El aficionado principiante debe comenzar por observar el cielo a simple vista; debe familiarizarse con las principales estrellas y con las figuras de las constelaciones que debe aprender a reconocer de memoria si desea introducirse más profundamente en el maravilloso mundo de la observación de los astros. Los mapas del cielo mensuales le darán la suficiente orientación como para identificar las estrellas más brillantes y las constelaciones más fáciles: Orión, Géminis, Canis Minor, Taurus, etc. (en invierno); Ursa Major, Bootes, Corona Borealis, etc. (en primavera); Lyra, Cygnus, Aquila, etc (en verano), y Cassiopeia, Cepheus, Andrómeda, etc. (en otoño). Adviértase que no mencionamos la popular Ursa Minor (Osa Menor) porque es una de las constelaciones más difíciles de ver en su totalidad, ya que varias de las estrellas que la configuran son muy débiles; sin embargo, es importante reconocer su principal estrella (a Polar o Polaris) porque es referencia de la posición del polo Norte.

Una vez familiarizado con la localización de las constelaciones, debe iniciar la visión detallada de aquellos astros o cuerpos que presentan particularidades concretas. Por ejemplo, nótese la diferencia de coloración entre algunas estrellas; resulta fácil si se comparan entre sí estrellas de brillos similares: se verá que unas tienden a ser azuladas, mientras que otras son blancas o anaranjadas. Como veremos estas tonalidades están en función de la temperatura superficial de la estrella.

Pueden verse también a simple vista interesantes aglomeraciones de estrellas en la zona de la Vía Láctea (especialmente en verano y en las regiones de Cygnus, Aquila, Scorpius y Sagittarius). O una nebulosa como M 42 de Orión, que se aprecia como una tenue nube difusa, así como la galaxia M 31 de Andrómeda, también visible con buena transparencia.

Sin ninguna clase de instrumento pueden hacerse observaciones de estrellas variables con sólo comparar sus brillos con los de las estrellas vecinas durante varias noches. b Persei, la eclipsante Algol, puede compararse muy bien con a Persei; b Lyrae varía casi una magnitud cada 13 días, a Orionis (Betelgeuse), la gigante roja que oscila entre la magnitud 0,4 y 1,3, puede compararse con a Tauri, y así otras muchas.

Es asimismo conveniente que a simple vista se vayan siguiendo los movimientos de los planetas y sus fenómenos geocéntricos, como las conjunciones de unos con otros o con la Luna (la conjunción se produce cuando dos astros se hallan en un mismo meridiano, es decir, uno “encima de otro” con respecto al polo y muy próximos entre sí). Son particularmente curiosas las conjunciones entre dos o más planetas y con estrellas brillantes, porque en una reducida área del cielo pueden verse durante unas pocas noches varios de los astros más luminosos. Suelen ser relativamente frecuentes las conjunciones de planetas exteriores con Mercurio y Venus debido al rápido desplazamiento de estos, aunque Mercurio es difícil de ver. Resultan muy destacadas las conjunciones que protagoniza Venus con Marte, con Júpiter o con Saturno y, a veces, con varios de ellos a la vez.

La Luna es el astro que da lugar al mayor número de conjunciones, ya que cada 29 días da una vuelta completa. Con un calendario de las conjunciones de la luna con los planetas –o con otros astros- hay muchos aficionados que utilizan a nuestro satélite para localizarlos. Por ejemplo, si se sabe que esta noche estará en conjunción con Marte, basta mirar la Luna para identificar sin ninguna duda, en sus cercanías al planeta Marte. El método es particularmente interesante cuando se trata de localizar astros con prismáticos, como puede ser el caso de Urano. Basta saber en qué noche la Luna pasa cerca de Urano (y procurar saber a cuántos grados al norte o al sur) para localizar con facilidad el planeta.

En ocasiones puede llegar a verse a simple vista la ocultación de alguna estrella brillante por la Luna o algún planeta, particularmente si estas tienen lugar antes de la Luna llena, que es cuando se esconden por la parte oscura del limbo lunar.

Las conjunciones permiten también “ver” a simple vista el movimiento de los planetas. El hecho de que dos de ellos se acerquen entre sí da la oportunidad de comparar sus posiciones en noches sucesivas. El debutante siempre queda sorprendida al comprobar “lo deprisa que van” los planetas, especialmente si está Venus entre ellos.

Si se sigue con alguna atención el movimiento de los planetas en el transcurso de los meses, comparando sus posiciones con las estrellas, se podrá advertir cómo aquellos que tienen su órbita externa a la terrestre ralentizan su movimiento hasta llegar un día en que parecen “pararse” en el firmamento (se dice entonces que se hallan estacionarios) para, al cabo de unas noches, advertir que han reemprendido su movimiento entre las estrellas pero en sentido contrario. Es lo que se denomina retrogradación, fenómeno puramente aparente que se produce al combinarse el movimiento de la Tierra alrededor del Sol con el de los planetas exteriores, teniendo en cuenta que nosotros vamos más deprisa: por cada vuelta que da Marte, la Tierra da dos; por cada una de Júpiter, la Tierra da doce.

No hay que olvidar que existen fenómenos exclusivamente observables a simple vista, como son las estrellas fugaces, muy en particular durante las noches en que tienen su culminación los principales enjambres: 3 de enero (Cuadrántidas), 6 de mayo (h Acuáridas), 29 de julio (d Acuáridas), 12 de agosto (Perseidas) y 13 de diciembre (Gemínidas).

Lo cierto es que en la noche estrellada, si se conocen mínimamente los métodos y se tiene la indispensable información, son múltiples los alicientes que pueden ofrecerse a los ojos del observador minucioso: aquel que, situado cómodamente, va comprobando cuanto le sugieren los mapas o los manuales sobre lo que se ve en la bóveda celeste. Llegados a este punto hemos de recordar un hecho importante: el ojo humano no adquiere la máxima sensibilidad a las tenues luminosidades de los astros hasta que lleva aproximadamente unos quince minutos en la oscuridad. Transcurrido este tiempo es cundo comienzan a verse los objetos débiles que, en la mayoria de los casos, son los más interesantes. Por ejemplo, resulta un espectáculo fascinante contemplar con buena transparencia atmosférica la Vía Láctea a simple vista en verano, con las densas zonas de estrellas y nebulosas que se perciben en dirección sur a primeras horas de la noche.

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