dos mil r�os de la cerveza y otras historias (2000), Cuentos de Callejas (2002) y Cuentos bastardos (2005). Proyecto Arcadia (Poes�a, 2003). Y la novela Memorias
amorosas de un afligido (2004) Tambi�n ha rese�ado cine para varias revistas locales como Lea y La casa del hada, as� como otras virtuales. Tiene un libro de prosas po�ticas in�dito y se encuentra escribiendo otra novela, as� como tambi�n un libro sobre la
influencia del cine en su vida, a la vez que expone en el mismo rese�as y cr�nicas de caracter hist�rico-cr�tico.

Jes�s I. Callejas es descendiente de Manuel Curros Enr�quez, junto a Rosal�a de Castro, el mejor poeta de lengua gallega.
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