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A cuatro décadas de Guyana, siguen las interrogantes sobre el suicidio revolucionario de Jim Jones
En noviembre de 1978 más de 900 cultistas murieron en la selva sudamericana luego que un carismático líder religioso ordenara el peor suicidio masivo de la historia moderna, 40 años después aún quedan muchas preguntas sobre los motivos de Jim Jones y sus ligas con el radicalismo las cuales, por cierto, nunca fueron investigadas a fondo
NOVIEMBRE, 2018. En
julio de 1978 el senador por California Leo Ryan recibió una
misiva en sus oficinas legislativas de la capital
Sacramento. Ryan era un veterano militante del Partido
Demócrata, un hombre que en su juventud fue reclutado por el
ejército y quien apenas unos meses atrás se había convertido
en abuelo. La carta era inquietante y confirmaba la
información que se filtraba desde una comuna religiosa
ubicada a miles de kilómetros, en Guyana, un país
recientemente independizado de Gran Bretaña y que hace
frontera con Venezuela. Semanas atrás un desertor de esa
organización fue encontrado muerto en unas vías del tren en
el área suburbana de San Francisco. Aquel hombre, un ex
miembro, estaba a punto de testificar en contra del líder de
esa secta, un sujeto llamado Jim Jones, un carismático
pastor que a mediados del año anterior se había establecido
en ese país con casi un millar de sus seguidores, harto del
acoso de la prensa y varias investigaciones que el FBI tenía
en su contra.
Jim Jones no era un desconocido para Ryan ni para nadie
radicado en el área de la Bahía. A finales de los sesenta su
comuna se estableció en San Francisco procedente de Indiana.
Jones tenía fama de benefactor e incluso había abierto
talleres de carpintería y ebanistería para dar empleo a las
decenas de personas que vivían en las calles de la ciudad.
Muy pronto Jones comenzó a acumular poder político, tanto
así que los líderes locales y alcaldes comenzaron a buscarlo
para que los apoyara en sus mítines. Ese grupo religioso ya
había adquirido el nombre de Peoples Temple (Templo de los
Pueblos) y había pasado de ser una versión un poco más
excéntrica de Los Niños de Dios, a una organización donde
más de la mitad de sus fieles eran afroamericanos.
Los
miembros del Templo de los Pueblos comenzaron a ser enviados
como "acarreados" a decenas de palestras políticas, entre
ellas la que Rosalyn Carter realizó en 1976, cuando
participaba en la campaña de su esposo Jimmy Carter, quien
en noviembre de ese año se convirtió en presidente de
Estados Unidos. Centenares de miembros de la secta también
habían apoyado la campaña del demócrata George Moscone para
la alcaldía de San Francisco.
Moscone y otros altos políticos del área desoyeron o
minimizaron las acusaciones que existían contra Jones, sobre
todo de abuso emocional y sexual, privación ilegal de la
libertad y amenazas de muerte contra los desertores de la
secta. Esa fue la razón por la cual Jones decidió mudarse a
Guyana, país que no tenía tratado de extradición con Estados
Unidos, llevándose consiga a 945 fieles, aunque Jones
argumentó que el objetivo era crear un "paraíso socialista"
a mitad de la selva, lejos de todo asomo de civilización.
Ryan comunicó su intención de visitar Guyana al líder de la
comuna pero éste se negó rotundamente. No fue hasta que los
familiares de varios cultistas insistieron cuando el
"reverendo" aceptó que Ryan, miembros de las familias y
reporteros de la prensa y la TV fueron un par de días a Jonestown. El recibimiento fue frío pero gradualmente el
ambiente se fue destensando: aparentemente los miembros de
la secta eran felices, parecía imperar la armonía racial e
incluso por la noche hubo un convivio donde un Ryan
reconoció, emocionado, que "en este lugar veo que muchos de
ustedes están pasando por el mejor momento de sus vidas", y
como respuesta hubo una estruendosa ovación, encabezada por
el mismo Jones.
La camaradería comenzó a disiparse al día siguiente cuando
Ryan empezó a recopilar opiniones sobre quiénes deseaban
irse de Jonestown. Cuando varios miembros anunciaron su
intención de abandonar la comuna, Jones tomó aquello como
una traición por parte del senador de quien, dijo, tenía la
encomienda de "dividirnos mediante la traición de unos
cuantos". Horas después un sujeto agredió a Ryan con un
cuchillo, clara señal de que él y su comitiva ya no eran
bienvenidos. Esa misma tarde el legislador, los camarógrafos
y varios desertores se retiraron a Port Kaituma, una pequeña
pista de aterrizaje cercana a Jonestown, para regresar a la
capital Georgetown y de ahí a Estados Unidos.
Cuando se disponían a abordar los dos
aviones se acercó a la pista un camión del cual bajaron varios
pistoleros enviados por Jones y quienes comenzaron a disparar, matando
instantáneamente a Ryan y a un camarógrafo que estaba tomando la escena.
Al interior del avión un supuesto desertor de nombre Larry Clayton
disparó contra los demás pasajeros, hiriendo a tres de ellos. Enseguida
los esbirros de Jones regresaron a la comuna y se presume que también
murieron ingiriendo cianuro.
Una vez que se fue Ryan, Jones convocó de urgencia a todos
los miembros y les dijo que estaban a punto de ejecutar la
"noche blanca", es decir, un "suicidio revolucionario" en
protesta por la visita de Ryan y porque, advirtió Jones, el
ejército de Guyana llegaría en cualquier momento "a matarnos
a todos". Bonita salida si al final, de cualquier manera los
miembros de la secta iban a morir.
Se ordenó que los primeros en beber el cianuro endulzado con
kool aid fueran los niños, quienes constituían casi una cuarta parte de
la comuna. Muertos los menores, los adultos ya no encontraron razón para
vivir y empezaron a tomar el veneno. Poco más de media hora después
yacían en la comuna los cuerpos de 914 seguidores. Irónicamente Jones
murió de un balazo que se disparó en la sien cuando ya todos habían
fallecido.
Ahí no terminó el asunto. Tres días
después una mujer de nombre Sharon Amos, miembro de la secta que se
encontraba temporalmente en Georgetown, degolló a sus hijos y se suicidó
al enterarse de lo que había sucedido al "Padre Jones" y a la comuna.
Meses después el alcalde Moscone fue ultimado en despacho por un ex
empleado descontento.
La noticia corrió por todo el mundo y
comenzaron las preguntas y las especulaciones: ¿quién ordenó
realmente la muerte de cientos de personas? Se manejó que en
realidad Jones era un agente de la CIA e incluso del KKK por
el solo hecho que el "reverendo" era de Indiana, idea tan
absurda como afirmar que alguien es priísta solo por haber
nacido en México.
De hecho, cualquier breve análisis de la historia de Jim
Jones y su secta dejaban evidencias contundentes de su
asociación con grupos de extrema izquierda y su conexión con
otra organizaciones radicales. Además de proclamarse como la
"reencarnación" de Lenín, de alabar incesantemente en sus
sermones a la Unión Soviética, de haber aplicado en la
comuna un riguroso comunismo donde se abolió la propiedad
privada y tanto hombres como mujeres pasaron a ser
"propiedad" de Jones, quien era bisexual, debe destacarse el
modo en que este individuo consumó su "noche blanca" a la
que llamó, como atestiguaron las cintas de cassette donde se
grabó el hecho, el "suicidio revolucionario", idea que
contrario a lo que se piensa, no fue idea del mesiánico
reverendo sino de sus nexos con grupos radicales, en
especial las Panteras Negras.
El "suicidio revolucionario" fue una idea proclamada por Huey Burton, uno de los líderes fundadores de las Panteras Negras, algo a lo que llamó "la alternativa revolucionaria". Varios textos mimografeados de Burton y libros sobre ese grupo subversivo fueron encontrados en los estantes de Jim Jones en Guyana.
Entre esos libros, reporta la página frontpagemag.com, se encontraba Revolutionary Suicide, donde Newton escribió: "El concepto de suicidio revolucionario no es derrotista ni fatalista. Por el contrario, transmite una conciencia de la realidad combinada con una posibilidad de esperanza, una realidad porque el revolucionario siempre debe estar preparado para enfrentar la muerte, y esperanza porque simboliza una determinación resolutiva que traiga consigo un cambio" (sic)
Por supuesto que el atentar contra la vida no parece ser la mejor forma de combatir al enemigo ni puede calificarse como un acto de heroicidad. Cuando se defiende una causa es de esperarse que, de morir por ella, sea defendiéndola con la vida, no con la muerte. El "suicidio revolucionario", por cierto, tiene similitudes con Juan Escutia, uno de los Niños Héroes, de quien se dice se tiró al precipicio envuelto en la bandera cuando peleaba en Chapultepec contra las tropas invasoras, situación que reduciría su calidad de "héroe" frente a sus compañeros, quienes sí murieron heroicamente en combate.
Más bien, el "suicidio revolucionario" califica como vil
cobardía, doblemente vil en el caso de Jones, quien se llevó
consigo a 900 seres humanos, la mayoría inocentes cuyo
pecado había sido creer en las promesas del desquiciado
líder.
En curiosa relación, el abogado de
Newton cuando fue detenido por la policía era un tal Charles Garry, un
veterano de las revueltas en Berkeley. Garry también trabajaba para
Jones y se encontraba en Guyana al ocurrir el suicidio masivo.
Extrañamente los matarifes que dispararon contra los fieles que se
oponían a tomar el cianuro respetaron la vida de Garry, a quien Jones no
convocó al pabellón donde ocurrió la "noche blanca" y en todo momento
permaneció encerrado.
A cuatro décadas del suicidio masivo en Jonestown, es
imperativo recordar hacia dónde nos pueden llevar los sueños
de "armonía socialista", como de de Jonestown, y recordarlo
más que idealizarlo, para así evitar que algún día se
repita.
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