Rodolfo Cutufia, taxista

Sobre cuatro ruedas, todo un mundo de relaciones destinado a ayudar a quienes más lo necesitan

En Buenos Aires, no cualquiera que busque un taxi encontrará uno como el de Rodolfo Cutufia. El chofer abre la puerta, ofrece caramelos, música hawaiana y valses vieneses. "¿Querés algo más moderno? Poné FM, lo que quieras."

Después, conductor y conducido se enfrascarán en una charla sobre el planeta y las personas. "Hay mucha gente buena, pero estamos todos desunidos. Hay que juntar islas para hacer una base sólida", dice Cutufia, tranquilo y con actitud casi sacerdotal. Entonces se da vuelta, extiende un cuaderno, una lapicera, pide una firma y sonríe: "¿Sabías que yo soy el taxista de la agenda?".

En el taxi lleva solamente una, pero guarda muchas en su casa. Es que, en 12 años de oficio, ya llegan a 70 mil los pasajeros que le escribieron dedicatorias, con sus teléfonos y todo.

Entre página y página asoman felicitaciones varias, como Construir la civilización del amor es una empresa posible. A mi me lo demostró un simple viaje en taxi o Todos los brasileños apoyan su proyecto, Continúe así.

¿El proyecto? Cutufia lo bautizó Estrechando Manos e incluye a todos sus pasajeros: empresarios, directores de cine, maestros, conductores de televisión, el presidente de un aeroclub español, bailarinas de Holiday on Ice, Eduardo Galeano, una famosa cantante de boleros, el vendedor de helicópteros François...

Si el viaje es lo suficientemente largo, él podrá resumir su historia. "Empecé con esto en 1987, cuando también trabajaba con la tercera edad (en Segba, en capacitación). Hablando de esto con los pasajeros, cuando veían mi entusiasmo, se ofrecían a colaborar, me daban el teléfono de alguna institución que podría ayudarme... O decían: Me interesan más los chicos de la calle, o la ecología, o los discapacitados. Cualquier cosa llamame."

Ya se está organizando una fundación y muy pronto pensamos editar un periódico

¿Me firma la agenda?

De a poco, su Peugeot 504 modelo 1987 se transformó en "un canal de participación, donde la gente me deja teléfonos solidarios para cada uno que sube con un problema, como falta de trabajo, reconocimiento de hijos, adicciones, depresión...". No falta ni el billarista estrella que se ofrece para exhibiciones a beneficio.

Mientras maneja, Cutufia (de 49 años, dos hijos, separado, con varias distinciones oficiales por su trabajo con ancianos) explica que "el proyecto tiene cuatro patas: la tercera edad, los médicos, los centros de estudiantes del interior y -claro- la agenda, que es de todos los que la necesiten".

Quien la hojee notará crípticas anotaciones al lado de cada firma. Los más favorecidos llevan la inscripción MMM+ ("muy positivo", aclara Cutufia) y, seguro, los llamará para saludarlos.

Aprovecha un semáforo en rojo y estira un rollo de papel de unos treinta centímetros. "Esta tarde paré en un locutorio y hablé con algunos pasajeros. En Navidad, llamé a 163." Lamenta no haber podido ubicar a Andrés, un tenista radicado en Paraguay que no dejó su número; se olvidó el paraguas y él lo tiene guardado. "Hace poco me comuniqué vía correo electrónico con unos 300 pasajeros extranjeros", agrega, incansable.

Cuando el viaje llega a su fin, Cutufia entrega una tarjeta (dos manos estrechadas dentro de un corazón y las palabras Argentina, ética, moral y respeto) y anticipa: "Ya se está organizando una fundación, y muy pronto pensamos editar un periódico y armar un programa de radio AM".

Antes de que el pasajero de turno se baje, la charla tal vez se extienda unos veinte minutos. "Para esos casos -se ríe- también tengo aspirinas."

Silvina Moreno

 

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