La Virtud Mística

El Seminario de los Frailes

CARLOS VILLARREAL LUJAN, FLAVIO COCHO GIL, GERMINAL COCHO GIL

JOSE LUIS GUTIERREZ y RICARDO MANSILLA

(Tercera de Siete Partes)

28 de octubre de 1999, Excélsior

 

 “V

IRTUD mística”. Virtud es “hábito y disposición del alma para las acciones conforme a la ley moral y que se ordenan a la bienaventuranza”.

La anterior es una definición escolástica, aún en boga en los medios eclesiásticos, proveniente de la Edad Media europea que, al establecer estrecha e incestuosa relación entre filosofía y teología, pretendía demostrar la identificación entre los dogmas revelados del cristianismo y las conclusiones de la “razón natural” humana. En el medievo sobre eso bordaron sesudas reflexiones Alberto Magno, Tomás de Aquino[1], Duns Escoto, y más inteligente e incisivamente que ellos, Guillermo de Occam[2], valores de la espiritualidad de Occidente en días de tinieblas culturales.

 

¿Y mística qué es? Aquí Agustín de Hipona dijo[3] que “es la unión entre el alma humana y Dios”, en un lenguaje más actual como decir “la unión entre la propia conciencia y el Dios en el que se cree” por lo que, ante este dogma, el libre albedrío no tiene nada que hacer. Era lo que se pensaba en Occidente, en el Viejo Continente. Y en otros sitios, ¿qué?

 

En el mundo precortesiano del Nuevo Continente, las comunidades aborígenes actuales en bastante aún son hijas fieles de la ideología de aquellos tiempos, por lo que hablar de “virtud mística” no tiene sentido, estaba claro que el futuro ya estaba realizado en el presente y éste no era otra cosa que el pasado, el reino de los ancestros. Es por ello, por ejemplo, que la concepción aborigen de la propiedad comunitaria de la tierra no se debe, digamos, a una “reflexión marxista” de prohibir la propiedad privada, sino a que en la tierra de la comunidad están encerrados los ancestros que son presente y futuro de un mundo inmutable[4].

 

Hay que consignar que esa misma concepción la tenían en sus orígenes Roma y las ciudades griegas[5]. De hecho es en el Renacimiento que se quiebra la visión estática e inmutable del mundo[6]. Pero sigamos adelante.

 

En África, antes de la homicida y esclavista agresión portuguesa y otras que le siguieron, incluyendo avanzadas islámicas[7], las concepciones existenciales eran en lo fundamental las mismas que en el mundo precortesiano comunitario del Nuevo Continente. Las excepciones son, claro, los centros urbanos como Tenochtitlán, las ciudades mayas o el Machu Pichu del imperio inca y así, que poseían sociedades estratificadas y religiones politeístas muy elaboradas, pero nos estamos refiriendo a “las dispersas bases sociales” que dominaban, dispersas por doquier en agrupaciones comunitarias que son, de hecho, las que a lo largo del tiempo han pervivido.

 

Pero, ¿y Oriente? Este es otro cantar, un cantar casi enteramente generado por las concepciones religiosas de los arios que, hará más de 3 mil años, bajaron por el Indo invadiendo la India. En el choque y amalgama resultante con los pueblos ya asentados en el subcontinente invadido, nació del brahmanismo, ario de origen, su disidencia budista y sus eclécticas derivaciones hinduistas que aún subsisten. El budismo original, el del llamado “pequeño camino”, que es más una filosofía que una religión y cuyo representante más genuino actual[8],[9] es el “budismo zen”, básicamente considera como vana la “realidad externa” preconizando la búsqueda ascética de “la verdad” en un olvidarse de uno mismo para que, vía el subconsciente, el ser humano alcance esa verdad al identificarse con todo el universo, con una “conciencia universal despersonalizada” –Jung en Occidente se adhirió en parte a esta concepción[10]- que es una manera dialéctica de identificar “el todo con la parte”, el universo con el ser humano, un misticismo ascético que empieza por hacer abstracción de “la realidad externa circulante”, ¡lo social!, para evitar las contradicciones siempre existentes entre el todo y la parte, entre el individuo y lo colectivo, que se dan a nivel social. En cuanto a las variantes hinduistas, politeísmo a granel, a fin de cuentas todo se resume en la sociedad de castas y la reencarnación, el principio es muy conocido: “Que cada uno permanezca resignadamente en el nivel social que le tocó al nacer porque si así lo hace reencarnará en un nivel superior... o bien, en otro inferior, si la resignación no existe”. En lo anterior se resumen la virtud y la mística hinduista.

 

Si el cristianismo prometía el cielo a los en vida mansos, el hinduismo prometía una vida social más amplia y cómoda en un renacer después de la muerte a los resignados en su vida real presente.

 

De lo que llevamos dicho, recorriendo épocas y civilizaciones, sobre virtud y mística, no es exagerado concluir que aquí básicamente se confrontan Occidente y Oriente, vía el cristianismo frente a la mente oriental especialmente representada por el budismo, preconizando la “salvación” del individuo y haciendo caso omiso de lo colectivo. En esto coinciden las éticas de ambos extremos y por eso sus utopías se colocan fuera de la realidad social que ha de vivirse. En el caso del hinduismo la conclusión es aún más drástica, avala la sociedad de castas con todos sus desniveles e injusticias. Y es que el problema de fondo de toda ética y toda utopía está en el cómo conciliar “lo individual con lo colectivo”...

 

Pero sigamos adelante ya habiendo traducido la virtud y el misticismo por ética y utopía. ¿Qué dijo el Renacimiento con su humanismo al respecto? Habló[11] de la perfecta armonía entre lo individual y lo colectivo en sociedades igualitarias por haber desaparecido la propiedad privada con seres humanos ideales. Lo que, en la práctica, no correspondió a como concebían y actuaban su propia vida privada los prohombres del humanismo que era “un tanto sensual y nada ascética”. Es significativo de esto algunos escritos de Juan Luis Vives[12]. La verdad es que la contradicción entre lo individual y lo colectivo no ha sido aún resuelta, es el gran desafío de toda ética y de toda utopía, volver la contradicción armonía, al menos atenuarla al máximo. La civilización que creó la burguesía, el capitalismo, en cuanto a ética y en sus mejores momentos, sólo ha puesto en relieve al individuo y en los peores, como en estos tiempos de neoliberalismo, se trata de una antiética de cómo pisarlo; y de utopía no habla, ¡por lo contrario habla del “fin de la historia”!, porque ya la vive, es el mundo actual que domina. De esto ya hemos hablado en dos artículos anteriores.

 

Sin embargo, en el Seminario de los Frailes nos hemos propuesto reflexionar y definir a fondo lo concerniente a ética y utopía simplemente porque sin ellas no podríamos hablar de construir una nueva universidad coherente con una futura y mejor civilización. Sobre ello pensamos lo siguiente:

 

Nuestro primer pronunciamiento hace referencia a la mística y a su necesidad. Por mística entendemos a la unión de la conciencia humana con lo ideales de creación de una nueva civilización, con las ilusiones de hacer desaparecer la torcida e injusta civilización actual para que el mundo futuro esté hecho a la medida de la felicidad de todos y cada uno de los seres humanos, “la utopía”. Sin creer que algún día puede establecerse la utopía, un mejor mundo social, hasta volverse un valor existencial que se funda con el subconsciente de cada ser humano, no existe la capacidad de lucha plasmada en la práctica y hasta en las condiciones más adversas de algún día “lograr lo imposible”, construir una nueva civilización. Es incluso una regla básica de todo aprendizaje: “Veo cómo se hacen las cosas, me dicen cómo hacerlas, pero no las haré si no siento la necesidad anímica, el sentimiento que me obliga a ello”. De ahí la necesidad de la utopía y de creer en ella, es lo que en ocasiones en la historia ha movido montañas, “creer en lo que se lucha”. De hecho lo anterior ya implica un primer principio ético, pues afirma que “hay que creer y en consecuencia luchar por un mundo mejor a la medida de la felicidad de todos y no de los intereses de unos cuantos”; implica la necesidad de considerar, a “nivel colectivo, como un valor existencial primordial, a la solidaridad”. Un contraejemplo a lo anterior es la civilización capitalista, su única “mística y creencia” es la defensa individual de los intereses creados, la solidaridad social no la conoce, y eso a largo plazo la derrumbará , verbigracia, como cayó Roma por su corrupción y egoísmo[13]. Quiere decirse que de ética no es posible hablar sin una concepción de la utopía, y es aquí donde viene nuestro segundo pronunciamiento:

1)          Hay que minimizar los gradientes sociales, económicos, políticos y culturales, entre todos los seres humanos. Consideramos que esto es imposible en el marco de la civilización capitalista en cualquiera de sus avatares, por ejemplo el neoliberalismo.

2)          Hay que proporcionar adecuadas condiciones de vida a todos los seres humanos, sin que ello vaya en detrimento de la naturaleza, pues si destruimos ese barco llamado planeta Tierra, con él nos hundimos todos. Consideramos que esto es imposible en el marco de la civilización capitalista, la producción de más y más mercancías para acelerar la acumulación de dinero en manos de unos cuantos milita contra lo anterior; ahí está hoy la destrucción de la capa de ozono ya en los dos casquetes polares, la contaminación de todo tipo, la destrucción de bosques y selvas, aniquilando millares de especies vivas y así[14] el capitalismo le llama a esto “progreso”.

3)          Hay que propiciar que toda actividad humana –respetando las tradiciones, experiencia y saberes de cada persona en sus diversas culturas- sea creativa y transparente, esto es, que pueda añadir sus propias ideas a lo que hace y que los demás lo comprendan para poder hacer lo mismo. Consideramos que esto es incompatible en el marco de la civilización capitalista, sobre todo hoy, la orientación neoliberal de las universidades[15], el control de los medios masivos de comunicación en pocas manos que son las mismas que las del gran capital financiero[16], la concepción de que “progreso es productividad industrial incesante”[17] y así milita contra este tercer privilegio que acabamos de anunciar.

4)          Hay que propiciar que toda actividad humana –sea individual o colectiva- contenga lo que la civilización capitalista llama “nocivos tiempos muertos”, lapsos en los que cada ser humano pueda recrearse, gozar de la vida, de la naturaleza, apreciar el arte que es creatividad, práctica de la libertad y maestro de la sensibilidad[18]. Consideramos que esto es imposible en el marco de la civilización capitalista, en donde toda actividad humana debe ser una cadencia y cadena incesante de producción acrítica de mercancías[19],[20],[21], o bien, hoy “en el siglo de las computadoras”, un manipular y enajenar la mente humana a la manera de esa famosa y maravillosa película cinematográfica Matrix.

 

¡Sólo cuatro principios generales para definir nuestra utopía! Sí, porque cada pueblo y cultura debería concretizarlos a sus condiciones locales y tradiciones y, en ese sentido, aún mucho hay por hacer. Pero siendo principios generales no son abstractos y si son pocos es, primero, para dar espacio al libre albedrío de todos de complementarlos y, segundo, porque un principio básico de la Antropología Social[22] es el que “para poder unir a diferentes pueblos y culturas en un mismo proyecto de civilización es preciso definir precisas, pero muy pocas reglas”, y serán pocas, pero ya son absolutamente incompatibles con la civilización capitalista. Definida esa utopía anterior nuestro Seminario de los Frailes considera posible exhibir cuál pudiera ser la ética coherente con ella, en un entender que ha de ser tanto colectiva como individual, pues tenemos una conciencia social, pero la procesamos vía el filtro de un Yo personal que definen biológicamente tanto nuestro sistema nervioso central, como el sistema inmunológico que actúa como “un segundo cerebro”[23]. Van, pues, adelante nuestras consideraciones éticas:

1)        Lo primero que debe profesar un ser humano es la sinceridad, pero no tanto en la acepción de franqueza de nuestra cultura occidental, sino a la manera oriental, a la japonesa[24]: “creo en lo que digo, pero lo que digo hago; ser sincero es ser absolutamente consecuente en mi vida con mis valores existenciales”. Decir la verdad y ajustar, hasta en lo más nimio, los hechos a la palabra. Insistimos, es enseñanza de Oriente.

2)        Si hay sinceridad podrá haber comprensión; entender lo que otros piensan y aceptarlo, aun si no comulgamos con ello, pensar que el otro puede tener tantas razones como nosotros. Albert Camus decía que el que no es capaz de ello sólo es la mitad de un ser humano. Esto es inversamente proporcional a todo dogmatismo e intolerancia, que es lo que caracteriza hoy al “lenguaje único”[25] de la civilización capitalista.

3)        Y si hay lo anterior habrá tolerancia. Un buen antídoto contra toda la clase de violencias sociales que hoy vivimos.

4)        Solidaridad y generosidad. Pensar no solamente en uno mismo, sino en los otros como si fueran uno mismo, “hay que dar algo de uno mismo”, aun si, habituados a la civilización que sufrimos, eso duele.

La sinceridad y la comprensión enunciadas antes hacen referencia al individuo, pero sin la solidaridad y generosidad, que caracterizan a lo social y colectivo no haríamos nada, y entre esos dos extremos está la contradicción que siempre ha acompañado, provocando frustraciones, a la historia de la especie humana. La tolerancia que preconizamos debería atenuar esa contradicción entre “la parte y el todo”, sentir que somos una y la otra cosa como seres íntegros. Esta enseñanza la ha preconizado ante todo Oriente, del que algo deberíamos de aprender. Y es que la sola “abolición de la propiedad privada” no cambia a una civilización, hay niveles que atañen a la conciencia y a la sensibilidad que importan mucho; las deformaciones sociales del llamado ‘socialismo real’ mostraron dramáticamente a dónde lleva olvidar lo anterior.

 

Pero hemos hablado de una ética y una utopía que son hoy ideales lejanos, no obstante lo cual desde hoy debemos de tenerlos presentes si algún día queremos acercarnos a ellos, lo que de ninguna manera va a ser fácil. No, pues del presente actual a esas utopías la vía que habrá de seguirse ha de ser muy conflictiva y llena de obstáculos, los “cambios de fase”, como dicen los físicos, no rezan con tranquilidad y apaciguamiento, pues una civilización caduca no cede el paso gentilmente a otra nueva. Y no, tampoco, porque asimilar y hacer propias en la propia conciencia la ética y utopía que preconizamos pasa por un cambio radical y cualitativo de nuestras ideas y concepciones, un cambio de fondo en todo lo que llamamos cultura, algo en que tienen una responsabilidad inmensa las universidades. De ello iremos hablando en los artículos posteriores.

 

La Parábola del Esparcidor Ultramontano

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[1] Ch. Guignebert. El cristianismo antiguo y El cristianismo medieval y moderno. FCE, Breviarios Núms. 114 y 126, respectivamente, México.

[2] Guillermo de Occam. Principios de teología. Editorial “Sarpe”, Col. “Los grandes pensadores”, Núm. 73, Madrid, 1985.

[3] San Agustín. La Ciudad de Dios. Editorial Porrúa, Col. “Sepan Cuantos...”, Núm. 59, México.

[4] Laurette Sejourne. Antiguas culturas precolombinas. Col. Historia Universal Siglo XXI, Núm. 21, Editorial Siglo XXI, Madrid, 1971.

[5] Fustel de Coulanges. La ciudad antigua. Editorial Porrúa, Col. “Sepan Cuantos...”, Núm. 181, México, 1996.

[6] J. R. Hale. La Europa del Renacimiento, 1480-1520. Editorial Siglo XXI, Col. “Historia de Europa”, España, 1986.

[7] Historia Universal Siglo XXI, África, de Pierre Berteaux, Núm. 32, México, 1997.

[8] Historia de la filosofía, el pensamiento prefilosófico y oriental. Núm. 11, Editorial Siglo XXI, el capítulo “El pequeño vehículo”, redactado por Madeleine Bairdeau, pp. 105.-109, España, 1971.

[9] D.T. Suzuki. Budismo Zen. Editorial “Kairos”, Barcelona, 1986.

[10] C. G. Jung. Formaciones de lo inconsciente. Editorial “Paidos”, Col. “Psicología Profunda”, Barcelona, 1992.

[11] Moro, Campanella, Bacon, Utopías del Renacimiento. FCE, Col. “Popular”, Núm. 121, México, 1987.

[12] Juan Luis Vives. Diálogos. Editorial Espasa-Calpe, Col. “Austral”, Núm. 466, Argentina.

[13] Petronio. El Satiricón. Editorial “Libros Río Nuevo”, Col. “Clásicos Ejemplares”, Barcelona, 1979.

[14] F. Cocho Gil. Supervivencia. Conferencia impartida en septiembre de 1992 en el ciclo “Una cultura alternativa para cambiar la civilización”, organizado por la UNAM con el apoyo del CESU, la Facultad de Ciencias y la Coordinación de la Investigación Científica. Es inédita, pero se disponen de copias.

[15] El Banco Mundial declara la guerra a los profesores. Informe de “Canadian Association of University Teachers” sobre lo acontecido en la “Conferencia Mundial de Educación Superior”, organizada por la UNESCO en París, del 5 al 9 de septiembre de 1998. El archivo es

recuperable vía Internet en http://www.caut.ca/English/Bulletoin/98/nov/unesco.jpg o en http://www.caut.ca/english/bulletin/98_nov/bullframe.htm

[16] Todos los números de la revista americana Forbes hablan muy concretamente de la simbiosis informática-finanzas; es en particular interesante el ejemplar de “July 5, 1999, The Billonaires”. Su dirección en Internet es:

http://www.global.forbes.com

[17] J. A. C. Brown. La psicología social en la industria. FCE, Breviario Núm. 137, México, 1970.

[18] F. Cocho Gil. Salvar a la civilización por el arte. Artículo publicado en el periódico mexicano Excélsior el 22 de abril de 1998.

[19] F. Cocho Gil, la serie de tres artículos Torcimientos de la especie humana. i.- “La civilización psicópata”; ii.- “La civilización albañal”; iii.- “La civilización matricida”, publicados en el periódico mexicano Excélsior del 11 al 13 de julio de 1998.

[20] Idem.

[21] Idem.

[22] La Antropología Social también abarca, y muy fundamentalmente, la estructura y funciones de la educación y su evolución histórica. A este respecto un magnífico ensayo son las “Conclusiones” de Arnold J. Toynbee del libro de Edwards D. Myers, La educación en la perspectiva de la historia. FCE, Breviario Núm. 188, México, 1966, en donde se plantea que, además de tener un saber específico de su sociedad y cultura, el ser humano debe de poseer una idea general que una a todos.

[23] Daniel Goleman. La salud emocional. Editorial “Kairós”, Col. “Biblioteca de la Nueva Conciencia”, Barcelona, 1997.

[24] Idem que en 22 anterior, pero aquí haciendo especialmente énfasis en “El Código Bushido de los samurais”, expuesto en la página 102, capítulo “La rama japonesa”.

[25] Ignacio Ramonet (director de) Le Monde Diplomatique, París, diversos artículos suyos en esta publicación mensual, francesa. Fue Ramonet quien acuñó la frase “lenguaje único” del neoliberalismo.

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