Minas Tirith es la actual capital del reino de Gondor, una de las ciudades de Hombres más importante de la Tierra Media.
El reino de Gondor fue fundado por los hermanos Isildur y Anárion, hijos de Elendil. En esos tiempos la capital era Osgiliath y luego construyeron dos grandes torres a las que llamaron Minas Ithil y Minas Anor. Isildur vivía en Minas Ithil, la torre de la luna naciente, mientras que Anárion moraba en Minas Anor, la torre del sol poniente.
Pero el reino de Gondor es fronterizo con la tierra Mordor, así que durante los días de esplendor de Gondor, mantenían al enemigo a raya, pero Gondor fue declinando con el paso del tiempo, y aprovechando esa debilidad de sus enemigos, Sauron atacó Gondor y se apoderó de Minas Ithil, que convirtió en un lugar de terror llamado Minas Morgul. En sucesivos ataques de Sauron, Osgiliath quedó en ruinas y la capital pasó a ser Minas Anor, a la que cambiaron de nombre: fue llamada Minas Tirith, la torre de la guardia.
Y allí donde terminaban las Montañas Blancas de Ered Nimrais, Pippin vio, como le había prometido Gandalf, la mole oscura del Monte Mindolluin, las profundas sombras bermejas de las altas gargantas, y la elevada cara de la montaña más blanca cada vez a la creciente luz del día. Allí, en un espolón, estaba la Ciudadela, rodeada por los siete muros de piedra, tan antiguos y poderosos que más que obra de hombres parecían tallados por gigantes en la osamenta misma de la montaña.
Y entonces, ante los ojos maravillados de Pippin, el color de los muros cambió de un gris espectral al blanco, un blanco que la aurora arrebolaba apenas, y de improviso el sol trepó por encima de las sombras del este y un rayo bañó la cara de la Ciudad. Y Pippin dejó espacar un grito de asombro, pues la Torre de Ecthelion, que se alzaba en el interior del muro más alto, resplandecía contra el cielo, rutilante como una espiga de pelas y plata, esbelta y armoniosa, y el pináculo centelleaba como una joya de cristal tallado; unas banderas blancas aparecieron de pronto en las almenas y flamearon en la brisa matutina, y Pippin oyó, alto y lejano, un repique claro y vibrante como de trompetas de plata.