14. Teo. Revelación. La revelación y el equilibrio entre la tradición y la Escritura.
14. Teología de la Revelación  

LA REVELACIÓN Y EL EQUILIBRIO ENTRE LA TRADICIÓN Y LA ESCRITURA.

Es cierto que pesa sobre el término "tradición" un matiz peyorativo, que tiende a identificarlo como opuesto a progreso; y se identifica por el contrario como conservador o retrógrado. Nuestro tiempo se ha encargado de mantener esta visión que es preciso corregir antes de profundizar en el tema.

Desde una perspectiva cultural y filosófica diremos que "tradición" deriva del latín "traditio", y sería la trasmisión de cualquier tipo de costumbre, rito, noticia o composición literaria. La mayoría de los elementos que componen nuestra cultura son heredados, recibidos como tradiciones trasmitidas de generación en generación. Pensemos en el lenguaje, el cómputo del tiempo, las costumbres más familiares, sociales,... Todas ellas son heredadas. Incluso, dicen algunos sociólogos, que si profundizamos en qué aspectos de la cultura son herencia y que aspectos son las creadas por la generación presente, apenas hay de lo segundo. Se necesitarían muchos años para percibir cambios culturales y sociales significativos. Somos fruto de lo heredado. Sin poder negar los cambios, los progresos tecnológicos y políticos, éstos no son tan rápidos como se trasmite en los medios de comunicación social. Somos hijos de nuestros padres, para bien y para mal. Hablar de tradición es hablar del sentido de las cosas. Una nueva generación no hace todo nuevo, recibe en herencia muchísimas cosas, casi todas.

El hombre tiene una cierta capacidad para retener el tiempo, para actualizar una vivencia con las tradiciones, que no consiste sólo en repetir, sino que pueden lograr la vivencia constante y progresiva. La tradición no niega la libertad, pero incorpora la aportación de los logros humanos de otros tiempos. Es el reconocimiento del pasado en el hombre de hoy.

Esto es así porque el hombre mantiene un carácter temporal, puede conectar en su persona el pasado con el presente. La experiencia humana es histórica y con libertad. Durante el siglo XX ya se constataba un rechazo hacia lo tradicional, como algo negativo. Pero a la vez, aparecieron las tradiciones como el signo de identidad de los hombres en un contexto globalizado. Los nacionalismos buscan en las tradiciones el sentido robado en otros contextos. En nuestro mundo se acepta la comprensión del progreso como edificación y cambio sobre la tradición heredada del pasado y experimentada por los hombres. Esto está dando lugar a una cultura posmoderna desorientada, sin horizontes de sentido, sin perspectivas de futuro y sin pasado histórico. Esto es evidente especialmente en nuestro país, donde se tiende a olvidar el pasado histórico, todo lo bueno parece que es lo actual, y todo lo del pasado negativo. El pasado parece que haya que superarlo rápidamente, olvidarlo lo antes posible. Tradición y progreso no tendrían porqué ser contradictorias ni rivales.

El término tradición implica ya algo de autoridad. El pasado tiene autoridad porque está experimentado por otros hombres. Hay una vivencia que da autoridad, validez, legitimidad a lo que se hace. La tradición tiene un mayor peso que lo novedoso, porque lo novedoso está por probar; lo tradicional, precisamente porque lo es, ya ha demostrado su eficacia en su contexto.

La tradición forma parte de la estructura del hecho religioso. Si ésta es una experiencia religiosa comunitaria y social, es susceptible de ser trasmitida. De ahí la consistencia y la persistencia de unas generaciones a otras del fenómeno religioso garantizado por la tradición. En lo religioso, y yendo a la fenomenología de las religiones, afirmamos que no hay tradición religiosa sin rituales, éstos hacen presente y actualizan el acontecimiento mistérico en sí. Tampoco hay tradición religiosa sin mitología, sin narraciones sobre el misterio y su relación con los hombres, el relato se trasmite de una generación a otra. También son esenciales las fórmulas fijas en las tradiciones religiosas, son puntos de referencia, síntesis de la fe común. La tradición religiosa precisa de autoridad, con un lenguaje concreto y con una tensión dialéctica entre la continuidad y la actualidad.

En el cristianismo la tradición hebrea es significativa, recogemos y vivimos la fe y las tradiciones Judías, superadas por las nuevas tradiciones propiamente cristianas. Jesús potencia las tradiciones, viene a dar cumplimiento a la Ley de Moisés, hay conciencia de continuidad, pero en ese cumplimiento hay también una superación y una ruptura. Algunas de ellas quedan superadas en Cristo. Como señala Pablo estamos liberados de los preceptos de la Ley, pero en Cristo ya no hay lo que había antes, ni esclavos ni libres, ni hombres ni mujeres, ni judíos y gentiles.

Jesús viene a perfeccionar la Ley, la Tradición es Él. Viene a perfeccionar la tradición porque Él es la tradición de Dios, lo trasmitido por el Padre y entregado a los hombres. La fidelidad de la Iglesia a esa tradición está garantizada por Cristo mismo y por la acción del Espíritu Santo en la comunidad cristiana. La primera comunidad cristiana, inspirada por el Espíritu Santo, ponía por escrito lo experimentado, la tradición está inspirada por Dios. Esta acción de la primera comunidad es trasmitida, es la tradición recibida que tiene para generaciones posteriores un elemento de obligatoriedad, porque está legitimada desde Dios mismo.

La iglesia ha distinguido en el esfuerzo de la teología y de la evolución de la Iglesia dos tipos de tradiciones. Una primera tradición, con mayúscula, "Tradición", que sería fuente de revelación, al igual que la Escritura, fruto de la misma. Esta tradición la llamamos constitutiva o apostólica, pertenece a la fe. Es una Tradición que se basa en la inspiración del Espíritu Santo en las primeras décadas de la Iglesia y es la que permite la redacción del NT. Esta Tradición termina con el último de los apóstoles, y es inmutable. No sería otra fuente de revelación distinta a la Escritura sino que manan de la misma fuente, como señala DV número 9. Por otro lado podríamos hablar de tradiciones eclesiásticas, pertenecen a una etapa posapostólica o interpretativa. Las realiza la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo, y pueden ser cambiadas. No pertenecen a la etapa apostólica, sino que nacen después.

Ponemos un ejemplo de lo anterior, porque esta distinción es esencial para muchos de los debates actuales de eclesiología. Los evangelios no podemos cambiarlos, no se puede añadir cosas al mismo, ni quitar nada de éstos. Pertenecen a la tradición apostólica, hay una legitimidad de Dios. Otro ejemplo de lo contrario: el rezo del latín en la liturgia, que se ha venido haciendo en la tradición romana occidental, se impuso hacia el siglo IV, y ha sido relegado en favor de las lenguas vernáculas en el siglo XX. Es algo interpretativo, posterior, es mudable. Yendo a ejemplos más complejos, los sacerdotes son célibes obligatoriamente en occidente, esto sucede a partir de una tradición eclesiástica canónica, pero en el futuro podría cambiar. En el acceso de la mujer al orden sacerdotal, los partidarios y detractores del mismo invocan si es una tradición esencial constitutiva y apostólica o no. En esta línea es lógico que el Papa afirme, convencido de ser una tradición apostólica, la necesidad de cerrar el tema y de no abrirlo en el futuro. Los partidarios de que es una tradición eclesiástica e interpretativa desean un cambio venidero, una acomodación a los tiempos.

Lo que es evidente es que no podemos separar, como se hizo en Trento, la Tradición de la Escritura como algo diferente Desde la época apostólica están unidos indisolublemente. Las tradiciones también son orales, de ahí que asumamos como Tradición las creencias en torno al misterio de María, Madre de Dios. Aunque no se hayan explicitado antes, el Credo forma parte de esta tradición con mayúsculas. Está garantizada por la revelación de donde mana. La Palabra así considerada no puede ser entendida como el residuo donde vamos a comprobar las tradiciones y su carácter, sino que posee una fuerza salvífica por sí.

Tampoco podemos identificar Tradición con Magisterio, el segundo explicitará e interpretará el primero, pero recibe la asistencia del Espíritu, no su fuerza inspiradora. Por eso el Magisterio se adapta a la historia, no así la Tradición apostólica que permanece custodiada por la Iglesia desde su formación, al igual que la Escritura, que no la cambiamos.

Se pueden clasificar las tradiciones de la iglesia, además de por su implicación con el momento de la revelación, por sus contenidos. Hablaríamos de tradiciones dogmáticas, morales, teológicas, consuetudinarias. Su importancia es diferente.

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