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Viajar en (y conocer) el tiempo: sabia virtud
MARZO, 2019. Lo hemos visto decenas de veces en el cine: un viajero en el pasado se encuentra a unos metros del almacén donde Lee Harvey Oswald está listo para apretar el gatillo en cuanto vea al presidente Kennedy pasar en un auto descapotado esa mañana en Dallas. Pero por alguna razón, de último momento el viajero opta por no detenerlo y dejar que la historia siga su curso dadas las imaginables consecuencias que sucederían (y quizá no todas positivas) si Oswald no lograra su cometido.
Todos nosotros alguna vez hemos deseado viajar atrás en el tiempo y modificar acciones cuyas consecuencias fueron desastrosas, ya sean metidas de pata o malas decisiones, o quizá para ver de nuevo a nuestros seres queridos que ya murieron, cómo era el mundo o bien a nosotros mismos. Curiosamente, y como lo apunta James Gleick, el autor de este libro, solemos ser muy egoístas cuando se trata de viajar en el tiempo pues solo consideramos nuestro propio traslado, es decir, si lográramos construir una máquina y volver al pasado, el resto de la humanidad también se iría con nosotros dada la imposibilidad de crearnos en exclusiva un mundo análogo e independiente; dicho de otro modo --y a diferencia del viaje en el tiempo de Regreso al Futuro donde solamente Hill Valley se ve afectada-- un viaje al pasado modificaría no solo la vida personal del viajero sino de los millones de personas que en ese momento se encuentran vivas, con las infinitas paradojas que ello traería consigo.
Pero también hay quienes han buscado
el viaje en el tiempo hacia el futuro, caso concreto, HG Wells, un
socialista utópico, autor de La Maquina del Tiempo, una novela
que en su momento, escribe Gleick, "los críticos la elogiaron y
consideraron una buena historia
«fantástica»,
De hecho, en su momento la literatura fantástica respecto a los viajes por el tiempo se enfocaba más en irse al futuro que en revisitar el pasado. Pero por curiosos azares, lo que encontraba aquel viajero del futuro estaba muy lejos de constituir una utopía, como ocurre en la novela de Wells y, por lo visto, como al pasado, tampoco se le puede modificar. Luego vendrían muchos otros escritores que desarrollaron un género que encajó, casi como cuchillo en mantequilla, dentro de la ciencia ficción.
Sin embargo, Gleick apunta que uno de los maestros del
género, el extrañado Isaac Asimov, fue de los primeros en desilusionar a
sus lectores advirtiéndoles que el viaje por el tiempo "es imposible...
una máquina como esa no se ha construido ni se construirá nunca".
Despejado ya ese primer argumento, lo que quedó a los escritores (y a
Hollywod) fue la especulación, el what if que han manejado cintas
como la semiolvidada Time After Time
En suma, la obsesión por viajar en el tiempo se debe a nuestra insatisfacción con el presente el cual (ahora sí que paradójicamente) es una fracción del tiempo que en una fracción más automáticamente pasará a ser parte del pasado y, dentro de una fracción, se transformará en parte de nuestro futuro. (¿Eso limita entonces a nuestro presente en una mera etapa transicional?)
Hay dos maneras de cambiar profundamente el futuro: una, en forma lenta, como la caída del Imperio Romano, el desarrollo y corrupción de la revolución francesa que dará lugar al acenso de Napoleón, o bien el gobierno de Adolfo Hitler que desembocará en la Segunda Guerra mundial. Otra es la manera rápida, como el asesinato de Kennedy o los ataques a las Torres Gemelas. Ello nos lleva a otra paradoja: pues aunque muchos acontecimientos que ocurrirán se perfilan lentamente, al final, el punto decisivo, se da en apenas un segundo. Lo que toma más tiempo son las consecuencias. O expresado más coloquialmente: basta un segundo para fracturarnos un hueso pero transcurrirían semanas para que el hueso se recupere y quede igual que antes.
William Gibson (creador de la frase
ciberpunk), Phillip K. Dick, Jorge Luis Borges, Marcel
Prouts y hasta Woody Allen abordaron el tema de los viajes
por el tiempo: Gleick se toma el tiempo para desglosar sus
escritos y darnos una condensación bastante interesante.
Porque lo que es indispensable destacar es que James Gleick
es un autor ameno que salpica cada capítulo del libro con
historias y anécdotas entretenidas, si bien en capítulo
"¿Qué es el tiempo?", casi al final de la obra, al autor se
le percibe cierto tono pedante. Con todo, Gleick tiene el
don de Sagan y de Asimov, esto es, hacer accesibles y co
Con todo, Viajar en el Tiempo es un libro recomendable. Ahora sí que vale la pena dedicarle el tiempo a su lectura.
Gleick, James
Viajar en el Tiempo
Crítica-Paidós/2017
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