21. Antropología. La gracia de Dios en la Sagrada Escritura.
21. Antropología  

LA GRACIA DE DIOS EN LA SAGRADA ESCRITURA.

El término "gracia", es una traducción casi directa del latín "gratia", que a su vez lo es del término griego "jaris". En el NT, y en la Biblia de los LXX se emplea "jaris" para referirse a lo que nosotros llamamos habitualmente como gracia. En lenguaje profano "jaris" eran las cualidades amables, algo que suscitaba bondad y disposición de buen ánimo en la otra persona. San Pablo, sin embargo, emplea esta palabra como expresión del acto amoroso de Dios hacia los pecadores y que es mediación de Cristo. Es por tanto, una realidad personal, un regalo que Dios otorgado a la humanidad. "Jaris" sería la gratuidad inmerecida de este don de Dios, es algo regalado por Cristo. De ahí el saludo de San Pablo, "la gracia de Nuestro Señor Jesucristo", porque es el único que puede darla.

A esta gracia procedente de Cristo se le denomina gracia increada, porque es un don de Dios al hombre, no una creación ni una cosa. Su consecuencia es la regeneración interior, la transformación del corazón humano. La gracia así entendida, implica un aspecto de gratuidad, de regalo libre y no exigido, con un sentido de bondad, de belleza y de amor. La gracia no es un objeto, sino que es Dios mismo que se da.

Esta idea de gracia está ya presente en el AT. Dios es un Dios salvador, es decir, Yahvé es el que toma la iniciativa y elige a su pueblo, y especialmente a algunas personas en concreto. Lo hace regaladamente, no por los méritos del pueblo ni de los hombres. Es una elección gratuita por parte de Dios. La elección tiene un sentido y finalidad, no se escoge sin más, sino que Dios actúa con un sentido salvífico. El protagonista es Dios. Esa elección es además inalterable, la Alianza no es rota por parte de Dios, que cumple fielmente su promesa.

El hombre ante Dios es pecador, al menos en la visión del AT, pero no está despojado de su libertad, tiene posibilidad de cambiar, de purificarse, de elegir un camino u otro. Está invitado a la conversión, consistente en cumplir la Alianza. Esa conversión es interior, implica cambiar el corazón de carne por el corazón de piedra, supone una renovación interior. Desde ese encuentro con Dios se produce el diálogo, la entrega y la relación de intercambio. Es verdad que el judaísmo entendía que la fidelidad del hombre era recompensada por Dios de manera automática. El Señor reparte bienes y favores, abundancia y bendición según la generosidad de su corazón, pero no es así para los que no siguen la Ley, que reciben la desgracia y la perdida de favor. Aún así, la gracia se sigue entendiendo como libertad desde el arrepentimiento, y en reencuentro con Dios, como le sucede por ejemplo al Rey David. Tras el pecado y el arrepentimiento vuelve la acogida y el encuentro con Dios.

En tiempos de Jesús la gracia era percibida por los rabinos y maestros de la Ley como algo dado a cambio de algo. La gratuidad de la Ley parecía que venía por los méritos del hombre, por lo que era imprescindible la justificación y santificación por los propios méritos, las obras y la oración. Era una especie de balanza donde se ponía a un lado los méritos y al otro las deudas con Dios, resultando de la misma la salvación o la condena. La salvación y la gracia era obra también del hombre que podía auto-justificarse mediante la penitencia, oración, ayuno y limosna, o con la expiación de animales en el Templo. Sacrificar animales en el Templo, era un medio para obtener la justificación y la salvación ante Dios. Los que más ofrendas hacían a Dios eran los más salvados.

Jesús rompe esta idea claramente con la predicación del perdón de Dios. Anuncia el Reino y su cercanía, implica su seguimiento una nueva justicia, una distinta manera de ver las cosas. Su relación con el Padre esconde una forma nueva de relacionarse con Dios, en el fondo es la base de una nueva Alianza. El anuncio del Reino que Jesús hace conlleva una llamada a la conversión, pero también con una idea de gratuidad. La decisión y la opción ante Dios es urgente. Además, esa llamada es universal, es para todos y exige el seguimiento de Jesús, incondicionalmente. La gracia muestra una relación especial con el Padre, que gratuitamente ama y acoge a sus hijos. El ser hijos del mismo Padre lleva a descubrir lazos de fraternidad. La libertad está presente, no se agota en la posibilidad de regresar y de volver al encuentro de Cristo.

San Pablo es el gran autor Bíblico sobre la gracia, que la descubre como inmerecida, gratuita y abundante. Inmerecida porque hace recopilación de su vida, llena de pecado y de alejamiento de Dios. Gratuita porque es un regalo de amor, que no exige contraprestación sino que se da en amor gratuito. Finalmente es abundante, porque es capaz de domeñar al pecado y a la muerte. La doctrina de la justificación la hace San Pablo desde su sentido originario, hacer justicia, y la justicia la hace Dios, no condenando sino buscando la salvación del hombre. Por eso, la salvación se ha podido hacer desde la muerte en la cruz, que es una gratuita muestra del amor, que intercambia y justifica nuestros pecados. La salvación no es por nuestros méritos, sino por la pura y gratuita bondad de Dios.

La relación de la fe y las obras en San Pablo supone que estamos ante las caras de una misma moneda. La fe actúa y obra por medio de la caridad. La fe es la adhesión personal del cristiano a Cristo, es un don de Dios, por tanto es gracia de Dios pero es también una tarea del hombre dar respuesta a la misma.

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