14. Teo. Revelación. La revelación y las corrientes modernistas católicas.
14. Teología de la Revelación  

LA REVELACIÓN Y LAS CORRIENTES MODERNISTAS CATÓLICAS.

Hacia finales del siglo XIX y principios del XX surgen en Europa, especialmente en Francia, unas corrientes de tipo teológico filosófico que denominamos "modernistas", fueron condenados por la Iglesia por sus exageraciones. Estas corrientes son deudoras de su tiempo y circunstancia. Aplicaron los métodos histórico críticos no sólo en el campo de la Escritura, sino que fueron más lejos, aplicándolo también en la dogmática.

Es verdad que el ambiente filosófico en el que nos movemos en la Iglesia era excesivamente neoescolástico. La teología estaba racionalizada en exceso, hay un déficit de Biblia. El problema de estos autores es, que queriendo descubrir una dogmática viva y en evolución, ponen en riesgo la verdad dogmática, como si fuera algo cambiante y progresivo. El dogma puede ser formulado en términos distintos, que ayuden a comprender mejor el Misterio de Dios, pero no cambia el misterio conforme lo formulemos de una manera u otra. El centro de la revelación no es el hombre cuando comprende, sino Dios interviniendo con gestos y palabras en la historia de los hombres.

El ambiente eclesiástico de estos años era demasiado conservador y anticuado, el último siglo de historia, de pensamiento y filosofía, no sólo no había sido asumido por la Iglesia, sino que era considerado totalmente contrario a los postulados cristianos. El diálogo de la Iglesia con el mundo estaba estancado y detenido. El Papa se sentía prisionero de la República Italiana, y los cristianos católicos italianos no podían intervenir en la construcción de la política de su país. La iglesia estaba, quizás con razón, a la defensiva.

El modernismo católico hundió sus raíces en el llamado protestantismo liberal de esos mismos años. Autores como Schleiermacher, Ritschc o Sabatier (s. XIX) representaban esta corriente de pensamiento. Estos autores, en general, profundizan y exageran lo subjetivo de la fe frente a lo objetivo. La clave de la revelación está en la aceptación por parte del sujeto, como algo surgido de la dependencia con Dios. El Evangelio es concebido como una serie de experiencias, cuya finalidad es la de hacer surgir en el creyente de hoy experiencias similares. El dogma deja de ser objetivo y pasa a depender de la experiencia del creyente. Se convierte en algo subjetivo y sometido a los dictados del hombre. La fórmula dogmática se hace relativa según el tiempo y lugar en el que fuera formulada, por eso hay que crear nuevos dogmas, la revelación depende del sujeto que la recibe, no de Dios. Este relativismo dogmático, fruto de los autores liberales del protestantismo, se extenderá durante gran parte del siglo XX en los modernistas católicos. Dos autores son especialmente significativos: Loisy (1857-1940) y Tyrrel (1861-1909).

Loisy crítica al concepto de revelación Católico, que para él era presentado excesivamente estático y objetivo. Loisy afirmará que la verdad no es algo inmutable, que la verdad está en constante evolución, la revelación debe estar también en esa evolución histórica, no puede sustraerse de la historia ni de la filosofía contemporánea. La revelación será como la conciencia del hombre en su relación con Dios. Esto dará origen a un relativismo dogmático, los dogmas están en constante evolución, cambian no sólo en su expresión, sino también en sus contenidos. Tyrrel se manifiestaba en contra de concebir la revelación como una serie de proposiciones y enunciados, la revelación acontece en un momento determinado y el hombre debe ir asumiéndolo. La fe es algo dinámico y existencial, cada uno lo asume por su cuenta.

La respuesta de la Iglesia no se hizo esperar. Se condena y se reacciona quizás en exceso, también contra los métodos histórico críticos, que no serán aceptados hasta el Concilio Vaticano II para los estudios de la Sagrada Escritura. Cualquier sospecha sobre la teología será acusada de modernista y de liberalista. Incluso el mismo Papa Juan XXIII fue sospechoso de ser modernista en años anteriores a su pontificado. Las reacciones fueron de prohibición de los libros por las autoridades eclesiástica, y la elaboración de documentos como la encíclica "Lamentabili y la "pascendi".

En estos textos se condena a los modernistas porque cambiando las formulaciones de la fe se altera la verdad dogmática de fondo. El núcleo de la fe está en riesgo de convertirse en algo relativo, opinable, perdiendo su condición de dogma. El dogma, para el magisterio de ayer y de hoy, era y debe ser algo que no cambia, podrán evolucionar los "enunciados" de la fe, para adaptarse mejor a los tiempos, pero estarán sometidos y determinados por su contenido, la verdad de la que hablan no cambia.

Estos documentos rechazaron directamente la revelación como conciencia del hombre, tampoco era una verdad que cambiara. La revelación termina con el último de los apóstoles, y siempre viene de Dios. Se subraya el elemento objetivo de la fe.

Desde la perspectiva actual no podemos negar una cierta razón a los modernistas en cuanto que la teología dogmática no es invariable con el tiempo. Las formulaciones dogmáticas pueden cambiar con los siglos, no es lo mismo la cultura y la sociedad del siglo IV que la actual, por eso es bueno que la teología evolucione, que se aclaren ideas y conceptos que en otros tiempos no existían. Pero esto no debe suponer en ningún caso, que los dogmas sean mutables, y que la verdad afirmada en el siglo IV sea contradictoria con lo afirmado en el siglo XX, hablamos de mejorar la explicitación de la fe, no de alterarla. El credo es el mismo. El Magisterio debe orientar para que la teología busque en el lenguaje, la cultura y la filosofía, nuevas formas de iluminar el dogma, pero sin destruir el dogma. Gran parte de estas cuestiones quedaron resueltas en el Concilio Vaticano II, que aceptó los métodos histórico críticos, pero rechazó, lógicamente, el relativismo dogmático.

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