21. Antropología. El hombre en el Nuevo Testamento.
21. Antropología  

EL HOMBRE EN EL NUEVO TESTAMENTO.

El hombre en el NT tiene unas características distintas. Estamos en una época diferente, más helenizada, que aunque usa categorías semejantes a las hebreas, están han evolucionado algo más, se están dirigiendo a lectores y oyentes de una cultura griega. Comentamos algunos términos empleados especialmente en los Evangelios. El primero de ellos es "kardia", que traducimos por corazón. Se utiliza para expresar el origen de las decisiones más profundas del hombre, tiene que ver con la interioridad. Aparece en Mt 6, 21; Lc 6, 45 y 8, 12. El corazón puede estar abierto o cerrado, pero siempre indica el interior del hombre.

El segundo término de los evangelios es "psijé", que goza de múltiples significados en griego. Tradicionalmente lo traducimos por alma, aunque éste no es su sentido principal. "Psijé" se puede entender como paralelo a "vida", así está indicado en Mt 16, 25 o Lc 9, 24 y Lc 17, 33. "Psijé" se refiere a persona, al yo, pero desde las emociones y los sentimientos, no simplemente como opuesto a cuerpo, que es lo que significaba en la cultura griega. San Pablo emplea este término como referencia del interior del hombre, distinto de "pneuma", que sería espíritu, pero indicativo de toda la persona.

Otro término que también modifica su sentido con la filosofía griega es la palabra "soma", tradicionalmente opuesta al término anterior "psijé". En la cultura semita, y en el NT no son opuestos. "Soma" se puede traducir por "cuerpo", indica la corporeidad, pero con un sentido interior, tanto como exterior, ambos forman en los Evangelios una unidad, y no se utilizan dialécticamente enfrentados. San Pablo aplica "soma" a Cristo y al hombre, como sinónimo de carne. También lo usa positivamente San Pablo, cuando habla de cuerpo de Cristo, indicando la iglesia, emplea la palabra "soma". El término "psijé" no es exactamente opuesto en Pablo.

Algo semejante sucede con los términos "sarx", y "pneuma". "Sarx" lo traducimos por carne, es el hombre en cuanto ser frágil, débil y precario, es la insuficiencia del hombre. Esta palabra en San Pablo es negativa, sirve para expresar al hombre sometido al pecado y a su fuerza esclavizante, es el hombre separado de Dios. Todo lo contrario de la siguiente palabra: "pneuma", que indica la fuerza de Dios, es ya un término teológico que podemos traducir por Espíritu, de hecho es el nombre dado al Espíritu Santo, "pneumatos agiou". En los Evangelios "pneuma" indica el principio de vida que tiene el hombre y que le viene de Dios, que le da poder y vida. Tampoco son términos radicalmente opuestos, al menos en lo que se refiere a los Evangelios. "Pneuma" tiene más que ver con la interioridad del hombre, como opuesto a lo exterior, indica una actitud humana ante la divinidad. Es verdad que la filosofía posterior, en diálogo con el helenismo, vio en estos términos un paralelismo con la misma dialéctica que enfrentaba la materia con el espíritu, carne y carnalidad contra espíritu y espiritualidad. La clave para salir del atolladero es volver a la raíz semita, comprender que Dios se encarna, es decir, que se hace "sarx", desde el "pneuma".

Dejamos la terminología para adentrarnos en la antropología Bíblica. En relación con Dios, el hombre es criatura, dependiente. Si lo consideramos hijo, Dios es Padre, es la constante de hacerse niño ante Dios, confiar como los pequeños en sus progenitores. Frente a Dios, el hombre se descubre pecador, no es Santo como Dios, sino que aspira a la santidad. Estas categorías del AT se abren en el NT, donde el papel de Cristo y su relación íntima con la humanidad son determinantes. El hombre está esencialmente implicado con Cristo, que es el prototipo de hombre, descubrimos que en Cristo se da la plenitud y la perfección de los hombres. Cristo es por eso modelo y referente de hombre, sin negar su dimensión vertical, autor principal de la redención, es también fuente de fraternidad humana, de encuentro en lo horizontal del hombre con el hombre.

La intuición que nos participa Cristo sobre el hombre hace referencia al cambio del hombre viejo por el hombre nuevo, a la conversión del corazón, a descubrir la entrega de amor de Dios. Jesús es ese hombre nuevo, plenitud en su relación con Dios e imagen de futuro del hombre, modelo de libertad y de entrega. El hombre nuevo al que estamos llamados es la persona de Jesús, que vive en comunión perfecta con Dios. El sentido del hombre lo descubrimos en la figura de Jesús.

En el NT encontramos la imagen y semejanza del hombre en Dios en multitud de textos, que nos evocan la identificación de Jesús con los hombres. No sólo el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, sino que Cristo se hace la imagen perfecta de Dios entre los hombres, y es porque es el mismo Señor. Esta identidad la encontramos frecuentemente en las Escrituras. San Pablo nos habla de una imagen perfecta de Dios en Cristo, así lo indica 2 Cor 4, 4; Col 1, 15. También hay una invitación a convertirse en imagen de Dios y de Cristo. Cristo nos invita a regenerarnos y revestirnos de hombres nuevos. Esto está por ejemplo en Col 3, 10; en Rom 8, 29, en 1 Cor 15, 49 o en 2 Cor 3, 18.

La imagen de Dios tiene ahora una importante dimensión cristológica, Cristo es imagen perfecta, porque ha sido engendrado por el Padre, no es criatura, sino divinidad. Al participar en Cristo nos hacemos imagen cristológica, nos reencontramos con nuestro modelo original. En la doxología lo decimos, por Cristo, con Él y en Él. Pero es que además, la imagen no es algo estático, que se agota o se posee, sino que se desarrolla en el plano de la salvación, vamos adquiriendo el rostro de Cristo conforme vamos siendo salvados. Es verdad que el pecado en el hombre hace que esa imagen esté debilitada, sea borrosa y no nos permita percibir a Dios, pero los hombres seguimos siendo imagen de Dios.

Ser imagen de Dios implica el compromiso y la ética. El hombre está llamado al ejercicio de la justicia y de la santidad. Precisamente, porque Dios habita en nuestros corazones, estamos llamado al bien y al amor. Cuando no obramos así dejamos de ser lo que somos, emborronamos la imagen de Dios en nuestras vidas. Hay un aspecto escatológico que nos llama desde el futuro para hacernos conscientes de nuestro presente y pasado. Cuando Jesús relata en Mateo 25, 31ss el juicio final, hace una identificación del hombre con Dios, "tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber... cuándo lo hiciereis con uno de estos más pequeños a mi me lo hicisteis". El hombre está llamado a la salvación futura, está invitado a la mesa eterna de Dios, pero es imprescindible el encuentro previo del hombre con el hombre, y así con Dios. Desde la escatología, la vida eterna se convierte en la restauración total de la imagen de Dios en un sentido integral.

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