Milagro de la Multiplicación de los Talentos

El Seminario de los Frailes

CARLOS VILLARREAL LUJAN, FLAVIO COCHO GIL, GERMINAL COCHO GIL

JOSE LUIS GUTIERREZ y RICARDO MANSILLA

(Quinta de Siete Partes)

30 de octubre de 1999, Excélsior

 

E

L talento era una “moneda patrón” imaginaria, pero regía los intercambios económicos en la antigua Grecia y en Roma, algo así como aún es en Europa el abstracto ecu que está por circular. En fin, talento era dinero. Pero tiene otra acepción: “entendimiento”, “inteligencia”. ¿Por cuál de las dos interpretaciones optar? El neoliberalismo ya se definió por las dos al mismo tiempo, pero en un engaño, pues asimila la segunda a la primera al difundir la idea de que el entendimiento e inteligencia del ser humano se mide por su capacidad de hacer dinero: “¡es un hombre talentoso, se llenó de millones!”

Para el Seminario de los Frailes, que tenemos una posición ética ante la vida que hay que respetar y no extorsionarla y para ello hay que comprenderla cabalmente, talento es exclusivamente entendimiento e inteligencia en donde la sensibilidad es la que define esa exclusividad. En esa medida es un humanismo, pues consideramos al ser humano el primer valor existencial, y no el multiplicar el dinero. No obstante que de multiplicar los talentos, pero en el sentido en que nosotros lo entendemos, sí que se trata. Ese es el milagro que hay que hacer para lograr arribar a una civilización más justa, dejando en el sótano de la historia la que hoy existe.

¿Quién puede hacer ese milagro? Don Cerebro, el Sistema Nervioso Central del ser humano sobre el que se sustenta todo lo que llamamos conciencia, subconsciente y sus variantes, aun cuando realmente es una exageración reduccionista afirmar que el Sistema Nervioso Central es igual al cerebro humano, pues éste último, para empezar, biológicamente se sustenta en un sistema inmunológico que actúa virtualmente “como un segundo cerebro, un segundo yo”[1] y, para continuar, funciona como nos dijera A. R. Luria[2] de “manera extendida”: es un todo biológico conectado interaccionando con el medio externo, finalmente social, que le rodea.

Una propiedad curiosa del Sistema Nervioso Central en sí, nos dice A. R. Luria, es la capacidad que tiene cada una de sus partes de realizar diversas funciones si es preciso y todas ellas la misma si se amerita, versatilidad podemos llamar a esta propiedad, incluso versatilidad multidisciplinaria.

La moraleja de lo anterior en lo que a entendimiento e inteligencia concierne es que para ello es preciso no olvidar tres condiciones necesarias:

1) El ser humano tiene individualidad –sus ideas, sus ilusiones, su conciencia- que hay que respetar.

2) El ser humano es parte de un todo extendido comunitario que influye en esa su individualidad.

3) El ser humano debe ser capaz de ser versátil en su pensar y hacer y, al mismo tiempo, solidario con lo que hacen otros si es preciso y entonces entenderá y será inteligente. Y esto, entonces, sólo rima con libre albedrío que únicamente tiene asiento en la democracia. De aquí que en el Seminario de los Frailes nos atrevamos a postular un dogma: “el entendimiento y la inteligencia son directamente proporcionales a la democracia, en particular a la académica”. Debiera ser credo de todos los seres humanos emancipados.

¿Qué otra enseñanza más nos da el cerebro humano? De hecho hay una que casi podríamos desprenderla por silogismos de las tres condiciones anteriores: ya lo mencionó el gran matemático Bernard Riemann[3] en el siglo pasado, el ser humano tiene una concepción del mundo interna en la que, como si fuera un filtro, enmarca toda idea y toda información (obviamente social, pues “a los de otros de afuera hace referencia”) que le llega del exterior. Pero ello va cambiando la concepción interna inicial hasta que ese cambio sea cualitativo. Por ejemplo, en cierto momento creemos lo contrario de lo que antaño pensábamos. Esos cambios, a veces, pueden ser bruscos si lo que “llega del exterior” es muy agresivo. Antaño, por ejemplo, en la Edad Media los súbitos cambios religiosos que provocaba un predicador alucinado[4]. Hoy, el ejemplo que vivimos, las conciencias deformadas por el consumismo que crean los medios electrónicos de comunicación en manos del capital privado. Nos parece que Bill Gates y su Microsoft podrían avalar esta afirmación.

Sin embargo, como los dos ejemplos anteriores implican manipulación de la conciencia humana y como esos ejemplos hay muchos otros, hay que añadir de inmediato una cuarta condición necesaria para que pueda existir entendimiento e inteligencia:

4) El ser humano debe luchar por cambiar la civilización a otra que, además de proporcionar bienestar y felicidad a todos los humanos, les permita el libre albedrío. Ya lo dijo incluso Martín Lutero en tiempos de la Reforma[5], ya lo dijo en el Renacimiento Giordano Bruno y por ello lo abrasó en Roma la Inquisición, ya lo dijeron en 1966 los estudiantes berlineses al defender su “contra-universidad”[6] y los tacharon de anárquicos destructores de la cultura y de las “instituciones”. Y ya lo volvemos a decir nosotros y, sin duda, otros lo dirán después.

Pero los grandes ideales para realizarse también deben aterrizar y una manera concreta de hacerlo es contestar la pregunta: qué es ser inteligente. Creemos que la mejor manera de definir inteligencia es llamarla creatividad y ésta es, ante diferentes desafíos que nos presente la vida, ser capaces de unir de insólitas maneras diverso pedazos de realidad. Así procede desde un artista plástico hasta un matemático que en cierta medida en su profesión es lo mismo, ¡o un zapatero que imagina su nuevo calzado con formas inéditas! Pero estas “insólitas” maneras de, para empezar, reconocer la realidad implican muy diversos procesos cognoscitivos de los que es potencialmente capaz el cerebro humano. Otra cosa es que la educación escolástica tradicional no los fomente. Aún sabemos poco sobre los procesos cognoscitivos posibles en el cerebro humano, pero sí ya lo suficiente para apuntar algo:

¡La intuición! “Se me ocurrió algo y acerté”. Quizá los mayores descubrimientos se han logrado así. Pero no es hija del azar, sino del razonamiento por analogía, “lo que sucede en tal o cual campo del saber humano me sugiere que algo parecido puede acontecer en el que ahora estudio”. Proceder así está a un doble precio, no tener prejuicio ni miedo intelectual alguno y poseer una amplia cultura multidisciplinaria, pues el “especialista” que no sabe más que “lo suyo” no puede hacer analogía alguna, incluso si se le considera institucionalmente “un eminente experto”. Ciertamente la enseñanza escolástica de nuestras universidades no suele estimular la intuición. ¿Cómo hacerlo si la “cultura institucional” está diseminada en escuela y facultades y cada una a su vez en “departamentos y programas” que casi viven en autarquía, ajenas unas de las otras? La multidisciplina florece difícilmente.

“Vio en pequeños detalles lo que nadie observó en todo el conjunto y sin embargo acertó”, a esta manera de acertar se le suele llamar el “método indiciario”. Así procede un arqueólogo, un antropólogo físico, un criminólogo, un experto en falsificación del arte y un astrónomo. Por ejemplo, este último afirma que nuestro universo empezó hace 15 mil millones de años basándose en el “indicio” de la radiación de fondo del universo, pues, ciertamente, no puede reproducir en un laboratorio el fenómeno que le dio origen. ¡Saber cómo funciona o funcionó el todo sólo a partir de ciertos rastros aparentemente nimios que dejó! Para ello los comentarios son idénticos que en el caso de la intuición, también la crítica a la usual escolástica universitaria.

Los procedimientos deductivos lógico-formales, “razonar por silogismos concatenados”, son también útiles como método de conocimiento, pero casi no pueden aplicarse más que ante problemas en donde absolutamente todos los datos de partida están definidos y, aún así, es preciso hacer dos comentarios: pueden llevar a contradicciones, a concluir algo así como “he demostrado ser algo no demostrable” como de una manera ya muy célebre lo probara Kurt Gödel[7]. No obstante lo cual, la contradicción puede aceptarse como un hecho positivo agrandando aún más nuestro conocimiento como también lo demostrara Kurt Gödel7. El segundo comentario más vale que lo documentemos con una anécdota a cargo del que posiblemente ha sido el más grande matemático que ha tenido Francia, Henri Poincaré: “El señor Hermite, por ejemplo, que he citado hace rato, no puede ser clasificado entre los geómetras que hacen uso de la intuición sensible, pero no es tampoco un logicista propiamente dicho...”[8] Hermite era un matemático “lógico-abstracto”, pero lo que quería decir Poincaré es que en tanto otros necesitaban concatenar 40 silogismos para llegar a un resultado, él lo hacía en 3, y eso se llama intuición. La verdad es que el cerebro humano emplea al adquirir conocimiento, de manera consciente o inconsciente, los más diversos procesos al mismo tiempo, algo que ya sabían hacer bien en el Renacimiento[9]. Las formas de pensar son un Sistema Complejo interaccionando entre sí.

Otro caso es la llamada “heurística”. Es casi como emplear la filosofía de “sobre este problema hago una hipótesis y veremos si coincide con los hechos”. No es gratuito proceder así, pues para “acertar” se necesita una enorme experiencia y un conocimiento multidisciplinario muy extenso para no equivocarse. Realmente la heurística “es una variante de la intuición por lo que se le aplican los mismos comentarios”. Quizá conviene una anécdota como ejemplo: ni aún si con la tecnología actual se construyera una computadora que abarcara todo el sistema solar podría “lógico-deductivamente” evaluar en su totalidad todas las alternativas posibles que existen en un juego de ajedrez, pues son más que estrellas hay en el Universo, lo que hacen las computadoras por avanzadas que sean son emplear programas heurísticos (esto incluye a Deep Blue que le ganó a Kasparov).

A veces creemos enfrentar en la vida grandes problemas que, observados parte a parte, parecen ser lo mismo independientemente de la diferencia de escala, digamos que son “problemas de naturaleza homogénea en donde se antoja que lo que hace la mano hace la tras y también el todo”. Valga un ejemplo de nuestra monstruosa capital: los embotellamientos que se producen en un eje vial de la ciudad de México se parecen mucho a los de los otros ejes viales y, en consecuencia, a lo que en conjunto acontece en toda la ciudad. Con estudiar, pues, lo que en un eje vial particular pasa ya pensamos que multiplicando por una constante ya sabemos todo el comportamiento de la capital. Pudiéramos llamar a este método “focalizar un pequeño problema parcial en cierta región local y extrapolar sus resultados al todo”. ¡Y puede acertarse! Por ejemplo, si localizamos en un crucero un policía corrupto y de ahí extrapolamos que en toda la capital hay policías corruptos en la ciudad de México, estamos muy cerca de la realidad. Este método es muy empleado en Física (mecánica estadística, teoría de Campo Medio, para poder pasar matemáticamente de formulaciones “discretas” a “continuas”), pero valga un contraejemplo, tiene inmensas limitaciones en humanidades, en letras, ¿cómo “promediar”, digamos, en la época romántica del siglo XIX a Pushkin con Byron, con Schiller y además con los folletines de Ponson du Terail, creador de Rocambole? Simplemente no se puede. El comentario anterior no es trivial, implica que las bondades del método en cuestión están en estricta coherencia con el tipo de problema que se ataca en la realidad, pues no hay una “llave maestra” capaz de resolver cualquier problema, y este comentario se aplica a todo lo que llevamos dicho. El cerebro humano es lo suficientemente complejo para no aceptar tal dogma ni catequesis.

 

¿Algo más que decir? Sí, hablar de “la suerte”, “el descubrimiento fortuito”. Lo hay a veces pero, a pesar de las excepciones, está sometido a dos restricciones: a un enorme conocimiento cultural multidisciplinario, porque “la suerte intelectual” sólo suele acompañar a los que saben y, en segundo lugar, los problemas que se aborden tengan múltiples soluciones para por lo menos acertar en alguna.

El ejemplo histórico paradigmático es el genio de Leonardo da Vinci que acertó en casi todo lo que emprendió, pero Leonardo fue uno de los hombres universales más cultos de su tiempo y, en esos días, el derrumbe del oscurantismo medieval propiciaba una revolución cultural en la que casi todo estaba por hacer. De hecho, valga el comentario lateral, en situaciones de crisis de civilización “se puede tener suerte y descubrir muchas cosas”.

 

Es claro que en el listado anterior de procesos cognoscitivos del cerebro humano que fomentan la creatividad aún se nos escapan varios más porque aún no conocemos lo suficientemente sobre el cerebro humano, pero una cosa es cierta: todos actúan simultáneamente, en mayor o menor medida, mezclados entre sí ante los desafíos intelectuales que la realidad presenta al ser humano. Será “caótico” todo eso, pero de ninguna manera es al azar. Y en mucho depende, como ya afirmamos en artículos anteriores, de la sensibilidad que es la multiplicadora de los talentos anteriores. El problema es que en los medios escolásticos universitarios –que no se reduce al caso de una sola universidad y ni aun a un único continente- todo lo que llevamos dicho en este artículo no suele fomentarse, excepto en experiencias alternativas contestatarias de “universidades críticas o contra-universidades” que no han logrado afirmarse históricamente6 ante el ataque “institucional” de la civilización capitalista. Una razón más para cambiar a esta última empezando por las universidades.

 

Exorcismo Contra Babilonia

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[1] Daniel Goleman. La salud emocional. Editorial “Kairós”, Col. “Biblioteca de la Nueva Conciencia”, Barcelona, 1997.

[2] A. R. Luria. El cerebro en acción. Editorial “Fontanella”, Col. “Conducta Humana”, Barcelona, 1979.

[3] Bernard Riemann. Zur Psichologie und Metaphysik. La traducción del alemán al español –Sobre psicología y metafísica- la realizó el profesor Agustín Ontiveros de la Facultad de Ciencias, UNAM. La obras es inédita, pero se tienen copias de la traducción.

[4] C. G. Browne et T. S. Cohn. Chefs et meneurs. Presses Universitaires de France, “Biliothèque Scientifique Internationale”, París.

[5] Lucien Febvre. Martín Lutero: un destino. FCE, Breviario Núm. 113, en la reimpresión de 1983 la página 156, México.

[6] Universidad Crítica (documentos y programas de la contra-universidad de los estudiantes berlineses), Editorial “Extemporáneos”, México, 1970 (se le suele conocer como “el libro rojo”). [N. del Transcriptor: este libro corresponde al Cuaderno No. 3 de GEPAH (25 de mayo de 2001)].

[7] Jean Ladriere. Limitaciones internas de los formalismos. Editorial “Tecnos S. A.”, Madrid, 1969.

[8] Henri Poincaré. Del papel de la intuición y de la lógica en matemáticas. Intervención de Poincaré en el Congreso Internacional de Matemáticos realizado en París, agosto de 1900. Publicación interna del departamento de Matemáticas de la Facultad de Ciencias, UNAM, Segunda Reimpresión de 1992.

[9] J. R. Hale. La Europa del Renacimiento, 1480-1520. Editorial Siglo XXI, Col. “Historia de Europa XXI”, Madrid. En la séptima edición en castellano de 1986, ver “La enseñanza secular, capítulo 5, La ciencia”, pp. 366-376.

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