Josefina, su historial oral

Josefina, líder comunal del barrio la Zona Indígena, fue de las primeras mujeres tucanas en llegar al territorio donde hoy está Inírida. Vivía en una esquina, en frente del parque del barrio. El mismo parque que tiene en toda la mitad una estatua de la princesa Inírida parada sobre una canoa, con una lanza en la mano, y un sol y un cepo a su espalda. La mujer se ve fuerte, ancha de hombros, de brazos gruesos y pecho generoso, y sin embargo bella. Sólo lleva una faldita, el guayuco o su equivalente femenino. Todo el monumento está construido en concreto. La primera vez que lo vi de cerca sentí vergüenza. Un monumento a un árbol cortado ¡en plena amazonia! Me acordé de uno parecido en el Quindío, mucho más gráfico, con un hacha clavada sobre el cepo. Carlos Lleras decía que esa era una demostración de que "nuestra raza" sentía cierta animadversión contra la vida vegetal, y la vida en general; que toda esa violencia en nuestra historia tenía que ser por algo.

En los días que pasé en Inírida, Josefina fue la única líder indígena que participó en las mesas sectoriales, las demás desconfiaban de cualquier forma de política o, por razones que desconozco, no asistieron ni una sola vez. Los hombres eran los que ocupaban su lugar. Plinio Yavinape, líder curripaco de Tonina, me presentó dos de sus compañeras líderes y ellas me dijeron que no se les había notificado la fecha de la reunión anterior, que por eso no habían asistido, pero yo les di la fecha y el lugar de la próxima mesa y nunca las volví a ver.

En la casa de enfrente del parque se ve en la salita un cuadro inmenso de Belisario Betancur. Josefina es conservadora como pocos y está "quemada" en el argot político. En mi estancia en Inírida la reemplazaron como presidenta de la junta de acción comunal del barrio por un mestizo. La gente comentaba que le había metido política a la vaina, que hablaba mucho, pero que la gente ya no le hacía caso. Y sí, a ella le gustaba mucho hablar. Se sentía orgullosa de su saber, pero en instantes fugaces dejaba escapar cierta vergüenza. Hablaba de sus seguidores como "mis indios" y no dejaba lugar a dudas de que le interesaba la política. Ella estaba casada con un minero venido del interior, buen conversador él también, como casi todos los colonos. De la misma manera que el resto del pueblo, él hablaba del interés partidista de su esposa con cierto recelo.

Pero tuve la oportunidad de comer una vez en su casa y ella me contó sobre cómo el poblado de las brujas era una comunidad indígena, formada por familias de varias etnias emigradas del Vaupés, que se habían instalado en territorio puinave, de cómo los políticos había llegado buscando un territorio donde fundar la capital y levantar ahí el edificio para las oficinas de la comisaría. Los tipos se instalaron en la comunidad de La Ceiba, pero las inundaciones y los deslizamientos del terreno o algo así los sacaron de allá. Se vinieron y los indígenas les dieron permiso de que hicieran su poblado ahí. Levantaron el barrio del puerto y de una cosita se pasó a un pueblo completo en sólo treinta años, en 1995. En un principio, cuando era época de elecciones, llegaban los políticos y empujaban a los indígenas a hacer una cola, siguiendo una cuerda que tenía como diez cuadras, "para votar por los liberales". Como uno de los Aurelianos de "100 años de soledad", Josefina se había vuelto conservadora por odio a los liberales. Ella se lanzó gritando a decir que ellos no eran animales y a empujar a la gente en la dirección contraria, discutió a gritos con los líderes políticos de la época y se ganó el odio de más de uno. Llegó un momento en que la perseguía el ejército y le tocó escapar clandestinamente, ayudada por la Iglesia.

Le gustó mucho cuando Belisario visitó el Guainía en su campaña política, el primer candidato en toda la historia en hacer algo semejante. Como resultado, el departamento del Guainía votó de forma masiva por el único que podían contar entre sus conocidos. Desde ahí se afilió políticamente, aunque también votó por Gaviria.

Ella fue la única persona en Inírida que pudo mostrarme algo de música indígena, de esa que el Guainía ya no oye. Me cantó un arrullo y la canción "pasajera", que habla sobre la vida del indígena semi-nómada, que está siempre pasando por un lugar y no se queda. "Así somos nosotros", me dijo.

Josefina me permitió ver algo de esa historia que los colonos no cuentan, que los políticos ocultan y los jóvenes olvidan. Cosas que sólo las oye uno por ahí, por casualidad. Como el caso del comisario Obando, que como no le gustó el nombre del pueblo, decidió que de ahí en adelante se llamaría "Obando", tan humilde él. La gente se rebotó, llamaron al ministerio de gobierno, a los directorios políticos y hasta al presidente para que cambiaran al tipo y, claro, la vaina se demoró, pero al fin lo cambiaron. Aún quedan algunos mapas, en Colombia y en el exterior, donde figura Obando en vez de Inírida, para vergüenza de los pocos colombianos que sabemos por qué el cambio de nombre.

Pero en "Locombia" los dirigentes hacen cosas de ese tipo de vez en cuando, como para no perder la costumbre. Casos recientes tenemos, como la operación para recuperar el palacio de justicia tomado por el M, o la "gloriosa" opinión de Barco, quien dijo que "el cuento" del exterminio de la UP era "pura estrategia electoral". Cositas como la "mala hora" de Gaviria, que nos puso a madrugar a todos, o el zaperoco reciente con Samper, que le pone el prefijo narco- a casi todo. Esas cositas que se repiten tanto en nuestra historia.

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Las flores de Inírida

Hay una planta silvestre, que se da en la parte sur de Inírida, parecida a un pasto grande de un verde brillante. Pasaría por cualquiera de esos que se comen las vacas, si no fuera porque en algunas de sus puntas surgen flores raras de pétalos rígidos y puntiagudos, en forma de espinas gruesas. Su silueta recuerda más a las semillas del diente de león que a una rosa o una margarita. Cuando están recién cosechadas los pétalos -si así pueden llamarse- pasan de un rosado intenso a un rojo oscuro de la base a la punta. En 15 días, más o menos, se vuelven todavía más rígidos y toman el mismo color de la cascarilla del arroz cuando están secas. De ahí en adelante es donde tienen su máxima diferencia con las otras flores: Sus pétalos no se caen nunca, como si se tratara de un símbolo del amor eterno. Tal vez es porque se trata de una espiga, no de una flor. Pero también tiene una característica inusual, y es que sólo se da en las cercanías de Inírida. Parece ser que necesita sentir cerca al piso cenagoso, en las partes iluminadas de la selva, o que el piso selvático iniridense tiene minerales que los otros no tienen. Se da silvestre en las cañadas y se quema también cuando las quieren alistar para el pasto.

Hace varios años, un indígena del lugar decidió que una flor tan bella podría comercializarse entre la gente del pueblo, para hacer adornos o para regalarse entre sí. El fue el primero en venderlas y hoy en día son el símbolo del municipio y del departamento. Figuran en el escudo, en las portadas de los planes de desarrollo, en los afiches y almanaques de promoción turística y en las canciones que le han dedicado los llaneros. Hasta hay dos monumentos, uno en el puerto y otro en la carretera al aeropuerto. El primero es de metal, rosado en sus pétalos y hasta chuzan sus puntas; el otro parece más un condón chistoso, de los que venden en las tiendas de bromas. Pero las flores de verdad son fáciles de conseguir. Cuando uno llega al aeropuerto, lo primero que le ofrecen al bajar del avión son los arreglos de estas flores. Los que las cosechan (no sé si las cultivan) saben que los turistas y los funcionarios son los que más compran, así que las ofrecen en ramos de a 15. Los organizan en espiral ascendente, con la más grande en el centro y las pequeñas alrededor.

Las flores, como el moriche, no se dan donde uno quiere. Son señal de que hay algún nacimiento cerca. De todos modos, no fue mucho lo que pude averiguar al respecto. La mayoría de los colonos sólo sabe que se dan por ahí y no creo que se les haya hecho mucho estudio. El intento por comercializarlas se ha limitado al departamento y sus alrededores, el resto del país si sabe que existen es de pura chiripa. Su primer comercializador, Reynaldo Plazas Hernández, mejor conocido como don "Culebro", murió en la miseria, en el último mes que yo pasé en Inírida. Lo sostenía una señora que ni siquiera era de su familia. Su idea lucrativa hoy la aprovechan otros.

Todo el mundo sabe que las flores colombianas son uno de los productos de exportación más rentables y que en comercialización de rosas y otras especies competimos hasta con Holanda. ¿Por qué no pensar en las flores de Inírida? No hay un símbolo para el amor duradero más claro que ellas, pues se secan pero no se marchitan, son puntiagudas pero duran para siempre. Claro está, si les cae el gorgojo en unos meses se volverán polvo, pero eso se arregla rociándolas con laca fina justo cuando se están comenzando a secar. ¡ salve a Inírida! Todo el mundo sabe que hay caminos, no hace falta sino recorrerlos.

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¡Carreteras? ¡No, gracias!

Igual que el avión al lado de la pista del aeropuerto está el transporte en todo el departamento. Todos los viajes se hacen por aire o por agua, ambos muy costosos económicamente, pero más viables y con menos costos ambientales que carreteras y puentes. Los motores fuera de borda son salvajes para gastar gasolina, pero hay soluciones a la vista. No son fáciles de implantar, pero se lograrían en pocos años, si se muestra interés. En Inírida mismo escuché que en Villavicencio vendían motores fuera de borda a energía solar, que no eran muy rápidos, pero se movían a una velocidad considerable. Con eso es suficiente para dejar de consumir una buena cantidad de tambores de gasolina, de aceite para motor y sus "normales" regueros sobre el río.

En Australia utilizan los ultralivianos para desplazarse sobre la inmensidad de su desierto y de sus corales. Ese país es una potencia en ecoturismo, con prácticas dignas de imitar en muchos aspectos. Es el caso de las expediciones a la selva, donde primero dan clases a los turistas, para recordarles que no van a ningún "resort" y que lo que importa es el contacto directo con la naturaleza.

En el Guainía bien se podría hacer algo parecido y hasta mejor. Volar por encima de la selva y contemplar los cerros y los atardeceres, en ultralivianos con los trenes de aterrizaje adaptados para acuatizar sobre caños y ríos; organizar excursiones educativas con las comunidades y los colonos, y campañas de concientización iniciadas desde las mismas agencias de viajes. No habría necesidad de construir pistas ni carreteras. Más bien, habría necesidad de no construirlas. Los colonos tendrían una oportunidad más cercana de ver lo que tienen, de adquirir conciencia y sentirse orgullosos del privilegio que hoy están volviendo humo. Pero ¿puede pensarse algo semejante sin antes pensar en los habitantes de la región? Para que alguien te concientice tiene que estar concientizado primero. Nadie puede dar lo que no tiene y bogotanos y caleños difícilmente pueden llamarse gente consciente. ¿Cómo concientizar poblaciones enteras con quemas de caña, contaminaciones industriales evitables y ministerios de adorno?

La cultura de los E.U., la dominante, ha convertido el automóvil en otro miembro de la familia, le ha abierto lugar en medio de su casa y de sus ciudades. En su país reinan las planicies, las montañas no son nichos de grandes ciudades. Colombia es todo lo opuesto: En la planicie casi no hay gente. El resto de las regiones tienen que soportar los derrumbes sobre las carreteras y las caídas de puentes a cada rato, atacados por la naturaleza y el desgreño administrativo. Las montañas no están diseñadas para ser carreteables, simplemente están ahí. Las planicies del oriente están llenas de selva y debemos escoger entre conservarlas o pavimentarlas. El colono aprovecha que pueden entrar los vehículos para entrar con todo. Su mentalidad no es la de adentrarse en la selva y vivir en ella, sino la de acabarla y construir encima su ciudad. Los animales, las plantas, el oxígeno, todos llenos de posibilidades, todos creaciones de , son reemplazados por creaciones del hombre, mucho más susceptibles al error.

Colombia puede lanzarse al aire, en todas partes. Hacer pequeñas pistas por doquier y privilegiar el pequeño transporte aéreo. Un caleño desarrolló un avioncito que sólo necesita 100 metros para aterrizar y utiliza gasolina de automóvil. Sería preferible un transporte así al pequeño coupé, porque no necesitaría transformar el medio ambiente de una manera tan drástica. Las carreteras y toda su infraestructura son muy costosas de mantener, implican una atención administrativa susceptible de burocratizarse y corromperse. Los avioncitos sólo necesitarían aire.

El campesino al lado de la carretera, que la mira como si fuera su cordón umbilical, se aburre con su realidad y cree que la vida en la ciudad es mejor. Cualquier lugar, en la medida en que todo el mundo quiere ir para allá, aumenta su poder. Si el campo se sobrevalorara simbólicamente, como hoy ocurre con la ciudad, creo que sus condiciones mejorarían. Los hombres levantan sus estructuras siguiendo sus sueños y tal parece que hoy casi nadie sueña lo rural.

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EL OTRO LADO

Por extrañas razones, el Guainía nunca aparece en las estadísticas que se publican en la prensa, ni en los informes de los noticieros de radio y t.v. Se esgrime un argumento de población, de mercadeo, de importancia y hasta de ignorancia para no hacerlo. Cosas fundamentales para la nación se han llegado a ignorar por ese motivo, o se les ha dejado un espacio tan reducido, que no dejarles nada hubiera dado lo mismo.

Cuando se realizaron las primeras elecciones de gobernadores en los "nuevos" departamentos, los datos de los resultados se dieron escuetos, como si no significaran nada. La mayoría de los noticieros ni siquiera los mencionaron. Los pocos que lo hicieron se limitaron a reproducir los resultados de la registraduría a nivel nacional. La mayoría de los medios estudió y analizó los resultados en Bogotá y en los departamentos más poblados, con sus capitales. En cuanto a Arauca, Amazonas, Vichada, San Andrés, Casanare, Caquetá, Putumayo y Guainía, sólo se publicaron los nombres de los ganadores para gobernador y alcalde de capital, seguidos de su cantidad de votos y el porcentaje que representaban. Poco importó que fuera la primera vez que esas sociedades y culturas escogieran a sus mandatarios regionales. Un suceso muy similar al fin de una dictadura en cualquier país del mundo fue tratado como una noticia menor, casi como un "suceso no noticioso".

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Una constitución occidental

La constituyente, en forma discriminatoria, determinó en el artículo transitorio 17 que «la primera elección popular de gobernadores en los departamentos de Amazonas, Guaviare, Guainía, Vaupés y Vichada» se hicieran «a más tardar en 1997». Las razones apenas se revisaron, comparadas con la tremenda importancia que parecían tener todas las demás. Las intendencias y comisarías no tenían la infraestructura necesaria para realizar las elecciones, pero tampoco la tenían para realizar las nacionales, como tampoco la tienen las zonas rurales de Antióquia o Cundinamarca. De hecho el suroriente todavía no tiene la capacidad de registrar los resultados electorales para senado y cámara, pero eso parece no importarles. Si el problema hubiera sido únicamente ese, también se habría retardado la elección en San Andrés y Providencia.

Desde la capital se tiene la idea (en mucho acertada) de que San Andrés es un sitio chévere, donde todo el que puede va a pasar sus vacaciones y disfruta del paisaje y los hoteles. Los nuevos departamentos, en cambio, se piensa que están dominados por la guerrilla; una verdad a medias que tiene su origen en la ineficiencia y el desinterés del estado.

Postergar la capacidad de elección de estos territorios no sólo fue una maniobra electoral, sino que también excluyó elementos políticos que la clase política considera peligrosos o una "seria amenaza para la seguridad nacional", sin importar que algunos fueran pacifistas. Aún si fueran pro-guerrilleros, es lo mismo que si se le negara el voto a los habitantes de las laderas de Bogotá, Cali o Medellín porque se ha demostrado que en esos lugares hay milicias populares. ¡Como si las elecciones fueran un premio a las comunidades que no se han "contaminado" con la presencia guerrillera, y como si esa presencia pudiera ser determinada por las comunidades mismas! Es común castigar al civil desarmado, a la víctima más indefensa del conflicto, por algo que es responsabilidad de los gobernantes, de los que manejan la economía y de los mismos cuerpos de "seguridad".

Las elecciones en el suroriente se hicieron en 1994, tres años después de la promulgación de la constitución. En los años intermedios los gobernadores fueron designados por el presidente y la carta magna nada dice sobre preguntar a las comunidades su opinión, no habla ni siquiera de una reunioncita. Como si fuera poco, en el artículo transitorio 39, le da a la presidencia la facultad de «expedir decretos con fuerza de ley que aseguren la debida organización y funcionamiento de los nuevos departamentos» por 3 meses. Y añade que «el gobierno podrá suprimir las instituciones nacionales encargadas de la administración de las antiguas intendencias y comisarías y asignar a las entidades territoriales los bienes nacionales que a juicio del gobierno deban pertenecerles». Es decir, se dejó todo en manos de la presidencia; se podía eliminar instituciones que los habitantes siempre hubieran considerado benéficas o perpetuar las innecesarias y/o corruptas. De hecho no hay datos suficientes como para tomar una decisión a cabalidad. Lo normal hubiera sido reemplazar los datos faltantes por los que suministrara la comunidad de viva voz en reuniones, pero ¿se consultó a la comunidad?

Como cosa rara, en la Asamblea Nacional Constituyente no había una sola persona oriunda de los "territorios nacionales". Los guerrilleros venían casi todos de la zona andina y sólo tuvieron un representante directo por pura casualidad. Cuando Marcos Chalita reemplazó a Francisco Maturana por el M-19, la base del movimiento exclamó que "por fin había uno de los suyos". Meses más tarde, la desbandada del M, cartas de la madre de Pizarro y declaraciones de los reinsertados pondrían en evidencia la desconfianza hacia sus propios dirigentes. Los dos indígenas que lograron a brazo partido su asiento, Francisco Rojas Birry y Lorenzo Muelas, de Chocó y Cauca respectivamente, sólo conocieron el suroriente nacional después de clausurada la ANC. Fueron a dar allá como parte de su trabajo político. Algunos en el Guainía me contaron que hicieron reuniones, hablaron con la gente, y así y todo nadie les hizo caso. Permanecieron muy poco tiempo en Inírida y sus discursos no se diferenciaban mucho de los de los políticos tradicionales. De hecho, meses después Muelas sólo obtuvo respaldo por circunscripción nacional en el Cauca y Rojas Birry fue escogido como concejal, pero en Bogotá.

No es de extrañar que haya cierto aire foráneo, "blanco", en lo poco que habla la Constitución sobre la otra mitad de la nación. La constituyente no le hizo la más mínima mella a la concentración del poder, las formas impuestas ("decretos con fuerza de ley") y su correspondiente desdén hacia una población tan dispersa. Se pasó por el lado de los más pobres y, como siempre, apenas si se les miró.

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Persiguiendo matas

En Inírida el PDA21 organizó una mesa sectorial dentro de la mesa departamental de solidaridad, como una manera de presentar el programa dentro de la política social del gobierno. Primero se nos dijo a los estudiantes de Opción que la organizáramos, que reuniéramos a representantes de todas las comunidades que se supiera tenían cultivos y discutiéramos el tema, junto con militares, iglesias y autoridades. La sola idea de meternos en un tema tan espinoso nos puso los pelos de punta. Pero el secretario departamental de planeación se negó rotundamente a que se organizara una mesa como tal, pues también se les pidió a ellos que la lideraran. Nos dijo muy claramente que una cosa era mandar que se organizara desde Bogotá y otra cosa en Inírida, donde los que exponían el pellejo eran ellos.

Los del centro no volvieron a insistir y en la mesa departamental aparecieron el director y el subdirector del programa, junto con Eduardo Díaz Uribe. Hicieron la convocatoria y se reunieron con los líderes que quisieron participar y todos los que estaban programados. No pude estar en la primera mesa del PDA, estaba colgado con las otras. El secretario de gobierno departamental presentó las conclusiones ante la mesa departamental: «La coca no es negocio para el Guainía» fue la principal. Cualquier acción se llevaría a cabo de manera concertada y sin violencia. La fuerza pública sólo actuaría si la anterior no funcionaba. Por su parte, el representante de los colonos dijo que ellos tenían la voluntad y la necesidad del gobierno. «Ustedes saben donde está la coca mejor que nosotros. Los gringos tienen los satélites y con eso pueden ver bien donde está cada mata. Nosotros lo que queremos es que se nos dé la posibilidad de sacar nuestros productos, que los insumos lleguen al departamento». En fin, el programa les parecía muy bueno, pero desconfiaban de que se cumpliera, porque, como cosa rara, sabían que el gobierno promete pero nunca cumple. «Nosotros estamos expectantes, a ver con que nos sale el gobierno; porque, eso sí, estamos cansados de promesas» dijo.

Los funcionarios citaron el caso de un municipio en el Tolima, donde la gente cortó todas las plantas, se lo comunicó al gobierno y fueron los primeros en recibir los beneficios. En el río Guaviare la gente estaba esperando a que se presentaran los funcionarios o que les llegara alguna información. No estaban dispuestos a tirar a la candela el fruto de su trabajo y una posibilidad de conseguir una renta. Para todos los colonos hablar de coca era lo mismo que hablar de frijol, banano, cacao, o cualquier otra cosecha. Se agarraban a los productos vendibles, pues era lo único que les garantizaba que no pasarían hambre. Muchos de ellos llegaron al Guainía invitados por familiares o amigos que necesitaban gente para las plantaciones, y los que no se unieron se dedicaron a resolver las necesidades de los que sí.

Meses después, el secretario de gobierno departamental tuvo que intervenir para que las F.A. no persiguieran a los coqueros del Guaviare, muchos de ellos escondidos y aguantando hambre ante su repentina aparición. Los militares respondieron que ellos podían intervenir donde quisieran, mientras fuera dentro del territorio nacional. El secretario les aseguró que si no se detenían iban a armar un problema de orden público y hacer fracasar el PDA.

De todos modos, un funcionario de Bogotá hablaba en privado del PDA y de antinarcóticos, y se refería a ellos como si fueran sinónimos. El cura párroco intervino en la mesa del programa e hizo llamados a mostrar voluntad de paz, mientras la policía y el ejército le decían a la gente qué debía hacer. El mismo sacerdote nos contó que en la mesa departamental le habían preguntado si entre los dirigentes había quedado algún militar y él les respondió que no. Los campesinos exclamaron "¡menos mal!", como si se tratara del Coco. Justo cuando se comenzaron a organizar las mesas sectoriales para la discusión, los guerrilleros vestidos de civil y los coqueros que estaban en el recinto salieron por donde entraron. Como se realizó en la caseta comunal de Inírida, la gente podía entrar y salir a voluntad. Por lo menos una muestra de transparencia.

No pasó lo mismo en el Vichada. Estaba reciente el ataque contra la guardia en Ayacucho y no se permitió el paso a gente que no estuviera carnetizada. Había soldados en cada entrada y no fue el director de la red. Sin embargo la discusión entre los alcaldes llegó un poco más lejos y duró más. También hay que tener en cuenta que en Vichada hay tres municipios, en Guainía sólo uno, inmenso.

El orden público transforma a una comunidad, hace que los militares se instalen y todo el mundo sea un sospechoso. Me pregunto: ¿Cómo fueron las mesas de solidaridad en el Urabá? ¿En el Magdalena medio? ¿Habrán sido transparentes, abiertas?

En Bogotá se iniciaron tardísimo, mucho después que en el Guainía, y nosotros estábamos desesperados por el retraso. La fecha límite se nos había pasado por dos meses, porque los líderes del sector rural llegaban a necesitar 15 días para llegar y enterarse. Que volvieran a sus comunidades, discutieran y regresaran a Inírida con sus propuestas era algo difícil de entender para las centrales, acostumbradas a tener todos los datos estadísticos listos y no preguntarle nada a la gente, sino a sus representantes. La “democracia” indirecta no podía entender que existiera la directa y le pesaba el tiempo que requería para tomar las decisiones. El secretario de gobierno departamental y el secretario de planeación municipal, los que normalmente reemplazaban a los mandatarios locales, me decían: "Los representantes están para tomar decisiones, o sino ¿para qué los eligen?" Me pregunto yo que pensarían ellos de una monarquía electa. Tal vez ellos no encontrarían ninguna diferencia.

Los pueblos del suroriente pueden tener resueltas sus necesidades de alimentación y hasta de salud con sus brujos, pero el ser olímpicamente ignorados y recordados sólo para reprimir, tiene consecuencias bastante previsibles. Casos recientes como los de Guaviare, Putumayo y Caquetá, convertidos en dictaduras regionales con las "zonas especiales de orden público", no son precisamente una razón para el optimismo. El ministro Esguerra quería cambiar la constitución para reemplazar el derecho de paz por un derecho de guerra. Gracias a , en Guainía y Vaupés narcos y militares apenas hacen pujitos. Aprovecho aquí y Le doy gracias.


NOTA
 
21 Plan de Desarrollo Alternativo, el programa del gobierno Samper para la erradicación de los cultivos ilícitos, publicitado en t.v. como "PLANTE". Pretendía conciliar con las comunidades para que ellas mismas cortaran las plantaciones ilícitas a cambio de préstamos e insumos; sólo en el caso de que no resultara la conciliación, la fuerza pública entraría a cortar los cultivos a mano y únicamente los mayores de 3 hectáreas serían fumigados con glifosato. Organizaciones bolivianas que lo vieron fracasar en su país, estuvieron en su lanzamiento oficial; argumentaban que al final sólo se obtenía represión y los cultivos se desplazaban a zonas de selva, con la consecuente deforestación. Alfredo Molano exponía las mismas conclusiones en mayo del 95 en Cambio16.  Ý  
 
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