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LECTURA Y REFLEXIÓN: SAINT BERNARD DE CLAIRVAUX

CIUDAD AUTÓNOMA DE BUENOS AIRES
20 DE AGOSTO DE 2008

"SI DEUS NOBISCUM QUIS CONTRA NOS"



Orden de Caballería de Notre Dame de Sion y del Santo Espíritu
Santa María en Jerusalén
(HOL 070 - HOL 071)

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 20 de Agosto de 2008 A.D.
Día de Saint Bernard de Clairvaux, abad


San Bernardo de Claraval




I

Dios Nuestro Señor, Padre de la Humanidad, vela por su pueblo enviando para cada necesidad justos varones y mujeres llenos de amor en el Espíritu Santo. Siendo capaces con su inspiración y actividad personal de obrar la faceta adecuada del Plan Universal prevista para ese momento evolutivo. Dejando este quehacer una luz que se proyecta por los tiempos de los tiempos, iluminando el camino de verdad y justicia.

En éste Plan Providencial, activo permanentemente, son muchas las figuras que a lo largo de la historia cumplieron con la Voluntad de Él.

En esta oportunidad debemos exaltar la magnitud de lo obrado por Bernardo de Fontaines.


II

Bernardo, el tercero de los siete hijos de Tescelín y Aleta, señores del castillo de Fontaines, nace en 1091 en Dijon, capital de la dulce tierra de la Borgoña. Desarrollándose en el seno de una de las familias más religiosas y prestigiosa de su tiempo.
Bernardo aprenderá a luchar por la causa del bien, y comenzará a conocer a Jesús y a la que más tarde será el objeto de sus mejores y más dulce escritos bellamente inspirados, la Virgen María.

Bernardo, cuando joven, lucía un porte señorial aunque sencillo por naturaleza, era de estatura esbelta y varonil, rostro perfilado y ojos azules.
Todo su ser le empujaba a conseguir triunfos fáciles en el mundo; pero Dios le tenía destinado para cosas superiores.

Luego de cuarenta años de vida religiosa y treinta y ocho de abadiato, fallece a los sesenta y tres años el 20 de Agosto de 1153, siendo canonizado el 18 Junio de 1174 por el Papa Alejandro III, a raíz de una santa vida y obra, e innumerables milagros obrados por Dios en torno a su sepulcro.


III

Bernardo aprendió desde su más tierna infancia a cultivar la virtud a imagen y enseñanza de su propia madre, éste mismo afán de perfección le llevó al acto más decisivo de su vida: abandonar el mundo con todos sus encantos, delicias, promesas y amplias posibilidades de éxito, e ingresar en el monasterio de Citeaux a los veintidós años.
En esta decisión trascendental, aparece ya una de las características de su espíritu y vocación: la orientación social y apostólica de todos sus actos, convirtiéndose en monje.


IV

Ingresa a los veintidós años a la Orden del Císter, y apenas con veinticinco años, promueve y logra fundar un monasterio del que ha sido nombrado abad, apareciendo en su vida uno de los cenobios más gloriosos de la Europa del medioevo: Claraval.

Claraval es el cenáculo donde Bernardo forja su santidad. Entregándose con tanta dedicación y devoción a la oración y a la penitencia terminando por comprometer seriamente su salud.

Entregado en cuerpo y alma a profundizar los libros sagrados, consume el poco tiempo que le deja libre su cargo abacial.
Cuida de todos, convirtiéndose en un claro ejemplo Benetiano. Es el buen padre que San Benito deseaba para sus monjes. En el marco de una vida disciplinada en la fe a Cristo y María y aplicada al trabajo, ve nuestro Bernardo rápidamente como crece su comunidad.

Atraídos y convocados por la laboriosa actividad del Abad, acuden a él las personalidades de su tiempo, y pronto la reforma cisterciense que hasta su llegada a Citeaux parecía condenada a perecer, llega a tener trescientos monasterios extendidos por los lugares más diferentes de Europa.

Los reyes y los nobles protegen cuidadosamente la naciente Orden, y los Papas y obispos le conceden grandes privilegios, deseosos de que en toda Europa renazca el genuino espíritu cristiano, objetivo que logra en la admiración y sorpresa de todos.

Bernardo no ha de ser solamente un auténtico y eximio abad, un hombre piadoso que cuide a sus monjes como hijos. Administrando con justicia el monasterio conduciendo a sus moradores a la perfección cristiana.

En los designios del Plan Divino, Bernardo debe convertirse en el apóstol de Europa, y el árbitro de la Cristiandad.


V

Situándonos en la primera mitad del siglo XII, tiempo atormentado por las herejías y los cismas.
La cúpula eclesiástica, como así también los doctores de la Iglesia se hallan divididos por razones e intereses demasiado humanos.

Bernardo, el humilde monje, ya de precaria salud, que sólo desea la paz del claustro para poseer más y más a Dios Nuestro Señor, como si nada hubiera hecho, toma la decisión de intervenir para restablecer el orden.

Dirime la disputa entre su Orden y los Cluniacenses, usando al mismo tiempo la máxima energía y la más profunda humildad; asiste al Concilio de Troyes para organizar la Orden de los Templarios y dictar su regla; interviene en el cisma levantado por Anacleto II contra Inocencio II, logrando con una actividad rápida y eficaz que todos los reyes y príncipes europeos reconozcan a este último como Papa legítimo y que el antipapa llegue a humillarse postrándose a los pies del verdadero sucesor de Pedro.

A posteriori llega incluso a intervenir con fina eficacia diplomática en la política pontificia, aconsejando a Honorio II y a su discípulo cisterciense Eugenio III.

La mayor evidencia de su clarividencia, capacidad de trabajo, dignidad y entrega para la causa de la verdad, el Plan de Dios, es en la condenación de los errores de Abelardo, Arnal de Brescia y Gilberto de la Porrée.

Sintetizando sus ideas consigue que la competente autoridad eclesiástica las condene para prevenir su difusión.
No dejándose encandilar por el triunfo, y, guiado por la caridad que lo caracterizó a lo largo de su existencia, no abandona a los herejes, sino que intenta que vuelvan a la verdadera fe de Cristo.

En las agotadoras y extensas tenidas, su inteligentísima dialéctica, capaz de deshacer el error más solapado y al enemigo más tenaz, se hizo patente.

Enfermo y desgastado por las duras penitencias y difíciles empresas apostólicas, con irrenunciable fidelidad a la invitación de Eugenio III, se dedica a predicar la segunda cruzada que ha de liberar los Santos Lugares.

Transcurría en ese momento el año 1146 en Vezelay.
Es en este período donde logra persuadir a los reyes de Francia y a un gran número de caballeros. Acto seguido recorre gran parte de Francia y Alemania, consiguiendo reunir un formidable ejército de cruzados de todas las naciones europeas.

Frustrado y desengañado por el escaso fruto obtenido en la mencionada cruzada, debido fundamentalmente a las múltiples intrigas y egoísmo de los mismos príncipes cristianos, decide por último volver al retiro de Claraval.

Retirándose al claustro, en la primavera de 1153, donde se formó como apóstol y guerrero espiritual para la misión que entendió debía llevar a cabo, y donde por último, rendirle cuenta de sus actos a Dios.


VI

Se puede interpretar que fue a lo largo de todas estas proezas donde Bernardo se santificó.
En cambio, si bien es cierto que toda su santa, justa y necesaria actividad aportó infinitamente a este máximo logro. Conquista el tan ansiado estadio en la permanente lucha que sostuvo toda su vida para ser dueño de sí mismo para la Gloria de Dios.

Nuestro Bernardo fue un hombre de carácter enérgico, exigente y exaltado, sobresaliente por su capacidad humanística, intelectual y mediúnica, pero se debe destacar el gran logró en el marco de su evolución humana y espiritual; ser el hombre más dulce, más comprensivo, el que ha sabido entregar los más exquisitos escritos.
Siendo el único que ha merecido el título de “Doctor Melifluo”
(I).

Bernardo de Fontaines nos ha dejado muchos libros y sermones.
Entre ellos sobresalen los que comentan el Cantar de los Cantares, admirables por la altura de su mística.
Cuando se manifiesta sobre Jesús y su Madre Santísima, escribe lo mejor que se conoce en la literatura cristiana.

Meritoriamente por todo ello también ha recibido el título de “último de los Padres de la Iglesia”(II).


VII

Es absolutamente injusto no detallar estrictamente todas y cada una de las obras realizadas, en apenas, cuarenta años de vida consagrada por tan magnifico hombre de Dios. Pero a raíz de su extenso historial, en este especial recordatorio, detengámonos en dos hechos que hablan de su capacidad de visionario y de su excelsa espiritualidad.


VIII

La Organización de la Orden del Temple(III)

Non nobis, Domine, non nobis sed Nomini tuo da gloriam
“Nada para nosotros, Señor, nada para nosotros sino dar gloria a tu nombre”


La intervención de San Bernardo y los Estatutos

El gran reformador del Císter siempre se había mostrado contrario a los ideales caballerescos tan en boga en la Europa medieval, pues los consideraba la más ridícula de las maneras de malgastar las fuerzas y riquezas de un gran número de hombres, caballeros que podían prestar un formidable servicio a otras cuestiones y no al simple hecho de desafiar a la muerte.

La defensa de la religión cristiana y la lucha contra el infiel, fue el epicentro del Concilio cisterciense convocado en Troyes en 1128 bajo los auspicios de San Bernardo.

El cual acabó conformando la legalidad de la Orden, pese a los graves reparos que la Teología ponía al derramamiento de sangre, ya fuera cristiana o bien de otra religión.

Pródigo y profundo en solucionar las más punzantes cuestiones teológicas, el Abad hablaba así en su obra «De laudibus novae militiae Ihesu Christi», obra que dedicó a ensalzar el servicio que los Templarios podían realizar:

“Aceptar la muerte por Cristo o dársela a sus enemigos no es sino gloria: no es delito. El soldado de Cristo tiene un motivo para ceñir la espada. La lleva para castigo de los malvados y para gloria de los justos. Si da muerte al malvado, el soldado no es homicida. Reconozcamos en él al vengador que está al servicio de Cristo y al liberador de los cristianos.”

La Orden del Templo deja de ser una Orden laica para convertirse en verdaderos monjes, integrantes de una Orden Religiosa plena. Además, el Abad Bernardo se encargó de redactar una Regla original para la nueva Orden.
Dicha Regla constaba de setenta y dos capítulos, las reglas por las que la reciente Orden religiosa se iba a regir hasta el final de sus días.

El Abad escribió en 1130, el «Elogio de la Nueva Milicia Templaria», que asoció a los lugares de la vida de Jesús con infinidad de citas bíblicas.

Equiparando la nueva milicia a una milicia divina:

“Aspira esta milicia a exterminar a los hijos de la infidelidad ... combatiendo a la vez en un doble frente: contra los hombres de carne y hueso y contra las fuerzas espirituales del mal.”

El 13 de octubre de 1307, es la fecha que el Rey de Francia eligió para la desaparición de la Orden del Temple.
El 13 de Octubre de 2007, 700 años después, renace la Orden del Temple.
El 25 de Octubre de 2007, el Vaticano publica los documentos del “Processus contra Templarios”.
El “Folio de Chinon” demuestra que el Papa Clemente V dio la absolución al Gran Maestre del Temple, Jacques de Molay, y a Godofredo de Charnay, permitiéndoles “recibir los sacramentos cristianos y ser acompañados de un capellán” hasta ser quemados en la hoguera.

La Historia hace Justicia y devuelve a la Orden del Temple la grandeza y honorabilidad que se les quiso usurpar con un injusto Proceso.


IX

“ECCE, ADVENIT DOMINATOR DOMINUS”

“¡Mirad, he aquí que viene el Señor dominador!
En sus manos están el poder y la realeza.”
(Cf. Mal 3,11; 1 Cr 19,12)


San Bernardo de Claraval, reviste notable importancia en la historia de la teología occidental por su doctrina del triple Adviento del Señor, es decir, de la triple venida de Jesucristo, que él mismo expuso principalmente en sus sermones de Adviento.

«En la primera venida (adventus), dice San Bernardo, fue Cristo visto en la tierra y habitó entre los hombres. “Entonces, como él mismo dijo, le vieron y le odiaron”» (Jn 15, 24).

«En la última venida, sin embargo, “se revelará la gloria del Señor y la verán todos los hombres juntos” (Is 40, 5; Lc 3, 6), “y verán al que traspasaron”» (Jn 19, 37).

“La tercera venida está oculta. En ella sólo le ven los escogidos en sí mismos, y sus almas serán salvadas. En la primera venida, pues, vino en la carne y la debilidad; en esta segunda, viene en espíritu y en fuerza; y en la última vendrá en gloria y majestad.” (Quinto sermón de adviento, 1).

Desde su aparición entre los siglos IV y VI como el más largo período de preparación para las principales fiestas de Navidad (Navidad y Epifanía), dos han sido siempre los puntos de referencia del Adviento:

a) La primera venida de Jesucristo en la encarnación.

b) La postrera (segunda) venida de Cristo al final de los tiempos (parusía).

Por ello, el Ordenamiento del Año Eclesiástico (GOK, 1969) describe el significado del Adviento como sigue:

“El (el tiempo de Adviento) es, de un lado, un tiempo de preparación para las principales fiestas de la Navidad, al recordar la primera venida del Hijo del Hombre y su permanencia entre los hombres. De otro lado, el tiempo de Adviento, a través de ese mismo recuerdo, sitúa a la vez a los corazones en la espera de la segunda venida de Cristo al final de los tiempos.
Desde ambos puntos de vista, el tiempo de Adviento es un tiempo de espera alegre y ferviente.”
(núm. 39)

Lo notable, es que San Bernardo hable también de un tercer Adviento o de un Adviento medio, y éste es justamente el que tiene grandísima importancia para la vida de todos los cristianos y de la humanidad.

Con él, en efecto, nuestro San Bernardo se refiere a la venida diaria del Señor en nuestros corazones. Por ejemplo, en la Sagrada Eucaristía, al establecimiento de Cristo en nuestro interior (inhabitatio) o, como decían de la Navidad los Padres de la Iglesia, al nacimiento del Señor en nuestros corazones.
“Al igual que vino una vez visiblemente en carne, para obrar la salvación en medio del mundo”, explica San Bernardo, “viene todos los días en espíritu e invisiblemente, para salvar a todas las almas.” (Primer sermón de adviento, 10).
«Oíd lo que Dios mismo dice de esta venida, que es espiritual y oculta: “Uno que me ama hará caso de mi mensaje, mi Padre lo amará y los dos nos vendremos con él y viviremos con él.”» (Jn 14, 23).
“¡Bienaventurado aquél con el que tú quieras vivir, Señor Jesús!” (Tercer sermón de adviento, 4).

La venida media del Señor es el camino que va de la primera, la encarnación, a la última venida de Cristo, la parusía y, por tanto, el significado espiritual más profundo del tiempo de Adviento en que ahora entramos.


X

Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada

+

“Que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que también ellos en nosotros sean uno ... Para que sean uno como nosotros somos uno; yo en ellos y tú en mí, para que sean consumados en la unidad.”

Esta unión perfecta es el verdadero advenimiento del “Reino de Dios”, que viene de dentro y se expande hacia afuera, en la plenitud del orden universal, consumación de la manifestación entera y restauración de la integridad del “estado primordial”.

Es la venida de la “Jerusalén Celeste al fin de los tiempos”:

“He aquí el Tabernáculo de Dios entre los hombres, y erigirá su tabernáculo entre ellos, y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos.

Y enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más ...”

“No habrá ya maldición alguna, y el trono de Dios y del Cordero estará en ella (en la Ciudad), y sus siervos le servirán y verán su rostro, y llevarán Su nombre sobre la frente.

No habrá ya noche ni tendrán necesidad de luz de antorcha, ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará, y reinarán por los siglos de los siglos.”

+

Cita de R. Peñón cap. LXXIII.


Notas:

(I) «El Doctor boca de miel» (Doctor Melífluo)
(volver a la llamada a esta nota)

(II) Se llama Padres de la Iglesia a un grupo de pastores y escritores eclesiásticos, obispos en su mayoría, de los primeros siglos del cristianismo, cuyo conjunto doctrinal es considerado fundamento de la fe y de la ortodoxia en la Iglesia.
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(III) La «Orden del Temple» («Orden de los Pobres Caballeros de Cristo»,«“Ordre du Temple” o “Templiers”»,« Pauperes commilitones Christi Templique Solomonici») surge como brazo armado de la hoy «Sacra e Imperial Orden Mística y Militar de la Prieurè de Sion»
Andre de Montbard, 5to Gran Maestre y Soberano (1112 - 1118, A.D.) de «La Prieurè de Sion», a la sazón tío de Saint Bernard de Clairvaux, es quien lo convoca para la redacción de la Regla Fundacional de la nueva Orden de Monjes Guerreros.
Entre los años 1118 y 1188 A.D., desde el 6to hasta el 13ro Gran Maestre y Soberano de «La Prieurè de Sion» también lo era de la «Orden del Temple» (desde Hugh de Payen hasta Guy de Lusignan, Rey de Jerusalén).
Por Misterio Sagrado, por nueve años iniciales solo nueve caballeros formaron la «Orden del Temple», ya que debían cumplir una misión sagrada que oportunamente se revelará.

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Amadísimas Hermanas y Hermanos, que la revelación de la Gloria del Señor esté con todos ustedes.


FIRMA POR LA PRIEURÈ DE SION:




†††
S.E.R. e Ilma., S.M.R. Mons. Dr. NICOLÁS GUARAGNO
46to Soberano
Gran Profeta General de Sion y
Virrey Imperial para Occidente
Gran Mariscal General de Campo al Servicio de San Santiago Apóstol de la
Sacra e Imperial Orden Mística y Militar de Caballería de la Prieurè de Sion


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