La Casa del Hada
                                 
          
Magnolia Garc�a

 

Casandra ante la puerta Escea-

Volveremos Mirina ante la puerta Escea
y habr� un silencio salvando cada piedra
sin el trazado de los dioses,
sin el mortal cansancio de un rey
hecho al fest�n, a hundirnos la ciudad.

Contra el viento impune volver�n la amazonas
sobre sus caballos de fiebre
y un horizonte de murallas.

Yo; la loca urdiendo profec�as
para la ignorancia de los hombres.
No soy m�s que una mujer ante la muerte
que ha visto bajo los p�rticos,
acrecentarse el paso de la bestia.

Los mitos no salvaron nuestro pacto
ni el sue�o de Eneas corriendo hacia las naves.
Troya volver� de su imp�vida sonrisa
a  solazarse en las arenas.

Ahora bajo este bloque azul de cielo
vamos a amarnos, mientras la historia cuece sus miserias.
Cualquier pa�s puede renacer de tu herida,  
de mi paso mordaz.
Vamos a pintar nuestro sol entre la hierba
a bailar hacia el centro de la plaza,
donde estuvo la enorme sombra cubriendo los milenios.
Vamos a perdonar el gesto amargo bajo la luz imprescindible.

Volveremos sobre la sal y las estatuas
Al dulce rumor del Escamandro.

                                              




   Cuerdas rotas en la orilla.


Desde el horizonte ven�an las aguas
y apart� la casa de las aguas,
la dej� donde madre hace con el polvo su costumbre.
Trac� velas en el techo,
divid� la casa de las velas.
El viento cruje todav�a en el filo contaste
por el que anda un pa�s.
Los amigos cre�an en la alquimia,
en el ultimo poema de Borges.
Ca�das en la orilla est�n las cuerdas
y hay un papalote en cada nube.
All� tuve la arboleda
hijos sin nombre golpeando en el silencio. 
No quise ser reina y hubo tronos en cada �rbol.

Quien va a reunir las aguas detr�s del horizonte,
c�mo vuelvo escindida entre ciudades.

Mustios est�n los potros  de la infancia.
El arponero solo era amigo de la sal
uno con su punta,
su punta con la sangre.
Lo supimos a destiempo
cuando el pez agonizaba en la garganta.
All� mi otro coraz�n
el que sab�a amanecer sobre el roc�o
el que tra�a el arpa, el alegre cazador.
All� est�n todos los que aguardan
volver desde el naufragio.

Ac�; rotas cuerdas anhelan un golpe de aire,
alg�n desva�do papalote que retorne hasta la orilla.


                                      



�nfora en la noche del ciervo.


El ciervo ha visto los oto�os desdibujar las colinas.
Alguna vez se crey� muerto entre la noche y las hojas.
Ahora ve las llamas, sus miles de bocas sobre el templo,
olfatea la m�sica del agua.
Espera llegar hasta las �nforas, erectas, niv�ceas
tan cercanas al dictamen de los dioses,
retomar las arterias profundas de la vida
en el esplendor de la sed.

El templo arde con un sue�o diferente en cada grieta,
el teme por el pozo de su hambre,
por las �nforas tan fr�giles en lo hondo del bosque.
Sobre ellas ha pasado el viento, fieras de larga sombra
en la hora infinita del suicida
y a�n guardan su n�ctar m�s sutil.

El ciervo tambi�n anduvo sobre su coraz�n
decapitado en la neblina.
Mientras los cazadores median el tiempo
a la altura de sus flechas
y de sus ojos ca�an garzas de nimbado vuelo.

Todo el ciervo es un temblor.
No atina a salvar la distancia en delicado salto
las repetidas estaciones de la sed,
por temor a que se rompa entre el cazador y sus labios
el hechizo de las �nforas.


            
Tu solo fuiste una muchacha rubia
Hermosamente alta  contra el muro y los flashes.
Con ese cansancio de  menina en terciopelo rojo
se hace extra�o el verso cuando la leyenda  cae
y ya no hay espejos que cruzar.
�La princesa esta triste en su palacio de nadie
con su boca de endulzar al mundo
y un pr�ncipe malo.

In�til ensue�o
tu eras era simple como los riscos o las marea en Gales.

Ya viste la luz
como se dispersa y se a�na
se vuelve por la rueca y la manzana
a la paz definitoria.
Eso era todo  la princesa esta en su reino
sin nombre y sin retrato.
Otra  vuelta  de la esfera
Y vamos a sentarnos tu  yo y la Parker
Todas en un signo un �vido punto
Aqu� o en el palacio de bukinham
El viento parte igual las hojas
Nosotras jugamos a la rueda rueda
Al chasquido de otro rey. 




Nocturno y fuga

En extra�as cosas moro
Alejandra Pizarnik


He extendido el gesto para acercarme a la gracia de la rama
a la punta del �rbol que  me mira desde el centro de mi misma,
pero es la sombra quien corroe los sentidos
cuelga su lienzo en las paredes,
para que el polvo apaciente las horas
y dance en el lenguaje.

Con qu� sue�o cruzar� la noche.
Apaguen esa m�sica sin dioses,
que el extrav�o no decida el paso
ni el rumor de la comparsa cayendo en el vac�o.
Vengan mis praderas antes que el cuerpo rinda su corola
quiero verlas pasar por los almendros,
entre la brizna y el belfo su fl�mula invencible
que lleguen a vestirme lo que dejo sobre el pueblo
bajo el pueblo y su m�sero cristal.

Juro haber sido fiel a toda la acritud del vino
A toda pupila de perro abandonado.
He muerto para decirte palabras que me resuciten
para encender la hojarasca bajo el atrio.
A�n as� he trazado los pilares y las fuentes
para el pueblo prometido
y salgo por parques de un verde que no existe.

Acaso sea la certeza del �rbol lo que busco
un sitio donde el amor transcurra lejos de sus  s�mbolos,
del falso hervor de las palabra.

Dadme la casa del ave en el relente
El ojo que abre el infinito.
S� que despu�s no ser� m�s que un punto
en fuga con la noche y las galaxias.



1
En el bosque donde  uno es el lobo de si mismo
te he buscado para rehacernos detr�s de la neblina,
de la pose, donde sigue escribiendo
la mu�eca triste,
la casa vac�a,
como un redoble azul en su campana de miedo.





Oda a los suicidas

             Romperemos la pi�ata de los cielos
             y habr� estrellas para todos�
                Ra�l  H. Novas

C�mo quedan las orbitas si la pi�ata no se rompe
por m�s que pongamos el cuello en la navaja.
C�mo quedan, si las golosinas siempre estuvieron
aunque no sepamos su  color busc�ndolas all� arriba eternamente.
C�mo quedan durmiendo estos peque�os derribados por su piedra.
Yo les ofrendara
la llovizna con que alimento el �guila,
nunca el umbr�o pasadizo cuando pregunto al silencio.
M�s que silencio del  Padre,  miseria de mi espejo.
Yo les diera mis pupilas de pelear contra lo oscuro.
mi forma de aprestarme ante la rueda.
Pero estas ca�do torpemente derribado
hacia otra esfera.
Y Alejandra y Ra�l te anteceden en la danza
Adustos   en su languidez, donde cesan los molinos

Alfonsina se ovilla entre la espuma
queriendo acceder al fuego de otra l�mpara.
Pero volver�n   destellando las mismas cris�lidas
a�n sin el aroma de los cielos tristes o impacientes,
a tirar del hilo una vez m�s.
Acaso yo igual desista del juego
girando sobre el polvo de las olas o en el ladrido de la tierra.
Sabiendo que habr� de volver por el panal de estrellas.




Variaci�n sobre la peque�a ni�a del mar

Aqu� est�n los castillos
apenas saboreados entre la ausencia y las mareas.

Han ca�do las torres m�s altas
Y cada vez hemos vuelto sobre estos granos
con la advocaci�n de los fieles.
La peque�a del mar regresa de un oscuro tiempo
para avivarnos el sue�o por los m�stiles,
como si pudieran ser ciertos  esos barcos
que cruzan la noche sin acercar los horizontes.

La ni�a se resiste en su juego de espuma,
en su t�nica de peses
y retorna con un arpa moribunda    a sonre�rnos,
a calmar los naufragios de la sed.
La  due�a de las aguas y yo
a�n guardaremos esta m�sica,
atalaya de la sangre m�s tierna
Desde donde vigilar grano a grano,
los castillos�
Sus ef�meras siluetas contra el mar invencible.
PORTADA
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