21. Antropología |
EL
HOMBRE EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA. De todos los Padres de la Iglesia, el que responde y centró el tema para la teología de su momento y posterior fue San Agustín. El genio de Hipona elaboró una antropología cristiana frente al neoplatonismo de la época, y abriendo una nueva línea de pensamiento original. Su influencia posterior es determinante, de hecho sigue siendo un gran antropólogo para la filosofía y la teología de hoy, lo consideramos el pensador clásico del cristianismo, con mayúsculas. San Agustín se inspira claramente en Bíblica, aunque sin renunciar al lenguaje filosófico de la cultura platónica en la que está inmerso. Plantea la antropología desde el monoteísmo trinitario del cristianismo, es decir, si el hombre es imagen y semejanza de Dios, lo es desde la imagen de la Trinidad. Desde el Misterio de Dios va deduciendo qué es el hombre. En San Agustín que el hombre sea imagen significa que hay una estrecha relación entre Dios y la humanidad., un gran parecido o similitud. San Agustín rechaza la doctrina de la preexistencia de las almas, e integra, "sólo hay hombre cuando hay alma y cuerpo". Diferencia San Agustín dos tipos de imagen en el hombre. Por un lado habla de una imagen consustancial, aquella que es de la misma naturaleza que el original y que aplica a Cristo en relación con Dios. La imagen consustancial de Dios es Cristo, porque sólo Él es de la misma sustancia que el Padre, es engendrado y no creado. Distinto es de la imagen no consustancial, aquí se procede del original no por generación, sino en un proceso creativo, sería lo propio del hombre. Para San Agustín el hombre no es imagen consustancial de Dios, sino que lo es por participación. La explicación que cómo se produce esa participación lo hace empleando la filosofía griega. Lo propio que hace al hombre ser imagen de Dios está, dice San Agustín, en el alma. Diferencia, al igual que el platonismo, el cuerpo del alma, e indica que el cuerpo es un vestigio de Dios, por eso todas las criaturas lo tienen; pero el alma da una condición anímica especial en el hombre, en ese alma está impresa la imagen de Dios, una imagen trinitaria. La teología posterior a San Agustín entendió erróneamente que estaba aceptando la dualidad cuerpo-alma, incluso su separación, cosa que no es cierto. San Agustín propugna un equilibrio y armonía perfecta entre el cuerpo y el alma. Por eso consideró, al igual que el Magisterio de la época, que el matrimonio era verdadero símbolo o sacramento entre los creyentes, rechazando la condena de la carne, y la unidad del hombre. Hay que decir que el Magisterio de la época no entró en la cuestión de separación entre cuerpo y alma. En el mundo medieval la antropología se centró en la dualidad alma cuerpo, abandonando las consideraciones cristológicas en su elaboración. Importaba más la escatología, por lo que la construcción de la unidad del cuerpo-alma derivó hacia un interés por la forma y el cómo de la resurrección y el final de los tiempos. Si el platonismo dejaba fuera el cuerpo, frente al alma, la Iglesia subrayaba ahora la resurrección del cuerpo y del alma, de ambos. No obstante separa excesivamente, quizás más de lo deseable, en algunos casos, llegando a identificar más el alma con lo que es el hombre, abandonando el cuerpo por ser corruptible. La adecuación de una teología equilibrada la aporta Santo Tomás de Aquino para la época, si bien tuvo también su oposición y polémica. Emplea las categorías aristotélicas materia y forma. El cuerpo es materia y el alma la forma. En esta identificación resuelve que el alma no es una sustancia, sino una forma que confiere la sustancia. El alma tampoco preexiste antes del cuerpo y la vinculación de ambas se da entendiendo que no estamos ante dos sustancias que existan en acto separadamente, sino que están sustancialmente unidas. El hombre surge de la unión de dos principios. El Magisterio, en el Concilio de Vienne del 1311 que convocó el Papa clemente V, resolvió con las siguientes palabras la unidad cuerpo y alma: "quienquiera que en adelante pretendiere afirmar, defender o mantener pertinazmente que el alma racional o intelectiva no es por sí misma y esencialmente forma del cuerpo humano, ha de ser condenado como hereje". El hombre es por tanto unidad cuerpo y alma, es unión sustancial, no accidental. Es curioso notar como Vienne está resolviendo cuestiones relativas a la naturaleza humana de Cristo, aterrizando luego en la naturaleza de todos los hombres, es decir, en el fondo se recobra la cristología para la antropología. Sobre la relación cuerpo y alma, no hay nuevos discursos, no es motivo de debate tampoco en Trento ni está reflejando el Magisterio ninguna cuestión hasta el reciente Concilio Vaticano II, (1962-1965) donde aparece en GS en varios números: 14 y 15 sobre todo, pero también en 21, 23, 26, 31, 34, 55 y otros más. En GS 14 se menciona la unidad de cuerpo y alma en el hombre, indicando el deber de no despreciar el cuerpo y de conducir toda la persona a Dios. El Concilio se hace desde una profunda y fuerte orientación al diálogo del hombre con Dios, y en este apartado se vuelve a apreciar esta línea de pensamiento. Por eso, fruto del diálogo, la negación de Dios es la negación del mismo hombre, la filosofía contemporánea con su humanismo negador de Dios destruye a la larga también al hombre. Si reducimos al hombre a materia, si olvidamos la trascendencia, convertimos al hombre en mera animalidad. De ahí que la filosofía personalista cristiana trate de ahondar en las raíces del hombre, como persona, completo e integral, por encima del tener y del hacer. Esto fue recogido en el Concilio, subrayándose que el hombre es comunidad humana, y que su raíz está en el misterio trinitario, fundamento, raíz y modelo de toda comunidad y de toda comunión. El hombre del Vaticano II está en diálogo con el mundo, se encarna en su contexto histórico, político y cultural, rechazando así las antropologías de espiritualidad desencarnada, pendientes del alma y preocupadas por el cielo y su ganancia antes que por otros hombres. La vida cristiana no debe ser una huida constante de la realidad mundana, sino un compromiso maduro, constante y transformador en el tiempo que nos toca vivir. El otro gran rechazo es el hombre vacío, sin interioridad ni espiritualidad, concebido como una máquina, una herramienta, un medio, un consumidor o un número estadístico. En toda ésta teología no podemos obviar que el hombre es criatura de Dios, igual que las demás criaturas, de ahí que cualquier divinización de los elementos humanos o mundanos esté fuera de lugar. Sería una exageración atribuir como divinidad el Estado, la cultura, los dioses o los gobernantes. Tampoco podemos decir que ningún hombre es Dios, o Santo, porque sólo Dios es Santo. Cuándo en la Iglesia empleamos ese término para algunas personas ejemplares, lo que queremos subrayar es que sólo Dios es santo, y que heroicamente algunas personas han tratado de seguirle, viviendo alguno de sus rasgos como la pobreza, la oración o la humildad, son ejemplos, pero siempre inferiores al gran ejemplo Jesucristo. El hombre está colocado junto con todas las demás criaturas, pero también ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, lo cual lo hace distinto y particular, es una situación privilegiada del hombre en el cosmos, que no se coloca él como centro, sino que posiciona a Dios como central en su vida. Si el hombre es imagen de Dios, entonces no debería hacerse nuevas imágenes, no debería adorar ninguna otra criatura o creación, ni el dinero, ni los animales, ni la naturaleza... El único intermediario entre Dios y el mundo es el hombre, la humanidad, para la fe cristiana de una manera admirable realiza ese misterio Jesús. |
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