Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
 
 
GUAINIA
¿PON MANÓ, APEWE?
Crónica Periodística y De Viaje Sobre El Departamento Del Guainía, 1995
 
 
 
 
 
_____________________________________________________________
Trabajo de grado en Comunicación Social de Rodrigo Alonso Daza Jiménez
Dirigido por Julián González Mina presentado a la Facultad de Artes Integradas de la Universidad del Valle
29 de octubre de 1996

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INDICE

OBJETIVO DEL TRABAJO DE GRADO DE PRODUCCION PERIODISTICA ESCRITO
El proceso

AL PRINCIPIO: OPCION COLOMBIA EN UNIVALLE

EL VIAJECITO

MAPAS

LO QUE HICIMOS
La red
Obstáculos
Y beneficiamos a...

MINEiROS
"Venga, yo le cuento..."
Mucho oro, pero...
La cercana Venezuela, el lejano Brasil
Dime con quien administras y te diré quien pierde

COLONOS
¿Turismo?
Animales en vías de...
¿Profesionales?
¿Servicios?
...Y el pueblo ahí
El día del...

ZOO-INIRIDA

USOS DEL SUELO Y DE LOS HOMBRES

CAMINANDO POR CALLES ARENOSAS
¿Quién manda aquí?

MI ARMADO HERMANO

LAS COMUNIDADES INDIGENAS, A OJO DE PAJARO

LA MISION
El alimento del espíritu

ESTADO Y TERRITORIO
Oposiciones y corruptelas
Zaperoco

MAVICURE Y OTROS OLVIDOS
En el caño, el piso esponjoso, la laguna de brujas
Chorro Bocón: raudales e indígenas, pilotos y estrellas
      En la comunidad
El regreso

Josefina, su historial oral
Las flores de Inírida
¿Carreteras? ¡No, gracias!

El OTRO LADO
Una constitución occidental
Persiguiendo matas

DESCONFIANZAS
La mesa secreta y "tranquilo que nosotros no lo matamos"
El petroglifo del Coco, el dolor

ESOS MUNDOS QUE TAL VEZ NO CONOCERÉ...
Gotas de lluvia

GUAINIA, ESPERANZA VERDE DE COLOMBIA...
La selva
La pesadilla
Retoñar...

BIBLIOGRAFIA

Apéndice 1

Apéndice 2

A TODO EL PARCHE...


"agua"


 

OBJETIVO DEL TRABAJO DE GRADO DE PRODUCCION PERIODISTICA ESCRITO

Las comunidades del suroriente de la nación han permanecido en una especie de limbo, durante los casi 250 años que lleva la república.  Las marchas de los cocaleros son sólo una pequeña muestra de su complejidad y su especial relación con el resto del país.  Los criterios económicos y políticos que han gobernado en los últimos 50 años (y quizás antes) los discriminaron como "habitantes de los territorios nacionales".  Bogotá no es considerado un territorio del mismo tipo; casi que se reproduce la relación que impera entre las naciones europeas y sus "territorios de ultramar".  Que se llame "colonos" (habitantes de las colonias) a las personas que viven allá es premonición de mayores anhelos de autonomía.  Las dominaciones dan pie a posturas agresivas cuando son de por sí desidiosas, despectivas, y hasta les da por aumentar sus exigencias.  Casos de esclavitud bien entrado el siglo XX -como el de la Casa Arana1- y las pésimas condiciones económicas de los labriegos de toda la región, parecen ajenos a la realidad "nacional", pero nunca han dejado de serlo.
Mi experiencia en el Guainía, tan pobre y tan improvisada, es un punto pequeño de comunicación con esa realidad.  Me permitió reconsiderar mi relación personal con las áreas rurales y contextualizarla con mis percepciones sobre la situación en el resto del país.   Además, incluyó varias relaciones con el estado colombiano: Opción Colombia y la Red de Solidaridad Social y las entidades territoriales con las que tuve contacto.  Sólo tengo los recuerdos de mi experiencia como fuente y lo que he hecho es explorarlos, detallarlos y revisarlos para buscarles sus posibles riquezas.  Busco exponerlos desde mi visión, la única que tengo a mano y que responde sin reparos cuando la consulto.  Si el contacto entre el Guainía, la universidad, los estudiantes y todos los posibles lectores de este texto se vuelven más estrechas, podré decir que hice algo.  Despertar la curiosidad acerca de esa zona del país es un paso chiquitico, pero también es abrir una puerta que desde que la conozco ha estado cerrada.  He visto frutas japonesas en Superley de Unicentro, mientras toda la riqueza de las selvas amazónicas que tenemos al pie se desconocen por completo.  Todas las revistas muestran los avances tecnológicos que se dan en los países industrializados, pero las técnicas agrícolas, de caza y pesca de los indígenas sólo parecen conocerlas ellos y uno que otro experto.   En Cali he oído colombianos orgullosos de ser descendientes de europeos y africanos, pero con respecto a los nativos sólo he visto admiración por su oro.
Nuestra concepción de cultura y de estado ha sido siempre limitada y, aunque en el discurso se manifiesta como muy abierta, en las prácticas más pequeñas y numerosas es excluyente.  De la misma manera se comporta nuestra concepción de democracia en la academia, enarbolada como respetuosa con las minorías, pero en realidad inmersa en las mismas prácticas del resto del país.  Nuestra cercanía con la investigación y el análisis no han sido suficientes para abrirnos los ojos.  Muchos llamados al orden se convierten en una justificación para la injusticia, como cuando la academia se alinea con los intereses de nuestra jerarquía política o industrial y deja de lado el contacto cercano con los sectores sociales más débiles.  Estos tienen en Colombia una relación casi que inexistente con la universidad, si no en toda América Latina2.  Son objeto de estudio y análisis, pero rara vez sujeto actuante y partícipe de las políticas que la dirigen.  Ni siquiera puedo afirmar con propiedad que tienen relación con los pequeños planes de estudio.  Es mayor nuestro interés por Internet y Microsoft que por la forma como se produce la papa que nos comemos todos los días en la sopa.  No hablemos pues de la madera o los materiales que sostienen los platos, los computadores, los colchones sobre los que llevamos a cabo nuestra vida cotidiana.  Un pequeño acercamiento a las áreas rurales y sus pobladores es necesario, indispensable, justo y todo lo que ustedes quieran, pero, antes que nada, es una pequeñísima respuesta a las necesidades de afecto y comprensión que allá se viven.  Puedo incluso poner los problemas económicos en un segundo plano, porque lo que más duele es que el interés por resolverlos sea tan desmesuradamente pequeño.


NOTAS

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  La Casa Arana fue una compañía cauchera peruana que cazó y esclavizó hasta la muerte a miles de indígenas de las selvas de Caquetá y Putumayo, en las décadas del 30 y 40. 
 
  Desde el mismo nombre.  Carlos Fuentes, en un artículo en el Magazín Dominical de El Espectador, decía que llamarnos América Latina era una injusticia con nosotros mismos.  Que éramos mucho más que latinos y lo correcto sería nombrarnos Indo/Afro/Iberoamérica, y reconocer las otras raíces casi olvidadas y tantas veces subyugadas.  Yo le alteré el orden a esta palabra y la sinteticé en INAIA, un vocablo que bien podría confundirse con muchos otros que se originaron en estas tierras. 
 

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El proceso

Esta es una descripción de lo que me ocurrió en el lapso que va desde febrero 11 de 1995 hasta julio 15 del mismo año. Esas son las fechas que recuerdo. Todo este trabajo lo he elaborado a punta de memoria. Las fotos, las conversaciones con amigos que también estuvieron en Opción Colombia, me dicen mucho del país como conjunto, pero poco sobre el Guainía en especial. Traje periódicos locales y me regalaron textos, pero sólo hablan de temas muy específicos, son muy cortos o muy coyunturales. Es muy poco comparado con lo que aprendí y viví allá. Los medios de comunicación, las estadísticas y casi que cualquier dato confiable sobre ese departamento son algo muy difícil de conseguir. Hasta el IGAC3, en los mapas del departamento, pide que le ayuden a recolectar información. Cuando viajé, mi objetivo era encontrar un profesional que estuviera dispuesto a ser mi director de tesis, además de cumplir con el trabajo asignado. Pero pasó el tiempo, los profesionales son escasos y muchas las inquietudes y las responsabilidades.
Opción Colombia me dio la oportunidad de viajar a Inírida, para trabajar con la Red de Solidaridad Social; no como un funcionario estatal, si no como un estudiante en el transcurso de una práctica interdisciplinaria. Durante el semestre de la experiencia, envié de forma mensual un informe para la Red y, si mal no estoy, dos para Opción. En ellos hablaba sobre las actividades relacionadas con esa institución, siguiendo una metodología que se nos enviaba desde Bogotá. Eso me ayudó a la hora de recordar, no tanto porque los tuviera conmigo, sino porque tenía la costumbre de recordar y reconstruir. Pero varios informes se perdieron en marañas de papel en Bogotá y sólo quedaron tres, y esos los recuperé gracias a los estudiantes de la COC4, pero casi al final del proceso de escritura de este texto. De todas maneras, la experiencia fue algo inolvidable, llena de cosas que llevaré por siempre conmigo. Opción me exigía hacer una retroalimentación a la universidad5 y el texto que elaboré como respuesta fue el que le presenté al profesor Julián González como mi proyecto de tesis. El estuvo de acuerdo en que era digno de ser profundizado y hasta publicado. Me recomendó que lo ampliara lo más que pudiera, basándome en mis recuerdos. Lo que siguió fue exprimir y exprimir mi cerebro en busca de todos los rastros del Guainía que hubieran quedado. Gracias a Dios, eran muchos; después de todo, seis meses no pasan en vano. Se los presenté a Julián y él volvió a pedirme una ampliación, pero esta vez agrupando la información por subtemas. Yo me encontré con que los recuerdos son como un camino arbóreo: si tomas por un camino te encuentras con que este se subdivide en varios y estos a su vez. Podía seguir infinitamente hablando del Guainía, discutiendo mis propios recuerdos, analizándolos hasta la minucia más pequeña. Me costaba cada vez más trabajo diferenciar mi vida personal de aquello que pudiera interesar a un posible lector, fuera académico o no. Hice una lista de temas posibles, que me faltaban por tratar y de ahí tomé los más interesantes, los que escondían más cosas que decir. Pero el cansancio en busca de recuerdos me llevaba a desvariar. Es muy difícil adentrarse en la propia mente y no decir únicamente lo que uno quiere decir. Intenté un texto en el que decía únicamente lo que quería decir y lo titulé Somnolencias. Casi no tenía sentido, era muy arduo de leer y se basaba en miles de cosas que el lector no conocía. Así que Julián me aconsejó traducir ese primer gran texto (como 40 páginas) al lenguaje del lector que nunca hubiera conocido el Guainía, echar tijera a todo lo que estuviera reiterado o fuera innecesario, ampliar lo que estuviera mal explicado y corregir lo mal redactado.
Así que, párrafo a párrafo, busqué esas características en el texto, lo volteé al derecho y al revés, pero conservando la intención original de mostrar el departamento desde mi visión. Esta última era la única que tenía para contrastar de una manera tan minuciosa, y de hecho la única que podía mostrar en el texto.
Las dos siguientes reescrituras fueron alimentadas con textos de José Luis Romero y conferencias de Jesús Martín Barbero. Conseguí las canciones, cada una con un significado anclado en el texto, a mi parecer, imprescindibles. La primera, una memoria profunda, el éxito más grande antes de venirme. La última sólo pude oírla en Navidad, cuando le regalaron un disco compacto a mi sobrino y entendí el significado de la letra. Es casi el mismo que el de la tesis, pero más folklórico y más alegre. Al leerlas se darán cuenta.
La última versión surgió de la recomendación de Julián de llevar el texto a un nivel óptimo. No hay duda de que no lo logre. Me falta mucho para eso; pero el camino recorrido entre la versión anterior y lo que resultó, fue un trecho bastante largo. Hablando en términos de calidad, claro está. Además, una desgracia ocurrió en el camino. El texto que inició el proceso, que quería incluir en el apéndice, a modo de testimonio, fue devorado por un computador. Por más que traté no pude recuperarlo, miles de veces me he arrepentido por no haberle hecho copia de seguridad. En el transcurso de este trabajo he aprendido todas y cada una de las razones por las que un computador puede destruir un disket. Pero me late que todavía me faltan unos cientos por aprender.
He vuelto a organizarlo, he quitado varios párrafos en los que primaba la especulación y la opinión; lo he resumido y vuelto a ordenar. Pero sé que si me meto con el texto una vez más le encontraré defectos, querré organizar algo y pensaré que muchas de sus secciones no tienen sentido. Pero en algún lugar tengo que detenerme. Me demoraría más de cinco años en encontrar la pieza que yo pudiera llamar "casi perfecta", o por lo menos decir "¡ésta es!".

En todo este proceso transcurrieron casi dos años: De noviembre de 1995 a agosto de 1997. Tiempo en el que volteé mis ojos al revés, me condené al subempleo y tuve que luchar por un espacio en computadores que no eran míos. Pero vale la pena comenzar. Estrechar lazos y sentirme más cercano, así sea sólo desde acá. Tener a todos los que conocí siempre presentes y buscar en mi mente una respuesta adecuada a los problemas que sentí de cerca. Recordar su pluralidad de orígenes y dar gracias a 6 porque sea posible. Inírida es la demostración de que podemos vivir con los indígenas, los venezolanos y los brasileños, mezclados con todo lo que somos los mestizos. Las intolerancias más terribles (y armadas) son vencidas por gentes sencillas, con su humildad. He visto la riqueza natural siempre al lado de la generosidad de corazón, tantas veces, que ya no creo que sea coincidencia. En cambio el orgullo, la reproducción de la sospecha y sobre todo la prepotencia, son tierra fértil para el dolor y la muerte. ¿Será posible que lo reconozcamos de una buena vez? No se trata de querer dominarnos mutuamente, sino de compartir y entregar sin esperar nada a cambio, de corazón. Porque todo aquel que da algo con interés pone las cosas por encima de las personas, da pie a la hipocresía y la sospecha. Si yo escondo mi interés, por muy buen actor que sea, el otro en algo se la pilla. Si opto por el descaro, mis palabras se vuelven agresión. ¿No es mejor acaso ser sincero y pensar en los demás? Mi religión es el fundamento de mi actuar, hasta en mi improvisación. Cuando he dejado de seguirla es cuando me he equivocado (me pasa a cada rato). Ella es la motivación social de esta tesis, de mi práctica, de mi anhelo de ver a los grupos minoritarios bien tratados. Las tiranías de la edad media nos hicieron mucho daño, nos torcieron el espíritu y hoy tenemos que reconstruirlo. Hay mucho charlatán en el camino, que no busca sino engordar su cuenta de ahorros. Pero ¿qué hay de los que son sinceros, que ayudan aunque los manipulen? La sociedad colombiana necesita la paz y el Guainía la tiene. ¡Acérquense! ¡Vayan y aprendan, que es su vida la que vale la pena! la que se pone en riesgo cuando triunfa el que busca la guerra... Es mucha pretensión para un texto tan pequeño, pero no para un pueblo, cuando sabe lo que quiere. Pero eso es lo que busca esta tesis. Si lo consigue tendremos otra razón para dar gracias y seguir adelante, para sonreír y vivir, pero esta vez con menos lágrimas.

¿Pon manó, apewe? es una traducción libre de ¿para dónde vas, hermano? a la lengua puinave, la misma que hablan la mayoría de las comunidades de los alrededores de Inírida. Así, desde el principio, respaldo una lengua hermosa, para que el español no la empuje hacia su extinción. De la misma manera, he reducido todos los espacios en blanco y el tamaño de la letra para reducir el consumo de papel. Sería una contradicción hablar de ecología y no hacer algo similar.

Le pido a  que se cumpla su voluntad en este texto. El creó los hombres y las aguas y los puso a cada uno en su lugar. Está aquí, en la selva y en todo lugar, aunque son muchos los que Le desconocen por completo. Que este sea un paso hacia ese Ser, a Quien pretendo servir. Que nos acerquemos a su tolerancia y su paz, al descubrimiento de ese lugar desconocido que está en nosotros mismos.


NOTAS

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  Instituto Geográfico Agustín Codazzi. 
 
  Corporación Opción Colombia. Si desea consultar más acerca de ella y el IGAC, haga clic aquí
 
  P.f. ver el apéndice. 
 
  Lo normal sería poner la palabra "Dios" en este lugar, pero sería como querer meter el mar en un balde. Porque Dios es una palabra para nombrar algo que no cabe en una palabra, un concepto para explicar algo que no cabe en un concepto. Todas las culturas del mundo tienen una visión especial de Quien es el Máximo Nivel Posible de Bondad, Quien creó todo y va más allá del mundo físico, aunque también está en él. Utilizar la mayúscula en los pronombres que Le mencionan es una forma de respeto, el símbolo intenta superar la precariedad del lenguaje ante una realidad de ese tamaño. 
 

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AL PRINCIPIO: OPCION COLOMBIA EN UNIVALLE

Octubre, 1994.  Aparecieron en Univalle letreros, grafitis y hasta un mural.   Todos se referían a "Opción Colombia".  Luego una nota en un noticiero de t.v. sobre lo mismo.  Sólo dijeron que se trataba de una posibilidad de ir a pueblos pequeños y apartados, a enseñar y poner a prueba los conocimientos adquiridos en la universidad.  Después, aparecieron carteles con el título "la práctica Opción Colombia"; invitaban a asistir a una reunión en la que se explicaría en qué consistía el programa con más precisión.

Asistí como pude, al igual que gente de diferentes facultades.  Se nos explicó que estudiantes de varias universidades crearon la Corporación Opción Colombia (COC) con el fin de asentar los logros de la constitución del 91.  La experiencia consistía en viajar a un municipio apartado, escogido por uno y trabajar por seis meses con una agencia del estado o una ONG que tuviera que ver con la especialidad de cada cual.  Se buscaba acercar a la universidad a la pequeña localidad, a la diversidad cultural que es la nación, convertir al estudiante en un «anfibio cultural» que ayudara a la entidad a comunicarse con las poblaciones que no han recibido ningún beneficio por parte del estado.

El candidato a practicante proponía un lugar y un trabajo que pudiera realizar, y la gente de Opción se encargaba de buscar una entidad estatal u ONG que hiciera algo igual o similar.  Era posible, pero no seguro, que le tocara justo el lugar y el trabajo que había pedido.  Si el estudiante consideraba que el lugar y el trabajo propuesto por Opción no le interesaba, simplemente decía que no.  Si quería o podía esperar, se seguía buscando opciones hasta dar con la indicada.

La idea me llamaba la atención: Tenía que ver con comunicación y me acercaba a varias necesidades culturales que no había logrado resolver.  En la práctica se exigía el trabajo de campo, el contacto directo con la gente, algo de lo que se había hablado mucho en la universidad y que siempre se había dejado a criterio del estudiante.  Decidí proponer trabajo comunitario con indígenas en la Sierra Nevada de Santa Marta o en la Serranía de la Macarena.

En una reunión, unas semanas más tarde, un compañero de la COC me preguntó si quería ir a trabajar al Guainía, con la red de Solidaridad Social.  Ninguno de los dos recordaba dónde quedaba el departamento y tuvimos que buscar un mapa para ubicarlo.  Estaba justo en la patica del extremo oriental, en las fronteras con Venezuela y Brasil.  Pregunté si en ese departamento había indígenas.  Marco Alejandro, uno de los estudiantes que nos habían instruido sobre la COC, me respondió que eran el 98.8 % de la población según el DANE, y yo acepté.

¿Por qué acepté? Durante mi carrera1, también tomé asignaturas con diferentes planes.  Compartí experiencias con gente de filosofía, educación física y psicología.  Además, vi un seminario sobre democracia y derechos humanos que se dio para todos los estudiantes de Univalle, con profesores de diversas especialidades.  Mientras tomaba esas clases sentía una y otra vez lo mismo: La universidad estaba centrada teórica y mentalmente en Europa, había una visión de INAIA2, pero primaba el punto de vista europeo.  Sentía que había un agujero en mi instrucción, que nuestra cultura es y ha sido desde el principio una mezcla de lo indígena, lo europeo y lo africano.  Me faltaba explorar dos de las tres raíces de INAIA que habían sido tan poco trabajadas en el plan.  Para llenar el vacío había que buscar al indígena en su pasado y en su presente y ésta era la oportunidad precisa.  Después buscaría explorar la raíz africana, más difícil de seguir al otro lado del Atlántico.  Esta fue una de las razones primordiales por las que decidí viajar.

Tenía que partir hacia Bogotá, recibir una instrucción sobre lo que era la red de Solidaridad de manera más precisa y partir hacia Inírida, la capital del Guainía.  Me gustaba lo poco que conocía de la red; sólo había visto publicidad en t.v.  y uno que otro artículo en un periódico.  Sabía que era una agencia del gobierno con programas para beneficio de los más pobres.  Algo que debió existir desde el principio de la República, pero, como sabría después, ni aún en 1995 tocaba tierra.

Salí con una maletica, viajé por tierra y llegué al edificio del Archivo Nacional, casi al lado del Palacio de Nariño.  Con estudiantes de todas partes del país, de diferentes especialidades e idiosincrasias, recibí una "instrucción-relámpago", sobre todos y cada uno de los programas de la red.  Fue un bombardeo de datos, lanzados todos juntos como a la juria.  Todos sentimos que nos quedó faltando algo.  Pudimos hacer muchas preguntas, interrogar e interrogar, pero esa no es la más usada de las costumbres del estudiantado.  No había suficiente tiempo, no sabíamos lo que realmente íbamos a encontrar al llegar a los departamentos, se nos mostraba algo que era totalmente nuevo y, como si fuera poco, el estado colombiano es oscuro y complicado.

Nos presentaron once programas en total, de vivienda, salud, educación y empleo.  Me pareció un enredo completo el de vivienda urbana, lleno de leyes, vueltas y vainas.  Nadie estaba preparado para una instrucción de esas y nadie salió preparado de ella.  A los que iban a trabajar con el FOSES (Fondo de Emergencia y Solidaridad Social) se les dio una instrucción adicional, que de todos modos sólo duró un día.  Después, nos repartimos, cada cual para el terreno en el que iba a trabajar.  Unos se fueron inmediatamente, otros en unos días y, una compañera y yo, en 15 días.


NOTAS

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1     Comunicación social. 
 
2     P.f.  ver la introducción. 
 

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EL VIAJECITO

Cuando viajé, sólo Satena llegaba al Guainía y en "la aerolínea de Colombia" nunca hay cupo.  Esperamos, llamamos todos los días y nunca había cupo.  Nos dijeron que fuéramos a las 6 a.m. al aeropuerto "a ver qué se podía hacer", pero la idea de levantarse tan temprano con todo y maletas, sin la más mínima seguridad, nos convenció de que tendríamos que buscar por otro lado.

Después, ya en el Guainía, nos contarían que los aviones llegan casi vacíos, con varios asientos libres, lo que hacen es pedir una colaboración para meterlo a uno en el avión y darle la sorpresa del cupo ya cuando está en el aire.   Gracias a , también se nos dijo que los aviones de carga a veces llevaban gente y que era más barato.  Eso ya era un aliciente.  Averiguamos y valía como 10 mil pesos menos, y si estábamos de buenas nos sentábamos; si no, nos íbamos encima de las cajas y los corotos que llevaba el avión.  Enero3 llegaba a su fin y nosotros debíamos haber llegado a principios.  15 días de espera, con dinero que se le escabulle a uno como gallina en medio del monte, fueron suficiente para convencer a cualquiera.

A la compañera que también iba para el Guainía no le fue tan mal.  Telmarrosa Ceciliahurí Angarita Gómez es bogotana.  Vivía en la capital y no tuvo problemas con los buses ni con la alimentación.  Donde sí los tuvo fue en la universidad Nacional, que parece ser más rígida en el papeleo que Univalle.  Le exigían solicitar permiso en tres oficinas distintas para retirarse por un semestre y tenía que presentar un trabajo que demostrara que no se fue de turismo, así no le calificaran nada, ni le sirviera como aporte para su carrera.

De todos modos ella decidió ir; sus principios le exigían cumplir con la palabra dada.  Fuimos a comprar los tiquetes a una oficinita, al otro lado de la ciudad, donde recibían la carga para el aeropuerto.  Sólo dos líneas de carga llegan hasta Inírida y nos ordenaron presentarnos a las 6 a.m.  en "la pista de enfrente de El Dorado".  Esa dichosa pista no la conoce ningún taxista, pues en Bogotá son pocos los que saben donde queda tal o cuál cosa.  Si uno pregunta lo mandan para donde no es, lo más común es que le digan «yo no sé, mire a ver en esa dirección, a ver si de pronto».  Después de mucho voltear y de luchar con el taxista para que no me diera en la nuca (de todos modos lo hizo), encontré el lugar cruzando la calle.

En una bodega llena de cajas y toneles esperaban todos los pasajeros.  Llegué 2 horas tarde, pero igual el avión saldría como a las 10 de la mañana.  En la espera conocimos a tres monjas misioneras, una abogada, un policía y un profesor que también iban para Inírida.  Había otras 15 personas que iban en el mismo avión pero para Puerto Carreño, en el Vichada.  Todos parecían habituados a esperar, menos nosotros.  No se veía ni un asientico, ni un murito ni nada.  No podíamos sentarnos en alguna caja de la bodega, porque de pronto se dañaba lo que llevaba dentro.  Tocaba recostarse en la pared, dar vueltas para que no se nos durmieran las piernas y esperar.  Conversamos sobre los DC-9 que se habían caído por esa época, pero gracias a  el nuestro era un jet.

Entregamos los tiquetes e hicimos fila; las mujeres y los niños entraron primero, para que alcanzaran a coger asiento.  Los demás nos sentaríamos sobre las cajas, o por ahí, donde pudiéramos.  Subimos al avión por una escalera metálica, no las típicas de abordar, sino una de esas de pintor.

La carga adentro no era tratada mejor que nosotros: se veían bultos de papa rotos, papas tiradas, cajas de frascos de mayonesa y de salsa de tomate rotas y con su contenido regado.  Ahí iba de todo: muebles, abarrotes, hortalizas, cemento, varillas, etc.  Había como 12 asientos en la parte de adelante y las mujeres los ocuparon casi todos.  Los hombres que sobramos nos sentamos entre las papas, como en cualquier chiva, y esperamos.  Por lo menos podíamos mirar por la ventana y sentarnos donde quisiéramos.  Subieron la escalera al fuselaje con mucha bulla y la tiraron por ahí, entre los asientos.  Desde el avión mismo se sentía uno en el campo.  El avión era usado por campesinos y sus voces y sus maneras recordaban el ambiente de pueblo.

La mayoría de nosotros éramos puro sobrepeso.  Los empresarios de carga taquean el avión al máximo de su capacidad y a veces hasta más (y hablando sólo de carga).  Sólo cuando algún avión se cae se ajustan los controles; de resto, se debe esperar una tragedia para no arriesgar la vida por un tiempo.

Cuando por fin salimos hacia la pista, teníamos una fila de aviones de todo tipo y tamaño detrás de nosotros: Avionetas, Hércules, jets de carga, etc. esperando su turno para poder alzar vuelo.  ¡Qué ironía, Bogotá tiene trancones hasta en el aeropuerto!

La verdad es que me sentí muy cómodo en el vuelo.  Tenía toda una ventanilla para mirar hacia abajo y contemplar el paisaje, sin asientos que estorbaran si quería mirar por la del lado.  Vi como la monstruosa urbe se iba convirtiendo en montañas, vaquitas de juguete y los regueritos de casas de los alrededores.  El terreno verde oscuro y nublado iba descendiendo y se iba pelando poco a poco en las zonas agrícolas, hasta convertirse en el pasto de la llanura.  Se veían aguas de diferentes colores, con los bordes de los ríos y los nacimientos llenos de selva espesa.  Cada vez que uno de los carritos de juguete pasaba por las carreteritas, se formaban nubecitas de humo.

 

Esta es una postal del río Amazonas que me encontré.  Es más o menos una visión del Guainía desde el aire, sólo que en época de invierno.

 

Hicimos escala en Puerto Carreño y todo el mundo tuvo que bajarse para que pudieran descargar.  Recorrimos las calles polvorosas y arenosas del casco urbano, calientes como ellas solas.  Chiquito, de calles amplias, el pueblo no tenía mucho que mostrar.  Sólo es de destacar el monumento donde se levanta la bandera, el hito que demuestra dónde empieza el territorio colombiano.

"Así, igualito, es el clima de Inírida, sólo que un poquito más fresco" me dijeron los que ya habían ido.  En el aeropuerto, casi toda la carga quedó abajo y fue reemplazada por un tumulto de gente; todos estaban tostados por el sol y tenían un aire singular en el hablar.  Sus rostros revelaban ancestros más cercanos a los indígenas, pero eran la clase pudiente mestiza, que vestía a la moda y podía pagar el costo del pasaje.

Apenas el jet tocó tierra, todas las cajas que quedaban se nos vinieron encima y tuvimos que detenerlas entre todos, en un enredo de manos, cajas, pies y papas.  Los niños que se habían sentado más atrás gritaban "¡auxilio!" entre risas, navegando en ese mar de cajas.  Menos mal no les pasó nada.

El avión se detuvo, abrieron las escotillas y pusieron de nuevo la escalera.   Desde las ventanillas se veían montañitas de arena blanca alrededor del aeropuerto, dejadas ahí desde que lo construyeron.  En el lado opuesto yacía un avión estrellado hace años, casi entero, oxidándose a sol y agua.

Cuando bajé la escalera, lo primero que vi en el horizonte fueron cinco columnas de humo en el horizonte, cada una en un punto cardinal diferente.  Recordé las luchas de los bomberos contra el fuego en los alrededores de Cali, casi siempre vencidos por llegar muy tarde.  Como esa vez que se vio arder el cerro de Cristo Rey, justo al lado de la estatua, todo un día y una noche.  El problema era el mismo, pero esta vez se quemaban cuatro veces más especies de plantas y de animales.  Estábamos en Inírida, la capital del Guainía.


NOTAS

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3     Enero de 1995. 
 

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MAPAS

GUAINIA EN COLOMBIA
su relación con la amazonia



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LO QUE HICIMOS4

Realicé la práctica Opción Colombia en Inírida, la capital del departamento del Guainía.  Su casco urbano es bastante pequeño, más o menos del tamaño del de Jamundí.  Su población está compuesta principalmente por colonos provenientes de diferentes partes del país, en proporción aproximada del 60%.  El otro 40% lo integran indígenas de varias etnias que habitan el departamento a nivel rural y de un porcentaje importante de grupos indígenas que han migrado del Vaupés.

La gran mayoría no posee un nivel educativo por encima del bachillerato; los profesionales que viven en Inírida han llegado todos a través de Bogotá para trabajar con el gobierno municipal o departamental.  Las únicas vías de comunicación son el río Inírida y las dos aerolíneas, Satena y AeroRepública, que llegan dos o tres veces por semana.

El departamento del Guainía está ubicado en el extremo oriental del país, en los límites con Brasil y Venezuela, rodeado por Vichada, Guaviare y Vaupés.  La mayor parte de su territorio es selva y agua.  Sus gobernantes consideran el departamento dentro del corpes5 de la orinoquia por conveniencia política y económica, pero en el sentido estrictamente geográfico, sólo los ríos Guaviare, Atabapo e Inírida desembocan en el Orinoco.  Los ríos Negro, Isana, Cuyarí y Guainía pertenecen a la amazonia.  Todo el territorio está cruzado por infinidad de caños, que desembocan a su vez en los ríos principales.

Los indígenas son la mayoría de su población, con un total aproximado de 24 culturas.  Los puinave y los curripaco son las etnias más grandes, pero también los hay guahibos, sikuanis, yerales y otros.  Son difíciles de cuantificar por la movilidad de la población.  Habitan las riberas de los ríos, distribuidos en pequeñas comunidades de no más de 800 habitantes, muy distantes entre sí.  Sólo Inírida, la capital, tiene cerca de 14 mil habitantes, con un porcentaje de población flotante del 25 por ciento.

En el río Inírida predomina la etnia puinave, en el Atabapo y en el Guainía, los curripaco; en el Isana-Cuyarí y en el río Negro estos últimos comparten el territorio con los yeral; el Guaviare está habitado por distintas etnias, principalmente las provenientes del Vichada y el Vaupés.  Según el DANE el total de las etnias hacen el 98.8% de la población, pero, si me apoyo únicamente en mis observaciones, podría decir que la cifra real oscila entre el 70 y el 80%.  Después de todo, el censo no considera la población móvil ni a los colonos desplazados recientemente.

Inírida es el único municipio, los demás son corregimientos y los administra la gobernación.  De todos modos, la zona rural que controla la alcaldía es inmensa.  Comienza en el Guaviare, llega hasta el Inírida medio e incluye caños afluentes.


NOTAS

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4     Esta sección, esta basada en la respuesta a un formato de retroalimentación a la universidad que nos presentó la Corporación Opción Colombia.  Una copia del formato original se encuentra en el apéndice 1.  La corporación esperaba un proyecto en común entre todos los que regresamos de las regiones, pero la idea no cuajó, pues todo el grupo de los "reinsertados" estaba muy disperso y ocupado en sus propios asuntos. 
 
5     Corporación Financiera para el Desarrollo Regional. 
 

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La red

En lo que a mi práctica respecta, apoyé el programa presidencial de la red6 de Solidaridad Social.  Mi trabajo consistió en coordinar la mesa departamental de solidaridad y las mesas sectoriales de salud, educación, vivienda y empleo.  También hice seguimiento a los proyectos de los siguientes programas:

  • Mejoramiento integral de la vivienda urbana y su entorno
  • Vivir mejor (vivienda rural)
  • Programa de generación de empleo urbano (PGE)
  • Programa de generación de empleo rural (PGE rural)

Al momento de llegar, estas actividades las llevaba a cabo la secretaría de planeación departamental, por encargo del gobernador.  Según el reglamento operativo de la red, los integrantes de la gerencia colegiada (el gobernador, los alcaldes de los municipios, representantes de la comunidad, de las ONG, de las entidades ejecutoras, las iglesias y otros organizaciones civiles) eran los encargados de la gestión de cada programa.  Pero, como todas esas personas tenían casi todo el tiempo copado de actividades, lo normal era que se delegara en una institución que tuviera una visión general de los problemas del departamento.  En la mayoría de los departamentos del país le correspondió a la delegación del PNR, pero en el Guainía ésta no existía.  Sólo hasta el mes de marzo del 95 se oficializó el nombramiento del delegado, y nos correspondió, a mi compañera de Opción y a mí, colaborar con la organización de la nueva delegación y hacer las veces de secretaria y mensajero, mientras se nombraban los correspondientes.

De todas maneras, el trabajo de la red es un trabajo interdisciplinario, en el que intervienen todas las instituciones estatales, tanto las secretarías departamentales y municipales como los institutos descentralizados (como el ICBF, la Caja Agraria, etc.); con todos ellos tuvimos que ver.  En cada mesa sectorial se sentaban los técnicos de cada institución con representantes de la comunidad (o la comunidad misma), a decidir en qué se utilizaban los recursos en algunos programas y/o cuáles eran las comunidades o las personas beneficiadas.   Por ejemplo, en la mesa sectorial de vivienda se reunían un representante de cada barrio del municipio, representantes de las comunidades de los ríos, un representante de la alcaldía, uno de la secretaría departamental de planeación y mínimo uno de la red de Solidaridad.  En ocasiones estuvieron presentes representantes de la secretaría de obras públicas, del PNR, la Caja Agraria y del INURBE.  Entre todos decidían cuál era el barrio con mayor concentración de pobreza en el casco urbano de Inírida y cuál era la micro-región departamental con más necesidades básicas insatisfechas.  Ninguno podía haber sido cubierto por los programas de vivienda rural de gobiernos anteriores.

Los recursos que alimentarían los programas provenían de los fondos de cofinanciación, como son: El de solidaridad y emergencia social (FOSES), el de desarrollo rural integrado (DRI), el de infraestructura vial (FIV), el de infraestructura social (FIS), el de infraestructura urbana (FIU) y la financiera de desarrollo territorial (FINDETER), además de los institutos de reforma urbana (INURBE) y bienestar familiar (ICBF) y las secretarías de educación y salud departamentales y municipales.  


NOTAS

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6     En este texto las letras iniciales de las instituciones están todas en minúscula.  No se trata de un error ortográfico, lo hice adrede.  Las he conocido tan impersonales y tan impersonalizantes que no creo que tratarlas como un nombre propio sea lo más adecuado.  No se merecen el honor de tratarlas como nombres propios. 
 

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Obstáculos

Para nosotros fue un obstáculo llegar a un departamento donde no había delegación PNR.  Las personas encargadas de los programas de la red en planeación departamental sabían muy poco al respecto y esperaban mucho de nosotros.  Como fuimos capacitados en Bogotá a velocidades fantásticas, la ventaja que les llevábamos era bien pequeña.  Encima teníamos que pedir todo prestado: Computadores, papel, máquinas de escribir, teléfono, etc.  Menos mal que en el departamento fueron muy amables y no se quejaron de las incomodidades que les causamos.

Casi todas las decisiones teníamos que consultarlas con el nivel central; las comunicaciones telefónicas son difíciles y las congestiones son pan de cada día por la precariedad del equipo de Telecom local.  Tuvimos la suerte de encontrarnos en el aeropuerto personas que conocían la región, de no ser así, hubiéramos llegado sin siquiera saber donde quedaba la gobernación.  De todos modos, el departamento nos colaboró con 2 meses de arrendamiento y alimentación.

Otro obstáculo fue la escasa posibilidad de visitar las comunidades indígenas directamente, por la distancia y el consumo descomunal de gasolina que significan los motores fuera de borda.  Sólo pude estar con las comunidades en tres ocasiones, de dos días cada una.  En el departamento la centralización es muy difícil de evitar, pues hay comunidades a una distancia de 15 días por río y las que están conectadas por aire sólo tienen vuelo cada 15 días, como son las poblaciones de Barrancominas y San Felipe.

En cuanto a los niveles centrales, las regionales de los institutos "descentralizados" están todas en Bogotá o en Villavicencio, lo que complica mucho las vainas.  Muchas veces los funcionarios no estaban, después de 40 minutos de insistencia (cuando menos), o no querían responder porque "estaban muy ocupados", lo que tampoco sería de extrañar, pues las regionales atienden toda la orinoquia o la orinoquia y la amazonia juntas.

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Y beneficiamos a...

¿A quién benefició mi trabajo? Creo que principalmente a la presidencia de la república y a la delegación de la red.  Se supone que se trataba de beneficiar a la comunidad, pero es difícil que la comunidad tome las decisiones más importantes.  Lo normal es que sea alguien ajeno el que sepa cómo se hacen las cosas.  Los funcionarios no están acostumbrados a que la gente participe.  Si alguien les consulta algo responden lo poco que saben y lo ponen a dar vueltas o a hacer cola para hablar con el gobernador o el alcalde.  Sólo unos pocos funcionarios manejan la totalidad de los problemas.  En un departamento pobre como el Guainía no hay una oficina de información al público, cuando lo que se necesitaría serían más de cuatro.

La mala atención no se debe sólo a la pereza.  Al pedirles que respaldaran la participación comunitaria, el secretario de gobierno departamental y el secretario municipal de planeación (ambos encargados de su entidad local por ausencia del titular) me dijeron casi al unísono en una reunión, que "no se podía ser tan democráticos".  Como si fuera poco, el coordinador departamental de corregidores me citó informalmente un refrán de la región: "Ni el mañoco7 es comida ni el indio es gente".  Su intención al citármelo fue una manifestación clara de racismo, pues toda la conversación la dedicó a demostrar que los indios eran gente inferior.  Que todavía se encuentren altos funcionarios con mentalidades como esa da para preocupar a cualquiera.

No se puede negar que enfrentarse a una cultura diferente implica más de una dificultad.  Los indígenas tienen una manera diferente de comportarse, manejan términos en su propia lengua, pero les cuesta entender los del español en un nivel técnico.  Ellos lo escuchan a uno, dicen y hacen como si entendieran así no hayan entendido nada.  Para ellos la ignorancia es algo supremamente vergonzoso y no es normal que la acepten frente a quien representa una autoridad.  Con lo poco que los conocí, me pareció ver que sólo la aceptan frente a personas conocidas, de confianza, que no parezcan "ser doctores".  Además hay diferencias en el parentesco, en la manera de celebrar, con el idioma, con los datos...  Pero ninguna será suficiente para justificar posiciones dictatoriales, prepotentes y racistas.

La Dirección de Asuntos Indígenas del ministerio de gobierno tiene una oficina en el Guainía.  Se supone que atiende todos los problemas que se les presenten a las comunidades con las autoridades estatales y cosas por el estilo, pero sólo un antropólogo y un piloto de lancha indígena son los encargados.  ¡Sólo una persona para atender como mínimo cuatro culturas en un departamento dos veces más extenso que el Valle!  A eso le añadimos colonos que miran a los indígenas como una etnia inferior, que dicen que son perezosos, que parecen animales, que no tienen ninguna ambición y así.

El antropólogo debe explicar aspectos culturales a grupos humanos que no tienen el más mínimo interés en entender, y entre ellos puedo contar a los profesionales.  Además, las comunidades tienen un cúmulo de necesidades por resolver; cada una implica que el indigenista se desplace a lugares lejanos y explique lo mismo una y otra vez.  A la larga, toma la misma postura de un funcionario de ventanilla en una institución estatal: regaña a la gente, le da largas, manifiesta con el tono de su voz y su actitud la molestia que le provoca que le hagan la misma pregunta por quincuagésima vez.  El maltrato al ciudadano es la cultura corporativa del estado y son pocas las entidades que escapan a ella.

Desde el punto de vista andino-industrial, los indígenas no saben hacer nada, son gente muy atrasada.  Como no tienen industrialización (máquinas, equipos electrónicos y demás), se les considera atrasados.  Un obrero de cualquier empresa los superaría con facilidad en la operación de maquinaria8, la mayoría son indocumentados y analfabetas, y eso los ubica al mismo nivel de los desempleados o de los indigentes.  Muy pocos reconocen que muchas de sus habilidades complejas en el manejo del medio natural son tecnología de punta.  En la gran mayoría de las comunidades de los ríos Isana-Cuyarí y Guainía-Negro, donde sólo han llegado los mineros y unos pocos representantes del gobierno colombiano, los indígenas se las han ingeniado para sacar todo (agua potable, nutrientes, transporte, remedios, vivienda, etc.) de la selva y de los ríos.  Sus actividades generan un nivel ínfimo de contaminación, que cualquier municipio del país envidiaría.

Sin embargo, en el Guaviare y en las comunidades cercanas a Inírida, donde la colonización es cada vez más intensa, los nativos sienten vergüenza de ser lo que son.  Rechazan los productos naturales y tradicionales para consumir alimentos producidos en el comercio, con un menor contenido nutricional y a los que no están acostumbrados.  El olvido y la vergüenza cultural atacan con fuerza las tradiciones de compartir las cosas en comunidad, minan su profundo respeto a las autoridades ancestrales y al medio ambiente.

Se puede sentir el paso de las diferentes etnias hacia las costumbres que llamaríamos "nuestras".  Se vuelve un lugar cultural común el indígena físico con mentalidad mestiza; alguien con rasgos y acento indígena, pero que sólo tiene en común con las comunidades su código genético.

El camino que nosotros seguimos con relación a E.U.  tiene el mismo síntoma.   También el colombiano siente vergüenza de su cultura.  Es muy rara la escuela de inglés sin clientela, son más los que han ido Miami que los que conocen un resguardo indígena.  Aquí mismo en Cali, están desapareciendo los letreros en español.  Tal parece que a los comerciantes su idioma no les parece muy "in", ni muy "play", ni nada por el estilo.  Nos comportamos como una cultura subordinada y los códigos de la dominante son los que predominan.  Pero todavía podemos seguir el consejo de Rubén Blades y buscar algo mejor.
 

No te dejes confundir / busca el fondo y su razón
recuerda se ven las caras / pero nunca el corazón

 


NOTAS

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7     El mañoco, junto con el casabe, es la base de la alimentación de las comunidades indígenas de la región.  Consiste en harina de yuca brava a la que le han extraído el jugo venenoso exprimiéndola.  A ambos los tuestan en grandes sartenes de barro; cuando se revuelve y queda como harina seca se llama mañoco, cuando la arman y la tuestan en forma de una galleta grande, se llama casabe. 
 
8     Por lo general se desconoce, o se tiende a olvidar, que el aparataje industrial del país es casi todo elaborado en E.U., Alemania u otra nación industrializada, y que está obsoleto o rezagado frente al que ellas usan. 
 

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MINEiROS

La minería en el Guainía es la actividad que más ganancias reporta, por encima del cultivo de la coca o del comercio.  En cualquier curva del río Inírida pueden verse las "balsas", o armazones de metal montados sobre tambores de gasolina llenos de aire, que flotan sobre las aguas oscuras.  Cada una tiene techo de palma y carga los motores de bombeo indispensables para impulsar aire a sus buzos.  Estos tipos llegan a descender 25 metros bajo el agua, en busca de oro.  Cada uno lleva una manguera para absorber la tierra del fondo y buscar las vetas en medio de la oscuridad, la arena y el lodo.  De su pericia depende si se vuelve rico o muere aplastado.  Es normal que de tanto absorber el fondo, se haga un nicho y el terreno se le venga encima.  También es necesario que sea un hombre fuerte y resistente, pues la manguera hala duro para donde ella quiere.  Además, le toca pasar horas enteras debajo del agua fría, en medio de corrientes traidoras.

A pesar de lo arduo del trabajo, la gente viene de lejos porque puede llegar a ganarse tres millones de pesos en un mes.  Como polvo de hierro atraído por un imán, han llegado mineros, prostitutas y comerciantes de todas partes del país, detrás de las riquezas guainieñas.  En Inírida hay una cuadra donde la mayoría son mineros; sus casas son firmes, amplias y bien construidas.

Los buzos brasileños, conocidos en Brasil como garimpeiros, llegan a venir de lugares tan distantes como Manaos, Brasilia y hasta Sao Paulo.  Parecen más experimentados en la búsqueda y la extracción que los colombianos, pues han adquirido experiencia trabajando en su país, que tiene diez veces más selvas y riquezas minerales.  La mayoría de estos hombres no habla español, entiende cuando uno les habla, pero responde en portugués.  No vienen a aprender, ni siquiera de turismo, vienen sólo por el oro.  Cuando lo consiguen, se lo gastan en cerveza y mujeres casi de inmediato.

Pero la suerte no siempre les sonríe.  Son muchos los que sólo han llegado para sufrir, endeudarse y conocer los misterios del Guainía.  Para los brasileños el terror en Colombia es el DAS.  Cada cierto tiempo este organismo de seguridad organiza batidas para capturarlos y deportarlos.  Se mete en los hoteles, en las casas donde alquilan habitaciones, casi siempre de noche, y los coge de improviso.  Pero poco o nada sirven los operativos, pues ellos se esconden o se alejan un poco del pueblo cada que les toca.  A los 4 o 5 días se les ve por las calles del pueblo, como si no hubiera pasado nada.  La mayoría han sido contratados por los comerciantes del oro y los dueños de las balsas, que son los que se quedan con la mayor parte de las ganancias.  Con todo su dinero, es fácil influenciar la política local.

Aunque la mayoría de los patrones son colombianos, hay algunas "minas" que están habitadas casi exclusivamente por brasileños y ahí los colombianos son tratados como extranjeros.  Poco importa que el territorio en el mapa tenga el letrero de «Colombia», ellos son la mayoría y no se distinguen precisamente por su honestidad.  Algunos mineros colombianos me hablaban muy bien de ellos.   Aseguraban que son muy humanitarios y más cordiales que los mismos compatriotas.   Pero muy pocos de ellos tienen un nivel mediano de instrucción; sus hábitos de consumo los hacen vivir al borde de la quiebra, a pesar de todo el dinero que llegan a ganar.  De todos modos, ese es un mal que los ataca a todos, sin distinción de nacionalidad.  Como si fuera poco, los comerciantes se desplazan a las "minas" y cobran de acuerdo a los ingresos de sus clientes, es decir con precios inflados.  Se pueden ver panes no muy grandes a mil pesos, cervezas al triple de su valor comercial.  Los buzos pagan como si nada.  Los comerciantes consideran el sobrecosto algo natural, una retribución por ponerles las mercancías casi a la mano.  "Si no fuera por nosotros les tocaría ir hasta Inírida" dicen unos.

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"Venga, yo le cuento..."

Entre los buzos hay leyendas, miles de anécdotas que les encanta contar.  A unos les gusta mostrar sus balsas y explicar el proceso.  A diario arriesgan la vida y trabajan hasta por las noches.  Cuando se les ve por ahí, con la ropa buena, es que están descansando.  Aprovechan esos momentos para hablar de todo con emoción.

En Mavicure me contaron una historia que parece un "Azul profundo" criollo:
Había un buzo muy callado; no decía nada a menos de que se lo preguntaran, pero era buenísimo debajo del agua.  Todos los que trabajaban con él sabían que estaba trastornado.  Su mujer lo había dejado, aburrida de esperar riqueza y no ver sino deudas.  Como estaba tan necesitado de plata, el tipo seguía trabajando.   Un atardecer, apenas pudo sumergirse, se soltó de las mangueras y se fue a lo más profundo, a puro pulmón.  Otros buzos que lograron verlo le hacían señas de que regresara, pero él no hacía caso.  Algo así significaba dejar que la corriente lo arrastrara a una muerte segura.  Casi todos pensaban que era un accidente.  Uno se soltó también y logró hacer que lo viera, en medio de la oscuridad del río.  El tipo lo miró y siguió como si nada.  Su auxiliador lo pensó mejor y reconoció que tan abajo no podía seguirlo.  Se dijo que lo más probable era que tuviera que pelear para sacarlo y regresó a la superficie.  Además, quedaba la posibilidad de que lo intentara otra vez, cuando estuviera sólo.  El buzo enloquecido se perdió en las tinieblas y nadie volvió a verlo.  Quedaba la esperanza de que encontraran su cuerpo río abajo, pero nada.  O se lo comieron los peces o se lo tragó la tierra.

También contaban en Inírida de un ingenuo que llegó de Boyacá, sin siquiera plata para el regreso.  El tipo pensaba que se trataba de minas cavadas en el piso, como las de carbón o esmeraldas.  Como no sabía bucear, tuvo que dedicarse a jornaliar para poder regresar y acabó quedándose del todo.

Los mineros son hombres platudos pero sin instrucción, nómadas que sólo persiguen el oro y se van cuando se acaba.  Y es que irse es fácil.  La "mina" sólo es en realidad un cúmulo de balsas ancladas en un lugar de la corriente del río.  Siempre están encima de las vetas más grandes, de las que pueden explotar con el sistema que usan.  Nada que ver con socavones.  Unos decían que ese nombre se lo inventaron al principio, para ocultar el verdadero origen del oro y no tener que compartirlo.  Hoy día es raro el iniridense que no conoce una balsa.

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Mucho oro, pero...

Los mineros hablaban muy bien de su actividad, pero no todos compartían su opinión.  El río Inírida era el lugar preferido para escarbar en su lecho con las dragas, pero el alcalde de Inírida decidió vetar el lugar.  Las comunidades indígenas ribereñas estaban molestas con sus borracheras, sus armas, sus riñas y las prostitutas que venían detrás de ellos.

Como cosa rara, las prostitutas no son el grupo profesional más aceptado socialmente; por lo menos de frente.  Las mujeres "de la vida" tienen su sede principal en el bar "Firulais", a tres cuadras de la Gobernación, como es normal en cualquier pueblo del país.  Pero sus sucursales en el área rural no lo son.   Cerca a la mina se pueden ver carpas hechas con plásticos y palos, donde las señoras guindan sus hamacas y se guarecen del sol y la lluvia.  Cobran según su experiencia, belleza y popularidad, siempre en oro, en gramos o en rayas (0.8 de gramo)9.  El oro de los buzos es tan atrayente que siempre hay mujeres dispuestas a perseguirlos.

La mayoría de las comunidades nativas son evangélicas, muy estrictas con respecto a la sexualidad ilícita y el consumo de alcohol.  Además, la minería contamina sus fuentes de agua y genera dispersión entre los jóvenes.  Como me dijo uno de ellos: «trabajar la tierra es muy cansón.  La suda uno mucho y no gana nada.  En cambio en la mina se gana más del triple y en menos tiempo».  La novedad y la posibilidad de ingresar en la sociedad nacional en condiciones de superioridad económica, son para ellas fortísimos alicientes.

También entre los colonos la contaminación con mercurio comienza a ser una preocupación.  Las poblaciones en el Guaviare y el Inírida ya se daban cuenta y no les gustaba.  Comienzan a aparecer enfermedades en la piel, inflamaciones en los pliegues del cuerpo y escasean o disminuyen de tamaño algunas especies de peces.  El origen de tales cosas no es ningún misterio.  El buzo utiliza el azogue para purificar el oro y, cuando no derrama el líquido resultante en el río, lo quema.  A fin de cuentas, el químico va a dar a las fuentes de agua que se usan para cocinar y beber.  A los comerciantes, encantados con el consumo de cerveza y lo mucho que les compran los mineros, no les gustaba la idea de dejar de verlos.


NOTAS

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9     El oro es la única moneda aceptada entre los mineros, pues es muy engorroso desplazarse hasta el pueblo para cambiarlo por dinero.  Los brasileños tendrían el doble de problemas.  Como tienen otra divisa, tendrían que pagar comisión al cambista en Inírida y "darle papaya" al DAS. 
 

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La cercana Venezuela, el lejano Brasil

Algunos en el pueblo miraban con recelo a los brasileños y ellos no daban muestra clara de querer hacer algo distinto a beber e impulsar la prostitución.   Su deshonestidad y sus costumbres relajadas no ayudaban mucho.  La falta de integración económica con Brasil hace que se desperdicien muchas de sus posibilidades benéficas.  El comercio con el vecino no resulta rentable, pues su inflación ha bajado mucho y su moneda ahora es más dura.  La ciudad más cercana es Manaos y queda tan lejos como Bogotá; con la pequeña diferencia de que no hay vuelos ni vías que lleven hasta allá.  Se puede llegar por río, pero el viaje es larguísimo.

Con Venezuela pasa lo contrario.  A pesar de la Guardia, el comercio con este país es un hecho: Se traen gasolina, tejas de placas para entechado, cemento, cerveza y hasta harina para las arepas.  Todos los carros que se ven dando vueltas al pueblo son traídos de contrabando desde allá.  Muchas de las ayudas que el estado venezolano daba en décadas anteriores fueron a parar a las comunidades de este lado de la frontera, vendidas como mercancía.  Un truco típico de nuestros contratistas: cobrar el cemento a precio colombiano y realizar la obra con cemento venezolano, que vale cerca de la mitad.  El consulado venezolano en Inírida es tan conocido como el ICBF.

En cambio, la oficina brasileña está en San Felipe, un centro de colonización a 10 días por río.  Hay vuelos hasta allá, pero cada 15 días.  De hecho, la frontera sur del departamento es un sitio casi desconocido, donde la colonización todavía es incipiente.  Para llegar al río Isana-Cuyarí se necesitan tres viajes por avión a través del Vaupés, dos para llevar la gasolina y otro para el pasajero, pues allá la distribución de gasolina puede sufrir tropiezos.   Por río, se debe recorrer un largo trecho por el Inírida, pasar al Guainía y de ahí al Isana.  En verano, se camina otro trecho con la carga al hombro o se paga caro un transporte que sólo  sabe si esté.

Los funcionarios indígenas que venían de la frontera con el Brasil eran muy callados.  Cada resguardo tiene un representante legal ante la gobernación, pero a los del sur las comunicaciones, el transporte y sus costos, los aíslan con respecto a sus territorios.  Los datos sobre sus poblaciones son escasos y viejos.  Según palabras del mismo gobernador, esta zona está en manos de los garimpeiros y nadie sabe la suerte que corran los indígenas que la habitan.

Como "solución", los congresistas promueven carreteables hacia el río Guainía, lo que haría más fácil sacar el oro, talar y colonizar.  Para completar, en todo el departamento no se consigue una sola licencia ambiental.  Los dirigentes saben qué son, pero porque lo han dicho en t.v.  El ministerio del medio ambiente las exige sólo cuando un proyecto afecta a 15 mil personas o más.  Inírida, la "megalópolis" de la región, apenas llega a los 14 mil.  El departamento es todo un banco de especies, rico en oxígeno y animales en vía de extinción, pero su riqueza es tan grande como frágil.  A la velocidad que avanza el estado veo la cosa muy seria...

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Dime con quien administras y te diré quien pierde

Por ley, las comunidades indígenas tienen derecho a las regalías generadas por los minerales extraídos de sus territorios.  Muchas no saben que hacer con su dinero.  Unas lo reparten entre ellos en partes iguales, otras se lo entregan al capitán (autoridad legal reconocida) y este se vuela y nadie vuelve a saber de él.  A los políticos locales les gusta impulsar proyectos, pero se realizan a medias, con una instrucción comunitaria tan escasa que se los condena al fracaso.

El dinero enviado por el estado no se entrega directamente a las comunidades, sino que lo administra y ejecuta la gobernación.  Las poblaciones presentan los proyectos, de acuerdo a sus necesidades, los dirigentes les dan visto bueno y los llevan a cabo.  Pero las autoridades indígenas poco saben de metodologías.   Las oficinas que deberían servirles de orientadoras difícilmente funcionan, sus funcionarios postergan y postergan la entrega de tales proyectos a Bogotá.  Los contratos entre las autoridades comunitarias y los mineros suelen ser orales y el minero es el que determina cuanto se sacó.

Todo se acumula para que el dinero y el oro se pierdan en el camino.  Sólo supe de una comunidad que utilizó bien su dinero; la dirigía un pastor evangélico, un tipo muy callado y muy serio.  Otras, sobre el río Atabapo, sabían que tenían oro y todavía no lo explotaban.  Hoy, su destino depende de la instrucción que alcancen y en la capacidad que demuestren para manejar el lenguaje del estado.  Es como poner un periódico de un municipio pequeño a investigar todos los enredijos del proceso 8.000.

Para sacar un proyecto adelante, las comunidades del Guainía (y de Colombia entera) deben:  Luchar con el estado, empujarlo para que se mueva, aguantarse a los empresarios de la promesa, sacar a los ladrones instruidos, resolver sus problemas de coordinación interna, impedir que el sistema corrompa a sus líderes y (si les queda tiempo) ocuparse de las labores que les permiten seguir con vida y criar a sus hijos.  Supermán, con todo y poderes, se vería a gatas.  No queda sino confiar en  y esperar que nuestra fé nos salve.

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COLONOS

En el Guainía hay tres centros principales de colonización: Inírida, Barrancominas y San Felipe.  El más importante es Inírida, grandote y hetereogéneo, como un barrio caliente de Bogotá.

La capital primero estuvo en San Felipe, luego en Puerto Colombia y después la cambiaron a Inírida.  Y ahí se quedó.  Las otras quedaban en el río Guainía y era complicado llegar a ellas hasta por río.  Inírida, en cambio, le servía de punto de apoyo a las fuerzas armadas.  Ya no tenían que recorrer tanto trecho para llegar a la frontera con Venezuela, y tenían a un paso los ríos Guaviare y Atabapo, los dos cerca del área de colonización que les interesaba.

Desde su fundación el pueblo ha crecido vertiginosamente.  En 30 años, la pequeña población indígena se transformó en un pueblo con más de 14 mil habitantes.  Un agudo contraste con el resto del departamento, con poblaciones indígenas que no pasan de 800 personas.

El pueblo está asentado en una zona seca rodeada de áreas inundables.  Hay tres caños alrededor del casco urbano: Caño Venado al oriente, Caño Vitina al occidente y Caño Conejo al sur.  En pleno verano no superan los 2 metros de ancho, pero en invierno (o más propiamente en temporada de lluvias) no se puede ver una orilla desde la otra.  Como poblado colombiano que se respete, tiene gente viviendo en zona inundable.

La población creció desde el margen del río, con el puerto a una distancia prudente, para evitar que las aguas se lo llevaran.  El Inírida es un río descomunal si lo comparamos con el Pance o el Cali, digamos unas tres veces más ancho que el Cauca y muchísimo más profundo.  Hace muchos años, se creció tanto que llegó seis cuadras más allá del puerto.

Pero su río es su vida.  Por él llegan a diario pescadores en canoas y lanchas a ofrecer algunas de las 24 especies de peces que pueden conseguir, con mercancía para vender.  En el pasado se encontraban pescados tan grandes, que un hombre mediano no podía medirlo con los brazos extendidos.  Hoy no son tan comunes.

Inírida tiene dos supermercados bien dotados, Servientrega, Caja Agraria y todo lo que suele encontrarse en un pueblo pequeño.  Gente de todas partes, principalmente de Boyacá y de los llanos, la volvieron su casa, atraídos por su calma y el dinero que dejaba la coca.  Ultimamente, el oro y el empleo que ofrecen las entidades estatales son lo que los mantiene.

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¿Turismo?

El turismo apenas si se ve.  Carlos Cubillos, el administrador de un hotel, me contaba que sólo una vez había atendido a un gringo, pero que se había ido insatisfecho, pues el tipo esperaba un resort.  Mis ojos sólo vieron brasileños en plan de negocios, funcionarios del estado "trabajando", una pareja de colombianos aventureros y dos argentinos.  Muy poquito para 6 meses y semejante potencial.

La fama de zona guerrillera y coquera no ayuda mucho.  Los que más disfrutan el territorio son los funcionarios, que se están unos diítas y se los pasan muy rico.  Total, el que paga es el estado y la gobernación los atiende lo mejor que puede, para que se lleven una buena impresión.  A algunos los mandan sus superiores, porque sino no vendrían.

La pareja de colombianos que conocí eran "ecoturistas", que cogían los peces con anzuelo, les tomaban fotos y luego los soltaban.  Buscaban lugares donde la selva estuviera intacta, donde pudieran ver los indios en vivo y en directo.   "Nos dijeron que había lugares en donde los Nukak sacaban a los blancos a flecha ¡y más ganas nos dieron de ir!" me dijo el hombre.

De todos modos, falta mucho pelo para moño.  La Caja Agraria, la única entidad bancaria que hay, a duras penas funciona.  El que llega es porque está dispuesto a llegar a cualquier parte.  Aunque a la gente se le cobra caro, se le trata bien.  El problema es lo precario.  Al turista no se le concientiza de la importancia de la conservación.  La publicidad turística del departamento se limita a uno que otro plegable y un almanaque.  Este último tiene una foto de un delfín de río, tirado en la playa, como si lo acabaran de pescar.  

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Animales en vías de...

A mi oído llegaron opiniones inusuales, como la de un funcionario de la gobernación, que creía que era mejor legalizar el contrabando de animales.  El veía que los traficantes metían micos, pájaros, culebras y otras especies en medio de toneles, matas o lo que se les ocurriera.  Como tenían que sacarlos en vuelo, no los alimentaban en el avión, por miedo a ser descubiertos.  Como consecuencia, sus "cargamentos" llegaban casi todos muertos por el estrés, el calor y la falta de oxígeno.  A los que mejor les iba los sacaban por tierra, pero no más en el trayecto hacia Bogotá se morían por el hacinamiento, el susto o la pura tristeza.

Los afiches del INPA10 se quedan como adornos.  Muestran las tallas legales para unas 21 especies, entre máximas y mínimas, pero la gente pesca lo que puede y no sabe leer.  Si la policía se complica, los pescadores dan una vuelta y entran por detrás del pueblo.  Se lo recorren a pie, con carretillas llenas de sus ejemplares; y gritan a todo pulmón el nombre de las especies que llevan: «¡Mojarra, mojarra!» «"¡cachirre, cachirre!» Siempre había quien les comprara, y si no, pues cobraban más barato.

Pero los pescadores no hacían tanto daño como la minería o la tala.  Eran los primeros en ver las consecuencias y se asustaban al ver las escaseces y las disminuciones de tamaño.  Algunos le echaban la culpa al barbasco11 de los indígenas, otros al ejército y a la policía, que se las montaban a ellos con el contrabando y se hacían los locos con los brasileños.

Hubo un rumor de que "los muchachos" (la guerrilla) habían prohibido la tala y la pesca en el Guaviare guainieño.  Su repentina conciencia ecológica iba a dejar a muchos con las manos desocupadas.  Algunos concejales de Inírida estaban contentos ante la posibilidad de que el pueblo creciera.


NOTAS

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10     Instituto Nacional de Pesca y Acuicultura. 
 
11     El barbasco es un veneno que se obtiene de un bejuco que se da en la selva.  Las comunidades indígenas las usaban en las festividades, para pescar para las grandes reuniones.  Echaban el veneno en un caño pequeño y se morían todos los peces que encontraba en el camino.  Las mujeres y los niños sólo tenían que recoger.  Como el veneno es biodegradable sus consecuencias no eran graves.  En los últimos años, la pereza, la irresponsabilidad y la escasez ha llevado a usarlo en caños más grandes.  Escuché de conflictos con los colonos por ganado envenenado y porque, una vez usado, los peces se demoran mucho en retornar. 
 

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¿Profesionales?

La región tiene una escasez de profesionales endémica.  Sólo hay comerciantes, mineros, guerrilleros, campesinos y funcionarios públicos.  Los jóvenes bachilleres que salen del único colegio en su mayoría son contratados por el estado como profesores para otras poblaciones.  Algunos llegan a conseguir trabajo recién salidos de primaria, porque no hay quién enseñe a los más pequeños.  La "contratada" (es decir, la Iglesia) controla una tercera parte de la educación del departamento, y a punta de internados.  La dispersión de la población y la escasez de recursos hacen imposible otra modalidad.  Casi que se arranca a los jóvenes de su medio sólo para darles una enseñanza de muy baja calidad.  Si van a la universidad, en Villavicencio o Bogotá, es para acabar de transplantarse.

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¿Servicios?

El agua que llega por el acueducto no puede tomarse sin hervirse y la energía eléctrica se raciona 2 o 3 veces por semana.  La planta diesel de las afueras se apaga todos los días a las 12 de la noche, para evitar que se recaliente, y se prende a las 8 a.m.  El agua no es tratada propiamente, sólo se deja asentar un poco.  Se bombea desde el río hasta moto-bombas más grandes y llega a cada casa a través de tubos de PVC.

A los guainieños les toca dejar la tubería en la superficie de las calles, porque la tubería no puede enterrarse en suelos de pura roca.  Se ven ahí, como una tentación.  En algunos de los barrios llegaron a robarse un tubo madre y dejaron a todo el mundo sin agua.

El suelo iniridense es un extremista: Es arena o rocas inmensas, nada más.  No se encuentra un guijarro o rocas redondas como en los ríos del Valle.  Toda esa zona de la amazonia se levanta sobre el Escudo Guyanés, una sola roca descomunal que va desde el sur de Venezuela, el noroccidente del Brasil hasta las zonas amazónicas de Ecuador y Perú.  En algunas calles sale la roca al aire en medio de la arena porque de otro modo habría que volarla con dinamita o gastar taladro a la lata para rebajarla.  En la Zona Indígena, un barrio cercano a uno de los caños, las rocas afloran en medio de las casas y hasta dentro de ellas.  De un momento a otro se ve surgir ahí, entre la habitación y la cocina, o en la parte de atrás, como si fuera un muro.  Hace parte del paisaje e irrumpe en sus dominios.

Cuando se construyó el aeropuerto, se voló la roca con dinamita y varias fueron las ancianas indígenas que advirtieron que de ahí en adelante se vendrían todos los males, que era mejor dejar la roca quieta.  Y la roca se voló y por avión llegaron los políticos, los comerciantes, los mineros, las prostitutas, nuestra civilización, nuestra modernidad a medias...  Hoy día hay una cantera camino al aeropuerto, y el suelo se carcome para construir, como en Bogotá o Cali.

Las basuras comienzan a acumularse hacia el sur, más allá del aeropuerto.  Inírida, inocentemente, ha iniciado su basuro.  Sólo unas pocas familias indígenas (se pueden contar con los dedos de una mano) se dedican al reciclaje, de la misma manera como lo hacen nuestros indigentes.  Aún así, lo normal es que toda la basura producida por una familia se queme justo en frente de la casa, cuando el tarro de basura se llena.  Hay un camión pagado por la alcaldía que pasa cada que puede y lleva las cosas al basuro, pero son varios los barrios que no lo conocen.

Inírida ve correr el agua de las lluvias por sus calles amplias, en abundancia en la temporada de lluvias.  Sólo la calle principal y la calzada en frente de la iglesia están pavimentadas.  Apenas siete cuadras, entre la gobernación y el puerto, tienen alcantarillado.  Hay otros dos pequeños tramos con tubería enterrada, pero no tienen ninguna conexión entre sí, como si el pueblo se hubiera hecho a retazos.  La mayoría ve pasar las aguas residuales frente a la casa, cómo recorren a placer su camino al río y se estancan en lugares planos.  Gracias a , las que salen de las casas no son aguas negras, sino las que quedan de lavaderos y lavaplatos.  Muchos hogares tienen pozo séptico.  La gente lo cava entre los agujeros que aparecen en medio de la roca, o lo levantan en una casita fuera de la casa.

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...Y el pueblo ahí

Ahora no hay quien pare el crecimiento de Inírida.  Sus gentes amables, trabajadoras (a excepción de los profesionales empleados del estado), bebedoras a todo dar, se reproducen y traen a sus familias a conocer ese rincón bello y pacífico, tan amañador.  El colombiano común y corriente cuando se le dice "Guainía", lo confunde con La Guajira, tiene que ver el mapa para saber donde ubicarlo, piensa que eso son llanos orientales, pero no se imagina la selva.  Y ella está ahí, así no la conozcan.  Así como la tranquilidad del pueblo, desconocida para los habitantes de la gran urbe.  En sus calles los robos, los asesinatos no son pan de cada día.  Los hay, pero no abundan.

Sus calles son casi todas peatonales.  Sólo los ricos del pueblo tienen carro, que no sirve para otra cosa que para darle la vuelta al pueblo.  Microbuses, camiones y camionetas se encargan de pasajeros y de la carga, y no son muchos.   Lo normal es que el conductor espere y la gente pase.  Algo totalmente extraño para el citadino:  Sus calles casi no suenan.  Lo que suena es el bullicio de las cantinas, los billares y las tiendas, pero motores pocos.  Con la pavimentación de la calle principal, motos y carros comenzaron a correr y aún así, sus calles siguen siendo humanas.  ¡No saben que en la ciudad no las vivimos sino que las sufrimos! Ignoran que los peatones pasamos la calle a toda prisa y con temor, para que no nos pasen por encima...

Los colonos son una mezcla entre el campesino sencillo y rústico, y los habitantes de los barrios marginales de nuestras ciudades.  Cada quien por su lado se defiende, toma su tierra y la doma como un potro salvaje.  Hasta el párroco de la única iglesia católica se quejaba de lo difícil que era motivarlos para hacer algo en común.  Los indígenas que viven a su lado siguen siendo comunidad, pero no de la misma manera, pues quieren parecerse a sus vecinos.

La sociedad iniridense es un caleidoscopio difícil de creer como posible: Boyacenses, cundinamarqueses, llaneros, bogotanos, vallunos, chocoanos, nariñenses, costeños y unos pocos locales.  Todos viven mezclados con puinaves, curripacos, piratapuyos, yerales, guahíbos, tucanos, desanos, uaunanos y otro grupos pequeños.  A ellos se les suman los brasileños y unos pocos venezolanos.   Todos pueden vivir en el mismo barrio, casarse entre ellos, sufrir con cada partido de fútbol, desesperarse con cada vez que se daña la planta...  Todo el mundo lucha, todo el mundo sufre, no importa la etnia.

A excepción de los evangélicos, todos los hombres de Inírida son buenos para beber.  Invitan a todo el que pueden y conversan sobre cualquier cosa.  ¡Y no sólo los fines de semana!  Es impresionante la cantidad de alcohol que puede consumirse en un pueblo pequeño.  El colono común y corriente piensa que "está haciendo patria", jura que hace reconocer ese territorio como colombiano.  Poco importa que casi no queden fundadores del pueblo.  A cada rato los militares salen a las calles con sus caras pintadas y sus uniformes camuflados; y trotan y cantan sus himnos de varonilidad y patriotismo.  A su vez, la guerrilla está por todas partes, pero anda de civil y es más discreta.  El común sabe quienes la integran pero no se generan conflictos por ese motivo.

Sólo diez muertos por un enfrentamiento entre guerrilla y ejército son el saldo de treinta años.  Un record que cualquier departamento envidiaría.  Y esas muertes fueron originadas por un policía que mató a varios en una pequeña población.  La guerrilla le pidió al ejército que se lo entregara, que lo iban a juzgar.  Los militares se negaron y, cuando lo estaban sacando por la vía al aeropuerto, se prendió una balacera, y los diez policías que lo acompañaban quedaron todos muertos.  Los guerrilleros se llevaron los suyos.  De resto no ha pasado casi nada.

Son más los muertos por riñas de los mismos “parientes” (indígenas) o los mismos colonos entre sí, que se enfrentan por cualquier cosa cuando están borrachos.  De todos modos, la principal causa de muerte sigue siendo la herida de bala, seguido del ahogamiento y la tuberculosis (según la secretaría de salud departamental).

Las rencillas, las repentinas animadversiones, las ví por ahí, mezcladas de forma explosiva con el alcohol, el dinero y las mujeres.  Pero me sentía más seguro en la más peligrosa calle de Inírida que en cualquier esquina de Cali.  En la gran ciudad la agresividad es el doble, el enemigo no es nadie y es todo el mundo.  Puede que salga una bala de un campero y te lleve el que te trajo.  En Inírida, como en casi todos los pueblos, si alguien quiere matar a otro todo el pueblo se la huele desde el principio.  Que calle por conveniencia es otra cosa.  

Con el crecimiento se está perdiendo la caridad espontánea, un ingrediente que era muy común entre los colonos.  Como todo el mundo ha pasado dificultades para llegar, si llegaba uno bien fregado, no faltaba quien le tendiera la mano con un platico de sopa o un lugar donde escampar por un tiempo, siempre y cuando mostrara voluntad para trabajar.  Esto está siendo reemplazado por la típica indiferencia citadina.

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El día del...

El 15 de mayo*, día del campesino, llegaban a Inírida indígenas de casi todas las comunidades del departamento.
 

Se organizaban todos debajo del entechado de la cancha del colegio, en un tumulto de gentes y animales.  Venían a vender y a mostrar lo que habían sacado de la tierra o hecho a mano.  La gobernación entregaba "incentivos" a los que mejor presentaran sus productos, pero todo el mundo sabía que eran premios y los asumía como tales.  Se suponía que el cambio de nombre era "para no generar competitividad entre los participantes", pero cada quien llegaba era a vender.  Sólo la secretaría de agricultura levantaba un "stand", ahí vendía toda clase de derivados del mango.  Los colonos pudientes venían a exhibir sus caballos y a aprender a exhibirlos frente a jueces expertos.  Todo era un intento de feria exposición, pero más parecía una galería indígena, tan bio-diversa como pocas.

Ahí conocí los paujiles, pájaros grandes como una gallina, de pico rojo y todo el plumaje negro.  Vi gallos y gallinas grandotes, criados a punta de comida, sin hormonas.  También probé la manaca, el mañoco de chontaduro, la uva caimarona, el cocorito y otros frutos de la región que no sabía que existían.  Ví yucas gigantescas, plátanos y bananos en cantidad.  Artesanías y tejidos, palo del Brasil tallado en símbolos de la región: Cristos, canoitas, princesitas Inírida, pájaros.  Estos productos se destacarían en cualquier parte del mundo, e incluso de Colombia.

El día del campesino en el Guainía es el día del indígena.  Ese día todo el departamento se aparece tal y como es.  Los colonos se ven como la minoría que son, pequeña y pudiente.  El que hace las veces de campesino es el indígena de los corregimientos.  Me parece saludable no marcar las diferencias étnicas, pero ¿se reconocen los indígenas como tales, o ya se consideran a sí mismos campesinos? Para vender ese día hay que hablar español, manejar algo de la vida capitalina, para no quedarse atrás.  Se hacen concursos para lazar un palo con cuernos, el cerdo encebado y la vara de premios, todos típicos del llano y del interior.  La pérdida de la cultura nativa ¿es el precio de la igualdad?

  Así quedó la cancha del
colegio Custodio García
Rovira después del
día del campesino.

 

Pero lo que sé es tan poco.  Los indígenas son muy distintos y yo no los conozco.  Tuve pequeños contactos esporádicos con ellos, con su religiosidad y su humildad, con sus comunidades, con su lengua, tan distinta a la nuestra, con su mundo verde allá en el oriente...


NOTAS

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*     Fecha aproximada.  Cada región y cada municipio define cuándo realiza la fiesta; normalmente es por la misma época, pero no es seguro que el día sea fijo.
Esta subsección no fue aprobada por el jurado de la universidad, pero me pareció importante incluirla, por las imágenes y porque su contenido sigue vigente. 
 

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ZOO-INIRIDA

Los perros iniridenses son semi-callejeros.  Casi todas las casas tienen solar, la gente lo cierra con troncos, madera, alambre de púa o latas de zinc.   Ninguno de estos es obstáculo para que los perros salgan, siempre hay un orificio lo suficientemente grande como para que ellos quepan.  Uno los ve por todas partes, en corrillos oliéndose los unos a los otros.  Si de pura casualidad hay una perra en calor, se forma toda una jauría detrás de ella.  Se pueden ver perros finos callejiando como cualquiera, en medio de los sarnosos.

La mayoría de la gente deja que la basura se acumule afuera, en un tambor de gasolina vacío.  Los perros se las arreglan para subirse en ellos, escarbarlos, tumbarlos y sacar lo que les interesa.  Donde quiera que uno se siente a comer siempre aparece un perro y le vela hasta que acabe.  Cualquier migaja que caiga la atrapan en segundos.  La gente los cuida y los deja ir.  Sólo por la noche, cuando se sientan en frente de las casas, algunas de ellas mal iluminadas, es que comienzan a hacer bulla.  Salir de noche en algunos sectores significa despertar a todos los perros del pueblo.  Gracias a , los realmente bravos se pueden contar con los dedos.  Son tantos y tan libres que unos ya empezaban a pensar en dispararles para controlar la población.  La mayoría se escandalizaba ante una propuesta de ese tipo.  De todos modos, pueden transmitir enfermedades a granel y la necesidad de un control se siente.

Poco antes de venirme, en la celebración del día del campesino pude conocer una danta, en vivo y en directo.  La habían traído de Chaquita, una comunidad cercana al río Atabapo, para vendérsela al gobernador.  Lo normal es que sean piezas de caza para los indígenas, junto con las lapas (en el Pacífico las llaman guaguas).  Después de adquirirla, el gobernador la llevó a la casa oficial, que está rodeada de zonas verdes y un muro.  Apenas la vi la reconocí como un tapir, tal y como las había conocido en los libros y revistas de vida natural.  Era asustadiza como un conejo y grande como un burro.  Tenía la barriga gorda, la cara de un oso hormiguero y cada casco partido en tres partes.  Los pobladores de Chaquita la habían domado, a punta de comida y paciencia.  La volvieron parte de la comunidad y los niños jugaban con ella.  Cuando la vendieron ya no temía a los humanos.  Si se le acercaban a acariciarla, comenzaba a lamerse, como quien espera un buen bocado.

Muchos iniridenses tienen animales salvajes en sus casas, o los dejan pasar, porque abundan.  En los techos y las copas de los árboles, gritan a todo pulmón los loros.  Más abajo se ven las iguanas tomando sol, o buscándolo.  A veces se meten en los baños, en las piezas o donde puedan y apenas las pillan, salen enfletadas para la calle.  Se ven guacamayas, micos, loros de un color, loros de otro.  En un hotel tenían una lechuza pequeña y una pava de una especie que no sabía que existía, con las pluma de la cabeza blancas y las del cuerpo negras.   Por todas las calles se ven lagartijas grandes y multicolores, que corren como saetas apenas lo ven a uno.  Cuando están quietas, levantan dos patas y se apoyan en las otras dos, para que el calor del piso no se las recaliente.

Todos los gallos del pueblo parecen locos.  Se despiertan a la madrugada y comienzan a cantar.  Como no son poquitos, se juntan con todos los otro pájaros, domésticos y salvajes, y arman una bullaranga la tenaz.  Al rato se detienen, hay un pequeño silencio y vuelven a empezar.  Al principio me despertaban convencido de que ya había salido el sol; pero a los pocos días ya no les comía cuento.  

Esta es una pava tuerta que llegó al Safari.   Cuando la capturaron le echaron saliva en la cabeza y se quedó para siempre.  Es de una especie que no conocía ni en fotos.

Inírida es todo un zoológico, donde se encuentran especies de pájaros que probablemente no se vean en otra parte, conviviendo con la gente, como gallinas.   En las comunidades indígenas aledañas pude ver que les hacían una especie de jaula labrada en mimbre, en un diseño de triangulitos y polígonos.  Los capturan, los alimentan como por dos meses dentro de este tejido y luego los sueltan.  Después el pájaro va, pasea y vuelve, pues sabe que tendrá comida fija; ya no le tiene tanto miedo a los humanos.  Por eso las aves andan sueltas por ahí, brincando en la mesa o en algún muro, esperando que les den comida.  También les hacen hamaquitas a los micos, para que duerman y hagan siesta, como cualquier miembro de la familia.

Pero no todos los monos son tan afortunados.  La mayoría de los colonos ha probado la "carne de monte" (de danta, lapa, armadillo y todo lo que haya sido cazado en la selva) y atestigua que es muy sabrosa.  De la misma manera, se quejan de la impresión que les causó ver micos cocinados, como un plato más de la dieta indígena.  Ver una cabeza, con ojos y todo, o una mano en medio del arroz y las papas, fue para varios una impresión que les impidió comer.  Los indígenas se extrañaban al ver que no sentían lo mismo por las vacas o los marranos.

En comida no es raro que las opiniones se dividan.  Como con el mañoco y el casabe.  Unos dicen que son muy sabrosos para acompañar las comidas, otros que no pueden ni olerlos.  Personalmente, creo que tienen un sabor muy especial, como el de un cereal de caja, sólo que con un toque agrio.  El casabe es casi lo mismo que un pan ácimo.  A los nativos les encanta echarle polvo de ají seco a las comidas, y en cantidades alarmantes.  Un plato típico es el ajisero, pescado hervido con harto ají y bien sazonado.  Los que lo han probado dicen que si uno aguanta el picante es delicioso.

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USOS DEL SUELO Y DE LOS HOMBRES

Las viviendas son casi todas parecidas.  Un día me subí al tanque del acueducto (de más de 25 metros de altura) y pude ver que la mayoría de las casas de Inírida tienen solar.  Me asombró no encontrar el gris y el color teja típico de los techos caleños, sino el verde de los solares cubriéndolo casi todo.  En Inírida es normal que la gente le dedique casi la mitad del lote a los árboles frutales y ornamentales.  Sólo los más pudientes los han eliminado y lo han llenado de piezas para alquilar.

De todas maneras, son pocas las casas que sobresalen por su tamaño o por sus lujos.  Todo el mundo sabe quién es el dueño del pueblo, Tiberio Mora, y donde queda su casota de la calle principal.  De resto, todos los barrios iniridenses se parecen en su mezcolanza de medio ricos, medio pobres y pobres.  La diferencia más grande está entre los pocos barrios que tienen alcantarillado, y los que se inundan en una pequeña porción en cada invierno.

En toda la población se descubrían pequeños murales, pintados sobre las paredes blancas de los edificios públicos.  Estaban llenos de color, formas planas y trazos gruesos, como en los murales mexicanos, en un estilo muy latinoamericano.  Había varios en el hospital, otros en la plaza principal, en la escuela y en la casa de la cultura.  Su autor era un caleño hippiesco, que trabaja como profesor en el colegio.  También había uno que pintó Botero, la única vez que estuvo en el departamento.  Estaba en una pared de la escuela, era un poco más rústico, en blanco y negro.  Representaba a una mujer gorda, con un vestido de pepas y montañas como fondo.

El edificio de la gobernación y la cancha de fútbol (el "estadio"), vistos desde el tanque del barrio Berlín.   Nótese el verde de los alrededores.

Los edificios de dos pisos son pocos, casi todos están en el sector comercial.  Sólo hay uno que sobresale en todo el pueblo: El Palacio de la Gobernación, anteriormente el Palacio Comisarial.  Es el único rodeado de zonas verdes y su techo está por encima de todos los demás.  Ocupa una cuadra entera, en el corazón mismo del pueblo.

La construcción del palacio, el gobierno de Belisario Betancur y otras obras en barrios y comunidades, significaron el clímax de la carrera política de "Doña Graciela Ortiz de Mora".  Ella, la casi vitalicia representante por el Guainía, hablaba con orgullo de "sus auxilios" y aseguraba haber dado de mamar a la región.  Junto con Gilberto Brito, el representante liberal, manejaba los intríngulis políticos y la burocracia local.  Cada uno planeaba ataques sutiles entre liberales y conservadores, movía sus fichas y lanzaba rumores y panfletos.

El gobernador y el alcalde tuvieron la suerte de ser elegidos en un movimiento "multipartidista", pero no pudieron ocultar su origen conservador.  La mayoría liberal de la asamblea ya lo sabía y el departamento se volvía ingobernable a ratos.  Los liberales bloqueaban cualquier propuesta del gobernador, denunciaban que varias personas habían sido despedidas de la gobernación por ser liberales y exigían que se continuara con el plan de desarrollo del gobierno anterior, también liberal.  El gobernador era criticado por ser tan lento en proponer un plan de desarrollo y él hacía llamados conciliadores y largas explicaciones.  Se la pasaba en Bogotá y en reuniones del Corpes, buscando fondos.

El despelote nacional tiene un trasfondo político y el Guainía no podía ser la excepción.  Fueron muchos los empleados del municipio que no recibieron sueldo durante la crisis financiera de los municipios.  Más de uno se vio colgado buscando ayuda en medio de tal o cual partido.

En Inírida el comercio y la política se mezclan en la defensa de sus propios intereses.  Todo aquel que tuviera su negocito probablemente también era líder comunal, concejal, diputado o tenía un familiar metido en política que velara por sus negocios.  El único que parecía ser "bien del pueblo" era un zapatero, conocido más por su cojera.  Justamente esgrimió su origen popular para hacerse elegir diputado.  Pero ya se oían quejas entre sus seguidores por ser uno en campaña y otro en la asamblea.  Decían cosas como «ya no más uno lo elige, y ahí no más que lo deja uno de ver»; aunque todavía lo consideraban uno de los suyos, sentían que ya sólo hablaba con los "duros".

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CAMINANDO POR CALLES ARENOSAS

Recuerdo a la señora de trencitas y sombrero de fibra, bien campesina, como de unos 60 años o más, que caminaba por la calle principal en compañía de su esposo.  También a aquella joven de ropa ajustada, peinada a la moda, a veces con anteojos oscuros, paseándose en moto con su novio.  Los llaneros saludaban "¿Qué-hay-que-hacer?" así como nosotros saludamos "quihubo", los chocoanos golpeaban la mesa con las fichas del domino, discutiendo ruidosamente cuando alguien hacía trampa.  Las niñas paisas vestían muy a la moda, vivían con sus familias en casas grandes, con parientes en Medellín que las visitaban de vez en cuando y por ahí derecho armaban su negocito.  Todo en el mismo camino, en el mismo barrio.

Las arenas de las calles se metían por todas partes, se pegaban en los zapatos, en las medias, en cualquier cosa que se te cayera en la calle.  Las lluvias torrenciales de invierno, las chispitas pasajeras del verano y el sol, siempre el sol, inclemente sobre las cabezas, las nucas, las caras, los sombreros.  El mismo que vaciaba las calles al mediodía.  Obligaba a todos a guardarse en su casa o quedarse en el restaurante, para no tostarse y soportar la modorra.

Todos los que llegan por aire pasan por Bogotá o Villavicencio.  Los que pasamos por el frío bogotano sentimos los primeros días el sopor pegado al cuerpo y la humedad del ambiente, persiguiéndonos aún debajo de la sombra.  Tocaba bañarse dos veces al día, hasta acostumbrarse.  Hay quien nunca lo hace y sigue bañándose dos veces y hasta más.  Los niños pequeños de los colonos se enferman más fácilmente de la piel y de los pulmones que los de los indígenas.  Por lo menos eso fue lo que vi; las estadísticas médicas son escasas y permanecieron fuera de mi alcance.

El polvo se levanta con cada carro que pasa y se ve como niebla en la noche.   Cada vez que alguien quema basura se liberan humos de sustancias desconocidas, quién sabe en que pulmón vayan a parar.  Con la humedad no sólo salen plantas.  ¡Hay 7 u 8 especies de insectos peleándose por la sangre de uno! El toldillo es indispensable para poder dormir en la zona del Guaviare, pero en las de los demás ríos hay tantos zancudos como en las zonas secas de Cali.  En el Inírida, sólo a escasos centímetros de la orilla se siente la cantidad de mosquitos, mosquitas y jejenes picándole a uno en la espalda.  ¡Ah, insectos hábiles! Parece que supieran para donde uno mira, pues pican justo donde no se les puede ver.  Los habitantes se quejan de los nacidos, que le salen donde menos esperan.  La humedad vuelve muy propensa la piel a las infecciones y "rascarse una roncha mal rascada" es cosa seria.  Más de uno vi caminando raro por esa causa.

En el mestizo bogotano conocí el racismo, expresado en ironías hacia el negro o llamándolos sucios o bullosos, siempre en su ausencia.  En todos los demás, sólo vi un afán de burla, con chistes de pastusos y del negro chambimbe, pero de una manera que podría cambiar de dirección y burlarse de cualquiera, como de algún "santo cachón" que apareciera por ahí.

Chismes van, chismes vienen y entre ellos se me dijo que había muchos infieles en Inírida.  Casi todo el mundo está casado por unión libre y el colombiano no se distingue justamente por su fidelidad.  La Iglesia es muy respetada, el matrimonio no.  En las comunidades indígenas son muy raras las madres solteras, en Inírida ya son frecuentes.

El crecimiento de la población ha traído las mismas patologías sociales de la gran ciudad.  Ya se hablaba de jóvenes que se reunían todas las noches en los sitios de baile sólo a poner problema.  Dos o tres, muy dotados para las artes gráficas, consumían marihuana de forma discreta y todo el mundo sabía quiénes eran.  Se distinguían por su barba y su aspecto desaliñado.  Oí, entre murmullos, que algunos pensaban "darles un susto" para desanimarlos.  Las raíces de la limpieza social llegan lejos, muy lejos.

Uno de los peludos, Humberto Amaya, escribe "El Cronista", el diario "chévere y querido" de los iniridenses.  El es su dueño, fundador, redactor, diagramador y único vendedor.  Desataba ironías sutiles y descaradas en hojas con membrete, cada una de diferente institución.  Se encargaba de hacer leer su estilo jocoso y popular en todas y cada una de las oficinas.  Vino desde Arauca a puro remo, escribió en publicaciones nacionales, fue alabado por críticos alemanes y últimamente quería promocionar una canción de su autoría.  ¡Hasta terminó en la cárcel por decirle la verdad en la cara al procurador regional!

Pasa lo mismo que en Cali, donde los recicladores pueden perder la vida por hacer lo que todo el mundo debería hacer.  Aquel que torna la basura en mercancía, que ve en lo que tú botas una esperanza, recibe sólo tu desprecio o tu indiferencia.  Tal vez en Inírida el tesoro es bien visible.

También está "el bacán", un moreno alto y delgado.  Le dicen así porque él llama a todo el mundo «¡hey, bacán!».  Se le ve en los bebederos, en las calles, en las reuniones.  Todos lo conocen por lo confianzudo y por su vozarrón.  Una vez surgió el rumor de que llevaba tres días sin aparecer y algunos ya lo daban por muerto.  Pero de pronto salió como si nada, con una perra de tres días, tal y como lo contó "El Cronista".  Ojalá el pueblo no pierda nunca el valor de la vida, grandiosa y bullanguera, que nosotros ya perdimos.

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¿Quién manda aquí?

El principal empleador es sin duda el estado, en todas sus versiones: Municipio, institutos descentralizados, departamento, policía y fuerzas armadas.   El primero es el que más mano de obra local ocupa.  Los demás "importan" profesionales y técnicos del resto del país.

Nunca se me quitó la sensación de estar en algún país africano, donde no hay universidades, los ricos y los gobernantes son blancos y extranjeros y el 70% de la población casi no participa en su gobierno.

Viví en Inírida, donde los foráneos son mayoría.  Los vi gobernar, en su típica maraña partidista, fingiendo oposiciones, cuando el dueño de todos es el mismo grupo.  Supe que en la asamblea departamental no había un sólo diputado indígena, así fueran el 80% de la población.  Una vez hubo dos, pero lo hicieron tan mal que la gente no los volvió a escoger.  Pero ¿no sucede lo mismo en todo el país? Los pobres son mayoría, la clase media-baja es inmensa y...  ¿Gobierna?

Había dos diputados cabucos, o hijos de indígena y colombiano, o viceversa.   Una de ellos era una bella mujer de San Felipe.  Ella sólo reconoció su origen cuando le expuse la injusticia de la mayoría excluida.  De por sí los cabucos son un grupo difícil de identificar.  Los del común ya no querían sentirse indios y preferían decir que eran "blancos".  Pasaba igual que con los hijos de colombianos en E.U., que dicen «mí no gustar español» y se avergüenzan de que sus padres lo hablen.

En todas las tiendas de Inírida se conseguía la "preparada", a 100 pesos o menos, y no era otra cosa que Fresco Royal, Kool-Aid o algo parecido.  A veces le echaban un poquitico de jugo de fruta, pero eran tan pocas que parecía una equivocación.  Algunos decían que era peligrosa para la salud, pues a veces no hervían el agua.  Lo extraño es que unos, con el estómago curtido, tomaban agua hasta del río y no les pasaba nada.  Otros, de sólo pensar en que la preparada no estaba hervida, les daba dolor de estómago.  Pero también vendían aguapanela o limonada por los mismos 100.  El precio de los jugos parecía un yoyo.  La mayoría de las frutas, legumbres y verduras llegaban por avión o por barco, lo que los encarecía.  Pero cuando una fruta estaba en cosecha, su jugo desaparecía del mercado, por lo barato.  Hasta se veían pudrir mangos y guayabas en la calle o en los tarros de la basura.

Las frutas selváticas sólo los indígenas las consumen en forma.  El colono las prueba, pero apenas está aprendiendo a prepararlas.  El mismo problema de distribución y comunicación de todo el país se repite a escasos kilómetros de la "frontera agrícola".  ¡Si pasa en Bogotá, rodeada de minifundios y plantaciones!  Me contaban de poblaciones de colonos que tiraron cosechas enteras al río porque se estaban pudriendo.  No hay cómo sacar los productos en el tiempo correspondiente y pensar en carreteables y puentes sería pensar en altísimos costos económicos y ambientales.  Los ríos son muchísimos y el terreno cenagoso.  Las condiciones presentes cierran las puertas a la comercialización y sólo la coca y la guerrilla se ven como salida, pero la real está lejos de llegar a conocerse.

Los coqueros comenzaban a preocuparse porque los compradores no llegaban, como consecuencia de las capturas de los capos en Cali.  Era como la bonanza del caucho, que trajo riqueza y esclavitud a la región, pero se fue tal como llegó.

La guerrilla puede reemplazar al estado en cuestiones de seguridad: Controlar factores de violencia, ordenar comunidades y darle metas comunes, como la ecología o la pesca.  Pero corregir problemas económicos estructurales es otra cosa.  Para superar sanciones del comercio internacional se necesita mucho más de lo que nunca podrá dar.  La guerra interna impide que se consoliden metas nacionales, porque cada bando tira por su lado y quiere eliminar al otro.  El papel de Colombia en INAIA no se ha definido por esta y por muchas otras razones.  Nuestro potencial da para darle una unidad mucho más plural, organizada para servir a los pobres, no al rico.

Hemos descuidado nuestras relaciones con economías de un tamaño similar y ahora padecemos las consecuencias.  Una tercera parte de nuestro comercio depende de E.U., y casi todas las naciones árabes, asiáticas y africanas padecen el mismo mal.  Nos comportamos como si los otros continentes no fueran más que dibujitos en el mapa.  Mientras, las economías industrializadas forman carteles muy bien coordinados y excelentemente comunicados.  Es muy fácil decir "es que E.U. esto, es que E.U. lo otro".  Propongo comenzar a decirnos «lo que pasa es que Colombia no ha hecho nada por Somalia», «hubo golpe en Surinam ¡y el gobierno no dijo nada!» y cosas así.  En Cali mismo he oído gente ilusionada con las mafias del narcotráfico, cuando ellas son nuestro fascismo y nuestro imperialismo.  Se ponen en evidencia si caemos en cuenta de que su negocio es esclavizar y de que su política es la política del terror.  Hemos reproducido los actores de violencia, cuando lo que necesitamos es superar los que ya hay a nivel nacional e internacional  ¡Con ellos basta y sobra!  E.U. nos exige la confrontación, como si ya no nos sobraran guerras.  Nos pide agresividad cuando aquí desde hace rato nos estamos matando.  Si los productores de armamentos no saben que hacer para vendernos sus productos no estaría nada mal que quebraran.

Rechaza toda invitación a asesinar.
Desobedece a todo aquel que te ordene matar.

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Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.  Por los siglos de los siglos, amén.

MI ARMADO HERMANO

Poco antes de irme, el ejército comenzaba a desplegar sus "efectivos" (¿personas o cosas? ¿O para ellos es lo mismo?).  El gobierno venezolano lo exigía como una necesidad, en vista del ataque de la guerrilla a la Guardia en la frontera del Vichada.  Cuando se dio ese ataque, en Inírida se dejó de recibir la señal de t.v. colombiana.  Sólo se recibía la peruana, y en ese tiempo no hacía sino lanzar loas a sus "héroes caídos" al enfrentar al "malvado enemigo" ecuatoriano.  Mientras, los iniridenses decían de los militares venezolanos "¡sí, que los maten, que los maten a todos!"  Parecía haber un consenso entre todos, colonos e indígenas, de que la guardia jode mucho.  Según ellos maltrata a todo el que puede.

Se da el caso de un río, que atraviesa la línea imaginaria y luego regresa a territorio colombiano.  La línea sigue los caprichos de quienes la trazaron y no las necesidades de los habitantes de la zona: hace un ángulo y corta las aguas como si fueran un pastel.  Para quienes tienen que atravesarlo el río es uno sólo, no dos países.  La Guardia se para en su lado y encarcela y maltrata a los que se atreven a cruzarla.

Los dos países no comparten los mismos criterios para administrar y a cada grupo le cuesta entender las locuras del otro.  La televisión venezolana no entra en el Guainía.  ¿Por qué sí lo hace la peruana?  Un medio de comunicación tal ayudaría a entender por qué los venezolanos toman las decisiones que toman, a comparar las dos versiones y tomar una posición más serena.  No se puede disculpar con que la peruana llega por satélite y la venezolana no, porque el departamento toma la señal por antena y la relanza a unos cuantos kilómetros alrededor de Inírida.  Es una cuestión de voluntad política.  Los dos pueblos están pegados y no se conocen.  Toman las decisiones como si estuvieran en Bogotá o en Caracas y sienten como una injusticia personal lo que para el otro es obligatorio.

A la Guardia y el gobierno venezolano no los comprende ni su propio pueblo y sus homónimos colombianos no se quedan atrás.  Sentí que la situación entre Perú y Ecuador estaba empujando a sus vecinos a seguir el mal ejemplo.  Conversar con el arma al hombro es como no querer conversar del todo y eso hacen nuestros gobiernos.  Se trata de decirte que soy tu amigo, tu buen vecino, pero llevo mi arma, por si las pulgas...

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LAS COMUNIDADES INDIGENAS, A OJO DE PAJARO

Las comunidades indígenas, que conocí apenas por encima, las encontré muy organizadas espacialmente.  Un profundo contraste con las ciudades colombianas.   En estas comunidades cada casa está separada de la otra por un metro más o menos y forman un cuadro alrededor de un espacio común.  Normalmente no exceden las 40 casas, incluyendo la infraestructura social (escuela, maloca, centro de salud).   Cada hogar está habitado por un núcleo familiar de tres generaciones, más o menos, dependiendo de la etnia.  Si la población crece mucho, se crea una comunidad nueva a una distancia considerable pero accesible a pie o a remo.

Lo normal es que se utilicen los bongos (canoas grandes) con motor fuera borda para el transporte de personas y de mercancías.  Las curiaras, o canoas más pequeñas, se utilizan normalmente para la pesca, la puesta de trampas para tortugas y para llegar a las zonas donde se suelen encontrar las piezas de caza.

El corazón de cada comunidad es la maloca, una edificación grande (20 x 40 m de base por unos 9 o 10 metros de altura) elaborada por la comunidad misma en bahareque, guadua o madera, con techo de hoja de palma.  En ella se realizan todas las reuniones importantes, como son las religiosas, las políticas, las informativas y en las que se discuten y toman las decisiones comunitarias.

El indígena curripaco y puinave es muy pulcro en su espacio público.  No tira basura al piso y lo barre a diario.  La mayoría de las comunidades han construido canchas deportivas en el espacio común.  Los niños son los que más lo utilizan, correteando y jugando.  Los hombres y las mujeres se ocupan en las labores cotidianas, divididos sexualmente.  Las mujeres cocinan, cuidan el conuco (tierra comunal de labranza), hacen la comida, lavan la ropa y crían los niños.  Los hombres cazan, pescan, construyen las casas cuando se necesitan, comercian y se encargan de la administración y las relaciones que tienen que ver con el estado colombiano y hasta venezolano.

Tuve escaso contacto con las mujeres.  Un líder indígena me presentó dos señoras, líderes curripaco.  Ellas me hicieron una crítica profunda y puntual de la labor del estado.  Lo que ellas me decían que no estaba hecho, que ni siquiera estaba empezado, los funcionarios decían que sí, que ya todo estaba bien.

El estado supone que las comunidades, sean barriales, sean de campesinos, colonos o indígenas, ya están organizadas y la realidad es lo opuesto.  Los grupos humanos de la nación están en franca dispersión.  La cultura hegemónica está centrada en el individuo, no en la comunidad.  La forma comercial de relacionarse con las personas entra en colapso si se tiene que relacionar con una comunidad.  Enfrentarse a un cliente, con sus caprichos, sus gustos, o lo que sea, es más fácil que a una comunidad.  Con el colectivo se tiene que esperar a que haya una reunión, que todos asistan, que la decisión no sea muy reñida, que los que no hayan asistido sean informados y consultados, que el líder a cargo no sea sectario y no beneficie únicamente a los suyos, que se venzan desconfianzas creadas por los mandatarios anteriores y así sucesivamente.

Las comunidades indígenas, por el hecho de ser más pequeñas, tener lazos de parentesco entre sí y una tradición de colaboración interna, consideran el egoísmo un defecto.  Su forma de ver la vida es más cercana a las culturas del extremo oriente que a "nuestro" mundo occidental.  Es normal que las personas que están en dificultades no sean mirados como "ellos" sino como parte del todo, como un miembro de la familia, no como un sujeto aparte (ni mucho menos un objeto, como a ratos pasa en las ciudades).  Eso, sumado a sus condiciones históricas de aislamiento, en regiones naturales excepcionales si se comparan con el resto del país, hace que esos vínculos se den espontáneamente.  Aún si no se dieran, serían terriblemente necesarios para ellos.  Una comunidad que no los tenga, o está desapareciendo o ya se alienó culturalmente.
 
Don Mauricio, un indígena yeral que trabajaba cortando pasto en el Safari.  Hablaba cuatro lenguas nativas, además del español y el portugués...  Y no sabía nada. 

Las comunidades de los alrededores de Inírida consiguen mercancías más fácil, pero sienten la presión del colectivo hacia la vergüenza de ser indígena. Se les empuja a reconocerse como lo que no son y a sentirse por debajo de una sociedad más avanzada, que sabe hacer cosas que ellos no.

No ceso de comparar con lo que nos sucede a nivel nacional, pues mi familia vive casi toda en los E.U.  y los procesos de olvido y vergüenza cultural son muy similares.  El estadinense tiene la creencia extraña de que los latinos son todos perezosos y tramposos, cuando no delincuentes.  Los medios mantienen ese estereotipo, hasta en las caricaturas (véanse los amigos de Speedy González, de Warner Bros.).  Eso genera actitudes por parte de los empleadores y de los organismos de seguridad que muchas veces desembocan en injusticias.  En el caso nuestro la cuestión está mediatizada en el sentido contrario, pero los prejuicios con respecto al indio son más orales que otra cosa.  Se transmiten a través de chistes de corrillo o expresiones como "eso es duro para el campesino" o "¡Usted parece montañero ¿No?!" usadas para señalar lo tonto que es el otro.  Es común oír referencias casi o claramente despectivas a "los indiecitos", o cómo se le recomienda a tal o cual persona que no haga eso, que "parece un indio".  La conciencia general es que ser indio es un defecto, no una virtud, o, lo que debería ser, algo que no es ni defectuoso ni ventajoso, pero sí diferente.

No se trata de ponernos en un nivel de igualdad, porque sería un error.  Somos diferentes y tenemos el derecho y la obligación de respetar, aprovechar y enriquecer esas diferencias.  Cada grupo humano tiene aspectos en los que lleva una considerable ventaja con respecto a los demás y otros en los que se ha quedado rezagado, no porque sea inferior, sino porque las condiciones culturales, históricas, naturales, no dieron para otra cosa.  El avasallamiento de culturas enteras y, lo que es peor, grupos de culturas enteros nos hace perder algo que es imposible de recuperar, con virtudes que desconocemos, pero que sentimos en la medida en que nos acercamos.

La sociedad informatizada de Occidente se preocupa mucho por la extinción de especies animales, pero los idiomas desaparecen a una velocidad todavía mayor y hacen parte del mismo problema.  Antes de 1492 el número de lenguas utilizadas por el género humano era descomunal; hoy día la tendencia es a afirmar sólo unos pocos, que han surgido de procesos de dominación cultural anteriores.  Hasta las mismas Naciones Unidas tienen sólo 6 lenguas oficiales: Inglés, francés, ruso, chino, español y árabe.  En el momento de firmar la carta de San Francisco el árabe no figuraba.  Las naciones musulmanas tuvieron que poner el grito en el cielo para que el idioma sagrado del Corán se considerara en un nivel mínimo de igualdad.  Pero las lenguas reflejan la estructura de poder que hay al interior del organismo y no una realidad mundial millones de veces más diversa y más compleja.

La simplificación para la administración genera que las "pequeñas" diferencias se borren como si se tratara de un error de ortografía.  El estado colombiano reconoce en su constitución que «las lenguas indígenas serán oficiales en los territorios habitados por dichos grupos», pero todas las leyes, incluso las que afectan directamente a esos territorios, son publicadas únicamente en español.  Se supone que la Dirección de Asuntos Indígenas del ministerio de gobierno se encarga de corregir ese defecto, pero hacerlo con un presupuesto pírrico y con un terrible desinterés por parte de los legisladores, es otra cosa.

Un líder indígena del río Guainía tuvo que poner una tutela en Inírida para que le permitieran hablar en su lengua por el radioteléfono.  Las autoridades se lo impedían esgrimiendo razones de seguridad.  Aseguraban que se podían transmitir mensajes a la guerrilla en un idioma desconocido, aprovechando que ellos no lo entendían.  La tutela fue aprobada por la corte constitucional y publicada por el municipio en cartelera; en ella se alegaba que lo mismo podía hacerse con claves elaboradas en el idioma español, y que era de gravedad que quienes se supone deberían proteger la identidad cultural de los grupos, fueran justamente quienes pretendían reprimirla.

Algo tan natural como la lengua, el vehículo espontáneo del pensamiento tradicional, se ataca a diario.  La radio, la naciente t.v. local, los acuerdos, los decretos departamentales y municipales, y todo lo que venga de la administración del estado viene en español; no importa que haya sido aprobado y generado en la misma Inírida o, aún peor, en una comunidad indígena.  La identidad territorial es manejada por quienes menos están interesados en afirmarla.

El colono se resiente al decirle que las tierras donde están sus fincas, que ha labrado durante tanto tiempo, no puede ser vendida ni comprada.  Que es "inajenable, imprescriptible e inembargable", según la constitución.  Pero no para el criterio del campesino de la "frontera agrícola", que simplemente toma y trabaja lo que él considera baldío.  «¡Esa tierra estaba desocupada, no era sino rastrojo! ¡Nosotros la trabajamos y la pusimos a producir! ¡Y producimos los alimentos que las mismas comunidades no son capaces de sacar!» me decían.  Creen que los indígenas son perezosos, y que por eso "no tienen nada".  

Las concepciones de la tierra, ambas tan distintas, no se enfrentan, pues no están en condiciones de igualdad.  La una depende de la caza y la pesca, considera la tierra como parte de la vida, la morada de todo lo sagrado, una extensión de la familia.  La otra ve en ella una oportunidad de mejorar la propia vida, de dar una esperanza a sus hijos por medio del trabajo, que sólo puede potenciarse a través de la iniciativa y la propiedad individual.  Sabe de productos para fertilizar, del mercado de alimentos y cosas así.  Considera que sólo el tipo que es capaz de cuidar y cuidar es capaz de producir los alimentos, algo para los demás.  Esa última visión es la del estado, la sociedad occidental, el campesino, el colono y el profesional bogotano.

Las urbes imponen una manera de pensar, de relacionarse con la tierra y no dejan lugar a otra cosa.  La estética del citadino sólo considera el campo bello cuando se le parece a un campo de golf; lo demás es una ruptura del orden, es rastrojo, es descuido.  No se trata de la morada de los animales, ni de un lugar lleno de fuerzas desconocidas a las que hay que pedir permiso para cortar un árbol o para sembrar.  Los pueblos de la región llaman al payé, jaibaná o su equivalente para que ore y le pida permiso al espíritu del árbol para cortarlo y hacer una embarcación.  La probabilidad de que el tronco de un bongo se raje es mucho mayor si no se reza.  Lo mismo con el conuco, la porción de tierra para el sembrado comunal:  La cosecha no es la misma si no se baila, si no se le hace la ceremonia que corresponde al principio del cultivo o no se regulan cosas tan importantes como la entrada de las mujeres embarazadas, vírgenes o con periodo.

El tiempo, la luna, el nivel del río, el humor de las personas, la planta que originó la semilla, las señales que dan los animales, todo está regulado por una creencia o una técnica especial.  Sólo los jóvenes, o los que han sido influenciados por otras formas de pensar, las pasan por encima y utilizan los productos que vienen por aire o por planchón.  Muchos de estos últimos han sido probados en condiciones climáticas y químicas muy diferentes.  Pueden dar una cosecha con un cambio visible, pero sus consecuencias sobre un medio ambiente tan prolífico y lleno de formas de vida puede generar cambios inesperados a largo plazo, e incluso en el corto.  Los hábitos y las habilidades de los insectos y de los animales de esta región no se conocen en otras partes, hay especies acorraladas que ni siquiera se sabe que existen.  Las gentes de las culturas amazónicas tienen costumbres igualmente desconocidas, fundadas en su universo simbólico, que les hacen actuar de una manera muy distinta.  Todo eso puede hacer que un producto químico funcione al revés, o genere cosas difíciles de prever.

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LA MISION

Ocho sectas religiosas hay en el pueblo cada una con uno o dos misioneros, conocidos por casi todos, así como se conoce toda la gente entre sí.  Inírida como centro urbano colombiano, es diverso en su religión.  Hasta hay un templo gnóstico, que sólo abre los domingos.

El templo católico, el más grande del pueblo, es una muestra inusual de arte gráfico.  En su interior, en el muro de la parte de atrás del altar, tiene pintado un paisaje típico guainieño.  Detrás de la imagen principal de Cristo crucificado se ven formas geométricas, todas incrustada en un atardecer, con nubes en forma de copos, con el río en frente y la selva en el horizonte.  En una pared lateral hay una familia indígena, el hombre de pie, la mujer sentada y con un niño pequeño entre los brazos.  Completan el cuadro un bohío y un cesto lleno de peces.  El pintor de tales murales debe tener una profunda influencia de Dalí.

Un sacerdote joven, un paisa recién llegado, pintó sobre el podio una vela en trazos gruesos, irradiando colores, similar en estilo al del profesor hippiesco que pintó los otros que había en el pueblo.  En sus misas se descubrió su anhelo por modificar los ritos de la Iglesia y la inclinación que sentía por la teología de la liberación.  Esos intentos pusieron nerviosos a algunos feligreses, pero a los jóvenes no les cayó mal.

La iglesia católica tiene casi todos sus seguidores en los grandes centros de población, pero no es la principal en el área rural desde hace mucho tiempo.   Sofía Müller, una gringa (no sé si alemana o estadinense), llegó a la región hace más de 30 años y tradujo la Biblia a más de 5 lenguas locales.  Se dedicó a evangelizar a cuanta comunidad pudo y su éxito se refleja en las costumbres que se ven en todos los ríos del Guainía, casi todas evangélicas.  Los graves errores cometidos por la iglesia católica en su proceso de evangelización, si es que se puede llamar así, le facilitó mucho las cosas.

Los grupos indígenas se caracterizan por una religiosidad muy profunda, reflejada en casi todos los aspectos de su vida.  Antes de 1492 eran comunes los ayunos, las largas ceremonias religiosas y el respeto profundo a la jerarquía sacerdotal12.  Con la llegada de los españoles, la iglesia estableció los internados, que más parecían cárceles o campos de concentración que centros educativos.  Los curas católicos llegaron al continente a condenar todo lo sagrado-pero-no-cristiano como una triquiñuela de Satanás.  Impulsaron la esclavitud y fundaron pueblos que se murieron de tedio13.  Gracias a , desde el concilio Vaticano II, la Iglesia ha revisado sus posturas y hoy quiere corregir los errores de ayer.  La nueva evangelización busca la versión indígena de la cristiandad y los nuevos sacerdotes quieren aprender lenguas indígenas para dar la misa.  El papa hizo un llamado a los obispos a hacer el "mea culpa" de la Iglesia para el jubileo de año 2000, y hacer que el próximo milenio sea el de la tolerancia.

Por su parte, los grupos evangélicos les prohibieron a los indígenas cualquier bebida alcohólica y las fiestas tradicionales.  Les ayudaron mucho con el alcoholismo rampante que había antes, pero atacaron su relación legendaria con la chicha.  Les enseñaron a tener limpia la comunidad y a pintar casi todos los edificios de blanco.  Muchas de esas costumbres se practicaban antes de que llegaran, pero los evangélicos las esparcieron por doquier, con su mezcla de alegría y disciplina estricta.  Hoy día algunas comunidades se niegan a recibir ayuda del estado, pues dicen que proviene del demonio.  Muchas cosas, como los instrumentos musicales, los vestidos tradicionales (el wayuco) y muchas otras ceremonias quedaron en el olvido como consecuencia.

Un amigo puinave me decía que en una comunidad, cerca a los cerros de Mavicure, estaba tirado en un cañito, repleto de tierra, un yuruparí gigante.  Este instrumento musical está hecho de una madera especial, tiene forma de campana y suena parecido a un cuerno.  En algunas casas de Inírida se ve uno que otro yuruparí en la sala, como adorno.  El instrumento gigante sonaba cada vez que se llamaba a las fiestas y se escuchaba a 10 km. a la redonda.  Y está ahí, tirado, como un instrumento del demonio.

¿Sonará otra vez el yuruparí gigante?  Un sacerdote católico aseguraba que muchas de las sectas eran prácticamente creadas por el gobierno gringo; que se trataba de una estrategia para debilitar el poder político de la iglesia católica, en sitios donde la riqueza natural y mineral era abundante.  Greenpeace ha denunciado la táctica de las grandes empresas en la actualidad:  El lavado de imagen.  Ecopetrol y Oxy lo hacen todos lo días en la t.v. nacional:  Muestran bellezas naturales, hablan de sus logros apoyando iniciativas comunitarias, de lo muy responsables que son con la naturaleza, pero el costo de lo que contaminan y del daño ambiental que hacen quienes usan sus productos es muchísimo mayor.   Estas empresas se encargan de maquillarse por el único lado que se les ve, mientras por el otro las comunidades son engañadas, los funcionarios sobornados y el medio ambiente saqueado.  Tal vez haya fiscalización, pero el “como voy yo” (CVY) es tradición y el pastel muy grande...

Los europeos se han sofisticado: Ahora lavan antes de comenzar a explorar.  El mismo Fondo Amazónico viene realizando proyectos de desarrollo social y sus mismos funcionarios saben que el progreso de la zona no es el principal interés.  Los satélites que se tienen en la actualidad pueden revelar el tipo de tierra hasta más de un metro de profundidad.  Saben mejor que nosotros donde están las riquezas, donde está la coca, donde están las quemas.  Su interés político por la región está claramente ligado a su interés económico.  ¿Alguna vez no lo ha estado?

Por lo menos hay un clima de entendimiento en las iglesias.  Cada una tiene sus misioneros y se ponen de acuerdo cuando se trata de participar en alguna cuestión estatal o cualquier otra cosa que las involucre a todas.  Sus diferencias en cuestiones de liturgia, dogma o cosas similares, se restringe a las personas que están evangelizando.  Sólo la católica ha repartido pasquines para advertir a sus feligreses sobre "personas que no creen en la virgen ni en las imágenes", pues es la que más fieles puede perder.  Su situación en Inírida es la misma que en las demás ciudades del país, pero las comunidades hoy por hoy se comportan de otra manera, sus ritos religiosos no son los mismos y parece que sus fieles evangélicos tienden más a aumentar que a disminuir.

De la religión o la cosmología indígena no conocí nada.  Un antropólogo, que había estado trabajando en el Vaupés durante cinco años, me contó sobre el universo simbólico de los Tukuyas; pero Vaupés es otra cosa.  No parece haber interés al respecto, sólo en los antropólogos, y no en todos.


NOTAS

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12     Ver Susana Henao, Los hijos del agua, ed.  Planeta 1995 
 
13     Ver Mariano Useche Losada, El proceso colonial en Alto Orinoco-Río Negro durante los siglos XVI, XVII y XVIII, UNal, 1984 
 

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El alimento del espíritu

La música que se oye en la emisora local (en esas raras ocasiones en que suena) es una mezcla sorprendente, algo que no puede escucharse en ninguna emisora caleña: Darío Gómez junto a Ace of Base y el Grupo Niche junto a Leo Dan.  Se pasa todo lo que la gente pida y que la emisora pueda conseguir.  Los discos se renuevan cada dos años; sólo los "hits" llegan en casetes, como pasó con la "tierra del olvido".  Lo único que tiene de música indígena son uno o dos discos de música andina, uno de ellos del festival Mono Nuñez.

La música Guainieña sigue siendo estrictamente oral.  El director de la casa de la cultura me dijo "este departamento no tiene identidad cultural".  Me dejó ver un tipo de exclusión que desconocía por completo, cuando me explicó que "en todos los festivales folklóricos no aceptan al departamento porque no tiene un ritmo que lo caracterice, como Tolima o Meta".  El estaba impulsando el festival folklórico de Barrancominas y consistía todo en música llanera, con artistas venezolanos, del Vichada y el Meta.  Sólo una líder indígena, Josefina, me cantó a petición arrullos y otros temas dedicados a la gente de los ríos, pero ella es del Vaupés.  El Yuruparí Gigante sigue dormido...

En un festival que hubo en Venezuela, varios yerales, tucanos y otros provenientes del Vaupés, representaron al departamento.  Pero ¿cantan los puinave? ¿los curripaco? Decir que no sería tanto como decir que no son humanos, y a ratos me parece que lo son más que nosotros.  Su gente parece estar cubierta por un manto de silencio cultural.  No escuché ni siquiera un canto evangélico en su lengua.  Tal vez fue por falta de interés o de tiempo de mi parte, pero sí escuché sin mucho esfuerzo joropo, vallenato y salsa a granel, bailados por los mismos indígenas.  Estuve en Guainía y me sentí en el Meta.  Busqué la selva y estuve en el llano.

Inírida se parece más a Puerto Carreño o a Villavicencio que a Mitú, pues los colonos están más cerca de las dos primeras y mandan.  Los indígenas están más cerca del Vaupés y del Brasil, pero callan.  ¿Qué decir de Garza Morichal, lejos de todo, a medio camino entre Barrancominas y San José del Guaviare, a 15 días por agua de Inírida? Allí se puede contar a los nukak makú entre sus pobladores.  Los puinave son de su familia lingüística (la makú-puinave), pero la distancia entre sus lenguas es tanta como la que hay entre el español y el rumano.

¿Se transformará la cultura de los nukak como la de los puinave? Es posible que lo que se obtenga al final sea algo como la versión puinave de la colombianidad, pero hemos perdido parte de una herencia que desconocemos casi por completo, como pasa con todos los grupos indígenas.  En Cauca, Tolima y Nariño hay indígenas que ya no hablan su lengua porque se les olvidó y hoy se lamentan, pero reconocen su herencia y piensan permanecer en ella.  En la vereda de Ambaló, en el municipio de Silvia, sólo quedan dos ancianos que hablan el ambalué, un dialecto del paéz.  ¿Pasará lo mismo con los pobladores de los alrededores de Inírida?

Hay esperanzas.  La comunidad de Coco Viejo queda a escasos minutos, no tiene televisor y tiene radio, pero como eso y nada da lo mismo...  En sus conversaciones en las que no entendía casi ninguna palabra, a veces captaba un "gobierno" o "alcalde".  Una que otra palabrita que se les ha colado, como a nosotros con el "¿okey?" importado del inglés, o como cuando llamamos Ci Di a un disco compacto.  Hacen sus artesanías para vender, más que para usar, pero para estar tan cerca del Chernobyl cultural que es Inírida, los cambios han sido muy pocos.  Los más terribles están en su relación con la tierra, pero es mucho lo que les queda de su lengua y su tradición.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.  Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos, amén.
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ESTADO Y TERRITORIO

A principios de 1995, se hablaba en el congreso sobre el estatuto de ordenamiento territorial.  Había una propuesta de convertir los resguardos en ETIs (entidades territoriales indígenas), mucho más autónomas.  Si la entidad era del tamaño del municipio, entraría el municipio a ser parte de la entidad; si era del tamaño de un departamento, entonces se creaba la provincia indígena.   Esta misma podía ser creada por ETIs que estuvieran en distintos departamentos pero deberían tener una frontera departamental común.

Pasó el tiempo y la propuesta desapareció de los periódicos, en medio de la marea del 8000, de Samper, Botero y todas sus triquiñuelas.  Lo último que oí fue que los grupos indígenas se quejaban de no estar bien representados en el congreso, donde Fals Borda era su vocero.  La discriminación siempre está y suele ser muy sutil, sobre todo en los laberintos del poder.  Todavía se les trata como menores de edad; representados por un tipo conocido, como si los grupos indígenas no pudieran representarse solos.

Eso en el congreso, donde todo el mundo los mira.  En territorios distantes se ven cosas peores, y en mucho.  Un caso de entre un millón: En un corregimiento del río Isana se nombró como corregidor al único mestizo que había en todo el territorio.  El otro 99% de la población, indígena toda, no les pareció muy digna de tener el cargo.  De pronto puede pensar uno que sucedió como en Bogotá, donde la gente escogió al único lituano que conocía, cansada de las trampas y robos de los bogotanos.  Pero normalmente los corregidores no se nombran por consenso popular, son señalados a dedo como un inspector o un juez.  La gente no hizo el más mínimo reclamo.  Algunos funcionarios les recordaron a los representantes legales que eso era digno de algo más que un reclamo.  Ellos sólo escucharon en silencio.

Es común en las regiones que no se sienta el más mínimo avance con respecto a los decenios anteriores.  Una funcionaria, que estuvo en las elecciones, me decía que le repugnaba el sólo recordarlo.  "Aquí cogen a la gente del brazo y les señalan con el dedo por quién tienen que votar".  Una acusación muy seria, pero bastante creíble.  No hay un sólo dato estadístico confiable, ni siquiera de población y su crecimiento, pues los encargados del último censo no llegaron hasta varias comunidades.  Se le encargó la tarea a estudiantes, pero cuando hay intereses políticos y económicos de por medio, las cosas no son fáciles.  De ahí surge la despampanante cifra del 98.8% de población indígena.  ¡Como si los colonos no existieran, no se hubieran tomado casi todas las riberas del Guaviare y los alrededores de Inírida, e Inírida mismo fuera todo indígena!

Los representantes a la cámara están contentos con los datos electorales que los ponen en sus puestos.  Una elección real, hecha a conciencia, muy probablemente pondría en su lugar a un líder evangélico, tal vez indígena, pero me late que no.  La vergüenza étnica, que ataca a los mismísimos bogotanos, es una endemia política en el Guainía.

A dos diputados indígenas, que fueron escogidos en el periodo anterior, se les compraba muy fácilmente.  El gobernador los invitaba a una cena en su casa y cambiaban de opinión; luego otro líder político hacía lo mismo y volvían a cambiar de opinión.  "No querían sino la plata" me dijo una señora tucano de la Zona Indígena.  Era como si no estuvieran y hasta peor.  Uno de los diputados más antiguos me decía que se presentaban a las asambleas, se sentaban y guardaban silencio.  En las votaciones no se les sentía.  Eran una ficha, no representantes.   En el concejo de Inírida hay dos de ellos y parece que los escogieron justamente por no quedarse callados.  Los dos son miembros del CRIGUA (Consejo Regional Indígena del Guainía) y han asistido a reuniones de líderes indígenas de todo el país en el Vaupés.  Luis Troya, un antropólogo que trabaja con ellos, me decía que le asustaba cómo regresaban de esas reuniones, hostiles con los colonos.  Una opinión desde mi punto de vista exagerada, pero por lo menos un síntoma de que esta vez no se sentarán a aprobarlo todo.

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Oposiciones y corruptelas

A principios del 95 se llevó a cabo una huelga convocada por el magisterio.  En el departamento, los únicos que han hecho una marcha, además de los militares, han sido los profesores.  En las zonas marginales, como las del Pacífico, es común encontrar más educadores que profesionales de otras áreas.  Ellos son el gremio estatal más cercano a la gente, de los pocos que pueden mostrar cierta independencia con respecto a políticos y comerciantes.  Había un grupo de educadores indígenas que se llamaba "Waniwa", en alusión al nombre indígena de Júpiter.  Este planeta es el más brillante después de Venus y aparece en el cielo en horas de la madrugada.  Según la cosmología indígena, Waniwa está peleado con el sol y no quiere ni verlo, por eso sale cuando no hay el más mínimo brillo del atardecer.  "Nosotros somos como Waniwa", el más grande en el cielo después del sol, aquel que aparece cuando se va el que lo domina todo.

Los miembros del CRIGUA trabajaban todos con el FER, el fondo educativo regional, una entidad descentralizada que no caía muy bien entre los políticos, porque manejaba recursos con autonomía.  Pero con la descentralización, todo lo del FER pasaría a ser administrado por las entidades locales.  ¿Una ventaja o una desventaja? Había investigaciones, realizadas por antropólogos y educadores y auspiciadas por el FER, que eran prácticamente desconocidas para educadores de otras dependencias del estado.  El mismo fondo estaba bregando por un estudio de audio, para producir sus propios programas.  Mientras, la emisora local, de propiedad del departamento, luchaba a diario con la precariedad.  Se necesitaba coordinación para hacer que las entidades trabajaran en conjunto; pero los recursos del estado suelen ser mirados como un botín, no como una forma de resolver necesidades comunes.

La cuestión ya tiene hasta expresiones lingüísticas, como el verbo viaticar.  ¡Quién lo dijera! ¡Un verbo corrupto! Algunos funcionarios viajan, no para consultar un problema, ni buscar tal o cual programa para aplicar o cualquier otra cosa que le pueda servir a la comunidad.  No.  Se trata de "viaticar".  ¿Qué significa viaticar? Ir por los viáticos.  ¡Lo que interesa es la plata, lo demás son "pendejadas con las que uno llena el informe o cualquier vaina que haya que llenar"! ¿Y las comunidades? Si usted hace esa pregunta con respecto a viaticar, lo más probable es que le respondan con una evasiva, o con cualquier chistecito, como "¡las comunidades están bien, gracias!", en medio de risitas y sonrisitas.

Es común el funcionario que te trata muy bien, y te dice cosas como "somos amigos ¿no? Después nos colaboramos ¿no?" Hoy por ti, mañana por mí.  Los mismos funcionarios te pedirán mañana que "no la vayas a embarrar", que "no te pongás con pendejadas", en otras palabras que no seas tan "huevón" como para dártelas de honesto.  Y te buscarán el ladito, así, muy sonrientes, muy amables.  Una visión de solidaridad que me retuerce el estómago.

Y lo más grave es que no son casos aislados.  Cuando trabajaba como redactor en un periódico en Cali, era común encontrar esas cosas.  Lo viví en Acuavalle, en Invicali, en el concejo.  Es una costumbre que hace parte de la cultura corporativa del estado.  La misma que cierra las puertas de los hospitales a personas agonizantes y sólo las abre cuando las ve chorreando sangre, o que permite que a un médico se le quede el bisturí dentro de una señora a la que le hicieron cesárea.  La amabilidad se les acaba con quien más deberían tenerla.   Cualquiera que entre en el estado la sentirá; puede que sea en una forma más sutil, pero puede que se le presente en una más directa o más brutal.

La otra opción tradicional, la iniciativa privada, que suele pensarse como solución, no se acercará a ti a menos de que le rindas beneficios.  Las mesas sectoriales de empleo fracasaron casi todas, porque en la primera se les explicó que los recursos venían dirigidos exclusivamente a las personas que estuvieran desempleadas durante un tiempo considerable, y que fueran de edades extremas: O muy viejos o muy jóvenes.  En la mesa siguiente casi no hubo gente, se llevó a cabo gracias a que vinieron representantes del sector rural.  Cuando se llamó al público urbano no vino nadie.  Los comerciantes, los grupos de maestros constructores, los jóvenes y todos los que pudieran estar interesados, no vinieron.  La convocatoria se hizo por los medios que se tenían disponibles, los mismos que los trajeron la primera vez.  El caso es que no hubo con quien.  El cura párroco y el funcionario encargado de la mesa no se mostraban muy optimistas.  Ambos coincidían por aparte en que la gente se convocaba y era como si nada.  Un señor que se presentó como un pobre hombre, que decía no tener nada más que una fábrica de escobas, la comunidad lo identificó como una de las personas que más tierras tenía en el pueblo.  El mismo reconoció más tarde que tenía una plantación grande de cacao en el río Guaviare, y eso para recibir un beneficio que venía a través del DRI; si no, no nos habríamos dado cuenta.

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Zaperoco

En el programa de vivienda, se pensó primero en aceptar proyectos individuales de todas las personas que supieran que tenían necesidad real de mejorar su vivienda.  Después la comunidad misma, o una comisión nombrada por ella, se encargaría de revisar caso por caso y descartaría a los que tenían la casa en buenas condiciones.  Llegaron formularios de todo el mundo y ya se pensaba que el volumen iba dar trabajo en exceso.  Dos concejales aprovecharon que nosotros trabajábamos con subsidios de vivienda y comenzaron a vender formularios a la gente, a nombre de la red de Solidaridad.  Yo había oído de esos formularios y uno de los concejales me los había mostrado, pero sin la marquilla de la red.  "Como una manera de ayudar a la gente" me dijo.  Ni siquiera insinuó que tenían algún costo.

Después, en la mesa departamental de solidaridad, con funcionarios de todos los fondos, de las comunidades de los ríos, de los colonos, la Iglesia y casi toda la gente importante, la presidenta de la junta de acción comunal del barrio Los Libertadores denunció el caso.  Estaba el director general de la red, Eduardo Díaz Uribe, y él se embejucó y aseguró que no se iba a girar un sólo peso al Guainía hasta que no aparecieran los suplantadores.  La presidenta los señaló y se armó un escándalo.  Los tipos dijeron que lo hicieron inocentemente, que no cobraban por ello y se echaron mutuamente las culpas; hasta fingieron estar enfrentados por cuestiones partidistas, porque el uno era conservador y el otro liberal, pero sus sonrisas los delataron.  Cuando Eduardo Díaz se calmó, dijo que no iba a tomar acciones jurídicas y se acordó con la comunidad hacer todo por medio del SISBEN14.  De esta manera se evaluaba a todo el mundo de una forma técnica e imparcial y se evitaban los intermediarios.


NOTA
 
14     El Sistema para la Identificación de Beneficiarios de Programas Sociales, SISBEN, es una base de datos en la que se almacena información de encuestas realizadas a una determinada población, para identificar posibles beneficiarios de programas de asistencia del estado.  En ella se encuentran datos sobre nivel socio-económico, número de miembros de la familia, datos de cada uno de ellos, número de habitaciones del hogar, materiales con los que está hecho, servicios a los que tiene acceso, etc. 
 
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MAVICURE Y OTROS OLVIDOS

Argemiro, el antropólogo de asuntos indígenas, me invitó a conocer los cerros de Mavicure, con los jóvenes del grupo de danzas de la casa de la cultura.  Yo sólo sabía de los cerros lo que me había contado el dibujante de planeación.  Un día se los señalé en el escudo del departamento y le pregunté si eran un dibujo de la Piedra del Cocuy.  El me dijo que la piedra quedaba en territorio brasileño, que los cerros eran tres y no quedaban muy lejos.  Estaban a la orilla del río Inírida, en la comunidad de remanso, y se les consideraba la principal atracción turística del Guainía.

Se llaman Pajarito, Mono y Mavicure.  El más alto de los tres es Pajarito.  A su lado y en la misma orilla está Mono, el segundo en altura.  Los dos son lisos y empinados, de un color vinotinto y con forma de jorobas inmensas en medio de la planicie.  Tienen un cúmulo de selva a sus pies y ahí se forman trazos de niebla cuando cambia el clima.  Son altos como un cerro de Cali, pero sus paredes son completamente verticales, imposibles de escalar sin equipo.  Me contaron que un grupo de gringos (unos decían que eran holandeses, otros suecos) vino con toda su parafernalia y, con mucho trabajo subió a la cima.  Encontraron una laguna en la cima de Mono y zancudos como no habían visto en su vida.  Otros colonos, por su lado, me decían que eso era paja, que nadie los había escalado nunca.

El Mavicure, el más bajo de los tres, se encuentra en la otra orilla.  Es tocayo del raudal15 que forma el río cuando pasa por entre los tres.  Su forma es más irregular y tiene más plantas encima (los otros dos están pelados).  Es el único que puede escalarse a pie.  Casi todos los iniridenses que han querido lo han escalado y saben de sus laderas empinadas.  La leyenda que transcurre entre ellos, la de la princesa Inírida, da el nombre a la capital.  A todos los niños en el colegio se las enseñan.  Las etnias puinave y curripaco tienen cada una su versión diferente, pero la historia central es la misma.  Aquí está la versión del Centro Experimental Piloto del Guainía:

    "Hace mucho tiempo, nuestra selva estaba habitada por miles de animales que acompasaban su bullicioso canto con el rumor fresco de los manantiales y con el silencio de los morichales16 vírgenes.

    "Y allí estaba Coop-Coop, pueblo grande donde vivían dioses que tenían su lugar sagrado, llamado Weito.  Existía también Yod-Waru, pueblo cercano al interior y en el cual gobernaba un dios llamado Bón-Wac, cuyo hijo era el príncipe Yoy, distinguido y apreciado por todos.  Entre los dos pueblos habían surgido guerras violentas que el tiempo se encargó de aplacar después.

    "El dios de Coop-Coop se llamaba Kedpú y tenía una hermosa hija, la princesa Inírida, admirada por todos los moradores de las aldeas vecinas.   Cuando el amor tocó el corazón del príncipe Yoy; éste se puso a conquistar a la princesa Inírida para casarse con ella, pero la bella hija de Kedpú lo rechazó tranquilamente.  En una fiesta que los puinaves llamaban Mu-wui yu, vio el príncipe una nueva oportunidad de declarar su amor a la bella Inírida.  Ella escuchó las palabras enamoradas del pretendiente, pero lo rechazó otra vez.   Con insistencia Yoy buscó el apoyo del dios Kedpú, jefe de Coop-Coop, para obtener el sí de la princesa, pero la única respuesta fue que ella jamás viviría con aquellos que habían matado a sus antepasados; explicación que también compartían los miembros de su pueblo Coop-Coop.

    "Sumido en la tristeza por la negativas de Inírida, el príncipe siguió buscando ayuda.  Esta vez se dirigió a donde su amigo el príncipe Yatsú, intrigante y adulador.  El le aconsejó que le diera pusana17 a la princesa.  Le explicó además que había pusana buena y mala y que, de acuerdo con sus intenciones, escogiera la más conveniente.  El príncipe escogió pues la pusana mala, porque su amor había sido despreciado y quería castigar a la princesa.

    "Los príncipes se dirigieron entonces al cerro Júo-Javen y Buotveen, llamado hoy Mavicure.  En compañía de otros amigos, fueron navegando río abajo por espacio de dos semanas y sin comer durante el viaje hasta que llegaron a Mavicure.  Empezaron un dificultoso ascenso hasta la cima.  Allí permanecieron dos días en ayuno, cogieron la pusana y la depositaron en una totuma.  Cumplida la misión, emprendieron el viaje de regreso.

    "La pusana, o Soon de Mavicure, es un arma mágica usada entre los seres visibles e invisibles que pueblan el seno de la selva y la extraña profundidad de las aguas.  Debe cogerse en ayunas, como lo hicieron los príncipes de Yod-waru.

    "Un día de fiesta y celebración en Coop-Coop llegaron los príncipes Yoy y Yatsú.  Los instrumentos típicos como el bohón, el yapuro, el turí, el út y otros, lanzaban al aire sereno los sonidos estridentes pero significativos para el corazón del pueblo.  Algunas canciones hacían silenciar el concierto metálico de las chicharras, porque todos estaban alegres.  Los príncipes se sumaron al baile y a las risas y se deleitaron observando la belleza de Inírida, hermosa entre las mujeres de la región.  Esperaban el momento en que darían la pusana a la princesa.

    "El momento llegó cuando se estaba agotando la chicha en la fiesta.  Inírida y sus amigas se retiraron a preparar la bebida en sus peens, especies de coladores.  Estaban en esa tarea cuando llegaron los príncipes Yoy y Yatsú.   Aprovechando esa salida, el príncipe Yoy untó con la pusana el colador de Inírida y se retiró.  Cuando regresó la princesa lo tomó sin saber nada del peen impregnado de pusana.  Comenzó inexorable y lentamente el efecto sobre la hermosa mujer.  

    "Durante la fiesta se habían servido porciones de bocón, morocoto y cachama18, como también carnes de monte como danta, lapa, etc.  Inírida había comido pescado gordo después de haber tocado la pusana, lo que aceleró sus fatales efectos.   La princesa empezó a sentir dolor de cabeza, luego se fue poblando su mundo con visiones extrañas.  Su bellos ojos se abrían desmesuradamente y en pocos días se fue perdiendo la fina curvatura de su cuerpo y en su lugar iban quedando nudos de piel reseca, como una rama que no soporta la vida.  Y la princesa Inírida fue internándose poco a poco en un mar de melancolía y soledad.

    "Una tarde que comía al lado de su madre sentada sobre las esteras, Inírida sintió un grito que venía desde adentro de sí misma y dejó que se estrellara en su boca, asustando a los pájaros somnolientos.  Después, para asombro de su madre, comenzó diciendo que venían millones de príncipes y entre ellos Yoy, a quien llamaba para que la ayudara.

    "El pueblo ya se había hundido en un silencio pesaroso, pero los gritos de Inírida interrumpieron la calma.  Ella tomo la estera y corriendo de un lado a otro desapareció en el monte espeso.  Los dioses de Coop-Coop fueron a buscarla a Mavicure.  
    -¡Ven hija!- Gritaba la madre.  
    -No puedo- Respondió la princesa.  -Hay alguien que me retiene con fuerza y no me suelta.  Llorando Inírida se quitó los collares del cuello y dijo a la madre:
    -Toma mis collares y guárdalos como recuerdos míos.  No podré volver a verlos, padres y hermanos queridos, adiós.

    "Dejó que salieran sus lágrimas, levantó su estera y corrió cerro arriba, entró en el interior del cerro y tapó la entrada con la estera que llevaba consigo.  Luego sólo se vio una nube de cenizas en el espacio silencioso.  
    Coop-Coop lloró la partida de su princesa, la más hermosa de todas.  Dicen los puinaves que todavía está allí."19

Casi todos los altos funcionarios que llegan a Inírida son invitados a conocer Remanso.  Los llevan en lancha y les muestran lo más impresionante que tiene el departamento, aprovechando que sólo queda a unas pocas horas del casco urbano.   En lancha se llega en poco más de media hora, en un bongo en casi tres horas.  

Yo viajé en un bongo, en uno de esos escasos fines de semana en que no hubo reuniones.  Iban en la embarcación como 20 personas y el motor comenzó a sacar la mano a la mitad del recorrido.  A los jóvenes casi no les importó; venían en medio de canciones y recocha todo el camino.  Si no hubieran sido por su alegría, el viaje hubiera sido larguísimo.  El piloto reparó el fallo en unos minutos y continuamos.

En verano, las rocas del lecho del río se vuelven visibles y surgen grandes bancos de arena en las orillas del río, pero muchos de ellos quedan debajo de la superficie.  Los pilotos tienen que ser muy diestros y conocer el río como la palma de su mano, el agua es oscura y es fácil darle a una roca con el casco o encallar en algún banco.

Una tormenta se cierne sobre el río Inírida.  Esta foto la tomé desde el bongo, camino a los cerros de Mavicure.

El río Inírida es del mismo color de un tinto, decir que está lleno de "aguas negras" sería un error, pues es más limpio que el Pance y que cualquier río cercano a Cali.  Debe su color a los minerales que arrastra, como casi todos los ríos del Guainía.  Allá cada caño cambia de color de acuerdo al terreno.  Desde el avión se ven unos rojos, otros café, otros negros, en medio del verde de la selva.  Los unos desembocan en los otros y sus colores se mezclan.  El único que tiene el típico café con leche de los grandes ríos andinos es el Guaviare.

El motor del bongo falló no una, sino tres veces.  El piloto mermó la velocidad para no agotarlo y el viaje se volvió todavía más lento.  El caso es que llegamos de pujito en pujito, como a las 8 de la noche.  Los cerros se veían todavía más misteriosos en medio de la oscuridad.  Ya no se podía ver el río y su silueta se recortaba sobre las nubes iluminadas por la luna.  El piloto siguió muy orondo río arriba por en medio de los cerros.

Todos los tripulantes se asustaron al oír el rumor del raudal.  Todos, menos yo, sabían que el Mavicure se ha tragado bongos, dragas y lanchas en el menor descuido de los pilotos.  Para atravesarlo, lo más sensato era que el piloto se detuviera y revisara el motor fuera borda antes de atravesarlo; nuestro piloto no parecía muy sensato.  El fragor de un raudal desconocido en la distancia es algo que no voy a olvidar.  Para alivio de todos los iniridenses, su intención no era atravesarlo, sino llegar a una playa, al lado de un laguito que formaba el río.  El torrente quedaba a escasos metros, pero ahí las aguas eran tranquilas.  

El río Inírida se ve calmado, como una laguna larga que se mueve.  Pero su tranquilidad se transforma en un torrente salvaje al llegar a un raudal.  En verano sólo un loco se atrevería a atravesar uno en un bongo, y varios lo han intentado.  En Mavicure sólo se ven olitas por encima de la superficie y algo de espuma; cualquiera podría pensar que es inofensivo, pero se engañaría.  La corriente que pasa entre los cerros forma remolinos que hunden lo que sea sin avisar.  «En caso de que alguien llegara a caerse, sólo se podría mirar cómo se hunde, porque si alguien se tira a sacarlo, a los dos se los traga», me contó después un piloto.

Esperábamos aprovechar que estábamos en verano para dormir esa noche en la playa, a la luz de la luna.  Había nubes grises en el cielo, pero todos decían que no eran de lluvia.  Nos bajamos del bongo, recogimos leña y encendimos una hoguera.  Las arenas del Inírida son blancas y gruesas, como las de San Andrés o Bocachica en Cartagena.  Pero las de Mavicure chillan si uno las pisa con suelas de plástico, como si fuera un animalito quejándose.  En los primeros minutos, oír ese chillido a cada paso me hizo sentir como un astronauta en otro mundo.

No hacía mucho habíamos llegado, cuando comenzó a lloviznar.  Al rato ya llovía en forma y al final no sabíamos que hacer con un aguacero torrencial encima.  Los más precavidos habían traído toldas plásticas para guarecerse, pero como éramos tantos, a todos les tocó compartirlas.  Se formaron grupos de friolentos, cada uno debajo de un plástico negro.  Nadie quedó cómodo.  Si uno halaba la tolda para taparse mejor, hacía empapar al del otro extremo.  Si el de la punta estiraba la pierna desacomodaba a todo el grupo, uno por uno, en medio de quejas.  Yo cuento esos minutos entre los más fríos que he pasado en mi vida.

Argemiro decidió que pasar la noche así no era buena idea, así que entre los dos decidimos buscar las carpas de los mineros que trabajaban por ahí.  Apenas podíamos ver en medio de las oscuridad, con gototas cayéndonos en los ojos.  Pero encontramos una, como a 100 metros.  Los buzos que estaban ahí tenían espacio de sobra y no les molestaba recibirnos.  Varios muchachos nos siguieron y durmieron en la arena seca de la carpa, otros prefirieron sus plásticos y se quedaron donde estaban.  Argemiro y yo también nos íbamos a dormir, pero los mineros casi borrachos querían conversar con nosotros, y no nos dejaron.  Hablamos sobre los indígenas, sobre la contaminación, sobre sus vidas y sus aventuras.  Ahí nos tuvieron despiertos hasta la madrugada, muertos de sueño, cansados de tanto conversar y esquivar sus intentos de emborracharnos a nosotros también.

Al otro día pensaba tomar fotos, pero la llovizna no se detuvo.  Sólo pude tomar una (en la página siguiente), en un momentico afortunado en que escampó.   Pero el espectáculo visual no me lo perdí.  Con la lluvia se formaban chorros que corrían por los cerros, debajo de ellos su color vinotinto se tornaba más oscuro.  En medio de la roca se hacían charquitos y el agua de su fondo era increíblemente amarilla.  ¡Los minerales de la roca rojiza se volvían amarillos al desprenderse!

Tuve la oportunidad de subir un trecho del cerro Mavicure y vi las vetas de cuarzo que lo cruzan; toqué su superficie rugosa y me asombré con las plantas que le crecen encima.  Deben alimentarse de los minerales que corren por la superficie del peñón, porque apenas si tienen arena para sostenerse y no hay raíz que perfore semejante roca.  No pude llegar a la cima, el suelo estaba mojado y caerse era muy fácil.  Cualquier resbalón representaba una caída de varios metros y nadie quería correr el riesgo.  Así que sólo nos bañamos en el laguito que se formaba al lado del raudal.

En esas estábamos, cuando varios salieron corriendo del agua, con mucho alboroto.  Decían «¡las toninas, las toninas!».  Yo me salí con ellos y pude ver la causa de su espanto: Una pareja de delfines de río se acercaba al laguito, en dirección al raudal.  Apenas si se podían ver sus lomos.  No sabía que los colonos les tuvieran tanto miedo.  Para mí los delfines eran criaturas simpáticas, pero ellos me decían «no crea, esos animales muerden».  En unos pocos minutos se perdieron de vista.  No tuve oportunidad de comprobar si sus temores eran fundados.

Las toninas, bufeos o delfines de río, se diferencian de sus primos oceánicos en el color de su piel.  El de los que vi eran de color ámbar, muy similar al del río.  Yo pensaba que sólo se encontraban en el Amazonas, pero pude ver uno a los pocos días de llegar.  Estaba en las playas del Inírida, al borde del puerto.   Veía los peces saltar en el río y parecía haberlos en abundancia.  De pronto oí algo, como si alguien resoplara.  Pensé que era un buzo o alguien con un esnorquel, pero miré mejor y pude distinguir un lomo ámbar que subía y bajaba.
 
Una niña indígena frente al cerro Mono, en una playa entre la comunidad de Remanso y el raudal de Mavicure.

Silenciosos e imponentes, Mono y Pajarito se reflejan sobre el río como un espejo y cambian de color cuando se mojan.  Los buzos se dieron cuenta de sus aguas amarillas hace mucho y trajeron sus dragas.  La comunidad de Remanso no fue favorecida por casi ningún programa de la red, pues sus ingresos por regalías de oro superaban con creces a los de las demás.  Los mismos nativos estaban de acuerdo en que ellos no necesitaban ayuda.  Pero hoy día se está agotando la veta de oro cercana al raudal.  En las cercanías de Remanso un minero me dijo: "Eso ya no lo saca nadie; se necesitaría una empresa grande que venga con taladros o algo así, para que saque el oro de en medio de la roca".  Lo decía con resignación.  Pero había oído que había la posibilidad de que viniera una empresa japonesa, y eso para él era una esperanza.

Mientras, el barro del fondo del río ha sido removido, cambiado de lugar y minuciosamente revisado.  El augurio de las culturas indígenas, que advierte sobre los males que causaría romper la roca, puede que se ignore.  Las leyendas y creencias milenarias tienen un fondo real, y todo el mundo lo sabe; mucho más si son varias las culturas que coinciden.  Hoy mismo puede que el fondo se haya vuelto loco y esté comenzando a suceder algo que no conocemos.

De todos modos, Remanso no perderá su turismo.  La comunidad es conocida en todo el departamento, a todos los niños les hablan de ella en primaria.  Lástima que en el resto del país sólo se haya oído hablar de la Piedra del Cocuy, como el hito que señala la frontera entre Brasil, Colombia y Venezuela.  Pero este peñón está en territorio brasileño.  Algunos iniridenses suspicaces me comunicaban sus sospechas de que los brasileros han corrido la frontera con cuidadito y de poquito en poquito.  Yo no creo que sea así; me parece más probable que nuestro sistema educativo no se haya dado cuenta del error, así como casi nadie sabe de los cerros de Mavicure, que son tres y sí están en territorio colombiano.


NOTAS

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15     Los raudales son los torrentes que forman las diferencias de nivel en el lecho del río.  La cantidad de agua que pasa por ellos es impresionante; sus espumarajos, torbellinos y corrientes suelen ser muy peligrosos. 
 
16     El morichal es un grupo de palmas de moriche, que dan una fruta comestible de cáscara dura y sabor agridulce.  Los morichales sólo se dan de forma natural en los alrededores de un nacimiento de agua o donde ésta abunde; de ahí su afiliación con la idea de naturaleza rica y virgen. 
 
17     Aunque figura en el texto como yerba utilizada como arma, también se daba entre los colonos la percepción de que la pusana era una planta afrodisíaca, debido, muy probablemente, a que el único uso que conocían era el que narra esta leyenda. 
 
18     Especies de pescado que se encuentran en los ríos y caños del Guainía.  La forma tradicional y más popular de comerlos es moquiao, es decir, ahumado y sazonado. 
 
19     Tomado de "Mitos y leyendas del Guainía", texto de lectura publicado por el Centro Experimental Piloto (CEP) Guainía, realizado por un grupo de auxiliares biling&uulm;es durante el curso de Español y Literatura en el mes de febrero de 1988.  En la versión original la princesa Inírida figura como "Dán". 
 

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En el caño, el piso esponjoso, la laguna de brujas

Carlos Cubillos, el administrador del hotel "El Safari", nos llevó a Manuel, el director del SISBEN, y a mí a conocer la laguna de las brujas.  Fue una experiencia digna de un "eco-tour".  Como era verano, nos fuimos por detrás de la Zona Indígena y atravesamos una roca inmensa, que aflora después de que las casas se acaban, justo antes de llegar a Caño Vitina.  Buscamos algún tronco por donde pasar sin mojarnos los zapatos ni los pantalones y lo encontramos fácilmente.  El caño no llegaba al metro de profundidad y no tenía más de dos metros de ancho.  Al pisar sus bordes se sentía como si se estuviera pisando un colchón.  El pasto estaba prendido de algo negro, como una esponja, regada por toda la orilla.  Esa zona inundable estaba llena de vida en el piso, en esa capita pegada a la roca o a la arena.

Nos metimos por un camino que se bifurcaba cada diez metros o menos.  Si no se conocía bien el lugar uno se perdía fácilmente.  Hasta a Cubillos, lugareño y explorador, le costó trabajo orientarse.  Había partes que habían sido quemadas, se veía el pasto negro en trechos no muy grandes, porque la humedad de la tierra no permitía que el fuego avanzara mucho.  Carlos nos mostró las esponjas negras colgadas en los árboles, como a un metro por encima de nosotros.  ï¿½¿Sí las ven? ¡Hasta donde están las esponjas, hasta ahí llega el agua en invierno!� A los dos foráneos nos pareció exagerado, pues había lugares en donde las esponjas estaban a más de dos metros por encima de nosotros.  En invierno pude ver que el agua no sólo llegaba hasta ahí, sino que las esponjas no señalaban la superficie, sino que quedaban sumergidas más de dos metros.  Lo que en verano había sido el lecho del caño quedaba en ocasiones más de 8 metros por debajo del agua, cuando menos.   ¡Y no exagero!

A los pocos minutos llegamos a la laguna.  Un cinturón de pasto, como una alfombra o un campo de golf, la separaba de la selva.  Era como un santuario.  Las aves se asustaron apenas nos vieron y el colchón del piso se sentía más grueso.   De él salían gotas de agua cada que uno lo pisaba.  En la superficie del agua se veían ondulaciones y círculos concéntricos, una evidencia de que los peces estaban ahí debajo, comiéndose los unos a los otros.  Ahí al lado habían cortado árboles pequeños, quién sabe si para ver mejor el paisaje o para poder entrar alguna embarcación.  Me asombró que se quemara por ahí cerca.  Recordé mi estadía en el resguardo de Ambaló, cuando se me mostró la misma capa esponjosa, pero en el clima frío de la montaña.  Ahí un fotógrafo me recordó que era justamente esa capa la que quería proteger la CVC, con relativo éxito.  En el Guainía no hay protección, así como no hay ni una licencia ambiental.  "Dios le da peineta a los calvos" reza un refrán.

En el regreso vimos indígenas del barrio La Esperanza bañándose en el cañito.   Nos costó trabajo encontrar el camino de vuelta y tuvimos que utilizar unas canoas que estaban parqueadas para poder pasar al otro lado.  Y vimos de nuevo la roca, con un pasto indomable viviendo encima, en pequeños grupitos aislados, algunos quemados.  El pasto debe alimentarse de la humedad y de los escasos minerales que atrapa cuando el agua está retirándose al final del invierno, porque todo lo demás es roca pura.  Esa misma a la 1 o a las 2 de la tarde se calienta como un sartén.  Si uno se para en ella descalzo hay que correr dando salticos, como Sofía Vergara en la propaganda de Pepsi.  Ahí llegan a diario las mujeres indígenas a restregar y azotar la ropa.  La traen en baldes y ahí mismo se la llevan mojada ¡Y pesa! A veces las acompañan los niños, que se quedan parados mirándolo a uno, con seriedad, curiosidad y desconfianza.  Siempre que he visto niños indígenas he visto la misma mirada, desde una distancia prudente.

Los niños indígenas viven cerca del agua desde que nacen, aprenden a nadar rapidísimo, casi al tiempo que caminar.  Si hay ahogados debe ser en los raudales, porque la gente de la selva vive en el agua toda su vida, juega con ella y de ella se alimenta.  En invierno, los jóvenes y los niños se subían a las copas de los árboles que el caño tapaba casi hasta la mitad.  Desde ahí se lanzaban y clavaban, sin golpearse con los que quedaban escondidos por la oscuridad del agua, del mismo color de un tinto.  Se oía el bullicio de los niños jugando y chapuceando, con una piscina tan ancha como el pueblo mismo, tan profunda como ellos desearan.  El temor a las víboras, escondidas donde menos uno las espera, los mantenía cerca a la orilla.

Había puerticos en el caño, en la salida de cada barrio.  Desde ahí partían por la mañana los señores y las señoras indígenas, con sus empaques para pescado tejidos en palma, con el almuerzo en una olla, a veces con los niños y hasta con los perros.  Nunca aproveché la oportunidad, pero si uno le pedía a cualquier pescador que lo llevara a recorrer los caños, lo más probable era que le dijera que sí.  Ellos están orgullosos de su pesca, de poder mostrar cómo se captura la riqueza de su mundo acuático.  Sólo se negarán si tienen que llevar a toda la familia y encima traer el pescado, o algo así.

Una mañana, un anciano puinave se me quedó mirando, sonriente junto a su canoa, sus aparejos, sus perros, mientras me saludaba.  Fue una invitación silenciosa a partir con él, a pescar o a cazar.  Sólo tenía que aproximarme y decir �¿me lleva?�, pero no le dije nada.  El trabajo, el "deber", me mantenía atado a Inírida, a las oficinas de la gobernación, a sus teclados de computador, como una cadena frágil que se puede romper pero uno no rompe, por respeto.

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Chorro Bocón: raudales e indígenas, pilotos y estrellas

La comunidad de Chorro Bocón es la más populosa en las orillas del río Inírida.  Con cerca de 800 habitantes, se encuentra a medio camino entre el nacimiento y la desembocadura.  Un viaje hasta allá es de los "más sufridos" para los que no conocen la vida en los ríos.

A diferencia del viaje a Mavicure, este era de trabajo.  Iba a una reunión de representantes de todas las comunidades del río Inírida.  Argemiro, el antropólogo de Asuntos Indígenas, me invitó para que hiciera una introducción de lo que serían los programas de la red en el río.  En nuestro viaje la personalidad principal era Trespalacios, un especialista en leyes, que iba a explicar la legislación indígena.  También asistían por aparte el alcalde, representantes de la secretaría departamental de agricultura, de gobierno y, por supuesto, de Asuntos Indígenas.

Viajamos en la lancha de la DAI, porque un viaje en bongo sería demasiado demorado y no hay quién pueda cargarlo en los raudales.  En Inírida le dicen "voladoras" a las lanchas, porque parece que no tocaran el agua, de lo rápido que van.  Con un escasísimo equipaje para dos días, escogí no llevar la cámara, pues se necesitaba espacio para viajar cinco en una lancha para cuatro, además de los fules de la gasolina de ida y regreso.

En menos de una hora estuvimos en los cerros y el raudal de Mavicure.  Ahí nos bajamos y permitimos que la lancha pasara bordeando la orilla, arrastrada por el piloto.  El mismo no confiaba en el motor porque estaba fallando; si llegara a apagarse en mitad del raudal, nos tragaría el río con todo y lancha.  Eran como las diez de la mañana y el sol estaba alto, sin nubes.  Pudimos ver los cerros inmensos.  Tocamos las playas de roca y las sentimos calientes como ellas solas.   En las bases de los tres se podían leer grafitis políticos: �Vote por tal, # tatatá�, �movimiento yo no sé cual, # tal�, etc.  Los políticos no respetaban ni el mismísimo símbolo del Guainía.

Le compramos pan a un colono que tiene una carpa grande, a la orilla del río, llena de sus cosas, un horno, un tronco para sentarse y hasta un televisor.   Cobra carísimo, pues le vende a los buzos.  Nos encontramos con que gente del Noticiero Nacional estaba entrevistando a los mineros de las dragas y estaban grabando tomas de los cerros.  Habían estado en el pueblo haciendo preguntas y se recorrieron todo el río desde Remanso hasta Amanavén, en la desembocadura del Guaviare.  Después, casi a los 15 días de regresar, salió la nota, cortitica.   Hablaba de los militares que estaban llegando para patrullar el río, con todo y sus lanchas artilladas, y del abandono de la base de la armada en el Atabapo y de la inspección de Amanavén.  Tantas tomas, tanto recorrido, para casi nada.  Por lo menos mostraron el armamentismo como un problema.  Pero si uno ve la nota se imagina que Guainía es casi un desierto, que Inírida a duras penas existe, y eso es una exageración.  Supimos también que había en los cerros gente de "las aventuras del profesor Yarumo" y que ellos sí se pasaban más tiempo, preguntaban más cosas, no tenían tanto afán.

Continuamos haciendo escala en la comunidad de Venado, la que los concejales de Inírida comentaban como la más próspera y mejor administrada.  Hablamos con el capitán que era el mismo pastor, y él nos comentó en poquísimas palabras que los recursos del oro se habían utilizado en construir casas nuevas, hacer mejoramiento de algunos techos y en losas de cemento para el piso.

Cuando continuamos río arriba, los tres cerros se reflejaban sobre la superficie oscura del río, como en un espejo.  Justo cuando no traía la cámara, la naturaleza mostraba toda su belleza.  El sol les daba un color rojizo oscuro y la base de selva verde brillaba, con algunas nubecitas, como si saliera una niebla de entre las matas.  No había traído la cámara porque de pronto llovía y hoy todavía me arrepiento.

El camino seguía, cada curva parecida a la otra: Selva, selva y río.  Meses después, en una conversación, el epidemiólogo de la secretaría departamental de salud, me comentaba que la gente del Guainía tenía que saber meditar muy bien.   �Vea: Ellos andan casi siempre en lancha o en bongo.  Ahí usted los primeros 30 minutos los dedica a tratar de conversar, pero el ruido del motor no lo deja.   Después usted se pone a ver el paisaje, pero como el paisaje es siempre el mismo, usted se aburre y comienza a pensar.  A pensar y pensar.  ¡Esta gente tiene que pensar mucho!� A mí me parecieron bastante acertados los pensamientos del epidemiólogo.

La monotonía la rompió otro cerro que apareció en el camino, cerro Nariz.  Me decían que ahí había tigres.  Me contaron que un colono había traído vacas para criarlas cerca al cerro y los animales se las habían comido casi todas.  En un libro sobre la colonización en la sierra de la Macarena, Alfredo Molano recoge un dicho colono que dice "donde hay ganado, hay tigres", y revela testimonios en que los colonos le dicen "¡Qué va, los tigres no se están acabando! ¡Tigres es lo que hay!".  Ojalá no les pase lo mismo que con las tierras.

En Inírida es muy común encontrar pieles colgadas en las paredes.  Vi pieles raras, parecidas a la de leopardo o de conejo.  En un restaurante pregunté por una colgada, convencido de que era de conejo doméstico.  El dueño me dijo que no, que era un conejo cazado en la selva.  He oído de conejos en las praderas, pero ¿en la selva? Me late que pasa igual que con los "tigres".

Hasta donde mi conocimiento alcanza, en la selva sólo se da el Jaguar, el felino más grande que se encuentra en Suramérica.  A veces tienen pieles negras y se llaman panteras, pero tigres propiamente sólo los hay en la india y en el Himalaya, y se están acabando.  Pero los colonos insistían que no, que eran tigres, que había más de una especie.  ï¿½Por aquí hay uno que tiene la cara así como peluda, y es negro y como cafecito, y otro que no tiene tanto pelo en la cara y es de un sólo color� me dijo uno en Inírida.  Me dejó intrigado, porque, o me mintió como un condenado, o hay más de una especie grande de felino en la amazonia.

Muchas curvas del río después, llegamos al raudal de Samuro, el más alto en el río Inírida.  Se veía como una cascada, sólo que el río traía tanta agua que el chorro era gruesísimo.  Era como de unos tres metros de altura, formado por las rocas de lado y lado.  La erosión de cientos de años todavía no las vencía y hacían que el río se volviera un caudal tremendo, bramando y echando espuma.  Nos bajamos de la lancha y la amarramos al lado de la del alcalde, que ya debería estar llegando a Chorro Bocón.

El procedimiento normal era dejar la embarcación en la que uno venía y acordar antes por radio para que vinieran por uno en una embarcación del otro lado.  Subir una lancha por el raudal implicaba un esfuerzo ni el verraco y cargarla a mano sobre la roca necesitaría más de diez hombres.  El antropólogo había acordado que nos recibirían en la parte de arriba del raudal, así que esperamos.  Pero la gente no llegó.  La espera se hacía muy larga y se decidió pedirle al primero que pasara que nos llevara.  Y los primeros que pasaron fueron los representantes de las comunidades del bajo Inírida.  Ellos eran como unos 12 y traían una lancha de aluminio, grande y delgada.  Entre todos la ayudamos a cargar por encima de la roca, agarrándola a mano y caminando así un trecho de unos 15 metros.  Entre tanta gente fue más fácil.  La soltamos al otro lado del raudal y la probamos con todo el gentío, para ver si no se hundía.  La voladora era un poco más grande que la que habíamos utilizado en la venida.  Pero esta no tenía cubierta de fibra de vidrio y dejaba más espacio.  Nos sentamos hombro con hombro y cupimos.  Me asombraba la facilidad con que los indígenas cargaban el motor fuera borda en el hombro.  Lo levantaban del piso entre dos, uno se iba con él los 15 metros del raudal y luego lo bajaban otra vez entre los dos.  Intenté hacerlo yo y no pude levantarlo del suelo ni diez centímetros.

Seguimos durante un trecho, en medio de rocas que salían de improviso o de algunas que apenas se escondían unos pocos centímetros por debajo de la superficie.  Teníamos roca a un lado y al otro.  Los pilotos mostraban la pericia que pude ver cada vez que viajé por el río.  Ellos se conocen las orillas, las rocas, donde suelen aparecer los bancos de arena, por donde coger cuando la corriente se bifurca y así.  Cualquier equivocación puede costar el casco de la lancha.  Si va a toda velocidad y no puede esquivar la roca, el golpe es tenaz.   Así no se dañe la embarcación, la sensación no es nada agradable.  Cuando estábamos en Venado, una lancha se estrelló con una roca y se oyó como en un kilómetro a la redonda.  El piloto que venía con nosotros bromeaba sobre los "tortugazos".  Sonreía ante los cuentos que inventaban algunos para esconder su error.  Al no coger el camino correcto, decían que le habían dado a una tortuga grande que nadaba por ahí, no a una roca.  Naturalmente, a los dueños de las lanchas no les causaba ninguna gracia.

De todos modos, los estrellones eran cosa muy rara.  Sólo los pilotos bisoños se azotaban de esa manera, y eso si no le hacían caso a uno más experto.  Lo normal era que uno experimentado le soltara el timón al aprendiz cuando él estaba en el mismo viaje, y le iba explicando por donde coger, donde acelerar, donde mermar velocidad.  Los aprendices tienen que navegar el río en todas las épocas, durante largos periodos para aprendérselo todo de memoria.

El viaje era un bamboleo constante.  La voladora se inclinaba un poco en cada curva a la izquierda y luego a la derecha, justo como para arrullarlo a uno con el ruido del motor.  Menos mal, llegamos al segundo raudal, el de Sapuara, en unos pocos minutos.  Este era un poco más tranquilo, similar al de Mavicure.   Llegamos hasta el borde de las rocas y nos bajamos uno por uno.  Bajamos las maletas y ¡otra vez a cargar la lancha! La llevamos durante unos pocos metros por la playa de roca y la pusimos al otro lado del raudal.  En este trecho pude observar agujeros redondos, como de unos 10 cm.  de diámetro, cavados en el piso.   Eran demasiado perfectos para ser naturales y tenían una profundidad como de 30 cm. o más.  A uno lo habían llenado con un material parecido al cemento.  Un capitán me dijo que los hacían los peces en invierno.  Hacían los agujeros en la roca con su pico, daban vueltas para hacer un nido y meter ahí los huevos; por eso quedaban tan redonditos.  ¡Qué paciencia y qué pico los de esos peces! Otros, colonos, me dijeron que eran el rastro que habían dejado unas máquinas, en el último proyecto de micro-hidroeléctrica que se había llevado el río.  Me late que ambas versiones eran verdaderas, pues había unos huecos alineados y no se les veía el fondo, otros lo tenían curvo y no eran tan profundos.

Cuando llegamos al lado de arriba del raudal, estaba amarrado un bongo y decían que era del municipio.  Los capitanes de las comunidades hicieron corrillo alrededor del motor fuera borda, que se notaba recién estrenado.  Comentaban algo, pero yo no entendía nada, pues hablaban en puinave.  Alcancé a entender una palabra que repetían entre las muchas desconocidas: "Yamaha".  El más joven de todos se me acercó y me preguntó que quería decir Yamaha.  Yo le contesté que era una ciudad de Japón donde quedaba la fábrica de los motores, y que la empresa que los fabricaba había tomado el nombre de la ciudad.  El les tradujo a los demás mi respuesta y de nuevo comentaron en su idioma, pero esta vez asintiendo ante la palabra "Japón", como quien hace con una palabra conocida, como diciendo un "¡ah, sí! ¡Japón!".

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En la comunidad

Seguimos en la lancha más liviana y poco después llegamos a un lugar donde el río se hacía más amplio, como en una bahía.  En una orilla la roca formaba un semicírculo irregular y arriba, en terreno más alto, se veía una casita.  "¡Llegamos!" dijo alguien y todo el mundo comenzó a bajarse.  Si no me lo dicen no me habría dado cuenta.  No se veía comunidad por ningún lado y sólo al subir por un camino que llegaba a una roca, podían verse casas, andenes y un edificio grande, con techo de palma.  Las casas eran todas en bahareque, pintadas de blanco, de una sola habitación, con techo de paja y puertas bajas, como en el museo de La Merced.

A los no indígenas nos dirigieron hacia una edificación redonda, con amplias ventanas cubiertas con rejilla y dibujos de personajes de Walt Disney de colores en las paredes.  Nos dijeron que se trataba del salón de preescolar, pero como los niños no estaban estudiando en esa época, podíamos dejar nuestras maletas ahí.  Caminamos un poco, atravesamos una línea de casas y llegamos a la plaza, como de unos 30 x 50 metros.  Ahí nos esperaba Isael Sáenz, del CRIGUA, y Pablo, el representante del río.  Ellos nos llevaron a la casa del capitán Isaías, donde le conocimos, junto a su esposa y sus hijos.  Allí nos dieron yucuta de seje20 con bananitos, sancocho y algo de casabe.  Fue un almuerzo delicioso como pocos.

La maloca de Chorro Bocón, con sus típicos 20 x 40 m, su techo de palma y sus paredes de bahareque, fue algo más grande de lo que yo esperaba encontrar en una comunidad.  Debería tener unos 17 metros de alto, desde el piso hasta la última guadua.  Las estructuras de guaduas atadas y clavadas comenzaban como a unos 5 metros por encima del piso.  Debió haber sido un trabajo el tenaz, entre todos los miembros de la comunidad, porque lo normal es que el dinero para sus construcciones comunales lo ponga el estado y/o el resguardo; la gente siempre pone la mano de obra.  El piso era una losa de cemento, alisada minuciosamente.   Una cuarta parte, la de atrás, hacia las veces de comedor comunal, sólo una baranda de madera la separaba de la otra.  La parte principal tenía gran número de bancas dirigidas hacia una pequeña elevación junto al muro de adelante y los asientos que había enfrente de él.  Sobre el mismo muro habían pegado una infinidad de afiches religiosos de las "iglesias bíblicas unidas" que explicaban las escrituras, la relación entre el bien y el mal, lo que pasaría en el Apocalipsis, cómo resistir las tentaciones, y así.  En un borde de la elevación se veía un podio, como los que usa siempre en sus alocuciones el presidente de los E.U., o los curas al leer el evangelio, pero era evidente que en esta ocasión estaba reservado para el pastor.

La maloca estaba ubicada en el centro de una de las aristas de la plaza, a la vista de la mayoría de las casas de la comunidad, sólo las que quedaban detrás de las otras casas no podían verla.  A la maloca llegamos el alcalde, la secretaria departamental de agricultura, el indigenista del departamento, el indigenista municipal, el representante del CRIGUA, el abogado-profesor enviado por el ministerio de gobierno, y yo.  Nos sentamos en frente de las bancas y vimos como la edificación se fue llenando de gente.  Las bancas estaban separadas por un pasillo en dos grupos, en uno se sentaron las mujeres y en el otro los hombres.  Se leyó el orden del día y cada uno de los funcionarios explicó lo que su oficina había hecho por las comunidades cuando le llegó su turno.  Yo expliqué lo poco que sabía les podía llegar a través de la red y lo que se había discutido en las mesas sectoriales.  Nos tocaba hablar por un minuto más o menos, y dejar que Pablo tradujera al puinave lo que se había dicho.  Naturalmente, la traducción no era muy fidedigna, pues algunos se alargaban mucho y Pablo traducía en sus propias palabras, en lo que su memoria alcanzaba a almacenar.   Como siempre pasa, él le daba mayor énfasis a los temas que más le habían llamado la atención.

La intervención que más pareció gustarles fue la de Isael, del CRIGUA, pues fue enteramente en puinave y de vez en cuando hacía bromas a nuestras expensas y todo el mundo se reía; a excepción de los que no entendíamos ni una palabra del puinave, por supuesto.  El alcalde bromeaba con nuestro traductor porque repetía mucho la palabra "uncajé" y esa era la única palabra que él conocía, y decía: "¿Si ve? Poco a poco uno va aprendiendo".  Después, intrigado, le pregunté que significaba esa palabra, él me respondió que quería decir "cierto" y que la recordaba mucho porque parecía que estaba pidiendo un tinto: "¡un café! ¡un café!".

Después de los "discursos" se abrió una ronda de preguntas.  Naturalmente, los que más participaban eran los líderes, Pablo e Isaías.  Los demás hacían preguntas muy puntuales y muy sencillas, pero la gran mayoría no participó.  Los que más hablaban eran los capitanes jóvenes, unos.  Los miembros de la comunidad de Chorro Bocón estaban casi todos ahí sentados, pero nada dijeron.  Algunos estaban parados mirando desde la puerta o desde las ventanas, pues casi todas las bancas estaban ocupadas.  Mientras los de adelante hablaban, se pasaron dos ollas de yucuta por en medio del público, y cada cual tomaba un pocillo de plástico y con él bebía.  El que no tomó fue porque no quiso, pero cada que levantaba la mirada veía a alguien diferente tomando.  Lo normal es que en las reuniones se ofrezca siempre algo de comer, sino, el ausentismo aumenta considerablemente.  Hasta los secretarios sacaron cerca al final sus chuspas de galletas "Gloria", bananas rellenas y chocolatincitos, que repartieron entre la concurrencia.

La participación de Isaías fue la más larga.  Tenía más confianza que el resto, como anfitrión estaba en su ambiente, y le encantaba la idea de fusionar tres resguardos del río en uno.  Propuso la unión para ser más fuertes a la hora de hacer exigencias ante el gobierno y hacer más fácil los trámites.  El alcalde había expuesto el problema de un proyecto de mejoramiento de vivienda para todo el río, que se aprobó pero no funcionó porque la gente recibió los bultos de cemento, pero no los utilizó.  Varios de esos bultos se mojaron en invierno y se volvieron roca, otros estaban a punto de perderse.  Isaías adjudicaba la responsabilidad de ese fallo a las autoridades, que no coordinaban bien con las comunidades y hasta se negaban a llevar a cabo los proyectos que los indígenas mismos habían propuesto, como la construcción de los techos en zinc.  También dejaba entender que si el alcalde no cumplía sus promesas, tenía que recordar que estaba entre indígenas y que ellos cambiaban a sus capitanes cuando no les funcionaban.  De una manera espontánea, estaba hablando de la revocatoria del mandato y del derecho de las comunidades a determinar la manera como asumen el progreso.  Dió quejas sobre los mineros, sus borracheras y las prostitutas y muy amablemente exigió una solución.

El alcalde sintió que le estaban tirando duro y respondió con una larga explicación sobre los motivos por los que no había podido cumplir con ese y otros proyectos, que tenían que ver con el transporte, con que la gasolina para el municipio era más cara porque el estado paga tres meses después y con las dificultades para que las oficinas centrales giraran los dineros.  En ese entonces acababan de reunirse los alcaldes de todo el país para discutir sobre una providencia de la corte constitucional, que prohibía usar los dineros del estado para el funcionamiento de los municipios; una movida así destinaba a muchos a la quiebra o les hacía imposible pagar sus deudas.

Pero al que más le tiraron fue al indigenista del municipio, pues decían que no hacía sino pasear, que no atendía a la gente que lo iba a buscar o se la pasaba dando vueltas en el pueblo.  El se defendió argumentando que le tocaba estar en cinco partes al mismo tiempo, pues debía resolver problemas de educación con el FER y al mismo tiempo con el municipio, que están en edificios diferentes; que no podía quedarse en la oficina justamente porque tenía que ir a tal o cual comunidad y no quedaban cerca.  A la gente no le gustaba el trato que les daba, pero tampoco daba abasto.  Quién sabe si a estas horas estará el mismo indigenista.  Me late que no, pues le habían puesto la queja hasta al ministerio de gobierno.

Cuando llegó la noche, me prestaron un chinchorro y nos permitieron guindar en la casa del piloto de la comunidad.  Ahí hice mis primeros intentos con los nudos de la hamaca y por primera vez dormí bamboliándome con cualquier movimiento.  Era una sensación extraña, como la de dormir en un barco.  En Inírida conocí a un profesor universitario, de diseño industrial.  El en sus primeros viajes odiaba las hamacas y no podía dormir en ellas.  Pero, como cosas de la vida, le tocó dormir meses enteros sobre ellas, mientras recorría la amazonia.  Al final, en el hotel-refugio donde lo conocí, no resistía dormir en una cama común y corriente, y tenía que levantarse en la noche a guindar.  "Ya no puedo dormir sin ellas" me dijo.  Yo no tuve ningún problema y descubrí algo muy agradable: En los poblaciones cercanas al río Inírida casi no hay zancudos y no necesité de toldillo.  También descubrí que cuando se guindan varias hamacas en una sola viga, el sueño se vuelve comunal.  El de la hamaca de la esquina se voltea para dormir y todos nos bamboleamos.  Si yo me bajo a medianoche a orinar, todo el mundo se mece un poquito.  De todos modos, uno se bambolea como unos diez minutos después de subirse.  A veces me hacía recordar esas cunas que tienen algunas madres, que se pueden mecer para hacer dormir al niño; ahora sé lo que sienten esos pequeños.

Para el indígena amazónico la hamaca o el chinchorro es algo imprescindible, tanto como su embarcación para pescar.  Es la "cama" precisa para la amazonia: Se enrolla y se mete en cualquier parte, no pesa mucho, sólo necesita de dos palos para ser usada y tampoco cuesta mucho.  Entre las comunidades siempre hay quien sepa tejerlas y espacio en las canoas para meterlas enrolladas.  Nuestros muebles, comparados con ellas, son todo un cañengo.

Al día siguiente llegaron más representantes, de las comunidades que no habían podido llegar.  Se presentaron y manifestaron sus necesidades, se continuó con la exposición de Trespalacios sobre la legislación indígena y con la discusión.  La gente que vino del mismo Chorro Bocón también aumentó.  Pude conocer un poco más de la comunidad, pude ver que su escuela estaba desmoronada, que los niños estaban en vacaciones y veían películas en videograbadora.  Pude ver cómo llegaban a la casa del capitán varias mujeres, cargando ollas repletas de la comida que todos íbamos a comer.

Ese día el almuerzo se repartió como se hacía normalmente en la comunidad: La parte de atrás de la maloca, el comedor, tenía una mesa grande en el centro, rodeada de bancas arrimadas a las paredes.  En ella se pusieron las ollas con yucuta de seje, arroz sudado, sopa de danta con hueso carnudo, y un plato con hojas de casabe.  Al lado se pusieron los platos, los vasos y las cucharas.  No había loza, toda la "vajilla" era de plástico o de metal pintado.  Toda la gente de la comunidad hacía fila y el capitán le iba sirviendo a cada uno con cubiertos más grandes, dosificando para que alcanzara.  Pero uno de los colonos que venían con nosotros, no aguantó, decidió tomar una cuchara y servirse él sólo.  Un grupo pequeño de colonos e indígenas siguió automáticamente el ejemplo y pronto hubo un pequeño tumulto multicultural sacando (o mejor saqueando) las ollas.  Las "personalidades" comimos de primero, pero varios que vinieron después del tumulto se quedaron sin comida.  A mí toda la situación me parecía una caricatura de lo que hace nuestra "cultura", al adentrarse en territorio indígena y romper el orden comunal.  Eso era lo que pasaba cuando se enfrentaban a la "iniciativa individual".  Las pequeñas comunidades tienen entre sí vínculos fraternales, los nuestros son comerciales.  El colono está acostumbrado a ver por sí mismo y los demás verán qué hacen.  La misma situación evidencia nuestro terrible afán y la desconfianza que tenemos para con nuestros dirigentes.

Recorrí la plaza sobre la que giraba el movimiento de la comunidad y pude ver algunos colonos sentados entre las familias indígenas, sus familias.  Eran integrantes de la comunidad, como cualquier otro.  Como en la colonia, los que preferían vivir en medio de los nativos eran menos, pero adoptaban la cultura y la lengua locales casi por completo.  ¡! ¡Lástima que hayan sido y sean tan pocos! ¡Si el choque de nuestras dos culturas hubiera estado mediado más por el amor que por la ambición, si para los nuestros el mestizaje hubiera sido una virtud y no una verg�enza..!

En el momento de la despedida, al interior de la maloca, los funcionarios estrecharon la mano de todos y cada uno de los capitanes, en una despedida jovial.  Un anciano llegó y nos dijo unas palabras en puinave, que hoy no recuerdo, y que tradujo él mismo como "bienvenidos al Guainía, bienvenidos a Chorro Bocón".  Isaías aprovechó la despedida para pedirme instrucción sobre la elaboración de proyectos, una carencia que noté en todas las comunidades que visité.  Pero mi instrucción era tan precaria que poco pude hacer al respecto.

La gente toda salía de sus casas a vernos y a saludar a los conocidos.  Vi a varios adelantarse por el camino hacia el río y cuando llegamos a los bongos, toda la comunidad estaba ahí, mirándonos partir.  Yo pensé que era para despedirnos y levanté la mano para decir adiós, pero nadie me respondió.  Había en sus rostros una extraña melancolía, a ratos me parecía que estaban más mirando al río que a nosotros.  ¡Era tan raro! Toda la comunidad mirándonos como quien mira televisión, como el corrillo que ve un accidente de tránsito y le hace ruedo, pero no dice nada.


NOTAS

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20     La yucuta es una bebida que consiste en mañoco sumergido durante un tiempo en un líquido, puede ser jugo de fruta, leche o agua.  Esta última es la de uso más común.  La que bebí en Chorro Bocón, de seje, es un poco más complicada.  El seje es un fruto de la palma del mismo nombre, un poquito más grande que el maní y duro como el chontaduro recién cosechado.  Hay que hervirlo durante un tiempo, rasparlo, exprimirlo y colarlo antes de hacer la yucuta. 
 

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El regreso

El viaje de vuelta fue un sufrimiento, porque a los pocos kilómetros se nos dañó el motor y éramos los últimos.  El piloto sabía cómo repararlo, pero las herramientas que tenía eran muy pequeñas para el arreglo que necesitaba hacer.   Tuvimos que esperar como tres horas, hasta que alguien pasó y nos señaló el camino a una tiendita que había cerca, donde nos prestaron la dichosa herramienta.  De ahí en adelante fue más fácil, pues la embarcación va más rápido si va río abajo.  Cruzamos los raudales cargando la barca y así llegamos hasta Samuro.  Ahí recogimos la lancha que habíamos dejado el día anterior y reanudamos el camino, a toda marcha.  Tomás, el piloto, estaba preocupado porque él no conocía muy bien esa parte del río y, como íbamos retrasados, lo más probable era que nos cogiera la noche.  Así que paramos donde un piloto indígena lugareño que era su amigo y también necesitaba llegar a Inírida, para que nos auxiliara.

Cuando reanudamos la marcha, y el lugareño tomó el timón, se sintió la diferencia.  El andaba mucho más rápido, sabía por donde coger y tomaba las curvas sin temer a estrellarse con las rocas.  El viaje fue mucho más suave, pero el tiempo no daba chance.  Cuando llegamos a Mavicure, ya la noche estaba cayendo.  El viento se nos estrellaba en la cara y comenzaron a salir las estrellas, en su fondo negro, inmenso.  Los cuatro pasajeros que íbamos adelante apenas nos movíamos, teníamos el cansancio del viaje y el viento y el motor hacían muy difícil hablar.  Tomás sacó una linterna grande de entre la lancha y le iluminó el camino al piloto, para que no se nos apareciera un tronco de improviso o alguna canoa sin motor.

Ibamos sentados cuatro mestizos, mientras Tomás y el piloto iban de pie.  Esa imagen, de los dos indígenas manejando, vistos desde abajo y con el cielo negro lleno de estrellas está entre las que nunca podré olvidar.  Me hacía recordar los murales míticos, como los de Diego Rivera, donde se representa al indígena con brazos como columnas, con una naturaleza boyante a sus espaldas.  Ellos dos de pie se veían así, peinados por el viento hacia atrás, mirando hacia adelante, el uno sosteniendo la luz de la lámpara y al lado el otro tomando el timón con fuerza, para que no se desviara.

En esa misma lancha entendí por qué los indígenas amazónicos sabían tanto o más de astronomía que los andinos.  La noche oscura dejaba ver las estrellas en todo su fulgor.  Pude ver a Marte, rojo, justo encima de nosotros.  Reconocí la Cruz del Sur, la misma que determina el inicio de la cosecha para algunas plantas y el fin de la misma para otras.

No recuerdo los nombres en lengua indígena, pero en una cartilla que leí en el CEP, pude ver que las comunidades conocían varias constelaciones y reconocían estrellas específicas.  La cartilla no profundizaba mucho, se notaba que había sido realizada con escasez de recursos; pero dejaba ver algo, poquito, del universo indígena.  Había dibujos hechos por profesores (no dibujantes) de animales que no reconocía, con su nombre en tucano, curripaco o en puinave.   Busqué en mi mente si los conocía en español, pero nada.  Caí en cuenta de que muy probablemente sólo ellos los conocían y que algunos ya estarían extinguidos.   Las lenguas o idiomas precolombinos que hoy sobreviven están retrocediendo, al igual que la selva.  Esas lenguas describían con lujo de detalles toda clase de plantas y animales que ya no existen.  ¿Cómo se le puede pedir a un joven indígena que las aprenda si su mundo ya no existe? Ahora mismo estoy escribiendo en Microsoft Word para Windows en un Compaq Pro, que no lee los drive y se come los diskettes.  Si ni siquiera puedo hablar en español ¿cómo puedo pedirles que no abandonen su mundo y conserven el vehículo de su pensamiento?

Algo de todo eso pasó por mi mente en la oscuridad del río y las selvas de sus bordes, cuando vi dos luces rojas flotando en el aire.  Iba a decirle a todo el mundo que estaba viendo Ovnis, pero recordé que eran las luces de la antena de radio de la comunidad de Caranacoa, que es bastante alta.  Pasamos varias curvas y vi un resplandor en el cielo, como si hubiera una gran luz en medio de la selva, reflejada en las nubes que comenzaban a levantarse.  Pregunté a los que venían conmigo de donde salía, que si era una quema.  Ellos me dijeron que no, que esa era la luz de Inírida.  Todavía faltaba un buen trecho y ya se veía.   Recordé que Cali también tenía su resplandor y se veía desde mucho antes de llegar al km.  18, cuando uno viene de Buenaventura.  Ese es el mismo resplandor que no nos deja ver las estrellas, que las hace ver opacas y distantes.

Justo antes de llegar, al pasar la última curva, pensé que habíamos encontrado un barco lleno de lucecitas, como un crucero, pero era el puerto.  Las lucecitas de las balsas y de las lanchas que pasaban a toda velocidad le daban un aire fantástico a la capital del Guainía en medio de la noche.  Más de cerca reconocí los planchones-fuente-de-soda, iluminados como cualquier bar.  Un amigo costeño me contó que él también había llegado de noche y lo único que había visto era un pueblucho ahí, que no tiene ni para iluminar su puerto.  No lo sé, puede que yo sea un iluso o él esté ciego, pero Inírida tiene un privilegio que miles de ciudades del mundo envidiarían.

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Josefina, su historial oral

Josefina, líder comunal del barrio la Zona Indígena, fue de las primeras mujeres tucanas en llegar al territorio donde hoy está Inírida.  Vivía en una esquina, en frente del parque del barrio.  El mismo parque que tiene en toda la mitad una estatua de la princesa Inírida parada sobre una canoa, con una lanza en la mano, y un sol y un cepo a su espalda.  La mujer se ve fuerte, ancha de hombros, de brazos gruesos y pecho generoso, y sin embargo bella.  Sólo lleva una faldita, el guayuco o su equivalente femenino.  Todo el monumento está construido en concreto.  La primera vez que lo vi de cerca sentí vergüenza.  Un monumento a un árbol cortado ¡en plena amazonia! Me acordé de uno parecido en el Quindío, mucho más gráfico, con un hacha clavada sobre el cepo.  Carlos Lleras decía que esa era una demostración de que "nuestra raza" sentía cierta animadversión contra la vida vegetal, y la vida en general; que toda esa violencia en nuestra historia tenía que ser por algo.

En los días que pasé en Inírida, Josefina fue la única líder indígena que participó en las mesas sectoriales, las demás desconfiaban de cualquier forma de política o, por razones que desconozco, no asistieron ni una sola vez.  Los hombres eran los que ocupaban su lugar.  Plinio Yavinape, líder curripaco de Tonina, me presentó dos de sus compañeras líderes y ellas me dijeron que no se les había notificado la fecha de la reunión anterior, que por eso no habían asistido, pero yo les di la fecha y el lugar de la próxima mesa y nunca las volví a ver.

En la casa de enfrente del parque se ve en la salita un cuadro inmenso de Belisario Betancur.  Josefina es conservadora como pocos y está "quemada" en el argot político.  En mi estancia en Inírida la reemplazaron como presidenta de la junta de acción comunal del barrio por un mestizo.  La gente comentaba que le había metido política a la vaina, que hablaba mucho, pero que la gente ya no le hacía caso.  Y sí, a ella le gustaba mucho hablar.  Se sentía orgullosa de su saber, pero en instantes fugaces dejaba escapar cierta vergüenza.  Hablaba de sus seguidores como "mis indios" y no dejaba lugar a dudas de que le interesaba la política.  Ella estaba casada con un minero venido del interior, buen conversador él también, como casi todos los colonos.  De la misma manera que el resto del pueblo, él hablaba del interés partidista de su esposa con cierto recelo.

Pero tuve la oportunidad de comer una vez en su casa y ella me contó sobre cómo el poblado de las brujas era una comunidad indígena, formada por familias de varias etnias emigradas del Vaupés, que se habían instalado en territorio puinave, de cómo los políticos había llegado buscando un territorio donde fundar la capital y levantar ahí el edificio para las oficinas de la comisaría.  Los tipos se instalaron en la comunidad de La Ceiba, pero las inundaciones y los deslizamientos del terreno o algo así los sacaron de allá.  Se vinieron y los indígenas les dieron permiso de que hicieran su poblado ahí.  Levantaron el barrio del puerto y de una cosita se pasó a un pueblo completo en sólo treinta años, en 1995.  En un principio, cuando era época de elecciones, llegaban los políticos y empujaban a los indígenas a hacer una cola, siguiendo una cuerda que tenía como diez cuadras, "para votar por los liberales".  Como uno de los Aurelianos de "100 años de soledad", Josefina se había vuelto conservadora por odio a los liberales.  Ella se lanzó gritando a decir que ellos no eran animales y a empujar a la gente en la dirección contraria, discutió a gritos con los líderes políticos de la época y se ganó el odio de más de uno.  Llegó un momento en que la perseguía el ejército y le tocó escapar clandestinamente, ayudada por la Iglesia.

Le gustó mucho cuando Belisario visitó el Guainía en su campaña política, el primer candidato en toda la historia en hacer algo semejante.  Como resultado, el departamento del Guainía votó de forma masiva por el único que podían contar entre sus conocidos.  Desde ahí se afilió políticamente, aunque también votó por Gaviria.

Ella fue la única persona en Inírida que pudo mostrarme algo de música indígena, de esa que el Guainía ya no oye.  Me cantó un arrullo y la canción "pasajera", que habla sobre la vida del indígena semi-nómada, que está siempre pasando por un lugar y no se queda.  "Así somos nosotros", me dijo.

Josefina me permitió ver algo de esa historia que los colonos no cuentan, que los políticos ocultan y los jóvenes olvidan.  Cosas que sólo las oye uno por ahí, por casualidad.  Como el caso del comisario Obando, que como no le gustó el nombre del pueblo, decidió que de ahí en adelante se llamaría "Obando", tan humilde él.  La gente se rebotó, llamaron al ministerio de gobierno, a los directorios políticos y hasta al presidente para que cambiaran al tipo y, claro, la vaina se demoró, pero al fin lo cambiaron.  Aún quedan algunos mapas, en Colombia y en el exterior, donde figura Obando en vez de Inírida, para vergüenza de los pocos colombianos que sabemos por qué el cambio de nombre.

Pero en "Locombia" los dirigentes hacen cosas de ese tipo de vez en cuando, como para no perder la costumbre.  Casos recientes tenemos, como la operación para recuperar el palacio de justicia tomado por el M, o la "gloriosa" opinión de Barco, quien dijo que "el cuento" del exterminio de la UP era "pura estrategia electoral".  Cositas como la "mala hora" de Gaviria, que nos puso a madrugar a todos, o el zaperoco reciente con Samper, que le pone el prefijo narco- a casi todo.  Esas cositas que se repiten tanto en nuestra historia.

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Las flores de Inírida

Hay una planta silvestre, que se da en la parte sur de Inírida, parecida a un pasto grande de un verde brillante. Pasaría por cualquiera de esos que se comen las vacas, si no fuera porque en algunas de sus puntas surgen flores raras de pétalos rígidos y puntiagudos, en forma de espinas gruesas. Su silueta recuerda más a las semillas del diente de león que a una rosa o una margarita. Cuando están recién cosechadas los pétalos -si así pueden llamarse- pasan de un rosado intenso a un rojo oscuro de la base a la punta. En 15 días, más o menos, se vuelven todavía más rígidos y toman el mismo color de la cascarilla del arroz cuando están secas. De ahí en adelante es donde tienen su máxima diferencia con las otras flores: Sus pétalos no se caen nunca, como si se tratara de un símbolo del amor eterno. Tal vez es porque se trata de una espiga, no de una flor. Pero también tiene una característica inusual, y es que sólo se da en las cercanías de Inírida. Parece ser que necesita sentir cerca al piso cenagoso, en las partes iluminadas de la selva, o que el piso selvático iniridense tiene minerales que los otros no tienen. Se da silvestre en las cañadas y se quema también cuando las quieren alistar para el pasto.

Hace varios años, un indígena del lugar decidió que una flor tan bella podría comercializarse entre la gente del pueblo, para hacer adornos o para regalarse entre sí. El fue el primero en venderlas y hoy en día son el símbolo del municipio y del departamento. Figuran en el escudo, en las portadas de los planes de desarrollo, en los afiches y almanaques de promoción turística y en las canciones que le han dedicado los llaneros. Hasta hay dos monumentos, uno en el puerto y otro en la carretera al aeropuerto. El primero es de metal, rosado en sus pétalos y hasta chuzan sus puntas; el otro parece más un condón chistoso, de los que venden en las tiendas de bromas. Pero las flores de verdad son fáciles de conseguir. Cuando uno llega al aeropuerto, lo primero que le ofrecen al bajar del avión son los arreglos de estas flores. Los que las cosechan (no sé si las cultivan) saben que los turistas y los funcionarios son los que más compran, así que las ofrecen en ramos de a 15. Los organizan en espiral ascendente, con la más grande en el centro y las pequeñas alrededor.

Las flores, como el moriche, no se dan donde uno quiere. Son señal de que hay algún nacimiento cerca. De todos modos, no fue mucho lo que pude averiguar al respecto. La mayoría de los colonos sólo sabe que se dan por ahí y no creo que se les haya hecho mucho estudio. El intento por comercializarlas se ha limitado al departamento y sus alrededores, el resto del país si sabe que existen es de pura chiripa. Su primer comercializador, Reynaldo Plazas Hernández, mejor conocido como don "Culebro", murió en la miseria, en el último mes que yo pasé en Inírida. Lo sostenía una señora que ni siquiera era de su familia. Su idea lucrativa hoy la aprovechan otros.

Todo el mundo sabe que las flores colombianas son uno de los productos de exportación más rentables y que en comercialización de rosas y otras especies competimos hasta con Holanda. ¿Por qué no pensar en las flores de Inírida? No hay un símbolo para el amor duradero más claro que ellas, pues se secan pero no se marchitan, son puntiagudas pero duran para siempre. Claro está, si les cae el gorgojo en unos meses se volverán polvo, pero eso se arregla rociándolas con laca fina justo cuando se están comenzando a secar.  ¡ salve a Inírida!  Todo el mundo sabe que hay caminos, no hace falta sino recorrerlos.

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¿Carreteras? ¡No, gracias!

Igual que el avión al lado de la pista del aeropuerto está el transporte en todo el departamento.  Todos los viajes se hacen por aire o por agua, ambos muy costosos económicamente, pero más viables y con menos costos ambientales que carreteras y puentes.  Los motores fuera de borda son salvajes para gastar gasolina, pero hay soluciones a la vista.  No son fáciles de implantar, pero se lograrían en pocos años, si se muestra interés.  En Inírida mismo escuché que en Villavicencio vendían motores fuera de borda a energía solar, que no eran muy rápidos, pero se movían a una velocidad considerable.  Con eso es suficiente para dejar de consumir una buena cantidad de tambores de gasolina, de aceite para motor y sus "normales" regueros sobre el río.

En Australia utilizan los ultralivianos para desplazarse sobre la inmensidad de su desierto y de sus corales.  Ese país es una potencia en ecoturismo, con prácticas dignas de imitar en muchos aspectos.  Es el caso de las expediciones a la selva, donde primero dan clases a los turistas, para recordarles que no van a ningún "resort" y que lo que importa es el contacto directo con la naturaleza.

En el Guainía bien se podría hacer algo parecido y hasta mejor.  Volar por encima de la selva y contemplar los cerros y los atardeceres, en ultralivianos con los trenes de aterrizaje adaptados para acuatizar sobre caños y ríos; organizar excursiones educativas con las comunidades y los colonos, y campañas de concientización iniciadas desde las mismas agencias de viajes.  No habría necesidad de construir pistas ni carreteras.  Más bien, habría necesidad de no construirlas.  Los colonos tendrían una oportunidad más cercana de ver lo que tienen, de adquirir conciencia y sentirse orgullosos del privilegio que hoy están volviendo humo.  Pero ¿puede pensarse algo semejante sin antes pensar en los habitantes de la región? Para que alguien te concientice tiene que estar concientizado primero.  Nadie puede dar lo que no tiene y bogotanos y caleños difícilmente pueden llamarse gente consciente.  ¿Cómo concientizar poblaciones enteras con quemas de caña, contaminaciones industriales evitables y ministerios de adorno?

La cultura de los E.U., la dominante, ha convertido el automóvil en otro miembro de la familia, le ha abierto lugar en medio de su casa y de sus ciudades.  En su país reinan las planicies, las montañas no son nichos de grandes ciudades.  Colombia es todo lo opuesto: En la planicie casi no hay gente.  El resto de las regiones tienen que soportar los derrumbes sobre las carreteras y las caídas de puentes a cada rato, atacados por la naturaleza y el desgreño administrativo.  Las montañas no están diseñadas para ser carreteables, simplemente están ahí.  Las planicies del oriente están llenas de selva y debemos escoger entre conservarlas o pavimentarlas.  El colono aprovecha que pueden entrar los vehículos para entrar con todo.  Su mentalidad no es la de adentrarse en la selva y vivir en ella, sino la de acabarla y construir encima su ciudad.  Los animales, las plantas, el oxígeno, todos llenos de posibilidades, todos creaciones de , son reemplazados por creaciones del hombre, mucho más susceptibles al error.

Colombia puede lanzarse al aire, en todas partes.  Hacer pequeñas pistas por doquier y privilegiar el pequeño transporte aéreo.  Un caleño desarrolló un avioncito que sólo necesita 100 metros para aterrizar y utiliza gasolina de automóvil.  Sería preferible un transporte así al pequeño coupé, porque no necesitaría transformar el medio ambiente de una manera tan drástica.  Las carreteras y toda su infraestructura son muy costosas de mantener, implican una atención administrativa susceptible de burocratizarse y corromperse.  Los avioncitos sólo necesitarían aire.

El campesino al lado de la carretera, que la mira como si fuera su cordón umbilical, se aburre con su realidad y cree que la vida en la ciudad es mejor.   Cualquier lugar, en la medida en que todo el mundo quiere ir para allá, aumenta su poder.  Si el campo se sobrevalorara simbólicamente, como hoy ocurre con la ciudad, creo que sus condiciones mejorarían.  Los hombres levantan sus estructuras siguiendo sus sueños y tal parece que hoy casi nadie sueña lo rural.

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EL OTRO LADO

Por extrañas razones, el Guainía nunca aparece en las estadísticas que se publican en la prensa, ni en los informes de los noticieros de radio y t.v.  Se esgrime un argumento de población, de mercadeo, de importancia y hasta de ignorancia para no hacerlo.  Cosas fundamentales para la nación se han llegado a ignorar por ese motivo, o se les ha dejado un espacio tan reducido, que no dejarles nada hubiera dado lo mismo.

Cuando se realizaron las primeras elecciones de gobernadores en los "nuevos" departamentos, los datos de los resultados se dieron escuetos, como si no significaran nada.  La mayoría de los noticieros ni siquiera los mencionaron.  Los pocos que lo hicieron se limitaron a reproducir los resultados de la registraduría a nivel nacional.  La mayoría de los medios estudió y analizó los resultados en Bogotá y en los departamentos más poblados, con sus capitales.  En cuanto a Arauca, Amazonas, Vichada, San Andrés, Casanare, Caquetá, Putumayo y Guainía, sólo se publicaron los nombres de los ganadores para gobernador y alcalde de capital, seguidos de su cantidad de votos y el porcentaje que representaban.  Poco importó que fuera la primera vez que esas sociedades y culturas escogieran a sus mandatarios regionales.  Un suceso muy similar al fin de una dictadura en cualquier país del mundo fue tratado como una noticia menor, casi como un "suceso no noticioso".

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Una constitución occidental

La constituyente, en forma discriminatoria, determinó en el artículo transitorio 17 que «la primera elección popular de gobernadores en los departamentos de Amazonas, Guaviare, Guainía, Vaupés y Vichada» se hicieran «a más tardar en 1997».  Las razones apenas se revisaron, comparadas con la tremenda importancia que parecían tener todas las demás.  Las intendencias y comisarías no tenían la infraestructura necesaria para realizar las elecciones, pero tampoco la tenían para realizar las nacionales, como tampoco la tienen las zonas rurales de Antióquia o Cundinamarca.  De hecho el suroriente todavía no tiene la capacidad de registrar los resultados electorales para senado y cámara, pero eso parece no importarles.  Si el problema hubiera sido únicamente ese, también se habría retardado la elección en San Andrés y Providencia.

Desde la capital se tiene la idea (en mucho acertada) de que San Andrés es un sitio chévere, donde todo el que puede va a pasar sus vacaciones y disfruta del paisaje y los hoteles.  Los nuevos departamentos, en cambio, se piensa que están dominados por la guerrilla; una verdad a medias que tiene su origen en la ineficiencia y el desinterés del estado.

Postergar la capacidad de elección de estos territorios no sólo fue una maniobra electoral, sino que también excluyó elementos políticos que la clase política considera peligrosos o una "seria amenaza para la seguridad nacional", sin importar que algunos fueran pacifistas.  Aún si fueran pro-guerrilleros, es lo mismo que si se le negara el voto a los habitantes de las laderas de Bogotá, Cali o Medellín porque se ha demostrado que en esos lugares hay milicias populares.  ¡Como si las elecciones fueran un premio a las comunidades que no se han "contaminado" con la presencia guerrillera, y como si esa presencia pudiera ser determinada por las comunidades mismas! Es común castigar al civil desarmado, a la víctima más indefensa del conflicto, por algo que es responsabilidad de los gobernantes, de los que manejan la economía y de los mismos cuerpos de "seguridad".

Las elecciones en el suroriente se hicieron en 1994, tres años después de la promulgación de la constitución.  En los años intermedios los gobernadores fueron designados por el presidente y la carta magna nada dice sobre preguntar a las comunidades su opinión, no habla ni siquiera de una reunioncita.  Como si fuera poco, en el artículo transitorio 39, le da a la presidencia la facultad de «expedir decretos con fuerza de ley que aseguren la debida organización y funcionamiento de los nuevos departamentos» por 3 meses.  Y añade que «el gobierno podrá suprimir las instituciones nacionales encargadas de la administración de las antiguas intendencias y comisarías y asignar a las entidades territoriales los bienes nacionales que a juicio del gobierno deban pertenecerles».  Es decir, se dejó todo en manos de la presidencia; se podía eliminar instituciones que los habitantes siempre hubieran considerado benéficas o perpetuar las innecesarias y/o corruptas.  De hecho no hay datos suficientes como para tomar una decisión a cabalidad.  Lo normal hubiera sido reemplazar los datos faltantes por los que suministrara la comunidad de viva voz en reuniones, pero ¿se consultó a la comunidad?

Como cosa rara, en la Asamblea Nacional Constituyente no había una sola persona oriunda de los "territorios nacionales".  Los guerrilleros venían casi todos de la zona andina y sólo tuvieron un representante directo por pura casualidad.  Cuando Marcos Chalita reemplazó a Francisco Maturana por el M-19, la base del movimiento exclamó que "por fin había uno de los suyos".  Meses más tarde, la desbandada del M, cartas de la madre de Pizarro y declaraciones de los reinsertados pondrían en evidencia la desconfianza hacia sus propios dirigentes.   Los dos indígenas que lograron a brazo partido su asiento, Francisco Rojas Birry y Lorenzo Muelas, de Chocó y Cauca respectivamente, sólo conocieron el suroriente nacional después de clausurada la ANC.  Fueron a dar allá como parte de su trabajo político.  Algunos en el Guainía me contaron que hicieron reuniones, hablaron con la gente, y así y todo nadie les hizo caso.   Permanecieron muy poco tiempo en Inírida y sus discursos no se diferenciaban mucho de los de los políticos tradicionales.  De hecho, meses después Muelas sólo obtuvo respaldo por circunscripción nacional en el Cauca y Rojas Birry fue escogido como concejal, pero en Bogotá.

No es de extrañar que haya cierto aire foráneo, "blanco", en lo poco que habla la Constitución sobre la otra mitad de la nación.  La constituyente no le hizo la más mínima mella a la concentración del poder, las formas impuestas ("decretos con fuerza de ley") y su correspondiente desdén hacia una población tan dispersa.  Se pasó por el lado de los más pobres y, como siempre, apenas si se les miró.

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Persiguiendo matas

En Inírida el PDA21 organizó una mesa sectorial dentro de la mesa departamental de solidaridad, como una manera de presentar el programa dentro de la política social del gobierno.  Primero se nos dijo a los estudiantes de Opción que la organizáramos, que reuniéramos a representantes de todas las comunidades que se supiera tenían cultivos y discutiéramos el tema, junto con militares, iglesias y autoridades.  La sola idea de meternos en un tema tan espinoso nos puso los pelos de punta.  Pero el secretario departamental de planeación se negó rotundamente a que se organizara una mesa como tal, pues también se les pidió a ellos que la lideraran.  Nos dijo muy claramente que una cosa era mandar que se organizara desde Bogotá y otra cosa en Inírida, donde los que exponían el pellejo eran ellos.

Los del centro no volvieron a insistir y en la mesa departamental aparecieron el director y el subdirector del programa, junto con Eduardo Díaz Uribe.   Hicieron la convocatoria y se reunieron con los líderes que quisieron participar y todos los que estaban programados.  No pude estar en la primera mesa del PDA, estaba colgado con las otras.  El secretario de gobierno departamental presentó las conclusiones ante la mesa departamental: «La coca no es negocio para el Guainía» fue la principal.  Cualquier acción se llevaría a cabo de manera concertada y sin violencia.  La fuerza pública sólo actuaría si la anterior no funcionaba.  Por su parte, el representante de los colonos dijo que ellos tenían la voluntad y la necesidad del gobierno.  «Ustedes saben donde está la coca mejor que nosotros.  Los gringos tienen los satélites y con eso pueden ver bien donde está cada mata.  Nosotros lo que queremos es que se nos dé la posibilidad de sacar nuestros productos, que los insumos lleguen al departamento».  En fin, el programa les parecía muy bueno, pero desconfiaban de que se cumpliera, porque, como cosa rara, sabían que el gobierno promete pero nunca cumple.  «Nosotros estamos expectantes, a ver con que nos sale el gobierno; porque, eso sí, estamos cansados de promesas» dijo.

Los funcionarios citaron el caso de un municipio en el Tolima, donde la gente cortó todas las plantas, se lo comunicó al gobierno y fueron los primeros en recibir los beneficios.  En el río Guaviare la gente estaba esperando a que se presentaran los funcionarios o que les llegara alguna información.  No estaban dispuestos a tirar a la candela el fruto de su trabajo y una posibilidad de conseguir una renta.  Para todos los colonos hablar de coca era lo mismo que hablar de frijol, banano, cacao, o cualquier otra cosecha.  Se agarraban a los productos vendibles, pues era lo único que les garantizaba que no pasarían hambre.  Muchos de ellos llegaron al Guainía invitados por familiares o amigos que necesitaban gente para las plantaciones, y los que no se unieron se dedicaron a resolver las necesidades de los que sí.

Meses después, el secretario de gobierno departamental tuvo que intervenir para que las F.A.  no persiguieran a los coqueros del Guaviare, muchos de ellos escondidos y aguantando hambre ante su repentina aparición.  Los militares respondieron que ellos podían intervenir donde quisieran, mientras fuera dentro del territorio nacional.  El secretario les aseguró que si no se detenían iban a armar un problema de orden público y hacer fracasar el PDA.

De todos modos, un funcionario de Bogotá hablaba en privado del PDA y de antinarcóticos, y se refería a ellos como si fueran sinónimos.  El cura párroco intervino en la mesa del programa e hizo llamados a mostrar voluntad de paz, mientras la policía y el ejército le decían a la gente qué debía hacer.  El mismo sacerdote nos contó que en la mesa departamental le habían preguntado si entre los dirigentes había quedado algún militar y él les respondió que no.  Los campesinos exclamaron "¡menos mal!", como si se tratara del Coco.  Justo cuando se comenzaron a organizar las mesas sectoriales para la discusión, los guerrilleros vestidos de civil y los coqueros que estaban en el recinto salieron por donde entraron.  Como se realizó en la caseta comunal de Inírida, la gente podía entrar y salir a voluntad.  Por lo menos una muestra de transparencia.

No pasó lo mismo en el Vichada.  Estaba reciente el ataque contra la guardia en Ayacucho y no se permitió el paso a gente que no estuviera carnetizada.  Había soldados en cada entrada y no fue el director de la red.  Sin embargo la discusión entre los alcaldes llegó un poco más lejos y duró más.  También hay que tener en cuenta que en Vichada hay tres municipios, en Guainía sólo uno, inmenso.

El orden público transforma a una comunidad, hace que los militares se instalen y todo el mundo sea un sospechoso.  Me pregunto: ¿Cómo fueron las mesas de solidaridad en el Urabá? ¿En el Magdalena medio? ¿Habrán sido transparentes, abiertas?

En Bogotá se iniciaron tardísimo, mucho después que en el Guainía, y nosotros estábamos desesperados por el retraso.  La fecha límite se nos había pasado por dos meses, porque los líderes del sector rural llegaban a necesitar 15 días para llegar y enterarse.  Que volvieran a sus comunidades, discutieran y regresaran a Inírida con sus propuestas era algo difícil de entender para las centrales, acostumbradas a tener todos los datos estadísticos listos y no preguntarle nada a la gente, sino a sus representantes.  La “democracia” indirecta no podía entender que existiera la directa y le pesaba el tiempo que requería para tomar las decisiones.  El secretario de gobierno departamental y el secretario de planeación municipal, los que normalmente reemplazaban a los mandatarios locales, me decían: "Los representantes están para tomar decisiones, o sino ¿para qué los eligen?" Me pregunto yo que pensarían ellos de una monarquía electa.  Tal vez ellos no encontrarían ninguna diferencia.

Los pueblos del suroriente pueden tener resueltas sus necesidades de alimentación y hasta de salud con sus brujos, pero el ser olímpicamente ignorados y recordados sólo para reprimir, tiene consecuencias bastante previsibles.  Casos recientes como los de Guaviare, Putumayo y Caquetá, convertidos en dictaduras regionales con las "zonas especiales de orden público", no son precisamente una razón para el optimismo.  El ministro Esguerra quería cambiar la constitución para reemplazar el derecho de paz por un derecho de guerra.  Gracias a , en Guainía y Vaupés narcos y militares apenas hacen pujitos.  Aprovecho aquí y Le doy gracias.


NOTAS

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21     Plan de Desarrollo Alternativo, el programa del gobierno Samper para la erradicación de los cultivos ilícitos, publicitado en t.v.  como "PLANTE".  Pretendía conciliar con las comunidades para que ellas mismas cortaran las plantaciones ilícitas a cambio de préstamos e insumos; sólo en el caso de que no resultara la conciliación, la fuerza pública entraría a cortar los cultivos a mano y únicamente los mayores de 3 hectáreas serían fumigados con glifosato.  Organizaciones bolivianas que lo vieron fracasar en su país, estuvieron en su lanzamiento oficial; argumentaban que al final sólo se obtenía represión y los cultivos se desplazaban a zonas de selva, con la consecuente deforestación.  Alfredo Molano exponía las mismas conclusiones en mayo del 95 en Cambio16. 
 

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DESCONFIANZAS

En Cacahual, una comunidad sobre el río Atabapo, hicimos una reunión.  Gabriel Tirado Muñoz, el delegado de la red, y yo, nos reunimos en su escuela con los capitanes de las comunidades del río.  Gabriel les contó en qué consistía la red, los dineros que podrían recibir por ella y la legislación indígena.  Yo me limité a consignar notas para el acta.  Al día siguiente, cuando iba a acabar la reunión, la leí toda.  Tirado de vez en cuando se reía y se quejaba de que lo iban a echar por eso que yo había escrito.  Pero yo lo había escrito todo casi al pie de la letra, y era muy monótono.  "La audiencia se le duerme", me dijo él mismo.  Las notas las leí todas en el mismo tono y parecían un arrullo.  El caso es que después Tirado me pidió que lo resumiera y le quitara "cositas" que no le convenían.  Tuve que discutir con él para no mentir en el acta.  Me limité a sintetizar todo, de modo que pudiera obviar las indirectas y directas del delegado hacia sus superiores.  Ahí mismo en Cacahual intenté mostrarles a los capitanes que podían usar una grabadora para sus reuniones, para no tener que escribirlo todo.  Pero ellos desconfiaban de mí.  Las presentaciones en público nunca han sido mi fuerte y ya los había adormilado con la lectura del acta.

Gabriel, rubio, de ojos claros y paisa, era mi jefe directo en el Guainía.  Lo había escogido como delegado Adalgiza Laverde, directora del PNR, porque era un viejo conocido.  El había estudiado en la UNAM y en Alemania.  Desgarbado y de buen humor, hablaba de todo, como buen sociólogo.  Era muy bueno para la carreta.   Su ánimo de esconder ciertas cosas (su desacuerdo con sus superiores), las discusiones filosóficas que teníamos al respecto cuando yo lo contradecía en público, me preocupaban.  Me hacían sentir al borde de la legalidad.  La posibilidad de quedarme atrapado en una maraña de cosas no del todo honestas fue una de las principales razones para dejar el Guainía.  El mismo delegado insistió en que decidiera si me iba a quedar por un semestre más o no, hasta que yo decidí que no.  Trabajar en una oficina, haciendo papeleo, persiguiendo a los de la UMATA para que terminaran los proyectos, persiguiendo a los de la UDECO para que persiguieran a los de la UMATA, azarar al alcalde, a las instituciones para que acabaran los de ellos, no era el horizonte profesional que me imaginaba.  El Guainía, un departamento de selvas, de comunidades indígenas afuera de la puerta, y yo trabajando en burocracia para los colonos.  La misma Opción Colombia podía ser usada por el estado para rebajar la mano de obra profesional.  Los contratadores podrían decir "¡Ah! ¿Qué usted quiere que le paguemos más? ¡pues acepte lo que le ofrecemos, porque tenemos 20 estudiantes ansiosos de ocupar su lugar!" Decidí irme.  La visita de la congresista conservadora fue el broche de oro.  Ella exigía la construcción de la carretera al río Guainía para que entraran los mineros, con argumentos que hacían sentir el Guainía como su finca privada.

Los empleados públicos por cuotas políticas eran comunes.  Uno que otro se extrañaba al ver que nosotros no teníamos patrones políticos.  Los arrendadores del cuarto donde yo vivía también eran políticos.  Ahí vivían y echaban línea a gente de los barrios que venían a pedir consejo.  Un enredo de intereses ocultos y manifiestos, en donde nada parece ser desinteresado, se cirnió a mi alrededor en mi estadía.  Los profesores y la gente del común, me trataban de "doctor" y esa vaina no me gustaba.  Cada vez que en el barrio Los Libertadores explicaba la red, veía rostros amables tornarse en desconfiados.  Les mostraba las políticas del estado o los motivos que nos daban para aplazar las ejecuciones o para escoger a tal persona y no a tal otra para el programa de vivienda, se daban otra vez los rostros desconfiados.  Contrastaban con los concejales del barrio, con su habladito, a ratos excesivamente amables, que parecía que te estuvieran escondiendo algo.  Los líderes comunales, no tenían tiempo para visitar a la gente; ellos sí eran humanos, tenían que trabajar.  A pesar de sus intereses personales mostraban ánimo, ganas de ayudar.  El pueblo desconfía de todo lo que huela a político, se cansa de tanta reunidera, de que le cambien los requerimientos de la noche a la mañana, de que las cosas no se vean; y aún así, siempre vuelve...

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La mesa secreta y "tranquilo que nosotros no lo matamos"

Durante nuestra primera estadía en Inírida tomábamos las decisiones inmediatas con total autonomía.  Esas tenían que ver con nuestra alimentación, nuestra vivienda y el transporte.  Las más claves había que consultarlas con Bogotá, pero de todos modos no teníamos jefe distinto a la encargada de Opción en la red, Margarita, y Dairo, de la COC, ambos en la capital.  Sólo que en la mesa departamental se necesitaba una coordinación y una claridad que nosotros no teníamos.  Además, como iba a venir Díaz Uribe, funcionarios de todos los fondos y periodistas de los diarios nacionales, no se podía salir con un chorro de babas.  Así que por vía aérea llegaron Adalgiza Laverde, directora del PNR, Enrique Sandoval, economista asesor del PNUD, y María Consuelo Ramírez, la representante del Guainía ante la red en la casa republicana, justo en frente del palacio de Nariño.  Ellos nos ayudaron a que las mesas sectoriales llegaran a un acuerdo; sobre todo en seleccionar los lugares a donde debían dirigirse los recursos para cada programa.

Adalgiza y Enrique eran muy efectivos, se conocían las reglamentaciones al derecho y al revés; eso ayudaba mucho a la hora de definirse con la comunidad.   María Consuelo guardaba silencio en casi todas las reuniones y dejaba que ellos hicieran.  La verdad no sé el sentido real de su puesto, pues su paso por el Guainía fue muy silencioso.  Sólo puedo decir que me dió una pequeña orientación con respecto a los componentes de cada proyecto.  El caso es que los tres estuvieron con nosotros en las cuatro mesas y ajustaron al dedillo la toma de las más importantes decisiones.

Con ellos hubo una mesa en la oficina contigua al despacho del gobernador.   Estaban casi todos los empleados de la secretaría de planeación departamental, el gobernador encargado, Rojas Tomedes, el alcalde encargado, ellos tres y nosotros.  Se discutía sobre los recursos reales que se tenían para el Guainía y los que se podrían utilizar para la realización de la mesa departamental.  Los desplazamientos de los representantes rurales, su alimentación y los refrigerios salían muy costosos, sobre todo teniendo en cuenta los precios que tenía que pagar la gobernación por la gasolina.  Cómo el estado paga con tres meses de retraso, oficialmente no se compra a precio del mercado, sino mucho más caro.   Había pues que negociar con los recursos que podían conseguirse en Bogotá y los que tenía la gobernación para salir del impase.  El caso es que Sandoval sacó unos fajos de formas continuas de líneas verdes y dijo "esto para que no salga de entre nosotros..." y explicó que esos datos que tenía eran recursos del presupuesto nacional que venían por Findeter.  Indicaban partidas asignadas por los congresistas locales para proyectos a realizar en el Guainía.  Una pavimentación de la vía al aeropuerto paralela, programas de empleo en el Guaviare, pistas de aterrizaje para el nivel rural y cosas así.  El problema era que todos ellos eran recursos asignados sin proyecto, una violación clara de la legislación vigente.  Adalgiza y el economista los reconocieron como rentas de destinación específica y se sentían indignados, pero también reconocían la necesidad de hacer uso de ellos, pues se trataba de necesidades más que reconocidas en el departamento.

La vaina era que no tenían proyecto.  La UDECO y las secretarías no tenían la capacidad técnica para realizarlos, capacitaciones relámpago costarían lo mismo que los proyectos, así que tenían que arreglárselas como pudieran.  No sé en que quedaron esos proyectos, si se realizaron o no, si siquiera llegaron los dineros, pero eran auxilios parlamentarios en vivo y en directo y eran (son) la práctica común en el congreso, con la venia de los fondos de cofinaciación.   Todos los que manejan recursos del estado lo saben y están demasiado comprometidos como para hacer algo.  Un cambio de constitución no convierte a los congresistas de la noche a la mañana en opositores del sistema de los auxilios (léase clientelismo).  Los constituyentes podían oponerse, pero el aparato que los generaba (genera) siguió como si nada, con todo y edificios llenos de técnicos acostumbrados a gestionarlos como lo más común del mundo.

Los pueblos que generan los recursos no saben qué se hace con ellos, no saben con claridad cuándo se los sacan, pero entienden que no van a dar justamente donde ellos lo necesitan.  Donde lo necesitan los políticos sí.  Ellos los manejan, no nosotros.  Esos recursos fueron aprobados por la presidencia, para controlar los políticos acostumbrados a ese tipo de cosas, como si fueran folklore.  "¡No podrán quitárnoslos!" nos dijo "doña Graciela Ortíz de Mora", y ahí están vivitos y coleando...

Eso no es nada, si lo comparamos con la situación de derechos humanos de los detenidos en el Guainía.  Para ellos no existía el Habeas Corpus, pues en todo el departamento no había Defensor del Pueblo hasta mayo del 95 y a la personera le tocaba "doblarse".  Como sólo hay un municipio inmenso, no se daba abasto; a duras penas alcanzaba para el casco urbano.

La situación de los presos se debe al centralismo, pues sus casos los manejan todos desde Villavicencio, a telepatía supongo.  Allá está todo: los directorios políticos, las regionales de Policía, ejército, los fondos de cofinaciación, Caja Agraria y así.  Las instituciones que hay en el Guainía son todas dependencias.  Tal vez el ICBF tenga un grado más alto de descentralización, pero lo dudo.  Los recursos que llegan son escasos, toca hacer malabares para llegar a los poquitos niños que cubre.  A eso se añade que las madres comunitarias desertan apenas tiene el subsidio de vivienda y toca pasar de la una a la otra.   ¡Si ni siquiera los recursos asignados y las fechas límites se cumplen! Bogotá mismo las pone y Bogotá mismo las rompe.

La plata no llega.  Estuve tres meses con las esperanza de ver ejecuciones, pero nada.  Las fechas límites eran al 31 de junio, pero en julio ya se hablaba de que en agosto, cuando se hubiera acabado el invierno, y me comentaban que si estaban de buenas la fecha real iba a ser en noviembre.  Llegué no más a la identificación de beneficiarios, en seis meses.  Seis meses en los que el nivel central "pensaba" organizarse en lo que correspondía al nivel rural.  Seis meses en los que se reunía a la gente, se le explicaba, se volvía a reunir una y otra y otra vez.  Los proyectos no se pueden elaborar en 2 días, pero antes es que la gente responde, después de saber lo que es una promesa de político.

Los campesinos colombianos, los indígenas y hasta nosotros nos hemos vuelto profesionales en esperar lo que no llega.  Con los presupuestos que se le adjudican a la salud, la educación y la vivienda no alcanza para más.  Se los comen la burocracia, los “lagartos”, el transporte y otros "ítems".  Lo que llega no es ni la décima parte y llega muy muy tarde.  Había esperanzas de que hubiera una ejecución en el barrio Los Libertadores de Inírida, pero del programa de un alcalde iniciado en el 92.  No he vuelto al Guainía y lo más probable es que todavía estén esperando.

Una vez estaba en el restaurante en donde almorzaba todos los días, conversando con el director del SISBEN.  En esas llegó el director de la caja de compensación, todo azarado y enojado.  Decía que no le gustaba tener encima a los fiscalizadores, que así no se podía trabajar, que eso no servía para nada, que no sabía que hacer para quitárselos de encima.  Yo le recordé que yo también fiscalizaba y el dijo que no, que eso era diferente y añadió " pero tranquilo, que nosotros no lo matamos".  Lo dijo como entre chanza y en serio, pero me hizo recordar el caso de Giraldo, en el Valle.  Este tipo se metió a seguir todos y cada uno de los casos de corrupción en el departamento, y lo amenazaron.  Tuvo que cambiar las hijas de colegio, le metieron dos granadas a la casa con todo y protección policial, no podía salir a la calle porque de pronto lo mataban y parece que murió de un ataque cardíaco cuando intentaban sacarlo por Venezuela.   Casi gritaba que el gobierno de Gaviria tenía que garantizar el derecho a la vida, que él tenía derecho a vivir en territorio colombiano y por eso rechazaba las ofertas de irse a vivir en el exterior.  El mismo decía que la mafia de la corrupción era más grande que la del narcotráfico y no era sólo nacional, funcionaba internacionalmente y se metía por donde quiera encontrara funcionarios igualmente corruptos.

En Corea, en Bélgica, en España, en Alemania, en Japón...  En todas partes se ha visto, y es justamente la mafia que está en el poder.  La ONU no más es una legalización de ella: Las armas atómicas están prohibidas para todo el mundo, excepto para E.U., Rusia, Francia, Inglaterra y China, que son los que más tienen.  Ellos son los garantes de la paz en el mundo y manejan el consejo de seguridad a voluntad.  La asamblea general debe callar ante el consejo de seguridad y acatar sus resoluciones.  Un diplomático brasileño decía que la carta de San Francisco no era sino un premio para los que se armaron primero.  Si Irán, Argentina, Pakistán o cualquier otro decide fabricar una bomba atómica, es inmediatamente condenado.  Si lo hacen los miembros permanentes del consejo de seguridad, no pasa nada.  Después de todo, ellos tienen un arsenal como para borrarnos a todos del mapa.  Otra bombita no es nada comparado con eso.

¡Ven al campo, amigo mío! Escucha a gente desconfiada que no tiene afán, que conversa y discute.  Trabajar la tierra, dar de comer después de ver crecer la planta te hace distinto.  Tu sudor físico, tu mente sencilla hace más fácil la felicidad.  Porque Foucault puede encontrar relaciones de poder en medio del amor, pero el campesino no es Foucault.  Porque caminar por la vida no es lo mismo que sentarse en ella.

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El petroglifo del Coco, el dolor

Plinio Yavinape, un líder indígena, me invitó a conocer Coco Viejo.  Es una pequeña población de etnia curripaco y queda al oriente del casco urbano, a unos pocos kilómetros por carretera destapada.  

Una vez fui a pie a El Coco y conocí de cerca la zona que lo separa de Inírida.  Ahí parece que hubiera ocurrido un holocausto atómico: Son hectáreas enteras donde sólo se ven árboles muertos, cepos y pasto quemado.  Antes había pura selva, hoy eso es lo único que queda.  Fue ahí donde aprendí lo que es sentir vergüenza de ser humano.

También conocí Coco Nuevo o El Coco, una comunidad de colonos a la orilla del río Guaviare.  Recorrí sus 4 o5 cuadras, me bañé en el río y vi uno que otro partido de fútbol.  Es una inspección de policía, lo más importante que tiene es el internado donde estudian los pelados, y su más grande atracción es el torneo de fútbol de barrios y comunidades.  Apenas si está naciendo como poblado.  En cambio Coco Viejo estaba antes que Inírida.  En el texto de Mariano Useche22 figura como centro de intercambio entre chibchas y caribes.  Los primeros traían sal, los segundos oro desde mucho antes de la colonia.  De ahí salieron las materias primas para las ceremonias que fascinaron a los españoles en el lago Guatavita, y ayudaron a crear la leyenda del Dorado.

La primera vez que pasé por El Coco lo hice en microbús y me pareció chiquitica.  Apenas la vi pasar por la ventanilla.  Sus casas eran blancas y su iglesia lo más grande.  Le conté a Yavinape lo que había leído de historia y él me contó que tenía familiares ahí y que podíamos ir cualquier domingo, cuando tuviera tiempo.  También tenía curiosidad por conocer "los petroglifos" que me habían dicho se encontraba cerca a esa comunidad, y le manifesté mi interés por aprender lenguas indígenas.

El día señalado nos levantamos temprano y cogimos el microbús.  Recorrimos el trecho entre Inírida y El Coco, y volví a ver el esperpento de hectáreas quemadas y taladas a lado y lado.  Como estábamos en invierno, ya se veían zonas inundadas hasta el borde mismo de la carretera.  El Guaviare se metía en medio de los potreros y mojaba tierras que en verano quedaban lejos de la orilla.

Llegamos a la comunidad y ahí él me presentó a su suegro, un viejo artesano que hacía hornos especiales para hacer casabe y mañoco.  También conocí a su hermano y a su cuñada, que vivían a unas cuantas casas.  Tenían en la parte de atrás un entechado donde colgaban sus hamacas y pasaban la tarde, con sus hijos.   Plinio se puso a conversar con ellos en curripaco y, claro, yo no entendía nada.   Al rato su familiar se metió en la casa y nos sirvió yucuta de seje con bananitos.  Estaba en una olla y lo tomamos con una totuma.  Se rieron un poco a mis expensas porque yo no sabía lo que ellos decían y Yavinape me tradujo una que otra palabrita.  Todos hablaban español, pero el conocido era Plinio.  Les comenté sobre mi preocupación porque los documentos no se escribieran en su lengua y me respondieron que ellos no necesitaban documentos, a excepción de la cédula y el pasado judicial.  Les dije que esos también se podían publicar en su lengua, pero no pude explicarles el concepto oficial de pasado.  «Pasado es lo que ya pasó, lo que quedó atrás» les dije.  Ellos guardaron silencio.  En ese momento yo no sabía que para la mayoría de las culturas indígenas el futuro es el que queda atrás, y las decisiones se toman mirando hacia el pasado.

Mi vergüenza y mi afán por conocer nos hicieron salir de la comunidad.   Cogimos directo por una carreterita embarrada que llevaba directo al río, en su costado estaba el petroglifo.  Desde la vía a Coco Nuevo se alcanza a ver la roca, pero no en detalle.  Cuando la vi de cerca me sentí indignado.  El deterioro era evidente.  No habían hecho nada por conservarla y hasta le habían metido candela.  Otros habían cavado al lado, en un intento por mover la roca.  Yavinape me explicó que muchos creían que había oro debajo.  Para mí, que las solas quemas eran ya una tragedia, esto era demasiado.  Buscando oro estaban destruyendo algo todavía más valioso.

La roca tenía símbolos extraños, pero era como verlos a través de un vidrio opaco, ya no se entendía la esencia del dibujo.  Le pregunté a Plinio por los otros petroglifos, pero me dijo que no habían más, que desde que él vivía por ahí sólo había sabido de uno.  Reconoció que en realidad nunca le habían interesado mucho y que era probable que hubieran más.  Buscamos en las rocas de la playa, y entre los árboles cercanos, pero no encontramos nada.  Nos engarzamos en una discusión sobre la importancia de la historia y la cultura.  Yavinape me dijo que «todo eso era muy bonito, pero no daba de comer».  Le hablé de las posibilidades del turismo, de la riqueza que estaban volviendo humo.  El me comentó que el indio se sentía menos, que «en realidad ellos estaban muy atrasados» y le parecía muy difícil sentir orgullo por su pasado indígena.  El turismo para él sólo era otro motivo para el escepticismo.  Sabía que se necesitaban hacer muchas cosas para que llegara en forma y en el Guainía estaban cansados de esperar.

Nos bañamos en el Guaviare y regresamos a Coco Viejo, a esperar el busecito.   Ahí en frente de la vía, al lado de la iglesia estaba su suegro, sentado en una banca con una jovencita.  El se puso de pie para saludarnos, dijo algo en curripaco mientras señalaba a la joven y al niño, que en ese momento ella amamantaba.  El anciano vio que no le entendí y repitió en español «esta es mi mujer, este es mi hijo, bienvenidos a mi casa».  Lo dijo con una amabilidad tan grande, que me impresionó.  Yo intenté responderle de la misma manera, pero no sabía cómo.  Yavinape exclamó irónicamente «¡Eso, conversemos con el viejo, a ver que saber le podemos sacar!».  Me sentí confundido.  Yavinape malinterpretaba mi gesto, mientras en mi mente me costaba trabajo asimilar la idea de una mujer tan joven casada con un anciano.

Ella era casi una niña.  Tendría unos 16 años.  Como todas en el departamento, colonas e indígenas, no sentía el más mínimo pudor al mostrar el seno al dar leche.  En ese momento ya no me parecía nada extraño.  Después, en Bogotá y en Cali, me reía al ver todas las maromas que tenían que hacer las mujeres para esconder "sus vergüenzas".  Era algo muy raro ver en sus rostros la preocupación por que nadie las viera.

El suegro de Yavinape tendría unos 60 años o más.  Me costaba mucho trabajo identificar su edad por su físico.  Su cuerpo era pequeño pero musculoso y firme como el de un adolescente.  Pero su cara y sus manos reflejaban años de experiencia y remo.  Así me pasaba con casi todos los indígenas.  Por detrás se confundía fácilmente con cualquier joven, pero no en su rostro.  Toda una vida en un amable ambiente de comunidad, unida a su alimentación siempre natural los volvía lozanos.  Su trabajo continuo de remar, levantar la pala y el machete, cargar los frutos de la tierra completaban un cuadro saludable para cualquiera.  

En esos instantes sentía la proximidad de mi partida, y me pesaba no haber venido antes.  Había tenido la oportunidad, pero no lo había descubierto.  Ahora ya no tenía tiempo para aprender, volver otro día y conversar.  Debía escoger entre Cali e Inírida, y sabía que sin importar cúal escogiera, extrañaría terriblemente a la otra.  Eso pensaba cuando llegó el microbús e interrumpió mis pensamientos.


NOTAS

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22     P.f. ver la nota No. 13
 

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ESOS MUNDOS QUE TAL VEZ NO CONOCERÉ...  

Una vez en una ciudad vi una mujer musulmana, vestida con traje negro, como si fuera una monja.  Estaba sentada en el parque con los niños, hablando en su idioma.  Parecía tan amable...  Me acerqué y la miré.  Quería conversar con ella, buscar alguna manera de preguntar...  Pero ella al sentir mi mirada se fue, sin exclamar una queja, sin mostrar ningún gesto de fastidio.  Sólo se fue.  También en el Guainía hay algo similar; un universo simbólico completo, que separa a los hombres de las mujeres.  Cada sexo está especializado y se encuentra con el otro únicamente en la fiesta.  Hay relaciones normales, pero son más distantes que las nuestras.  Son, por así decirlo, más serias.

Uno que otro, venido de Bogotá o Villavicencio, me decía que le "había tocado que comer india".  Yo les pedía que fueran más claros y riendo me decían "¿no ve? ¡Por aquí uno sin mujer le toca hermano!".  "La mujer" es la esposa que se quedó en la casa, al otro lado; la india...  Pues es india.  Sentía recelo de ese tipo de relación, tan utilitaria, machista y lo que quiera.  Había mujeres jóvenes, prostitutas, con las que se podía conversar, pero no era justamente el tipo de mujer con el que más deseaba relacionarme.  Prefería ir con calma, observar a las señoras, a las niñas y aprender.  Las jóvenes se me perdían de vista.  En las comunidades sólo las vi pasar.  Tenía la esperanza de conocer alguna líder, que no se avergonzara de conversar con un extraño, que no mantuviera esa distancia, como hacían casi todas.  El sitio de ellas es el hogar y se considera una "buena costumbre" pegarle a la mujer.  Eso fue lo que me llegó de oídas, entre empleados públicos que viven igual que en cualquier ciudad.  Pero la realidad casi siempre es más compleja de lo que a uno le parece.

Tengo un amigo puinave, Silvino.  El me enseñó las pocas palabras en puinave que conozco.  «¡Maorí! ¿Pon manó?» «¡Venga! ¿Para dónde va?» Me enseñó que amigo se dice ajut, hermano apewe, hermana apawa, abuelo ají.  Que sí se dice sí (igualito), que no se dice uij.   Yauju es la despedida.  Itam, icao, ipai, icaunog y dapten son los números de uno a cinco.  A él le compré 10 kilos de mañoco, lo que contiene aproximadamente un mapire, la canasta de mimbre y hojas donde se lleva tradicionalmente este alimento.  Se lo compré la noche justamente antes de irme, para cumplirle y para llevarme algo más que un recuerdo.  ¡10 kilos de recuerdo! Conversé con él hasta que se me hizo tarde.  Me dió a probar el mañoco del que iba a comprar.  Sacó una vasija de yucuta de la nevera y tomé con un vaso de plástico, como siempre les había visto hacerlo.  Era tan rico.  Fresco, como la sed de uno espera y rara vez encuentra.  Tal vez porque las bebidas de alcohol o azúcar no están para calmarte la sed, sino para darle ganancias a las empresas que las producen.  O simplemente porque tenía sed y mucha.

Silvino me contó sobre lo que había hecho en la universidad nacional, donde vendían sebucanes23 chiquiticos a 1000 pesos, donde iban a hablar de su vida por acá lejos.  De como en Bogotá le tocaba aguantar frío, pero que de todos modos le gustaba, aunque sólo de visita.   Cada vez que iba, se llevaba su mañoco y cuando se le acababa, llamaba a Inírida, para que le enviaran más.  Tal vez yo pueda hacer lo mismo.  Me contó del nacimiento del río Inírida, donde la selva es espesa y el río surge de una roca, como un torrente.  Pensé que era como los andinos, que surgía pequeñito y luego le llegaban otros pequeñitos, y más y más, hasta volverlo tan grande como era.   Pero él me dijo que no.  Que nacía inmenso con un chorro gigantesco, como de dos metros de diámetro.  Que había que subir una montaña de piedra, como los cerros de Mavicure, sólo que llena de monte.  Se cruzaba por entre la selva y se llegaba a un lugar donde se veía la roca pelada.  Ahí surgía el chorro, como un surtidor.

Mientras estabamos conversando, salió una mujer del interior de la casa.  Me saludó con entusiasmo, como si estuviera muy interesada en conocerme.  Sentí ganas de contestarle de la misma manera, pero me detuvo el temor de que fuera la esposa de Silvino.  Me sentí molesto por la posibilidad, pero él mismo me contó más tarde que se trataba de su hermana.  Nunca más volví a verla, pues al otro día partí.  Podría haber conversado, conocido tantas cosas, pero no pude.  Justo cuando me estaba acercando a la mujer indígena ¡me fui!

No conocí casi nada de la cultura local por boca de los indígenas mismos.  De ellos oía corroboraciones de lo que decía Luis Troya, el antropólogo pastuso.  Sólo lo poco que pude conversar esa noche con Silvino.  Conversé mucho con un líder curripaco, Plinio Yavinape.  Pero era casi todo sobre la red, sobre administración pública.  Yavinape estaba más interesado en las relaciones con el estado.  Tal vez les pasa como a nosotros, que sólo los más cultos se dan cuenta de su cultura.  Los demás sólo la ejercemos, sin darnos cuenta.


NOTAS

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23     Los sebucanes son exprimidores tejidos con fibra, que suelen tener dos metros de largo o más.  Tienen forma de semilla de arroz, con una agarradera en cada extremo.  En la parte más ancha se echa la yuca brava recién rallada y se exprime varias veces para hacer mañoco. 
 

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Gotas de lluvia

El último día me despedí del arquitecto argentino de obras públicas y su esposa bogotana, de planeación.  También me despedí de la gente de la casa donde alquilaba el cuarto.  Partí con el mañoco, unas flores de Inírida mal cosechadas y las maletas de mi ropa, que ya se me desbarataban.  Me despedí de Cecilia, que había decidido quedarse.  Me pidió que le perdonara lo malo y yo le respondí que me perdonara por dejarla sola con tanto trabajo.  Yo la perdoné, ella no.  A sus ojos mi falta era muy grave.

En el camino al aeropuerto nos encontramos con el diputado por Barrancominas, en su carrito café oscuro.  Le pedí que me llevara al aeropuerto pero me dijo que no.  Todos los funcionarios de las entidades del estado iban a reunirse con el gobernador y él no podía faltar.  Cecilia se fue con él y yo seguí mi camino.   Cargué con todo hasta la calle en medio de las casas fiscales de salud y el hospital.  Ahí la bolsa donde llevaba el mañoco se rompió y casi me hernio cargando tres maletas desbaratadas con sólo dos manos.  Como pude, llegué a la vía al aeropuerto y me senté a esperar el microbús.

Era una ironía.  Justo cuando decidía irme, empezaban las fiestas del Matro en las comunidades y el gobernador llegaba a hacer una reunión urgente con todos los empleados públicos.  ¿Qué era lo que iba a pasar en Inírida? Sólo una cosa sabía y era que, fuera lo que fuera, yo iba a perdérmelo.  Pasó el microbús y me llevó en medio de miradas desconfiadas.  Debí parecer un loco, con todas esas maletas desbaratándose en mis manos.  En el aeropuerto me bajé como pude y me encontré con Lizarazu, un empleado de la UDECO.  Me advirtió que los tiquetes enviados desde Bogotá ya habían dejado mal parado a más de uno.  "No se ilusione mucho con viajar" me dijo.

De todos modos, hice cola en ventanilla y, para mi alegría, el mío sí había llegado.  A mis espaldas una señora me ofreció un ramo de 15 Iníridas, ordenado y recién cosechado.  Las que yo llevaba estaban chamuscadas, medio rotas y en una chuspa.  El precio era favorable, pero yo estaba encañengado con tanto paquete.   Caminé y caminé mientras llegaba el avión; lo pensé mejor y le compré las flores.  Después, en Bogotá, vería las duras y las maduras para cargar cuatro cosas con sólo dos manos.  Pero al llegar a casa concluiría que el esfuerzo valió la pena.

Ahí, en el aeropuerto se juntaban un mundo de conocidos, unos viajaban, otros venían a recibir.  Justo cuando yo salía para el avión llegaba el costeño, Manuel Consuegra.  Hacía poco lo habían ascendido a jefe de planeación.  Le dieron la noticia de la reunión y él la tomó como una mala.  «Hermano, eso me huele a más trabajo» exclamó.  Lizarazu lo llevó rapidito a Inírida, pues el gobernador lo necesitaba urgente.

Vi como se cargaban mis maletas entre muchas, con preocupación.  Irían en el compartimiento de carga y sólo  sabía si llegarían usables a su destino.  Hice la cola para subir al jetcito de Satena, en medio del asfalto de la pista, como todos.  Eché una última mirada al sol y las nubes en el cielo y subí.

Llevaba cierta tristeza en el corazón.  A los primeros habitantes de Los Libertadores que les conté que me iba, la idea no les gustó.  A Josefina tampoco.   Para ellos no era sino otra manifestación del incumplimiento de la red con sus compromisos.  Después tomarían las cosas con resignación.

A la gente de Inírida no le gusta que la gente se vaya.  Le preguntan a uno «¿por qué se va? ¿qué fue lo que no le gustó?».  Otros dicen «todos dicen que se van, pero a la final regresan y se quedan».  Todos coinciden en que es una tierra muy amañadora.  Algunos me pidieron que me quedara, que yo era buena gente, que no tenían queja de mí.  Yo les dije que regresaría cuando fuera un profesional y tuviera el dinero suficiente para hacerlo, que sabía que iba a volver, pero no cuando.  Manuel, el costeño de planeación, me pidió que me quedara y me encargara de la oficina del SISBEN, contratado, como uno de los de planeación.  Yo me negué.  Insistí en que volvería, pero como un profesional.  El delegado de la red también me pidió que me quedara, pero después aceptó lo mío como una decisión personal.  La mañana de ese día había transmitido el programa de promoción de la red, donde se hablaba en tucano, en puinave y curripaco.  En ese mismo programa había emitido el último éxito del grupo Niche, porque era el que la gente más pedía.  No tenía nada que ver conmigo, pero en el avión, dentro de mí sentía como si todo el Guainía me lo dedicara.


Gotas de lluvia, no es el rocío
lágrimas que vienen del corazón
Gotas de lluvia, no es el rocío
lágrimas que brotan porque ya no hay amor

Pudiste haberme dicho que no
que no sentías nada de mí
que lo nuestro nunca fue algo especial
la vida cambia y todo final

Una aventura fui para tí
y fácilmente entre tus redes caí
un trago amargo que de tí recibí
ahora no sé no sé que será de mí

Gotas de lluvia...

Quisiera saber, saber por qué se escapó
de mis brazos toda la felicidad
a toda máquina corriendo voló
no dejó huella, se desapareció

no le importó que yo sintiera temor
de verme así llorando de amor
y por su mente pienso que no pasó
que por su culpa yo sintiera dolor

Gotas de lluvia...

Verano azul que me calentó
otoño gris que con el frío llegó

Poco a poco
me fui quedando sin respiración
sin una explicación

Mucho te quise tal vez
el mundo me quedó al revés
ya no quiero vivir
sin tí para que existir

verano azul que me calentó
otoño gris que con el frío llegó

Dame el valor
que yo quiero saber la forma
de olvidar tu amor

Gotas, gotas, gotas
no fue el rocío
fue desilusión

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GUAINIA, ESPERANZA VERDE DE COLOMBIA...24

Lo que queda, podría ser mejor y entre más nos demoremos será más grave.  La están quemando, entregando en pedacitos a cambio de oro.  Los habitantes milenarios de estas tierras están perdiendo el amor por su cultura, por todo lo bueno y saludable que han hecho durante siglos, y todo gracias a nuestra desidia.  Mi desidia.  He demorado mucho en entregar esta tesis, a pesar de que sabía de la gravedad de lo que está ocurriendo en esos lugares  ...Y en otros donde está ocurriendo algo peor.


La selva

He visto desde el aire la selva inmensa, como un colchón verde, grande y desconocido.  Cerca a Inírida la busqué y la encontré acorralada, en los retazos que quedan.  No la conocí virgen.  Siempre estaba tocada, diezmada, empobrecida.  La selva virgen siempre estaba allá, cómo un espejismo que ves al pie pero nunca puedes tocar.  Pero la que vi sigue siendo única: Mientras en el pueblo nadie se aguantaba el calor, ella estaba fresca.  Las plantas grandes se peleaban entre sí por la luz y la llenaban de sombra.  A su vez, una maraña de chiquitas se les cuelgan, se les atraviesan, se les pegan al tronco y se estiran para agarrar la más mínima lucecita.  Y el agua está ahí, en goticas sobre las telarañas y las plantas de abajo, en el piso blando de hojas húmedas y podridas, dentro de cada mata.  Allí no sentí tanto calor, aún al mediodía.

Conocí plantas rarísimas, de florecitas de colores y flores grandes duras como ellas solas.  Oía animales pequeños correr asustados, a los pájaros cantar, pero no veía ninguno.  Unos mosquitos diminutos parecían querer meterse por en medio de mis poros.  Otros cogían mis ojos de piscina, se paraban en mis pestañas y hacían clavados.  Comí fruticas extrañas, con el temor de que fueran venenosas, pero eran dulcecitas y tan chiquitas que parecían de juguete.  Caminaba y parecía que todas las matas no quisieran dejarme pasar, me agarraban de la camisa, me metían zancadilla.  Tenía que hacer maromas para llegar donde quería, cuando llegaba no podía distinguir por dónde había venido.  No era mi territorio, mis piernas sólo estaban acostumbradas a sentarse frente al computador y caminar trechitos pequeños.

No sé con claridad a quién pertenece la selva.  Tal vez a todos, tal vez a los que la habitan, que la conocen mejor que nadie y la han sufrido y gozado.  No estoy de acuerdo con que se la considere "baldío".  La tierra más allá de la "frontera agrícola" se mira como un lugar para ser ocupado, ¡como si no hubiera nada en ella o fuera un desperdicio dejarla como está!

Casi no la conocemos.  De la riqueza que oculta sólo saben los especialistas, y la mayoría de ellos está en los países poderosos.  Los mismos que destruyeron las que tenían en sus tierras, que sólo conocen los bosques artificiales y se inventaron la lluvia ácida.  Los mismos que patentaron un ratón que nace propenso al cáncer, que consumen el 80% de la energía que produce el ser humano y llevan años peleando para que sus industrias no los envenenen.  Como vamos, el rico el día de mañana sólo comprará terrenos para dedicárselos a la selva, y el pobre seguirá igual en otra parte, tal vez un peladero.


NOTA

24     Ese era el nombre del plan departamental de desarrollo que se estaba elaborando en la gobernación en el semestre enero-julio de 1995, que buscaba reemplazar a "Guainía un reto", elaborado por la administración anterior.  El que sigue es un texto indignado, escrito a finales del mismo año, por quien ya ha visto demasiado. 
 

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La pesadilla

Las quemas van a un ritmo desesperado, como quien quiere sacarle riqueza a la fuerza a esa tierra que no la tiene, que la tiene encima y la están quemando.   Las maderas, las medicinas, las utilizaciones insospechadas, el oxígeno y sobre todo la vida, se pierden en una marea de fuego, que avanza alrededor de las selvas tropicales.

En un cañito al lado del Puerto, un colono quería invadir el terreno y usar una casita de paso que habían dejado los indígenas.  Era verano y una llamita le bastó para desatar el fuego.  En cuestión de minutos se trepó hasta las copas de los árboles y se apoderó de todo lo que habían en medio.  Las lagartijas se enredaban con el pasto y el fuego las agarraba en un santiamén.  Daban un chillido corto, desesperado y la muerte les llegaba inmediatamente después.  Eso es una muerte que no le deseo a nadie.  Si había nidos no quedó ni la sombra.  Lo poco que quedaba de la selva se redujo a troncos quemados y una capa de ceniza de unos pocos centímetros.  Al mes el pasto conocía la luz y se veía verde entre las cenizas.  Parecía muy contento.

Luchar con el fuego es una tarea frustrante, más si estás sólo.  Para el iniridense es lo más natural verlo por ahí.  Es lo mismo que ver pasar a alguien con un machete.  Tienen un pequeñísimo cuerpo de bomberos, pero sólo interviene si se quema alguna casa.  Si alguien se tira a apagar el monte es porque está loco.  A ellos les parece que eso es bueno para la agricultura y ahuyentar los zancudos.

La "tierra" que sostiene a la selva, no es otra cosa que residuos vegetales, entre podridos y vivos.  Si se tumba el monte, al final no quedan sino maticas de pasto y arena pelada.  De todos modos, los colonos lo han tumbado y quemado para meterle vacas.  La imagen de la hacienda llanera y andina trata de ser reproducida en un terreno que se muere fácilmente.  Los indígenas quemaban la tierra, pero la dejaban descansar durante los años siguientes, únicamente aprovechaban los árboles frutales.  Cuando las plantas más grandes dejaban de producir, se iban a otra parte, con todo y casas.  Ya Inírida no puede hacer lo mismo.  Un gigante como tal, con personas acostumbradas al sedentarismo y felices de encontrar un lugar donde quedarse, no se va a mover a menos que ocurra algo muy grave.  Por el contrario, las zonas que son abandonadas por agricultores van dejando lugar al poblado que crece.  Después de todo, siempre queda mucha selva "pa' quemar".  «Aquí tierra es lo que sobra» me dijeron.  Desde el avión, justo antes de llegar, pueden verse las quemas que rodean a Inírida, como si el pueblo fuera una brasa que quema lo que tiene alrededor.

Los Kogui, los paeces, los waunan y muchos otros han recordado que es la ambición del hombre la que destruye su propia forma de vida.  Todavía queda mucha selva (¡gracias a !), pero si las talas y las quemas siguen como van...

La "frontera agrícola" se expande y su expansión no sirve para nada, pues lo que produce se pudre en el piso.  Los campesinos hacen lo mismo que en otras partes, pero, cómo no hay vías, no hay infraestructura, los productos o se consumen o se pierden.  Las tierras que están en el interior son subutilizadas, maltratadas y condenadas a la desertización en muchos casos.  En el Cauca hay uno, donde había ríos, y cultivos en tierras negras y fértiles.  Hoy sólo hay un peladero.  Los poblados cercanos están muriendo porque los campesinos se están yendo; unos aprendieron con la experiencia, otros se van a otra parte a repetir el mismo error.  Como en los cerros de Cali, donde campesinos urbanos sacan trozos de terreno a volquetadas, les pagan una miseria, sin importar que el trabajo sea agotador, que el sol no tenga piedad, que el trabajo se pueda volver agua.  Muchos, como ellos, están acabando con el poco aire que queda en la urbe en medio de tanto humo.

Los narcos por su lado compran tierras a los minifundistas, para verlas, para saber que las tienen y disfrutar su poderío, como hacendados que no son.  Como si el poder de los terratenientes hubiera servido de algo, o el poseer te hiciera mejor persona.  La Reforma Agraria que nunca se hizo en Colombia, tiene hoy un opositor poderoso, que no se complica a la hora de expulsar a quien le da la gana, que no le importa lanzar a cualquiera a buscar vida en otra parte...

Cuando estaba niño, pude ver un nacimiento de agua, en una finca en Sonso.  En una selvita chiquita de una ladera; el cerro en el que se hallaba era un sólo potrero.  Un chorrito de agua cristalina salía de la tierra, en medio de hojas podridas bajo la sombra de los árboles.  Tal vez no vuelva a verlo nunca, se secan dos nacimientos por día en el país.  El mismo cuidador de la finca incendió el potrero por orden de su patrón, nuestro amigo.

Una vez venía de Bogotá, a dedo, sobre el planchón metálico de una tractomula.  Ahí al descubierto contemplé un eclipse de luna y me sentí feliz.  Pero llegué a Yumbo y sentí olores raros, distintos todos entre sí, nada parecido al olor del campo.  Todos eran nauseabundos, todos eran industriales.  Vi hombres revisando alcantarillas, como buscándolos.  Y recordé las noticias, los testimonios, de gente que le tocó salir corriendo de su barrio, pues un gas venenoso los perseguía para matarlos.  Y llegué a Cali y sentí un frío que no conocía, en el norte a la madrugada.  Y al mediodía fui al centro, con un sol terrible encima, para ver gente pisándose a sí misma, apachurrada, respirando humo, corriéndole a los carros.

Y veo chimeneas y carros tosiendo.  Ninguno hecho en mi patria, todos copiados o traídos de otra parte.  El deterioro latente, me persigue por toda parte, así no quiera verlo.  En las rasquiñas de la gente, que los médicos dicen que son alergias.  En los peladeros de Cali, que todavía tienen algo de cerros.  En los árboles muertos a machete, justo en frente de mi casa, en la esquina, en el parque.  Y el fuego avanza en lo poco de verde que queda, en Cristo Rey, en el cerro de la bandera, en Los Chorros, en el montón diario de hojas que quema la vecina.  En la montaña de ramas que incinera el vigilante, "para que no le estorben".  Y no es sólo por mi casa, es en todas partes.

Los urbanizadores sólo dejan cincuenta centímetros de jardín y siembran plantas gigantes.  Años después, los vecinos molestos tumban ficus, carboneros, acacias, chiminangos, para no tener que ver sus raíces en medio de sus casas.   Para proteger sus tuberías y sus muros, más valiosos que un árbol inocente.

Pero, ¿no son los mismos vecinos que contratan un tipo para que saque corriendo a los "desechables"? ¿que le ponen alarmas ultrasensibles a sus carros para que nadie ose tocarlos? ¿que tienen perros que comen mejor que cualquier mendigo?

Me siento extrañado, como los rostros campesinos que vi en Sonso, hace años, cuando veían el río de toda su vida volverse quebradita en verano, y torrente salvaje en invierno.  O como lo que sentí, en la feria, cuando vi llevar un hombre con la palidez del muerto, herido en la mitad de la espalda por un carro fantasma.

Cali, ¿es que no sabes vivir?

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Retoñar...

Cansados de esperar, de buscar y no encontrar, colonos e indígenas no van a dejarse morir.  Les hablaba del turismo, de lo mucho que los europeos gustaban de las selvas, y me respondieron «¿De qué sirve tener árboles y animales bien gordos si los rodean campesinos muertos de hambre?» A los nativos les pregunté por qué no hacían algo sin depender del estado, y me respondieron «¿para qué? ¡para eso se van, nos dejan en paz y nos quedamos como estábamos antes!»

Conservar es imposible si se maltrata y se descuida a la población que rodea lo que queremos conservar.  Las personas están por encima de los animales y de las cosas y, si se nos olvida, ellos se encargarán de recordárnoslo, incluso violentamente.

¡La cuestión es de urgencia! Ni siquiera hemos logrado convencer a la gente de los alrededores de las grandes ciudades de que lo haga ¿Cómo llegar hasta aquellos que a duras penas sabemos que existen? Caminando.  En barco o en avión.  El caso es quererlo.  Si no se quiere, no se llegará nunca, porque la voluntad es la que ha convertido los montes en peladeros y las selvas en campos de golf.

¿Has visto sonreír a un niño? ¿amas? ¿vives? He estado en medio de los salones de los que manejan las industrias.  Les he visto hablar de ecología, sus documentales de superación personal en donde reina lo verde.  ¿Por qué, entonces, gustan de excluir? Exclusivo se lee en muchos productos, en clubes y servicios.   Y exclusivo es el participio pasado o pasivo del verbo excluir.  El participio activo es excluyente.  Y ese es el pensamiento opuesto, pues la selva, la vida, es plural por excelencia, como bien lo explica Edgar Morin.

En nuestros barrios populares hay cuadras sin un solo árbol.  Las calles son destapadas y a duras penas caben un carro y una moto.  Les llega el agua a ratos, no hay cañería y las aguas negras se pasean nauseabundas.  Mientras, en las ciudadelas lujosas los andenes no existen.  El espacio está diseñado para ser usado sólo por los autos.  Está lleno de casas con cuadras enteras de zonas verdes, encerradas en muros hostiles.  Familias de máximo cuatro personas tienen parques completos sólo para sí, y no los usan, pues viven más en Europa o en E.U.  que en Colombia.

Deforestar no es sólo tumbar árboles y quemar selvas.  También es dejar campesinos sin espacio y llevarlos a la quiebra.  Pues un campesino ignorante y en situación desesperada es más importante que la selva...  No hay nada que ahogue más, que llene más al hombre de angustia que la guerra.  Nuestra guerra con el medio ambiente se origina en nuestros corazones, donde están nuestras más profundas intolerancias.  Allí donde nace nuestra incapacidad para compartir es que nace el resentimiento y la razón de muerte.

La ambición es la que provoca la contaminación, la corrupción y, claro, la exclusión.  «Las riquezas de la tierra alcanzan para satisfacer las necesidades de todos, pero no alcanzan para satisfacer las necesidades lujosas de unos pocos» dijo Gandhi.  La misma guerra se origina cuando uno más grupos poderosos consideran que algo vale más que la vida de los suyos.  ¿Qué pasaría si valoraramos la vida hasta en su manifestación más pequeña?

Hago parte de la academia, pero no sólo de ella.  Y esta tesis es otra oportunidad para llamarles la atención sobre su eurocentrismo y su desdén hacia los principios cristianos.  El respeto hacia las otras formas de vida y considerar las otras especies como hermanos no se lo inventaron los biólogos.  Empezó con San Francisco de Asís.  Los primeros españoles en aterrarse de las injusticias que ellos mismos cometían fueron los religiosos.  Yo he sentido en la academia que sus dirigentes cambian de rostro según las circunstancias; que sus filósofos no quieren saber de  y sus comunicadores no se comunican.  Los medios y la academia deben guardar una distancia saludable, pero no está bien (sí, bien) no tener el más mínimo contacto.  Y los primeros se lanzan a un moralismo radical y la segunda al ateísmo.

¡Déjenme servir a ! Que si yo ensalzo su nombre no se me mire con sospecha o como si fuera un estúpido.  La cuestión no es dejar de ser sumisos, sino ante quien lo somos.  Y sólo  merece sumisión.  En cuanto a los hombres, todos sin excepción, son mis iguales.  Me atrevo a pensar en una cooperación iglesias-estado más que en la separación Iglesia-estado; en una escuela de pensamientos más que en una de filosofía.  Recuerdo al profesor Jean Paul Margot asegurando que la filosofía es sólo la forma de pensar europea.  Propongo que la universidad piense también en las religiones del mundo, en la cultura védica, en el pensamiento africano, no sólo en las formas de ver europeas.  Que se profundice y se amplíe lo poco que se ha tocado sobre el mundo indígena o el Islam.  Tenemos mucho que aprender de quienes conocen la selva y el desierto como ninguno.  Excluir la religión es comenzar a darle hacha al más grande de los troncos.

Tomé un riesgo al irme al Guainía y no me arrepiento.  La COC tiene implicaciones laborales, puede ayudar a rebajar el valor de la mano de obra calificada (los profesionales), pero los profesionales no llegan hasta los "territorios nacionales" a menos de que les den fuertes sumas.  Los intereses de los grupos minoritarios y no urbanos no son prioritarios.  Los políticos los dejan para después porque no les reportan votos.  Los profesionales hacen lo mismo, porque no les representan ingresos.  ¿En manos de quién quedan entonces? Si lo único que interesa es el poder, salta a los ojos que nos falta mucho, pero mucho, para tener uno consolidado.

Algunos grupos indígenas mataban a su tercer hijo para poder sobrevivir en la selva (La Misión, de Roland Joffé).  Los colonos hoy se dedican a la coca y a la guerrilla, antes se dedicaban a "cazar indios" (Colombia Amarga, de Germán Castro Caycedo).  El espacio que les dedicamos en nuestros pensamientos, en nuestros análisis a los grupos humanos de las zonas marginales es demasiado escaso.  Seguimos nuestras búsquedas, no las de ellos.  Nuestras necesidades se resuelven (muy probablemente yo me gradúe), pero ¿las de ellos? (Guainía muy probablemente seguirá igual).

Si mi padre me regaló su saber, me lo dió porque quería que yo no sufriera en la vida, porque, después de todo, yo era su hijo; ese saber no sirve si no es avalado por una institución académica, cuantificado por excelentísimos cuantificadores, que lo miden, lo pesan, lo examinan para determinar si sirve o no.  A mi padre, mi curaca, mi payé o mi amigo eso no le importó.  El lo había visto, su propio padre o instructor se lo había dicho y era de fiar.  La enseñanza en el campo normalmente se hace al pie: Tú lo haces, yo te veo; se trata de una relación entre tú y yo, entre usted que es mi papá y yo que no sé nada; usted me enseña a plantar así como me enseñó a hablar, a ponerme la ropa, a comer sin regar la comida, a respetar a los mayores y así...  Hace parte de la vida misma como mi nacimiento y su muy probable muerte, como que usted quiere que yo no me muera de hambre, que no pase por los sufrimientos que usted pasó.  Sin embargo, hay gente de otras partes, que se complica para hacer las cosas, que parece que no quisiera decirle las cosas a uno, que sabe cosas misteriosas que saca de unos aparatos y de unos papeles que trae.  Esa gente no mira la tierra ni las matas sino que trae unas reglas grandotas y mide, coge un aparato que se llama calculadora y suma y resta, se lleva muestra de la tierra para analizarla y después dice que lo que necesitamos es esto o lo otro.  ¿De dónde sacó todo eso? No se sabe, eso lo sabe él, que es el doctor...  Eso si viene, porque hay que traerlo, porque vive en la capital y no va a venir así como así.  No, a él hay que pagarle como un doctor se merece.  Si el pueblo queda muy lejos de la capital, no se puede llegar en carro y hay problemas de violencia, guerrilla, coca y cosas parecidas, ¡ahí si que es cierto! Lo más probable es que haya que pagarle el doble para que venga.  A veces llegan, no entienden nada, sienten que la gente de aquí como que es muy rara, que hace mucho frío o mucho calor, se aburren rápido y se van.  Allá arriba o allá lejos los doctores del gobierno vienen, se están dos días y no más.  Los campesinos llevan más de 15 años en esas tierras y todavía no la comprenden, todavía no saben que hacer con la gente de por ahí, tan complicada ¿cómo se puede conocer todo, entenderlo todo, en una semana o en dos días?  ¡Dos días!

Casi gracias a un tropezón pude conocer a los grupos indígenas.  Pero los del Valle ahora están más lejos de mí que los de la frontera venezolana.  La ORIVAC25 tiene información muy escasa y casi nadie la conoce; mientras, son muchos los caleños que sólo han oído hablar del CRIC26 y que creen que en el Valle no hay indígenas.  

Yo no sé lo que  me depara; no sé si partiré hacia Africa o si permaneceré o partiré hacia otro lugar.  Pero tal vez sea irme y regresar para escribir «¿pon manó, apewe?», pero esta vez en paéz, en eperara-sapirara, en emberá-chamí o en waunan.


NOTAS

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25     Organización Regional Indígena del Valle del Cauca 
 
26    Consejo Regional Indígena del Cauca 
 

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BIBLIOGRAFIA

AMAYA, Humberto:  EL CRONISTA, No. 5, 1995; Inírida, Guainía

EL MAVICURE, e. 001, mayo 1995, y e. 002, junio 1995; Inírida, Guainía

GACETA DEPARTAMENTAL - Asamblea del Guainía, boletín No. 3, marzo de 1995; Inírida, Guainía

CRONICAS DEL NUEVO MUNDO - 500 años del Encuentro de Dos Mundos. Fascículos 1-13 y 16-17; El Colombiano-CINEP-Instituto Colombiano de Antropología, 1992

FUENTES, Carlos:  La situación mundial y la democracia:  Los problemas del nuevo orden mundial, Magazín Dominical de El Espectador No. 541 septiembre 5 de 1993 pp 12-20

HURTADO GARCIA, Andrés:  El río Inírida, revista Cromos e. No. 4.046, 14 de agosto de 1995, pp 56-57

MORIN, Edgar:  La complejidad viviente, cap. II, parte V, EL METODO La vida de la vida, Madrid ed. Cátedra 1983

RAHMAN, Anisur:  Paradigma alternativo, revista CHASQUI, No. 39 - 1991, pp 53-58

MARTIN BARBERO, Jesús:  Reflexiones acerca de la cultura, lo cultural y la cultura popular, conferencia dictada en la Maestría en Educación, Enfasis en Educación Popular y Desarrollo Comunitario, Cali 1992

SUGARMANN, Josh y RAND, Kristen:  CEASE FIRE:  An investigation of the true nature of firearms violence, the limitation of past attemps to control it and a comprehensive new strategy to end it, Rolling Stone Magazine, e.677, marzo 10 de 1994, Estados Unidos

GARCIA MARQUEZ, Gabriel:  La marquesita de La Sierpe y El muerto alegre, Crónicas y reportajes, ed. Oveja Negra, Bogotá junio 1976

NERUDA, Pablo:  Confieso que he vivido, Círculo de Lectores, Bogotá 1974

ROMERO, José Luis:  Las ciudades masificadas, Latinoamérica, las ciudades y las ideas, Siglo Veintiuno editores, pp 319-349, México 1976

CASTRO CAYCEDO, Germán:  Colombia Amarga, ed. Planeta 1976

HENAO, Susana:  Los hijos del agua, ed. Planeta 1995

USECHE LOSADA, Mariano:  El proceso colonial en Alto Orinoco-Río Negro durante los siglos XVI, XVII y XVIII, UNal, 1984

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Apéndice 1

Santafé de Bogotá 6 de abril de 1.995

Amiga(o) Opción Colombia

Reciba un cordial y caluroso saludo desde Bogotá, del Comité Ejecutivo y los GOC de la Corporación
Esperamos que continúe con su trabajo, que a propósito ha sido muy bueno; la siguiente es la guía para que usted aporte a la universidad y en especial a su programa académico parte de la experiencia semestral que está viviendo en estos momentos.  
Esta retroalimentación es importante si queremos que el programa interuniversitario opción Colombia incida de manera directa en la construcción de conocimiento y como propuesta estudiantil para mejorar la educación superior en nuestro país.  Una educación acorde a las realidades de nuestros municipios.  

RETROALIMENTACION A LA UNIVERSIDAD

Con los respectivos grupos Opción Colombia decidimos que este sería el mecanismo de retroalimentación que los estudiantes realizarán una vez regresen de la práctica semestral, como requisito para consignarle el 50 $ del último mes de práctica ($120.000)
Se le envía con tiempo para que prepare el material que necesite para la presentación.  

I.1.  Elaboración de un documento escrito que contenga la siguiente información:
-Nombre del estudiante, carrera y semestre que cursa
-Lugar donde realizó la práctica
-Area de trabajo que apoyó
-Entidad con la que trabajó
-A quién benefició su trabajo
-Obstáculos durante el trabajo semestral

2.  Identifique las debilidades y fortalezas de su formación personal y profesional a partir de la experiencia semestral:
Responda las siguientes preguntas:

Formación integral
-¿Promueve su facultad y la universidad espacios de encuentro para las relaciones interpersonales? Cuáles son y como le gustaría a usted que fueran.  
-¿Existen espacios de participación estudiantil? ¿Cuáles son y cuáles faltan?
-¿Existen espacios en la facultad para abordar problemas éticos del ejercicio profesional? ¿Qué propuestas tiene usted al respecto?
-¿Nos están educando para dar respuesta a las distintas clases sociales o sólo para los problemas de las élites? ¿Se estimula el valor de la solidaridad?
-¿Cómo considera usted que la universidad y su facultad le pueden aportar a una formación integral?

Formación profesional:
*Fortalezas y debilidades de su facultad con respecto a:
-La investigación
-El método académico
-El trabajo interdisciplinario
-¿Estimula su facultad la capacidad crítica como profesional?
-¿Cómo son las destrezas para abordar la solución de casos concretos en su carrera? ¿Se trabajan casos concretos en clase?
-¿Sabe usted desempeñar actividades elementales de su carrera?
-¿Tiene usted destrezas orales y argumentativas para expresar sus ideas?
-¿Se desarrollan en su facultad soluciones a problemas cotidianos de su profesión? ¿Se apoya la teoría académica del contacto directo con la comunidad?
-¿Es usted consciente del impacto e importancia de su carrera en la sociedad?
-¿Su carrera incluye conocimientos sobre el sector público o social?
-¿Tiene usted la capacidad de abordar los problemas profesionales desde una perspectiva integral e interdisciplinaria?
-¿En la facultad se construye conocimiento o se transmite?

3.  Si es posible reúnase con estudiantes de su universidad y carrera para elaborar una propuesta a su carrera, teniendo en cuenta las respuestas a las anteriores preguntas.  

II.  Presentación pública en la universidad sobre la experiencia de trabajo semestral.  
La presentación debe incluir información sobre:
-Descripción del trabajo realizado por usted
-Entidad y lugar donde trabajaron
-Quienes se beneficiaron del trabajo
Resalte en la presentación las debilidades y fortalezas de su formación académica e integral que le permitieron abordar la práctica semestral.  
Si es posible presente propuestas a los estudiantes, profesores, programa Opción Colombia y entidades, que permitan cumplir plenamente con los objetivos de la práctica semestral.  Para la presentación usted puede utilizar el método que desee: conferencia magistral, proyección de videos, filminas, fotografías, cuentos, poesía, etc.  
La presentación debe estar dirigida a los estudiantes de la universidad, de su carrera y/o profesores en los espacios de clase, conferencias, foros, seminarios, etc.  que usted debe identificar.  

Cualquier inquietud con respecto a la guía puede comentarla con su respectivo grupo Opción de la universidad.  

Sabemos que su aporte será valioso para el propósito que nos hemos propuesto.  

Exito y suerte en lo que falta de su experiencia semestral.  

                                    Un abrazo

DAIRO ROMERO
AREA UNIVERSIDAD-ESTUDIANTE
CORPORACION OPCION COLOMBIA

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Apéndice 2
GUAINIA: OJOS QUE NO VEN CORAZON QUE NO SIENTE

Realicé la práctica Opción Colombia en Inírida, la capital del departamento del Guainía.  Este municipio es bastante pequeño, más o menos del tamaño de Jamundí.  Su población está compuesta principalmente por colonos provenientes de diferentes partes del país, en proporción aproximada del 60%.  El otro 40% lo integran indígenas de varias etnias que habitan el departamento a nivel rural y de un porcentaje importante de grupos indígenas que han migrado del Vaupés.  La mayoría de las personas no posee un nivel educativo por encima del bachillerato; los profesionales que viven en Inírida han llegado todos a través de Bogotá para trabajar con el gobierno municipal o departamental.  Las únicas vías de comunicación son el río Inírida y las dos aerolíneas, Satena y AeroRepública, que llegan dos o tres veces a la semana.  
El departamento del Guainía está ubicado en el extremo oriental del país, en los límites con Brasil y Venezuela, rodeado por Vichada, Guaviare y Vaupés.  La mayor parte de su territorio es selva y agua.  Sus gobernantes consideran el departamento dentro del corpes de la orinoquia por conveniencia política y económica, pero en el sentido estrictamente geográfico, sólo los ríos Guaviare, Atabapo e Inírida desembocan en el Orinoco.  Los ríos Negro, Isana, Cuyarí y Guainía pertenecen a la amazonia.   Todo el territorio está cruzado por infinidad de caños, que desembocan a su vez en los ríos principales.  
La mayoría de la población la conforman los indígenas (según el DANE son el 98.8 % de la población, pero la cifra real oscila entre el 70 y el 80 %) de las etnias curripaco, puinave, guahibo, sikuani, yeral y otras.  En total son unas 24 culturas, pero los puinave y los curripaco son mayoría, difíciles de cuantificar por la movilidad de la población.  Estas etnias habitan las riberas de los ríos, distribuidos en pequeñas comunidades de no más de 800 habitantes, muy distantes entre sí.  Sólo Inírida, la capital, tiene cerca de 14 mil habitantes, con un porcentaje de población flotante cercano al 25 por ciento.  En el río Inírida predomina la etnia puinave, en el Atabapo y en el Guainía, los curripaco; en el Isana-Cuyarí y en el río Negro estos últimos comparten el territorio con los yeral; y el Guaviare está habitado por distintas etnias, principalmente las provenientes del Vichada y el Vaupés.  

En lo que a mi práctica respecta, apoyé el programa presidencial de la Red de Solidaridad Social.  Mi trabajo consistió en coordinarlas mesas sectoriales de salud, educación, vivienda y empleo, la mesa departamental de solidaridad y en hacer el seguimiento a los proyectos de los siguientes programas:

- Mejoramiento integral de la vivienda urbana y su entorno
- Vivir Mejor (vivienda rural)
- Programa de generación de empleo urbano (PGE)
- Programa de generación de empleo rural (PGE rural)

Al momento de llegar, estas actividades las llevaba a cabo la secretaría de planeación departamental, por encargo del gobernador.  Según el reglamento operativo de la Red, los integrantes de la gerencia colegiada (el gobernador, los alcaldes de los municipios, representantes de la comunidad, de las ONG, de las entidades ejecutoras, las iglesias y otros movimientos civiles) eran los encargados de la gestión de cada programa, pero por lo complicado de hacer una reunión de todas esas personalidades, lo normal era que se delegara en una institución que tuviera una visión general de los problemas del departamento.  En la mayoría de los departamentos del país le correspondió a la delegación del PNR, pero en Guainía ésta no existía.  Sólo hasta el mes de marzo se oficializó el nombramiento del delegado, y nos correspondió, a mi compañera de Opción y a mí, colaborar con la organización de la nueva delegación y hacer las veces de secretaria y mensajero, mientras se nombraban los correspondientes.  
De todas maneras, el trabajo de la Red es un trabajo interdisciplinario, en el que intervienen todas las instituciones estatales, tanto las secretarías departamentales y municipales como los institutos descentralizados (como el ICBF, la Caja Agraria, etc.); con todos ellos tuvimos que ver.  En cada mesa sectorial se sentaban los técnicos de cada institución con representantes de la comunidad (o la comunidad misma), a decidir en qué se utilizaban los recursos en algunos programas y/o cuales eran las comunidades o las personas beneficiadas.  
Por ejemplo, en la mesa sectorial de vivienda se reunían un representante de cada barrio del municipio, representantes de las comunidades de los ríos, un representante de la alcaldía, uno de la secretaría departamental de planeación y mínimo uno de la Red de Solidaridad.  En ocasiones estuvieron presentes representantes de la secretaría de obras públicas, del PNR, la Caja Agraria y del INURBE.  Entre todos decidieron cúal era el barrio con mayor concentración de pobreza en el casco urbano de Inírida y cúal era la micro-región departamental que tuviera más necesidades básicas insatisfechas y no hubiera sido atendido por los programas de vivienda rural de gobiernos anteriores.  
Los recursos que alimentarían los programas provenían de los fondos de cofinanciación, como son: El de solidaridad y emergencia social (FOSES), el de desarrollo rural integrado (DRI), el de infraestructura vial (FIV), el de infraestructura social (FIS), el de infraestructura urbana (FIU) y la financiera de desarrollo territorial (FINDETER), además de los institutos de reforma urbana (INURBE) y bienestar familiar (ICBF) y las secretarías de educación y salud departamentales y municipales.  

Para nosotros fue un obstáculo el llegar a un departamento donde no había delegación PNR.  Las personas encargadas de los programas de la Red en planeación departamental esperaban mucho de nosotros y sabían muy poco.  Esto, unido a la capacitación-relámpago que nos dieron a los estudiantes en Bogotá antes de partir para las regiones, nos generó problemas.  Teníamos que pedir todo prestado: Computadores, papel, máquinas de escribir, teléfono.  Menos mal que en el departamento fueron muy amables con nosotros y no se quejaron de las incomodidades que les causamos.  Casi todas las decisiones teníamos que consultarlas con el nivel central; las comunicaciones telefónicas son difíciles y las congestiones son pan de cada día por la precariedad del equipo que tiene Telecom local.  Tuvimos la suerte de encontrarnos en el aeropuerto con una persona que conocía la región, de no ser así, hubiéramos llegado sin siquiera saber donde quedaba la gobernación.  De todos modos, el departamento nos colaboró con 2 meses de arrendamiento y alimentación.  
Otro obstáculo fue la escasa posibilidad de visitar las comunidades indígenas directamente, por la distancia y el consumo descomunal de gasolina que significan los motores fuera de borda.   Sólo pude estar con las comunidades en tres ocasiones, de dos días cada una.  En el departamento la centralización es muy difícil de evitar, pues hay comunidades a una distancia de 15 días por río y las que están conectadas por aire sólo tienen vuelo cada 15 días, como son las poblaciones de Barrancominas y San Felipe.  
En cuanto a los niveles centrales, las regionales de los institutos "descentralizados" están todas en Bogotá o en Villavicencio, lo que complica mucho las vainas.  Llamar es una necesidad casi constante, la distancia aumenta los costos y lo pequeño del casco urbano del municipio hace que las congestiones telefónicas sean comunes.  Muchas veces los funcionarios no estaban, después de 40 minutos de insistencia (cuando menos), o no querían responder por "estar muy ocupados", lo que tampoco sería de extrañar, pues las regionales son o para toda la orinoquia o para la orinoquia y la amazonia juntas.  

¿A quién benefició mi trabajo? Creo que principalmente a la presidencia de la república y a la delegación de la Red.  Se supone que estaba para beneficio de la comunidad, pero es difícil que la comunidad tome las más importantes decisiones.   Lo normal es que la gente esté acostumbrada a que le hagan todo sin participar, o que sea otro el que sepa cómo es que se hacen las cosas.  Los funcionarios no están acostumbrados a que la gente participe, si alguien les pregunta responden lo poco que saben y lo ponen a dar vueltas o a hacer cola para hablar con el gobernador o el alcalde.  Sólo unos pocos funcionarios manejan la totalidad de los problemas.  En un departamento pobre como el Guainía no hay una oficina de información al público, cuando lo que se necesitaría serían más de cuatro.  
El secretario de gobierno departamental y el secretario municipal de planeación (ambos encargados de su entidad local por ausencia del titular) me dijeron casi al unísono en una reunión, que "no se podía ser tan democráticos" al pedirles que respaldaran la participación comunitaria.  El coordinador departamental de corregidores me citó informalmente un refrán de la región: "Ni el mañoco es comida ni el indio es gente".  El Mañoco es la base de la alimentación indígena y consiste en una harina de yuca brava a la que le han extraído el jugo venenoso y la han deshidratado.  Un refrán como ese me parece una manifestación clara de racismo y preocupa que provenga de un funcionario importante en el departamento.  
Los indígenas tienen una manera diferente de comportarse, manejan términos en su propia lengua, pero les cuesta entender los del español en un nivel técnico.  Ellos lo escuchan a uno, dicen y hacen como si entendieran así no hayan entendido nada.  Para ellos la ignorancia es algo supremamente vergonzoso y no es normal que la acepten frente a quien representa una autoridad.  Yo no los conozco lo suficiente, pero por lo que viví, creo que sólo la aceptan frente a personas conocidas, de confianza, que no parezcan "ser doctores".  Se supone que la Dirección de Asuntos Indígenas del ministerio de gobierno tiene una oficina para atender todos los problemas que se les presenten a las comunidades con las autoridades estatales y cosas por el estilo, pero sólo un antropólogo y un piloto de lancha indígena son los que atienden.  ¡Sólo una persona para atender como mínimo cuatro culturas en un departamento dos veces más extenso que el Valle! A eso le añadimos los colonos que miran a los indígenas como una etnia inferior, que dicen que son perezosos, que parecen animales, que no tienen ninguna ambición y así.  El antropólogo debe explicar a quien no quiere entender y responder a comunidades que esperan mucho de ellos, son atacados por lado y lado.  Si a ello le añadimos algún funcionario complicado, perezoso o con extrañas ambiciones políticas, la vaina se nos vuelve un despelote.  
Cada vez que se habla con un colono sobre los indígenas llegaría uno a la conclusión de que ellos son uno pobrecitos porque no saben hacer nada.  Y desde el punto de vista andino-industrial es verdad, no saben nada de lo que sabría un obrero de cualquier empresa.  Pero, en la gran mayoría de las comunidades de los ríos Isana-Cuyarí y Guainía- Negro, donde sólo han llegado los mineros y unos pocos representantes del gobierno colombiano, los indígenas se las han ingeniado para sacar todo (agua potable, nutrientes, transporte, remedios, vivienda, etc.) de la selva y de los ríos.  Pero en el Guaviare y en las comunidades cercanas a Inírida, donde la colonización es cada vez más intensa, se siente entre ellos la vergüenza de ser lo que son.  Los productos naturales y tradicionales son rechazados para consumir alimentos producidos en el comercio, con un menor contenido nutricional y a los que no están acostumbrados; las tradiciones de compartir las cosas en comunidad, de respeto a las autoridades ancestrales y al medio ambiente como algo sagrado son fuertemente atacadas por la aculturación.  Los colonos, a su vez, son una manifestación de problemas igual de complejos y que tienen que ver con el crecimiento de la población, la violencia y el desempleo en la zona andina y la llamada frontera agrícola.  
Hay una especie de contagio.  El indio ya no cultiva como antes, prefiere comprar galletas, Fresco Royal, pan, arepas, hortalizas e ir a gastar su dinero en las cantinas y billares de Inírida.   Algunos deciden montar su tiendita y entran en el comercio en condiciones claras de inferioridad.  Los productos alimenticios del interior del país llegan todos por avión, lo que eleva sus precios, pero los llena de status.  El indígena prefiere poner láminas de zinc en sus techos que seguir haciéndolos de palma como es tradicional, porque la palma se está extinguiendo.  Los ancianos se subían a la planta y cortaban las hojas que necesitaban, armaban las casas entre todos cuando alguno no podía, pero "los blancos", como nos llaman, arman el techo más fácil y rápido y les dura más.  Estas ventajas desaparecen con el clima, y todos los que construyen sus ranchos de esa manera tienen que salirse en la noche o en el mediodía, por el calor.  La palma es más fresca, pero sirve de abrigo para ratones, cucarachas y otros animales que transmiten enfermedades.   Las dos formas de construir tienen sus ventajas, pero los jóvenes de ahora cortan la palma desde la base, para evitarse el trabajo de subirla, lo que genera la escasez cada vez mayor de las especies usadas para vivienda.  Ahora tienen que buscarla cada vez más lejos, lo que hace que sus formas de construir sean relegadas.  A eso se añade que construir como el blanco sea algo "moderno" y "digno" de imitar.  
Muchas familias puinaves de los alrededores de Inírida ya no hablan en su lengua al interior de la familia y son también muchos los profesores bilingües que enseñan únicamente en español.  Las comunidades han jerarquizado el español, de la misma manera como lo hacemos nosotros con el inglés.  Si uno revisa los nombres de los indígenas del Guainía encontrará que ya casi no hay de origen indígena.  Todos se llaman Roberto, Juan, Pedro, María, Isidro, etc.  y la gran mayoría tiene apellidos hispanos.  La registraduría y la notaría saben de antropología y lenguas indígenas lo mismo que de viajes espaciales y eso se refleja en su trabajo.  Escriben las cosas como las oyen, como si se tratara de conquistadores españoles del siglo XVII, esos que escribieron Lima en vez de Rimac o Cundinamarca en vez de Guantina Masca.  En los clanes no se utiliza el apellido, sino que se llaman de acuerdo a una relación histórica o legendaria con algunos animales.  Unos se las han ingeniado para relacionar sus ancestros con el dominio cultural colombiano por similitudes, como llamar García a los integrantes del clan de la Garza, o buscar entre los conocimientos de los colonos un apellido de alcurnia para apropiárselo, como algunos nobles puinaves que ahora usan el apellido Sáenz.  Por otra parte, la fecha del nacimiento de un niño indígena no es recordada ni celebrada cada año.   Parece que eso no les interesa, ninguno recuerda cuando nació o cuando cumple años, eso es como un trámite más exigido por las entidades municipales y sólo lo recuerdan mirando la cédula.  
Las mujeres indígenas siguen siendo para mí casi un misterio.  Hablé casi todo el tiempo con hombres, que son los que mandan; lo que supe de ellas lo supe a través de un antropólogo que trabajaba en el Fondo Educativo Regional y el poco contacto que tuve con las que servían en el restaurante donde almorzaba todos los días.  Supe que empiezan a trabajar desde muy pequeñas.  En nuestras ciudades las madres de hoy quieren parecer jovencitas, en el Guainía es al revés.  Es común entre los indígenas y colonos encontrar ancianos casados con jovencitas.  Tal práctica les asegura el sustento, en un entorno selvático-rural, donde la experiencia de un pescador, agricultor o cazador aumenta con la edad; además, la sabiduría del hombre mayor parece ser muy valorada entre los menos aculturados por la "modernidad", la familia suele girar en torno a un suegro o a un abuelo y la organización de algunas comunidades sigue esta organización físicamente.  
Los jóvenes indígenas andan en grupos de a 5 o de a 3 mínimo, hablando en su lengua y vistiendo bluyines y zapatillas.  Una extraña imagen que se me grabó en la calle principal de Inírida: Un joven conversando en puinave y usando Light Gear ( esos zapatos deportivos que tienen lucecitas en las suelas).  La comunidad de Caranacoa utiliza tres paneles de energía solar para las baterías de la iluminación de unas pocas casas o para el uso del radioteléfono.  Las comunidades tienen televisor, videograbadora, grabadoras, radios.  Conocen nuestras tecnologías y se las han apropiado.  En los motores fuera borda nos llevan una ventaja considerable, pueden repararlos y hacerles mantenimiento si llegan a sacar la mano en un momento inoportuno, pero necesitan de Inírida y sus distribuidores para los repuestos.  Como la televisión colombiana les llegaba a dosis, preferían la peruana que era transmitida por las antenas del municipio cuando se dañaba el receptor de las nacionales, o cuando la misma gente lo pedía.  Los niños indígenas juegan a ser ninjas y los adultos saben que las mejores marcas de motores para botes son Yamaha y Mitsubishi, ambas japonesas.  Uno encuentra productos venezolanos, mineros brasileños y televisión peruana por todas partes.   La identidad nacional se disuelve y se afirma de extrañas maneras en zona de frontera.  Algo que me extrañó fue la ausencia de la televisión venezolana, pues no llegaba teniendo al vecino a menos de 10 km y llegaba la peruana a una distancia 40 veces mayor.  

UNA REFLEXION SOBRE EL ASUNTO

No es de todos conocido cómo funciona el estado, eso es privilegio de unos pocos, los que han trabajado con el gobierno o con alguna de sus entidades administrativas.  Pero todos tenemos una idea, por lo menos los que sabemos que hay elecciones, que esto es una república y cosas así.  Pues bien, yo trabajé seis meses con el estado y llego a una conclusión: El estado no funciona.  Impide que cosas que funcionan sigan funcionando.  Es una traba, impide que las comunidades se realicen por sí mismas y permite que hombres ansiosos de poder utilicen a los incautos.  A pesar de que siento de que estoy hablando demasiado duro, es claro que la excesividad de trámites, los supuestos de "comunidades organizadas", de datos estadísticos, de formas de pensar de la gente, de trabajar y de hablar no hacen sino transformar algo que estaba bien y no justamente para mejorarlo.  El estado actúa como si quisiera meter algo redondo por un agujero cuadrado - a golpes si es necesario- y que siga siendo redondo al final.  Me frustra pensar que yo pretendo hacer lo mismo con el estado, pero si el estado no se transforma, nos demoraremos el doble en alcanzar unas metas sociales y otras no se alcanzarán nunca.  
Pongamos el caso de las metodologías del DNP (departamento administrativo de planeación nacional).   Exigen a los departamentos datos de participación comunitaria en cada proyecto, y estos todos los días se llenan con un "sí" y a la hora de la verdad se arreglan como sea, sin importar si la gente a participado o no, pues los encargados de hacer la interventoría son los mismos que hacen los proyectos de cofinanciación.  Un alcalde puede hacer un proyecto, decir que la comunidad lo aceptó, hacer una pequeña reunión en un barrio por si hay quejas y realizar su proyecto.  Eso no quiere decir que abogue por la centralización, pues en Bogotá las cosas son peores.  La plata "se embolata", nadie sabe donde está, se desaparece como los desaparecidos de la canción de Rubén Blades.  
Respaldo un altísimo nivel de democratización al interior de la sociedad como solución.  Si le hacemos un examen a la democracia nacional, así como se le hacen exámenes a los estudiantes universitarios, muy probablemente se quedaría en un 2 o 3 de promedio, es decir, difícilmente se le puede llamar democracia.  El dinero de la gente se maneja a sus espaldas, la participación es casi nula, pues la gente se cansa de conversar con sordos.  La ignorancia de la mayoría hace que la compra y venta de votos campee como si estuviéramos en los 50.  los auxilios parlamentarios fueron resucitados silenciosamente por los congresistas con la venia del presidente.  En el Guainía se habla de ellos como si se tratara de una actividad "noble" y "bienhechora", y los políticos no se ocultan para decirlo.   ¡Hasta parecen orgullosos! "¡No podrán quitárnoslos!" nos dijo una congresista por el Guainía.  Todo el mundo en Inírida sabe que la pavimentación de la calle principal se hizo con un auxilio.  Uno pregunta sobre la pavimentación de la calle principal y le preguntan "¿Cúal? ¿La del auxilio?"
Son demasiadas cosas, todas ellas flagrantes.  El mismo día que llegué, en el momento de bajarme del avión, vi cinco columnas de humo alrededor del aeropuerto.  la gente, indígenas y colonos, está quemando la selva para sembrar.  Son métodos ancestrales, que se vienen realizando desde que se conoce el campo, pero se está abandonando la costumbre de dejar descansar la tierra y ya se ven vacas en los alrededores de Inírida.  La colonización no es sólo a nivel físico, sino también mental.  Las selvas de la orinoquia retroceden, de ellas casi nadie sabe nada y son igualitas a las de la amazonia.  El colono quiere transformar esta zona en un paisaje andino del Quindío o en otra llanura como las del Vichada o el Casanare.   ¡Y lo está haciendo!
Los indígenas, como la mayoría de los habitantes del campo colombiano, no saben qué es la democracia.  Están acostumbrados a lidiar con los políticos clientelistas de siempre y para ellos un cambio de constitución no significa mucho.  Las leyes son conocidas por algunos "gurú" que trabajan para el estado, que se lo dicen a quienes ellos quieren y cuando ellos quieren, pero el común de la gente poco sabe.  Este sería el cuadro normal de nuestra sociedad, pero se vuelve patético y hasta perverso cuando destruye tradiciones indígenas que sobrevivieron a la conquista y vuelve humo -literalmente- el patrimonio biológico de la humanidad entera.  Sentir que todo lo valioso retrocede para dar lugar a algo cochino no es precisamente un placer.   Un ejemplo: El indígena guainieño es en extremo limpio en su comunidad, no tira un papel al piso y barre a diario las hojas de los árboles en los sitios públicos.  En Inírida, en vez de que el colono aprenda de la limpieza del indígena, sucede al revés: El indio tira la basura al piso, todo empaque que se vacíe en la embarcación lo lanza al río y acumula cerros de bolsas llenas de desperdicios en la esquina, como cualquier bogotano.  En las comunidades que visité, las casas siguen un orden vivible, con un espacio de un metro o más entre ellas.  En la "Zona Indígena", un barrio de Inírida de mayoría indígena, las casas están apiñadas, como en Siloé o Ciudad Bolívar.  
La población de la capital del Guainía crece aceleradamente, para gusto de su clase dirigente.  En una de sus reuniones puede oír que consideraban el crecimiento de la ciudad como sinónimo de progreso.  En una discusión con empleados de la secretaría departamental de obras públicas, sólo veían posible el desarrollo mediante carreteables y opinaban que la utilización masiva de la energía solar era "un retroceso", que lo que necesitaban eran industrias para generar empleo.  La gobernación ya hablaba de un proyecto de hidroeléctrica, un poco menos destructora que una represa común y corriente, pero implicaría la destrucción de la forma de vida de todos los poblados ribereños río abajo.  Todas las comunidades viven principalmente de la caza y la pesca, una represa impediría que una gran cantidad de peces llegara a ellas, les quitaría una de sus principales fuentes de proteínas y las obligaría a desplazarse a Inírida y repetir la tragedia de los suburbios de nuestras capitales.  Como si fuera poco, provocaría la extinción de grandes variedades de peces, de por sí diezmadas por la pesca indiscriminada y la contaminación generada por la minería en el lecho del río.  Algo así sería una catástrofe para las riberas del río, pues casi todos los animales salvajes se alimentan en alguna forma de los peces, y los primeros son las segunda fuente de proteínas para las comunidades indígenas.  Ahora, si hablamos de las consecuencias sociales y culturales de una industrialización indiscriminada en un lugar donde difícilmente llegan funcionarios de las entidades fiscalizadoras una vez cada seis meses, se están dos días y se van...   Las culturas indígenas amazónicas son frágiles de por sí, están retrocediendo ante el campesino sencillo y el minero itinerante.  Ponerlas al lado de una urbe sería condenarlas a desaparecer.  Si no más el deporte, algo que parece tan inofensivo, genera cambios que pueden ser irreversibles.  Para el indígena el deporte no existía como tal, las actividades físicas grupales no eran competitivas, son una reunión de amigos, de iguales, no una demostración de superioridad de una comunidad sobre la otra.  Se me podría esgrimir la frase "en el deporte lo que importa es competir, no ganar", pero ese cuento ya no se lo come nadie.  No es necesario profundizar mucho en las costumbres de un hincha de fútbol para darse cuenta de que piensa todo lo contrario.  Se puede hablar muy bien de los olímpicos, pero también son una muestra de poder y un negocio que mueve millones.  "Vienen por el oro" era el lema de los juegos del Pacífico.  En el Guainía no se sabe qué hacer con los mineros, que contaminan las aguas con el mercurio que utilizan para lavar el oro.  
El estado, en los últimos años, se ha vuelto protector con los grupos indígenas.  Les ha permitido obtener las regalías de la extracción del oro y sus políticas parecen favorecerles.  Los colonos sienten que les llegan recursos a las comunidades indígenas y se quejan de que se les den privilegios cuando ellos también pasan necesidad.  Pero el dinero que verdaderamente llega es retenido, reducido, si llega, también es muy probable que las mismas autoridades indígenas se las beban en los bares de Inírida o vayan a parar a proyectos obtusos patrocinados por los jefes políticos departamentales.  En el río Guainía sólo hay zancudos en una comunidad de entre más de treinta.  En ella la secretaría de salud respaldó un proyecto de una laguna de oxidación para las heces fecales, pero no se tuvo en cuenta el volumen de aguas en el invierno y en el verano.  El resultado: Aguas negras estancadas y un criadero de zancudos y otros bichos similares.  
El gobierno central enarbola la bandera del progreso verde, habla de su ministerio nuevo y pone de moda los temas ecológicos, pero la realidad es la misma de siempre y empeora.   Pero ni siquiera lava bien su imagen.  Recuerdo muy bien la posesión del presidente Gaviria, donde los Wayuu cantaron el himno nacional en su idioma como "una muestra de la nueva política indigenista".  No olvidaré las risas del recién posesionado al oír el himno en una lengua extraña, presentada en vivo y en directo a todo el país.  Y eso es exactamente la "nueva política indigenista", una burla.  Una "graciosa" mamadera de gallo de nuestra clase dirigente.  
Hay dinero para las comunidades, lo hay.  Pero ¿Para qué? Los indígenas a los que ha llegado la ayuda del estado son los más aculturados, sufren hambre pues han perdido las costumbres que les permitieron vivir durante más de mil años.  Los líderes se comportan como un pueblo del este europeo, que espera que todo se lo haga el estado.  Ellos mismos me dieron la solución al problema, al preguntarles "¿Por qué no hacen algo sin depender del estado?", pues me respondieron:
"¿Para qué? ¡Para eso se van, nos dejan en paz y nos quedamos como estabamos antes!"

Las cosas que nos sucedieron son como para marcar a cualquiera.  ¿Nos marcaron? Es muy pronto para decirlo; además eso depende de cada uno, de lo que mi compañera de Opción haya decidido en los últimos meses, en lo que yo resuelva después de esta experiencia.  las relaciones que tenemos con la nación, esas si que han cambiado.  Es evidente.  Nuestra percepción ya no es la misma.  Trabajar con el estado nos permite verlo por dentro, saber de algunos de sus extraños movimientos, frenar, desilusionar a tanta gente y adquirir compromisos tan grande a nombre de otros...  Tal vez esos otros sepan lo que están haciendo, pero lo dudo.  Están demasiado lejos de nosotros como para captar algo.   Definitivamente creo que sus movimientos sólo nos consideran como un número, como un rostro perdido entre tantas multitudes.  las sociedades tan masivas -tan monstruosamente masivas- como las de nuestras ciudades destruyen nuestra posibilidad de comunicarnos, de entendernos como seres vivos, como personas, y nos relegan a soportarnos, a saber que estás ahí, en un bus por ejemplo, con tus problemas y todo, pero que yo no puedo hacer nada para resolverlos.  Pocas comunidades son capaces de generar un "sálvese quien pueda" tan drástico como las nuestras, en ciudades que no sólo son demasiado grandes para ser vividas y entendidas, sino que, como si fuera poco, crecen de una manera constante.  No conozco ciudad de México, ni Nueva York, pero me las imagino.  El orden masivo no elimina la impersonalización, al contrario, la acentúa.  Las comunidades amazónicas han vivido durante siglos en grupos humanos no mayores a 800 individuos y su desesperación proviene de sentirse menos.  Vienen a las ciudades en busca de la ilusión, de eso que no existe y que ninguna ciudad podrá darles.   Hay situaciones de pobreza, de atraso tecnológico, que si lo vemos desde nuestros estándares de vida nos parecerán exageradamente bajos.  Pero nuestro sistema es en sí un atraso en tanto que limita las posibilidades de realización de cada uno frente a la comunidad.  Nos dispersa, nos impide una cohesión que sería benéfica aún para un sistema económico que sólo busca el dinero.  Porque hombres que no tienen nada en común tampoco alcanzarán metas comunes.  Me resisto a pensar que tal situación se da por una clase dirigente que lo hace a conciencia.  No existe posibilidad de raciocinio que considere provechoso un clima social como el que se desarrolla al interior de las grandes ciudades de América Latina.  Creo que nuestro gran dilema está justamente en como reformarlo.   Los criterios culturales, sociales, de clase, no son suficientes.  Mucho más cuando nuestra visión se hace más precaria en la medida en que la ciudad crece.   El casco urbano de Inírida está viviendo una explosión demográfica con consecuencias difíciles de controlar.  Los desplazamientos causados por la guerra contra las drogas, la guerra de guerrillas, las dificultades económicas en las regiones agrícolas vecinas, el creciente poder del estado en el Guainía y su necesidad de profesionales.  ¿Qué podríamos hacer para que los errores que se cometieron con nuestras sociedades no vuelvan a repetirse? los dirigentes colombianos están mostrando ser tan obtusos como siempre a la hora de defender los territorios indígenas y las riquezas biológicas de la amazonia y la orinoquia.  La participación de los político-comerciantes en el quehacer administrativo de la región le está abriendo paso a la minería como actividad económica principal.  Podría pensarse que el oro es la solución a los problemas de liquidez de las entidades territoriales de la región, pero las consecuencias sociales y ambientales que ha generado muestran todo lo contrario.  Los extranjeros, los mineros y los comerciantes provenientes de otras regiones del país han sido los más beneficiados.  Un metal precioso en las comunidades indígenas puede generar comportamientos muy similares a los que genera el narcotráfico en otras regiones.  Después de todo, se trata del mismo problema: Comunidades tradicionalmente pobres que se enriquecen de la noche a la mañana.   La situación se me aparece más truculenta si caigo en cuenta de que la "mafia del oro" no es otra que la corrupción de nuestro sistema político.  La fusión casi que absoluta entre intereses económicos y políticos deja por fuera de los beneficios a la gran mayoría, si es que no a toda la población.  Las responsabilidades ambientales -locales, nacionales e internacionales- del estado son dolosamente dejadas a un lado para abrir paso a la riqueza a corto plazo.  La ignorancia de los habitantes no ha sido removida, ni mucho menos atacada, como para decir que hay un interés nacional por la región.  De pronto se siente uno tentado por las propuestas de algunos habitantes de la región, de forzar un conflicto con Venezuela por estos territorios, a ver si así se les presta la atención que merecen, pues poco parece importarle a nuestros bogotanos amigos la vida de estas comarcas más allá de su mera posesión.  La nación se me antoja como el niñito que grita "¡mío, mío!" al ver que otro igual quiere quitarle su juguete, ese que ya no mira porque se aburrió de él hace rato.

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Cecilia, María Fernanda, su hija y su padre, Gabriel Tirado, Manuel Consuegra, Plinio, Silvino, Josefina, Lizarazu, Ibis, Argemiro, su esposa y su hijo, Tomás, Isaías, su familia y su comunidad, Isael, Román, el huilense que fue presidente de la J.A.C.  del barrio Los Libertadores, el gobernador, el alcalde, los políticos, el diputado caucano, el concejal del Paujil, Carlos Cubillos, su esposa y sus hijos, el Safari, el Mavicure, Humberto "El Cronista", sus amigos de los letreros, el párroco, el padre Caliche, el grupo juvenil de la Iglesia, Rosalba y todas las secretarias, Luis Troya, mis arrendadores, el policía que llegó con nosotros, la operaria de Telecom, el cajero de la Caja Agraria, Arnaldo Rojas Tomedes, Doña Martha, su esposo, sus hijos y las colaboradoras de su restaurante, el dueño del Morichal y su esposa, Sáenz del CRIGUA, el rubio delgado de los Libertadores, don Campo Elías, la presidenta de la junta de acción comunal de Los Libertadores, su hija y su familia, el militar que almorzaba donde los Rojas y su esposa, el periodista de La Nación 15 días, los profesores, la gente de El Paujil, de los barrios Los Libertadores, la Zona Indígena, La Esperanza, Berlín, El Puerto, La Maceta, El Proveedor...  Todo Inírida.  Amanavén, Cacahual, todas las comunidades por el Inírida hasta Remanso, Chorro Bocón, los capitanes de los ríos Inírida y Atabapo, la gente del Guaviare, del Isana-Cuyarí y del río Guainía, de los caños...  de todo el Guainía.

A ellos y a todos los que no recuerdo, les pido perdonen mi demora, mi ingratitud y mi mala memoria.  Algún día volveré, no sé cuando, puede ser en este milenio o en el otro, pero lo haré.   Ojalá sea para corregir todas mis ineficiencias y mis fallos.  Gracias por su amabilidad, su paciencia, su hospitalidad y su humildad.  Aquí les dejo algo para leer, no como una cátedra (no es tan buena como para eso), sino como un primer paso para todo lo que vendrá de ustedes mismos.

Que progresen y sean felices, que  los bendiga y los guarde, les muestre su rostro y les conceda la Paz.

Yauju, Noa Kenao, Hasta Luego 

 

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 "agua"

He andado muchos caminos
he andado muchos caminos
He buscado mil tesoros
he buscado mil tesoros
Yo te digo que la vida
vale más que todo el oro (bis)

Dicen que vivo en la luna
dicen que vivo en la luna
Que casi no tengo nada
que casi no tengo nada
Yo tengo una gran fortuna
y es la vida enamorada (bis)

Agua, que no has de beber
déjala nacer (bis 4 veces)

Agua, que no has de beber (bis 4 veces)

Mi cama será de hierba
mi cama será de hierba
Mi techo será de estrellas
mi techo será de estrellas
Mi casa cualquier camino
mi patria toda la tierra (bis)

(Benavides/Ocampo)

 


 

REGRESAR
Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Dadnos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.
Dios te salve María, llena eres de gracia. El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
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