La distinguida posición social de la familia de La Salle llevaba consigo la organización de fiestas y banquetes en casa, Acudían como invitados
los personajes principales de la ciudad. Al niño Juan Bautista no le agradaban estas fiestas. Le interesaban más las piadosas historias que le contaba
su abuela, o los juegos que desarrollaba con sus primos y hermanos en el amplio y soleado patio de la casa.
No se cansaba de recomendar con sus palabras y sus buenos ejemplos, a sus religiosos y amigos que la preocupación número uno del
educador debe ser siempre el tratar de que los educandos crezcan en el amor a Dios y en la caridad hacia el prójimo, y que cada maestro
debe esforzarse con toda su alma por tratar de que los jovencitos conserven su inocencia si no la han perdido o que recuperen su amistad
con Dios
Pasaba muchas horas en oración y les insistía a sus religiosos que lo que más éxito consigue en la labor de un educador es orar,
dar buen ejemplo y tratar a todos como Cristo lo recomendó en el evangelio: "haciendo a los demás todo el bien que deseamos que los
demás no hagan a nosotros".