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El asesino de Mozart

Héctor Anuar Mafud


El viento frío y silbante recorre las calles nevadas, solitarias, obscuras: el invierno azota la ciudad. La envidia de los pequeños de espíritu se incorpora al deseo de que la muerte penetre pronto en el cuarto de puertas y ventanas cerradas, entre la penumbra y fuertes olores a cera y aceite quemados, y llegue al hombre que con el tórax desnudo yace sobre la cama, mientras dos médicos con desesperación aplican ventosas en pecho y espalda para abatir la pulmonía y sólo logran succionar la piel, irritarla hasta tatuarla con círculos rojizos.

La fiebre, los fuertes y permanentes dolores de cabeza y huesos, sumados a la dificultad para respirar, no son suficientes para doblegar la mente lúcida del paciente por la que pasan en forma vertiginosa notas musicales que se convierten en sonidos que ejecutan imaginarios violines, violonchelos, flautas, oboes, trombones, tubas y percusiones, que conjuga en sublime armonía, suave, dulce, nostálgica, que transmite tristeza.

Es el gran músico, el genio, Wolfgang Amadeus Mozart, en su agonía, la noche del 4 de diciembre de 1791, quien con desesperación intenta concluir su Réquiem. Son los últimos instantes de 35 años de una vida creadora. El maestro es colocado bocarriba, por un momento abre los ojos y alcanza a ver los colores tenues de techo y paredes, el vaivén de la luz mortecina de las velas, para trocar las imágenes en música. Murmura: “Salieri, Salieri”, y los acordes toman fuerza, se convierten en estruendos.

A las 23:45 horas se escuchan insistentes toquidos en la puerta de la habitación, los médicos interrumpen el cuidado del enfermo para cruzar miradas.

―¿Quién será? -pregunta molesto uno de ellos.

―No lo sé. -contesta el otro y con gesto de fastidio agrega-: iré a ver.

El médico encamina sus pasos hasta llegar a la puerta de madera de dos hojas para abrir despacio una de ellas, sólo lo suficiente para observar de quién se trata. Ante él, un joven con un sobre en las manos le dice:

―Traigo un mensaje para el ilustre Mozart, tengo instrucciones de entregárselo en propia mano y cerciorarme que lo lea.

―Eso no es posible, está enfermo de gravedad e inconsciente. Démelo, en cuanto esté bien, se lo entrego -replica el médico con voz solemne.

―No, señor, es importante que sepa su contenido, si no es posible que él lo lea, le ruego por lo menos me permita hacerlo en su presencia.

―Hágalo, nada se pierde. He de abrir un poco la puerta para que pase usted, las corrientes de aire pueden ser fatales para el paciente. 

El médico abre un poco más la puerta, lo necesario para que el mensajero pueda entrar de lado y, una vez que lo hace, de inmediato cierra para encaminarse con él hacia la cama y le dice en voz baja:

―Sea usted breve por favor.

El mensajero, casi en éxtasis ante Mozart, abre el sobre, extrae de él un papel y con voz emocionada lee:

 

“Respetable Maestro Amadeus Mozart:

Enterado de su enfermedad hago votos por su pronta recuperación, le pido en bien de la presente y futuras generaciones ponga toda su fe y voluntad por la vida, para continuar con su creatividad divina. Estoy seguro que el Supremo Creador permitirá que así sea. Envío a usted adjunto a la presente 27 fojas que contienen mi última composición en espera de contar con su docta opinión.

Como siempre le reitero mi más amplio reconocimiento y profunda admiración.

Atentamente

Franz Joseph Haydn.”

 

Emocionados los médicos y el mensajero observan a Mozart, quien ha dejado de toser y dibujado una sonrisa que entendieron de satisfacción. Los galenos, animados, reaccionan ante el hecho y uno de ellos entusiasmado expone:

―El mensaje fue motivador, podemos salvarlo, gracias por haber venido -y con un fuerte abrazo al mensajero, agrega-: lleve nuestro agradecimiento al maestro Franz Joseph Haydn.

El mensajero deposita la carta junto a Mozart y procede a retirarse.

A las 00:50 horas de la madrugada, los médicos escuchan fuertes toquidos en la puerta. Uno de ellos acude para apenas abrirla y asomar la mirada y ve a un joven con un sobre en la mano. En voz baja pregunta.

―¿Qué desea?

―Traigo un mensaje enviado desde un país de la lejana América, que debo entregar al maestro Amadeus Mozart.

El médico entusiasmado, voltea al interior de la habitación para exclamar:

―Compañero, otro mensaje que con seguridad nos servirá para reanimar al enfermo.

Enseguida opta por abrir un poco más la puerta y con mirada ilusionada ve al mensajero y le dice: 

―Pase usted, por favor, pase.  Sea bienvenido.

El mensajero cruza el pequeño espacio que le permite entrar, camina con actitud de autosuficiencia hasta llegar al lecho y, sin decir más, extiende el sobre hacia Mozart. 

Uno de los médicos le apremia:

―Léalo, por favor, léalo. Él no puede hacerlo.

―Procedo -contesta el mensajero, y presuntuoso abre el sobre para leer en voz alta:

 

“Estimado colega:

Enterado de tu agonía, durante varios días reflexioné sobre cuál sería la causa que aún te mantiene aferrado a la vida. Comprendí que solamente otro músico obtendría la respuesta y llegué a la conclusión que, seguramente en los momentos difíciles por los que atraviesas, preocupado analizas todas y cada una de tus obras, pensando puedan tener alguna imperfección. No te angusties, todas son bellas y trascendentes, excepto La Flauta Mágica. Para tu tranquilidad, te informo que me aboqué a una profunda revisión de la obra y le hice los arreglos necesarios para mejorarla: quedó preciosa. Pido a Dios te permita larga vida y puedas disfrutar La Flauta Mágica con mis adecuaciones efectuadas. De no ser así, le ruego a Dios mueras en paz, tranquilo, sabedor que tu obra ha sido culminada. Para tu seguridad y sosiego, nadie sabrá que un servidor realizó los arreglos, por lo que te suplico no comentarlo. Por ello el mensajero, quien es una persona de mi absoluta confianza, tiene la instrucción de entregarte la presente en propia mano.

Aprovecho la oportunidad para comentarte que aquí, en América, el gusto por la buena música empieza a extenderse tanto, que la formación de sinfónicas es cosa común. Soy Director de una de las más importantes con 14 músicos de alta calidad profesional y, para tu satisfacción, en próxima fecha presentaremos La Flauta Mágica, perfeccionada por un servidor.

Atentamente.

Aurelio Bemol Corchea.”

 

Mozart movió la cabeza de un lado a otro y, con una sonrisa que nadie supo interpretar, dejó de existir a las 01:00 horas del día 05 de diciembre de 1791. 

 

 

 

 

 Nació en 1945 en el Puerto de Salina Cruz, Oaxaca. Narrador. Ha publicado en la revista Cantera Verde, en su página electrónica: www.canteraverde.com.mx; y en la página electrónica www.festivaldelmar-salinacruz.com. Es autor de los libros: de cuento infantil ilustrado Cuando el mar se fue, editado por el Fondo Editorial Cantera Verde, colección Sueños son, 2005; El gato montés; de los volúmenes de cuentos:
El turno
, Fondo Editorial Cantera Verde, colección Cuadernos de Cantera, 2005; y Frutas verdes, Grupo Maya editores, 2007; y de la novela Fe de hechos, Fondo Editorial Cantera Verde, colección Cuadernos de Cantera, 2006. Cuentos suyos se han traducido al holandés y al francés.


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