Una vez tío Conejo le gastó una buena broma al tío Tigre. El caso es que éste decidió desquitarse, pues ya estaba un poco cansado de sus travesuras. Pero el pobre tío Conejo, como vio el asunto tan negro, se marchó de aquellos lugares mientras esperaba que al otro le fuera desapareciendo el enfado.

Entonces tío Tigre llamó a su gran amiga la tía Zorra, y entre los dos se pusieron a buscarlo. Fue tía Zorra quien pilló a tío Conejo metiéndose en una cueva. Se acercó poquito a poco y puso la oreja en la entrada y oyó a tío Conejo ronca que ronca allá dentro.

Echó a correr muy deprisa hasta que llegó donde tío Tigre, y le contó que ya había dado con tío Conejo.

Tío Tigre le dijo:

-Bueno, tía Zorra, no me venga también con bromas porque entonces usted se va a enterar...

-¡Cómo va a ser eso, tío Tigre! -contestó tía Zorra-. Venga detrás y se convencerá.

No se detuvieron en ningún sitio y llegaron bien rápido a la entrada de la cueva, que era muy estrecha. Tío Tigre lo que hizo fue meter la mano, que era lo único que cabía, y agarró a tío Conejo por la pancita.

Tío Conejo se llevó un buen susto, pero reaccionó con agilidad y no quiso rendirse. Por eso, hablando con una voz grave y profunda dijo:

-¿Quién me toca la muñeca?

La voz que salía de la cueva sonaba muy fea y parecía salir de una boca muy grande. Tío Tigre pensó que si estaba agarrando la muñeca de un brazo, la persona que hablaba así debería ser un gigante.

Sin pensarlo dos veces, tío Tigre soltó la mano y desapareció de allí veloz como un rayo, dejando a tía Zorra pasmada y con la boca abierta.

Dicen que todavía sigue así...