Más que solidaridad

Tan importante como la fuerza de la crisis que nos toca vivir, viene siendo el esfuerzo de la solidaridad. Multiplicada por miles de pequeños proyectos, gran parte de ella encauzada por la organización y responsabilidad de CARITAS, apoyada por innumerables personas conmovidas por los efectos devastadores de la situación actual, la solidaridad de los argentinos parece estar a la altura de la gravedad del momento. Esto es una gracia, es signo de esperanza e impulsa a muchos más a la imitación.
Sin embargo, aunque la solidaridad es imprescindible, no resolverá la crisis. Ella es respuesta necesaria frente a tantos argentinos que quedan heridos por la crisis y ante los cuales no podemos pasar de largo. Hace falta una solidaridad generosa y minuciosa para socorrer necesidades materiales muy básicas y desamparos del alma todavía más profundos. Y es respuesta urgente. Pero la solidaridad cura las heridas, aunque no puede vencer a la enfermedad.
Pensar la crisis es una exigencia para todos. Observar los hechos de la historia, mirar más allá de nuestra realidad para discernir qué es específicamente nuestro en lo que sufrimos, dejarnos conmover por lo que pasa pero tratando de superar el aturdimiento para llegar a la reflexión y la mirada profunda. Reaccionando sin pensamiento somos bestias y la crisis puede tentar a salidas bestiales.
Las salidas hay que pensarlas para el largo plazo: entonces, a la solidaridad como respuesta inmediata, es necesario sumar la educación que implica siempre el largo plazo. La educación en valores más básicos: el respeto por el otro, la honestidad en el espacio propio y la responsabilidad por los espacios públicos. No resolverá la crisis inmediatamente, pero da la oportunidad de hacerlo para las generaciones que nos siguen y de raíz.
Las nuevas generaciones parecen sensibles al dolor del prójimo, pero creo que estamos fallando en inculcarles que el otro es tan respetable como uno no sólo cuando sufre; que tiene igual dignidad, los mismos derechos que yo. Hacemos bien en inculcar espíritu crítico frente a personajes públicos, pero esto es necesario basarlo en una honestidad extrema hasta en las más pequeñas responsabilidades que ya tenemos. Aún esto lo viven con naturalidad tantos argentinos, ha sido muchas veces con cierta mirada desvalorizadora de los espacios públicos: desde la plaza hasta la participación política. En casa soy limpio, en las plazas mejor no estar porque asumimos que son sucias y quizás por eso no dejamos de tirar nuestro aporte de basura. En mi trabajo soy eficiente y honesto, en la municipalidad se supone que no, luego, no participo en política. Sabemos que los espacios públicos son de todos, pero con estos criterios terminan siendo reino de irresponsables, también por nuestra responsabilidad.
Si esto es válido para todos, nos obliga más por ser cristianos: al respeto, porque el prójimo es hijo de Dios, hermano con lazos más profundos que los familiares; a la honestidad más privada, porque «el Padre ve en lo secreto»; a la valoración del espacio público porque Jesús no vino a predicar una salvación personal: vino a proclamar el Reino de Dios, la salvación del mundo entero.

Pbro. Juan Carlos Roldán


Amigos de "El Puente"

Días atrás unas alumnas de 7° año me pidieron un artículo para la revista, pero, me pregunté qué esperarían ellas. ¿Querrían compartir temas económicos conmigo?... ¿A ellas o a algún otro lector, le resultaría “novedoso” escuchar algo más sobre política económica?.... Justamente, si de algo hemos tenido demasiado en este 2002, es de Economía.
Por eso, he preferido compartir con ustedes la alegría que siento cada mañana al venir al colegio.
Si bien hace años he trabajado como Contadora, hace unos cuantos que me dedicaba a la educación de mis hijos y a desarrollar distintas tareas como voluntaria en la Parroquia. Yo pensaba que seguiría así, como tantos otros cristianos que participan en la comunidad dando su tiempo y sus talentos (pocos o muchos). Esta era la opción que había hecho por considerar que era lo mejor para mi vida, aún renunciando a algunos bienes materiales, nunca pensé que los años de universidad estuviesen desaprovechados, por el contrario, aunque yo no ejerciese la profesión, lo aprendido me enriquecía, de todos modos.
Y ahora, lo anecdótico: en julio de 2001, era convocada para trabajar como Administradora y en el Colegio Parroquial.
A pesar del desafío que esto significaba, no dudé en aceptarlo, sabía que tendría que reacomodar todo un estilo de vida, pero lo viví como un llamado a servir. Pensé que valía la pena intentarlo, ya que de este modo, pondría al servicio de la Iglesia aquello que Dios me había dado: la posibilidad de estudiar y obtener un título; al que paradójicamente yo no le daba ninguna importancia por sí mismo.
Lo cierto parece, que aunque en algunas oportunidades, uno no entienda para qué adquiere conocimientos, puesto que muchas veces se apela sólo al criterio de utilidad inmediata; con el tiempo y en muchas ocasiones de la vida aquel aprendizaje que parecía superfluo cobra un significado concreto y es allí cuando uno debe dar gracias a Dios.

Ana María Crocco de Esperón

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