14. Teo. Revelación. La revelación en el Concilio Vaticano II. La constitución apostólica Dei Verbum.
14. Teología de la Revelación  

LA REVELACIÓN EN EL CONCILIO VATICANO II. LA CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA DEI VERBUM.

En un principio, este escrito debía tener dos partes, dedicadas a las dos fuentes de la revelación: la Escritura y la Tradición. El problema fue que este documento, así presentado por la teología romana, no gustó a muchos Padres Conciliares, por lo que fue retirado y reelaborado un nuevo documento. Se argumentó que no era ni suficientemente pastoral ni dialogante con el ecumenismo. El mismo Papa Juan XXIII intervino para procurar una teología menos romana y neotomista; y propiciar una comisión teológica, para la redacción del documento base, formada por miembros que tuvieran más en cuenta la historicidad de los evangelios y su consideración central como fuente de revelación. El resultado llevó, tras varios intentos, a la elaboración del esquema que daría lugar a la DV, y que fue aprobado en el 64 casi por unanimidad, 2081 a favor, 27 en contra y siete votos nulos.

El escrito está dividido en seis bloques y 26 números, no es un documento excesivamente largo ni complejo. La primera parte está dedicada a la revelación en sí misma, la segunda a la trasmisión de la revelación. La tercera ahonda en la inspiración divina y la interpretación del texto, bloque que ya estudiamos en temas de Sagrada Escritura, la cuarta parte está dedicada al Antiguo Testamento, la quinta al Nuevo testamento y el último bloque habla de la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia.

Nos parece esencial hacer una lectura detallada de estos textos, aquí simplemente daremos unas pistas para facilitar esa lectura que recomendamos. En la introducción se aprecia el sentido y el deseo pastoral. Se propone una doctrina destinada al anuncio y la salvación, que oyendo se crea, creyendo se espere, y esperando se ame. Sigue, propio del Magisterio, en continuidad y superación con lo indicado en el Concilio de Trento y en el Vaticano I.

En el capítulo primero, dedicado a la revelación en sí misma, se centra en una visión personalista fundamental, desde el misterio trinitario, la encarnación y el misterio de gracia que es la vida de Dios. Esta se abre al hombre, al que quiere encontrarse como amigo. La revelación se hace con palabras y obras. Dios actúa en la historia, propone al hombre y se entrega a el. Nos presenta una revelación en un contexto de historia de un pueblo, que progresivamente descubre al Señor, especialmente en Jesucristo, la revelación definitiva, la Palabra encarnada de lo alto. No hay más revelación, termina con el último de los apóstoles. La fe del hombre es la respuesta dada a Dios que desde su gracia nos facilita, con ayuda del Espíritu Santo una comprensión mayor de esa revelación. La fe se compone, al igual que las restantes virtudes teologales, de gracia y don, regalo de Dios y de tarea del hombre. La fe no es simplemente una adhesión a unos conceptos intelectuales, una idea, sino que comprende la participación existencial, vivencial y total de la entrega de Dios al hombre y a su encuentro.

El número seis de DV repasa y acepta la tesis mantenida en el Vaticano I, pero lo completa dando otro signo al tema, subrayando que, además de la razón como camino para conocer a Dios, la revelación es un camino más verdadero y sin error, camino que la razón por si misma no podría alcanzar totalmente.

El bloque segundo del documento trata sobre la trasmisión de la revelación divina. Aquí se introduce en la relación entre la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio. Lógicamente, la DV está en el camino preciso de profundización con el ecumenismo. Los datos esenciales, que veremos en su capítulo, son la constatación de la continuidad apostólica en sus sucesores, de cara a conservar vivo el Evangelio del Señor. Poniéndolo por escrito, pero también con su interpretación y Magisterio. Después entra a valorar la Tradición en la Iglesia y su relación con la Escritura, ambas manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal y corren hacia un mismo fin. La Sagrada Escritura es la Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu Santo, la Tradición recibe la palabra de Dios y la trasmite íntegra a sus sucesores. La Iglesia no saca sólo de la Escritura toda la certeza de lo revelado, también acude a la Tradición. El Magisterio sería el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, es el Magisterio vivo de la Iglesia, sometido a la revelación, pero al servicio de ésta.

En el bloque tercero se entra en la inspiración e interpretación de la Escritura, estos temas ya fueron estudiados con la introducción a la Sagrada Escritura. Recordamos ahora que hay una superación del Vaticano I, la interpretación la hacemos respeto a lo que el autor sagrado dice o intenta decir según su tiempo y cultura, en los géneros literarios propios de su época. La Escritura debe leerse e interpretarse con el mismo espíritu con que fue escrita, teniendo en cuenta la unidad de toda la escritura y la tradición viva de la iglesia. La Biblia está escrita para que descubramos la condescendencia, el amor de Dios, antes que para perdernos en ella. El Concilio acepta los métodos histórico críticos como instrumento hermenéutico, entre otros.

El cuarto bloque de DV trata sobre el AT, como preparación de la llegada de Jesucristo. En esta parte acepta y asume la historia de salvación ahí presente, toda una economía de salvación en progreso, vivificante para la vida del creyente. El fin del AT es la preparación del NT, por eso pueden contener elementos imperfectos y pasajeros, que hay que descubrir a la luz de la pedagogía divina, cuyo centro es Cristo. El quinto bloque está dedicado al NT, excelencia de estos libros que iluminan la revelación con la luz de Cristo. Entra en cuestiones sobre la historicidad de los evangelios que narran fielmente, los apóstoles que lo comunicaron y los autores sagrados que los compusieron definitivamente. El resto del NT confirma la fuerza salvadora de Cristo ante los hombres.

El sexto y último bloque trata de la vida de la Sagrada Escritura en la Iglesia. Es una exhortación final indicando lo importante que es y será para la Iglesia. La Palabra es objeto de veneración para la comunidad, es el pan de la palabra, alimento para la vida, es una palabra viva y enérgica que puede edificar la comunidad. Invita DV a que los cristianos lean a menudo la Biblia, a estudiarla con cariño por parte de los teólogos, y a colocarla en el lugar que le corresponde dentro de la vida de la iglesia.

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