Yo me había adelantado a elegir mesita redonda baja, y
taburete.
Era la primera vez, me parecía, que no estábamos uno al
lado del otro, desde el día de nuestro encuentro.
Tras ser servidos, inició ella la probable discusión -o
así lo intuía yo- para defender su punto de vista:
-Sin entrar en detalles ¿Qué es lo que crees haber visto?
-Digamos que vuestra fraternidad es profunda –mi tono era
desganado, escéptico-.
-Cierto.
Eugène estaba seria. Miraba a la mesa y dibujaba con el dedo
sobre su superficie automáticos y efímeros diseños hidráulicos conduciendo
el rocío que rezumaba de los vasos, más allá de los posavasos. Continuó, sin
abandonar la ingeniería.
-Pero ¿Cuales son tus sentimientos al respecto? -evitaba
mirarme.
-Extraños -tuve que admitir.
Yo trataba de pensar -de hecho, no paraba de hacerlo-,
desapasionadamente sobre ello.
-No muy racionales –añadí, ante su silencio, con un deje
de disculpa no sentida-.
-Estás considerando relaciones convencionales.
-Bueno -trataba de medir mis palabras-. Yo me quiero
considerar una mente abierta. Mi especialidad literaria, poco apreciada por la
crítica -en realidad ignorada por la crítica-, tiene sin embargo un éxito de
público muy amplio. Las ventas lo demuestran, y mis novelas se compran para ser
leídas. Entiendo que significa que lo que yo reflejo en ellas no es tan
extraño. De hecho, si lo fuera, no vendería. Sin embargo hay temas que
simplemente evito. Me autocensuro.
-Ya -seguía mirando atentamente a la superficie de la mesa,
dibujando espirales que luego rompía en violenta inundaciones provocadas. Yo
seguía fijamente las evoluciones de su dedo, para no tener que mirarle a los
ojos-.
-Pero yo no me refiero a eso -siguió ella-. Tu especialidad,
como dices, es antigua como la humanidad. Pero -Ahora levantó la vista. Sus
ojos avellana, un poco acerados ahora, buscaban los míos con decisión. Sostuve
su mirada para demostrarle mi atención y mi confianza- habrás notado, a pesar
de tu torpeza -sonrisa breve- que has entrado en un círculo poco convencional.
-Presumo de tener pocos prejuicios -me quise defender. Ella
pareció un poco contrariada con mi punto de vista obsesivo-.
-A ver –había dejado de jugar con el agua, cruzó los
brazos bajo su pecho. Luego pareció cambiar de actitud, y optó por buscar mis
dedos, que se aferraban al borde de la mesita. Los atrajo hacia el centro,
mojado, esquivando los combinados, con poca resistencia por mi parte, he de
decir, y en gesto que me pareció vagamente paternal, cubrió mis manos con las
suyas, hasta donde ello podía ser. -Trata de analizar tus sentimientos.
Es difícil –confesé-.
-Lo sé. Quizá debamos empezar por el final. Trabajaremos
por deducción, como Sherlock Holmes, en lugar de usar la inducción como los
científicos. Iremos del resultado a la causa.
-¡Boh! –realmente, no sabía qué decir-. No necesitas
disculparte.
-No lo pretendo -me miraba, un poco agachada su cabeza sobre
sus hombros, como si quisiera reducirse de tamaño. Sonreía, y me miraba desde
abajo. Sus ojos se habían vuelto más líquidos y brillantes, perdiendo el mate
acerado que me intimidaba y me daba la sensación de inferioridad. Su cabeza
ladeada ofrecía su cuello sumiso, como en otras ocasiones-.
Siguió:
-Háblame de tus sensaciones.
-Bien. Una mezcla de atracción, confusión y desagrado.
-¿Por ese orden?
-Creo que sí.
-De atrás adelante. Desagrado. Olvídalo. Son los prejuicios
que dices no tener. Celos infundados, que vienen de personalizar los hechos.
Levantó su dedo hacia mis labios para interrumpir, como
siempre, mi no iniciado comentario.
-Confusión: Es lógico, porque estás ante una situación
que te resulta desconocida. Te faltan datos y eso evoca sentimientos
ambivalentes.
Asentí con la cabeza.
-Atracción: Este es el factor primordial. Intentaré hacerte
notar algunos detalles en forma que tú mismo los valores. Veamos en qué
consiste tal atracción. Es probable que, obnubilado por lo evidente, hayas
pasado por alto detalles importantes.
-Sé muy bien lo que vi -dije despacio, sosteniendo su
mirada-.
-¿Tú crees? Puede ser. Como no vas a poder evitar guiarte
por la vista antes que por otros sentidos, cojamos el toro por los cuernos.
Cuéntame qué es lo que viste.
-Os vi, a Mila y a ti,...
-¿Desde dónde?
-Yo estaba en el pasillo.
-Y no tenías un punto de vista demasiado bueno desde allí.
-Al contrario -reflexioné-. Tenía una visión muy completa
-fruncí el ceño ante mi sobrevenida extraañeza-.
-¡Caramba! No te habías percatado.
-Tenía una visión panorámica, elevada –continué
evocando recuerdos-.
-Eso lo podría definir.
-Pero hay que tener en cuenta que en un momento yo no
distinguía entre lo que veía y lo que imaginaba.
-Quizá porque no había distinción.
-Quizá -empecé a admitir, meditando sobre mis impresiones-.
-Admite, pues, que estabas viendo cosas que, en condiciones
normales, no hubieras visto.
-Desde luego, tuve esa impresión, pero no me parecía
lógico.
-Supongamos que es un hecho.
-¿Por qué tengo que suponer eso?
-Verás: Para continuar, tienes que dar por cierto que tus
ojos te estaban mostrando algo más que lo que nuestra habitual visión
binocular puede hacer.
-No entiendo.
-¿Recuerdas el sótano de la corrala?.
-Sí –Creía que sí-.
-Allí pasaron cosas que no se ajustan a la física conocida.
Tuve que admitirlo: Aunque yo lo relacionaba con una intensa
emoción, prestaba más atención a los sentidos, hipersensibilizados, que a los
sucesos objetivos, como luego se demostró.
-Voy a tratar de resumirte lo que pasó. Créeme, si quieres.
Puse cara de atención, mirando a sus ojos. Su expresión era
dulce, y acariciaba mis manos.
-Durante un periodo que en este plano físico fue de unas
cinco horas, estuvimos, los tres, superpuestos en otro plano, diferente, y cuya
localización no es importante, donde estaba el "tubo". Ese tipo de
traslación equivale a viajar en el tiempo.
Yo no entendía del todo. Le había oído a ella hablar en
otras ocasiones en términos similares, pero no le había dado mucha
importancia, porque entendía que sus creencias eran más de tipo espiritual, y
que aquello que describía era más bien simbólico.
Ella pareció entender lo que me pasaba.
-Cuando digo viajar en el tiempo, estoy hablando de algo
real. Trataré de darte datos técnicos, aunque no es mi especialidad. El
proceso del viaje en el tiempo conlleva unas características necesarias. Una de
ellas es la velocidad. Algo de lo que se percató Einstein, haciendo cálculos:
Si se supera la velocidad de la luz, el tiempo transcurre a diferente velocidad,
se alarga o se encoge. Se pueden llegar a alcanzar posiciones que interpretamos
como "por delante", o "por detrás", de un tiempo que
definimos por conveniencia como actual.
-En el pasado y en el futuro.
-Exacto. En este caso, no es importante dónde nos situemos.
Probablemente en un pasado manipulado. Pero da igual.
-Pero ¿Cuál es la técnica que se usa?
A mi pesar, me estaba interesando.
-Sobre todo es necesaria concentración. Tanto Mila como yo
dominamos esa técnica, y te arrastramos, aparte de que has resultado muy
empático, como yo predije, y te dejas llevar con facilidad...
-No sé si eso es un piropo...
-Yo creo que sí. Bueno, el caso es que, sigas el método que
sigas, para viajar en el tiempo se debe siempre desintegrar y reintegrar. Para
trasladar la materia.
-...desintegrar...
-Nuestra desintegración se produjo con éxito, en un
conjunto que formábamos los tres. Es como si fuéramos un solo elemento.
-Tuve una sensación parecida a eso.
-Pues bien, al "volver", se produce la
reintegración de las partículas atómicas y subatómicas, que se reordenan con
una pauta que es la misma, y única, personal de cada ser.
-No hay problema entonces –quise ser optimista: Me temía
lo peor.
-No es un problema, pero sí un efecto colateral inevitable.
De hecho, no es malo.
-Ya –Me lo temía.
-El caso es que, lógicamente, y aunque cada partícula
adopta su posición y su misión idénticas a las originales, las partículas
físicas en sí no tienen por qué ser exactamente las mismas. De hecho, no lo
son.
-¿Quieres decir que hemos intercambiado nuestros átomos?
-Algo así. El conjunto es exacto al primitivo, pero los
componentes se han mezclado.
Me estaba diciendo que yo me componía ahora en parte de
ella, y de Mila, y que ellas...
-Creo que entiendes –cortó el hilo de mis pensamientos.
-Por tanto, no somos nosotros mismos.
-Sí que lo somos. Pero queda un pequeño residuo que se
puede disolver, dejando pasar el tiempo, o potenciar, sí sabes cómo...
-¿Y vosotras habéis optado por potenciar?.
-Es algo agradable...
-¡Ya!
-... y conveniente.
-No sé si me agrada ¿Conveniente para qué?
-Facilita la comunicación.
-Y estabais haciendo prácticas.
-Si quieres verlo así, ...
La explicación era confusa, no resolvía mis dudas, pero
decidí que no le iba a dar mayor importancia.
Ella me apretaba las manos, sobre la mesa, y se movió para
dejar de estar enfrentada a mí.
A mi lado, sus ojos se habían vuelto de un brillante que yo
conocía.
-¿Te apetece practicar ahora? –dije al fin. Ella no
contestó, con palabras-.
¡Tengo yo una voluntad, para mantenerme firme en mis ideas!
Debía ser eso de la empatía.
El tema no volvió a surgir, si bien yo no sentía que mi
relación con Mila se hubiera modificado mucho: Siempre me cayó simpática.
Ahora la apreciaba.
¿Era eso una diferencia?
En cualquier caso, dejé de pensar en Mila, entonces...
|