EL ASUNTO DE LOS VENENOS
VENENO

El escabroso "Asunto de los Venenos"

Los a�os inmediatamente anteriores al anuncio oficial hecho por el Rey Luis XIV, en 1682, de que Versalles ser�a en adelante la sede del gobierno, estuvieron cargados de acontecimientos que influir�an en su reinado. Aunque Luis XIV pasaba por un �ltimo arrebato amoroso (la marquesa de Maintenon iba afirmando lentamente su dominio sobre �l), y ya andaba "persiguiendo" a los protestantes franceses tras anular el Edicto de Nantes promulgado por su abuelo Enrique IV, con el fin de "convertirlos" a la �nica Fe permitida, se fue transparentando una conexi�n siniestra entre los m�s humildes y los m�s encumbrados del pa�s.
El veneno estaba en el aire...

Cuando la primera Madame, Enriqueta de Inglaterra, duquesa de Orl�ans, muri� con terribles dolores, mucha gente, con o sin raz�n, pens� que hab�a sido envenenada. Luego, Daubray, jefe de la Polic�a de Par�s, fue envenenado por su esposa. Poco despu�s, muri� misteriosamente otro alto jefe de polic�a.
En aquel tiempo era dif�cil asegurar que se hab�a administrado veneno, ya que a�n se desconoc�an las t�cnicas para analizarlo. Cuando se presentaba como prueba unos polvos o un l�quido, se administraban a un perro y luego se dictaminaba si eran o no venenosos seg�n que el perro muriese o siguiese viviendo. Los m�dicos trataban continuamente de inventar ant�dotos seguros. A veces los probaban en prisioneros condenados a muerte: el experimento solo se hac�a con el consentimiento del reo y se le ofrec�a la libertad si sobreviv�a. Por lo general, mor�an tras tan horribles agon�as que hasta los m�dicos se compadec�an de ellos. A pesar de la comprobada ineficacia de los contravenenos, todos cre�an firmemente en ellos y con frecuencia parec�an dar resultado. Los venenos m�s en boga eran el ars�nico y el antimonio. Sol�an ser �stos administrados por medio de enemas, procedimiento profil�ctico de uso general para contrarrestar las pantagru�licas comilonas. Las esposas descontentas eran aficionadas a impregnar con ars�nico los trajes de sus maridos para producir los mismos s�ntomas que la s�filis, fatal a veces, aunque no siempre. De cualquier modo, el hombre quedaba desacreditado muriese o no. Un objeto tratado con ars�nico pod�a matar, pero s�lo si la v�ctima se llevaba los dedos a la boca despu�s de tocarlo.

La Marquesa de Brinvilliers: una viuda negra

En 1676, la marquesa de Brinvilliers, dama de apariencia dulce e inofensiva, muy dada a las buenas obras, fue llevada a juicio. Como toda la alta sociedad la conoc�a, el asunto tuvo enorme resonancia. Se le acusaba de haber envenenado y asesinado a su padre a lo largo de ocho angustiosos meses durante los cuales, al parecer, lo hab�a cuidado abnegadamente. No contenta con ello, luego hizo lo propio con sus dos hermanos y hab�a tratado de eliminar a su marido, el marqu�s de Brinvilliers. Por fortuna para �l, el amante de la marquesa y su c�mplice, que no deseaba casarse con alguien tan malvado como �l mismo, administraba un ant�doto al marido cada vez que ella le administraba el veneno. El resultado fue que el marqu�s de Brinvilliers sobrevivi�, pero con el aparato digestivo tremendamente destrozado.
Ya con anterioridad, Madame de Brinvilliers tambi�n hab�a matado a gente en los hospitales, que sol�a visitar dulcemente, ensayando en los internados varios venenos para estudiar sus efectos.
La marquesa, denunciada por su marido, fue arrestada y encerrada. En la c�rcel, fue sometida a "la cuesti�n" por el juez instructor... bonita palabra para designar un interrogatorio lleno de suplicios para obtener su confesi�n. Sometida a tortura, confes� todos sus cr�menes y proclam� su arrepentimiento.
Toda la alta sociedad esperaba su juicio y su ejecuci�n: fue decapitada y su cadaver quemado, "asi que -dijo la marquesa de S�vign�- todos la respiramos ahora."
Sus �ltimas palabras fueron que le parec�a injusto que ella fuera la �nica en sufrir semejante condena, considerando que la mayor�a de la gente de alcurnia hac�a, cuando le conven�a, lo que ella hab�a hecho.

El Jefe de Polic�a La Reynie
Al asesinado Daubray, le sucedi� como Jefe de Polic�a Nicol�s Gabriel de La Reynie. El hombre y el cargo eran hechos el uno para el otro... La Reynie era uno de esos hombres brillantes, ricos, corteses, que caracterizaron la sociedad del reinado de Luis XIV. El Rey deposit� en �l tanta confianza que transform� la jefatura de polic�a en una especie de extraministerio. De hecho, a La Reynie, le era potestativo hacer mucho bien o mucho mal a los m�s encumbrados del pa�s, en tanto que ten�a bajo su poder a los humildes. Afortunadamente, hizo el menor da�o posible a todos, y en lugar de ser aborrecido, como suelen serlo los polic�as, fue universalmente estimado. Durante los 30 a�os que ejercio su cargo hizo milagros en Par�s, limpi�ndolo fisica y moralmente: le entregaron una inmunda ciudad medieval, una cloaca de vicios, y leg� la ciudad mejor gobernada del mundo. Actu� en favor de los desgraciados, mendigos y vagabundos, e hizo cuanto pudo por ayudarles; y tambi�n de los numerosos exp�sitos que eran abandonados en iglesias o solares, que hasta entonces hab�an estado con frecuencia expuestos a morir.
Antes de la Revocaci�n del Edicto de Nantes, protegi� a los protestantes y sus iglesias contra la persecuci�n de sus compatriotas cat�licos, incluso despu�s de la Revocaci�n lleg� a salvarles de lo peor.
Era bibli�filo: coleccionaba y cotejaba manuscritos griegos y latinos.

De la Marquesa de Brinvilliers a La Reynie

Ya desde la extra�a muerte de su cu�ada la duquesa de Orl�ans, Luis XIV hab�a ordenado una investigaci�n secreta a Nicol�s Gabriel de La Reynie. No ser�a hasta el sonado esc�ndalo del caso de la Marquesa de Brinvilliers, en 1676, que Francia empezar�a a estremecerse conociendo los tenebrosos negocios que se iban cociendo entre la corte y los bajos fondos de Par�s.

Marie Madeleine d'Aubray (1630-1676), Marquesa de Brinvilliers, era hija nada menos que de un secretario de Estado al que hab�a envenenado durante 8 meses seguidos administr�ndole unas 30 dosis de ars�nico hasta matarle. El m�bil era la venganza: su padre hab�a conseguido hacer encerrar a su amante, Gaudin de Sainte-Croix, un apuesto caballero iniciado en el arte de la alquimia y del veneno. No contenta con deshacerse de su odiado padre, arremeti� contra sus dos hermanos con los que hab�a mantenido relaciones incestuosas desde los 7 a�os de edad! De pasada, intent� envenenar a su propia hija por considerarla una idiota insoportable, y deshacerse de un marido engorroso. Gracias a los ant�dotos de Gaudin de Sainte-Croix, el marqu�s de Brinvilliers pudo sobrevivir al paulatino envenenamiento del cual era v�ctima, despertando en �l dudas razonables sobre las intenciones de su esposa. Aunque sospechaba, el marqu�s no pudo probar nada y no fue hasta la muerte accidental del amante de su mujer, tras un peligroso experimento de laboratorio, que las sospechas tomaron realmente cuerpo: la polic�a registr� la casa de Sainte-Croix y puso los sellados. En las pesquisas, encontraron numerosas botellitas con ars�nico y una extra�a carta de �ste rogando que se entregara una caja sellada a la marquesa de Brinvilliers si muriera antes que ella. Al reunirse tantas pruebas implicando a la marquesa, el marido decidi� denunciarla, pero �sta huy� a Inglaterra y luego a los Pa�ses-Bajos, consiguiendo cobijo en un convento. Luis XIV no dud� entonces lanzar una orden de b�squeda y captura contra ella: fue finalmente hallada, secuestrada y puesta a disposici�n de la Justicia. A pesar de las pruebas incriminatorias, la marquesa lo neg� todo, incluso bajo tortura, soportando los interrogatorios estoicamente. Ante la resistencia de �sta, los jueces intentaron ablandarla introduciendo en su celda a un cura... entonces se derrumb� y confes�.
Ante el inevitable desenlace de su juicio, y a pesar de sus intentos de corromper hasta el propio comisario para tapar el asunto, denunci� a sus dos lacayos como c�mplices de envenenamiento creyendo que as� evitar�a la pena capital. Ambos criados acabaron colgados y ella escuch�, sin desfallecer y con gran entereza, la lectura de su condena: primero deb�a expiar p�blicamente su crimen llevando una camisa de tela blanca, un crucifijo y un cirio en ambas manos, para luego ser llevada al pat�bulo donde ser�a decapitada con espada (privilegio reservado a la aristocracia) y su cuerpo quemado en la hoguera. Sus cenizas ser�an lanzadas al Sena al d�a siguiente.
En el momento de ser decapitada, el tajo fue tan r�pido y �gil que su cabeza permaneci� durante unos segundos inm�bil sobre sus hombros, para luego caer al suelo.
La marquesa de Brinvilliers era la primera v�ctima del caso de los venenos...
Pero antes del caso Brinvilliers, un cura de Notre-Dame advirti� a La Reynie que cada d�a hab�a m�s personas que confesaban asesinatos por envenenamiento. El sacerdote hab�a vacilado antes de revelar secretos de confesionario, a�n sin citar ning�n nombre, pero le preocupaba aquel horrible estado de cosas: para �l era un cargo de conciencia. La Reynie trat� de averiguar m�s, pero fue en vano. Solo las �ltimas palabras de la marquesa de Brinvilliers parec�an confirmar lo que el sacerdote le hab�a confiado, y convino en que se coc�an siniestros asuntos en Par�s. Arrest� a uno o dos tipos sospechosos pero sus indagaciones no prosperaron hasta que un joven abogado, por casualidad, fue a comer a casa de una tal Madame Vigoureux. Nunca se aclar� c�mo ese hombre al parecer respetable ten�a tal amistad, pues era obvio que el m�s ligero trato con ella descubr�a que Madame Vigoureux era lo peor de Par�s. Ocurri� pues, que una de las invitadas de aquella cena, una tal Madame Bosse, se embriag� durante la velada y declar� repentinamente: "�Qu� comercio tan encantador!�Qu� clientes!�Duquesas y Pr�ncipes! Tres envenenamientos m�s y har� una fortuna: podr� retirarme."
De no haber observado una expresi�n de contrariedad y alarma en el rostro de la anfitriona, el abogado bien pudo haber cre�do que aquella mujer bromeaba. Le falt� entonces tiempo para ir a ver a La Reynie y contarle la curiosa historia.
El jefe de polic�a envi� entonces a una mujer como "gancho" a Madame Bosse, la cual obtuvo f�cilmente de �sta un frasco de veneno con que despachar a un imaginario marido cruel.
Con semejante prueba, La Reynie hizo detener a Bosse y Vigoureux en plena noche, encarcel�ndolos en el castillo de Vincennes.
La caja de Pandora qued� entonces abierta......

La Caja de Pandora

En plena noche, La Reynie mand� detener a Madame Bosse, Madame Vigoureux, el hijo y dos hijas de �sta �ltima, mientras dorm�an todos en la misma cama, y llevados prestamente a la prisi�n medieval del Castillo de Vincennes, entonces a las afueras de la capital francesa.
Se abri� la caja de Pandora: Bosse y Vigoureux fueron muy locuaces, deseosas de sacudirse parte de culpabilidad ayudando en todo lo posible a la polic�a. Declararon ser adivinas y admitieron que hab�a por lo menos 4.000 personas practicando ese tenebroso oficio en Par�s y a la sombra de la Corte con f�cil acceso a las residencias del Rey Luis XIV. Dieron nombres, muchos, y entre ellos, el de una tal Madame Voisin, apodada "La Voisin", y que hab�a experimentado con ellas dos los efectos letales de un sinf�n de productos qu�micos. Una de las clientes m�s adeptas de La Voisin y a la cual le hab�a adivinado en repetidas ocasiones el futuro, era Madame de Poulaillon.
Los nombres de La Voisin y de Madame de Poulaillon as� revelados, dejaron entrever a La Reynie que estaba precisamente sobre la pista de un negocio tan complicado como siniestro, con ramificaciones harto comprometedoras. De hecho, el nombre de La Voisin era conocido por todos.... Todo el mundo sab�a de ella y de sus clientes de las m�s altas esferas. En cuanto a Madame de Poulaillon, era nada menos que una bonita dama perteneciente a un ilustre linaje de la nobleza de toga de Burdeos (alta magistratura); su marido la hab�a hecho encerrar en un convento tras constatar que hab�a ella intentado repetidas veces envenenarlo.
Con semejante informe, La Reynie acudi� a informar al ministro Louvois del resultado de sus pesquisas, y Louvois, a su vez, inform� debidamente al Rey. Los tres celebraron consulta y decidieron unanimamente que m�s val�a no pasar el asunto al Parlamento (la suprema asamblea judicial del reino) por dos razones muy concretas y comprensibles:
1�-Cuanta menos publicidad se diera al caso, mejor y eso desde todos los puntos de vista.
2�-El Parlamento, siempre dispuesto a castigar con rigor a la gente humilde, se mostraba siempre reacio a castigar a las personas de alcurnia, m�s si �stas eran del sexo femenino. �Por qu�? sencillamente era porque muchas damas y grandes se�ores se encontraban emparentados con lo m�s granado de la magistratura parisina y provincial.
Si el procedimiento de envenenar estaba realmente tan extendido en Par�s, como La Reynie empezaba a temer, deb�a de extirparse a toda costa entre la nobleza, no s�lo la de Espada (nobles terratenientes y miembros del Ej�rcito) sino tambi�n la de Toga (magistratura y miembros del Parlamento). Ambas clases se hab�an casado tanto entre s� desde que "los Franceses hab�an dejado de preferir la cuna al dinero" que empezaban a estar inextricablemente emparentadas y mezcladas.
As� pues, se recre� un tribunal especial llamado "Chambre Ardente" o C�mara Ardiente, bajo la presidencia del respetado Monsieur de Compans, futuro canciller de Francia. Digo "recre�", ya que dicha c�mara judicial ya hab�a sido formada en el siglo XVI por la Corona Francesa en tiempos de la Contrarreforma durante el reinado de Francisco I, para contrarrestar el avance del protestantismo.
Compans eligi� a sus auxiliares, dos magistrados muy conocidos: el bar�n de Breteuil y el se�or d'Ormesson. El 10 de abril de 1679, se reun�a por vez primera la C�mara Ardiente, en sesi�n secreta para que no se difundieran los detalles de las investigaciones...

La C�mara Ardiente se activa...

Fue pues el 10 de abril de 1679 cuando por vez primera, y en el mayor de los secretos, el tribunal especial o "C�mara Ardiente", se reuni� bajo la presidencia del Sr. de Compans, asistido por otros dos magistrados, el bar�n de Breteuil y el Se�or d'Ormesson. El procedimiento consist�a en arrestar a los que La Reynie ten�a por sospechosos y en someter el interrogatorio a los ojos del procurador general. A �ste incumb�a la decisi�n de carearlos con otros acusados. Si se diera tal caso, hab�a que enviar un detallado informe de los careos a los jueces del tribunal, que decretar�an la libertad de los sospechosos o la continuaci�n del interrogatorio de �stos. Si se produc�a la �ltima opci�n, la de continuar con el interrogatorio, tras llevarlo a su conclusi�n, el informe pasar�a de nuevo a los jueces quienes deb�an decidir o la absoluci�n o la continuaci�n del proceso. Los que no fueran absueltos, pasar�an a un 3er interrogatorio llamado "la Cuesti�n", un eufemismo para disfrazar, en realidad, una horrenda sesi�n de tortura en la que el verdugo demostraba ser un virtuoso del sadismo. Si tras el tormento, el sospechoso hablaba, los jueces deb�an dictaminar su sentencia de forma definitiva e inapelable. De hecho, bajo tormento, cualquier reo soltaba lo que fuese, incluso repitiendo lo que le soplaban, con tal de que el dolor cesara y le dejaran en paz.
Desde luego, a los distinguidos magistrados del Parlamento de Par�s, no les gust� ni un pelo esta serie de medidas emprendidas por la Corona. El Primer Presidente, en representaci�n de sus colegas, redact� un informe para el Rey donde se quejaba amargamente de que la Corona vulnerara los canales ordinarios de la Justicia, pasando por encima de ellos (y sin contar con ellos, claro!). Luis XIV, desde lo alto de su metro noventa, rechaz� de plano las "quejas" del presidente..... y con raz�n, como veremos m�s adelante, pues finalmente pocos criminales fueron llevados a juicio por la C�mara Ardiente, gracias a los obst�culos puestos por los magistrados. Ya desde 1643, el Parlamento era un hervidero de intrigantes nepotistas que traficaban con influencias e intentaban socavar las prerrogativas de la Corona en beneficio propio, fuese en materia de Justicia como en materia financiera y pol�tica. De hecho, la �nica raz�n de existir del Parlamento estribaba en los poderes judiciales delegados por el mism�simo rey a sus miembros (magistrados), para administrar en su nombre la Justicia y aplicar debidamente los decretos promulgados.
La C�mara Ardiente se puso a trabajar sin demora. Registraron la casa de Madame Bosse, donde encontraron cantidades de ars�nico, cant�ridas, recortes de u�as, polvos de cangrejo y dem�s inmundos potingues supuestamente afrodis�acos. Bosse era v�ctima y centro de la atenci�n de las investigaciones policiales gracias a la locuacidad de Madame Voisin, a la que se�al� como aut�ntica criminal. Ambas comadres fueron careadas: Bosse acus� entonces a La Voisin de haber envenenado a su marido, igual que a los ya difuntos esposos de Mesdames Dreux y Lef�ron.
Estalla el esc�ndalo: Madame Dreux era prima del se�or d'Ormesson, uno de los jueces instructores, mientras que Madame Lef�ron era la viuda de un presidente del Parlamento y que ahora se hallaba casada con su ex-amante. Pero la sensacional noticia no acaba ah�... ; la se�ora Dreux, locamente enamorada del Marqu�s de Richelieu, trat� de envenenar a la marquesa y a las muchas amantes de �ste, para llegar a su f�n.
Ante tama�a declaraci�n, las se�oras Dreux, de Poulaillon y Lef�ron fueron inmediatamente arrestadas y encerradas en Vincennes.

La Aristocracia del Veneno

A medida que los interrogatorios llevados a cabo por La Reynie se hicieron cada vez m�s jugosos, las presas de Vincennes, siempre m�s locuaces, acabaron por destapar la "olla" de lo incre�ble. Hablaron, vaya si hablaron, y no contentas con ello, dieron nombres, pero no nombres banales sino los que ornaban la flor y nata de la alta aristocracia cortesana de Par�s: la condesa du Roure, la vizcondesa de Polignac, la duquesa de Angulema (prima del rey), la duquesa de Vitry, la princesa de Tingry, la condesa de Gramont, el conde de Cessac, el conde de Clermont-Tonnerre... El asunto parec�a una bolsa de pus a punto de reventar; cada vez se hinchaba m�s y amenazaba con estallar en la cara de los jueces. Salt� a la palestra el nombre de Mademoiselle Claude de Vin des Oeillets, la mism�sima camarera de la Marquesa de Montespan que, para colmo, hab�a tenido un "affaire" con el rey y, resultado de ello, pari� una peque�a bastarda en 1676, conocida como Louise de La Maison-Blanche (1676-1718). La lista no parec�a acabar nunca... la mism�sma duquesa de Vivonne, cu�ada de la marquesa de Montespan, fue nombrada y tambi�n dos hermanas que pertenec�an al c�rculo �ntimo del Rey, Ana Mar�a Mancini, duquesa de Bouillon, y Olimpia Mancini, Condesa Viuda de Soissons, sobrinas del difunto Cardenal-Duque de Mazarino. La duquesa de Bouillon era la consorte del jefe de la ilustr�sima Casa de La Tour d'Auvergne, soberana del principado de Sedan, y era la cu�ada del mism�smo mariscal-pr�ncipe de Turenne, el h�roe de la Fronda y hombre de confianza de Luis XIV. En cuanto a la condesa vda. de Soissons, pertenec�a nada m�s y nada menos por matrimonio, a la Casa de Saboya-Borb�n-Cond�, rama colateral de la Familia Real Francesa y rama colateral tambi�n de la Casa Ducal de Saboya-Carignano. El difunto t�o pol�tico de Olimpia Mancini, el Conde de Soissons, hab�a muerto en acto de servicio dejando un bastardo y una hermana que se convirti� en la heredera universal de su casa, casando con un hijo menor del duque de Saboya, el pr�ncipe Francisco Tom�s de Saboya-Carignano, a la saz�n conde consorte de Soissons. El hijo y heredero de ambos se convertir�a en el marido de Olimpia Mancini, y fallecer�a en m�s que extra�as circunstancias y de forma repentina, levantando serias sospechas sobre la naturaleza de su muerte. Es m�s, Olimpia hab�a sido amante del entonces joven Luis XIV, y era famosa por ser una intelectual que reun�a en su casa lo m�s granado y selecto de la alta sociedad francesa en Par�s, casa que el propio monarca frecuentaba con asiduidad. Hab�a hecho mucho por la cultura y por la difusi�n de las refinadas maneras que anunciaban la legendaria cortes�a francesa. Ella misma form� al rey en el gusto por las obras de arte y el refinamiento de los modales.
Pasada la aventura, las relaciones entre Olimpia y Luis XIV se tornaron cari�osas, delicadas, sentando las bases de una gran amistad. De hecho, la condesa de Soissons gozaba de mucha consideraci�n por parte del monarca, aunque menos suerte correr�a uno de sus hijos, el pr�ncipe Eugenio de Saboya-Carignano, un cabeza loca que prefer�a los tugurios parisienses a los dorados salones versallescos. Tampoco pasaba inadvertido su pronunciado gusto por el "vicio italiano" y el travestismo; organizaba con otros gentilhombres calaveras, fiestas lo suficientemente depravadas como para disgustar al rey, donde las org�as con robustos j�venes de su edad estaban al orden del d�a y levantaban no pocos y jocosos comentarios entre los cortesanos.
A pesar de que todos los nombres citados eran de amigos cercanos del rey, �ste orden� firmemente al tribunal que prosiguiera con sus investigaciones. Quer�a llegar al fondo del asunto y el envenenamiento, a�adi�, deb�a atajarse.
Cuando el interrogatorio de La Voisin finaliz�, La Reynie, horrorizado, confes� haber perdido su fe en la naturaleza humana: "Las vidas humanas est�n a la venta y se negocia con ellas a diario como con cualquier art�culo; se tiene al asesinato como �nico remedio cuando una familia atraviesa dificultades; se practican hechos abominables en todas partes: en Par�s, en los suburbios y en provincias."
Todos los que, por los rumores que corr�an cual reguero de p�lvora por Par�s o a trav�s de relaciones con los jueces del tribunal, conocieron lo que hab�a estado pasando, quedaron consternados. Hasta la marquesa de S�vign�, escritora incansable y observadora de todo lo que pasaba en Par�s y en el resto del pa�s, no pudo evitar hacerse eco de lo que se estaba cociendo en la C�mara Ardiente, dej�ndolo patente en su correspondencia con su hija la condesa de Grignan.

Ars�nico y Encajes

Un amigo del Conde de Bussy le escribi�, al enterarse de los casos de envenenamiento que salpicaban a altos personajes de la aristocracia: "A pesar de la vida mundana e insensible que he llevado, no puedo sobreponerme al horror de lo que me cont�is."
La alta sociedad parisiense estaba conmocionada por los rumores, al constatar que el "Caso de la Brinvilliers" no hab�a sido otra cosa que la punta del iceberg.
Entre los otros cr�menes de Madame Voisin, al parecer, figuraban los de haber practicado por lo menos 2.000 abortos y la eliminaci�n de muchas criaturas indeseadas. Se hab�an sacrificado al Diablo ni�os vivos secuestrados en los barrios m�s pobres de la urbe, desapariciones que ya hab�an sido registradas por la polic�a al recibir aluviones de denuncias. Hasta la propia hija de La Voisin hab�a ocultado a su hijo por miedo a que fuera sacrificado en aras de un pacto diab�lico. Si La Voisin mencion� una nutrida lista de nombres importantes, nunca y a�n bajo tortura, cit� el de la Marquesa de Montespan. Esta omisi�n tiene entonces dos explicaciones: o bien la marquesa tan solo particip� a unos cuantos hechizos inofensivos o bien la bruja, aterrorizada por la espantosa muerte reservada a cualquiera que cometiese el menor atentado contra la vida del Rey, no quiso que se viera implicada con persona tan allegada al monarca.
Las tres brujas, La Voisin, Bosse y Vigoureux, fueron sentenciadas a muerte. La �ltima, Vigoureux, falleci� bajo tortura, mientras que las dos otras, tras sobrevivir a los tremendos tormentos, fueron quemadas vivas. Madame de Poulaillon, Madame Dreux y Madame Lef�ron, salvaron el pellejo: fueron encerradas de por vida en tres conventos distintos de B�lgica, para expiar sus cr�menes. El tribunal de la C�mara Ardiente se hab�a mostrado tan pusil�nime cuando se trat� de amigas y parientes, como lo hubiera sido el Parlamento en similares circunstancias. No hay duda que el se�or d'Ormesson, olvid�ndose de la justicia ciega y ecu�nime, distingui� a sus parientes y amigas de las tres brujas a la hora de dar su veredicto.
La Reynie llevaba haciendo investigaciones cosa de un a�o ya cuando, en 1680, en los c�rculos de la corte estall� la verdadera bomba y corri� la incre�ble noticia de que se hab�an dictado �rdenes de arresto contra la Condesa de Soissons por el asesinato de su difunto marido, muerto en 1673; contra la duquesa de Bouillon por envenenar a un lacayo que sab�a de sus amores y por intento de envenenamiento de su marido el duque; contra la marquesa d'Alluye por envenenar a su suegro; contra la princesa de Tingry, dama de la reina Maria-Teresa de Austria, de qui�n se dec�a que hab�a envenenado a su propio hijo reci�n nacido; contra el poderoso y popular duque de Luxemburgo-Piney, mariscal de Francia, y contra otras varias personas m�s de la misma clase social.
Cuando la polic�a fue a por la Condesa de Soissons, no la hallaron en ninguna parte; se hab�a esfumado de su domicilio del Marais (barrio aristocr�tico de Par�s). El mism�simo Luis XIV, contra su propia opini�n de acabar con las envenenadoras fuesen quienes fuesen, hab�a enviado un recado a la condesa dici�ndole que pod�a optar por ir a la Bastilla y ser procesada, o desterrarse permanentemente del reino. La condesa huy� llevandose cuanto pudo en joyas y dinero, recalando en Bruselas, bajo protecci�n espa�ola, llevando consigo a su amiga �ntima la marquesa d'Alluye. Una vez a salvo en suelo espa�ol, la condesa se puso a negociar con el Rey las condiciones de su rendici�n. Su principal condici�n era que no fuera encarcelada en la Bastilla mientras se abriera e instruyera su juicio, sino que se efectuara el proceso judicial de forma inmediata. Luis XIV le replic� que tendr�a que ir a la c�rcel como todas las dem�s y que no pod�a garantizarle ninguna rapidez en la instrucci�n de su juicio. Las negociaciones se rompieron y la condesa de Soissons nunca volvi� a pisar suelo franc�s, por lo que no cabe duda alguna de que era tan culpable como se sospechaba.
El Rey dijo entonces a su prima la condesa viuda de Soissons, suegra de Olimpia, que por haberle permitido escapar de la Justicia tendr�a que rendir cuentas a Dios y a su pueblo... Un lamento que bien parece tard�o.
Otros dos implicados de la lista de La Reynie, el conde de Cessac y la vizcondesa de Polignac, lograron escurrir el bulto y escaparse al extranjero; los dem�s fueron detenidos a tiempo y encarcelados en la Bastilla.

La Flor y Nata de la Aristocracia en el banquillo

La Condesa de Soissons, Olimpia Mancini, refugiada en Bruselas y gozando de la protecci�n espa�ola (sin duda porque supo h�bilmente seducir al gobernador), no volvi� a pisar suelo franc�s. Es m�s, viaj� a Inglaterra y a Espa�a de donde fue expulsada al ser acusada (sin pruebas) de haber envenenado a la reina Maria-Luisa de Orl�ans, consorte del rey Carlos II... Definitivamente retirada en Bruselas, morir�a all� sola y olvidada. En cuanto a su amiga y comparsa, la marquesa d'Alluye, despu�s de expiar sus cr�menes en el exilio, conseguir�a obtener su rehabilitaci�n, mientras el conde de Cessac y la vizcondesa de Polignac prosegu�an con sus peregrinajes por el extranjero, intentando hacerse olvidar.
Mientras, en Par�s, los juicios contra los "importantes" hac�an las delicias de la opini�n p�blica y despertaban gran inter�s...
La duquesa de Bouillon comparec�a en la sala del tribunal con sus mejores galas, encantadora, optimista, sonriente, rodeada de admiradores, con su marido a un lado y con su amante al otro, el duque de Vend�me (primo del rey), a causa del cual se alegaba que la duquesa hab�a intentado asesinar al primero. Para colmo, el duque de Bouillon idolatraba a su esposa a pesar de que sus hermanos le instaran en reiteradas ocasiones que la mandara encerrar, por los esc�ndalos que daba con sus m�ltiples aventuras amorosas. El duque, desoyendo los ruegos de su familia, siempre respond�a que mientras no le faltase su parte, su mujer era libre de hacer lo que quisiera.
Al ser interrogada la duquesa de Bouillon por los jueces, �sta admiti� haber visitado reiteradas veces a Madame Monvoisin "La Voisin" (en realidad se llamaba Catherine Deshayes y se hab�a desposado con un tal se�or Monvoisin), del brazo del duque de Vend�me "para ver las Sibilas"... Cuando uno de los jueces insinu� que hab�a intentado envenenar a su marido, ella solt� con mofa: "pregunt�dselo a �l!"
La Reynie inquiri� entonces a la duquesa si hab�a visto al Diablo y, si lo hab�a visto, c�mo era, replic�ndole ella: "Peque�o, negro y feo, exactamente como vos!" ; y se desencadenaron las carcajadas entre la asistencia. Haciendo gala de su ingenio y natural gracia, la duquesa se pas� el resto del juicio exasperando a sus jueces con sus ocurrencias, recibiendo los aplausos de una asistencia presta a re�rle todas sus gracias. Como no se pudo probar nada, fue finalmente absuelta y puesta en libertad.
Con aire ufano y triunfador, se le ocurri� entonces publicar sus ingeniosas ocurrencias dando a entender que hab�a derrotado a los jueces y ah� cometi� un grave error. El rey, que no estaba dispuesto a tolerar esta clase de dislates, la desterr� por rebeld�a. El "esprit d'escalier" de la duquesa le cost� varios a�os de mortal hast�o en provincias, lejos del mundanal ruido.
M�s largo fue el juicio del duque de Luxemburgo-Piney, mariscal de Francia: dur� 14 meses!!! Fue acusado, no de envenenar, pero s� de emplear hechizos para librarse del administrador de una rica viuda con la que planeaba casarse; de causar la muerte de su propia mujer; de hacer que su cu�ada, la princesa de Tingry, se enamorase de �l y le proporcionase victorias en el campo de batalla. Aunque no fue un testigo astuto y habl� m�s de la cuenta, fue exculpado de todos los cargos y desterrado a sus dominios durante una semana... En compensaci�n, mandaron a su secretario a galeras! Cuando el duque volvi� a la corte, Luis XIV le recibi� sin mencionar una sola vez el juicio, le concedi� importantes mandos y �ste obtuvo a su vez grandes triunfos en los campos de batalla.

Rid�culo...

Las otras personalidades implicadas fueron igualmente absueltas. Todos dijeron con entera franqueza que hab�an sido clientes de Madame "La Voisin", pero en cambio no hab�a pruebas de que ninguno de ellos fuera envenenador; la siniestra cuadrilla de Vincennes se revel� poco digna de confianza como testigo... Todo el mundo, en general, opin� que la impopular C�mara Ardiente se hab�a cubierto de rid�culo.

Sodom�a, ars�nico y filtros de amor

Por Par�s corri� el rumor de que el rey quer�a hacer una limpieza general de costumbres y poner fin a la sodom�a, vicio que se sab�a le era aborrecible y que se castigaba con la hoguera. En repetidas ocasiones, durante su reinado, estuvo a punto de tomar medidas en�rgicas contra �l pero, al parecer, sus consejeros le indicaron que ser�a dif�cil hacerlo, ya que en este asunto en particular todos los caminos llevaban a Monsieur, duque de Orl�ans y hermano menor de Su Majestad.
Desde luego, el hombrecito, dividi�ndose entre el servicio militar y el hampa parisina, con sus coloretes y perfumes, con sus broches de diamantes que regalaba a los muchachos, proporcionaba magn�fica protecci�n a sus cong�neres.
Ciertamente cundi� un malestar general y muchas personas, no s�lo los pervertidos, durmieron mal durante ese periodo. Del gran Jean Racine mismo se lleg� a sospechar, �l, el gran dramaturgo de la corte autor de memorables tragedias. Hab�a sido incluso cliente de La Voisin y su amante hab�a muerto de repente (puede que por culpa de un aborto?). Se dict� una orden de arresto contra �l, pero nunca tuvo lugar su ejecuci�n.
S�bitamente toda la investigaci�n se vino abajo. La raz�n era que todos los criminales encerrados en Vincennes empezaron a nombrar a la marquesa de Montespan. Desde la muerte en la hoguera de La Voisin y de sus compinches, se hab�an arrestado alrededor de 150 adivinas, secuestradores de ni�os, alquimistas, falsificadores, sacerdotes privados de su ministerio, practicantes de abortos, traficantes de venenos y "filtros de amor", y otras siniestras criaturas de los bajos fondos de Par�s. Entre ellos figuraba un tal Lesage, que se hab�a librado de las galeras gracias a la mediaci�n de uno de los poderosos "clientes" de La Voisin. En contra de la opini�n de La Reynie, el ministro Louvois ofreci� a Lesage la libertad si hablaba, y vaya si habl�!!! Fue la primera persona en nombrar a la marquesa de Montespan, afirmando que La Voisin le hab�a proporcionado con cierta regularidad unos "polvos" que le hab�a encargado. Otro testigo, una tal Madame Filastre, admiti� bajo tortura, que la favorita real sol�a adquirir filtros de amor y otras mixturas del estilo pero, terminada la tortura, �sta se retract�.
A ra�z de aquello, como si de un t�cito acuerdo entre presos se tratara, todos empezaron a denunciar a la marquesa de Montespan como principal cliente de brujas y adivinas. Afirmaron con muchos detalles que La Voisin hab�a acudido reiteradas veces al castillo de Clagny (residencia de la marquesa) y a Versalles, para entretenerse con Madame de Montespan. Se afirmaba que ambas hab�an participado en toda clase de conspiraciones y siniestras ceremonias: la marquesa hab�a estado suministrando al rey filtros de amor para retenerle en sus redes y participado en una misa negra para obtener el apoyo y la ayuda del Diablo. La Voisin propuso celebrar dos m�s para asegurarse as� del �xito, y por lo visto, la marquesa rehus� al carecer de tiempo... As� pues se celebraron otras misas negras y se sacrificaron ni�os en su nombre, aunque fuera en su ausencia.
Las acusaciones se hicieron cada vez m�s espeluznantes: La Voisin iba a poner en manos del Rey una solicitud extendida en papel saturado de veneno, el mismo d�a que la arrestaron, y hab�a dado a la duquesa de Fontanges, rival de la marquesa, un par de guantes igualmente impregnados de veneno...
Profundamente turbado, La Reynie sinti� la obligaci�n de informar al Rey. Se produjo entonces una crisis de gobierno: Luis XIV convoc� a sus ministros en consejo extraordinario, cuyas sesiones duraron d�as y d�as, deliberando acerca de las medidas que hab�a que tomar al respecto. El caso era muy grave porque ata��a directamente a la mism�sima persona del monarca y a su amante oficial; si se llegaban a difundir las acusaciones y todas esas historias, la cosa podr�a agravarse a�n m�s.

El "Carpetazo Real"

Cuando La Reynie inform� de que los acusados se�alaban a la marquesa de Montespan como la principal cliente de La Voisin, el Rey reuni� urgentemente su consejo de ministros para debatir si era necesario actuar en consecuencia. Durante d�as debatieron los ministros en presencia de Su Cristian�sima Majestad, y en el mayor de los secretos. Si para Luis XIV la marquesa de Montespan empezaba a ser un engorro como favorita y amante, se ten�a en cuenta que era la madre de 8 de sus hijos, que a�n exist�a una relaci�n afectuosa y que viv�a en palacio. Era como una segunda esposa para �l. Por tanto, Luis XIV no conceb�a llevarla ante los tribunales para cerciorarse de la aut�ntica relaci�n "comercial" de �sta con la difunta La Voisin, y eso a pesar de que se sosten�a la m�s que probable posibilidad de que le estuviera administrando esos "filtros de amor" para retenerle en sus redes. Bien pudiera ser que el Rey sufriera de extra�as migra�as a consecuencia de esos brebajes que le suministraba la marquesa...
Si llevaba a la favorita ante los tribunales, por muy inocente que resultara, quedar�a para siempre se�alada como posible "envenenadora" y practicante de la horrible magia negra que exig�a sacrificios humanos. Tampoco resultaba agradable pensar en las posibles bromas que circular�an por Par�s y el resto de Europa si la historia de los "filtros de amor" se divulgaba.
As� pues, con la aprobaci�n de sus ministros, el Rey concluy� que hab�a que dar carpetazo al asunto y quemar los archivos.
La Reynie fue el �nico en pronunciarse contra esa decisi�n, bas�ndose en que hab�a que poner fin a los envenenamientos en Francia y tambi�n que maniatar al tribunal, llegados a este punto, era injusto. "Un castigo diferente por los mismos cr�menes empa�ar�a la gloria del rey y deshonrar�a su justicia."
Aleg�, adem�s, que la quema de los archivos conteniendo las declaraciones, se perder�an exculpando a ciertos prisioneros. El rey manifest� que los juicios pod�an continuar mientras toda prueba relacionada con la marquesa de Montespan fuera suprimida. Pero como los archivos estaban llenos de esas pruebas, esto hubiera sido una simulaci�n de justicia. Entonces La Reynie dijo que solo hab�a una cosa que pudiera hacerse en vista de las circunstancias: obtener contra todos los prisioneros una "Lettre de cachet" (carta sellada por el rey en la que se ordenaba prisi�n sin juicio de la persona nombrada en ella). Esto significaba que 147 personas que en su mayor�a hab�an cometido , al parecer, abominables cr�menes y que, de ser halladas culpables, habr�an sido torturadas y quemadas vivas, escapar�an a todo castigo, excepto la c�rcel; pero tambi�n que los pocos que pudieran ser inocentes, no podr�an probarlo y consumir�an el resto de sus vidas en prisi�n. Guibourg, el cura privado de su ministerio que pretend�a haber dicho misas negras por cuenta de la marquesa de Montespan y que quiz� la ayudara en sus sacr�legos rezos; Trianon, envenenador abominable; Chapelin, que ense�� a Filastre el espantoso arte del aborto; todos se beneficiar�an de este sorprendente golpe de suerte. Si La Voisin, Bosse y Vigoureux no hubieran estado ya muertas, tambi�n se habr�an librado. Sin embargo, no parec�a haber otra soluci�n al dilema.
La C�mara Ardiente cerr� sus puertas en 1682, con un balance total de 36 personas torturadas y quemadas vivas; 4 enviadas a galeras; 36 desterradas y multadas (en su mayor�a gente de alcurnia, claro) y 36 absueltas. Las afortunadas 81 personas que se beneficiaban de las cartas selladas, pasaron el resto de sus vidas encerradas e incomunicadas en los varios calabozos de las prisiones francesas. Si hablaban era azotadas. Treinta y siete a�os m�s tarde a�n viv�an algunas de estas personas.

Consecuencias funestas

El asunto de los venenos tuvo varias repercusiones, la m�s seria de las cuales fue que el rey, furioso con la Condesa de Soissons, refugiada en Bruselas, se neg� a admitir al pr�ncipe Eugenio de Saboya-Carignano en el ej�rcito franc�s. Estimaba necesario prescindir de un muchacho que le miraba como un gallito insolente, y que arrastraba la fama de sodomita de sus calaveradas en los tugurios parisinos; en cualquier caso, su mala reputaci�n estaba indudablemente justificada. De haberse quedado la condesa de Soissons en la corte, a Luis XIV le habr�a resultado dif�cil rechazar a su hijo para cualquier empleo militar, teniendo en cuenta la gran amistad que les hab�a unido durante tantos a�os. Al arrojar al principe Eugenio en brazos del emperador Leopoldo I de Austria, Luis XIV cometi� uno de sus mayores errores. El prestigio de su ministro Colbert sufri� a causa del asunto, ya que toda la gente encumbrada, inclu�da Madame de Montespan, eran amigos suyos. Colbert muri� en 1683, desenga�ado, agotado y triste.
A pesar de todas las precauciones tomadas para evitar la publicidad, el esc�ndalo entero acab� por trascender a todo el reino, hasta tal punto que la gente se volvi� m�s suspicaz que nunca sobre los envenenamientos y les atribuy� toda muerte misteriosa. La paranoia triunf�.
Sin embargo, se lleg� a un resultado positivo: se regul� de manera muy estricta la venta de venenos en toda Francia con el Real Decreto del 31 de agosto de 1682. Los laboratorios privados fueron prohibidos terminantemente, del mismo modo en que se penalizaban las artes ocultas y las pr�cticas supersticiosas.

Ep�logo

�Era pues culpable la Marquesa de Montespan? George Mongr�dien, cuyo libro sobre el asunto es con mucho el mejor, cree era inocente de los cargos criminales, o sea del intento de envenenar al rey y a la duquesa de Fontanges, y de consentir al sacrificio de ni�os en las misas negras. La Reynie, en conjunto, parece que fue de esta opini�n; el rey y la marquesa de Maintenon, que la conoc�an a fondo, ciertamente lo fueron. Sus testigos de cargo fueron hombres y mujeres de la peor cala�a; mientras estuvieron encerrados en la prisi�n de Vincennes, se cometi� la imprudencia de tenerlos hacinados, y lo m�s probable es que se conjurasen para acusarla, con la idea de que, si se cre�a que ella estaba envuelta en el asunto, nunca ser�an ellos llevados a juicio; y en efecto, as� fue.
Mongr�dien se�ala tambi�n que a Madame de Montespan nunca se le di� la oportunidad de defenderse. Pero no hay duda de que jug� con fuego. Todos los envenenadores y curas privados de su ministerio que m�s vociferaban al acusarla, dijeron que hab�an estado en tratos con su camarera, Mademoiselle des Oeillets. Interrogada por La Reynie, Mademoiselle des Oeillets neg� tajantemente haber visto a ninguno de ellos y pidi� un careo. Sin embargo, cuando La Reynie la llev� a Vincennes para el careo, todos, del modo m�s desconcertante, la reconocieron y dijeron su nombre. Cay� entonces sobre ella la sombra de la sospecha, aunque sin consecuencias. La bella Ath�na�s ciertamente hab�a intentado hechizos, con los excelentes resultados que se hab�an notado; y el rey todav�a recordaba aquellas horribles jaquecas que hab�a sufrido en la �poca que ella le hab�a estado administrando los polvos proporcionados por Galet.
Si eso era bastante negativo para la marquesa, no era, obviamente, un cr�men. Por fortuna para ella, el rey siempre estaba dispuesto a perdonar a las mujeres, porque las consideraba seres inferiores tan encantadores como irresponsables. La Marquesa de Montespan no era solo la madre de sus hijos sino uno de los mejores ornamentos de su corte. Deslumbraba a los embajadores. Cuando no le exasperaba, le divert�a de maravilla. Quem� todos los papeles relativos al asunto, sin darse cuenta de que las anotaciones de La Reynie se guardaban en los archivos de la Polic�a (hoy se conservan en la Biblioteca Nacional de Francia) y lo arrincon� todo. Tal vez creyera que, si Ath�na�s hubiese sido envenenadora, por lo menos una de sus rivales habr�a muerto o enfermado de modo misterioso, y que habr�a envenenado har�a mucho tiempo a la Marquesa de Maintenon, a quien aborrec�a en el fondo de su alma por arrebatarle al rey.
La prueba de que el rey cre�a en su inocencia fue que la conserv� en Versalles durante 10 a�os m�s, aunque la mand� del primer piso al de abajo (una alegor�a de su descenso a los "infiernos"). Nada pod�a haber sido m�s f�cil para �l que enviarla a un convento, destino habitual de las favoritas depuestas. Los historiadores que atribuyen el fin de la mutua aventura amorosa al papel que a ella se le atribuy� en el caso de los envenenamientos, no han examinado las pruebas; el rey se hab�a distanciado por completo de ella despu�s del nacimiento del Conde de Toulouse, casi un a�o antes del arresto de La Voisin. Voltaire, con su gran conocimiento de la naturaleza humana, resumi� la cuesti�n en pocas palabras: "El Rey se hab�a reprochado su uni�n con una mujer casada, y cuando dej� de estar enamorado, su conciencia se lo hizo sentir m�s agudamente."
En cuanto a la pobrecilla duquesa de Fontanges... Ath�na�s ten�a raz�n al creerla demasiado est�pida para retener a un hombre a quien s�lo gustaban las personas inteligentes e ingeniosas, una vez su deseo f�sico se hab�a extinguido. Esto ocurri� antes de lo que pod�a esperarse al perder ella la salud. Al a�o de iniciarse el idilio, tuvo un ni�o que muri�. Los m�dicos se hicieron un l�o con ella; nunca dej� de perder sangre, se torn� achacosa y no hac�a m�s que llorar y quejarse. El rey, que no pod�a sufrir a los enfermos, la mand� a un convento del cual era abadesa la hermana de la duquesita. No se llev� nada excepto una pieza de encaje veneciano, en recuerdo de sus pocos meses de gloria. El rey la visitaba cuando sal�a de caza por los alrededores; y cuando vi� lo que hab�a hecho, se dign� llorar. Al poco, muri� ella en marzo de 1681, diciendo que abandonaba feliz este valle de l�grimas por haber visto al rey llorar arrepentido. Ten�a 20 a�os.
Tal vez los rumores de envenenamientos llegaron hasta el convento, pues su hermana la abadesa, mand� exhumar su cad�ver para practicarle una autopsia en presencia de 7 m�dicos: ten�a el h�gado enfermo y los pulmones en muy mal estado, pero los intestinos, el est�mago y la matriz estaban perfectamente sanos. Los galenos dictaminaron que hab�a fallecido de neumon�a originada por la cuantiosa p�rdida de sangre.

NOTAS

Enriqueta Ana de Inglaterra, Duquesa de Orl�ans (1644-1670). La cu�ada del rey Luis XIV, falleci� en extra�as circunstancias en 1670, despu�s de beber una jarra de agua con chic�rea tras ba�arse en el Sena con sus damas. Falt� tiempo para que los rumores de su envenenamiento corrieran por las calles de la capital...

Nicolas Gabriel de La Reynie (1625-1709), Jefe y Teniente de Polic�a de Par�s. Durante sus 30 a�os en el cargo, supo sanear una capital en la cual el crimen y el vicio reinaban a sus anchas. Fue �l quien abri� la caja de Pandora al investigar los casos de envenenamiento cada vez m�s frecuentes...

Maria-Magdalena d'Aubray, Marquesa de Brinvilliers (1630-1676). Fue la primera v�ctima de las investigaciones de la Justicia en el asunto de los venenos.

Louis Le Tonnelier, Bar�n de Breteuil (1648-1728), fue uno de los jueces auxiliares del tribunal especial formado para investigar el asunto de los venenos, junto con el se�or d'Ormesson. A ra�z de sus brillantes servicios a la Corona, Luis XIV le nombrar�a Controlador General de las Finanzas del Reino, un cargo muy lucrativo y de mucho peso...

Fran�oise Ath�na�s de Rochechouart de Mortemart, "Mademoiselle de Tonnay-Charente", Marquesa de Montespan (1641-1707). Hija de Gabriel de Rochechouart, 1er duque de Mortemart, y hermana del duque de Vivonne, pertenec�a a uno de los m�s antiguos linajes galos. Casada con el marqu�s de Montespan, heredero de la ilustre Casa de Antin y pariente del mariscal-duque de Albret, la marquesa fue admitida como dama de honor de la reina Maria-Teresa de Austria y, poco despu�s, en la cama de Luis XIV como sucesora en la sombra de la duquesa de La Valli�re, entonces favorita oficial del Rey. Pero, aparte de su temible ascensi�n en la corte de Versalles, la marquesa se vi� envuelta en el asunto de los venenos...

Pr�ncipe Mauricio Eugenio de Saboya-Carignano, Conde de Soissons (1633-1673). Hijo del pr�ncipe Francisco Tom�s de Saboya-Carignano y de la princesa Margarita de Borb�n-Soissons, Condesa de Soissons, fue tempranamente destinado a la carrera clerical pero, por decisi�n suya opta por abrazar la militar. Casado en 1657 con Olimpia Mancini, sobrina del cardenal Mazarino, el conde recibir�a el grado de coronel-general de los Suizos y el gobierno militar de Champa�a. Distingui�ndose en la batalla de las Dunas (1658), donde consigue derrotar a la infanter�a espa�ola, sobresale por su intr�pida valent�a y determinaci�n durante la campa�a de Flandes y en el Franco-Condado, al lado del rey Luis XIV. Sus gloriosos hechos de armas le valdr�n su promoci�n como teniente general en 1672. Tras participar en el pasaje del Rhin, se dispon�a a reunirse con el ej�rcito de Turenne cuando muere repentinamente en su cuartel general de Champa�a en 1673. Los galenos, al examinar su cad�ver, determinaron un posible envenenamiento sin que se aclararan las circunstancias... De Olimpia Mancini hab�a tenido 8 hijos, uno de ellos siendo el c�lebre pr�ncipe Eugenio de Saboya-Carignano, el general tr�nsfuga que pasar�a al servicio de Austria.

Fran�ois Henri de Montmorency-Bouteville, Duque de Luxemburgo y de Piney, Conde de Bouteville, Mariscal de Francia (1625-1695); su padre, c�lebre duelista, fue ajusticiado por el cardenal de Richelieu por haber desafiado la prohibici�n de batirse en duelo, bati�ndose con el conde des Chapelles en plena calle y en hora punta. Pertenec�a a una de las m�s antiguas y reverenciadas familias de la aristocracia francesa, muy ligada a los reyes desde la Edad Media. Gran general y siempre victorioso en la guerra, era apodado "el tapicero de Notre-Dame" tal era la cantidad de estandartes arrancados al enemigo en el curso de sus batallas, y que ofrec�a siempre a la catedral de Par�s...

Marie Ang�lique de Scorailles de Roussilles, Duquesa de Fontanges (1661-1681). Nacida en el castillo de Cropi�res, cerca de Raulhac en Auvernia, era hija del conde de Roussilles, teniente del rey para la provincia, y pertenec�a a una de las m�s eminentes familias de la regi�n. Su primo el bar�n de Peyre, teniente general del Languedoc, repar� en la extraordinaria belleza de la muchacha y la introdujo en la corte de Versailles el 17 de octubre de 1678, siendo admitida como dama de honor de la princesa Palatina, cu�ada del rey y esposa del duque de Orl�ans. Luis XIV se enamor� de ella al poco de aparecer en la corte, manteniendo en secreto su amor hasta abril de 1679, provocando la ira de la marquesa de Montespan. A pesar de la "guerra de favoritas", Luis XIV la mostr� p�blicamente como su nueva amante; el mismo a�o daba a luz un ni�o sietemesino que muri� poco despu�s. En abril de 1680 era obsequiada con el t�tulo de duquesa de Fontanges con 80.000 Libras de pensi�n anual. Mal repuesta de su embarazo, su salud se fue deteriorando paulatinamente con hemorragias cada vez m�s frecuentes, declar�ndose un mal pulmonar que degenerar�a en pleures�a galopante, escupiendo sangre y pus. Mor�a la noche del 27 al 28 de junio de 1681 a la edad de 20 a�os... Extra�os rumores de envenenamiento empezaron entonces a correr, acusando a la marquesa de Montespan, su gran rival y enemiga.

Jean Racine (1639-1699), este dramaturgo fue el autor de las m�s admiradas tragedias teatrales de la corte de Versailles, pero sus "conexiones" sospechosas con La Voisin levantaron rumores que hicieron peligrar su exitosa carrera...

Luis XIV, Rey de Francia y de Navarra (1638-1715); el monarca se vi� salpicado por el asunto de los venenos hasta tal punto que, como v�ctima, sopes� las consecuencias negativas para su prestigio y decidi� tapar el esc�ndalo que amenazaba con cubrirle de rid�culo...

El Pr�ncipe Eugenio de Saboya-Carignano (1663-1736); el hijo de Olimpia Mancini, Condesa de Soissons, pag� las consecuencias derivadas de la hu�da de �sta al verse acusada de la muerte de su esposo. Tachado de insolente y sodomita, Luis XIV le neg� la posibilidad de hacer carrera en el ej�rcito, conden�ndole al m�s absoluto ostracismo...
Fran�oise Ath�na�s de Rochechouart de Mortemart, Marquesa de Montespan, 1641-1707
Luis XIV, Rey de Francia y de Navarra , 1638-1715
Eugenio, Pr�ncipe de Saboya-Carignano, 1663-1736
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