La Parábola del Esparcidor Ultramontano

El Seminario de los Frailes

CARLOS VILLARREAL LUJAN, FLAVIO COCHO GIL, GERMINAL COCHO GIL

JOSE LUIS GUTIERREZ y RICARDO MANSILLA

(Cuarta de Siete Partes)

29 de octubre de 1999, Excélsior

 

E

L Seminario de los Frailes es ultramontano, pues conserva fanáticamente la idea de que hay que enviar al basurero de la historia a la civilización capitalista y todos sus avatares, pues mucho han hecho sufrir a la especie humana con su sonsonete de “lo mío, mío; y lo de los demás, también”. Pero siendo este seminario nuestro ultramontano, incluso dogmático en el profesar el credo anterior, es esparcidor.

Tenemos al respecto una parábola: “Viejo era y como había vivido mil experiencias, unas exaltantes y otras deprimentes y de todo un poco sin alcanzar nunca esa verdadera felicidad que sólo se tiene cuando en armonía entra con la de otros, prefirió recogerse y esparcir. ¡Dogmático esparcidor!, decían todos, pues no cejaba en esa tarea aun si a todos les llamaba la atención de que esparcía en los sembradíos semillas muy diferentes entre sí ¡y tendrá una cosecha maligna, pues lo que crezca a un lado el otro lado lo destruirá!, ¡y en las cosechas como en la vida todo debe de ser muy uniforme y alineado! El esparcidor respondía que creatividad en todas sus versiones sembraba para que hubiera una cosecha cultural ni uniforme ni homogénea, pero más abundante y benéfica para todos que nunca. Y así pasó...”

 

El Seminario de los Frailes profesa ultramontanamente la filosofía de esa parábola, permitir la más libre manifestación, ¡propiciarla!, de concepciones culturales y, así, fomentar la creatividad no sólo de unos cuantos, sino de todos los seres humanos... algo que el “lenguaje único” neoliberal no sabe ni con qué rima.

Vamos pues, en esa filosofía de la anterior parábola, al tema de la cultura, un elixir de la conciencia humana que justifica y obliga a la existencia de la academia y de las universidades, y ya después hablamos de creatividad:

¿Disiente alguien si decimos que la realidad la constituyen la naturaleza y los seres humanos, pues somos nosotros los que creamos ese concepto? Esperamos que no, pues al muy posible comentario de que “la realidad existe en sí, aun si no estuviera presente la especie humana”, hay que responderle que tiene razón, pero que es una razón inútil para la especie humana, si ella misma no está presente; o nos incluimos en la realidad o no tiene ningún sentido discutir el tema. Pero la especie humana es agrupación de individuos, los dos extremos, “el uno y el todo”. El todo, porque vivimos comunitariamente, pues no podríamos de otra forma sobrevivir; a eso le llamamos “sociedad”. El uno, pues tenemos una individualidad intransferible cada uno, física y mental, que es, por decirlo así, “el filtro” con el que cada uno sopesamos y analizamos a nuestra manera el conjunto de relaciones sociales que establecemos con el resto “externo”.

¿Alguna objeción? Nos parece que no, y el caso es que así “realidad” podemos definirla como la conjunción de tres factores: la naturaleza, el individuo humano en lo físico y en lo psicológico y las diversas relaciones que entre humanos establecemos y llamamos “sociedad”. ¡De muy diversa manera, y eso cambia con los lugares y las épocas, interactúan los diversos factores anteriores![1] ¿Por qué no llamar entonces “civilización” a ese grupo de interacciones que cambian según el lugar y los tiempo? El pecado de Occidente, por ejemplo, ha sido el creer que su civilización es la civilización, etiquetando a todo lo que no sea suyo –se nos ocurre decirlo así- “como exotismos o bien bárbaros o bien irracionales trascendentalismos”. No obstante lo cual, en la UNESCO y casi desde su fundación su proyecto intelectual básico ha sido el estudio de las diversas civilizaciones existidas y existentes a cargo de cada pueblo[2]. La civilización se conjuga en plural, es una semilla múltiple esparcida por todas partes y en cada parte donde germina crece de una manera diversa, ¡lo que no es un pecado, pues el principio primordial de la supervivencia es “la unidad , pero en la diversidad”!

Pero las civilizaciones que se han dado en la especie humana siempre estuvieron en mayor o menor medida condicionadas por los intereses individuales de cada uno de nosotros, y minorías de varios de esos unos se volvieron dominantes, hasta transformar la defensa de los intereses creados de esos grupos en “filosofía social de todos inapelable a respetar”[3]. Queremos decir con esto que nacen las clases sociales, el Estado, la religión después, la Iglesia y las instituciones armadas, como decir “mis intereses creados sociales los defiendo con leyes a mi modo, con garrotes por si te insubordinas y mediatizando tu conciencia hasta que admitas que vives el mejor de los mundos posibles”.

Represión para dominar e ideología para justificar la existencia de la civilización en la que se participa y se defiende, pero ello implica “una visión del mundo y una concepción existencial de todo”, porque no somos hormigas, sino seres humanos que necesitamos autojustificarnos, interpretando todo lo que existe, para afirmarnos. A esto proponemos llamarle Cultura que, como vemos, “se esparce de diverso modo según lugares y tiempos”. La cultura, pues, ni es socialmente neutra ni ahistórica, lo que incluye desde la ciencia más abstracta hasta las humanidades y el arte. Y como las universidades son, por definición, generadoras y esparcidoras de cultura, de ninguna manera son ahistóricas o neutras socialmente. De ahí que el debate por cambiar a una civilización en aras de otra mejor a la medida de todos y cada uno de los seres humanos, sea cuestión importantísima y primordial de las universidades.

Por lo que llevamos dicho la cultura es un ser vivo indisoluble de ese otro ser vivo que le da origen, el ser humano tanto a nivel individual como colectivo, en esa medida tiene una “estructura funcional” –lo decimos así, pues su estructura es a la vez función y viceversa y no dos entes separados- que cambia y evoluciona, bajo ninguna circunstancia es un conjunto de “disciplinas” más o menos autónomas cosificadas y cada una de ellas encerradas en compartimiento estancos, que es la concepción que por desgracia literalmente nos han inyectado por lo general en la enseñanza escolástica. Insistimos, ¡la cultura es un ser vivo heterogéneo que cambia en la misma medida que lo hace la especie humana con las civilizaciones que crea! En la medida de que en buena parte la cultura se genera y transmite en y desde las universidades, todo el discurso anterior también se le aplica. Su famosa “inmovilidad institucional” es su muerte.

Pero volvamos a la cultura. Resulta ya evidente que no existe “la cultura en sí”, sino que por ser algo vivo, muy humano y muy social, no sólo es “saber”, sino también “acción”. ¿Por qué no puedes cambiar la palabra ‘cultura’ por ‘concepciones culturales’, entendidas éstas como comprender, saber y hacer al mismo tiempo y en unión indisoluble de los seres humanos que la sustentan? De hecho, ésta es una toma de posición humanística que al menos ya viene desde el Renacimiento, aun cuando, claro, el pragmatismo económico de la civilización capitalista se niega a considerarlo así. El ser humano no cuenta como primer valor existencial, pues considera que “el hombre es el camino que tienen las mercancías para fabricar más mercancías” (neoliberalismo dixit).

“Concepciones culturales, entendidas éstas como comprender, saber y hacer al mismo tiempo y en unión indisoluble de los seres humanos que la sustentan”... que son los que sienten y hacen. Como somos el Seminario de los Frailes, en consecuencia de lo anterior profesamos la convicción de que debe haber armonía entre las concepciones culturales y sus hacedores los seres humanos, lo que demanda para ello “sinceridad”, y no sólo a la manera occidental de franqueza, sino de integridad, de ajustar nuestras vivencias existenciales, eso que llamamos “conciencia”, a nuestros decires y nuestros actos. Es algo que no nos suelen enseñar en las esclerotizadas, jerárquicas y divididas “en cachos” de especialidades universitarias de hoy, pues lo anterior “no está en el programa oficial del curso”. Seamos, pues, sinceros y digamos que las concepciones culturales implican una concepción del mundo (eso que llamamos “filosofía”), una metodología coherente con lo anterior, un cuerpo ya establecido de conocimientos ya asentados cuya memorización se suele interpretar en sentido muy estrecho como “cultura” (y en ese sentido el disco óptico de una computadora sería infinitamente “más culto” que un ser humano), pero que también está en estrecha relación con lo antes apuntado, un objetivo a corto o largo plazo, sea personal o social, consciente o inconscientemente y, en fin, una manera peculiar de desarrollar la propia actividad humana, cuya orientación general condiciona “sine qua non” la civilización en que vive, ¡es todo un sistema complejo lo anterior cuyos factores interaccionan de muy diversas maneras!

Que la civilización capitalista imperante desea, empleando un tecnicismo científico, desemboque en un “atractor” que ya mencionamos antes: “el hombre es el camino que tienen las mercancías para fabricar más mercancías”, una frase como para esculpirla en piedra como epitafio de una civilización torcida. Y esa civilización torcida, como no quiere ir a la tumba, sino que se sueña “el fin de la historia” para pesadilla de todos, a los factores anteriores que constituyen las concepciones culturales a unos los quieren ocultar y al resto separarlos entre sí, la filosofía de “divide y reinarás” se aplica también en asuntos culturales para preponderar socialmente. Nuestras universidades de hoy suelen intentarlo continuamente –“esto es matemáticas”, “esto otro es biología”, “lo de más allá, química”, “acullá anda la psicología”, “aún más lejos, la filosofía que en el fondo sólo es parloteo” y “todavía más lejos ese no hacer nada productivo que es el arte”, “¡no me mezclen esos objetos distintos!”- añadiendo al intento estructuras académico-administrativas jerárquicas para que se considere un delito preguntarse cuál es el objetivo de lo que se aprende, por qué y al servicio de quién, en fin, no pensar. Y al que todo esto no acatara se le aplican metodologías de domesticación, una oriental de origen japonés y otra de sabor capitalista muy occidental que ya señalaba Giovanni Papini. La japonesa es la “Ley del carpintero”, “clavo que sobresale se la da un martillazo”[4]. La de Papini, “haz desgraciado a aquel que no quiera depender de ti”[5]. Pero nosotros somos el Seminario de los Frailes y excomulgamos esas torcidas maneras de destruir y manipular las concepciones culturales, por lo que la excomunión se extiende, ab aeterno, a las universidades que así deformen la mente humana bajo el pretexto de que “se está enseñando lo útil, lo productivo”.

Pero, volviendo al discurso original, ¿en lo positivo qué? En lo positivo considerar que las concepciones culturales no sólo comprendan concepciones del mundo, metodologías para interrogar a la realidad, conocimientos ya logrados y asentados, objetivos sociales diversos, implicando además ciertas formas de actividad humana y todo lo anterior en conjunto en un todo interactivo. No únicamente lo anterior, porque además “sentir” cierta sensibilidad y emoción del ser humano, sin cuyo sustento no hay concepción cultural que valga. Un ejemplo paradigmático de lo anterior es el entusiasmo del científico, lo que le hace ser más creativo, por el descubrimiento cuyo logro implica también un realizarse a sí mismo. “Saber” implica también “sentir”, es una enseñanza de Oriente que nuestro mundo occidental tiene muy olvidada[6], aun si también estuvo presente en el humanismo del Renacimiento. Es una enseñanza coherente con la pedagogía, “el ser humano puede aprender por el ejemplo y por el precepto, pero únicamente lo hará si siente la necesidad anímica de hacerlo”. El fracaso académico y la deserción escolar en las universidades, por ejemplo, no sólo está determinado por razones económicas, sino porque en gran parte las universidades existentes hacen caso omiso de ese aspecto cultural de la sensibilidad tan preocupadas que suelen estar en encarnar aquello de que “el hombre es el camino que tienen las mercancías para fabricar más mercancías”. Otro contraejemplo suele ser el caso del rígido y dogmático de los primeros niveles de enseñanza que entonces ya odia a un niño “para la posterioridad” ciertas disciplinas culturales, matemáticas, química, filosofía o lo que sea, “no sirvo para esto”, “no sirvo para lo otro”, cuando lo que no sirvió en un principio fue el maestro que imprime una frustración en el alumno que ahí quedará clavada en el subconsciente. Y así acontece que la ignorancia de un maestro que cree que la disciplina que “enseña” se reduce a un instructivo de conocimientos estereotipados a memorizar acríticamente, termina por generar la aversión del alumno con todo lo que rime con lo intelectual.

 

Enseñar cabalmente a comprender, saber, sentir y hacer con la mira puesta no en sostener a la injusta civilización existente, sino en propiciar una mejor civilización futura para todos. Entender, en consecuencia, que las concepciones culturales son sistemas vivos, ¡antítesis de dogmatismo y estereotipos!, en donde están presentes diversas concepciones del mundo, diferentes metodologías, acervos varios de saberes ya asentados que sin embargo cambian, objetivos sociales, ciertos tipos de actividad humana y, en fin, sensibilidad, esa que por ejemplo da el arte, aun si “no se cotiza en el mercado ni mejora las variables económicas macroscópicas”, siendo todos factores que interaccionan entre sí, dados los objetivos y funciones explícitas de la verdadera universidad que aún hay que crear. Y decimos “aún”, pues no puede darse sin un respeto irrestricto al libre albedrío y una práctica de la democracia, mas hoy tales cosas no existen. Hay que volver a inventar la universidad.

 

Quedan otros temas de importancia a debatir, por ejemplo el de la creatividad y los “procesos cognoscitivos” de la realidad en los que puede apoyarse. Será en otro artículo.

 

 

Milagro de la Multiplicación de los Talentos

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[1] Ralph Turner. Las grandes culturas de la humanidad. FCE, “Sección de Obras de Historia”, México, 1953.

Conviene también leer sobre el tema: Edwards D. Myers, La educación en la perspectiva de la historia. FCE, Breviario Núm. 188, México, 1966.

[2] Historia de la civilización, una obra monumental de varios tomos publicada en varios idiomas por la UNESCO. Cada tema fue redactado por estudiosos de la cultura de cada pueblo al que hacía referencia para evitar “visiones occidentalizadas eurocentristas”.

[3] V. Gordon Childe. Los orígenes de la civilización. FCE, Breviario Núm. 107, México.

[4] Edwards D. Myers. La educación en la perspectiva de la historia. FCE, Breviario Núm. 188, México, 1966. Aquí hay que leer la página 210 del libro en donde se exponen las rígidas reglas escolásticas que se imponían en el Shogun en el siglo XVIII.

[5] Giovanni Papini. El diablo. Editorial “Época, S. A.”, México, 1984. Leer el capítulo 56, “El apologista del diablo”, ver página 174.

[6] D. T. Suzuki. Budismo Zen. Editorial “Kairos”, Barcelona, 1986.

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