Primera Encíclica

El Seminario de los Frailes

CARLOS VILLARREAL LUJAN, FLAVIO COCHO GIL, GERMINAL COCHO GIL

JOSE LUIS GUTIERREZ y RICARDO MANSILLA

(Última de Siete Partes)

1 de noviembre de 1999, Excélsior

 

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EIS artículos llevamos señalando las lesiones que casi se les puede llamar ontológicas de la civilización actual, insistiendo en que hay no sólo que pensar en una mejor civilización, haciendo ver que esa tarea pasa por un cambio cualitativo radical de todo lo que llamamos cultura y, ello, involucra a la universidad; no a una en particular, a todas.

 

Fuimos a dar en el artículo anterior a la perentoria necesidad de una Revolución Cultural, que, otra vez, a la universidad nos conduce. Inútil, pues, repetir todas la reflexiones vertidas con anterioridad, sobre las que además hay que reflexionar en profundidad, no sólo en el Seminario de los Frailes, sino todos; conviene mejor señalar “lo que se nos ha quedado en el tintero por no haber sido mencionado antes, con referencia explícita al universo universitario”. Sin embargo, a pesar de que este artículo va a ser un añadido a lo ya dicho, lo llamamos “Primera Encíclica” porque ese añadido implica nuevos desafíos culturales y tareas que no podemos soslayar, que ya hay que emprender, en el cambio universitario que contribuye a una mejor civilización. Empecemos.

 

C. H. Waddington señalaba[1] la obsolescencia de la información cultural en virtud de los continuos aportes que aparecen. En la ciencia y en la técnica contemporáneas este proceso es particularmente rápido: “Lo que sabíamos ayer es atrasado hoy”, lo que se vuelve un problema crítico en la licenciaturas de Enseñanza Superior, con planes de estudio anquilosados, y, desde luego, en posgrado. Pero también la obsolescencia acontece en las humanidades y ciencias sociales, cuyos estudios se centran en el ser humano, en las sociedades y en todo lo que esto implica, cuyos puntos de vista, opiniones y conceptos envejecen sin que ello implique cambios en los esclerotizados planes y programas de estudio. Afecta lo anterior a la capacidad del aprendizaje multidisciplinario tan necesario en un mundo tan complejo como el actual y, desde luego, a los métodos de enseñanza y aprendizaje que, en bastante, parecen mezclados en las concepciones pedagógicas del siglo XIX.

 

¿Cómo, entonces, pretender una Revolución Cultural que contribuya a acercarnos a una nueva civilización?, ¿Qué soluciones puede haber a las problemáticas específicas anteriores?

 

Algunas tentativas –claro, a profundizar en ellas- pueden ser las siguientes:

 

I.        En la enseñanza insistir más que en el volumen de conocimientos, en los principios generales que se vuelven anticuados mucho más lentamente: “embotellar menos catálogos de hechos y asimilar mucho las bases conceptuales de las diferentes disciplinas culturales”. Lo que, además, facilita la enseñanza multidisciplinaria.

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II.      Emplear métodos de enseñanza –toda una tarea abierta a la investigación- que capaciten en la búsqueda rápida y en una zona amplia de la información fáctica actualizada y útil para la propia disciplina, lo que, obviamente, es complementario a lo dicho en el inciso anterior (I): “Es saber buscar sin perdida de tiempo en otras regiones de la cultura lo que puede ser provechoso para lo que hacemos”.

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III.   No tendría sustento alguno lo anterior, si la información cultural no se mostrara de “manera inteligente”. Con esto queremos decir lo siguiente: los avances culturales en cualquier disciplina deben ser simultáneamente clasificados en diversas categorías, cada una de ellas en el, lenguaje comprensible para otras disciplinas, porque así les pueden ser útiles o sugerir nuevas ideas. Hoy no es el caso, pues cada disciplina “cifra” sus aportes en su propio lenguaje especialístico y de “iniciados”... con lo que, en mucho, las diversas regiones culturales viven en autarquía, la diáspora. Aquí hay una inmensa labor de investigación aún por hacer.

 

No es con el criterio productivista de valorar la cultura exclusivamente por el número de artículos publicados en lengua imperial en la unidad de tiempo por un “experto” y que únicamente entienden colegas de la disciplina sometidos al mismo proceso que se fomenta lo anterior.

 

IV.   No va lo anterior sin un complemento en el que hemos abundado en los artículos anteriores, pero en lo que hay que volver a insistir: lo que tienen en común las más diversas disciplinas culturales cuando interrogan a la realidad para adquirir conocimiento es que lo efectúa el cerebro humano, del que conocemos algunos de sus procesos cognoscitivos superiores (intuición con base en la analogía, razonamientos heurísticos, método indiciario, formalismo lógico, etc.) quedándonos bastante por aprender, y aprehender, sólo fuera porque, primero hay un divorcio institucional entre la investigación en las llamadas ciencias exactas (“duras”) y naturales (“semiduras”) y las ciencias sociales y humanidades (ignorancia mutua respecto a los procesos de razonamiento) y, segundo, porque la orgullosa “civilización occidental” desconoce abismalmente los procesos de razonamiento de culturas orientales y diversas (que, por ejemplo, postulan como un hecho positivo la existencia de contradicciones). Una moraleja de lo anterior es que poco sabemos aún sobre los procesos cognoscitivos del cerebro humano, pero ese poco que sabemos deberá ser parte obligatoria de la transmisión de la cultura, incluso desde la escuela de párvulos. Los niños nacen con mil capacidades de aprender, pero son nuestros sistemas escolásticos, que obedeciendo a mil intereses creados, los que van anulando esas capacidades. Lo mostró incluso hasta la escuela estructuralista de Piaget[2]. Digámoslo así. “Aprender a aprehender la realidad, crítica y multifacéticamente, puede ser un nexo de unión entre las más dispares disciplinas culturales”. ¡Toda una tarea a realizar!

 

Todo lo anterior es absolutamente incompatible con la filosofía existencial de la civilización capitalista y, en particular, con su avatar neoliberal. ¿Por qué? Pues porque cuando se profesa el credo de “el ser humano es el camino que siguen las mercancías para fabricar más mercancías”, y esto se vuelve catequesis académica      -¡”Academia para el desarrollo”!-, todo lo anterior no sólo sale sobrando sino que, además, es nocivo, pues de imprimir se trata en las nuevas generaciones instructivos que forman cuadros aptos para la producción, que eso de enseñar a pensar es una extravagancia, dañina.

 

En el contexto de lo que ya llevamos dicho, el Seminario de los Frailes aún tiene algo que añadir a su “Primera Encíclica”:

 

En el mundo de hoy se supone que vivimos en la “aldea global”, pues dicen que todos nos comunicamos en todos los rincones del planeta. En realidad no es así. Primero, porque hay amplias regiones en el mundo –en África, Asia e incluso América Latina- que por su miseria y postración social están virtualmente desconectadas del resto del planeta. “¡Tú, mixe de Oaxaca; tú, negro de Burundi; tú, cingalés de Sri Lanka; tú, lapón de los hielos; tú, negro marginado de los detritus de Brooklyn; tú, paria de la tierra por cientos de millones!”, ¿en el último modelo de tu TV Sony qué programas eliges?, ¿y en Internet con tu computadora Pentium qué información escoges?

 

Segundo, porque el resto de las partes del planeta –mundo industrializado y una parte del eufemísticamente llamado “mundo en vías de desarrollo”- viven su conexión informática y comunicacional, participando sólo de “realidades virtuales” fabricadas por los grandes y concentrados medios de comunicación a intensidad del capital de la civilización actual. Esto es como en la película Matrix. Y, a imagen y semejanza de lo anterior, han estructurado los intereses dominantes las organizaciones sociales: como un árbol invertido en donde el tronco está en lo alto y las ramas secundarias abajo, las terciarias en la tierra, en forma piramidal a partir de cuyo vértice en lo alto se desprenden en jerarquías descendentes decisiones y ordenanzas. “¡Soy la ley, lo institucional, haz esto y lo otro!” Claro, se permiten ciertas conexiones horizontales en iguales niveles sociales para dar cohesión a la pirámide.

 

Y si eso eventualmente falla –las estructuras piramidales cuanto más crecen más inestable son[3]- viene la represión. Un ejemplo histórico paradigmático es la Iglesia del medievo europeo, su estructura piramidal desde el Papa y obispos descendía hasta los clérigos más humildes complementándose en la base con la conexión horizontal entre agrupaciones conventuales. Y si aún así había disturbios, penaban “los herejes”, lo que desembocó en la Inquisición[4]. En lo general el caso de las universidades, y no sólo una en particular, es el anterior por doquier en nuestro planeta, “característica de estructura” de la civilización actual. No es así, sin embargo, como está estructurado y funciona el sistema vivo más sofisticado y eficiente que conocemos, el cerebro humano. Grosso modo es una “red deslocalizada de nodos” (neuronas) que están múltiplemente interconectadas entre sí “caóticamente”, lo que permite, por diversas vías, hacer asociaciones de todos tipos[5],[6].

 

Finalmente por ello pensamos y, en este sentido, es la estructura más eficiente que existe. A imagen y semejanza de lo anterior debería estructurarse la sociedad, “la unidad en la diversidad”, y regiones locales autónomas, pero múltiplemente conectadas entre sí coincidiendo en lo global en un objetivo común, crear una mejor civilización. Esto es ante todo recomendable en las universidades públicas, tanto más que por doquier en el planeta –pues no se trata de un fenómeno aislado- tienden a un gigantismo acompañado de una creciente heterogeneidad interna.

 

Y hasta aquí la “Primera Encíclica” del Seminario de los Frailes y esta serie de artículos, “nuestro libro rojo inicial”. Es sólo el comienzo de nuestra labor a profundizar, pero muchos otros deberían también abordarla. Contribuir a cambiar de civilización ha de ser tarea de muchos, o no será.

 

Bonus track: Apéndice

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[1] C. H. Waddington. Tools for thought. J. Kate L. T. D., London, 1997.

[2] J. Piaget. Psicología y epistemología. Editorial “Ariel”, Barcelona, 1973.

[3] Gustavo Martínez Mekler y Germinal Cocho Gil. Al borde del milenio: caos, crisis, complejidad. Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, Col. “Aprender a Aprender”, UNAM, México, 1999. Ver en particular el capítulo “Interdisciplinariedad. De pilas de arena y terremotos”.

[4] Jacques Le Goff. La baja Edad Media. Historia Universal Siglo XXI. Editorial Siglo XXI, Madrid, 1971.

[5] Michael A. Arbib. Cerebros, máquinas y matemáticas. Alianza Universidad, Alianza Editorial, Madrid, 1976.

[6] Michael A. Arbib, William L. Kilmer and D. Nico Spinelli. Neural Models and Memory, of the “Neural Mechanisms of Learning and Memory” edited by M. R. Rosenzweig and E. Bennet, The MIT Press, Cambridge, Massachusetts, and London, England, 1976.

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