14. Teo. Revelación. La revelación y el dogma
14. Teología de la Revelación  

LA REVELACIÓN Y EL DOGMA

Hablar de dogma hoy es especialmente difícil, dada la desfiguración que se ha dado del tema en los últimos años. La doctrina de la infalibilidad en el Vaticano I y la teología de entonces nos han hecho formarnos una idea de dogma como algo excesivamente cerrado y jurídico. Desde la profesión de fe compartida con las iglesias ortodoxas y protestantes el dogma se abre más como vivencia y experiencia de fe, aunque es innegable que siguen existiendo discrepancias dogmáticas que pueden parecer insalvables, el Credo que nos une es mayor que lo que nos separa.

Tampoco podemos olvidar el contexto secularizado en el que nos movemos. El término "dogma" no goza de estima. Se presenta frecuentemente como opuesto a libertad, e incluso identificado con fanático o fundamentalista. El sentido de lo que es el dogma tenemos que recuperarlo desde su valor originario, como orientación en la vida de la Iglesia cristiana. Es una cuestión intraeclesial su existencia y su fortaleza, estamos rozando de nuevo el tema de la Tradición. El dogma está sujeto a evolución en el sentido de mejorar y ayudar en la comprensión y presentación de las afirmaciones de la fe, pero el contenido del que trata es el mismo ayer y siempre.

Desde una perspectiva filosófica y jurídica hay que señalar como el término dogma designa un referente legal y consuetudinario, dado por una autoridad jurídica. En la filosofía son orientaciones doctrinales, presentes en las distintas escuelas filosóficas clásicas del mundo griego. El término jurídico es el que se mantiene a lo largo del NT, no apareciendo en el AT.

Dogma es aplicado por los Padres de la iglesia como doctrina de Cristo, como preceptos morales en una línea jurídica. La tradición oriental de la Iglesia lo identifica con lo místico, con la fe que se ora y que se celebra. De hecho en el mundo ortodoxo y oriental, dogma y liturgia están profundamente emparentados. En la tradición occidental de la Iglesia, se tiende a identificar dogma con lo jurídico, aún sin negar su implicación con lo celebrativo.

La contrarreforma Católica consideraba que el dogma era la afirmación que presentaba el Magisterio, aunque su contenido no estuviera explicitado en la Escritura. Kasper ha señalado que esta comprensión hace al dogma excesivamente dependiente de un contenido confesional, de ahí su estrechez. El Vaticano I lo concebía como la verdad revelada directamente por Dios y que el Magisterio obliga a creer. Es una imagen que arranca de una concepción estática de revelación. La verdad que hay que creer.

Hoy el dogma tiene una razón de ser, un sentido y una función que responde a la confesión de fe. Está claro que se parte de la experiencia de fe y su elaboración teológica. El dogma está orientado al acontecimiento de salvación en la historia. La teología debe partir de la experiencia concreta del pueblo de Dios para hacer una formulación dogmática, con un postulado lingüístico actualizado, una formulación concreta, un enunciado. La formulación puede quedar caduca y dejar de cumplir la misión encomendada, por eso se ve necesario reformular el dogma, para que sean ayuda a la comunidad eclesial y al servicio de la fe revelada.

Otra función del dogma es la misión. La Iglesia tiene razón de ser en función de la evangelización y la expansión. "Id y bautizad en el nombre del Padre, Hijo y Espíritu Santo". En ese contexto y en diálogo con la cultura concreta se necesita explicitar el mensaje, acomodarlo y formular enunciados que puedan ser comprensibles a la mentalidad de la cultura en la que se insertan, sin malograr ni manipular aquello que se anuncia.

Finalmente tendría una función doctrinal, ésta es la que más tradicionalmente se ha destacado. El dogma tiene la función de expresar los enunciados de fe. Los contenidos que consigo lleva la revelación siempre presentan una aspecto que nos son fácilmente representables, se pueden expresar con un enunciado con relativa sencillez: "Jesús murió y resucitó por nosotros". Pero hay un aspecto de la divinidad y de la revelación que siempre se mantiene con un cierto velo, el Misterio no es desvelado totalmente en el enunciado. La función doctrinal del dogma sigue siendo necesaria, e incluso imprescindible.

La formulación del dogma siempre tiene la característica de ser perfectible, dada su incapacidad para asumir y representar la totalidad del misterio del que enuncia la verdad revelada. La realidad del misterio de Dios no varía con nuestras formulaciones y símbolos, aceptarlo sería caer en una relativismo dogmático, valdría cualquier formulación para el momento adecuado, lo cual sería contradictorio con el Dios revelado, trasparente en Jesucristo. El lenguaje usado en la definición dogmática se adecua a la realidad de la que habla, es verdadero, pero esto no significa que no pueda ser mejor y más completamente dicho. Por eso la labor del teólogo y del Magisterio será la de acomodar y mejorar el lenguaje dogmático más y mejor al hombre que lo escucha. Su función histórica no desaparece.

Esto es así porque los lenguajes cambian, son una realidad viva. Las culturas y los lenguajes evolucionan, lo que ayer significó algo puede que en el futuro quiera decir algo distinto, con otro matiz. Además, el lenguaje se encarna en las culturas y estás evolucionan con el tiempo. Por eso la teología debe estar muy atenta a la inculturación de la fe, para que los enunciados dogmáticos sean más clarificadores, más efectivos en la misión y salvaguarden mejor la unidad de la iglesia.

El teólogo siempre tendrá el problema de que su adecuación de la realidad de la revelación al misterio siempre sea incompleto. Nunca llega a expresar con suficiente claridad y precisión la realidad de lo que intenta hablar. De ahí la importante función del Magisterio de la Iglesia, para tratar de corregir y mejorar, centrar y proponer los lenguajes más adecuados que expresen el misterio de Dios. El Magisterio centra la actividad del teólogo, garantiza la fidelidad del dogma a la verdad enunciada.

<<
1
Hosted by www.Geocities.ws